DAVID condujo fuera de sí. No sabía por qué se sentía tan enfadado, pero cuando una voz interna le sugirió que estaba celoso de Justin Darke, apartó la idea inmediatamente. ¡No podía ser! Era más probable que sintiera pena por el americano.
Al llegar al edificio del palacio donde iba a dormir, vieron que alguien había encendido las lámparas. Ya en la habitación, la tensión se apoderó de ellos.
La cama era mucho más ancha que la de aquella mañana. Tanto, que no hacía falta que se tocasen si no querían.
Claudia se lavó los dientes en silencio, mientras intentaba tranquilizarse pensando que todo era muy diferente a lo que había en la habitación donde se habían despertado.
David había dejado claro que no se sentía atraído por ella. ¿Por qué estaba tan nerviosa entonces? Claudia sabía que se debía a que no podía olvidar el modo en que él la había besado. Claudia podía sentir todavía la dulzura de los labios de David y la sensación maravillosa de abrazarse a él. Sus manos eran tan fuertes y seguras, tan excitantes al moldear cada una de sus curvas…
Horrorizada por el rumbo que tomaban sus pensamientos, Claudia comenzó a darse crema nutritiva en el rostro y cuello. Era mejor que pensase en la cara de disgusto de David cuando Amil había llamado a la puerta, devolviéndolos a la realidad. Estaba segura de que David no iba a cometer la misma tontería de nuevo.
– Bien -dijo en alto la muchacha-. Estupendo.
David estaba en el patio cuando ella salió del baño. Tenía las manos metidas en los bolsillos y el rostro sombrío.
– El baño es todo tuyo -dijo Claudia con frialdad.
Cuando David desapareció, ella se puso la misma camiseta de la noche anterior y se metió en la cama, tapándose con la sábana hasta la barbilla.
David salió del baño y comenzó a desabrocharse los pantalones.
Ella se puso tensa. ¿Es que iba a meterse en la cama desnudo?
– Me dejaré el calzón, así que no tienes que ponerte histérica -dijo, como si le hubiera leído la mente-. No voy a acostarme con pantalones sólo para tranquilizar tus escrúpulos. La noche anterior ya fue suficientemente incómoda.
– No me importa cómo te acuestes.
– Bien, entonces, puedes dejar de comportarte como una víctima que espera ser sacrificada. Esta cama es lo suficientemente ancha como para dormir cómodamente sin rozarnos el uno al otro.
– No estaba preocupada por eso -mintió.
– Entonces, ¿por qué estás preocupada?
– Por nada -dijo, mientras David apagaba la luz y se metía bajo la sábana.
– Vamos, Claudia, estás temblando. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que me aproveche de ti?
– No, pero después de lo que pasó esta mañana, tengo derecho a estar un poco nerviosa, ¿no crees?
– También yo puedo temer que te aproveches de mí.
– ¿Yo aprovecharme de ti? Eso no es muy probable, ¿no crees?
– ¿Por qué no? Si mal no recuerdo, fuiste tú quién empezó esta mañana.
– Sólo porque tú… -Claudia se detuvo, no quería demostrar que recordaba todo perfectamente-. Creo que convinimos que ninguno de los dos sabía lo que hacía. Si hubiera sabido que eras tú, evidentemente no te habría tocado.
– ¿Por qué evidentemente? Después de ver cómo te comportas con un hombre al que acabas de conocer, creo que no puedes decir que nada sea evidente respecto a tu actitud con los hombres, excepto quizá, que estás preparada para hacer cualquier cosa por conseguir lo que quieres.
– No hay nada malo en saber lo que quieres. Por lo menos sé que a ti no te quiero.
– ¿Por qué? ¿Porque no tengo las iniciales adecuadas según una estúpida mujer que te habló hace veinte años?
– Quizá porque sólo me interesan los hombres sensibles y cariñosos.
– ¿Como Justin Darke?
– Sí.
David podía ver los ojos de Claudia brillando desafiantes en la oscuridad.
– Creo que estás cometiendo un gran error. Justin no es lo suficientemente hombre para ti.
– ¡Él es más hombre que tú! -gritó-. Por lo menos no tiene miedo de demostrar que es un hombre sensible, mientras que tú pareces tener las emociones de… de una babosa.
Eso fue demasiado para David. Había sido un día muy duro, un día frustrante y, durante todo el tiempo, Claudia había sido una espina imposible de ignorar. Además, ella se había abrazado a él buscado sus besos, lo había metido en aquella situación espantosa y lo había insultado delante de Patrick, uno de sus mejores empleados. Le había obligado a conducir doce kilómetros cuando lo único que quería hacer era dormir y ahora… ¡ahora!… se atrevía a mentir y acusarlo de no tener sentimientos.
La agarró por la cintura y la atrajo hacia sí.
– Así que crees que no tengo emociones, ¿no, Claudia? ¿Te parecí insensible esta mañana?
– Esta mañana era diferente -dijo ella temerosa, dándose cuenta, demasiado tarde,de que se había sobrepasado con él.
– ¿Cómo?
– Bueno… Tú… no sabías que era yo.
– Ahora sé que eres tú, sin embargo, y no creo que sea insensible -dijo, colocándose sobre ella y agachando la cabeza.
Claudia intentó prepararse para lo peor. Él, en vez de capturar la boca de Claudia, como ella había esperado, tocó con sus labios el lóbulo de su oreja y comenzó luego a dar pequeños besos a lo largo de su barbilla y por el cuello, donde se podía notar claramente la respuesta traicionera de su cuerpo.
No debía reaccionar, se decía Claudia desesperadamente, pero sus labios eran tan cálidos, tan excitantes… que ella no pudo evitar excitarse.
– ¿Te parezco insensible? -insistió David, antes de dejar que su boca viajara por su muñeca y la parte interior del brazo hasta el hombro.
– Creo que ya te has explicado -consiguió decir. Luego trató de apartar el brazo.
David soltó la mano de ella, pero sus labios estaban en el hombro, para después explorar el hueco de su clavícula y la piel delicada que había debajo de la oreja. Ella dio un suspiro profundo y luchó por no estremecerse, pero David se dio cuenta.
– ¿Lo crees?
– No.
En ese momento, Claudia tenía las dos manos libres, podía empujarlo si quería. Pero, sin darse cuenta de lo que hacía, dejó que las manos descansaran provocativamente en los anchos hombros masculinos y acarició los músculos que tanto recordaba. David gimió y la apretó salvajemente contra él. Entonces, el beso fue una llama que se convirtió en un deseo inesperado.
Las tensiones, los gritos, las discusiones, la provocación… todo se disolvió en una misma necesidad, en una misma urgencia donde sólo importaban los besos y el calor de los cuerpos. Las manos de David apretaban el cuerpo de Claudia y ésta se abrazó a él, gimiendo al notar que él tiraba de la camiseta para acariciar sus pechos con la boca, para tocar sus muslos suaves para meterse dentro de su cuerpo y descubrir sus humedades internas.
– ¡David! -gritó, sin pensar.
– Claudia -murmuró en respuesta contra sus senos-. ¿Claudia? -añadió, como si acabara de escucharse.
Haciendo un inmenso esfuerzo, levantó la cabeza. Claudia estaba bajo él con los ojos medio cerrados de deseo y su cuerpo caliente y abandonado. La muchacha se dio cuenta poco a poco de la duda de él y levantó los párpados lánguidamente.
– ¿David?
– No creo que esta vez no sepamos los dos lo que está ocurriendo.
Las palabras golpearon a Claudia como una bofetada. Hubo un momento terrible y en seguida se apartó de él, temblando.
– ¿Por qué has hecho esto? -preguntó ella, con voz irreconocible.
David tiró de la sábana y la puso entre los dos.
– Es un regalo de cumpleaños -dijo.
Se dio la vuelta y se dispuso a dormir.
– Me gustaría oír una disculpa.
El desayuno había sido servido como en cualquier hotel. Se habían tomado el café en silencio. Claudia distante, David despreocupado.
Típico, pensó Claudia enfadada. Fingir que no había pasado nada era lo más cómodo. David era un hombre y ella sabía por experiencia que lo que menos les gustaba a los hombres era una discusión, sobre todo si trataba de sentimientos y más si era durante el desayuno. Ella tampoco deseaba discutir sobre ello, pero ¿por qué iba a sentarse en silencio y aceptar el modo en que la había besado sin protestar? Se suponía que con treinta años ya debía ser lo suficientemente madura como para hablar del sexo sin tartamudear o avergonzarse.
Así que Claudia dejó su taza de café sobre la mesa y pidió una disculpa.
– De acuerdo, lo siento -dijo David, sin levantar la vista del periódico que estaba leyendo.
– ¿Ya está?
– Tú has dicho que querías una disculpa, te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres?
– Alguna prueba de que de verdad sepas por qué te disculpas.
– Me imagino que quieres una disculpa por haberte besado -suspiró resignado-. Personalmente, no sé por qué he de disculparme por algo que ambos hemos disfrutado, pero si a ti te tranquiliza, no me importa decir que lo siento.
– ¿Y ya está? Me atacaste prácticamente y ahora crees que diciéndome un “lo siento” mientras lees el periódico, voy a conformarme.
David dejó el periódico y miró a Claudia fijamente, con ojos enfadados.
– ¡Espera un minuto! ¿Vas a intentar convencerme de que no te gustó?
– No quería que me besaras -insistió Claudia, a pesar de que sabía que no era eso lo que la estaba preguntando.
– Entonces, no deberías de haberme provocado. Tú no eres ninguna adolescente estúpida. Tú eres una mujer de treinta años con experiencia, y deberías saber que no puedes meterte en la cama con una simple camiseta y empezar a decirme que no tengo sensibilidad.
– Como hombre de experiencia que eres, me sorprende que no sepas resolver las situaciones sin servirte de tu fuerza.
Se miraron a través de la mesa, antes de que David se rindiera con un movimiento de hombros.
– De acuerdo -admitió-. Perdí la paciencia y quizás no debería de haberte besado, pero tú me provocaste.
Los ojos de Claudia estaban llenos de ira, sus mejillas encendidas.
– Puede que no haya sido muy galante, pero si no hubiera sido por mí, quizá habría sido más que un simple beso, ¿no crees?
Hubo un silencio terrible.
– Quizá.
– ¿Quizá?
– De acuerdo, posiblemente.
– Entonces, ¿tengo que disculparme por no seguir?
– ¡No! -gritó Claudia, furiosa.
Era increíble la manera en que él tergiversaba las cosas, haciéndola sentirse confusa.
– Creí que estábamos de acuerdo en mantener una tregua -murmuró ella, tras un silencio.
– No parece que haya sido muy efectiva, ¿no crees? Podemos intentarlo de nuevo. Prometo no besarte otra vez, y tú tienes que prometerme que no vas a provocarme.
– ¿Te refieres a cuando estemos en público o en privado?
– Me atrevería a decir que en público será diferente. Pero hay besos y besos, si me entiendes.
– Te entiendo.
– Así que prometo no tocarte cuando estemos a solas. ¿Te parece bien?
Claudia se quedó mirando dentro de aquellos ojos grises, luego apartó la vista. David tenía la habilidad de dejarla siempre sin nada que decir.
– Sí.
Como David había prometido, dejó a Claudia en casa de Lucy antes de ir al despacho a reunirse con Patrick y otros empleados.
– Adiós, esposa -dijo irónicamente, al detener el coche-. Compórtate. Y no olvides nuestro trato… a menos que quieras que te bese de nuevo.
Claudia no respondió, simplemente cerró la puerta y se dirigió hacia el pequeño porche.
– ¿Qué pasó ayer noche? -le preguntó Lucy, nada más verla-. ¿Qué piensas de verdad de él?
– Es una persona imposible. Es arrogante, dominante, ¡odioso!
– Pero creí que me habías dicho que te gustaba.
– No me gusta. ¡Lo odio!
Lucy estaba completamente confundida.
– Entonces, ¿por qué dijiste que te parecía guapísimo? Ayer noche parecía que Justin era la respuesta a tus plegarias.
– ¡Ah, Justin! Creía que te referías a David -dijo, siguiendo a Lucy hasta una pequeña y funcional cocina donde se puso a preparar un café.
– ¿Por qué, qué ha hecho?
¿Cómo le iba a explicar a Lucy lo del beso? La experiencia de Claudia con los hombres la había convertido en una mujer precavida, así que era una fuerte impresión descubrir que las emociones que ella pensaba totalmente controladas, estallaban de repente por un hombre que ni siquiera le gustaba.
– No es exactamente por lo que haga, es por cómo se siente, cómo mira a todos. Me hace sentirme… no sé, estúpida, creo.
– ¿Tú? -Lucy le dio una taza de café caliente y la miró con asombro. Claudia había sido siempre segura de sí, incluso orgullosa. Lucy no podía entender que algo pudiera provocar que se sintiera estúpida.
Claudia dio un trago a su café y miró hacia abajo.
– ¿Es desagradable con todo el mundo, o sólo conmigo?
– Creo que estás imaginando cosas que no son ciertas. Siempre he visto a David comportándose de manera agradable y lo conozco bien. Creo que a veces puede ser un poco reservado, pero él es así -Lucy se dirigió hacia el salón-. La verdad es que siempre me ha parecido atractivo. No es exactamente un hombre guapo, pero tiene un atractivo muy masculino. Su rostro no es muy expresivo, pero tiene una sonrisa preciosa y puedes imaginar que, tras esa fachada completamente inglesa y controlada, es increíblemente apasionado.
Claudia recordó la boca de David sobre sus senos y sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.
– No puedo decir que lo haya notado -consiguió decir, mientras una voz interna la llamaba mentirosa.
– ¿No? -Lucy pareció sorprendida-. Pues siento que no te guste, Claudia, porque es encantador cuando lo conoces mejor -continuó, sentándose en el sofá y poniendo los pies sobre la mesilla de café-. Tiene, además, mucho éxito en los negocios. La compañía era un desastre cuando él se unió a ella, pero ha cambiado todo y ahora tenemos muchos proyectos importantes. Por eso conseguir este contrato para la segunda fase es tan importante. Un proyecto de esta envergadura dará un prestigio enorme a la empresa, pero si el jeque se lo da a otra, nos hará perder confianza. Me imagino que David está muy preocupado por ello y no está mostrando su mejor cara.
– No parecía preocupado cuando hablaba con vosotros ayer noche -dijo Claudia, incapaz de ignorar el asunto.
Si Lucy notó los celos en la voz de su prima, no comentó nada.
– Siempre ha sido muy simpático conmigo -admitió-. Muchos hombres con éxito profesional son demasiado vanidosos y no pierden el tiempo con las esposas de sus empleados. Pero David siempre nos ha tratado como si fuéramos tan importantes como los ingenieros.
Claudia se detuvo a revisar la colección de compactos que había en una estantería.
– ¿Por qué no se ha casado si es tan simpático y tiene tanto éxito? -preguntó, intentando demostrar que no le importaba lo más mínimo.
– No lo sé. Seguro que Patrick lo sabe, pero es aburrido estar siempre hablando de los demás. Sé que David tuvo una novia, pero no sé lo que pasó.
– Su novia probablemente no pudo aguantar ser dominada todo el tiempo -dijo Claudia con acritud.
– Desde luego, no te cae nada bien.
Claudia se mordió el labio. Si Lucy llegara a sospechar que estaba más interesada en David de lo que estaba dispuesta a admitir, no podría soportarlo. Así que se apartó de los compactos y se sentó en el sofá, al lado de su prima.
– ¿Por qué perdemos el tiempo hablando de David Stirling? Hablame de Justin… es a quien he venido a conocer.
Lucy conocía a Claudia desde hacía bastante tiempo. Su prima se estaba comportando de manera extraña, pero si no quería decir qué pasaba, ella no iba a preguntar. Y si quería que creyera que estaba locamente enamorada, Lucy jugaría con ello, pero no creía en absoluto que fuera cierto.
A la hora de comer llevó a Claudia al club, un edificio con un bar de menú sencillo y una piscina. Allí pasaron toda la tarde cotilleando felizmente en la sombra. Claudia parecía sentirse aliviada de que Lucy aceptara tan fácilmente su atracción por Justin. Después de lo que había pasado la noche anterior, era más importante que nunca que David pensara que ella estaba enamorada de otro hombre.
Una cosa era segura: no iba a dejar que David supiera que le asustaba acostarse de nuevo con él. “No eres una adolescente estúpida”, había dicho él, y llevaba razón. Así que tenía que dejar de comportarse como si lo fuera. Claudia no estaba segura de si le gustaba lo que implicaba ser una mujer experimentada, pero si las mujeres maduras eran frías, seguras y capaces de comportarse en cualquier situación embarazosa, entonces era seguro que necesitaba ser una mujer madura.
David envió aquella tarde un coche para recogerla. Cuando llegó, él estaba revisando documentos en la pequeña sala. La vio entrar, pero siguió trabajando y Claudia se vio invadida por una inesperada timidez.
– ¿Qué tal ha ido tu reunión?
– Muy bien. Aunque todavía quedan muchas cosas por resolver -dijo, levantándose de la mesa y mirando a Claudia como por vez primera.
Ella llevaba unos pantalones de lino, una blusa blanca y se moría de calor. Llevaba el pelo por detrás de las orejas y le pareció una persona frágil, allí de pie en la entrada, sin atreverse a entrar.
– ¿Cómo ha ido el día?
– Bien.
Un silencio incómodo se interpuso. La verdad era que el trato resultaba más sencillo cuando estaban discutiendo, pensó Claudia, casi desesperada. No había que pensar en qué decir.
– Creo que tenemos que ir a casa de Lucy para la fiesta. ¿A qué hora nos esperan?
– Hacia las diez y media.
David se estiró, como si tuviera tensión en los hombros. Parecía cansado, pensó Claudia. Quizá no había dormido la noche anterior.
– No hace falta que vengas si no quieres -dijo impulsivamente-. Estoy segura de que a Lucy no le importará.
– Estoy seguro de que no -admitió irónicamente-, pero si crees que vas a pasarte toda la noche charlando con Justin sin mí, me temo que estás muy equivocada.
Claudia estuvo a punto de negar tal intención, pero no dijo nada. ¿Para qué?
– Además -continuó David-, la noticia de nuestra boda se ha extendido a una velocidad increíble. Lucy dice que la fiesta es por tu cumpleaños, pero todo el mundo va a pensar que es una especie de celebración de la boda, así que no puedo quedarme en casa, ¿no crees?
Internamente dolida por la sospecha de David, le costó un esfuerzo sobrehumano prepararse para la fiesta. Cuando acabó, sabía que estaba imponente. Se puso un vestido de color crema que le llegaba a la rodilla y unos zapatos dorados que le hacían las piernas mucho más largas y delgadas. Había completado el atuendo con un grueso collar dorado y unos pendientes a juego que eran una tortura para sus orejas, pero le quedaban estupendamente.
¿Pensaría David que estaba guapa? Puede que pensara que las joyas eran excesivas, pero no se quejaría del vestido.
El hombre se sorprendió cuando la vio salir del cuarto de baño.
– ¿Todo ese esfuerzo por Justin? -preguntó, cuando consiguió articular palabra-. ¿Estás segura de que merece la pena?
Claudia luchó por no disgustarse demasiado. ¿Qué era lo que esperaba? ¿Que la tomara en sus brazos y le dijera lo guapa que estaba? Era una idiota, se dijo a sí misma. ¿Y de todas maneras, qué le importaba su opinión?
– No lo sé -dijo, después de una pausa-. Pero voy a divertirme descubriéndolo.
La cara de David se tornó sombría.
– ¿Puedo recordarte que van a estar en la fiesta todos mis empleados? Espero que no te pases la noche admirando a Justin. Intenta comportarte como la mujer con la que yo podría casarme, si no te es demasiado difícil.
– ¿Y qué tipo de mujer sería ésa? -preguntó dulcemente Claudia-. Dímelo y fingiré serlo, por supuesto.
– Me casaría con una mujer sincera, sencilla y sensible. Y no son las cualidades que tú pareces tener, así que espero que seas buena actriz.