Capítulo Dieciséis

– Supongo que os estaréis preguntando por qué os he hecho venir aquí -dijo el príncipe Marco en un tono misterioso.

– ¿Somos sospechosos? -bromeó Karina-. Para mí ha sido el duque, con el candelabro de la biblioteca. ¡Confiésalo, tío!

El anciano la miró con mala cara.

– Puedo entender que todos estemos algo alterados esta noche -comentó-. Pero creo que Su Majestad ha convocado a una reunión de la familia real para que no quede ningún cabo suelto antes de tu boda. Y considerando que ya es casi medianoche, diría que prosigamos.

– Estoy completamente de acuerdo. Por primera vez en años, la duquesa le daba la razón a su marido.

Los seis estaban agrupados en una esquina de la biblioteca. Todos estaban acostumbrados a esas reuniones. De hecho, las tenían con frecuencia porque servían para mantener los asuntos familiares bajo control.

– La próxima vez que tengamos una reunión como esta, Jack estará con nosotros – dijo la princesa, sonriendo de satisfacción-. Será uno de la familia.

– Yo no estaría tan seguro -bromeó Garth-. Quizá decidamos expulsarte a ti.

Karina le sacó la lengua. La duquesa suspiró con fastidio y se abanicó con un papel.

– El primer punto del temario tiene que ver con el conde Boris -informó Marco-. Me ha llamado anoche para contarme que por la tarde se había casado con Annie en Las Vegas.

La duquesa se quedó pasmada, soltó el abanico y gritó: -¿Qué? El duque se volvió hacia ella y le tomó la mano.

– Es verdad, querida. Yo estaba al tanto de todo desde el principio. Cuando intentó llevarla consigo a Europa para que se hiciera cargo del personal de su casa, ella le exigió un anillo. Una chica sensata la tal Annie. Sabe lo que está haciendo.

– Pero es un ama de llaves -protestó la mujer.

– Eso es lo que tú crees -dijo Damián-. A menos que me equivoque, en breve Annie será el poder en las sombras del Departamento de Comercio.

Garth asintió.

– Lo cual estaría muy bien porque Boris es torpe con los números.

– Sí -afirmó el duque-. Creo que todos nos beneficiaremos con este cambio, por mucho que a la duquesa se le parta el corazón. Ya sabéis, esperaba que Boris se casara con una princesa.

– Hay tantas que podrían haber aprovechado la oportunidad…

La duquesa hablaba con voz lastimera. Todavía estaba demasiado impactada como para contraatacar con su habitual acidez.

– No entiendo por qué te sorprendes, tía – afirmó Karina-. Tarde o temprano iba a terminar así. Era tan obvio que hasta un chico de dos años se habría dado cuenta de que estaban perdidamente enamorados.

– Cerrado ese punto, pasemos a un tema más serio -intervino Marco-. Necesitamos decidir qué vamos a hacer con Sheridan. Ahora mismo, está internado en una clínica y está bien. Podemos llamar a la policía y levantar cargos en su contra, o bien, resolver el tema entre nosotros.

Acto seguido, alguien hizo una síntesis de lo ocurrido apenas unas horas antes. A todos les sorprendió y entristeció a la vez, el descubrir que Sheridan se había convertido en una amenaza. Marco sugirió que se lo enviara a Nabotavia y se lo internara en una clínica de salud mental. Hubo un acuerdo generalizado con ese planteo.

Damián se sintió aliviado. No le interesaba tomarse ninguna revancha. Sólo quería que Sheridan estuviera en un sitio en el que no pudiera lastimar a nadie, y en lo posible, donde lo ayudaran a entenderse a sí mismo y a sus motivaciones. Miró a su familia y se le hizo un nudo en la garganta. En el último tiempo había sido muy duro con ellos y sabía que debía disculparse. Lentamente, se puso de pie y le pidió a Marco que le diera la palabra.

– Lo primero que quiero que sepáis es que he recuperado la vista por completo. Esta mañana he visitado a un especialista en Flagstaff y me lo ha confirmado. Además, quería agradeceros por haberos acomodado a mi ceguera mientras duró. Todos habéis sido muy amables y generosos y en todo momento aprecié lo que hacíais por mí, aunque no siempre lo demostrara.

Karina hizo un comentario gracioso y los demás rieron. Damián la miró y volvió sobre lo que estaba diciendo.

– Hace algunos días, tuve la oportunidad de oír algo de Jan Kreslau, el poeta preferido de nuestro padre. Uno de sus últimos poemas se llama Ojos nuevos para una vida nueva. Creo que es un buen título para mi vida. De alguna manera, quedar ciego fue bueno para mí. He aprendido mucho sobre mí mismo y sobre las cosas que no miraba cuando podía -aseguró, con una sonrisa-. Y también he aprendido mucho sobre vosotros. Os he visto con ojos nuevos y puede que os sorprenda oír que me gustáis. Pero estamos cambiando. Amo Nabotavia. Amo a la familia Roseanova, su historia y sus tradiciones. Creo en nosotros y estoy convencido de que haremos un gran trabajo gobernando nuestro país.

Damián estaba inquieto y, sin quererlo, se balanceaba hacia los lados. Hasta entonces, su intervención no había tenido nada que pudiera generar conflicto alguno. Sin embargo, había llegado el momento de desafiar a los suyos y temía cómo pudieran reaccionar.

– Con todo, creo que deberíamos modificar algunos aspectos del viejo sistema. Las tradiciones son importantes porque nos aportan profundidad y riqueza cultural. Pero a menudo esta cultura comienza a imponer restricciones arcaicas y sin sentido con el pretexto de preservar la tradición. Tenemos que perder los prejuicios y tener la entereza suficiente como para corregir ese error. Soy consciente de que no siempre estaremos de acuerdo acerca de qué es lo bueno para nuestra nación y qué lo que debe ser descartado -hizo una pausa y respiró hondo-. Todo este largo y aburrido discurso tenía por objetivo haceros saber que estoy dispuesto a seguir las normas que la tradición me impone. Aun así, quiero que sepáis que voy a pedirle a Sara Joplin que se case conmigo.

Durante algunos minutos, el murmullo que generó el anuncio de Damián inundó la sala. Tras lo cual, volvieron a escucharlo atentamente.

– No sé si ella va a aceptar -admitió el príncipe-. No le va a hacer ninguna gracia tener que vivir alejada de sus costumbres, pero estoy dispuesto a hacer lo imposible para convencerla. La amo apasionadamente y creo que traería un poco de frescura y entusiasmo a esta familia. Lo único que espero es que vosotros estéis preparados para aceptarla.

– Por esta noche, ya he oído demasiados disparates -gritó la duquesa, volviendo a su típico sarcasmo -. No entiendo para qué os molestáis en informarnos si a fin de cuentas siempre hacéis lo que os da la gana. Primero fue Karina anunciando que iba a casarse con un policía. Después Boris, que se ha casado con nuestra ama de llaves. Me pregunto de dónde vamos a traer a otra empleada tan buena para que la reemplace.

La mujer suspiró afligida y, señalando a Garth, continuó con su reproche:

– Casi de ti preferiría ni hablar. He oído que has rechazado casarte con la princesa Tianna, la preciosa joven con la que has estado comprometido durante años. Una chica que se cansó de esperar que actuaras con ella como se debe y que tuvo las agallas de venir aquí de incógnito para averiguar a qué se debía tanto retraso.

Garth gruñó y su hermana hizo una mueca de disgusto.

– Bueno, las cosas no fueron precisamente así -afirmó Karina-. Me temo, tía, que no tienes la menor idea de lo que estás hablando.

Pero la duquesa no quería escuchar razones.

– Entonces, ¿por qué Damián no debería casarse con su terapeuta? Si aquí todo el mundo hace lo que se le ocurre. Al menos Marco hizo lo correcto cuando se casó -dijo e hizo una reverencia al futuro rey -, y ahora se ha comprometido con la princesa Illiana en Dallas, y estoy segura de que cumplirá con su deber. Al parecer, es el único que no ha olvidado el significado de esa palabra.

La reunión se transformó en una especie de riña de gallos, con bandos enfrentados, gritos y acusaciones descaradas. Damián sonrió. Casi todos los encuentros familiares terminaban de ese modo y pensó cuánto adoraba la pasión de aquella gente. En ese momento, recordó que todavía quedaba un tema delicado por hablar. Era necesario que todos supieran que su padre era el padre biológico de Sheridan. Sara lo había convencido de que sus hermanos ya tenían edad suficiente como para conocer la verdad y que no era justo que cargara con todo el peso sobre sus hombros. Él se había enterado siendo muy joven e impresionable. Desde entonces, se había sentido responsable de preservar la felicidad de sus hermanos y por eso les había ocultado lo de Sheridan. Ahora comprendía que no tenían por qué reaccionar igual que él. Además, Sara le había enseñado que una cosa era querer que los seres amados fueran felices, y otra muy distinta creerse responsable de esa felicidad.

De cualquier modo, decidió que era mejor esperar para hablar con ellos. Al menos, hasta después de la boda de Karina.

Aquella noche, el príncipe se sentía exultante y lleno de amor. Sabía con quién quería disfrutar de esa sensación, de modo que aprovechó el alboroto familiar para escapar de la biblioteca.

Los corredores estaban en silencio y casi a oscuras. Era tarde y la mayoría de los invitados estaban durmiendo. Encontró la habitación de Sara y abrió la puerta con cuidado. La luz de la luna iluminaba el cuarto y Damián pudo ver que su amante estaba recostada en la cama. La observó dormir durante un rato y luego le acarició una mejilla.

– Despierta. Sara.

– ¿Qué?

La mujer abrió los ojos y lo miró aturdida.

– ¿Qué haces aquí, Damián?

– Tengo que hablar contigo y no podía esperar hasta mañana.

– ¿Porqué? -preguntó.

Acto seguido, Sara se acomodó en la cama tratando de dejar espacio para que se acostara junto a ella.

Él le acarició el cabello.

– Estás dormida, ¿verdad? En ese caso, tendrás la guardia baja.

– Supongo que sí -murmuró ella, con los ojos entreabiertos.

– Genial.

Luego, la tomó de los hombros y sonrió.

– Dioses, dadme valor… -respiró hondo -. Sara Joplin, ¿querrías casarte conmigo?

Ella se quedó boquiabierta y con los ojos redondos como platos. Le llevó varios segundos encontrar una respuesta.

– Espera un minuto. Estoy soñando, ¿no es cierto?

– No. Esto es absolutamente real. Quiero que seas mi esposa.

Sara hizo una mueca de desdén.

– Bah, es obvio que es un sueño. Es demasiado bueno para ser real. Los príncipes no les preguntan a las mujeres como yo si quieren casarse con ellos.

– ¿Quién te ha dicho esa estupidez?

– Es algo que sabe todo el mundo. Mera sabiduría popular.

Después, Sara bostezó y se acomodó en la almohada como si quisiese volver a dormir.

– Eh, no te duermas. Te estoy pidiendo que te cases conmigo.

– No, no lo estás haciendo -afirmó ella, mientras negaba con la cabeza-. No puedes pedirme eso porque la realeza no hace cosas así. Annie me ha hablado sobre eso. «Mantente alejada de los nobles», me dijo. «Sólo buscan una cosa y…»

Damián rió a carcajadas y le tomó la cara con las dos manos.

– Supongo que en tal caso te sorprenderá saber que Annie y Boris se han casado esta tarde en Las Vegas.

Por fin, Sara abrió los ojos.

– ¡Dios! Sí que es una sorpresa.

– Entonces, ¿qué dices ahora de mi propuesta?

Ella frunció el ceño y, tras pensarlo un momento, lo miró con una sonrisa cómplice y comenzó a quitarse el camisón.

– Vamos, hagamos el amor -aventuró-. Y si después de eso sigues queriendo que me case contigo, te creeré.

Damián soltó una nueva carcajada, comenzó a desvestirse y, una vez desnudo, la abrazó.

– Eres tan bella -dijo.

Mientras tanto, el príncipe se extasiaba con la visión de los senos de Sara y le apartaba el pelo de la cara para poder besarla.

– Me enamoré de ti estando ciego. Pero ahora que puedo verte, te amo mil veces más.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. -Damián, haces que mi vida valga la pena. El le besó los ojos para borrar la humedad. – ¿Recuerdas el primer día? En cuanto te acercaste a mí, te dije que no te necesitaba. Sara asintió. -Claro que sí. -Estaba ciego. Ella rió.

– Sí, lo sé. ¿Recuerdas que entonces te dije que sólo estaría contigo por un tiempo y luego me marcharía?

– Perfectamente.

– También estaba ciega.

El príncipe sonrió con ternura.

– Dime, Sara, ¿quieres casarte conmigo?

Ella se puso seria y habló con pretendida gravedad.

– No hasta que sacies tu deseo por mi cuerpo, mi querido príncipe. Sólo entonces podré saber si tu aprecio por mí es sincero.

– De acuerdo, encantado de complacerte, mi querida dama.

Damián comenzó a besarla por todo el cuerpo, pero se detuvo al llegar al ombligo.

– Una de las primeras cosas que quiero hacer es contactar con tus padres -dijo, levantando la cabeza para poder verle la cara.

Ella lo miró desconcertada.

– ¿No me digas que quieres pedirle permiso para cortejarme?

– No. El cortejo seguirá su paso, cueste lo que cueste -aseguró-. Quiero ofrecerles un trato. Les daré los derechos exclusivos para comercializar el turismo en la nueva Nabotavia, sólo que con una condición.

– ¿Cuál?

– Quiero verlos en la sala de espera cuando nazca el bebé de Mandy.

Sara rió y lo rodeó con sus brazos.

– Te amo, Damián Roseanova, príncipe de Nabotavia.

– ¿Pero te casarás conmigo?

– ¡Todavía no!

Él comenzó a acariciarla lentamente. Su propio cuerpo estaba tenso y listo para penetrarla y dejarse arrastrar por el deseo y la pasión. Sin embargo, prefirió esperar. Quería aprender a comprenderla en su totalidad y disfrutar del brillo de su piel, del temblor de sus muslos y del sonido de sus gemidos de placer. Y cuando terminó de hacerlo, entró en ella. Después, se estremecieron y disfrutaron en una danza acompasada y llena de rituales mucho más antiguos y fundamentales que los de la realeza de Nabotavia. Aunque por muy primitivos que fueran, Damián no estaba dispuesto a cambiarlos por nada del mundo.

Por fin, cuando estaban a punto de alcanzar el éxtasis, el príncipe le susurró al oído:

– ¿Quieres casarte conmigo?

Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos.

– Sí, Damián -respondió, alto y claro-. Me casaré contigo.

La declaración de Sara fue una esperanza y una promesa. Y lo dijo con todo su corazón.

Загрузка...