CAPÍTULO 1

¡OTRA VEZ esa mujer! La boca de David esbozó una mueca de disgusto, al tiempo que la observaba avanzar, mirando el número de su asiento en la tarjeta de embarque. Era alta y delgada, con el cabello rubio ceniza y un aire de seguridad que la impedía darse cuenta de que estaba bloqueando el pasillo con el equipaje. Al conocerla, le pareció tonta y superficial y, en ese momento, le estaba poniendo nervioso. Su arrogancia le recordaba demasiado amargamente a Alix.

Desde luego era guapa, admitió David para sí, si te gustaba ese aire inteligente y superior. Él prefería las mujeres de rostro dulce y vestir femenino. Ella iba vestida con indudable elegancia y colores neutros: unos pantalones, una blusa de seda y una chaqueta ancha sobre los hombros. Tendría un aspecto mucho más delicado con un vestido bonito, pensó David, aunque si se parecía un poco a Alix, delicado sería una palabra no muy indicada para describirla.

La mujer seguía revisando los números iluminados y David miró al lugar vacío que había a su lado con una repentino presentimiento. Miró hacia arriba justo cuando los ojos de ella miraban hacia abajo, y ambas miradas se encontraron como reconociéndose. Entonces, él notó, esbozando una mueca casi divertida, que a ella tampoco le alegraba a sentarse a su lado.

No “alegrarse” era demasiado suave, Claudia estaba consternada. Después de una mañana de trabajo frenético y un caótico viaje al aeropuerto para tomar el vuelo de las siete desde Londres, no sólo tenía que tomar un avión que parecía pegado con pegamento y atado con cuerdas, también tenía que sentarse con aquel hombre sarcástico que la había hecho sentirse como una estúpida en Heathrow.

Por un momento, Claudia consideró la idea de pedir a la azafata que le cambiara el asiento, pero parecía que el avión iba bastante lleno y estaba segura de que el hombre sabía el número que había impreso en su tarjeta. Si se daba cuenta de que ella quería cambiarse, pensaría que le daba vergüenza sentarse a su lado y Claudia no tenía intención de darle aquella satisfacción.

De todas maneras, ¿por qué iba a dejarse intimidar por él? Aquel hombre parecía un ejecutivo sin ningún encanto y sin sentido del humor. Lo que tenía que hacer era simplemente ignorarlo.

La muchacha se sujetó más firmemente la bolsa sobre el hombro y miró el número. No se había equivocado, el asiento de al lado del hombre era el 12B. Justo cuando iba a pasar, en completo silencio, el hombre sacó unos documentos y enterró la cabeza en ellos. ¡Desde luego, no podía haber dejado más claro que pensaba ignorarla!

Los labios de Claudia formaron una línea apretada. Había algo en aquel hombre que la inquietaba. ¡Además, era ella quien quería ignorarlo! Pero no, pensó enseguida, sería mucho más divertido molestarlo. Después de dos horas y media de conversación frívola y superficial, el hombre iba a lamentar haber abierto la boca en Heathrow.

La idea hizo que los labios de Claudia se curvaran en una sonrisa de satisfacción. Después de todo, quizá disfrutara de aquel vuelo.

– ¡Hola otra vez! -dijo alegremente, sentándose al lado del hombre.

David, desconfiando de aquella sonrisa, hizo un gesto brusco con la cabeza y dijo algo entre dientes, antes de concentrarse de nuevo en la lectura. ¿Cómo podía ser tan descarada?

– ¡Vaya coincidencia que nos toque juntos! -continuó la muchacha, con voz animada-. No me di cuenta que también iba a Telama'an.

Claudia se inclinó hacia delante para colocar el bolso bajo el asiento y David fue consciente del perfume que emanaba su pelo rubio.

– ¿Por qué iba a saberlo? -respondió el hombre irritado, con la vista fija en el informe.

Pero Claudia, encantada al ver que la barbilla del hombre se tensaba más por la irritación, se negó a darse por aludida.

– Creí que se quedaría en Dubai -replicó-. Ya sabe, es divertido imaginar los destinos de los compañeros de viaje.

– No -dijo él.

Ella fingió ignorarlo.

– Sencillamente no le imaginaba en un lugar como Shofrar -declaró, recostándose en el asiento y mirándolo provocativamente.

– ¿Y por qué no? -replicó, a pesar de que seguía sin querer hablar con ella.

– Bueno, Shofrar parece un lugar tan excitante… – dijo la muchacha, felicitándose a sí misma por su estrategia, más divertida que un silencio incómodo y frío.

– ¿Por qué no dice abiertamente que piensa que soy una persona demasiado aburrida para ir allí?

– ¡Oh! No quería decir eso -exclamó, abriendo mucho los ojos.

David cometió el error de mirar dentro de aquellos ojos y descubrió que eran enormes y de un color extraño entre el azul y el gris.

– Es sólo que Shofrar parece muy primitivo y subdesarrollado, un lugar romántico -replicó. El hombre consiguió apartar la vista-. Cuando lo vi en Heathrow, pensé que parecía demasiado convencional para el país -Claudia en ese momento se tapó la boca con la mano, como si hubiera dicho algo sin pensar-. ¡Oh, cielos! Creo que he sido un poco grosera, ¿no? No era mi intención -mintió-. Diré mejor que parecía una persona estabilizada y de confianza. Usted parece el tipo de hombre que nunca daría a su esposa un motivo de preocupación y que siempre que fuera a llegar tarde la llamaría.

David se sintió irrazonablemente molesto por aquellas virtudes. Estabilidad y confianza siempre fueron cualidades para él valiosas, pero en boca de aquella mujer sonaban a aburridas y estúpidas.

– No tengo esposa. Y puede que le interese saber que he viajado muchas veces a Shofrar, seguramente mucho más que usted. Le diré más: no es un lugar romántico, es duro. Hace mucho calor y es poco fértil, con pocas comunicaciones y sin facilidades para los turistas. Usted es quien va a sentirse fuera de lugar en Telama'an, no yo. Puede que parezca convencional, pero conozco el desierto y estoy acostumbrado a sus condiciones. Usted es demasiado caprichosa. ¡Oh, cielos! Eso ha sido un poco grosero, ¿verdad? -dijo, imitándola-. Me refiero a caprichosa por su lujoso estilo de vida, eso es todo. Creo que va a Telama'an porque cree que va a encontrar algo fantástico.

– ¿De verdad? -fue entonces cuando le tocó el turno de enfadarse a ella y lo miró con el ceño fruncido- ¿Y qué le hace pensar que no he estado en Telama'an nunca?

– He visto su bolsa de viaje -explicó David, haciendo un gesto hacia debajo del asiento-. Nadie que haya estado en el desierto llevaría la mitad de lo que usted lleva.

Claudia se mordió el labio. Estaba empezando a lamentar haber provocado a aquel hombre. ¿Por qué no era un hombre educado y sensible? ¿Por qué no olvidaba el desagradable incidente de Heathrow?

Había habido retraso en el vuelo y los otros pasajeros estaban dando vueltas y quejándose. Los bebés lloraban, los niños se pegaban y los empleados del aeropuerto no paraban de gritarse órdenes con sus aparatos de transmisión, pero el hombre que estaba sentado frente a ella estaba leyendo con una tranquilidad y concentración increíbles.

Era castaño de pelo y tenía uno de esos rostros austeros que no decían nada, pero Claudia, fascinada por su aspecto frío y contenido, había descubierto en él cierto atractivo. Claudia estaba secretamente avergonzada por el hecho de que los viajes la pusieran tan nerviosa. Pensaba que con su edad, veintinueve años, tenía que estar curada de despegues y aterrizajes de aviones. Y, aunque intentaba mantener la compostura por sí misma, descubrió que le daba seguridad mirar a aquel hombre que parecía trabajar tan tranquilo y completamente ajeno al caos que los envolvía.

Claudia estaba acostumbrada a la frenética actividad de una compañía de producción para televisión y vivía bajo una presión continua y un pánico atroz. Ese hombre no parecía saber el significado de la palabra pánico. Posiblemente fuera horrible trabajar con él, decidió. Sería muy eficiente, sí, pero tremendamente aburrido.

Por alguna razón, los ojos de Claudia fueron hacia la boca del hombre. Bueno, quizá no exactamente aburrido, corrigió. Nadie que tuviera una boca así podría ser realmente aburrido. Parecía firme y frío, pero su boca hablaba también de algo intrigante y Claudia se preguntó cómo sería su sonrisa.

Fue entonces cuando él miró hacia arriba y Claudia se encontró con un par de ojos grises cuya expresión la hizo ruborizarse. El hombre se inclinó hacia adelante.

– ¿Pasa algo? -preguntó.

– No.

– ¿No se ha vuelto mi pelo azul? ¿No me sale humo de las orejas?

– No.

– Entonces, tendrá que explicarme por qué lleva veinte minutos mirándome así.

Las últimas palabras hicieron que el rubor de las mejillas de Claudia se intensificara.

– ¡Nada! ¡No tengo el menor interés por usted! Estaba… simplemente pensando.

– En ese caso, ¿no podría pensar mirando a otra persona? Estoy intentando trabajar y no es fácil concentrarse con un par de ojos mirándome con ese descaro.

– ¡La verdad es que no sabía que pensar en mis propios asuntos pudiera ser tan molesto para alguien! -dijo la muchacha, levantándose-. Iré a aquel rincón y me quedaré en pie con los ojos cerrados, ¿de acuerdo? ¿O también mi respiración le molesta?

El hombre parecía profundamente irritado.

– No me importa lo que hace o dónde está, mientras deje de mirarme como si estuviera pensando si comerme o no.

– ¿Comerle? ¡Me temo que mis gustos son mucho más agradables! Sólo me serviría para acompañar una taza de café.

Si con eso pensaba enfadarle, había fallado estrepitosamente. El hombre la miró con expresión de incredulidad un momento, luego hizo un gesto con la cabeza, como si pensara que era demasiado estúpida como para seguir hablando con ella, y volvió a sus papeles.

Claudia se levantó furiosa con tan mala fortuna que la cinta de la bolsa de viaje que intentaba colocarse en el hombro, se rompió debido al peso y se cayó a los pies del hombre.

No le habría importado que él hubiera dado un salto. No le habría importado que él hubiera dicho algo desagradable o hubiera mirado, o cualquier otro tipo de reacción, pero ni siquiera miró hacia arriba. En lugar de eso, miró unos segundos a la bolsa sin decir nada y luego continuó su lectura. Desde luego, no podía dejar más claro que ella le parecía una persona tan agotadora y tonta que no merecía la pena prestarle ninguna atención.

¿Y qué si pensaba que ella estaba intentando atraer deliberadamente su atención? La idea puso en acción a Claudia, que se agachó y agarró la bolsa por la tira rota. Ésta había aterrizado boca arriba, pero ahí terminaba la suerte de Claudia. No se dio cuenta de que la cremallera estaba abierta y al levantarla, la bolsa se dio la vuelta y el contenido se cayó a los pies del hombre.

A Claudia le pareció que todo sucedía a cámara lenta. Barras de labios, maquillaje, perfume, cepillos de dientes… toda una exhibición de cosméticos aparte de su monedero, la cámara, una almohada de viaje, gafas de sol, carretes de repuesto, una novela, toallitas de papel, bolígrafos, caramelos de menta, un osito de peluche que llevaba siempre de viaje desde niña, llaves, tarjetas de crédito, un pendiente que llevaba años buscando, la fotografía de su querido perro, un broche barato que Michael le había regalado una vez como broma, incluso una muda para el vuelo… Todo cayó alrededor de los pies del hombre y bajo su asiento con total libertad.

Claudia cerró los ojos. “Por favor”, rezó, “que cuando abra los ojos de nuevo, no haya ocurrido nada”. Pero cuando hizo acopio de fuerzas y abrió los ojos, el hombre seguía sentado allí, rodeado por todas sus pertenencias mientras la bolsa vacía colgaba de uno de sus hombros.

Con un suspiro, el hombre dejó sus papeles en el asiento de al lado y se inclinó para alcanzar el sujetador que había quedado sobre uno de sus pies. Lo agarró con la punta de los dedos y miró a Claudia.

– Sin duda lo necesitará -dijo.

La muchacha lo agarró rápidamente.

– Lo siento -murmuró.

Luego, arrodillándose, comenzó a meter desesperadamente todo en el bolso, pero la humillación la hacía comportarse torpemente y, al terminar, la mitad del contenido volvió a caérsele. Para empeorar las cosas, en lugar de cambiarse de sitio, el hombre se inclinó para ayudarla, alcanzándola sus cosméticos y sus objetos de valor sentimental sin hacer ningún comentario, cosa que era mucho más humillante que cualquier sarcasmo.

– Pasajeros del vuelo GP920 hacia Dubai y Menesset listos para embarcar -dijo un altavoz, para alivio de Claudia.

– Por favor, no se moleste -aconsejó, con los dientes apretados cuando el hombre miró hacia la pantalla-. Vaya usted, yo recogeré todo.

El hombre se levantó, metió los papeles en su maletín con una tranquilidad insultante, comparada con la prisa de ella por llenar la bolsa y sacó su tarjeta de embarque del bolsillo de la chaqueta. Viajaba en primera clase, notó Claudia con amargura. El hombre hizo un gesto de despedida y se dirigió hacia la puerta de embarque, aunque antes se detuvo para recoger una barra de labios que había rodado por el suelo.

– Noches de pasión -leyó, mientras se lo daba a Claudia-. No querrá perderlo, ¿verdad? Uno nunca sabe cuándo puede necesitarlo.

Y con aquel final sarcástico se marchó, dejando a Claudia arrodillada en el suelo.

Por lo menos iba en primera clase, se dijo para darse confianza a sí misma, así que no había peligro de sentarse a su lado. Además, seguro que se quedaría en Dubai. Con eso Claudia respiró hondo, pensando en que nunca más pondría los ojos sobre aquel hombre que había visto su torpeza.

Y la verdad es que ella pensaba fingir que nunca había sucedido… hasta que se metió a aquel avión enano y se dio cuenta de que iba a pasarse dos horas y media al lado de él. Era lo normal con el año de mala suerte que llevaba. Parecía que el último año de la década de los veinte iba a ser hasta el último día desgraciado, pensó con resignación. ¿Se levantaría al día siguiente y descubriría que los treinta iban a ser totalmente diferentes?

Dio un suspiro y miró al hombre con un inevitable resentimiento. En vez de conocer a alguien joven y atractivo en el viaje, se tropezaba con un estúpido de edad mediana. Por lo menos debía de tener cuarenta años, decidió Claudia. Para ella los cuarenta habían sido siempre una edad incierta de la mitad de la vida, aunque al día siguiente la diferencia de ambos se reduciría a diez años.

No parecía estar a punto de comenzar a cobrar su pensión, pensó Claudia, estudiándolo más detenidamente. Había en él solidez, además de un aire seguro y equilibrado, como si hubiera aprendido a conocerse y estuviera en paz consigo mismo. Era una pena que su expresión fuera tan arrogante. Sería verdaderamente atractivo si sonriera.

Lo observó cuidadosamente, preguntándose cómo respondería a un intento de seducción, pero cuando sus ojos llegaron a la boca de él, decidió no intentarlo. Había algo en su aparente decisión, o en la manera en que estaba sentado leyendo aquel informe lleno de gráficos y cifras, que hacía casi imposible la seducción.

Pero a ella siempre le habían gustado los retos, ¿no era cierto?

Claudia sacó las instrucciones de vuelo que tenía frente a su asiento, y simuló leerlas mientras pensaba cuidadosamente su estrategia. No tenía muchas esperanzas de conseguir que se riera, pero sería divertido conseguir la mayor información posible sobre su persona. ¡Si pensaba que iba a ser capaz de ignorarla durante dos horas y media, estaba muy confundido!

– Este avión parece tremendamente viejo -declaró la muchacha, tratando de recomenzar la conversación después del incidente del aeropuerto-. ¿Cree que es seguro?

– Por supuesto que es seguro -dijo David, sin levantar la vista de sus documentos. ¡Debería de haberse imaginado que ella no iba a permanecer callada durante mucho rato!-. ¿Cómo demonios no iba a serlo?

– Bueno, de momento no parece muy nuevo -respondió, tocando la tela raída que cubría los asientos-. ¡Mírelo! Este tipo de decoración es de los sesenta. ¿Dónde ha estado desde entonces este avión?

– Volando entre Menesset y Telama'an, me imagino -aventuró, dejando claro que no era tan fácil que alguien lo distrajera de su lectura-. ¿Qué hay de malo en el avión? Aparte de que a usted no le guste la decoración, por supuesto.

Claudia miró a su alrededor a la vez que el avión se encaminaba hacia la pista de despegue. Había sólo cuarenta pasajeros más.

– No me había dado cuenta de que fuera tan pequeño -confesó Claudia.

David pasó una página, intentando con el gesto insultarla.

– Telama'an no es un lugar grande -dijo, con aburrida indiferencia.

– Espero que sea lo suficientemente grande como para tener un aeropuerto -exclamó Claudia, irritada por la impasibilidad del hombre-. ¿O van a lanzarnos con paracaídas cuando estemos en el lugar justo?

En ese momento la miró con tal desprecio, que ella deseó no haber conseguido nunca que él apartara la vista de sus documentos.

– No sea ridícula. Hay un aeropuerto hace varios años, aunque el tamaño de este avión sea el mayor que pueda aterrizar por el momento. Será diferente cuando el nuevo aeropuerto esté terminado, claro. Telama'an es una de las regiones más lejanas de Shofrar, pero estratégicamente es muy importante y el gobierno quiere desarrollar la zona. Ahora no hay más que un pequeño oasis en mitad del desierto, y los jeques quieren una infraestructura completa: un aeropuerto, carreteras, agua, energía eléctrica… es un gran proyecto.

¡Oh, cielos, era uno de esos hombres que leen en vez de contestar!

– Parece que sabe mucho del tema -dijo, abanicándose con el papel de instrucciones para no pensar mucho en el despegue.

– Es mi deber. Estamos contratando ingenieros para el proyecto.

La muchacha se giró y lo miró fijamente.

– Pero es la empresa de ingenieros GKS quien contrata, ¿verdad?

Por su parte, David la miró con un profundo desprecio. ¿Qué tenía esa estúpida mujer que ver con GKS?, pensó.

– ¿Cómo lo sabe?

– Mi prima está casada con el ingeniero que va a llevar el proyecto… Patrick Ward. ¿Lo conoce?

El corazón de David dio un vuelco. Era el colmo que ella fuera a visitar a la gente con la que él pasaba la mayor parte del tiempo en Telama'an. ¡Ni allí iba a poder quitársela de encima!

– Sí, claro que conozco a Patrick y a Lucy.

– Muy bien, les diré que lo he conocido -dijo Claudia, alegre por conseguir uno de sus objetivos-. ¿Cómo se llama?

– David Stirling -admitió, tras una pequeña pausa.

– Yo soy Claudia Cook -replicó, a pesar de no ser preguntada.

Lo miró de reojo y pensó si decidirse a darle la mano o no. Finalmente decidió que no. Ya había sido un enorme triunfo conseguir saber el nombre y, mirando su mandíbula, pensaba que David Stirling no era el tipo de hombre al que pudiera presionársele. Era mejor mantenerse en una conversación normal, mucho más efectivo.

– ¿Entonces es usted ingeniero?

– Más o menos -contestó él, maldiciendo su suerte.

No sólo iba a pasarse dos horas y media con aquella pesada, si no que no iba a poder ponerla en su sitio, como era su deseo. Era muy amigo de Lucy y Patrick, así que no podía decirle que se callara y se metiera en sus propios asuntos. Sin embargo, era difícil creer que hubiera relación entre ellos. Los Ward eran una de las parejas más simpáticas que él conocía, mientras que aquella mujer era una entrometida desagradable.

A pesar de sí mismo, de repente se puso a observarla. Tenía una piel bonita, eso o iba muy bien maquillada. Probablemente sería lo último, decidió David. Aquellas pestañas eran demasiado largas, oscuras y espesas para ser naturales, sobre todo si se las comparaba con el color dorado del cabello. Y veía perfectamente la marca de lápiz de ojos.

De repente le vino a la mente una imagen de Alix en el espejo de su cuarto de baño, la boca apretada para concentrarse, sujetándose el párpado con una mano para que no se moviera, mientras que con la otra dibujaba una línea por encima de las pestañas. David no estaba preparado para ese tipo de imágenes, todavía dolorosas. Alix le había enseñado una lección importante y todavía era cauteloso con las mujeres que se le parecían.

Mujeres con el aspecto de Claudia.

Seguro que trabajaba en marketing, o quizá en prensa o televisión. Algo que le diera la oportunidad de besar a gente rica, o ir por ahí con una tarjeta en la solapa que la hiciera sentirse importante. Iría a fiestas y tendría un trabajo agotador, aunque se pasara la mayor parte del tiempo hablando por teléfono para conseguir una cita.

David sonrió para sí mismo. Claro que había conocido a chicas como Claudia y, desde luego, no había peligro de sentirse impresionado lo más mínimo.

El avión había girado, se había detenido un momento al final de la pista y se había lanzado a toda velocidad, para despegar en el último momento. Claudia contuvo aire y se concentró en la respiración. David Stirling iba a quedarse con las ganas de enterarse de que tenía miedo. ¡Ella no iba a darle la satisfacción de comportarse como una histérica!

Pero aún así, fue un alivio escuchar la señal de que los letreros de “No fumar” se apagaban y que el avión tomaba altura. Se giró hacia David y lo encontró leyendo su informe. No iba a dejar que se concentrara en su trabajo, ¿verdad?

– ¿Vive usted ahora en Telama'an como Patrick? -preguntó, al parecer con una curiosidad tremenda.

– No -dijo entre dientes, con el gráfico bailándole hacia arriba y hacia abajo. David pensó que aquellos ojos enormes y esa voz efusiva no le engañaban ni un minuto. Sabía perfectamente que ella, por alguna extraña razón, había decidido provocarlo. Bien, no iba a darle la satisfacción. Pronto se aburriría de su cortesía fría.

– Paso la mayor parte del tiempo en Londres, en la compañía.

– ¿Y por qué va ahora a Telama'an?

– Tengo una serie de reuniones importantes -dijo, tratando de mantener la calma-. Estamos llegando a la última fase del proyecto y queremos conseguir que el gobierno firme con nosotros la siguiente etapa. Pero hay otras compañías que intentan lo mismo y tenemos bastante competencia.

El hombre dio un suspiro resignado.

– La decisión final recae en el jeque local, que es primo del sultán y no es un hombre fácil de convencer. Después de varios meses pidiendo hablar con él, finalmente hemos conseguido una entrevista especial pasado mañana y es muy importante que pueda ver antes al resto del equipo. Con eso no le estoy diciendo que tengo que revisar ahora esos informes, por supuesto, pero si usted es tan…

– ¡Vaya casualidad! -exclamó Claudia, antes de que pudiera terminar de disculparse-. Yo también tengo que llegar pasado mañana.

– ¿De verdad? ¿Y por qué?

La muchacha se acercó a él.

– ¡Mañana cumplo treinta años y voy a una fiesta a encontrar mi destino!

– ¿A encontrar qué?

– Mi destino. Hace años una echadora de cartas me dijo que no me casaría hasta que cumpliera treinta años y que conocería a mi marido en un lugar pequeño donde hay mucho espacio y arena.

– Así que ha tomado un avión para el desierto a la primera oportunidad y ha topado con un pobre desgraciado.

– Oh, no. Sé exactamente quién será él. La echadora de cartas me dijo que las letras J y D serían muy importantes, así que estoy segura de que lo reconoceré enseguida. Lucy va a hacer una fiesta para que lo conozca en mi cumpleaños, de manera que tengo que estar allí pasado mañana.

– No va a decirme que Lucy cree esas estupideces. Siempre creí que era una mujer inteligente.

– Estaba allí cuando la echadora de cartas me lo dijo -respondió solemnemente-. Teníamos sólo catorce años y la impresionó bastante -añadió, omitiendo el hecho de que ambas habían estallado en carcajadas y que Lucy se había estado riendo de ella porque tenía que esperar a cumplir los treinta.

A los catorce, los treinta resultan muy lejanos. Ella nunca había imaginado llegar a envejecer tanto, o que pudiera casarse alguien a esa edad. Cuando había conocido a Michael, incluso había bromeado con Lucy acerca de la falsa echadora de cartas.

Pero Michael no había querido comprometerse al final, o por lo menos no con ella, y allí estaba con casi treinta años y tan solitaria como la adivinadora había predicho.

– ¡No puedes pasarte el día de tu treinta cumpleaños sola! -le había dicho Lucy, cuando Claudia la había llamado para decirle que su relación con Michael había terminado.

– Estoy tan triste que no me importa nada -había respondido Claudia-. No quiero hacer una fiesta donde todo el mundo se compadezca de mí.

– Ven entonces a Shofrar -le ofreció Lucy-. Aquí nadie sabrá nada de Michael y podrás mostrarte como quieras. Será estupendo, haremos una fiesta el día de tu cumpleaños y conocerás a Justin Darke.

– ¿Justin qué?

– Justin Darke. Es un arquitecto americano que trabaja con Patrick y que es increíblemente guapo. ¡Te hablo de alguien impresionante, Claudia! Nada más conocerlo pensé que era perfecto para ti… mucho mejor que ese crápula de Michael. Este arquitecto es guapísimo, cariñoso, sincero, soltero… ¿qué más quieres?

– Debe de haber algún fallo -contestó Claudia, cuya experiencia con el sexo masculino la habían convertido en una persona bastante escéptica. Los hombres guapos, cariñosos y sinceros no iban por ahí solteros sin ningún motivo.

– ¡Pero es que no hay fallos! Es un tipo estupendo -insistió Lucy-. Y sé que le gustarás tú. Le enseñé una foto el otro día y dijo que parecías muy atractiva.

– No me siento muy atractiva en este momento.

– Sólo necesitas a alguien que te suba un poco la moral… y Justin es tan encantador que será imposible que no te sientas mucho mejor.

A Claudia comenzó a gustarle la idea.

– Me imagino que me vendrá bien cambiar de aires.

– Claro que sí. Un cambio de escenario, un hombre atractivo… no volverás a acordarte de Michael -rió Lucy-. ¿Te acuerdas de la adivinadora, Claudia? ¿Te acuerdas lo que dijo de la arena y las iniciales y lo de cumplir treinta años? Desde luego aquí hay mucha arena y las iniciales de Justin son J y D…

– ¿Y voy a tener treinta años? ¡No me lo recuerdes!

– Piensa un poco, ésta es la oportunidad de conocer tu destino -terminó Lucy dramáticamente. Ambas rieron.

– No pensaré en nada. Después de este último año con Michael, lo que menos me importa es mi destino. Simplemente iré a pasármelo bien.

No fue fácil conseguir dos semanas libres en aquella época del año, pero cuando Claudia tomaba una decisión, conseguía su propósito. Al día siguiente sacó el billete. Desde entonces todo parecía irle mal, pero Claudia apretaba los dientes y se decía a sí misma que merecía la pena el viaje sólo por dar un abrazo a Lucy. Iba a pasárselo bien en Telama'an aunque le costara la vida… ¡Y mientras tanto iba a disfrutar molestando a David Stirling!

– ¿Ha hecho todo el viaje para conocer a un hombre que espera tenga las iniciales correctas?

– ¿Por qué no? -preguntó, con los ojos brillantes.

– Bueno, al verla viajar sola supuse que era inteligente, aunque lo disimulara -dijo cáusticamente David-. ¡Nadie tan desesperado como usted viajaría a Telama'an sin una buena razón!

Claudia pensaba que estar un tiempo al sol y divertirse eran razones suficientes para ir a cualquier lugar, sobre todo después de aquel año horroroso, pero eso no era asunto de David Stirling.

– No lo entiende -añadió dramáticamente-. ¡Estoy en un punto crucial de mi vida! Voy a cumplir treinta años mañana y no puedo seguir con la vida que he llevado hasta ahora. ¡Tengo que darme una oportunidad!

– ¿Qué oportunidad?

– Encontrar a mi media naranja, por supuesto. J.D. está esperándome en el desierto… lo sé. Lo único que tengo que hacer es llegar hasta él.

David hizo una mueca.

– ¿J.D.? Seguramente Lucy ha buscado a alguien con esas iniciales.

– Puede.

– ¿Quién? ¿Jack Davis? Está casado. ¿Jim Denby? No creo. ¡Ah! ¡Justin Darke! -exclamó súbitamente. ¿Cómo no había pensado en él?

– Mis labios están sellados -dijo Claudia, dándose cuenta de repente que en su decisión por molestar a David Stirling corría el riesgo de avergonzar al amigo americano de Lucy.

David notó la vacilación en los ojos de Claudia y sacó sus propias conclusiones. Justin Darke era suficientemente guapo, pero no era el adecuado para una mujer como Claudia Cook, de eso estaba seguro. ¿Sabría lo que Lucy y Claudia había planeado para él? La primera cosa que haría al llegar a Telama'an sería advertir a Justin, aunque había una firmeza en la actitud de Claudia que haría falta más que un consejo de amigo para detenerla.

David hizo un gesto con la cabeza.

– ¡Pobre Justin!

– No sé de qué está hablando -mintió Claudia-. Y, en cualquier caso, si supiera a quién voy a conocer se estropearía todo. Lo único que sé es que voy a una fiesta mañana por la noche, el resto lo dejo en manos del destino.

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