CUANDO ENTRARON al dormitorio, Claudia se quedó inmóvil, como desorientada. David la miró y ella contuvo el aliento. El hombre dejó las llaves sobre una estantería y también pareció dubitativo.
– Creo que todo ha salido bien, ¿no te parece? – dijo Claudia, incapaz de soportar el silencio.
– Sí.
– Nadie pareció sospechar que no estábamos casados -continuó, quitándose los pendientes con manos temblorosas.
– No.
– Todo el mundo fue muy simpático, ¿verdad?
– Sí.
Hubo otra pausa horrible y David se acercó a abrir la puerta de cristal que conducía al patio interior, como si necesitara aire. Se quedó en la entrada y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.
– Siento lo del beso -murmuró.
– No… no te preocupes -dijo Claudia, tras unos segundos de vacilación.
– Hablaba en serio cuando te prometí que no te besaría más. No era necesario, pero…
Habría bastado un beso en la mejilla o un simple abrazo, pero ¿cómo explicarle que su perfume lo había hechizado? La tenía a su lado, el rostro de ella se levantó hacia el suyo y besarla fue lo más natural.
– No importa -insistió Claudia con dificultad-. Todo el mundo estaba esperando que me besaras.
– Sí. Simplemente no quería que pensaras que he olvidado el trato -continuó, sin saber muy bien por qué había empezado a hablarle de ello.
Las mejillas de Claudia estaban encendidas. ¿Intentaba decirle que ella tenía la culpa de que el beso hubiera sido mucho más?
– De verdad no importa -le interrumpió desesperada.
David la miró.
– No volverá a ocurrir, ni en público ni en privado.
– Bien -contestó, sin saber por qué sentía unas tremendas ganas de llorar.
David miró a Claudia incómodo. Ella parecía enfadada y sus mejillas tenían un color sospechosamente brillante. Deseó no haber empezado a hablar de ello, pero ella merecía cierto agradecimiento por la velada. Nadie dudó de que fuera su esposa debido a que ella interpretó su papel con firmeza. Al final de la noche, estaba harto de que todos le hablaran de que hacían una pareja estupenda.
Claudia seguía inmóvil, con los pendientes en la mano. El aire parecía lleno de tensión.
– Tú y Justin os estáis haciendo muy amigos.
– Sí -contestó ella, sin pensar.
– Estuvisteis fuera mucho tiempo -dijo, tratando de parecer desinteresado, superficial.
– No sabía que él estaba allí cuando salí -explicó rápidamente-. Salí a tomar un poco de aire… estaba cansada de mentir. Justin estaba sentado en la terraza y estuve a punto de volver a entrar al verlo.
David se encogió de hombros.
– Parece muy impresionado por ti.
– Eso no es lo que dijiste ayer noche.
– Eso fue distinto. Yo estaba diferente -admitió David.
– ¿Sí?
– Estábamos los dos cansados y enfadados por la situación -David se dio la vuelta y metió más profundamente las manos en los bolsillos-. Creo que estoy intentando decirte que te agradezco lo que has estado haciendo. Me imagino que no es fácil fingir que estás casada con un perfecto desconocido, pero lo has hecho muy bien. Tú has mantenido tu parte del trato, así que es justo que yo haga lo mismo. Viniste a conocer a Justin Darke y deberías de aprovechar la oportunidad. No es asunto mío cómo manejes el asunto, siempre que nadie haga preguntas sobre nuestro supuesto matrimonio.
David se quedó pensativo unos segundos.
– Siento si he sido un poco brusco. Estoy preocupado por ese contrato y me temo que lo estoy pagando contigo, pero creo que los dos somos adultos y capaces de conseguir cada uno nuestro objetivo. Así que, desde ahora, prometo no interferir entre tú y Justin.
– Gracias. Creo que no volveremos a tener problemas.
David había sido sincero. ¿Qué más podía pedir ella? Los dos sabían en ese momento dónde estaban. La conversación debería de haber eliminado tensiones, pero como se acercaba la hora de irse a dormir, todo parecía mucho más difícil.
Claudia se acostó mirando hacia la pared y permaneció inmóvil, sabiendo que David estaba tumbado a pocos centímetros. La noche anterior ella había permanecido largo tiempo despierta, enfadada por el modo en que la había besado, pero esa noche era diferente. La había besado… de manera distinta. De una manera dulce, disfrutando ambos, y ella había deseado que ese beso no terminara.
Y en ese momento, estaban tumbados en medio de la oscuridad, Si ella se giraba y él se giraba a su vez, estarían uno en brazos del otro.
Pero David había dejado claro que no lo deseaba. “No volverá a ocurrir”, había dicho. Así que ella podría disfrutar de las vacaciones como tenía planeado, podría hacer lo que quisiera con quien quisiera… Eso era lo que quería, ¿no?
La primera cosa que David vio al despertar, fue la cara de Claudia prácticamente pegada a la suya. En algún momento de la noche se había dado la vuelta y tenía una mano extendida hacia él. Tenía la respiración tranquila de alguien que duerme y David pudo observarla como nunca antes lo había hecho.
Su piel era suave y delicada, ligeramente sonrosada por el sueño. El cabello rubio dorado le caía por la cara. Los labios sonreían ligeramente, como si estuviera soñando algo agradable y las oscuras pestañas provocaron una intensa sensación en el corazón de David. Trató de recordar lo irritable que podía llegar a ser. Que era egoísta y caprichosa. Sí, claro que era guapa, muy guapa, pero ya había tenido novias muy guapas y no iba a cometer el mismo error.
Claudia suspiró y se estiró en sueños. Luego se volvió, quedándose boca arriba y levantó un brazo por encima de la cabeza con un gesto inconscientemente sensual. El movimiento hizo que la camiseta se ciñera a sus pechos y David dio un suspiro y se obligó a levantarse de la cama. Fue a la ducha y dio al grifo del agua fría. No iba a hacer el ridículo otra vez con Claudia. Desde luego que no.
Cuando Claudia se despertó, David se había ido. El teléfono sonó mientras estaba desayunando.
– Llamaré a la compañía y les diré que manden un chófer que vaya a recogerte -dijo Lucy, sin sorprenderse al saber que David se había ido a trabajar-. Patrick también se levantó al amanecer. Me dijo que iban a estar muy ocupados toda la mañana, pero que intentarían hacer un hueco para comer con nosotras en el club.
Cuando Claudia llegó a casa de Lucy, ésta estaba en la piscina tomando el sol.
– ¡Si es la señora Stirling! -exclamó con una mueca-. No sé cuántas veces me dijeron que erais una pareja encantadora.
– Es sorprendente lo fácil que es hacer que la gente crea lo que les dices, ¿verdad? -dijo Claudia, con una sonrisa forzada.
– Tengo que decirte que, si no hubiera sabido la verdad, yo misma hubiera creído que estabais locamente enamorados. Actuasteis de una manera muy convincente -aseguró Lucy, mirando con suspicacia a su prima-. Pensé que no te gustaba David.
– ¡Oh, bueno…! -Claudia se encogió de hombros.
No podía seguir insistiendo en que lo odiaba porque su prima iba a sospechar. Por otro lado, tampoco quería que supiera que le gustaba. No quería que nadie lo pensara, ni siquiera lo tenía que pensar ella.
– Eso lo dije porque estaba de mal humor. No me disgusta. Sólo que no me gustaría tener que pasar tanto tiempo con él. Lo que me apetecería es conocer más a Justin.
– Sabía que te iba a gustar. Es un cielo, ¿verdad? Él piensa que tú también eres maravillosa. Creo que estuvisteis hablando largo rato ayer por la noche y, cuando os fuisteis, me dijo que eras estupenda. Es una pena que piense que estás casada con su jefe. Si no, sería perfecto.
– Lo sé. Es lo de siempre, ¿no crees? Finalmente encuentro al hombre perfecto y no puedo hacer nada. ¡Si no fuera por David Stirling, podría estar disfrutando de mis treinta años!
– Habrá algo que puedas hacer -afirmó Lucy, que odiaba ver cómo su prima desperdiciaba una oportunidad única-. No puedes seducir a Justin mientras que piense que estás casada con David… eso no sería justo, pero quizá pudieras pedir a David que le dijera a Justin la verdad.
Claudia pensó que moriría antes de pedir a David algo así. Afortunadamente, en ese momento llegaron Fiona y su madre.
Fiona parecía descansada y mucho más guapa que la noche anterior y saludó a Claudia con cariño. La admiración que sentía hacia ella era tan evidente, que Claudia se sintió un poco culpable cuando recordó lo celosa que se había sentido con ella. Fiona era una adolescente muy atractiva, pero admiraba la experiencia de Claudia.
Comenzaron a hablar sobre la televisión. Fiona estaba impresionada por todo lo que Claudia contaba. Si ella trabajara como secretaria, seguro que no pensaría que era tan excitante, pensaba Claudia, aunque no se sintió capaz de desilusionarla.
Seguían hablando cuando Lucy miró hacia arriba e hizo una señal.
– Ya están aquí -murmuró alegremente-. Han venido todos: David, Patrick, John… y Justin -dijo, guiñando un ojo a Claudia-. ¡No solemos verlo nunca a estas horas de la mañana!
Ruborizándose intensamente, Fiona se giró. Claudia se esforzó por no hacer lo mismo y permanecer sentada tranquilamente hasta que David se acercara.
Este, a su vez, al ver su porte orgulloso, se acercó inseguro. Patrick dio un beso a Lucy, y él pensó que tendría que hacer lo mismo. Había prometido no besarla, si no era necesario, pero no podía tampoco mostrarse frío con ella.
En vez de besarla, acarició su cabello y puso una mano sobre su cuello.
– ¿Estás bien?
Claudia sintió el roce y notó que toda su piel se encendía, que su corazón comenzaba a palpitar a toda velocidad dentro de su pecho.
– Y tu reunión, ¿qué tal ha ido?
– Bastante bien… lo suficiente como para disfrutar de una buena comida -dijo, dejando la mano sobre el lóbulo femenino.
– Ahora entendemos por qué David está tan deseoso de conseguir el contrato -dijo Phillips, acercándose con una bandeja de bebidas-. ¡Necesita el dinero para tener a su mujer entre zafiros y diamantes!
– Sin mencionar a los seis hijos -terció Patrick.
– ¡Y dos lunas de miel! -exclamó Justin.
Claudia miró a David sin saber qué decir, y éste esbozó una sonrisa enigmática.
– Parece que todo el mundo estaba un poco confundido al saber que según tú íbamos a ir a las islas Seychelles, y según yo a Venecia. He tenido que confesarles que no nos habíamos puesto de acuerdo.
– Tiene su explicación: creo que el viaje a Venecia no sería una luna de miel propiamente dicha, ¿verdad? Habíamos hablado de ir allí para un fin de semana largo.
– Veo que su esposa tiene gustos caros -dijo Phillips, sonriendo con indulgencia-. Pero espero que no obligue a su marido a que le compre todos los días un anillo de diamantes.
– Me conformo con uno al año. Era mi cumpleaños.
– ¿Cómo es? -preguntó Fiona con curiosidad.
– Es bastante sencillo -contestó Claudia, pensando a toda velocidad una mentira-. Tiene un zafiro y un diamante, pero es muy bonito, ¿verdad, David?
– Me sorprende oír que le ha regalado un anillo – dijo la madre de Fiona inesperadamente-. Al ver que no llevaba anillo de casada, pensé que no le gustaban.
Hubo una pausa incómoda. Las manos de David se tensaron sobre el cuello de Claudia y la mente de ésta se quedó en blanco unos segundos.
– ¡Oh, no! -exclamó, después de unos segundos-. Me encantan los anillos. No llevo el de casada porque me dio una reacción alérgica en la piel justo después de la boda y quiero descansar unos días.
Lucy la miró con admiración y David hizo un gesto cariñoso con la mano. Luego, dándose cuenta de que estaba acariciándole el cuello como un estúpido, apartó la mano y fue a sentarse entre Fiona y Phillips.
Herida por el abandono de David, Claudia se dio la vuelta y se encontró con Justin, al que dirigió una amplia sonrisa. Creyó ver un gesto irritado en su cara, pero al momento desapareció y Claudia pensó que eran imaginaciones suyas.
David y Fiona hablaban en voz baja y Claudia los miraba por el rabillo del ojo, mientras intentaba hablar animadamente con Justin. Era imposible que David estuviera interesado en Fiona, se dijo. Puede que fuera muy guapa, pero era veinte años más joven que él. Seguro que a Fiona le gustaba David, pero no ella a él.
Claudia intentó reprimir un suspiro y redobló sus esfuerzos por entretener a Justin. Si tenía suerte, David se daría cuenta de que había alguien que la encontraba divertida, aunque no fuese él.
David, en ese momento, estaba un poco tenso. Le había costado mucho dejar de acariciarla y ahora la veía hablando provocativamente con Justin, mientras Fiona le decía lo maravillosa que debía de ser como esposa.
– Tiene tanta personalidad… -decía con entusiasmo la muchacha-, y es tan divertida. ¡Nos hemos estado riendo muchísimo con las cosas que nos ha estado contando hace un rato! Además, ha sido encantadora hablándome de su trabajo, incluso se ha ofrecido a que vaya a visitarla la próxima vez que vaya a Londres. Es maravilloso ver a una pareja que tienen trabajos tan interesantes. Si usted tuviera que quedarse aquí como… mi padre, por ejemplo, ella tendría que dejar su trabajo, ¿no?
– Hay bastante trabajo en televisión aquí en Telama'an -respondió David, tratando de no fruncir el ceño al ver cómo se reían Justin y Claudia.
– Me gustaría ser como Claudia. Tiene tanta seguridad, es tan encantadora… es como una luz.
– Tiene claro lo que quiere -dijo David con ironía.
– Lo sé, y eso es muy importante si quieres tener éxito en la vida. Claudia dice que la ambición no es algo negativo. Es tan guapa y a la vez tan realista, ¿verdad?
– No deberías intentar ser como otra persona -respondió David, que comenzaba a hartarse de oír hablar de Claudia-. Todos te queremos tal como eres.
Las palabras cayeron en un momento en que todos habían dejado de hablar. Nadie dio muestras de darle una doble interpretación, pero la mirada de Claudia fue un tanto peligrosa. ¡Se suponía que tenía que fingir amarla a ella!
Durante la comida, se fue enfadado más al ver que David se sentaba lo más lejos posible de ella. A David, por su parte, se le hizo interminable. Era consciente de que Claudia era el alma de la reunión. Gesticulaba con las manos y reía alegremente, echándose de vez en cuando hacia atrás el dorado cabello. David pensaba que estaba luciéndose y miraba hacia su plato con rostro sombrío. No podía entender por qué los demás disfrutaban tanto de lo que decía. Por qué se reían y la animaban, como si pensaran que era muy divertida.
¿Divertida? ¡Ja! Pensó David, cortando su filete con furia. El se divertía mucho más mirando las predicciones del tiempo en cualquier tarde lluviosa de noviembre.
Finalmente se acabó la comida. David miró a su reloj y se levantó.
– Es hora de que volvamos -dijo, ignorando las miradas sorprendidas de Patrick, Justin y John. Él era el jefe, ¿no? y él decidía cuándo comenzar la jornada de tarde.
Fue lo que pensaron los tres hombres. Echaron hacia atrás las sillas y se levantaron. John dio un golpecito en el hombro de su esposa, Patrick acarició el cabello de Lucy y Justin esbozó una triste sonrisa a Fiona y Claudia, aunque ésta última no se dio cuenta. Ella estaba concentrada en David, que hacía ademán de marcharse con un adiós general.
– ¿No te vas a despedir de mí, cariño? -preguntó provocativamente, levantándose y acercando su cara para ser besada.
David se quedó inmóvil.
– Por supuesto. Te veré después -se despidió con un breve beso en los labios.
Claudia se prometió a sí misma no responder. Había querido provocarlo simplemente para demostrarle que para ella era un juego divertido, pero el roce de los labios de él produjo en ella una excitación inesperada. No pudo evitar un suspiro al tiempo que él se separaba.
Los ojos de ambos se encontraron y Claudia no supo interpretar la expresión de él, pero deseó desesperadamente que no se diera cuenta del temblor de ella. No podía quejarse, ella lo había provocado. Si no le gustaba el resultado, era culpa suya.
¿O le gustaba?
Claudia fue la primera que bajó los ojos.
– Adiós -murmuró con voz ronca.
Tendría cuidado de no provocarlo de nuevo.
Cuando se vieron por la tarde, después de que David terminara de trabajar, ninguno de los dos habló de aquel beso. Ella no sabía si disculparse o fingir que no había ocurrido nada y sintió alivio cuando él no mencionó nada.
Mientras pasaban los días, ambos hacían el máximo esfuerzo por tocarse lo menos posible, por verse lo mínimo. Casi toda las noches, el grupo de ingleses residentes organizaba una barbacoa o una simple cena. El estar rodeados de gente los ayudaba a aliviar las tensiones entre ellos. Cuando estaba solos, sin embargo, se trataban con una educación meticulosa que sólo servía para enfatizar aún más el silencio incómodo entre ellos. Cada noche yacían separados en la gran cama, tratando de no pensar en lo cerca que estaban del otro y lo fácil que sería eliminar la distancia.
Sin embargo, los días pasaban rápidamente. David ocupado con sus reuniones, mientras que Claudia era feliz holgazaneando en la piscina con Lucy. Un día fueron a visitar el mercado de la población, con sus tiendas oscuras a un lado y otro de estrechos pasadizos llenos de olores. Estuvieron bastante tiempo admirando la joyería árabe, pero Claudia al final se decidió por una cafetera de bronce típica de la región.
– Frótala a ver si aparece tu genio -dijo Lucy, cuando salieron a la calle-. ¿Qué deseo pedirías?
Lo primero que le llegó a la mente fue el rostro de David. Así que, aturdida, se quedó mirando a la cafetera que llevaba en las manos.
– Pediría a Justin -dijo con desafío.
– ¿De verdad?
Claudia comenzó a caminar, pero al notar la incredulidad en la voz de su prima se detuvo.
– Sí, de verdad. ¿Qué pasa? Creí que te gustaba Justin.
– Me gusta. Pero no estoy segura de que a ti te guste tanto como pretendes.
– ¿Qué quieres decir?
– Simplemente que me parece más creíble que te enamores de David que de Justin -explicó finalmente Lucy.
El suelo pareció abrirse a los pies de Claudia.
– ¿Enamorarme de David? -estalló-. ¡Debes de estar loca! No hay peligro de que me enamore de él. ¡Ni siquiera me gusta como hombre!
– ¡De acuerdo! -aceptó Lucy, levantando las manos con gesto de rendición-. Era sólo una idea por algo que me dijo Patrick la otra noche.
– ¿Qué sabe Patrick?
– Simplemente me dijo que hay una especie de conexión entre tú y David, y entiendo lo que dice.
– ¿Conexión? ¡No seas ridícula!
– Puede que conexión no sea la mejor palabra para describirlo -dijo Lucy, tratando de tranquilizarla-. Lo que ocurre es que, aunque David y tú estéis cada uno en un extremo de una habitación, de alguna manera estáis juntos, o por lo menos parecéis estar pendientes uno del otro. Como si hubiera entre vosotros una corriente eléctrica.
– ¡Eso es una idiotez! No me había dado cuenta de que Patrick y tú tuvierais tanta imaginación, Lucy. No hay nada entre David y yo y nunca lo va a haber -aseguró, en voz demasiado alta-. Tengo que fingir que soy su esposa porque no quiero que Patrick pueda tener problemas con su jefe, pero si no fuera por eso, no tendría ningún interés en conocerlo.
Claudia se dio cuenta de que su reacción estaba siendo exagerada y Lucy, en vez de convencerse, parecía cada vez más intrigada.
– Lo siento. No tenía que haberme puesto así, pero el amor me parece un asunto un poco delicado en este momento. No quería decir nada porque sé que empezó todo como una broma, y de todas maneras creo que es inútil, pero… bueno, estoy locamente enamorada de Justin. Me enfado porque es evidente que no voy a tener la oportunidad de estar a solas con él, porque volveré a casa sin saber lo que hubiera pasado si las cosas hubieran sido diferentes.
– Lo siento muchísimo -dijo Lucy con humildad, abrazando a su prima-. No sabía que te gustara tanto Justin, pero siempre puedes volver cuando David no esté. Estoy segura de que Justin y tú podíais llevaros bien si él supiera que no estás casada.
– Puede que sí -admitió Claudia, que no estaba en ese momento pensando en Justin, sino en la horrible posibilidad de que David no estuviera.
¿Cómo habría sucedido todo si ella hubiera tomado un avión diferente y hubiera conocido a Justin como Lucy había planeado? Desde luego era amable, atento y un buen compañero, pero no creía que pudiera enamorarse de él. No hacía palpitar a su corazón cada vez que entraba en una habitación donde estaba ella, ni encendía todo su cuerpo con una simple sonrisa.
Como hacía David.
¡Oh, no! No era posible que fuera tan estúpida como para haberse enamorado de David Stirling, pensó, deteniéndose de repente. No podía enamorarse de alguien a quien disgustaba tanto.
¿O sí?
Reflexionó sobre ello con amargura. Desde luego no había sido así como se había enamorado de Michael. Con él había sido una fantasía romántica que la había dejado ciega para ver los defectos, las mentiras.
Con David no había romanticismo. Él era frío e irritable y lo único que le importaba era aquel maldito contrato. Ella no le importaba lo más mínimo, es más, la despreciaba, le disgustaba tocarla, incluso cuando ocurría por accidente.
Con la cafetera en las manos, Claudia siguió caminando. No había ninguna razón para que se enamorara de David, excepto que se encontraba a salvo cuando estaba a su lado. Excepto que no podría soportar vivir sin él.
Además, ya estaba enamorada.