CAPÍTULO 4

– PERO… ¡Eso es ridículo! ¿Por qué íbamos a tener que hacerlo?

– Piensa un poco. Yo estoy invitado al palacio del jeque y Amil nos va a presentar como matrimonio. ¿Qué va a pensar si desapareces nada más llegar?

– Seguro que podemos inventarnos algo -gritó Claudia, al borde de la desesperación-. Podemos decir que Lucy está enferma o que…

– Créeme, lo intenté todo -interrumpió David, tirando la toalla sobre la cama-. ¡A mí no me gusta más que a ti esta locura! Intenté convencer a Amil de que sería mejor que tú te quedaras con tu prima, pero no quiso escucharme. Dice que los dos seremos los invitados de honor de su tío.

– ¡Pero no puedo pasarme estas dos semanas haciendo que soy tu esposa!

– Tendrás que hacerlo.

– Pero… pero… ¡Pero Lucy está esperándome! – consiguió decir finalmente-. Mis planes se vendrán abajo si tengo que pasarme las dos semanas de vacaciones contigo.

– Francamente, Claudia, tus vacaciones no me importan -dijo con impaciencia-. Yo estoy aquí para asegurar el futuro de la empresa de ingenieros GKS y el proyecto de Telama'an. El jeque Saïd es una persona muy difícil. Puede ser encantador, pero tiene un sentido de la familia muy fuerte y puede ofenderse. Si se entera de que hemos mentido sobre nuestro matrimonio para conseguir que su sobrino nos lleve, entenderá que no confiábamos en Amil.

El rostro de Claudia estaba en silencio y era evidente que no iba a cooperar. Los labios de David se apretaron. Lo menos que Claudia podía hacer era intentar comprender su situación.

– Escucha: llevo dos años intentando crear una buena relación con el jeque. El hecho de que me haya invitado en su palacio puede significar que está dispuesto a darnos el contrato para la fase siguiente, pero no hay nada firmado aún y tenemos todavía varias reuniones pendientes. Si no hay problemas entre nosotros, todo irá bien, pero si algo no le gusta o se enfada, puede firmar el contrato con otra empresa. ¡No he llegado hasta aquí para tirar todo por la borda sólo porque tú quieras pasarte las vacaciones persiguiendo a ese Justin Darke!

¿Por qué demonios había mencionado aquella estúpida predicción? Claudia miró fijamente a David con sentimiento de frustración.

– No tengo intención de perseguir a nadie -intentó, pero David sólo hizo un gesto.

– Sí, claro, tú vas a dejarlo todo al destino, ¿no era eso? Pues bien, o el destino tiene sentido del humor, o un sentido pésimo del tiempo. Me imagino que ese Justin está esperándote, pero yo voy a ser el desgraciado que estará pegado a ti durante las próximas dos semanas.

– David, lo único que quiero es pasar las vacaciones con mi prima -suplicó Claudia-. De verdad que no me importa nada más por el momento.

– Puedes pasar tus vacaciones, pero fingiendo ser mi esposa. Las habitaciones del palacio son bastante independientes y tú serás libre de ir y venir como te plazca. Yo estaré ocupado en reuniones, así que nadie se sorprenderá de que estés la mayor parte del día con Lucy.

– No son los días lo que me preocupan.

– No he planeado noches locas de amor apasionado, si eso es lo que te preocupa.

– La idea nunca pasó por mi mente -respondió con frialdad.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– El problema es que éste ha sido el peor año de mi vida y lo único que quería era escapar. Y ahora que consigo escapar voy a tener que desperdiciar mis dos semanas de vacaciones pretendiendo ser la mujer del hombre más arrogante y desagradable que he tenido la mala suerte de conocer. Además, tengo que hacerme a la idea de entrar en la edad media de la vida en tu compañía, en vez de con mis amigos. ¿Crees que no es suficiente problema?

– ¿Por qué no te olvidas de los treinta? No son diferentes de cualquier otra edad.

– Para mí lo serán. Voy a tener una crisis y no quiero pasarla contigo.

– En ese caso, tendrás que arreglártelas sola, ¿no crees? -dijo impasible-. Me imagino que no hace falta recordarte que todo esto es culpa tuya. A mí no me encanta la idea de pasarme dos semanas enteras con la mujer más tonta y más exasperante que he conocido en mi vida -añadió, con brutalidad-. Desgraciadamente, es demasiado tarde para dar marcha atrás, de manera que en Telama'an seremos una pareja a ojos de todo el mundo hasta que te deje en el avión que te saque del país. Y créeme que espero ese momento con impaciencia.

– ¿Y qué ocurrirá si me niego a comportarme como tu esposa? -dijo Claudia desafiante, levantando la barbilla-. Podría decirle la verdad a Amil mañana por la mañana. Estoy segura de que no nos dejará aquí.

– Podrías hacerlo. Y yo también le diré a Justin Darke lo que estás haciendo aquí.

Los ojos de ambos se encontraron. Claudia estuvo a punto de decirle que hiciera lo que quisiera, pero podría ser bastante embarazoso para Lucy y el tal Justin Darke; y no digamos para ella, si David se dedicaba a proclamarlo a todo el mundo. Ella sabía bien cómo los rumores se extendían y nadie creería luego que ella sólo había estado bromeando.

También sabía que no podía en realidad echar la culpa a David de la situación.

Un sentimiento de derrota la invadió, y se dejó caer en una silla con los ojos bajos.

– No puedo creer lo que me está pasando -dijo, al borde del llanto-. ¡Ojalá no hubiera oído hablar nunca de este país! Primero el avión se retrasó, luego casi estalla, luego hubo que elegir entre pasarse dos días en un barracón inmundo o atravesar el desierto en la furgoneta más incómoda que se pueda uno imaginar, y ahora esto. ¡Cumplir años en medio de ninguna parte y fingir que estoy casada cuando lo único que quiero es divertirme!

David la observó sentada en la silla, con su pelo rubio detrás de las orejas de cualquier modo y el rostro compungido, intentando no llorar. No estaba seguro de si le apetecía ponerla sobre las rodillas y darle un par de azotes, o tomarla en sus brazos y decirle que todo iba a salir bien.

– Dejémoslo ahora. Ambos estamos cansados y puede que no nos parezca todo tan malo mañana por la mañana. ¿Por qué no te refrescas un poco e intentamos dormir?

– Es una buena idea -admitió Claudia, haciendo un gesto afirmativo.

Se sentía tan cansada que no sabía si se podría levantar de la cama, y mucho menos prepararse para dormir.

Finalmente, David llenó el lavabo para ella, le encontró una toalla y le dio su neceser. Claudia, como un autómata, se quitó el maquillaje, se lavó la cara, se limpió los dientes y se aventuró hacia el baño por un pasillo oscuro. Cuando volvió, se había recuperado lo suficiente como para recordar el mayor de sus problemas: compartir la cama con David.

El estaba tumbado cuando ella entró, las piernas cruzadas y los brazos bajo la cabeza. Observó a Claudia con ironía cuando ésta se dio la vuelta y se puso una camiseta ancha, antes de quitarse el sujetador a través de las mangas y ponerse unas braguitas limpias. Hacía calor en la habitación y no sabía si resistiría llevar nada encima, pero por lo menos guardaría las normas mínimas de decencia.

David pensaba, evidentemente, que guardaba las normas dejándose los pantalones puestos, pero su torso desnudo era un problema. Claudia se preguntó si decirle que se pusiera una camisa encima, pero tampoco quería que él supiera que la molestaba.

Y no la molestaba, se dijo a sí misma. Después de todo, ¿no iba a cumplir treinta al día siguiente? Se suponía que estaba en el comienzo de la madurez y la inteligencia. ¡Así que no iba a alarmarse por un hombre desnudo de cintura para arriba!

Dio un suspiro profundo y se dio la vuelta. David se preguntó si ella sabría lo atractiva que estaba con la cara lavada y el pelo detrás de las orejas. Sus piernas parecían no tener fin bajo la camiseta. De repente, la muchacha estiró el dobladillo hacia abajo, como si se diera cuenta de que estaba enseñando demasiado muslo.

– ¿Apago la luz? -preguntó la muchacha.

David también pensó que sería más fácil en la oscuridad.

De manera que Claudia apagó el interruptor, al lado de la puerta, y volvió a la cama, intentando no pensar en cucarachas. Estiró las manos, y tocó sin querer el cuerpo de David.

Apartó la mano y se disculpó. Luego vaciló. ¿Qué hacer? ¿Tenía que meterse simplemente a la cama? Bien, todo era muy maduro e inteligente, pero ¿cómo una mujer madura e inteligente se metía en una cama con un perfecto extraño? ¿Se levantaría al día siguiente con treinta años y la respuesta en su cabeza?

La cama crujió y oyó a David cambiándose de postura.

– Hay mucho sitio -aseguró él.

Claudia tocó esa vez el colchón. Sería mejor sentarse primero dignamente en el borde de la cama, y luego levantar las piernas.

Desgraciadamente, la dignidad se evaporó cuando algo rozó sus pies. Con un grito, Claudia saltó a la cama, aterrizando sobre David.

– ¡Ay! -exclamó él, extendiendo instintivamente los brazos para apartarla-. ¡Es la primera vez que una chica salta literalmente a mi cama!

– Era una elección entre tú y una cucaracha -dijo, ruborizándose al sentir el contacto de su piel y tratando desesperadamente apartarse.

– ¡Me halaga! -exclamó David, sentándose para tratar de liberarse de los brazos de ella, más nervioso de lo que estaba dispuesto a admitir-. Y ahora, deja de molestar ya. Me levantaré y mataré a la cucaracha. Túmbate.

Claudia obedeció enseguida, colocándose bien la camiseta que se le había subido, y poniéndose a un lado de la cama. Lo cierto era que David no parecía el tipo de hombre que pensara en la seducción, pero eso no evitaba que ella se pusiera nerviosa y se agarrara al borde de la cama al notar que se acostaba.

– Tranquila -aconsejó David, mientras se tumbaba a su lado.

La cama era tan estrecha que era imposible no tocarse el uno al otro. David se dio la vuelta para colocarse espalda con espalda, pero entonces las piernas se le salían de la cama.

– Esto es ridículo -murmuró. Entonces se dio la vuelta para ponerse frente a la espalda de ella y dejó un brazo sobre el cuerpo de la mujer-. Así es mejor. Por lo menos no tengo que dormir suspendido en mitad de la nada. ¿Cómoda? -preguntó a Claudia.

– Oh, sí, claro – el sarcasmo era la mejor protección contra el inquietante contacto de aquel cuerpo tan cerca del suyo-. Estoy tumbada en un colchón estrecho lleno de rotos, con un hombre al que he conocido esta mañana. ¿Cómo no iba a estar cómoda?

– Podía haber sido peor.

– ¿Cómo?

– Podías seguir sentada en aquellas sillas de plástico en Al Mishrah, por ejemplo.

– Sería peor, me imagino -admitió de mala gana.

Pero eso no la ayudaba a ignorar la fuerza del cuerpo de David contra el de ella. Su espalda notaba cada una de las respiraciones del pecho de él, incluso notaba el vello de su antebrazo, que descansaba bajo su brazo desnudo. Si movía un poco la mano, podría acariciar ese vello. Ante la idea no pudo evitar estremecerse inexplicablemente.

– No puedes dejar de ponerte nerviosa cada vez que me muevo -dijo David, en tono resignado-. No voy a atacarte. A parte de otros motivos, estoy completamente agotado. Si muevo un brazo, es porque estoy intentando ponerme más cómodo, no porque vaya a hacerte nada, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -musitó, sintiéndose una estúpida.

– Intentemos entonces dormir un poco. Mañana va a ser un día muy largo.

¿Dormir? ¿Cómo era posible que ella pudiera dormir cuando tenía el corazón a punto de estallar y el cuerpo ardiendo? Claudia estaba tumbada rígidamente, escuchando la respiración tranquila y segura del hombre, envidiando su habilidad para relajarse tan completamente. Por otro lado, le molestaba la falta de interés en ella; aunque hubiera sido más peligroso, desearía que él se hubiera puesto más nervioso ante la situación. Cualquiera diría que dormía con desconocidas todos los días.

Quizá lo hacía, pensó Claudia y un suspiro diminuto escapó de su boca. No supo por qué, pero la idea era bastante inquietante.


La alarma del despertador despertó a David de un profundo sueño. Intentó abrir un ojo y vio la hora: las cinco de la mañana. Todavía era de noche. Dio un suspiro profundo e intentó recordar dónde estaba y para qué había puesto el despertador.

Rindiéndose al cansancio, David enterró el rostro en el cabello sedoso y aspiró la fragancia de una piel dormida de mujer. Casi inconscientemente, acarició el cuerpo suave que estaba relajado contra su propio cuerpo, y sin pensar en lo que estaba haciendo, la apretó un poco más y le dio un beso en el cuello.

Claudia se estiró adormilada, rindiéndose a un sentimiento de consuelo y seguridad. Un brazo fuerte la rodeaba y la apretaba contra un cuerpo duro y maravilloso. Instintivamente, se dio la vuelta y se apretó contra él. Luego empezó a besarlo en la barbilla.

Perdido entre el sueño y la conciencia, David pensó que era lo más natural y no se preguntó lo que estaba sucediendo. Lo único importante eran aquellos labios que encendían su cuello, todo el calor del cuerpo invitador que se apretaba contra él.

La apretó más fuertemente y besó su pelo, sus sienes, sus ojos, y entonces encontró la boca de ella buscando la suya. Como si de un sueño se tratara, se besaron tiernamente, despertándose poco a poco. Claudia pasó delicadamente sus brazos alrededor de su cuello, abandonándose al placer de esos labios que la exploraban con tanta sabiduría.

El movimiento del cuerpo femenino despertó al de David súbitamente; mientras los besos se hacían más profundos, él se colocó sobre ella, colocando la mano sobre el muslo femenino, levantando la camiseta para acariciar la curva de sus caderas y sus pechos, hinchados de placer. Claudia gimió y sus dedos buscaron la espalda masculina, mientras ella se arqueaba en un gesto silencioso de invitación.

David susurró palabras tiernas contra aquella piel de satén que besó una y otra vez. Estaba intoxicado por su dulzura, por la súplica de su cuerpo delgado, hasta que la ternura dejó paso al deseo y la apretó contra el colchón. Su boca entonces se hizo más insistente, sus manos…

– ¿David? ¿Claudia? ¿Están despiertos?

La voz que sonó a través de la puerta rompió por completo la sensación de irrealidad y ambos se quedaron helados. Los labios de David contra el cuello de Claudia, y los dedos de ella enredados en el pelo de él.

– ¿Claudia? -repitió David, completamente desorientado.

– ¿David?

La realidad, el recuerdo y la certeza golpearon a la vez a ambos, que se apartaron bruscamente horrorizados, demasiado impresionados para hacer otra cosa que mirarse el uno al otro a pesar de la oscuridad.

– ¡Son más de las cinco! -insistió Amil, en voz más alta.

– Estamos despiertos. Salimos en un minuto -dijo la voz de David. Sonó un poco extraña, pero Amil pareció darse por satisfecho.

– El desayuno estará listo en seguida -dijo, mientras se alejaba.

Se quedaron quietos durante lo que pareció una eternidad. Luego, David soltó un juramento y sacó las piernas de la cama. Se sentó en el borde y enterró la cabeza entre sus manos, luchando contra la excitación que sentía entre sus piernas.

– ¡Vaya una manera de despertarse! -consiguió decir finalmente.

– ¿Qué pasa? -preguntó Claudia, que parecía aún más desorientada.

– Debo de haberme quedado dormido -murmuró David, como para sí mismo-. Me desperté y había alguien y de repente… -se detuvo, levantó la cabeza y miró a Claudia, que estaba inmóvil, abrazada a la almohada-. Lo siento, no me di cuenta de que eras tú.

– Yo pensé… pensé…

Pero el problema era que no había pensado nada.

– Lo sé -dijo él-. No creo que ninguno de los dos supiéramos lo que estaba pasando.

Claudia humedeció sus labios.

– No -respondió, sin volver todavía a la realidad.

Su mente sabía que eran las cinco de la mañana y que Amil los había interrumpido, pero su cuerpo quería volver al sueño. ¡Sólo Dios sabía que hubiera pasado si Amil no les hubiera interrumpido!

Bueno, ella también lo sabía. Era evidente. Claudia sintió que su cuerpo se estremecía y se cubrió la boca, donde todavía podía sentir la mandíbula dura de él.

David se levantó con brusquedad y encendió la luz antes de echarse agua fría en la cabeza. Se secó con vigor y sacó una camisa limpia de la maleta. Sólo entonces se volvió y miró a Claudia, que seguía en la cama con la mirada perdida.

– ¿Estás bien? -preguntó él, mientras se abotonaba la camisa.

– Sí. Estoy bien.

– Voy a hablar con Amil -le dijo, con el propósito de dejarla sola-. No tardaré.

Las piernas de Claudia temblaban tan violentamente que cuando intentó levantarse se volvió a caer sobre la cama. Consiguió lavarse la cara, pero las manos le seguían temblando y no fue capaz de pintarse los ojos. Así que se limitó a peinarse. Seguidamente, se sentó en el borde de la cama y se miró en el espejo con una mueca, recordando que ese día cumplía treinta años. Se suponía que se despertaría siendo una mujer diferente, madura, segura, controlada… y no alguien que gemía en los brazos de un hombre que no sabía con quién estaba.

Claudia recordó el rostro de consternación de David. ¿A quién creería que estaba besando? Se levantó y pensó que lo único que le apetecía era esconderse y no tener que enfrentarse de nuevo a David.

Después de todo, los dos se habían comportado de manera estúpida. No había por qué hacer un escándalo. Si David creía que ella iba a montar un escándalo, se iba a quedar sorprendido. No, ella se comportaría de manera fría y tranquila, dejándole impresionado con su madurez. Además, así no sospecharía el efecto que habían causado sus manos en ella.

Era cierto, se dijo Claudia a sí misma, mientras se ponía unos vaqueros y una camisa azul. Era lo más sencillo y menos provocador que tenía. ¡No fuera a pensar David que estaba interesada en él! Su mente trató de olvidar los besos tiernos que habían compartido, la pasión silenciosa y lenta, y el placer que le habían provocado las manos de David sobre su piel. Ella había pensado que era Michael, simplemente eso.

Aunque en su interior, una voz le dijo que Michael nunca la habría besado de aquel modo.

Frunció el ceño y decidió olvidarlo. Era su cumpleaños y podía mentirse si le daba la gana.


Cuando llegaron a Telama'an doce horas más tarde, la mezquita llamaba a sus fieles a la oración. Habían dejado Sifa cuando comenzaba a amanecer y, en ese momento, el sol se ponía de nuevo, lavando los tejados de las casas y las callejuelas estrechas que se agolpaban en torno al oasis.

El palacio en cuestión estaba rodeado por un grupo de palmeras a las afueras de la ciudad. Para alivio de Claudia, fueron inmediatamente conducidos a las habitaciones de invitados, un edificio separado del palacio mismo, con un patio y una fuente rodeada por un estanque sobre el que caía el agua. Había un cuarto de baño, una sala y un dormitorio con una sola cama de matrimonio.

– Bien -dijo Claudia nerviosa, intentando no mirar la cama.

– Bien -admitió David, sarcástico-. Parece que has sobrevivido a tu treinta cumpleaños.

– Ni me he dado cuenta de que era mi cumpleaños.

– Siento que Sifa no fuera el lugar adecuado para comprarte una tarjeta y me disculpo por no haberte felicitado esta mañana. Tenía otras cosas en la mente cuando me desperté.

Las mejillas de Claudia enrojecieron inmediatamente. Había conseguido durante todo el día evitar los ojos de David, pero no había podido evitar sentir su presencia. Por mucho que se había agarrado a la guantera, cada bache, cada salto de la furgoneta habían provocado que chocaran. Los nervios de ella habían estado a punto de estallar.

Había deseado que ese terrible viaje se acabara cuanto antes, pero en ese momento se sentía mucho más nerviosa que durante las doce horas de viaje en la furgoneta. Amil los había llevado hasta la habitación y los había dejado solos.

– Mi tío vendrá a verlos mañana -se había despedido de ellos-. Espero que para entonces se encuentren ya descansados -e1 nombre señaló un jeep que se veía por la ventana-. El vehículo está a su disposición. Pueden usarlo cuando quieran. Si hay algo más que puedan necesitar, sólo tienen que llamar al timbre.

Claudia se preguntó si podría llamar al timbre y pedir que se pudiera olvidar de todo lo que había sucedido, o mejor todavía, que el reloj volviera a marcar las cinco de la madrugada y recomenzar el día de diferente manera. En vez de abrazarse a David, lo habría empujado bruscamente y habría salido de la cama. La tensión entre ellos no existiría en ese caso.

Observó a David un segundo. ¿No se daba cuenta de que el recuerdo de aquellos besos rasgaba el aire? ¿Cómo podía él bromear sobre ello? Así que tenía otras cosas en la mente, ¿no? Pues era evidente que en ese momento no pensaba en ellas, cuando lo vio sentarse en una silla y frotarse el rostro con gesto cansado.

– Necesito afeitarme -dijo, cerrando los ojos con un suspiro-. ¡Qué viaje!

Claudia sintió en ese momento unas tremendas ganas de acercarse a él y darle un masaje en los hombros y en el cuello. Afortunadamente, deseó con las mismas ganas demostrarle que los besos de aquella mañana tenían tan poca importancia para ella como para él. Puede que no fuera capaz de hacer un comentario sarcástico, pero podía hacerle pensar que tenía en ese momento otros pensamientos muchos más importantes que su afeitado.

Se dio la vuelta, tomó su maleta y la abrió.

– Me daré una ducha y luego saldré -declaró.

David abrió los ojos de par en par.

– ¿Dónde vas a ir?

– A casa de Lucy, naturalmente.

– ¿Ahora?

– ¿Por qué no?

– Claudia, ¿no puedes esperar a mañana?

– ¿Cómo lo has podido olvidar? -dijo, mirándolo con actitud sarcástica-. Tengo que conocer a JD esta noche o arruinaré mi destino.

David se cubrió los ojos con una mano.

– ¡Otra vez no! ¿Crees que un destino que te pone las cosas tan difíciles va a permitirte que conozcas hoy al hombre de tu vida?

– Claro que sí. Tengo que conocer a JD esta noche, pero aquí va a ser imposible, ¿no crees?

– Desde luego yo no voy a aguantar una fiesta donde tú tengas que conocer a todos los hombres cuyas iniciales sean JD. Además, ¿qué te hace estar tan segura de que Justin estará en casa de Lucy esta noche?

– No he dicho que vaya en busca de Justin Darke. Sólo he dicho que si JD está en casa de Lucy, tengo que ir allí para encontrarlo.

David dio un suspiro y se abrazó a las piernas.

– No tengo ganas de discutir. Si estás tan decidida a ir, iremos. Sólo tienes tres horas y media para encontrarte con tu destino -añadió, mirando el reloj.

– ¡No hace falta que vengas tú!

– ¿Y cómo piensas llegar hasta casa de Lucy?

– ¿No puedo ir en taxi?

– Lucy vive a cinco kilómetros y no conseguirás que te lleve ningún taxi a estas horas de la noche.

– Pues entonces puedo llevarme el jeep -insistió, decidida a no rendirse. No quería que David se inmiscuyera en el encuentro con Lucy y Patrick.

Ni quería tenerlo a su alrededor hasta que pudiera olvidarse del beso y tratarlo con el mismo desinterés con el que él la estaba tratando.

– Amil dijo que yo podía usarlo. Las mujeres no conducen en Shofrar.

– ¡Eso es ridículo!

– Estoy de acuerdo, pero es la costumbre aquí y tienes que aceptarla.

– En ese caso, llamaré a Lucy para que vengan a recogerme.

David se frotó la mandíbula.

– No hace falta que hagas eso. Ya te he dicho que te llevaré.

– Pero tú no quieres venir -protestó.

– No quiero quedarme aquí como un estúpido mientras la que se dice mi esposa se marcha por ahí la primera noche. Además, necesito ver a Patrick para explicarle la farsa en la que estoy metido y, si tú insistes en ir esta noche, no tendré otra elección que ir contigo. No me quedaré mucho tiempo, de todas maneras -advirtió-. Así que, si quieres darte una ducha antes, date prisa.

Minutos después, Claudia estaba bajo la alcachofa de la ducha y se decía a sí misma que no iba a dejar que el beso de David la molestara. Fue sólo un beso, después de todo. Además, ella tenía ya treinta años y debería de dejar de dar importancia a un beso que le habían dado sin ni siquiera saber que era ella a quien se lo daban. David parecía haber olvidado el incidente y ella iba a hacer lo mismo.

O por lo menos, lo iba a intentar. Las gotas de agua corrían por su espina dorsal. Todavía podía sentir el tacto de las manos de David sobre su piel, el gusto de su boca sobre sus labios, pero ella moriría antes de que él adivinara que lo recordaba con tanta claridad. Si David se daba cuenta, pensaría que estaba interesada en él. Algo que ella no iba a permitir.

No, que pensara que su corazón estaba en manos de Justin Darke. Que se diera cuenta de lo poco que le importaba él. ¡No iba a permitirle arruinar su viaje a Shofrar! Eran sus vacaciones y se iba a divertir.

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