– ¿A qué viene esa cara? -preguntó Damián.
Sara dudó. Se había prometido que iba a ser sincera con él y había llegado el momento de demostrarlo.
– Intentaba decidir si me quedo o si me marcho y busco a otra persona para que te ayude.
– ¿Cómo? -Preguntó él, arqueando una ceja-. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué quieres marcharte?
– Porque creo que nuestra conexión no se ha establecido… en los términos que había imaginado -confesó-. Y pienso que tal vez fuera mejor que te dejara en manos de otro profesional.
– Piensa lo que quieras, pero nunca llegaríamos a saberlo porque no aceptaría estar con ninguna otra persona. Eres tú o nadie.
Ella se mordió el labio inferior. -No estás siendo muy razonable.
– Tal vez no, pero te digo la verdad.
– Si al principio no querías que me quedara…
– No quería. Pero he cambiado de opinión.
Sara carraspeó y comenzó a recoger sus papeles con nerviosismo.
– Bueno, supongo que el transmisor llegará esta tarde y que podremos empezar con él.
– Espero que sí. Hasta ahora, todo va muy bien. Y cuento contigo para salir de esta pesadilla.
Ella asintió.
– De acuerdo. Sin embargo, debes saber que cuando haya terminado de enseñarte lo que sé, tendré que marcharme y dejarte en manos de otro terapeuta.
El rostro de Damián se oscureció.
– Acabo de decirte que no quiero a nadie más.
– Damián, tienes que comprenderlo, por favor. Yo no me dedico a las terapias de largo plazo. Mi trabajo consiste en establecer una rutina, desarrollar un plan de trabajo, y dejar al paciente con un profesional que pueda hacerse cargo de él en el día a día de la recuperación.
– Pero te quedarás hasta después del baile, ¿verdad?
Damián no habló con tono de pregunta, sino de orden.
– Haré lo posible por ayudarte durante la gala -respondió ella-. Sé que esa fiesta de compromiso es muy importante para ti.
Sara lamentó haber pronunciado aquellas palabras en voz alta. Ahora había dejado bien claro que su compromiso matrimonial no la hacía precisamente feliz.
– No tengo más remedio que casarme. Me queda poco para cumplir los treinta y es una obligación familiar.
– Haces que suene muy romántico -se burló.
Por el gesto de extrañeza de Damián, Sara supo que el príncipe no podía creer que fuera tan ingenua.
– Esto no tiene nada que ver con el romanticismo. Es una cuestión de dinero.
– ¿Qué? Me temo que no te comprendo…
– Es un acuerdo económico, nada más. Cuando nos casemos, ella seguirá con su vida y yo seguiré con la mía. Apenas nos conocemos el uno al otro, Sara… De hecho, a ti te conozco mejor que a Joannie Waingarten. Es un matrimonio organizado por abogados y financieros. Ella quiere mi título y yo necesito su dinero.
– ¿Su dinero?
Sara no salía de su asombro. Nunca habría imaginado que pudiera tener problemas económicos.
– ¿Para qué necesitas su dinero? Si no lo tienes, eres un joven inteligente y muy capaz que podría obtenerlo con cierta facilidad si se lo propusiera. Búscate un trabajo. Es algo que la gente suele hacer, ¿sabes?
Damián rió.
– Soy un príncipe, Sara. Yo no puedo trabajar, no me dejarían. Además, me pasaría la vida recibiendo ofertas sólo por mi título y mi posición social. Sería un franco abuso de poder.
Sara se dijo que en ese punto tenía razón. Pero de todas formas, no entendía que tuviera que casarse para sobrevivir.
– Entonces, crea tu propio negocio y gana una fortuna.
Damián volvió a reír. Le encantaba aquella mujer.
– Tienes una forma muy divertida de ver el mundo, Sara.
– Yo diría que soy sencillamente práctica, nada más.
– No. Yo soy tan práctico como cualquiera, créeme. Pero tengo la impresión de que no has entendido para qué necesito el dinero de Joannie. No es para mí, sino para mi país y para financiar nuestra vuelta al trono -le explicó con calma-. Establecer un nuevo gobierno va a costar una pequeña fortuna. Y como futuro ministro de Economía, debo encargarme de que el Estado disponga de fondos para funcionar, porque actualmente se encuentra en una situación bastante problemática.
– Comprendo lo que dices y respeto tu sentido de la responsabilidad, pero eres demasiado joven para ser ministro.
– Todos somos jóvenes en mi país. Los viejos se cansaron de la política y los políticos de edad media sufrieron tanto durante estos años que no es fácil que se comprometan. Así que el problema ha quedado en nuestras manos. En manos de Marco, Garth, Boris, Karina y yo mismo. Por no mencionar a unos cuantos más a los que todavía no has conocido.
Sara dejó volar su imaginación y casi pudo verlos regresando a su país, todos tan altos y regios.
Pero la conversación le recordó otra cosa.
– Ah, lo había olvidado… Me han dicho que tu primo Sheridan está aquí.
– ¿Sheridan?
La actitud de Damián cambió de inmediato. Ella no supo por qué, pero ahora parecía estar alerta, como preparado para entrar en acción.
– ¿Lo has visto?
– No. El duque me dijo que había llegado ayer por la noche, nada más.
Damián se quedó pensativo durante unos segundos. Después, sacó su teléfono móvil y llamó al mayordomo de la casa.
– Kavian, ¿podrías decirme si lord Sheridan se encuentra en este momento en la casa? Ah, sí… comprendo… Gracias, Kavian.
Damián cortó la comunicación y añadió: Se ha marchado a Los Ángeles a ver a un abogado o algo así. Pero volverá hacia las dos, según me han dicho. ¿A qué hora piensas empezar nuestra sesión de la tarde? Sara dudó.
– Había pensado que a las dos, pero si tienes un compromiso…
– No, no, de ninguna manera. Ven a las dos en punto. Te estaré esperando -dijo-. Además, necesito que estés a mi lado cuando venga a verme. Necesito tus ojos, por así decirlo.
– ¿Mis ojos?
– No puedo usar los míos, así que necesito que alguien vea por mí. Necesito que lo vigiles con atención.
– No sé si te estoy comprendiendo…
– Quiero que lo observes con detenimiento, que estudies sus reacciones en todo momento y que me hagas partícipe de tus conclusiones en cuanto se haya marchado.
Sara pensó que todo aquello era ridículo. No comprendía qué sentido podía tener la invitación de observar a un amigo suyo. Pero sospechó que aquel asunto ocultaba algo extraño, de modo que se limitó a preguntar:
– ¿De dónde te has sacado la idea de que tengo muy buena memoria?
Él arqueó una ceja.
– ¿Es que no la tienes?
– No.
– Pues desarróllala antes de las dos.
Ella se levantó, dispuesta a marcharse.
– Muy bien, señor. Como quiera, señor – se burló-. ¿Alguna otra orden, señor?
Damián rió.
– No. Sólo que no estés mucho tiempo lejos de mí. Sé que te echaré de menos.
Damián le había confesado que la echaría de menos.
Estaba tan contenta que tenía ganas de gritar y de bailar. El príncipe podía ser ciego, pero sabía perfectamente qué botones pulsar en el arte de la seducción. Por lo visto, tenía mucha práctica.
Sin embargo, Sara estaba sobre aviso y no tenía intención de caer en la trampa así como así. De manera que intentó olvidarse del asunto y decidió aprovechar el tiempo que faltaba hasta las dos para echarse una pequeña siesta.
Despertó una hora más tarde y durante unos segundos pudo recordar retazos del sueño erótico que había tenido. Pero lo olvidó rápidamente.
Se desperezó un poco y bajó por la escalera. La casa estaba muy silenciosa, como si todos se hubieran marchado. Y estaba a punto de echar un vistazo a la biblioteca cuando oyó un ruido a su derecha.
– Eh, Sara… Ven por aquí. Corre, date prisa…
El que hablaba en voz baja era el duque. Le indicó que la siguiera por un oscuro pasillo, cosa que ella hizo, y de repente se encontró a solas en mitad de ninguna parte.
Al ver que se abría una puerta, se estremeció.
– Ven por aquí, Sara. -OH, me has asustado…
– Lo siento, pero quiero enseñarte algo y preferiría que los criados no se enteraran – explicó con una dulce sonrisa-. Si nos oyeran, alguien podría contárselo a la duquesa y créeme… es mejor que mi esposa no sepa ciertas cosas. A veces parece un ogro.
Sara sonrió.
Unos segundos después, se encontró en una sala que parecía una combinación de laboratorio y biblioteca, con montones de libros y papeles desparramados por todas partes. En el suelo, junto a una de las paredes, había varias jaulas con ratones. Y sobre una mesa se veía un extraño líquido azul en unas probetas y un ordenador.
El duque se puso unas gafas, recogió un enorme libro y dijo:
– Veamos… Sí, aquí está. He descubierto que los Joplin procedéis de Jonathan Joplin, un europeo que vino a Estados Unidos en 1759 y que se estableció en Nueva Jersey. Pero lamentablemente, no he encontrado ninguna conexión con los músicos… Es una pena.
Sara lo miró con asombro. No podía creer que se hubiera molestado en investigar el pasado de su familia.
– ¿Cómo lo has descubierto tan deprisa?
El duque sonrió.
– Bueno, casi todo lo encontré en Internet. Después, comencé con la familia de tu madre, cuyo apellido, por lo visto, era Harkinora… Mira, todo está aquí si quieres verlo.
Sara se había quedado sin habla. Se inclinó sobre el libro y comenzó a leer con avidez sus páginas. Todos aquellos eran sus ancestros, personas con las que estaba relacionada de forma directa.
Emocionada, no pudo resistirse a la necesidad de expresarle su gratitud y se arrojó a sus brazos.
– OH, querida, no es necesario que hagas esto. No ha sido difícil, de verdad. De hecho, me divierten estas cosas. Se podría decir que he dedicado toda mi vida a la investigación de lo desconocido.
– Eres un hombre maravilloso, sean cuales sean tus motivaciones -acertó a decir ella-. Este es uno de los regalos más bellos que me han hecho en toda mi vida.
El duque la informó de que esperaba haber encontrado más información para la hora de cenar, y Sara se sintió tan feliz por todo aquello que no se molestó demasiado cuando, más tarde, comprobó que el transmisor seguía sin llegar.
La casa, que había permanecido muy tranquila durante un buen rato, se llenó súbitamente de gente. Sara estaba paseando por los jardines cuando se cruzó con el conde Boris, que se dirigía a la entrada en compañía de un joven pelirrojo.
– Hola -dijo el desconocido-. Supongo que tú debes de ser Sara… Yo me llamo Tom.
– ¿Qué es eso de tutear a la señorita Joplin, bellaco? -Protestó el conde-. Deberías mostrar más respeto.
– Lo siento -se excusó el joven.
– No te preocupes, puedes tutearme si quieres -dijo Sara-. Eres el ayudante del príncipe, ¿verdad?
– Sí, y es un trabajo muy bueno. No me necesita con frecuencia, y además, hay un montón de gente que viene a verlo… Hasta estrellas de cine -dijo, con un brillo de alegría en sus verdes ojos.
Sara sonrió.
– Tal vez podrías ayudarme con los métodos que debo enseñar al príncipe…
El chico se encogió de hombros.
– Si quieres… Llámame cuando me necesites e iré. En fin, encantado de conocerte. Ya nos veremos…
Tom se marchó y Sara se quedó a solas con Boris.
– Es increíble lo de estos jóvenes. Antes, los criados siempre nos hablaban de usted.
– Bueno, es posible que sus modales dejen algo que desear en vuestro mundo, pero ciertamente tiene una buena actitud. Y eso podría ser de gran ayuda.
Después de dejar al conde, Sara se dirigió a las habitaciones de Damián. Ya la estaba esperando, y aunque pareció algo decepcionado cuando supo que el transmisor seguía sin llegar, tampoco le dio demasiada importancia.
Estuvieron trabajando un buen rato con los sonidos y Sara pensó que cada vez aprendía más deprisa. Se concentraba totalmente en lo que hacía, aunque en varias ocasiones detuvo la clase para preguntarle la hora: al parecer, estaba preocupado por la visita de Sheridan.
A eso de las cuatro, terminaron la sesión.
– Es raro que tu primo no haya venido – observó ella.
– Ya vendrá.
– Dime una cosa… ¿Por qué estás tan interesado en la reacción que tenga al verte?
Damián se quedó pensativo durante unos momentos, como si no supiera si contarle algún secreto.
Por fin, dio un golpecito en el sofá donde estaba sentado, para que se acomodara con él, y dijo:
– Ven aquí y siéntate un momento. Tengo algo que contarte.
Sara se sentó y él la tomó de una mano, pero ella no protestó esta vez. Si estaba a punto de contarle algo importante, era normal que quisiera saber cuál era su reacción. Y como no podía verla, no tenía más remedio que tocarla.
En gran medida, era una excelente forma de recrear una conversación por medios físicos.
Damián estaba avanzando mucho. Y eso la alegraba.
– Te voy a contar algo sobre Sheridan, Sara. Su madre era hermana gemela de mi madre y los dos teníamos la misma edad. En algunos aspectos, se podría decir que para mí es más un hermano que un primo, incluso más que Marco y Garth -explicó el príncipe-. Cuando mis padres murieron, yo era demasiado pequeño y la familia prefirió que me marchara a casa de los Sheridan en lugar de reunirme con ellos en Arizona. Nos hicimos inseparables y estudiamos juntos en el colegio, en el instituto y luego en la universidad.
Damián se detuvo un momento y sonrió.
– Éramos tan amigos como puedan serlo dos hombres, pero al mismo tiempo, desarrollamos un intenso instinto de competencia. Siempre nos estábamos retando. De hecho, corríamos el uno contra el otro en la carrera en la que sufrí el accidente.
– OH, no lo sabía…
– Pues bien, no lo he visto desde entonces y me preguntó por qué se ha mantenido alejado de mí. No sé si ha tenido alguna razón para ello.
Damián le apretó la mano y el corazón de Sara se aceleró. Intentó calmarse y respirar lentamente, pero sabía que no podía permanecer mucho tiempo en semejante posición: él le gustaba demasiado.
– Es posible que a Sheridan le haya pasado algo que no me han contado -continuó él-. Y me siento tan frustrado al no poder ver la cara de la gente… La voz dice mucho de las personas, pero sus caras dicen más. Además, sé que si hubiera pasado algo malo, no me lo diría. Por eso quiero que lo observes y que me cuentes cómo reacciona.
– Lo haré lo mejor que pueda, aunque no puedo prometerte nada.
Él asintió. -No te preocupes.
Acababa de pronunciar la frase cuando Damián se levantó del sofá y añadió:
– Creo que ahí viene.
Damián se dirigió hacia la puerta con intención de abrirla, pero no pudo porque su primo se le adelantó.
– ¡Damián! -exclamó Sheridan al verlo-. Me alegro tanto de verte…
Sheridan abrazó a Damián con fuerza. – ¿Qué tal estás?
– Bien, muy bien -respondió Sheridan -. Pero tú… No puedo creer lo que te ha pasado. No es justo.
– Son cosas que suceden.
– Por lo menos estás vivo… Cuando vimos que tu lancha se alzaba por los aires y que estallaba en pedazos, pensé lo peor.
– Yo también lo pensé, créeme. Pero dime, ¿dónde has estado? ¿Por qué te marchaste?
– No tuve más remedio que irme. Ya sabes que no quería marcharme y dejarte en esta situación.
– He oído que has estado en Europa…
Sheridan asintió, miró a Sara y le sonrió.
– Sí. No quería molestarte con más problemas, porque tú ya tienes bastante con lo tuyo. Pero el día siguiente a tu accidente, me llamaron por teléfono para decirme que mi madre había sufrido un infarto.
Damián palideció.
– ¿Un infarto? ¿Cómo es posible que nadie me haya dicho nada?
– No te preocupes, se encuentra bien. En realidad fue una falsa alarma… no era nada grave. Pero me he tenido que quedar a su lado todo este tiempo. Ya sabes cómo es.
– Maldita sea -protestó el príncipe-. Será mejor que la llame por teléfono.
– Es probable que venga a verte pronto. Tu accidente la dejó muy preocupada y no tengo la menor duda de que se presentará aquí en cuanto el médico le dé el alta.
Sara los observó con detenimiento. Damián le había pedido que vigilara las reacciones de su primo, pero lo cierto es que las suyas eran mucho más interesantes. Mientras Sheridan se comportaba con sincera amabilidad, el príncipe parecía tenso y algo escéptico, como si desconfiara. Al parecer había algún problema que no le había contado.
Los dos hombres charlaron un buen rato. Damián los presentó y Sheridan fue encantador con ella. En cuanto a la tensión del príncipe, desapareció por completo al cabo de unos minutos.
– ¿Qué te parece si vamos al Aeroclub a cenar? Casi todos nuestros viejos amigos estarán allí, y seguro que se alegran mucho de verte.
– No lo sé, Sheridan. No me resulta fácil maniobrar en un local público.
– OH, vamos, tienes que salir de aquí y respirar un poco. Además, yo te ayudaré. Seguro que puedo hacerlo, ¿verdad, Sara?
– Claro que sí. Pero si Tom va con vosotros, será aún más fácil para los dos.
– ¿Tom? -Preguntó Damián-. Excelente idea… Sí, me llevaré a Tom conmigo. Gracias por la sugerencia, Sara.
Sara se alegraba sinceramente por el entusiasmo y la súbita felicidad de su paciente. Y aunque le molestó un poco que no la invitaran a acompañarlos, el sentimiento de alegría fue más intenso.
Sin embargo, había algo que no le gustaba en Sheridan. A simple vista, los dos hombres se parecían mucho. Ambos eran altos, atractivos, inteligentes y encantadores. Pero en la actitud del primo de Damián existía un poso que no fue capaz de distinguir y que no le agradó demasiado.
Sara decidió no darle más vueltas. Y cuando se quedó a solas, se dijo:
– Seguro que son celos, nada más. Está visto que quiero a Damián para mí sola. ¿Verdad, Sara Joplin?
La idea le devolvió la sonrisa. Siempre había sido una mujer práctica y sabía que nunca podría mantener una relación con Damián.
Eso habría sido soñar despierta.