Durante los días siguientes, las sesiones fueron rápidas y algo cortas; pero Damián mejoraba cada vez más y cada vez estaban mejor coordinados en la utilización del transmisor. Sara empezaba a creer que estaría preparado para el baile.
Al mismo tiempo, había tenido la ocasión de conocer más a fondo al resto de los miembros de la familia. El conde Boris solía acompañarla todas las mañanas durante el desayuno, porque Karina se levantaba más tarde y la duquesa siempre tenía algún compromiso social. Cuanto más conocía a Boris, más le gustaba. Podía ser un hombre algo estirado y superficial, pero bajo su fachada aristocrática ocultaba un gran corazón y un enorme sentido del humor.
Una mañana, le preguntó por qué no se había casado.
– Lo intenté, pero no salió bien -respondió él.
– Puede que todavía no hayas encontrado a la persona adecuada…
– Puede. Pero debo contarte algo que no sabes: este verano he venido a la mansión para casarme. Mi hermana tiene intención de que me despose con la princesa Karina.
– OH, caramba…
Sara no se los podía imaginar juntos.
– Sin embargo, su idea no duró mucho tiempo. Digamos que se interpuso un italiano llamado Jack Santini. ¿Has tenido ocasión de conocerlo?
– No.
– Pues por alguna razón, Karina lo prefiere a él.
– Y supongo que eso te rompió el corazón… -bromeó.
– Qué dices. Sólo era un plan adecuado para los dos, nada más. Pero dime, ¿has considerado la posibilidad de casarte con un conde?
Ella rió.
– La vida es buena y no hay que trabajar mucho -añadió.
– Me temo que no puedo, conde. Estaré muy ocupada el resto del verano.
– Ah, qué lástima. Pero si cambias de opinión, dímelo.
– Lo haré.
Sara no salía de su asombro. Nunca había considerado la posibilidad de casarse con un conde. Pero se dijo que, de hacerlo alguna vez, se casaría con aquel.
Lo mejor de que Sheridan y Damián desaparecieran fue que Sara se quedó con mucho tiempo libre por delante. Así que decidió ir a ver a su hermana Mandy. Y por el camino, se detuvo frente al laboratorio del duque y llamó a la puerta.
– ¿Se puede? Soy Sara…
– Por supuesto que puedes -sonrió el duque -. Adelante, querida. Me alegro mucho de verte, porque he averiguado más cosas sobre tu familia.
– No deberías molestarte tanto…
– No es ninguna molestia. Siempre me ha gustado la genealogía e incluso pertenezco a un club. Tenemos un foro de debates en Internet, así que lo aprovecharé para recabar más información.
– Ten cuidado con Internet. Ya sabes que las relaciones en línea pueden ser decepcionantes…
El duque asintió.
– Lo sé, querida.
– Por cierto, he venido a traerte esto.
Sara sacó entonces la cinta que se había guardado en la suite de Damián y se la dio.
– Veo que no la ha escuchado…
– No, me temo que no.
Él asintió.
– No pensé que lo hiciera, pero quédate con ella si quieres. Tengo otras copias… Era uno de los poetas preferidos del padre de Damián. Un idealista, como él -declaró el duque-. Es una pena que los jóvenes no entiendan que los viejos también necesitamos que nos perdonen.
Sara no comprendió el comentario del que para entonces ya se había convertido en su amigo, pero optó por no preguntar. Resultaba evidente que Damián estaba molesto con su difunto padre, a diferencia de sus hermanos, que siempre hablaban bien de él.
Al cabo de un rato se encontró en la autopista, conduciendo hacia Pasadena. No había demasiado tráfico, así que tardó poco en llegar y pudo concentrarse en el paisaje. Pasadena tenía barrios opulentos, pero el contraste con Beverly Hills era apabullante. Mientras el segundo resultaba elegante y moderno, en Pasadena eran visibles las huellas de su histórico pasado.
Minutos más tarde aparcó frente a la casa de su hermana, una construcción de estilo español, luminosa y bella. Mandy seguía condenada a permanecer en casa, pero al menos, ahora contaba con la presencia de su marido todas las noches.
– ¿Quieres decir que tenemos más familia? – preguntó Mandy, cuando le contó lo del duque. No puedo creerlo. Siempre me he sentido como si fuera una especie de huérfana…
– Sí, pero ponernos en contacto con ellos podría ser divertido.
– Desde luego que sí, hermanita. Además, quiero que mi hijo tenga un sentido de pertenencia más intenso que el que tuvimos tú y yo. Quiero que sepa que tiene raíces.
Sara sonrió al pensar en el bueno del duque. Había hecho mucho bien.
– ¿Por qué sonríes?
– ¿Estoy sonriendo?
– Sí, pero hay algo más. Pareces particularmente feliz hoy, como si te hubiera ocurrido algo…
Sara corrió a cambiar de conversación. -OH, vamos, no hago otra cosa más que trabajar. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí todo el día?
– Ver la televisión, por supuesto. Por cierto, mamá y papá salieron esta mañana en un programa y tenían muy buen aspecto, como si hubieran estado tomando el sol. Les hicieron una entrevista.
– ¿Fue buena?
– Sí, ya sabes que siempre han sido magníficos con las entrevistas.
Sara asintió.
– Estoy esperando a que el entrevistador les pregunte algún día si van a tener hijos -bromeó.
Mandy rió.
– Estaría bien… Supongo que papá sería capaz de decir que no lo han pensado y que nunca han tenido la suerte de tener descendencia.
– OH, sí. Y mamá lo interrumpiría entonces para preguntarle, con total seriedad, si no tienen un par de hijas en alguna parte.
Sara y Mandy estallaron en carcajadas. Sin embargo, ninguna de las dos lo encontraba divertido. Además, Sara estaba molesta con ellos porque se encontraban en Los Ángeles y no habían sido capaces de acercarse a ver a Mandy.
Los quería mucho. Pero de todas formas, se dijo que si alguna vez tenía hijos, los trataría con más cariño. Y que haría lo que fuera para que no tuvieran una infancia tan fría y solitaria como la de ellas.
Sara regresó a la mansión con tiempo de sobra para la sesión de terapia, y Damián le dio una gran sorpresa cuando la pidió que cenaran juntos. Por lo visto, Sheridan tenía un compromiso con un banquero y no volvería hasta muy tarde.
– Me apetece una pizza -dijo el príncipe-. Podríamos pedir algo al Wong Pizza, en el bulevar de Santa Mónica.
– ¿El Wong Pizza? ¿Eso qué es, un chino medio italiano?
– Algo así. Preparan pizzas con sabores a comida china. Te encantará. Lo malo es que no sirven a domicilio.
– Puedo ir yo, si quieres.
– No seas tonta. Se lo pediré a algún criado.
Sara lo miró, divertida.
– Hay que ver lo fácil que es tu vida…
– Bueno, tiene sus lujos, sí.
– Y que lo digas.
– Creo que le das demasiada importancia a esto de la realeza, Sara -comentó Damián-. Ser un príncipe es una simple casualidad de nacimiento, algo que no puedes elegir. Y cuando te toca, no puedes escapar.
– ¿Lo dejarías si pudieras? -preguntó con interés.
Damián permaneció en silencio durante unos segundos. Después, sonrió y dijo:
– Pidamos esa pizza.
No tardaron mucho en comenzar a cenar.
Ella le habló del embarazo de Mandy y él le contó lo que le había sucedido cuando nació la hija de su hermano Marco. Al parecer, una tormenta de nieve cayó sobre él cuando se dirigía en coche al hospital y acabó en pleno Cañón del Colorado sin darse cuenta.
– Cuando llegué al hospital, Kiki ya tenía tres días -dijo, sonriendo.
Después de cenar, se sentaron en el sofá. Estaban satisfechos y felices, y Damián decidió bromear un rato.
– Podríamos hacer algo interesante para variar. Mi cama está muy cerca…
– OH, sí, no lo dudo. Y me sorprende que no tengas escondida a ninguna mujer.
– Claro que la tengo… Sara rió.
– Ah, el duque me ha contado que ha averiguado algunas cosas interesantes sobre tu familia. ¿Qué se siente al crecer en California?
– No lo sé, porque no crecí en California.
– No te entiendo…
Sara le explicó que sus padres siempre se habían mantenido lejos de ellas y que en realidad habían crecido solas.
– Ah, claro -dijo él, cuando terminó-. Y como ellos estaban ciegos a vuestras necesidades emocionales, decidiste dedicar tu vida a ayudar a otro tipo de ciegos.
– OH, vamos, eso es ridículo.
– ¿Tú crees? Me parece evidente.
– Lo único evidente es que, por lo visto, te encanta la psicología barata…
Damián sonrió.
– Deberías hacer caso a lo que digo. Soy ciego, lo que significa que el resto de mis sentidos están mucho más desarrollados. Hasta puedo notar cosas en tu voz que los demás no notarían.
– No dudo que eso pueda ser posible en otros casos. Pero en el tuyo, no lo creo -espetó.
– ¿Quién está siendo ahora grosera, Sara? -preguntó él, divertido.
Sara estuvo a punto de golpearlo, pero no lo hizo. Sabía que deseaba tocarlo y no quería perder el control.
– Sin embargo, comprendo que estés enfadada. Lo que os hicieron vuestros padres no tiene nombre… me extraña que no te rompieran el corazón -comentó él -. Dime, ¿cuándo fue la última vez que saliste con un hombre?
– La verdad es que no lo sé. No me acuerdo…
– Pues deberías salir más a menudo. Ojalá pudiera sacarte yo…
– Ojalá, pero no puedes. Te recuerdo que estás comprometido con Joannie comosellame.
– ¿Por eso guardas las distancias conmigo? ¿Porque estoy comprometido?
– En parte, pero no es la única razón -respondió, mientras se levantaba-. En fin, gracias por la pizza. Nos veremos más tarde.
– OH, sí, desde luego que sí.
Sara cerró la puerta a sus espaldas y bajo al piso inferior. Aquello era una locura. Sin darse cuenta, poco a poco, había permitido que sus sentimientos la dominaran. Y ahora, estaba enamorada de un cliente que, para empeorar las cosas, era un príncipe de otro país.
Intentó tranquilizarse pensando que tal vez fuera como un catarro, que un día habría desaparecido cuando despertara. Pero la idea de perderlo le resultaba insoportable. No podía imaginar su mundo sin sus ojos, su cuerpo, su presencia, sus besos ocasionales.
Ahora ya sólo quedaban dos semanas para el baile. Después, se marcharía de allí y probablemente se pondría a trabajar en seguida con un nuevo cliente. Pero nada sería igual. Pasara lo que pasara, sospechaba que su vida había cambiado para siempre.
Aquella noche, Karina, la duquesa y Sara cenaron a solas y dieron buena cuenta de un par de botellas de vino. De hecho, bebieron tanto que hasta la propia duquesa, en general contenida, se relajó un poco.
Las tres mujeres comenzaron a contarse todo tipo de secretos. Y Annie, que siempre había sido muy atenta con esas cosas, despidió al resto de los criados para que no oyeran conversaciones tan indiscretas.
Karina contó una historia sobre la primera novia de Damián y la duquesa les regaló los oídos con anécdotas sobre su juventud en Nabotavia. A Sara le habría gustado haber llevado una vida tan interesante como las suyas, aunque sólo hubiera sido para poder contar algo digno, pero se divirtió mucho con ellas.
Cuando terminaron de cenar, la princesa la llevo a la biblioteca para enseñarle el trabajo biográfico que había hecho sobre su madre. Tenía montones de notas y de libros de referencia, y había reunido muchas fotografías que Sara devoró con la mirada.
Sus padres habían sido muy atractivos, e incluso pudo ver una fotografía de la reina Marie, la madre de Karina, con su hermana, lady Julienne. Nadie podía negar que fueran gemelas.
– ¿Qué tal te va con mi hermano? ¿Es buen alumno? -preguntó Karina en determinado momento.
– Sí, muy bueno. Aprende rápido.
Karina asintió.
– Me alegra que te vaya bien con él, porque con mi hermano nunca se sabe. Seguro que has notado la ira que alberga.
– Sí, lo he notado, pero es normal en sus circunstancias.
– No se trata de una actitud nueva en él. Siempre ha sido más distante que los demás. Se comporta como si hubiera algo en la familia que no le gustara… No sé, tal vez sólo sea que creció con Sheridan en lugar de hacerlo con nosotros. Es posible que todo cambie cuando regresemos a Nabotavia. Aunque para entonces se habrá casado.
– Tengo entendido que apenas la conoce…
– Es verdad. Y no sé cómo se puede prestar a casarse por conveniencia. No lo entiendo en absoluto, sobre todo porque siempre le han disgustado las obligaciones familiares.
– ¿En serio?
– Sí. Se pasa la vida burlándose de la realeza y de nuestras costumbres. Pero el día que se comprometió con esa mujer, me llevó a un aparte y me contó que lo hacía por ayudar a la familia – explicó Karina-. Al principio pensé que estaba bromeando. Sin embargo, no bromeaba.
– Te entiendo. Yo he hablado con él y está convencido de la importancia de ese matrimonio.
La princesa negó con la cabeza.
– Es absurdo. De hecho, pretendían hacer lo mismo con el conde Boris y conmigo. ¿Te lo imaginas? Menos mal que conocí a otro hombre, del que me enamoré.
– ¿Y qué pasó con él? Karina sonrió con tristeza.
– Se llama Jack Santini y trabajaba como jefe de nuestro equipo de seguridad -le explicó-. El caso es que estaba dispuesta a fugarme con él, y lo habría hecho… Pero él desapareció antes. Y ahora, pienso dedicarme en cuerpo y alma a mi adorado país, Nabotavia.
– OH, Karina…
– Olvídalo, no es importante. Además, ahora tenemos que hablar de tu vestido.
– ¿De mi vestido?
– Claro, tendrás que llevar un vestido en el baile. ¿Qué estilo prefieres? Puedo llamar a mi costurera para que venga mañana por la mañana y te enseñe los vestidos que tenga. Después, sólo tendríamos que hacer los cambios necesarios para tu talla…
Sara se sintió como si Karina la hubiera atropellado.
– Veo que estás acostumbrada a hacer planes por los demás… -bromeó la terapeuta entre risas -. Cualquiera diría que has nacido para dar órdenes.
Karina alzó la cabeza, muy digna, y dijo: -Por supuesto que sí.
El día siguiente fue uno de esos días en los que todo salía mal. Damián falló bastante con el transmisor y se enfadó mucho al saber que Sara pensaba salir aquella noche.
– Voy a ver una película con Boris -le informó.
– ¿Con Boris? OH, vamos, no vayas con él. Te llevaré yo.
– Pero si habías quedado con Sheridan en ir a Malibú… También tenías intención de salir.
– En ese caso, te llevaré al cine otro día.
– No puedes ir al cine, Damián.
– ¿Por qué?
– Porque no puedes ver -le recordó.
– Eso no importa. Iría muy gustoso contigo.
Sara decidió decirle la verdad.
– No se trata del cine, Damián. Es que necesito salir un poco y divertirme. Además, ¿no me habías aconsejado que saliera con gente?
– Sí, pero me refería a que salieras conmigo-
Sara no quiso recordarle que ya estaba comprometido con otra mujer.
– Sea como sea, me iré con Boris.
– Muy bien, márchate, pero espero que la película se estropee y que os quedéis pegados al suelo sobre unos chicles -espetó.
Sara abrió la puerta de la suite, con intención de marcharse.
– Hasta luego…
– Seguro que Boris se pone a hablar durante la película y no deja que la veas.
– Diviértete en Malibú…
Sara sonrió cuando lo dejó a solas. Le había agradado descubrir que Damián sentía celos del conde.
Poco después, se encontró con Tom.
– Hola, Tom. Quería darte las gracias por lo que estás haciendo con el príncipe. Se está divirtiendo mucho con Sheridan, y no podría hacerlo si tú no estuvieras a su lado.
– Me divierte hacerlo. Siempre van a sitios geniales, como anoche, que fueron al Silk Parrot de Rodeo. El local estaba lleno de estrellas de cine… Fue impresionante.
Sara sonrió.
– Me encanta el entusiasmo que demuestras en el trabajo.
– Bueno, en general es fácil. Aunque a veces tiene sus problemas… El otro día, Sheridan intentó tirarme por el muelle de Santa Mónica. Pero no me dejé, claro. No soy tan estúpido como parezco.
Sara se quedó pensativa con la historia que le había contado Tom. Le pareció muy extraño que Sheridan intentara tirarlo por un muelle, y se dijo que ya averiguaría más tarde lo que había pasado.
De momento, tenía bastante con Damián. Estaba celoso. Y le encantaba.