CAPÍTULO 2

– PARECE que mañana le espera un día muy duro. No sólo tendrá que cumplir treinta años, sino que se habrá de encontrar con su destino -dijo David, con tono sarcástico.

Claudia lo miró con un brillo peligroso en los ojos.

– ¿Pero es que no se da cuenta de que ambas cosas están ligadas? Los treinta años suponen una encrucijada en la vida de cualquier persona. ¿O no es así?

– ¿Lo es?

– ¡Claro que sí! Es el momento de decidir lo que uno quiere eliminar de su vida, es el momento de cambiar de dirección, el momento de dejar de ser joven y afrontar la madurez.

– ¿Sabe usted una cosa? Que lo más difícil de creer es que vaya a cumplir treinta años mañana.

Claudia se quedó sorprendida. Sabía que se conservaba muy bien, pero no se esperaba un cumplido de ese hombre. Quizá debería de haber intentado flirtear con él, después de todo.

– Gracias…

– Porque -la interrumpió David- nunca pensé que nadie que pasara de los cinco años pudiera hablar con tal falta de conocimiento.

¡Se acabaron los cumplidos! Claudia lo miró fijamente, tratando de controlarse.

– Supongo que usted no tuvo ninguna crisis a los treinta… ¿O quizá es que ese día está tan lejano que no puede acordarse? -añadió con rencor.

– Estaba demasiado ocupado para tener ninguna crisis.

– Bueno, espere a tener cincuenta. Entonces se dará cuenta de que siempre ha estado tan ocupado trabajando que nunca se ha parado a pensar por qué lo hace. Y quizá ese día también descubra que ya es demasiado tarde para hacer nada al respecto. ¡Entonces estará en crisis!

– Es posible -dijo David, disgustado con lo que ella le acababa de decir-, pero no tengo intención de preocuparme ahora por eso. Además, todavía no he cumplido ni los cuarenta. Me queda un mes para vérmelas con esa crisis.

– ¿De verdad? -preguntó Claudia con un tono insultante-. ¿Cuándo es su cumpleaños?

– El diecisiete de septiembre -dijo, a sabiendas de lo que ella iba a replicar.

– Entonces, es Virgo -asintió Claudia, aunque no estaba segura de qué día los Virgo se convertían en Capricornio. ¿O era en Libra?

David pensó que ésa era la mujer más idiota y exasperante que había conocido jamás. Decidió que no iba a aguantarla más, a pesar de que fuera la prima Lucy.

– Eso es. Ahora, si me perdona, tengo trabajo.

– ¡Por supuesto! -dijo Claudia con un tono de arrepentimiento exagerado-. Siento mucho haberlo molestado. Me limitaré a leer esta revista en silencio y no se enterará de que estoy aquí.

David pensó que eso sería casi imposible. Ella era la típica chica que podía estar en una habitación a oscuras y en completo silencio y aún así molestarlo a uno.

Bajó la vista de nuevo hacia el informe que estaba leyendo, tratando de volver a concentrarse. Claudia comenzó a echarle miradas de soslayo, maravillada de su capacidad de trabajo. También se fijó en la configuración enérgica de su mandíbula.

No era un hombre guapo. Tenía la boca fina y su cara delataba inteligencia, pero había una aire de reserva en él, como si se presentara a sí mismo, de un modo deliberado, bajo llave. No cabía duda de que bajo esa imagen, latía una fuerte personalidad.

Se había quitado la chaqueta y llevaba arremangadas las mangas de su camisa blanca. Claudia notó el vello negro que cubría sus antebrazos y para evitar el contacto con ellos colocó los brazos sobre el regazo. Luego trató de no mirar tan descaradamente, pero pudo ver por el rabillo del ojo cómo le latía el pulso del cuello.

Al mismo tiempo pudo notar que su propio pulso en la garganta, estaba algo acelerado. Debía de estar algo tensa.

¿Estaría David Stirling alguna vez algo tenso? ¿Qué podría hacer que ese hombre perdiera el autocontrol y que su pulso latiese desenfrenadamente?

Al mismo tiempo que pensaba en eso, pasó una página de la revista y vio que había un artículo sobre sexo. No podía leerlo con ese hombre sentado a su lado. El artículo hablaba sobre los placeres sexuales según las diferente edades. Ya no tenía sentido leer lo que decía acerca de los veinte años. Mejor centrarse en lo que decía de las mujeres de treinta años:


Las mujeres de treinta han dejado atrás todas las inseguridades de las veinteañeras. Tienen más aplomo y se sienten más a gusto consigo mismas.

Han aprendido lo que les gusta y lo que les disgusta, y tienen la madurez, suficiente para dirigir sus vidas.

– Me encantan las mujeres de treinta -dice un hombre de la calle-. Son más interesante que las jovencitas porque tienen algo que decir por sí mismas. Saben lo que quieren y van a por ello. Creo que es con mucho la edad más sensual. Son muchas las mujeres que mejoran de aspecto a los treinta. Conocen mejor sus cuerpo y eso les ofrece un mayor atractivo y seguridad que cuando tenían veinte.


Claudia no se podía creer ese cúmulo de tonterías. Realmente ella sabía exactamente lo que quería aunque aún no tuviese los treinta. Quería llegar a Telama'an y beberse un gin-tonic helado. Objetivos poco ambiciosos para comenzar una nueva década de su vida.

Claudia cerró la revista con un suspiro. David seguía leyendo el informe. Realmente algo no debía de marchar muy bien en un hombre que podía concentrarse de esa forma, pero no se atrevió a interrumpirlo. Seguramente debía de ser porque todavía no tenía la confianza que otorgaba pasar de los treinta. El día siguiente sería diferente.

Miró alrededor en busca de nuevas diversiones. Al otro lado del pasillo iba sentado un musulmán que la miró fijamente con sus ojos oscuros. Claudia le sonrió.

– Disculpe si la he mirado con demasiada fijeza, pero es que no es habitual encontrarse un mujer tan guapa en el viaje hacia Telama'an.

A Claudia le encantó el cumplido. El hombre se presentó a sí mismo como Amil y pronto estuvieron enfrascados en un discreto flirteo.

– ¿Estará usted mucho tiempo en Telama'an?

– Sólo un par de semanas. Después tendré que regresar al trabajo.

– ¿Y el trabajo no puede esperar algo más?

– Me temo que no. Trabajo para una productora de televisión y estamos muy ocupados en estos momentos.

David no pudo evitar escuchar la conversación. ¡Tendría que haberse imaginado que esa mujer trabajaba para la televisión! Intentó concentrarse de nuevo en el informe, pero no pudo.

Claudia se dio cuenta del enfado del hombre y redobló sus esfuerzos de coquetear con Amil. Le iba a enseñar a David que algunos hombres la encontraban atractiva. Se volvió hacia Amil y le sonrió.

– Pero ya hemos hablado bastante de mi trabajo. Estoy segura de que su vida es mucho más interesante que la mía.

¡Dios, qué mujer más irritante! David corrigió una palabra del informe con más vigor del necesario. Finalmente, la conversación entre los otros dos cesó, aunque su alivio le duró poco.

Claudia no paraba de moverse. Se retocó el maquillaje, se dio crema de manos, se limó las uñas y se perfumó. El caro y sutil perfume que ya había asociado con ella, lo invadió por completo, aunque se concentró en ignorarlo, mientras hacía que consultaba el índice.

Por supuesto, ya sólo le quedaba retocarse el peinado. David trató de no mirar cómo le brillaba el cabello con la luz del sol que pasaba a través de la ventanilla, mientras ella sacaba el peine del bolso y se lo comenzaba a cepillar.

Claudia se comenzó a aburrir. David la estaba ignorando y eso hizo que perdiera la gracia el intentar provocarlo. Miró el reloj. Todavía faltaba hora y media para llegar. Amil iba charlando con su vecino y la revista parecía expresamente diseñada para hacerla parecer una vieja. Dio un suspiro y se puso a tamborilear con los dedos sobre el brazo de su asiento.

Eso terminó de exasperar a David, que arrojó el bolígrafo enfadado.

– ¿Es que no puede estarse quieta ni dos segundos? -preguntó con los dientes apretados.

– ¡Si estoy quieta! -se defendió ella, ofendida.

– No lo está. Está moviéndose todo el tiempo y encima se pone a hacer ese irritante ruido con los dedos…

– ¿Y qué quiere que haga?

– No quiero que haga nada. Sólo que se esté quieta.

– No puedo estarme quieta. Tengo que estar haciendo algo.

– ¿Por qué no prueba usted a pensar? Esa podría ser una nueva experiencia para usted. El esfuerzo de utilizar el cerebro debería de entretenerla durante cinco minutos al menos.

– Ya he estado pensando -se defendió Claudia, herida en su orgullo.

– Me sorprende. ¿Y en qué ha estado pensando?

– Pues he estado pensando en por qué Patrick le habrá ofrecido trabajo a alguien tan arrogante y maleducado como usted.

David se quedó mirándola durante un momento.

– ¿Qué le hace pensar que Patrick me dio trabajo?

– Sé que es el ingeniero que se encarga del proyecto, así que usted debe depender de él. Y sé que no le gustaría que le hablase de su comportamiento conmigo.

– ¿Cree usted que me despediría?

A Claudia no le gustó la mirada de David, así que apartó la cabeza.

– Eso depende de lo amable que sea usted durante el resto del trayecto.

– ¿Y cree usted que me dejará seguir con el proyecto si me porto como es debido?

Antes de que Claudia pudiera responder, un ruido extraño proveniente del ala del avión que se podía ver a través de la ventanilla llamó su atención.

– Estoy segura de que algo no marcha bien -dijo preocupada-. Ese motor está haciendo ruidos extraños.

– No sea ridícula. ¿Qué podría no marchar bien?

– No lo sé. No entiendo nada de motores.

– Entonces, ¿por qué cree que tiene capacidad para pensar que hace ruidos extraños? -David se puso una mano en la oreja con gesto de burla-. Yo creo que suena bien.

– Eso es lo que siempre se dice en las películas de catástrofes. Al comienzo, siempre aparecen personas con reacciones normales, como las nuestras.

– No hay nada de normal en la manera en la que usted se ha estado comportando durante el viaje.

– Todos están tomando café y charlando y ninguno de ellos se ha dado cuenta de que algo terrible va a ocurrir… pero están a salvo porque cerca suele estar Bruce Willis o Tom Cruise que se encargará de salvarlos. Yo lo único que tengo es a un ingeniero cuya única preocupación es que me esté quieta.

– Esto es increíble. ¡Le digo que no hay nada malo en el ruido del motor!

Al decir esas palabras se oyó una fuerte sacudida en el motor y éste se paró, con lo que el avión se inclinó sobre uno de los lados. Comenzaron a oírse grito de pánico, ya que al resto de pasajeros les había sorprendido la repentina deceleración.

Claudia agarró la mano de David de manera instintiva. Él sintió cómo los dedos de ella se le clavaban en la carne y vio que sus ojos se oscurecían de terror.

– No tema -dijo con firmeza-. Seguro que el piloto puede devolverlo a la posición normal. Todo está bajo control.

El avión se enderezó, debido a que el piloto aumentó la potencia del motor que quedaba. Luego se oyó un mensaje en árabe por el interfono. Claudia, que no podía entender nada, lo interpretó como un mensaje catastrófico. Pero David, para su sorpresa, entendía el árabe.

– No se preocupe, dice que la situación está bajo control. Hemos perdido un motor, pero no existe ningún problema en proseguir el vuelo. En cualquier caso, nos dirigimos al aeropuerto más cercano para solucionar el problema -la voz de David era de lo más tranquila-. Así que puede relajarse.

– No me podré relajar hasta poner los pies en tierra firme.

David le dijo que sólo quedaban veinte minutos para aterrizar, lo que sonó a Claudia como una eternidad. El hombre siguió hablando con el mismo tono de voz para tratar de tranquilizarla, pero ella no oyó nada de lo que le dijo.

Cuando se oyó que bajaba el tren de aterrizaje, Claudia se preparó para un aterrizaje de emergencia. Finalmente tomaron tierra suavemente.

El avión se detuvo y pudieron observar que fuera había un par de edificios prefabricados y una torre de control, junto a unos edificios polvorientos a lo largo de un camino del que se levantaba una neblina provocada por el calor.

– ¿Dónde estamos? -quiso saber Claudia.

– En un lugar llamado Al Mishrab -dijo David, mirando a través de la ventanilla-. Esto era antes una terminal de gas, por eso hicieron este aeropuerto. Ahora ya no se usa, pero ocasionalmente aterrizan aviones.

– Entonces no es una escala habitual.

– Se podría decir así.

– ¿Qué va a pasar ahora?

– Según mi experiencia en Shofrar, podría decir que no mucho.

Y tenía razón. Algunos de los pasajeros estaban en pie, gritando y gesticulando, pero pasaron varios minutos antes de que una escalera apareciera al otro lado de la puerta. Hacía un calor terrible y, cuando abrieron, el olor del fuel oil entró de lleno en la cabina. Claudia arrugó la nariz disgustada.

Inmediatamente después, los pasajeros se agolparon intentando salir, pero era inútil apresurarse y David esperó a que bajaran todos para mirar a Claudia.

– ¿Está bien?

– Sí.

– En ese caso, ¿cree que puede devolverme la mano?

– ¡Oh! -exclamó Claudia, soltando la mano de él como si le hubiera picado, mientras sus mejillas se encendían intensamente-. No me di cuenta; es que… olvidé…

– No se preocupe -dijo la voz fría de David, al tiempo que metía su informe en el maletín y se levantaba.

Claudia permaneció unos segundos más sentada, completamente avergonzada por haber estado tanto tiempo agarrada de la mano de él como una niña pequeña. Él debía pensar que era patética.

– Ha sido muy amable -declaró secamente-. Gracias.

David siguió a Claudia a lo largo del pasillo hasta la salida.

Dentro del edificio prefabricado que había servido de sala de espera hacía mucho más fresco que fuera. Un ventilador desde el techo movía el aire sin entusiasmo y las voces de los pasajeros hacían eco en las paredes de la sala. David y Claudia se sentaron en unas sillas de plástico naranja llenas de polvo y esperaron.

Al principio, Claudia estaba demasiado contenta por estar viva y en suelo firme de nuevo, como para preocuparse por la situación. También se alegraba de estar sentada al lado de David intimidada, más de lo que estaba dispuesta a admitir, por el calor, la luz deslumbrante de fuera y ese edificio ruinoso donde nada parecía funcionar.

A Claudia no le gustaba la sensación de no controlar la situación y era consciente, desgraciadamente, de que la presencia arrogante y desagradable de David la convertía en una persona terriblemente insegura.

Los minutos pasaban lentamente. Claudia miraba a un cartel que anunciaba lo que imaginó sería una bebida suave. Las moscas revoloteaban en el opresivo calor y zumbaban cerca de sus oídos hasta que ella las espantaban con un gesto brusco. El plástico del asiento resultaba muy desagradable.

Con impaciencia, miró el reloj por undécima vez y se estiró en la silla. Llevaban allí casi una hora.

– ¿Qué pasa? -exclamó finalmente.

David suspiró. Debía de haber imaginado que ella no iba a ser capaz de estar sentada en silencio durante mucho tiempo.

– El piloto y dos hombres de la tripulación están revisando el motor. Estamos esperando a que vengan y nos digan qué va a pasar… -se detuvo y se puso rígido al ver que en la entrada aparecía el piloto-. Aquí están.

Claudia se levantó de un salto.

– ¡Vamos a ver qué pasa!

– Yo iré a hablar con él. Usted espere aquí.

Ella abrió la boca para protestar, pero algo en el rostro de David la obligó a cerrarla y volver a su asiento.

Observó a David acercarse al piloto. Era alto y delgado y se movía con una agilidad que la hizo recordar a un gato o a un atleta que se concentra en la carrera que va a comenzar. Los otros hombres parecían reconocer la autoridad de su presencia, porque se apartaban instintivamente para dejarle pasar.

Claudia sólo podía ver su espalda mientras hablaba con el piloto, pero a juzgar por los gestos de frustración y las reacciones de los otros hombres que escuchaban, las noticias no eran buenas. De hecho, la expresión del rostro de David al darse la vuelta reflejaba seriedad.

– El avión se ha estropeado -explicó al llegar-. Van a desviar el próximo vuelo para que vengan a recogernos.

– Muy bien, por lo menos es algo -dijo Claudia, que había esperado algo mucho peor-. ¿Cuándo llegará?

– Dentro de dos días.

– ¿Dos días? ¡Dos días! -repitió alarmada.

David se metió las manos en los bolsillos y suspiró.

– Has oído bien -dijo, tuteándola por vez primera.

– ¡Pero no pueden tenernos en este estercolero dos días!

– Al parecer, hay algo semejante a un hotel en la ciudad. Probablemente, se construyó cuando esto funcionaba, así que también estará un poco ruinoso.

– Me daría igual que me consiguieran el Ritz -gritó Claudia-. Mañana es mi cumpleaños y no voy a quedarme aquí. ¿Por qué no envían otro avión ahora mismo?

– Shofrar no es un país turístico. Tienen pocos vuelos y ahora mismo están todos los aviones ocupados.

– ¡Estupendo! -Claudia se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro con los brazos cruzados-. ¡Tendrá que haber algo que podamos hacer! ¿Y un autobús?

– Creo que es bastante improbable que haya un servicio entre este lugar y Telama'an. Recuerda que el avión se ha desviado para aterrizar aquí.

– ¿Un taxi entonces?

– Esto no es Piccadilly, Claudia. No puedes llamar a un taxi para que te saque del desierto. Por aquí no hay ni siquiera carreteras.

– Lo que no comprendo es cómo puedes quedarte ahí sin hacer nada.

David miró hacia abajo. Le gustaba esa mujer cuando se enfadaba.

– No creo que poniéndome histérico, como es habitual en ti ante el más pequeño percance, consiga hacer aparecer un avión -replicó él.

– ¿Quieres decir que no vas a hacer nada? -preguntó disgustada-. ¿Y qué pasa con tu reunión? Creí que tenías la misma necesidad de ir a Telama'an que yo.

– Tengo la intención de ir tan pronto como sea posible -respondió, con mirada fría-. Si fueras capaz de callarte y escuchar, me habrías oído decir que voy a intentar conseguir un vehículo. Dudo que se pueda alquilar uno por aquí, pero puede que sea posible comprarlo.

– ¿Comprar un coche? Pero…

– ¿Pero qué?

– Bueno… No se puede cruzar el desierto en un coche, ¿no?

– Se puede si sabes lo que estás haciendo y, afortunadamente, yo lo sé. He pasado temporadas en Shofrar y puedo llegar a Telama'an solo.

¿Había dicho la última palabra con deliberado énfasis? Claudia comenzó a jugar con su anillo, mientras comenzaba a arrepentirse de la rapidez con la que había juzgado la actitud de él.

– No llevo mucho dinero encima -dijo la mujer-. Pero si me llevas contigo, estoy segura de que Patrick te dará la mitad del coste. Yo le pagaría cuando volviera a Londres. Si aceptases que te acompañe, te estaría muy agradecida -añadió incómoda.

Desde luego tenía unos ojos maravillosos, pensó David. Eran de un color entre el azul y el gris; un color como de humo suave y profundo, como una luz sobre las montañas. Un tipo de ojos donde era fácil que los hombres se perdieran. Unos ojos que podían hacer que se olvidara de respirar.

David apartó la mirada. Claudia era el tipo de mujer que le desagradaba por completo. Era estúpida y superficial, le había molestado y exasperado deliberadamente para provocarlo y sabía perfectamente que era capaz de asesinarla antes de llegar a Telama'an. Que tuviera unos ojos que quitaban el aliento no era razón suficiente para que la llevara con él. Si fuera sensato diría que no.

– De acuerdo -aceptó enfadado-. ¡Pero no quiero quejas! Será un viaje duro, y si empiezas a gemir y a quejarte, te sacaré del coche y te irás andando.

– ¡Gracias! -el rostro de Claudia se iluminó con una sonrisa que provocó un nudo en la garganta de David. No la había visto sonreír y le sorprendió descubrir cómo iluminaba su rostro y hacía más profundo el azul de sus ojos-. No lo lamentarás -prometió-. No te molestaré. Haré todo lo que tú digas.

– ¡Eso sólo podré creerlo cuando lo vea! -dijo David, metiéndose las manos en los bolsillos y frunciendo el ceño, enfadado por su propia reacción.

Maldita sea, lo último que necesitaba en ese momento era darse cuenta de lo joven, encantadora y guapa que era esa mujer cuando sonreía. La reunión de Telama'an era fundamental para el futuro de la firma y era eso en lo que tenía que concentrarse, no en ojos bonitos y sonrisas inesperadas.

– Iré a ver qué encuentro -añadió bruscamente-. Quédate aquí.

– De acuerdo -Claudia estaba tan contenta por la decisión de él, que no se dio cuenta del tono brusco.

Por un momento había creído que iba a negarse a llevarla, y en realidad, no habría podido culparlo. El comienzo de su relación no había sido maravilloso precisamente. Pero, desde ese momento, la relación iba a mejorar sensiblemente.

Esperó obedientemente hasta que David volvió, pero nada más ver su cara supo que no había tenido éxito.

– He hablado con varias personas -dijo-. Puede que sea posible encontrar algo, pero no se puede hacer nada aquí, hay que ir a la ciudad. Parece ser que están intentando conseguir un autobús, mientras tanto tendremos que esperar.

– Tengo la sensación de que llevo todo el viaje esperando -suspiró Claudia.

– Creí que no ibas a quejarte.

– No ha sido una queja, ha sido un comentario -murmuró ella, interrumpiéndose enseguida para evitar comenzar una discusión. Había prometido ser encantadora y no podía arriesgarse a que la dejara allí.

Suspirando, se cruzó de piernas, en un intento por ponerse cómoda, luego las descruzó, al ver que no daba resultado. Momentos después las cruzó en el otro sentido.

– ¡Por Dios santo, tranquilízate!

Claudia abrió la boca para decirle que estaba aburrida e incómoda, pero se lo pensó mejor.

– Me ha dado un calambre en la pierna. Voy a caminar un poco.

Se encaminó hacia la ventana y se quedó mirando cómo descargaban el equipaje en una especie de bandeja enorme destrozada. Allí estaba Amil, el musulmán con el que había hablado en el avión, que, con aire decidido, agarraba su maleta. Claudia le hizo una seña con la mano cuando el hombre entró en la estación.

– ¿Va a esperar el autobús?

– Afortunadamente da la casualidad de que conozco aquí a varias personas. Una de ellas me ha conseguido un coche -explicó-. Tengo que estar mañana en Telama'an y, si salgo ahora mismo, creo que podré llegar a tiempo.

– ¡Qué suerte tiene! -gritó Claudia-. Los demás nos quedaremos aquí hasta no sé cuando.

– ¿Tiene prisa por llegar a Telama'an?

– Tengo que estar mañana allí.

– Entonces, ¿por qué no viene conmigo? -sugirió Amil-. Será un viaje largo e incómodo y habrá que pasar la noche en un oasis, pero sería la única manera de llegar mañana a Telama'an. Para mí será un placer llevarla.

– ¿Ir con usted? -preguntó, pensando a toda velocidad. Amil parecía encantador, pero era un desconocido y ella no conocía las costumbres de Shofrar. Sería una imprudencia confiar en él.

Por otro lado, no podía soportar malgastar dos preciosos días de sus vacaciones esperando a que David consiguiera o no encontrar un coche. No podía pasar su cumpleaños allí y Amil le ofrecía la oportunidad perfecta.

No podía arriesgarse, sin embargo.

– Es usted muy amable… -empezaba a decir, cuando vio a David por encima del hombro de Amil.

Estaba sentado en las sillas de plástico y miraba hacia ellos con expresión seria y la mandíbula apretada.

– Nos encantaría ir con usted. Espere y se lo contaré a mi marido.

Загрузка...