CAPÍTULO 3

LA SONRISA de Amil quedó congelada un segundo en su rostro.

– ¿Su marido?

– David. ¿No sabía que estoy casada?

– No -dijo Amil, tratando de recuperarse de la sorpresa-. Debe perdonarme, pero creí que viajaba sola cuando conversamos hace un rato.

– Lo siento, debí presentarlos -dijo Claudia, con expresión inocente-. Estaba sentado a mi lado en el avión. Soy terriblemente cobarde en los aviones y tuvo que darme su mano durante todo el trayecto.

Era evidente que Amil se había dado cuenta del gesto.

– ¿Ése era su marido?

– Por supuesto -respondió, abriendo mucho los ojos-. No iba a tomar la mano a un desconocido, ¿no cree?

– Claro que no -admitió Amil con una sonrisa. Claudia pudo ver cómo el hombre pensaba un segundo, tratando de ordenar la mente-. Por supuesto, estaré encantado de llevarles a su marido y a usted.

– Es usted muy amable -replicó agradecida, pensando que quizá no habría hecho falta mentirle. ¿Cuándo va a salir?

– Lo antes posible.

– Iré a decírselo enseguida a David. No tardaré nada.

Desde el otro lado de la sala, David la vio acercarse apresuradamente, todo sonrisas. Esta vez se preparó a sí mismo, controlando la respiración.

– ¿Por qué estás tan contenta?

– He conseguido que nos lleven a los dos a Telama'an. Salimos ahora mismo.

– ¿Que has conseguido qué?

– Amil va a llevarnos allí.

– ¿Quién demonios es Amil?

– Estaba sentado al otro lado del pasillo, a mi altura, en el avión -explicó, pensando que David tendría que alegrarse más de la noticia.

– Ah, sí. El hombre con el que estabas flirteando descaradamente. ¿Por qué no me lo dijiste así?

– Pues si estaba flirteando, estaba haciéndolo con el hombre perfecto y ha valido la pena. Tiene un coche esperándolo ahora mismo.

– ¿Cómo lo ha conseguido? -preguntó David, todavía sospechando. Ella hizo un gesto de impaciencia.

– Tenía amigos aquí y los ha llamado por teléfono. ¿Y qué importa, de todas maneras? Lo importante es que tiene que estar mañana también en Telama'an y que tiene sitio para nosotros.

David la miró acusadoramente.

– ¿Y yo también entro en su generosa invitación? No he hablado una palabra con ese hombre y, después de cómo lo mirabas, juraría que lo último que desea es que vaya yo de carabina.

– Bueno, eso te lo iba a explicar ahora… Le he dicho que eres mi marido -añadió en voz baja.

– ¿Que le has dicho qué? -gritó David. Claudia le hizo un gesto de silencio.

– Le he dicho a Amil que estamos casados -susurró.

– ¿Y por qué demonios le has dicho eso?

– He tenido que hacerlo -Claudia miró hacia atrás nerviosa, temiendo que Amil se acercara antes de que a ella le diera tiempo a explicarle todo a David-. No podía ir yo sola con él. No lo conozco nada, sólo sé que tiene un coche.

– Tampoco sabes nada de mí, pero eso no te ha impedido proclamar que estamos casados.

– Tú eres amigo de Lucy y Patrick, así que es como si te conociera un poco. De todas maneras, creí que ibas a estar agradecido -añadió.

– ¿Agradecido? ¿Agradecido por tener que fingir que estoy casado con alguien como tú? -protestó furioso. ¿Cómo se atrevía a meterle en ese juego estúpido? ¡El descaro de esa mujer era increíble!

Incluso Alix se habría pensado dos veces antes de acercarse a un perfecto desconocido y proponerle algo así.

– ¡Debes estar bromeando!

– Escucha, dijiste que querías llegar a Telama'an mañana y ésta es la oportunidad que esperabas. Incluso aunque consiguieras un coche, tendríamos que esperar todavía a que viniera el autobús para llevarnos a la ciudad y eso puede suponer varias horas. Y luego, tendrías que encontrar el coche y hacer el trato… Hasta las doce de la noche por lo menos no íbamos a ponernos en camino. ¡Si vamos con Amil a esa hora estaremos cerca de Telama'an!

David se quedó pensativo y Claudia entonces decidió convencerle con un chantaje emocional.

– Por favor, ven. Mañana cumpliré treinta años y no quiero pasar mi cumpleaños aquí.

– ¿O es que tienes miedo a desperdiciar la posibilidad de conocer a Justin Darke?

– Los dos queremos estar cuanto antes en Telama'an, ¿no es así? Eso es lo que importa, ¿no?

– Lo único evidente para mí es cómo algunas mujeres están dispuestas a todo por conseguir su hombre -dijo David, dividido entre el deseo de ponerse en camino lo antes posible y el rechazo al método que Claudia estaba empleando para conseguir lo que quería.

Claudia volvió a mirar hacia atrás. En la entrada Amil la miraba, le hizo un gesto y el hombre comenzó a caminar hacia ellos.

La muchacha se volvió corriendo hacia David. Si quería que le suplicara, lo haría.

– Por favor, ven -rogó-. Tienes que comprender que no puedo ir yo sola y tú no tienes otra alternativa.

– ¡Sí, sólo puedo comportarme como si fuera el estúpido que se ha casado contigo!

– Por favor, di que sí -suplicó temerosa-. Viene hacia aquí. ¡Por favor!

– ¡Aquí están! Creí que se habían perdido -declaró educadamente Amil, disimulando su impaciencia.

Claudia se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa amplia.

– Siento haber tardado tanto. Estaba hablando a mi marido de su generosa oferta -explicó, mirando a David que tenía una expresión impasible. Claudia dio un suspiro profundo y rezó por que no la dejara sola-. Amil, éste es mi marido, David Stirling.

Hubo una pausa que a Claudia se le hizo eterna. No se atrevía a mirar a David y éste a su vez estaba incómodo por la extraña situación en la que se veía metido. Esa mujer no tenía derecho a meterlo en sus ridículas mentiras y luego quedarse mirándolo de ese modo, con aquellos ojos grises y ese cuerpo delgado y duro, esperando, casi expectante a ver si él la denunciaba o no.

¿Qué haría ella si le decía a Amil que la había conocido esa misma mañana y que no se casaría con ella aunque le pagaran? Seguro que se ponía a llorar y eso David no lo soportaría. ¿No sería una escena mucho más embarazosa? Y de todas maneras, él quería llegar a Telama'an…

– ¿Qué tal? -dijo, extendiendo la mano, sintiendo que había pasado un punto del que no había vuelta atrás-. Es muy generoso por su parte ofrecerse a llevarnos. Espero no darle demasiadas molestias.

– No se preocupe -contestó Amil, estrechando su mano-. Me alegrará tener compañía.

Claudia dio un suspiro de alivio y juntó las manos. Amil se volvió hacia ella, preocupado.

– Tenemos un largo camino por delante. Estoy impaciente por llegar a Telama'an lo antes posible, así que había pensado salir inmediatamente, pero si están cansados…

– No estamos nada cansados -dijo Claudia con firmeza-. Lo único que queremos es salir enseguida -añadió mirando a David-. ¿No, cariño?

David le devolvió la mirada con cara seria.

– Sí, quiero llegar lo antes posible -admitió.

– Bien -si a Amil le pareció extraña la relación entre ambos, fue demasiado educado para mostrarlo-. Entonces, bien, el coche está fuera. Los esperaré hasta que consigan sus maletas.

David esperó a que Amil se alejara para acercarse a Claudia.

– ¿Qué es eso de cariño?

– La gente casada siempre se dice cosas así -respondió alegremente, mientras se encaminaban hacia donde estaban las maletas-. Creí que sonaría convincente.

– Convincente o no, si crees que voy a llamarte yo así, estás equivocada.

Claudia se detuvo, con una mueca de disgusto.

– ¿Ya no me amas? -dijo, mordiéndose el labio inferior.

David no estaba para bromas.

– No estoy de humor para juegos estúpidos -advirtió-. Si no fuera porque el hombre quiere salir en este momento, le habría dicho lo mentirosa que eres y te habría dejado sola para que se lo explicaras.

– Oh, no seas tan cruel -protestó, indiferente-. Por lo menos no tenemos que quedarnos aquí horas esperando a un autobús fantasma.

– Estoy empezando a pensar que cualquier cosa es preferible a soportar que me llames cariño.

– Ven a recoger tu maleta, cariño.

Poco después, abriéndose paso entre el grupo de personas, encontraron a Amil esperando cerca de la estación, al lado de una vieja furgoneta. Hablaba con dos hombres, pero levantó una mano en señal de despedida al verlos aparecer.

– Me temo que las maletas tendrán que ir atrás, en la cabina sólo hay sitio para los tres.

Recordando el comportamiento de Alix cada vez que tenía que enfrentarse a la más ligera incomodidad, David esperó a que Claudia protestara al tener que dejar su elegante maleta en la parte de atrás. Pero para su sorpresa, la mujer dejó el equipaje con decisión y subió a la cabina. Tampoco se quejó del asiento raído ni del ruido del motor al arrancar.

Pero lo cierto es que Claudia estaba tan eufórica con la idea de dejar Al Mishrab, que habría viajado en un camión de chatarra con alegría. Después del pasado año, en que todo le había salido mal, pasar su treinta cumpleaños allí sola habría sido el colmo. Pero en ese momento se dirigía hacia casa de Lucy y a la fiesta que la esperaba en Telama'an, como si la vida le hubiera permitido, finalmente, un descanso y ese viaje fuera un símbolo de que las cosas podían, después de todo, salir bien desde ese momento. Quizá ni le importara cumplir los treinta, pensó.

– ¿Cuánto tiempo cree que tardaremos en llegar a Telama'an? -preguntó a Amil.

– Depende de las carreteras -contestó-. Aquí hace mucho calor como para asfaltar, así que las carreteras son pistas que cruzan el desierto. Algunas veces la arena cubre la pista y es preciso intentar otro camino, arriesgándote a quedarte atascado en la arena. Pero si todo va bien, llegaremos a un diminuto oasis llamado Sifa esta noche. Son unas cuatro horas desde aquí. Luego otras doce o trece mañana para llegar a Telama'an.

De nuevo, David esperó las protestas de Claudia, y de nuevo se quedó sorprendido.

– Esperemos que no tengamos un pinchazo -fue todo lo que dijo.

David se la imaginaba calculando la hora en que llegarían a Telama'an. Sin duda, para imaginarse cuántas horas faltaban para estar cerca de Justin Darke, pensó con amargura, y sin saber por qué, se estiró incómodamente en el asiento.

La cabina estaba diseñada para que dos personas fueran cómodas. Amil y el conductor tenían un sitio cada uno, pero David y Claudia estaban en asiento y medio, y era imposible evitar tocarse el uno al otro. De hecho, David se echaba hacia la puerta para dejar a Claudia un poco más de sitio y había puesto el brazo por detrás del asiento. Eso significaba que su mano yacía cerca de la cortina del pelo rubio de ella. Cuando respiraba, podía oler el perfume de ella y cada vez que la furgoneta daba un quiebro, notaba el calor de su cuerpo contra el suyo.

– La furgoneta tiene aire acondicionado, pero es lo único bueno que se puede decir. No es muy cómoda para este tipo de carreteras.

– No importa -respondió alegremente Claudia-. Estamos tan contentos que ni siquiera nos importa dónde dormiremos esta noche.

– Me alegra que diga eso. Hay una pequeña pensión en Sifa, pero no es un lugar de turistas y las habitaciones son muy sencillas.

– No nos importa -aseguró de nuevo, mirando a David-. No nos importa dónde durmamos, con tal de que estemos juntos.

– Si tuviera una esposa tan guapa, tampoco a mí me importaría -dijo Amil educadamente.

Claudia entonces se apretó contra David, sabiendo lo que le molestaba.

– ¿Te lo puedes creer, cariño? Amil no sabía que estábamos casados hasta que se lo dije.

– Es extraordinario -fue su contestación.

– La verdad es que habíamos discutido -continuó Claudia, volviéndose hacia Amil-, la primera pelea que tenemos, y estábamos ignorándonos el uno al otro.

David la miró.

– Estoy seguro de que Amil no está interesado en nuestras discusiones, cariño -declaró él, antes de que ella siguiera contando más estupideces.

– ¿Llevan mucho tiempo casados?

– Sí -dijo David, a la vez que Claudia contestaba negativamente.

Hubo un silencio.

– Dice eso porque es como si lleváramos juntos toda la vida -dijo Claudia, con una risita que estaba segura de que molestaría a David-. La verdad es que nos casamos la semana pasada.

– ¡La semana pasada! ¿Entonces esto es su luna de miel?

– No -contestó rápidamente David-. Estoy aquí por motivos de trabajo y Claudia quería ver a una prima que vive en Telama'an.

– ¡Qué mentiroso, cariño! Sabes que no soportarías dejarme en casa.

En ese momento, Amil se concentró en la carretera, llena de arena en ese trayecto y David aprovechó para mirar furiosamente a Claudia, que hizo como si no se enterara de nada.

– ¡Cuidado con mi pie! -exclamó inocentemente.

– ¿Usted también trabaja en televisión, David? – preguntó Amil.

– ¡No! Yo soy ingeniero.

– Entonces, ¿trabaja en la base aérea que están construyendo en Telama'an?

Era evidente que Amil conocía el proyecto y ambos hombres comenzaron a hablar de algunos temas técnicos que pasaron indiferentemente por los oídos de Claudia. Esta los dejó hablar, alegre por estar tan cerca de Lucy, al tiempo que luchaba por no notar el cuerpo duro y esbelto de David, cada vez que la furgoneta pasaba un bache. Intentó concentrarse, en lugar de ello, en lo maravilloso que iba a ser cuando llegara al día siguiente a casa de Lucy. El viaje merecía la pena sólo por ver a su prima de nuevo.

Dejó su mente vagar y se entretuvo en pensar cómo sería Justin Darke. Esperaba que fuera tan encantador como Lucy le había dicho. Hasta ese día incluso había tenido una imagen clara del rostro de Justin, pero en ese momento los rasgos de David se entrometían de manera irritante.

Lo había conocido sólo hacía unas horas y ya podía recordar su rostro con cada mínimo detalle: la línea dura de sus pómulos, los ojos grises observadores, la boca firme… Era curioso recordar que había pensado al principio que era una persona de lo más vulgar. No se le podía llamar guapo, pero desde luego no era vulgar.

Siguieron el viaje. La pista parecía acabar en el horizonte, donde el sol se estaba poniendo con un despliegue de rojos y naranjas. Hechizada por el paisaje sin cambios, la cabeza de Claudia comenzó a seguir el movimiento de la furgoneta.

David se volvió hacia ella, notando que estaba casi dormida. ¿O quizá estaría pensando en Justin Darke? Lo cierto era que no había nada malo en Justin, sólo que no sabía si sería bastante hombre para manejar a Claudia. Ella lo desbordaría, pensó David.

Le resultaba difícil creer que la conocía sólo desde hacía unas pocas horas. Le parecía una persona intensa y exasperantemente familiar a esas alturas. Era como si su olor, el color de su cabello y la forma de su barbilla fueran parte de su vida. Tenía tanta sensualidad y atractivo como Alix, sólo que Alix no tenía ese brillo de malicia en los ojos. Y ella tampoco habría consentido nunca en montar en un vehículo como ése. Y menos aún, habría recorrido medio mundo pensando que podría encontrar un marido. Alix era capaz de encontrar un marido sin salir de casa, recordó con cierta amargura.

Se fijó en que Claudia estaba dando cabezadas. ¿Y si quería dormir, por qué no echaría la cabeza hacia atrás?, se preguntó David, sin darse cuenta de que entonces ella descansaría la cabeza sobre el brazo de él. La furgoneta dio una serie de saltos bruscos, por lo que Claudia se despertó por un momento, para inmediatamente volver a cerrar los ojos.

– ¡Por amor de Dios! -murmuró David y rodeó a la muchacha con su brazo, haciendo que apoyara la cabeza sobre su hombro. Claudia pareció resistirse, pero estaba tan dormida que pronto se adaptó a la comodidad que le ofrecía el fuerte brazo de él.

David se echó un poco más hacia la puerta, para dejarle más sitio. Ella se acomodó contra él y giró el rostro hacia su cuello, con un pequeño murmullo. En la oscuridad, David sentía la respiración de Claudia lenta y suave contra su piel. Sin darse muy bien cuenta de lo que hacía, David apoyó la mejilla contra el cabello de ella.

Amil les echó una mirada, fijándose en que Claudia estaba dormida. Así que bajó la voz para no despertarla.

– Es usted muy afortunado por tener una mujer como ésa. Ésta es una de las peores carreteras del país y, aunque se haya cansado, no se ha quejado ni una sola vez.

– Así es -admitió David, mientras sentía el calor que desprendía Claudia.

– Además, es muy bonita.

A David se le tensó el brazo que la rodeaba de un modo inconsciente, como si estuviera celoso.

– Sí, supongo que lo es.

Amil se sintió defraudado por esa respuesta tan escueta.

– No queda mucho para llegar al oasis. Sólo espero que haya alguna habitación libre en la casa de huéspedes. Desgraciadamente, esta zona del país no tiene hoteles, ya que no es una zona turística.

– No -sonrió David-. Nosotros vamos a hacer un hotel en Telama'an, pero me temo que no estará listo para esta noche.

– ¿Dónde va usted a dormir? Sé que se han construido unas casa para los ingenieros. ¿Va a usted a quedarse con sus colegas?

– Hasta ahora, siempre me he quedado con ellos, pero esta vez el jeque Saïd ha tenido la amabilidad de invitarme a su palacio.

Amil pareció sorprendido.

– ¿Va a quedarse con mi tío?

– ¿Su tío?

– ¿No se lo he dicho? Sí, por lo que parece nos dirigimos al mismo sitio. Si mi tío los ha invitado, entonces son huéspedes de honor -añadió Amil con gran solemnidad.

David hizo una mueca en la oscuridad. Si Amil iba al mismo sitio que ellos, Claudia no podría separarse de él. En caso contrario, le iba a ser difícil explicar qué había hecho con su esposa.

El cerebro de David se puso a trabajar.

– Lo que sucede es que el jeque no sabe que viajo con mi esposa, ya que nos hemos casado hace muy poco. Por lo que me parece descortés aparecer con otro invitado sin haber avisado antes. Creo que lo mejor será que nos quedemos con una prima de Claudia.

– Eso no será necesario -dijo Amil cariñosamente-. Estoy seguro de que mi tío estará encantado de hospedar también a su nueva mujer.

– No me gustaría abusar de… -comenzó a excusarse David, pero el otro hombre hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.

– Eso no es un abuso. En mi país la hospitalidad es una tradición. Además, mi tío se enfadará si se entera de que su mujer no quiere ir a su palacio.

David hizo un último intento.

– No era mi intención ofenderlo. Pero me imagino que el jeque podrá entender que Claudia no podrá verse con su prima tanto como querría si duerme en el palacio. Ya sabe usted que los ingenieros viven algo alejados de la ciudad y sin coche…

– Ese problema es fácil de resolver -insistió Amil-. Mi tío tiene muchos coches. Estoy seguro de que pondrá uno a su disposición para que usted y su esposa puedan entrar o salir de palacio cuando gusten.

David no pudo hacer otra cosa que poner la mejor cara que pudo.

– Es usted muy amable -dijo, esperando que su voz no sonase tan desanimada como él se sentía.

Siguieron el camino en silencio. David se puso a pensar en todo lo que le diría a Claudia cuando se despertase. Al fin y al cabo, ella había sido la que le había dicho a Amil que eran marido y mujer.

Claudia no se despertó hasta que la furgoneta se detuvo frente a una casa baja. Se estiró y bostezó, mientras Amil bajaba a preguntar si había habitaciones libres. Luego, intentó recordar dónde se encontraba y qué estaba haciendo allí.

– Despierta, Claudia -la voz de David hizo que se terminara de centrar y se levantó de un salto como si le hubieran echado un cubo de agua fría por la cabeza.

¿Qué estaba haciendo ella apoyada en David Stirling?

– Lo siento. No me di cuenta… parece que me he quedado dormida sobre ti.

– Al menos no tuve que aguantarte todo el rato llamándome cariño -dijo David, intentando ocultar la pérdida que sentía al ver que ella se había levantado.

Amil, mientras tanto, había estado manteniendo una conversación en árabe con alguien a través de la puerta, y en ese momento se giró y volvió a la furgoneta.

– Tienen dos habitaciones, pero me temo que son demasiado sencillas.

Sencillas era la palabra correcta. A Claudia y David les enseñaron un cuarto pintado de blanco con mobiliario rústico. La mirada de Claudia recorrió las paredes desnudas hasta llegar a la cama. Nunca se le hubiera ocurrido que tendrían que compartirla.

David se dio cuenta de lo que estaba pensando. Luego se volvió hacia el propietario de la casa para asegurarle que la habitación estaba bien. Finalmente, cerró la puerta tras de él.

– Espero que estés satisfecha.

– ¿Qué vamos a hacer? -Claudia se sentó en una silla y miró hacia la cama con desmayo.

– No se tú, pero yo voy a lavarme y luego me iré a dormir -dijo David, que estaba cansado e irritado y no tenía ninguna gana de discutir con ella.

– Me refería a la cama- dijo ella.

– Fue idea tuya lo de hacernos pasar por un matrimonio. ¿Que esperabas, una habitación para ti sola?

– Lo que no me esperaba es que acabásemos compartiendo la cama -dijo Claudia-. Además, la cama es tan pequeña que no cabrían ni dos insectos. Así que imagínate dos personas…

– ¿Y qué quieres que haga?

– ¿No podríamos preguntar si tienen otra cama?

– Si la hubiese, Amil la tendrá para él. Si quieres llamar a su puerta y pedirle que te deje dormir en su cama porque no te apetece dormir con tu marido, adelante, pero no me pidas que vaya contigo. Yo creo que ya ha hecho suficiente por nosotros hoy.

Claudia se levantó y comenzó a caminar nerviosa, con las manos entrelazadas.

– Habrá algo que podamos hacer. ¿No habrá un colchón de sobra en algún sitio? Se podría poner en el suelo.

– En este lugar no creo que tengan muchas cosas de sobra- dijo David con gesto de impaciencia-. Y no creo que aguantaras ni cinco minutos en el suelo, notando cómo te pasan las cucarachas por encima.

En ese momento una cucaracha salió de detrás del lavabo.

– ¡Ahí! -exclamó Claudia horrorizada, mirando a David-. Sin embargo, tú no pareces temer a ningún bicho de esos. ¿Por qué no duermes tú en el suelo?

– ¿Y por qué iba yo a dormir en el suelo? -preguntó, frunciendo el ceño-. ¡Yo no he estado las dos últimas horas durmiendo como un bebé! No siento el brazo que ha servido de almohada tuya, así que, si te molesta compartir la cama, puedes pasar la noche en una silla. Yo necesito dormir.

David, al hablar, se iba quitando la camisa sin ninguna vergüenza, la metió en la maleta y probó el grifo. Sonó un ruido y a los pocos segundos salió un chorro de agua sucia. Para sorpresa de David, incluso había un tapón. Lo puso y observó cómo se llenaba el lavabo.

Claudia se fijó inmediatamente en su torso desnudo. Deseó en ese momento ser tan despreocupada como él, pero no estaba acostumbrada a compartir habitación con un hombre al que había conocido ese mismo día. Y desde luego no estaba acostumbrada a hombres como David Stirling, que desde el principio la había hecho sentirse incómoda y torpe como una colegiala en su primera cita. ¡Cómo desearía ser una de esas mujeres de treinta años, seguras de sí mismas, sabiendo en cada momento cómo comportarse! Le faltaba poco para cumplir los treinta, pero por su comportamiento, Claudia parecía ir a cumplir veinte, o menos.

¿Qué era lo que tenía ese hombre que la hacía ponerse tan nerviosa? Se cruzó de brazos y trató de concentrarse en las paredes desconchadas, pero sus ojos traidores volvían a donde David estaba de pie refrescándose la cara y el cuello, totalmente ajeno a su presencia.

Tenía un cuerpo bonito, lo admitía: hombros impresionantes, caderas estrechas, espalda lisa. Entonces recordó la fuerza y seguridad que ese cuerpo le había dado poco antes de que se quedara dormida sobre él en la furgoneta. No lo entendía muy bien, porque aunque sí era cierto que David la había ayudado a tranquilizarse cuando el motor del avión había fallado, el resto del tiempo había sido grosero y desagradable.

¿Entonces, por qué le preocupaba tanto dormir cerca de él?

– Podría dormir en el coche -se ofreció, con poca firmeza-. Puedo decirle a Amil que nos hemos peleado.

– Creo que ya has inventado demasiadas historias – contestó David suspirando, dándose agua en el pecho y en la cara-. Ya has creado suficientes problemas.

– ¿Qué quieres decir?

– Tuve una conversación bastante interesante con Amil mientras dormías. Parece que es el sobrino del jeque Saïd.

– ¿Sí? -preguntó, sin prestar demasiada atención. Estaba más preocupada por su futuro inmediato que por los lazos familiares de Amil-. ¡Qué coincidencia!

– ¿Verdad? -David se lavaba cuidadosamente con jabón-. Nos llevará hasta la puerta de palacio.

Claudia intuía que tenía que responder algo a eso.

– ¿Y?

– Que no voy a poder dejarte en manos de Lucy cuando terminemos el viaje -respondió David, mirando irónicamente a Claudia mientras se secaba.

– ¿Por qué no?

– Porque tú y yo vamos a fingir que somos una pareja mientras estemos en Telama'an.

– ¿Qué?

– Lo que has oído. Le dijiste a Amil que eras mi esposa y ahora vas a tener que continuar la farsa.

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