Sara suponía que la armonía que les había dejado el paseo se rompería en cuanto regresaran a la casa de Beverly Hills, aunque jamás habría imaginado que estallaría de un modo tan salvaje. En cuanto atravesaron el portal, ambos supieron que algo andaba mal.
El guardia de seguridad corrió a su encuentro y, casi sin aliento, les informó:
– La princesa Karina ha sido secuestrada. Están todos enloquecidos.
A Damián se le transformó el rostro al oír la noticia.
– Dime qué ha pasado -ordenó.
Acto seguido, se bajó del coche y comenzó a caminar hacia la casa. Sara corrió para tomarlo del brazo y guiarlo pero él avanzaba decidido, como si pudiera ver.
– Todo empezó esta mañana -dijo el guardia, mientras trataba de seguirle el paso-. La princesa fue a dar una charla a la biblioteca de Pasadena y Greg la acompañó como guardaespaldas.
– ¿Barbera conducía? -preguntó Damián.
El príncipe trataba de descartar sospechosos, por eso había querido confirmar que Karina hubiera salido con su chofer de confianza.
– Sí. Aún estaban en Beverly Hills -explicó el guardia-, y cuando iban a doblar en el bulevar de Santa Mónica, un grupo de hombres los interceptó y asaltó el auto. A Greg le dispararon y creo que también hirieron a Barbera.
– ¿Quiénes fueron?
– Dicen que seguramente han sido los Radicales de Diciembre…
– Demonios -maldijo Damián.
Sara recordó que había oído que ese grupo estaba considerado uno de los más feroces opositores al regreso de los Roseanova y que, en los últimos meses, habían organizado varios atentados terroristas en Nabotavia.
– Son los peores -comentó Damián -. ¿Quién se está ocupando de esto?
– El príncipe Marco y el príncipe Garth están en camino y alguien ha llamado a la policía.
Estaban a punto de llegar a la casa cuando la duquesa salió a recibirlos.
– ¡Damián! Menos mal que estás aquí. Le pediré a Tom que traiga el coche hasta aquí. Llevo tantas horas esperando aquí que me estaba volviendo loca. El FBI está investigando y quiero ir a sus oficinas para ver si puedo serles de alguna ayuda.
– Iré contigo, tía. Sara, quédate aquí y encárgate de los teléfonos para que podamos llamar en caso de que haya alguna novedad.
– No hay problema -afirmó, de inmediato. Después, Damián y la duquesa se subieron al auto de Tom y se alejaron a toda marcha. La terapeuta sintió un enorme nudo en el estómago. No soportaba la idea de que la princesa Karina estuviera en peligro.
Entró en la casa y fue directo a la cocina para buscar a Annie. La encontró trabajando con los menús para la cena. Había algo extrañamente tranquilizador en ver a la eficiente ama de llaves volviendo a sus tareas cotidianas.
– Annie, los demás se han ido a la ciudad. ¿Dónde está el conde Boris?
– Se marchó temprano a Santa Bárbara para pasar el día con unos amigos.
La mujer parecía un poco desconcertada, algo muy inusual en ella. Vaciló unos instantes y luego agregó:
– He estado tratando de comunicarme con él, pero según parece, tiene el móvil apagado.
Sara se quedó pensando. – ¿No hay nadie de la familia en la casa? -preguntó.
– Sólo el duque. OH, no… me pregunto si alguien le habrá contado lo que sucede.
Por fin había algo que Sara podía hacer para ayudar.
– Iré a averiguarlo.
Acto seguido, bajó corriendo las escaleras, cruzó el pasillo oscuro y llamó a la puerta de la habitación del duque. No obtuvo respuesta pero como la puerta estaba abierta entró y echó un vistazo a todos los rincones buscando alguna señal del anciano.
– Hola, ¿hay alguien? -dijo, mientras entraba en el despacho.
El ordenador estaba encendido y había una página web abierta en la pantalla. Todo indicaba que el duque había estado allí recientemente. Sara se volvió para buscar alguna otra pista que le indicara qué podía estar haciendo o adonde había podido ir. Entonces, descubrió aquel enorme libro forrado en cuero qué él parecía cuidar tan celosamente. Se inclinó sobre él para apreciar una vez más las preciosas letras doradas. El libro parecía que estaba abierto en el árbol de la familia Roseanova actual y Sara se acercó a mirarlo con atención.
El duque entró de pronto y cerró el libro bruscamente. Lo hizo tan rápido que estuvo a punto de pillarle la nariz a la terapeuta. Después, trabó el candado y se colgó la llave en el cuello.
– No vuelvas a hacerlo -dijo el anciano, con firmeza-. Son secretos de familia, querida. No pueden ser expuestos a cualquiera.
– No quiero ni pensar en los secretos que podrías ocultar en ese libro -preguntó Sara, en tono de broma.
– Juro que te sorprenderían. Todas las familias tienen sus secretos. Especialmente, las familias reales -afirmó, con picardía-. La realeza del mundo occidental es una especie de pequeño pueblo extendido en el tiempo y el espacio. En todas las casas reales hay santos, pecadores y chismosos. A veces, ciertos secretos pueden destronar a un rey, y en otras, cambiar el rumbo de la historia.
Sara se dio cuenta de que el duque parecía estar agobiado por las preocupaciones.
– Interesante -comentó ella -, pero no he venido aquí para espiar tus secretos. De hecho, sólo quería asegurarme de que supieras lo que había pasado con Karina.
Él asintió.
– Lo sé y ruego que regrese sana y salva. Si fuera más joven, estaría moviendo cielo y tierra hasta encontrarla.
Sara miró al anciano con respeto. Había vivido mucho y sabía demasiado.
– ¿Por qué esa gente le haría algo así a Karina?
Él suspiró y su expresión se volvió aún más sombría.
– El viejo régimen aún tiene sus adeptos y muchos de ellos forman parte de estos grupos. Son nabotavianos, eso es todo.
Ella sonrió.
– Pero tú también eres de Nabotavia.
– Claro que sí. Como muchos inmigrantes, los Roseanova vivimos una vida bastante esquizofrénica, con un pie en el viejo mundo y otro en el nuevo. Afortunadamente, solemos tomar lo mejor de ambos mundos.
Sara se despidió del duque afectuosamente y volvió a subir para esperar las novedades. Mientras tanto, sentía que un torbellino de emociones le atravesaba la cabeza y el corazón. La mañana con Damián había sido tan perfecta y maravillosa que habría necesitado un par de días de tranquilidad para poder asimilarlo. Pero eso era imposible, considerando el horrible secuestro de la princesa.
«Concéntrate en Karina», se dijo mentalmente. «Ahora, es lo único que importa».
La tarde parecía eterna. Habían llegado dos policías para aumentar la vigilancia del lugar y asegurarse de que el resto de los Roseanova estuviera a salvo. Damián había llamado para que supiera que habían ido al aeropuerto de Los Ángeles para ver si podían descubrir algo, pero que allí no había rastros de Karina, de modo que volverían a las oficinas del FBI. Marco y Garth habían llegado, no habían dejado de hablar ni un segundo por teléfono y se habían marchado para sumarse a la búsqueda. Sara sólo tuvo un par de minutos para ver que Garth era tan guapo como sus hermanos, aunque con aspecto menos formal. Tanto él como Marco estaban muy deprimidos y Sara comprendió cuan delicada era la situación. Si efectivamente se trataba de los Radicales de Diciembre, a esas horas, su hermana podía estar muerta.
Pero no lo estaba. La llamada con la noticia de que la princesa había sido rescatada los encontró a punto de subir al coche.
– ¿Cómo? ¿Qué? -balbuceó Garth.
Sara vio que mientras hablaba por teléfono el príncipe comenzaba a sonreír de oreja a oreja.
– Era Jack Santini -le dijo a Marco-. Te dije que recurrir a él era lo mejor que podíamos hacer.
Al oír el nombre, la terapeuta frunció el ceño. Jack Santini era un guardia de seguridad del que Karina estaba enamorada.
Rápidamente, Garth relató cómo el tal Santini había tomado por asalto la avioneta de los secuestradores y cómo había rescatado a la princesa de sus garras.
– Ha sido en un aeropuerto de Orange, así que llegar hasta aquí les tomara un par de horas.
Los dos hermanos comenzaron a abrazarse y a saltar de felicidad. Justo entonces llegaron Damián y la duquesa y los pusieron al tanto de las buenas nuevas. Sara observó la escena y se sintió una intrusa. Pero cuando Damián terminó de oír la historia, fue a la primera persona que abrazó y el gesto la llenó de satisfacción.
Toda la familia entró en la sala para esperar el regreso de la princesa. Sara vaciló y pensó que debía ir a su cuarto para no invadir su intimidad. Sin embargo, Damián se volvió preguntando por ella y dejó en claro que quería que se quedase con ellos. Garth la miró con curiosidad un par de veces, pero Marco parecía no aceptar su presencia de buen grado. Y la duquesa estaba tan agotada por las emociones del día que parecía no notar su presencia.
Cuando llegó el médico de la familia, la duquesa pegó un salto de felicidad porque, entre otras cosas, eso le daba la posibilidad de ocuparse de algo para aliviar la espera. Lo acompañó hasta las habitaciones superiores y lo ayudó a prepararse para revisar las posibles heridas de Karina.
Unos minutos después, el conde Boris entró en la sala. No estaba enterado de nada y se quedó estupefacto al escuchar lo sucedido. Alguien llamó al hospital para averiguar cómo seguían Greg y el chofer. Fue un alivio enterarse de que se estaban recuperando.
Finalmente, llegó el gran momento. Todos corrieron afuera para recibir a la princesa, incluidos los empleados de la cocina y el ama de llaves. La terapeuta observó a la pareja mientras salía del auto. El apuesto guardia de seguridad y la delicada princesa iban tomados de la mano.
Estaban tan enamorados que les brillaban los ojos con sólo mirarse. A Sara se le anudo la garganta por la emoción de verlos juntos y a la vista de todo el mundo.
El aspecto de Karina evidenciaba la pésima experiencia que había vivido. Tenía un moretón en la mandíbula y la ropa rasgada y sucia. Con todo, parecía estar bien. Trató de resistirse a la revisión del médico y sólo aceptó cuando Jack le prometió que se quedaría todo el tiempo que ella quisiera.
Sara sonrió y pensó que el amor verdadero era una visión reconfortante.
Marco, Garth y Damián hablaron entre ellos por un momento y luego invitaron a Jack a que los acompañara al despacho.
La terapeuta sonrió de oreja a oreja. Damián ya le había contado lo que pretendían. Iban a ofrecerle un título nobiliario a Jack como muestra de agradecimiento por haber salvado la vida de la princesa. Y en cuanto lo tuviera, reuniría los requisitos necesarios para comprometerse con Karina. Repentinamente, ese matrimonio se había convertido en algo incuestionable.
– Te felicito, Jack -le susurró Sara al oído.
Acto seguido, la terapeuta subió a su habitación. Comprendió que habían tenido que convertirlo en un noble para evitar un conflicto con las tradiciones y permitir que su hermana fuera feliz. Entonces se preguntó si acaso se convertiría en princesa si le salvaba la vida a alguien. Desafortunadamente, Sara no creía que las cosas funcionaran de ese modo.
Aquella noche, en el comedor había un ambiente de festejo. Todos estaban riendo y haciendo bromas durante la cena.
– En una ocasión, el propio rey fue secuestrado – contó la duquesa, dirigiéndose a Sara y a Jack-. Garth era un recién nacido, lo recuerdo perfectamente.
– Lo tuvieron cautivo más de un mes – explicó Garth-. También fueron los Radicales de Diciembre. Creían que de esa manera desestabilizarían el país. Desde entonces, siempre han sido un problema para Nabotavia.
– Esos miserables, maltrataron muchísimo a nuestro padre -afirmó Karina, afligida-. Lo torturaron y lo mantuvieron drogado todo el tiempo. Dicen que fue algo espantoso.
– No sabíamos si estaba vivo o muerto – intervino la duquesa-. La pobre reina…
A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas y ya no pudo seguir. Sara pensó que jamás la había visto tan humana.
– ¿Cómo hicieron para salvarlo? -preguntó la terapeuta.
Karina sonrió y miró a la duquesa.
– Mi tía tenía miedo de que nunca lo preguntaras – dijo, bromeando-. Mi tío, el duque, lo rescató.
– ¡El duque!
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de la anciana. Tenía una expresión soñadora y parecía mucho más bella.
– Tal como lo oyes: mi valiente esposo rescató al rey. De joven, era mucho más que un hombre elegante.
– Cuentan que fue una escena de película – comentó Marco-. Con balas cruzadas y todo salpicado de sangre. Debieras pedirle a mi tío que te cuente esa historia. Créeme, no tiene desperdicio.
– Lo haré -dijo Sara.
La mujer sonrió al pensar en el duque jugando a ser John Wayne y liándose a tiros con unos terroristas. Acto seguido, miró a Damián. El príncipe no parecía estar disfrutando de la anécdota como el resto. Tenía el gesto contraído y los ojos llenos de pena. A Sara se le desdibujó la sonrisa al verlo. Quería poder hacer algo que le devolviera la alegría.
– Por cierto, Damián -dijo Marco de repente-. La duquesa me ha dicho que esta mañana, mientras estabais fuera, llamó un policía local. Estuvieron dragando el lago más a fondo y encontraron todas las piezas que faltaban. Al parecer, tus sospechas eran ciertas. El perito considera que hay evidencias suficientes para creer que alguien atentó contra tu lancha. Iré a verlos por la mañana y te contaré lo que averigüe.
De no haber notado cómo se le hinchaba la vena de la sien, Sara habría pensado que Damián no había oído a su hermano.
Tras el comentario de Marco, todos empezaron a hablar a la vez y a tratar de explicarle a Jack lo que había ocurrido. Existían varias teorías respecto de quién podía haber hecho el sabotaje y la que parecía más consensuada era la que señalaba a los Radicales de Diciembre. Pero Damián no dijo nada aunque Sara sabía que tenía una teoría propia. Incluso cuando Jack se ofreció a hacer un reporte policial del incidente, él se quedó en silencio.
Un poco más tarde, estando solo con Sara en su habitación, él príncipe se permitió mostrar lo que sentía.
– Estoy tan harto de estar todo el tiempo sumergido en la oscuridad -sollozó-. Siento que tengo las manos atadas. No puedo hacer nada. Ni siquiera puedo ocuparme de mi propio accidente, tengo que dejar que los demás lo hagan por mí.
El príncipe parecía estar lleno de rabia.
– ¿Cómo voy a defenderme, Sara? ¿Cómo puedo proteger a las personas que a amo a salvo?
Con la última palabra, se le quebró la voz. Sara no intentó responder a las preguntas. Sabía que él no quería oír perogrulladas. De modo que se sentó tranquila y dejó que Damián liberara su furia. En determinado momento, le tomó las manos y permaneció en silencio. Él se aferró con fuerza y desahogó toda la rabia que había estado reprimiendo durante semanas. Cuando Sara vio que estaba agotado de tanto sollozar, se puso de pie y se inclinó para besarlo dulcemente en los labios y darle las buenas noches. Él se levantó, la empujó hacia atrás y la beso apasionadamente. Pero ella se apartó y lo dejó con lágrimas en los ojos. Ahora no estaban jugando a ser Sam y Daisy. Y Sara sabía que quedarse era jugar con fuego.
Llegó el día de la fiesta de la fundación y Sara no conseguía quitarse la sensación de tener el corazón en la boca, latiendo aceleradamente. Ya no tenía escapatoria, aquella noche comprobaría si su trabajo había valido la pena. La coordinación estaba saliendo bien y Damián parecía tranquilo y confiado. Sin embargo, ella sabía que todo el ardid podía fallar en el último minuto.
La policía estaba investigando el accidente del lago y Damián parecía estar más calmado que nunca. Aparentemente, la diatriba de la otra noche había servido para aliviarlo y para permitirle disfrutar de las cosas en paz. Habían pasado los últimos días entrenándose arduamente en el uso del transmisor y preparándose para librar todas las contingencias que pudieran surgir. Marco había tenido que volver a Arizona, pero llamaba a Sara cada noche para que lo informara de los avances y para asegurarse de que ella entendiera la importancia de ese acontecimiento para su gobierno.
Por suerte, Damián había pensado en que Jack Santini se ocupara de organizar la seguridad de la fiesta y el policía había tenido algunas ideas brillantes. Había llevado un pequeño micrófono que el príncipe podría utilizar discretamente y que le permitiría estar comunicado con Sara en todo momento, lo cual convertía a la operación en un éxito casi asegurado. Todo lo que tenían que hacer era llegar temprano para montar el sistema de intercomunicación en la cabina de proyección. Eso era todo. Aún así, Sara estaba muy nerviosa.
Tal vez, era porque el plan seguía teniendo algunos puntos débiles o porque sentía que era una responsabilidad que excedía a sus posibilidades. Lo cierto era que a pesar de la lógica excitación que le causaba la fiesta, Sara estaba inquieta por algo más. Había comprendido que después del baile, tenía que marcharse. La decisión no había sido fácil. A pesar de que sus temores por la integridad física de Damián casi habían desaparecido al enterarse de que Sheridan estaba en Europa, el secuestro de Karina había probado que podía pasar cualquier cosa en el momento menos esperado. Y Sara odiaba dejarlo en una situación tan vulnerable. Pero tampoco podía pasarse el resto de su vida cuidándole la espalda porque, ni siquiera así, estaría completamente a salvo. Debía marcharse, no tenía más alternativa. Se había quedado mucho más tiempo que el que se suponía y había dejado que Damián se acercara demasiado. Tenía que irse antes de que ocurriera algo peor.
Y además, estaba el fantasma de la pedida de mano de Joannie Waingarten. Si bien era uno de los temas centrales de la fiesta, nadie hablaba demasiado de eso. La idea era hacer el anuncio durante la cena de medianoche. Sara se preguntaba si iba a ser capaz de mantener la compostura una vez que el pacto estuviese sellado. No podía saberlo porque nunca había estado en una situación semejante.
No obstante, se estaba alistando y armándose emocionalmente para afrontar lo que surgiera. El vestido azul metalizado que Karina había encargado para ella le quedaba perfecto e incluso la costurera se había dado el gusto de improvisar algunos detalles que le realzaban la figura. Apenas después de comer, la princesa le pidió a Sara que se reuniera con ella. La terapeuta fue a su encuentro sin saber qué era lo que Karina escondía bajo la manga. Al llegar, descubrió que había un peluquero contratado especialmente para ella. Trató de protestar argumentando que solía ocuparse sola de esas cosas, pero Karina sonrió y le indicó que se sentara a su lado.
– Vamos a hacer esto juntas -dijo con alegría-. Acostúmbrate a eso.
Justamente, lo que Sara quería evitar era acostumbrase a esa clase de lujos. Aunque tratándose de la princesa, sólo cabía suspirar y dejar que la mimaran. Al rato, estaba encantada de haber aceptado. La manicura le estaba arreglando las uñas, el asistente del peluquero le había lavado la cabeza y hasta había llegado un maquillador para hacer una lista con lo que ella creía que podía llegar a necesitar. Después, llegó Donna, la gran amiga de Karina. La princesa no permitía que otra persona se ocupara de su cabello y quería que hiciera lo mismo con Sara. La muchacha no dejó de hablar ni un solo segundo, pero en todo momento las hizo reír.
Karina estaba en las nubes, aquellos días. Jack y ella habían programado casarse casi de inmediato. Apenas terminara la fiesta, partirían hacia Arizona para preparar la boda.
– Sobre todo es para eludir a la prensa del corazón -confesó la princesa-. Después del secuestro y todo eso, creímos que era mejor casarnos cuanto antes para evitar que los chismosos de siempre nos molestaran.
– Sin mencionar el hecho de que quieres estar segura de que Jack no se te va a volver a escapar -bromeó Donna. Karina sonrío.
– ¡Ni que lo digas!
Cuando Donna salió a buscar algo, Sara se volvió hacia la princesa y sonrió mientras pensaba en lo diferente que había sido su vida de la del resto de las chicas de su edad. De no haber sido tan cariñosa, probablemente Sara habría sentido algún tipo de resentimiento. Era mucho más guapa, mucho más adinerada y encima estaba felizmente enamorada.
– Cuéntame cómo se siente una siendo una princesa gloriosa a la que desean todos los hombres que la rodean.
– No seas tonta -contestó Karina, entre risas-. No es así para nada. Te diré un secreto: Jack Santini ha sido el primer hombre al que me creí capaz de amar. Lo supe en el momento en que lo vi. Y, como ves, estaba en lo cierto.
– Eso es muy romántico. Pero eres tan bella que estoy segura de que sintió lo mismo cuando te vio por primera vez.
La princesa asintió y sonrió alegremente.
– Tú también eres bella, Sara.
La terapeuta se sonrojó. Nadie le había dicho algo así antes. Al menos, nadie que pudiera ver.
– Karina, por favor…
– ¿Piensas que no? OH, Sara, las dudas están todas en tu cabeza. ¡Deshazte de ellas!
– Ojalá fuera tan fácil.
– Lo es, Sara. Toma esta noche como ejemplo. Vas a estar deslumbrante. Damián se va a quedar mudo cuando aparezcas.
Sara ignoró las consecuencias que podía generar que la princesa supiera lo que sentía por su hermano, Sara negó con la cabeza y sonrió con vergüenza.
– Eso no tiene ningún sentido. Sabes que no me puede ver.
Karina rió a carcajadas.
– ¡Sara! No se trata de lo que él vea, se trata de cómo te sientes contigo misma -suspiró, con resignación -. ¿No sabes que la belleza es una ilusión? Utiliza esa verdad a tu favor. Yo siempre lo hago.
La terapeuta pensó que para la princesa era fácil decir algo así, aunque era preferible que no lo hiciera en voz alta. De todas maneras, tenía que admitir que estaba empezando a sentirse más bonita que nunca. Era probable que tuviera algo que ver con las atenciones que estaba recibiendo. Aunque quizás, lo que en verdad la embellecía era estar enamorada. Sara se estremeció. Ya de por sí, la idea de estar enamorada la aterrorizaba por completo; pero el hecho de estar enamorada de un príncipe le generaba un susto de muerte. Tenía que alejarse de él tan pronto como pudiera. Y una vez lejos, averiguar cómo hacer para vivir con el corazón partido.
Las limusinas que los llevarían al hotel llegaron al anochecer. Los Roseanova habían reservado una planta entera del hotel y allí era donde se vestirían y darían los toques finales a peinados y maquillajes. En cuanto se registró, Sara aprovechó para ir hasta el salón de fiestas a revisar la logística. Iba a estar instalada en la cabina de proyección. Desde allí, podía ver casi todo el lugar. Mientras estaba reconociendo el terreno encontró a Marco haciendo algo parecido.
– Está noche es muy importante -comentó él -. ¿Crees que todo saldrá bien?
Ella inclinó la cabeza hacia un costado y pensó unos segundos antes de responder.
– Creo que tenemos las armas necesarias para cantar victoria.
Él asintió, aunque no parecía muy convencido.
– Estoy más preocupado por esta fiesta que por la coronación -dijo Marco.
Sara arqueó una ceja.
– ¿En serio? -preguntó, con cierta ironía.
– Sí. Muchas veces estuve tentado de hacerme cargo de todo y quitar a Damián de este asunto. Si no hubiese sido tan categórico con lo de que podía manejarlo, lo habría retirado de todo esto.
Después, la miró avergonzado y agregó:
– Pero sabía que apartarlo de esto le habría destrozado la confianza que pudiera haber adquirido después del accidente -hizo una mueca de dolor-. Lo único que espero es que no nos falle.
Sara suspiró. Entendía perfectamente lo que Marco quería decir. El fracaso de la fiesta pondría en peligro la posibilidad de que Damián recobrara el espíritu y comenzara a rehacer su vida. Le dolía el corazón de sólo pensarlo, así que se dijo que no permitiría que el príncipe fracasara. No, si ella podía hacer algo para evitarlo. Era una promesa.
– Una cosa que tenemos a nuestro favor es la manera en que Damián mira -apuntó Marco-. No tiene el gesto ausente de la mayoría de los ciegos. Si no sabes lo que le ha pasado, piensas que te está viendo.
– Sí, es algo fuera de lo común.
Para Sara, todo en Damián era algo fuera de lo común. Sin embargo, aquella sería la última noche que estaría con él. No recordaba haber sentido nunca tanta renuencia a dejar a un paciente. Por lo general, dejarlos era un alivio, pero esta vez sería una tortura.
Dos horas más tarde, con el vestido azul puesto, el pelo recogido y maquillada, Sara estaba preciosa. Ella misma se sentía obligada a reconocerlo. Y, al parecer, el resto opinaba igual.
– ¡Dios mío! -dijo Boris al verla.
– Veo que por fin te has bañado -bromeó Tom.
– Sara Joplin, pareces una princesa -afirmó la duquesa.
Hasta el duque hizo un comentario. A pesar de su avanzada edad, el hombre había aceptado concurrir a la fiesta porque sabía lo vital que era para la familia conseguir el apoyo de los inversores.
– Pareces salida del paraíso, querida. Tantos elogios comenzaban surtir efecto y Sara se sentía verdaderamente bella. Después de todo, tal vez Karina tenía razón.
Seguidamente, la terapeuta se dirigió a la cabina de proyección y organizó todo su equipamiento para poder trabajar con comodidad. Cuando estaba terminando de revisar los controles, entró Damián. El esmoquin negro realzaba el tono de su piel. Estaba guapísimo, y a Sara casi se le paró el corazón al verlo.
El la tomó de la mano.
– Deséame suerte -dijo.
– Te deseo toda la suerte del mundo.
– No, así no -protestó. – Así…
Acto seguido, la apretó contra él y la besó con pasión.
El sonido de unos pasos detrás de la puerta los forzó a separarse. Un segundo después, Jack entró en la cabina y comenzó a instalar el cable del micrófono por debajo de la camisa de Damián. Sara se dio vuelta, cerró los ojos y trató de evocar la sensación del beso.
En cuanto estuvo listo, Damián fue hasta el centro del salón para probar cómo funcionaba el intercomunicador. Desde su posición privilegiada, Sara sonreía mientras lo observaba pasear por el lugar cuidando de no chocarse con los trabajadores que estaban terminando de colocar la decoración. Encendió el transmisor rápidamente, lista para guiarlo a través del laberinto.
– Probando, probando. ¿Me oyes bien?
Él levantó la cabeza.
– Hola, preciosa -dijo, con voz sensual.
Ella sintió que el corazón se le salía del pecho. Estaba a punto de contestarle, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, oyó una voz toscamente afeminada que decía:
– Hola, guapo.
Sara no se había dado cuenta de que justo cuando Damián estaba haciendo esa broma, había un atractivo camarero cerca. El hombre se dio vuelta con brusquedad y lo insultó, ofendido.
– OH, OH -murmuró el príncipe en el micrófono -.Tienes que advertirme de estas cosas. De lo contrario, me pasaré la noche diciendo cosas que no debo a quien no debo.
– Lo siento -contestó ella, nerviosa-. Prometo poner más atención.
Un par de minutos de práctica bastaron para aplacar la tensión. Y entonces, llegó la hora. La familia real en pleno se ubicó en el vestíbulo del salón. Una vez que el lugar estuviera repleto de invitados, serían anunciados por los altavoces y entrarían en la fiesta, ordenadamente y de dos en dos. Annie se reunió con Sara en la cabina. Dado que conocía a la mayor parte de los miembros de la comunidad nabotaviana de vista, iba a ayudar identificándolos.
Las puertas se abrieron y comenzó a entrar gente vestida con sus mejores galas.
– Allá vamos -murmuró Sara y le guiñó un ojo a Annie-. ¿Damián? ¿Me oyes?
– Te oigo -respondió-. El cabeza del Carlington Financial Group acaba de ser anunciado. Voy a ir a saludarlo. ¿Estás lista?
Ella respiró hondo y afirmó: -Estoy lista.
– Entonces, vamos allá.