Capítulo 5

Conforme se hacía más tarde, la marea comenzaba a subir. Las gaviotas volaban sobre las aguas buscando su cena. El cielo estaba despejado todavía, pero el calor ya no era tan intenso. Mick se incorporó para quitarle a Kat su camisa de los hombros, con la que la había protegido antes de los abrasadores rayos del sol.

Ella se movió cuando la tocó, pero no se despertó, lo cual le concedió a Mick algunos momentos más para mirarla a gusto. Hasta que ella no se despertara, él podría contemplarla todo lo que quisiera.

Uno de los tirantes se le había deslizado por el hombro y ella estaba acostada sobre su estómago con una pierna levantada. Tenía el pelo mojado por el agua de mar, era como una maraña de seda roja.

Mick vio que tenía pecas cerca de la clavícula y otras más abajo. Su trasero, que había estado mirando la última hora, era pequeño, firme, redondo, exquisito e incitante.

Kat era la mujer más sensual que él había conocido, le agradaba tanto su aspecto como su temperamento, y la forma en la que reaccionaba cuando la acariciaba. Casi lo volvía loco, pero ella siempre se detenía, temerosa, antes que sus caricias o sus besos se hicieran más intensos. Mick llegó a la conclusión de que tenía miedo. Tenía un miedo, profundo, irracional.

Mick no comprendía la razón. No entendía a Kat y había tardado varias semanas en aceptar que no necesitaba entenderla. Ninguna otra mujer le había hecho sentir esa atracción tan intensa, esa sensación de plenitud.

Ningún otro hombre yacería al lado de Kat… en la arena o en la cama.

Eso lo sabía Mick muy bien.

Kat se estiró a su lado, como una gatita y entreabrió los ojos somnolienta. Por un momento se desconcertó, sin percatarse de que la sombra de Mick la cubría de manera tan posesiva como su mirada. Por un momento los ojos de Kat se encontraron con los de él y el deseo se reflejó en ellos. Por un instante ella le dijo lo que él anhelaba saber, que lo deseaba; que estaba interesada. Y, lo más importante de todo: que lo necesitaba.

Kat se despertó por completo de repente y se incorporó con movimientos bruscos. Miró hacia la playa con expresión algo ansiosa.

– ¿En dónde están Noel y Angie?

Pobrecita. No quería decirle que sus "damas de compañía" habían desertado.

– Hay una tienda en el parque municipal y es el sitio favorito de Angie. Siempre se encuentra a chicos de su edad allí con los que pasarla bien. Y Noel ha encontrado a algunos adolescentes jugando pelota en la playa. Le ha echado el ojo a un muchacho pecoso. Dudo de que las veamos hasta que se estén muriendo de hambre.

– ¿Cuándo ha ocurrido todo eso?

– Mientras dormías.

– No estaba dormida -le aseguró Kat-. No es posible. Nunca duermo de día.

– Bien. Mientras no dormías, entonces -dijo Mick en tono apacible-. Te tapé para que no te quemaras. Excepto la nariz -le tocó la enrojecida nariz.

– Mick…

– ¿Sí? -Mick no podía esperar más para sacudirle la arena de la nuca.

Mientras estaban todavía cerca, dejó que sus dedos se le hundieran en el pelo. La arena estaba mezclada con las sedosas hebras.

– Si no recuerdo mal, me habías dicho que a tus hijas ya no les entusiasmaba pasar un día en la playa. Que no querían venir porque aquí no había nada que hacer. Y la razón por la que he venido contigo este fin de semana es para ayudarte a entretenerlas.

– ¿Yo te dije eso?

– Sí.

– Ah, caray. Bueno, pues te mentí -declaró Mick y le colocó con cuidado el tirante del traje de baño.

Ella no parecía percatarse de que estaba incorporada sobre un codo, de tal forma que su acompañante podía ver un pequeño y redondeado seno. Al ponerle el tirante pudo mirarla con discreción.

– ¿Mick? -había tal paciencia en su expresión que él tuvo que sonreír.

– ¿Sí?

– Voy a hablar contigo sobre tu costumbre de mentir. Mira, parece que hay un pájaro revoloteando por aquí -dijo olvidándose de su propósito de regañarlo al ver el ave.

– ¿No te has preguntado para qué hemos comprado diez barras de pan para sólo un fin de semana? Incorpórate muy lentamente y con todo sigilo. El pájaro comerá de tu mano si quieres, pero prepárate.

– ¿Para qué?

En el momento en el que Mick se estiró hacia atrás y le dio una hogaza de pan a Kat, otra gaviota se unió al banquete. Kat no había terminado de desenvolver el pan cuando una docena de gaviotas se arremolinó sobre su cabeza.

Kat comenzó a reírse y no pudo contenerse.

– ¡Por Dios, ayúdame!

– Lo estás haciendo muy bien -Mick observó cómo desmigajaba el pan a la velocidad del rayo.

Ella se dio la vuelta, parecía una ninfa rodeada de gaviotas hambrientas.

– ¡La barra se acabará en cuestión de segundos… basta, ladrona!-una audaz gaviota fue directamente por el pan. Otra la apartó sin miramientos y una tercera se cernía en el aire, esperando atrapar al vuelo su ración-. Yo pensaba que las criaturas de esta isla eran salvajes.

– ¿Te parecen muy civilizadas las gaviotas?

– Me parecen maravillosas -Kat se enterneció cuando un ave tomó de su mano un pedazo de pan.

– No te entusiasmes con esas voraces ingratas. Cuando se acabe el pan, ni siquiera se acordarán de tu nombre.

– Eres muy escéptico, Mick.

– Es la pura verdad.

– No me importa. ¿No te parecen preciosas?

Quien le parecía preciosa a Mick era Kat. La siesta le había sentado bien; él sabía que su vecina trabajaba demasiado. También sabía que era lista. Lo suficiente para haber encontrado una buena excusa para no ir con él y sus hijas ese fin de semana si no hubiera querido, lo suficiente para evitar que la besara si no lo deseaba. Y bastante lista para saber que él no era un hombre a quien le gustara jugar, ni con los sentimientos de una mujer ni con los de él.

El pensaba que su relación acabaría siendo íntima. Ella tenía que darse cuenta. Era posible que Kat no supiera que cuando estaban juntos él se sentía vivo como nunca se había sentido. Le bastaba con tocar a Kat para que surgiera en su interior lo que era posible, lo que nunca había tenido, todo lo que podía y debía haber entre un hombre y una mujer.

Algún hombre le había hecho daño. No hacía falta ser psicólogo para darse cuenta. Era evidente cada vez que él intentaba besarla o acariciarla con pasión.

Kat tenía sus razones para estar inquieta, pero sólo porque él intentaba proporcionarle más satisfacción de la que ella podía tolerar.

Pronto. Por el momento, se contentaba con observar cómo el sol, el viento y el mar ejercían una magia especial en Kat. La isla siempre había sido para él una fuente de renovación. Y su hechizo comenzaba a ejercer su influjo también en Kat. Movió la cabeza, mientras veía cómo correteaba por la playa tirándoles al aire migas de pan a las gaviotas y riéndose como una niña. Y él que nunca la había creído capaz de disfrutar de los placeres sencillos de la vida.

Incluso cuando se acabó el pan, Kat no quiso dejar a las aves. Mick tuvo que llamarla y tentarla hablando de filetes, papas asadas y otras delicias.

– Pero no podemos empezar a cenar sin las chicas, Mick.

– Créeme: llegarán a tiempo -de regreso en la cabaña, Mick preparó la parrilla mientras Kat se daba una ducha. Cuando Kat reapareció, se había hecho una trenza y llevaba puesto un mono corto que se cerraba hasta la garganta con una cremallera. Mick le bajó con torpeza la cremallera hasta que quedó muy cerca de los senos de Kat, ella lo dejó hacerlo. Cuando Mick salió de la ducha sólo con unos pantalones cortos, Kat clavó la mirada en la de él, haciendo que se riera.

– Sospecho que a pesar de tu aspecto recatado, pelirroja, hay en ti cierta impudicia.

– No -ella se sonrojó-. Me has interpretado mal.

– No. Durante casi una tarde entera, te has olvidado de estar alerta -la voz de Mick se suavizó-. Me gusta que te comportes con espontaneidad y tranquilamente conmigo. No luches contra tus propios impulsos.

Fue justo lo que él no debió haber dicho. Kat se puso tensa, como si se avergonzara de haber flirteado con él. Siguieron charlando, pero ella volvía a cada momento la cabeza hacia el bosque.

– ¿Estás seguro de que no deberíamos ir a buscar a tus hijas?

– Ya llegarán -repitió él.

Cuando el sol se puso en el horizonte, el cielo pasó del color oro al escarlata y luego a un violeta profundo. Para entonces las papas envueltas en papel de estaño ya se asaban en la parrilla. Mick colocó la rejilla para poner a asar la carne.

Dos minutos antes de la hora a la que oficialmente cenaban, aparecieron las dos "acompañantas" de Kat… con refuerzos. Un chico pecoso trataba de esconderse detrás de Noel. Angie traía un compinche flacucho que sonreía despreocupadamente.

Kat se tranquilizó de inmediato.

– Por eso pusiste tanta carne a asar -murmuró.

– Las viejas costumbres son difíciles de desarraigar. Mis hijas no son tímidas.

Tampoco lo era Kat… con las chicas. Los invitados de las jóvenes se fueron después de cenar, pero Mick y las tres mujeres permanecieron un rato junto al fuego. Para entonces la oscuridad era total y los carbones brillaban en la parrilla. Kat se colocó entre Noel y Angie y comió más que todos juntos.

Mick se encargaba de repartir la comida. Una profunda satisfacción y alborozo lo embargaba. Debido a su obsesión por el trabajo los últimos dos años, se había perdido esos momentos con sus hijas, su capacidad para disfrutar juntos, esa convivencia familiar. Mick había reconocido sus errores antes de hablar con Kat, pero fue su furioso sermón de aquella primera noche lo que le hizo actuar.

Kat ejercía también una gran influencia sobre sus hijas. Mick, conmovido, oía cómo las tres charlaban sin parar. June había sido una madre típica para sus hijas. Kat preguntaba y discutía. Tenía autoridad sobre ellas al ser mayor, pero también las respetaba como seres humanos interesantes. Mick ni siquiera sabía que Noel tenía sus propias opiniones respecto a los pobres, ni que Angie se preocupaba por el medio ambiente. Tampoco sabía un ápice sobre maquillaje, pero estaba aprendiendo.

Por fin se acabó la comida y los bostezos hicieron más apacible la conversación. Eran más de las diez. Mick comenzó a apagar el fuego.

– Noel y yo dormiremos en la playa en nuestros sacos de dormir, ¿te parece bien? -Angie se levantó para echar los brazos al cuello de su padre y darle un beso de buenas noches-. Gracias, papá.

– Un momento, bribona. No recuerdo haber dicho que sí.

– No importa, ya sabes que nos dejarás hacerlo. Ya conocemos todas las reglas: nada de meterse en el agua, acampar lejos y volver aquí corriendo en cuanto alguien aparezca por la playa -Angie concluyó con una amplia y encantadora sonrisa. Sabía cómo complacer a su padre.

Noel también le dio un beso de buenas noches. Entonces agitó un dedo delante de su padre con gesto autoritario.

– No te preocupes por Angie, ya sabes que la cuidaré. Ustedes pórtense bien, tú cuida a Kat y no se acuesten muy tarde.

Cuando las dos se perdieron de vista, Mick se rascó el cuello y le dirigió a Kat una mirada entre pesarosa e irónica.

– Dímelo sin rodeos; ¿crees que he perdido por completo mi autoridad de padre?

Kat se echó a reír, pero en seguida se puso seria al darse cuenta de que estaban solos. En la oscuridad. Y sus jóvenes compañeras la habían abandonado.

– Creo que es porque has permitido que se hagan demasiado independientes.

– ¿Demasiado independientes?

– Tú mismo lo dijiste, Mick. ¿Cómo puede uno permitir que un hijo no se haga independiente? -inquirió Kat con suavidad-. ¿Cómo puede desarrollar alguien su carácter si no se le concede libertad para cometer errores, para probarse a sí mismo y saber lo que desea?

– Sí, esa es la teoría -extendió una mano para tomar la de ella. La ayudó a levantarse y la mantuvo junto a él, pero sólo un instante-. La realidad es un poco diferente. Siempre que veo a Noel con algún chico, me dan ganas de mandarla a algún internado de monjas.

– Está probando sus poderes de seducción -señaló Kat sonriendo-. Está tratando de cautivar a toda la población masculina. Cuando le interese un solo chico es cuando vas a tener que tomar tranquilizantes.

– ¿Tú lo hacías?

– ¿El qué?

Kat estaba siendo víctima otra vez de su hechizo. Se suponía que debía ser cautelosa cuando estaba con Mick. Se suponía que debía recordar que no era como otras mujeres y no debía propiciar ninguna relación seria entre ellos.

– ¿Probabas tus poderes de seducción cuando tenías la edad de Noel?

– Sí, era terrible -admitió ella en tono divertido. Quizá era por el susurro de la brisa y el olor del mar y los árboles, pero las puertas personales que tanto trabajo le costaba mantener cerradas para todos los demás, le resultaba imposible no abrirlas con Mick-. Salía con los chicos menos recomendables del colegio y rompía todas las reglas que mis padres me imponían. ¡Mi pobre madre! Sé muy bien que empezaron a salirle canas cuando yo estaba en el último curso… y todo para nada.

Mick se volvió para mirarla extrañado.

– ¿Para nada?

Kat emitió una risilla nerviosa.

– Me gustaba que me miraran, pero no que me tocaran, en realidad. Nunca me perdía una fiesta ni una reunión, pero sólo para dejarme ver. Me rellenaba mi sostén con algodón. ¿Crees que iba a dejar que algún chico lo descubriera?

Hubo un momento de silencio, los ojos de Mick se clavaron en ella.

– ¿Es verdad que hacías eso?

– ¿El qué?

– Llevar relleno en el sostén.

– Claro que lo hacía. Y puedes dejar de contener la risa, Larson. No hacía nada que no fuera normal entonces. Y creo que en todas las épocas; desde siempre las mujeres han tratado de acentuar sus atributos femeninos. Y no creo que las chicas de hoy en día hayan cambiado mucho… ¿no has notado que Noel está un poco… cambiada de repente?

– ¿Pretendes decirme que mi hija…?

– No podría estar por sí misma tan desarrollada -Kat hizo que su interlocutor se riera.

Luego él le deslizó una mano por la espalda. Mick la llevaba hacia la playa. Cuando llegaron a una duna, Kat sintió la arena bajo sus pies y contempló el mar, oscuro, infinito, imponente.

Kat adoraba el mar, pero no por la noche, no cuando estaba sola. Mick estaba entre ella y ese abismo oscuro e insondable. Ella pensó que Mick siempre haría eso con la mujer que quisiera; ponerse entre ella y los oscuros abismos de la vida.

Se controló de inmediato cuando comprendió dónde la estaba llevando ese pensamiento.

– Te he contado cómo era de adolescente para ser sincera contigo, Mick. En realidad creo que soy la última persona que podría aconsejarte sobre tus hijas… es muy probable que echen de menos a June -agregó.

Mick no replicó. Kat podría tener ganas de hablar de June, pero él no.

– ¿Mick?

Era evidente que ella iba a insistir en el tema. Mick suspiró. Se dijo que quizá había llegado la hora de hablar de su mujer.

– Sé que las chicas echan de menos a su madre -dijo-. Trato de convencerme de que estoy haciendo un buen papel como padre. Pero no me hago ilusiones respecto a ocupar el lugar de su madre. Es duro para ellas.

– También para ti. Estoy segura de que la echas de menos. June jamás ocultó lo feliz que era -la sonrisa de Kat fue gentil-. Muchas veces me dijo que eras el único hombre en la tierra con quien pudo haber convivido.

Hizo ese comentario para hacerle sonreír, pero a la luz de la luna vio el semblante austero de su acompañante y cómo en sus ojos se reflejaba algo que no podía definir a ciencia cierta. ¿Acaso era dolor?

– Sí; creo que era feliz con lo que había entre nosotros.

– ¿Es que lo dudas? Todo el vecindario sabía que eran una pareja perfecta -Kate se sintió incómoda de repente-. ¿No eran… felices?

La voz de Mick fue seca, apacible, tajante.

– Estábamos casados. Y si no hubiera muerto, sin duda seguiríamos juntos.

– Lo cual me indica lo que opinas de la lealtad y la fidelidad en el matrimonio, pero no es eso lo que te he preguntado. ¿Eran felices?

– June lo era. Tengo que creerlo, o catorce años de mi vida carecerían de sentido. Ven aquí, pelirroja -cuando ella no me movió de inmediato, el extendió un brazo y le puso la enorme mano detrás de la nuca. La estrechó hasta que sus caderas chocaron mientras andaban-. Te estás volviendo muy descarada últimamente, me haces preguntas personales, actúas como si tuvieras derecho a saberlo todo sobre mí.

– Tengo derecho a saber…

– Por supuesto. Si quieres saber si he olvidado a June, la respuesta es no. No he olvidado ni espero olvidar a una persona que formó parte de mi vida tantos años.

– Por supuesto que no.

– Pero lo que realmente quieres saber, lo que estoy seguro que esperas oír, es que aún no me he recuperado de la pérdida de mi esposa. Guardo muy buenos recuerdos de June, pero nada que pueda constituir una amenaza para ti. No la veo cuando te estoy mirando. No la deseo a ella cuando te toco. No pienso en lo que tuve. Cuando estoy contigo pienso en lo que puedo tener -recorrió la cara de Kat con la mirada lenta e intensamente y el corazón de ella latió alocado.

– Yo… -Kat se dijo que Mick había interpretado mal por completo la razón por la que ella había mencionado a su esposa.

Pero él le sostenía la mirada. Ella temía que Mick la comprendiera demasiado. Temía que pudiera darse cuenta de cómo una mujer podía mentirse a sí misma, por ejemplo.

– ¿Ibas a decir algo?

– No me acuerdo -murmuró ella.

– Bien, porque ya basta de temas serios. Hace una noche agradable y el cielo está cubierto de estrellas. Te apuesto cinco dólares a que llego primero a ese tronco que está allí, en la playa. Te daré ventaja hasta contar cinco.

– Mick…

– Uno… ¿todavía no has salido, pelirroja? Creí que nunca rechazarías un desafío. Dos…

Miró a su acompañante con una sonrisa retadora. Quizá él estaba de humor para hacer una absurda carrera por la playa, pero Kat estaba estupefacta. Nunca se le había ocurrido que Mick hubiera sido infeliz con June. Más aún, Kat tenía la impresión de haber tocado un tema que él prefería no tratar.

– Tres…

Kat echó a correr, aceptando el desafío automáticamente.

Mick la alcanzó de pronto, luego aflojó el paso, arrogante y confiado. Kat le devolvió la sonrisa desafiante. La adrenalina corrió por sus venas y las piernas le comenzaron a doler. La euforia se apoderó de ella.

Kat jadeaba y se reía con la misma libertad que Mick cuando llegó al tronco. El había ganado la carrera y esperaba su premio.

– Olvídalo, tonto. Nunca acepté esa apuesta.

Mick jadeaba igual que ella. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.

– Has perdido. Me debes un premio.

– Eres un bribón -Kat se esforzó por contener la risa.

– Tienes dos bolsillos. Estoy seguro de que tienes dinero en uno de ellos.

– No tengo nada. Por Dios, déjalo ya, Larson -ella retrocedió, acercándose al mar. Mick avanzó. Ella volvió a retroceder. Mick sonreía y de repente el corazón de Kat comenzó a latir desbocadamente-. Te juro que no tengo dinero en los bolsillos.

– ¿Crees que podría confiar en la palabra de una mujer que se niega a reconocer que ha perdido una apuesta?

– Compórtate -Kat colocó una mano abierta delante de ella, como quien trata de detener a un toro que quiere embestir.

– Sólo quiero ver qué tienes en los bolsillos.

– No me toques, Mick Larson. Si te acercas un paso más lo vas a lamentar. Te…

Kat se dio la vuelta para echar a correr cuando él se abalanzó, pero Mick ya la había sujetado por la cintura con un brazo y con la otra mano le hurgaba en el bolsillo. Estaba todavía conteniendo la risa cuando los latidos de su corazón alcanzaron una velocidad vertiginosa.

– Diantres. No hay en este bolsillo -dijo Mick con aire inocente y la hizo volverse hacia él.

– Bribón…

El la besó evitando que continuara insultándolo. Kat pensó que iba a desmayarse.

Cada vez que sentía los brazos de Mick alrededor de ella, sabía que no debía, que no podía arriesgarse. No tenía excusa para haber ido allí con él ese fin de semana; no tenía excusa para permitir que la besara. Sabía lo que Mick quería, y nada tenía que ver con su amistad o con ayudar a sus hijas, y al responder a su beso, le había dado razones para que creyera que ella buscaba lo mismo.

Y ahí estaba el meollo de la cuestión, porque en realidad ella quería lo mismo que él. Nunca había sentido nada más agradable que las enormes y cálidas manos de él deslizándose por su piel. Quería probar su boca; quería acariciarlo y entregarse a él.

Se dijo que no había aprendido la lección. Respondía con ardor a las caricias de Mick, porque la atracción era muy poderosa. Comenzaba a creer que nada podía salir mal si hacía el amor con Mick.

El quería besarla. Y no sólo eso, pero ya sabía hasta dónde llegaba Kat antes de retroceder asustada y también lo que él sentía cuando ella respondía con vehemencia. Había un punto en el que el escarceo dejaba de ser divertido, donde el deseo podía convertirse en una torturante necesidad física. Pero no quería presionarla. Quería que Kat lo deseara y se entregara libremente y de buen agrado, sin miedo. Libre, no insegura. Y Mick no dudaba que podía controlarse cuando fuera necesario.

Pero no había tenido en cuenta las reacciones de Kat. Siempre, sus besos habían sido agradables, dulces y sensuales; incluso apasionados. Pero nunca desesperados. Siempre, ella le había hecho saber, de manera sutil, cuándo quería que se contuviera.

Le ciñó la estrecha cintura, acercándose a ella de manera deliberada, sensual.

Kat no se apartó. Se apretó contra él con igual sensualidad.

Se pusieron de rodillas en la arena, sin apartar sus bocas. Sus primeros besos eran apasionados y ella parecía que quería más que eso.

Pero él se dio cuenta de que estaba asustada aunque lo deseara tanto como él a ella. Los dedos de Kat subieron por los brazos de Mick, se deslizaron por sus hombros y se enredaron en el escaso vello de su pecho. Sus bocas estaban fundidas en un beso profundo, intenso.

Mick trató de mantener el control, aunque había deseado, ansiado, soñado con que Kat lo tocara así. Con libertad. Con espontaneidad. Con pasión.

Estaba segura de que ella lo detendría en ese momento.

Pero no lo hizo. Sus delicadas manos se posaron en la cremallera de los pantalones de él. Su boca no se desprendió de la de él; su beso era ardiente, fervoroso, ávido.

Mick frotó un muslo entre los de Kat y ella le bajó lentamente la cremallera. Mick le soltó el broche del sostén. Contempló sus senos a la luz de la luna. Eran pequeños, perfectos. Los acarició con la boca. Kat se arqueó para recibir esas suaves, lentas, húmedas caricias.

– Si quieres que me detenga, dímelo ahora, cariño -Mick supo que su voz era ronca, incluso áspera-. Amor mío, hazlo, porque si no…

Kat volvió a besarlo en los labios.

– ¡Por todos los santos, Kat…!

La besó con vehemencia. La besó en los labios. La besó en la garganta. Le terminó de abrir el mono, diciéndose que quizá Kat había perdido el control, pero él era más fuerte. De ninguna manera le haría el amor por primera vez en una playa con la arena metiéndose en los sitios más incómodos y el océano rugiendo en el fondo.

Cuidadosa, tímida, tentativamente los dedos de Kat se deslizaron por los pantalones de él.

De repente a Mick no le importó un comino donde hacían el amor.

– Por favor, Mick…

Su susurro era suave, bajo, desesperado. Mick seguía controlándose, se lo había prometido a sí mismo.

– Por favor…

Ya no pudo contenerse más. Kat estaba desnuda por completo cuando terminó de besarla. Contempló su piel aterciopelada, sus ojos llenos de pasión…

Mick se quitó al instante sus pantalones. Por la forma en la que ella lo miró, supo que no sólo lo deseaba, también lo necesitaba.

Se rodeó con los muslos de la joven. Ella podría haberse asustado entonces. Podría haber cambiado de idea. Pero, en lugar de ello, rodeó el cuello de él con los brazos y susurró:

– Date prisa, Mick. Nada será tan perfecto como hacer el amor… contigo. Por favor…

Mick tenía que hacerla suya. Quería hacerla suya, estaba seguro de que se moriría si no lo hacía. Mick saboreó el amor como jamás había soñado. Saboreó el encanto de una mujer que lo deseaba, como sólo Kat lo había deseado. Saboreó la necesidad, el deseo, la pasión que nunca había conocido antes. Ella estaba preparada para recibirlo.

Y en el primer intento ella gimió. Pero se suponía que el gemido debía ser de placer, no de dolor.

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