Capítulo 7

Kat oyó que llamaban a la puerta a las cinco menos diez, y se miró en el espejo por última vez. Como en la invitación decía "ropa informal", se había puesto algo realmente informal. Sus pantalones de algodón blanco eran muy holgados, su blusa marinera enorme y los tenis que llevaba estaban bastante gastados. Se había puesto una pañoleta en la cabeza, no se había arreglado el pelo y no llevaba maquillaje. Ni perfume, ni adornos.

No era que quisiera estar poco atractiva, pero sabía a lo que se enfrentaba esa noche. Tenía que decirle a Mick que ella no servía como amante. El no parecía desalentado por lo sucedido aquella noche en la playa. Kat temía que tuviera planeado algo romántico y seductor para la cena. Vino, música y esas cosas. Quería que su aspecto poco arreglado lo desanimara y se olvidara de sus intenciones.

Abrió la puerta del frente cuando Mick estaba a punto de llamar por segunda vez. Entonces, algo cambió las ideas preconcebidas que Kat tenía sobre esa velada.

Mick no estaba vestido precisamente como un seductor. Llevaba puestos unos vaqueros gastados y una camiseta de manga corta. Su pelo rubio estaba enmarañado y no se había afeitado desde por la mañana. Miró a su invitada y silbó con suavidad.

– Vaya, estás muy sexy -Kat no tenía que preocuparse por él. Era evidente que no estaba en sus cabales-. Gracias a Dios no rechazaste mi invitación, pelirroja -le dio un beso en la boca que la dejó sin respiración, luego levantó la cabeza y sonrió de oreja a oreja-. Pero basta ya de ternezas; ésta es una cena de trabajo y no tenemos tiempo para escarceos amorosos.

Su caballero andante bajó los escalones y la llevó, no a su elegante coche deportivo, sino a su camioneta, que estaba cubierta de polvo.

– ¡Arriba! -exclamó sin abrirle la puerta y por fortuna ella subió con rapidez, porque estuvieron en la carretera antes que se pudiera abrochar el cinturón de seguridad.

Era evidente que Mick no tenía la intención de seducirla esa noche. ¿Por qué entonces no se podía tranquilizar ella?

– ¿Qué es eso de una cena de trabajo, Mick?

– No es sólo trabajo, sólo un poco. Vamos a un bautizo. El bebé mide nueve metros; un yate de quilla pequeña, más para diversión que para participar en carreras. Lo puse en el agua esta tarde por primera vez, pero todavía no ha salido al mar. Su propietario está en Maine; espera saber mañana qué tal ha funcionado en este recorrido de pruebas. Tú y yo lo averiguaremos, pero me temo que tendré que pasar antes por el taller.

– ¿El taller? -repitió Kat-. ¿Quieres decir donde haces los barcos?

– Espero que no te importe. Sólo tardaré unos segundos.

Tardó más de una hora, durante la cual Kat se sintió abandonada e ignorada. Otra mujer se habría enfadado. Kat estaba encantada. Ya se había olvidado de su idea de la tensa y traumática noche que había previsto. Claro, tarde o temprano tendría que hablar con él, pero no era culpa de Mick que estuviera ocupado en ese momento. Tampoco era culpa de ella que sintiera una insaciable curiosidad. ¿Qué mejor manera de entender a un hombre que a través de su trabajo?

Con las manos en los bolsillos del pantalón, Kat recorría el taller, curioseando.

El taller tenía tres edificios, todos enormes. En uno almacenaba madera. En el segundo, tres hombres y Mick rodeaban un enorme barco a medio construir; hablaban en una jerga incomprensible para Kat.

Luego deambuló por el tercer edificio, sola y feliz. Ese era el mundo de Mick. Arrugó la nariz al oler a acetona, disolventes y barniz, algo a lo que no estaba acostumbrada. Había dos ventiladores gigantescos en el centro del taller. Kat reconoció algunas herramientas. Otras le eran desconocidas.

Donde quiera que miraba, Kat veía organización, orden y control. En los tres edificios casi podía palpar el amor que ese hombre sentía por su trabajo.

Mick la encontró explorando el patio.

– Se suponía que no iba a tardar tanto -se disculpó él. Fue hacia Kat con un ceño fruncido y una mancha de polvo en la barbilla-. Vámonos de aquí.

– ¿Estás seguro de que ya has terminado? No tienes que preocuparte por mí; estoy muy a gusto.

– Por supuesto que nos iremos; si nos escabullimos antes que Josh me encuentre y me diga que hay otro problema. Cuando demos la vuelta a la esquina del taller, corre como alma que lleva el diablo y no mires atrás aunque alguien grite "fuego".

Kat se rió divertida.

– ¿Cuál de ellos es Josh?

– El de la barba que pone ojos de cordero degollado cuando te mira de arriba abajo -Mick la ayudó a subir a la camioneta-. Igual que los otros muchachos -una vez instalado al lado de su invitada, tuvo que levantarse para sacar la llave del vehículo de su bolsillo. Al hacerlo el pantalón se estrechó sobre su varonil cuerpo. La sonrisa que le dirigió a Kat fue igualmente varonil.

– Menos mal que saliste del taller a tiempo, si no los muchachos te habrían empezado a explicar cómo se hace un barco… cualquier cosa con tal de llamar tu atención.

– Todo me llamaba la atención. ¿Cuántos barcos construyes al año? ¿Qué tipo de barcos son? ¿Y todos los haces en esos edificios?

– Calma, pelirroja… no me preguntes tantas cosas a la vez.

Mick no condujo hacia la bahía de Charleston, sino al río Ashley. Fue por la Avenida Principal como si supiera que Kat adoraba las antiguas mansiones elegantes. Así era, pero la atención de Kat no se apartaba ni un momento de su acompañante.

Corría una brisa cálida que acarició el pelo de Mick. El sol entraba por la ventana y acentuaba los rasgos de su cara, firmes y varoniles, aunque su voz parecía tan tímida y emocionada como la de un muchacho. Fue la timidez lo que conmovió a Kat. ¿Hacía cuánto que él no compartía con alguien el amor que sentía por su trabajo?

Construía yates, corbetas, barcos de pesca, cruceros.

– Construir barcos es lo que quise hacer desde que era pequeño y nunca me importó qué tipo de barcos -los yates de recreo, que eran su especialidad, tardaban en construirse todo un año. Los clientes lo asediaban-. Se corre la voz por razones evidentes. No hay muchos ingenieros que usen sólo madera.

Nunca creyó que su empresa se expandiera tanto, pero cuando June murió duplicó su volumen de trabajo.

– Pensé que podría hacerlo, hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo con mis hijas. De modo que hace como cuatro meses contraté a Josh, que es de Boston, y a Walker, de Savannah. Un par de aprendices forman el resto del equipo -le dirigió una mirada de soslayo a Kat-. A cada rato todos amenazan con irse. Dicen que soy un perfeccionista obsesivo imposible de complacer.

– Te conocen muy bien, ¿verdad?

– ¡Hey! ¿De parte de quién estás?

De él, pensó Kat. Un mes antes, sus hijas lo habían descrito como un tipo austero y estirado. En ese momento la alegría de vivir se reflejaba en su cara. "No debes enamorarte de él", se dijo Kat con firmeza. Pero esa voz interior se iba debilitando.

– ¿Y tus clientes qué opinan de que seas un perfeccionista?

– Mis clientes tienen suficiente dinero para pagar mi trabajo, que por lógica es muy caro.

Hubo un breve momento de silencio.

– Tengo barcos en el agua desde Maine hasta Florida.

– ¿Sólo trabajas con madera? -quiso saber Kat.

– Sí.

– ¿Cuál es la mejor madera para barcos?

Mick se rió, complacido.

– Esa es una pregunta que casi no tiene respuesta. Los antiguos romanos te habrían dicho que el abeto; los vikingos preferían el roble; los antiguos egipcios el cedro. Los chinos siempre han sentido predilección por un pino llamado sha-mu.

– ¿Nadie está de acuerdo sobre cuál es la mejor?

– Cualquier ingeniero sensato te diría que las maderas duras tropicales. Pero todavía hay puristas que insisten en usar sólo teca, roble y caoba.

– ¿Tú de qué los construyes?

– De teca, roble y caoba.

Cuando llegaron a los muelles, el sol se reflejaba en el agua y le daba una brillantez inusitada a las velas y los cascos de los barcos. Kat no sabía nada sobre corbetas, pero de inmediato supo cuál era la de Mick; le bastó con ver la belleza incomparable de su pintura blanca, el brillo de su cubierta barnizada, sus líneas elegantes.

Fueron andando por el muelle hasta el sitio donde estaba anclado el recién construido barco. Mick se puso enfrente de él, con las manos en la cintura y una sonrisa de satisfacción en los labios.

Kat lo maldijo en silencio. Se había prometido que se mantendría a una distancia prudente de él, pero Mick no le estaba facilitando las cosas. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de él y lo estrechó con fuerza.

– ¿Quieres a ese barco?

Mick le devolvió el abrazo.

– Sí.

– Entonces quédatelo, Mick. ¿No puedes?

– Claro que podría. Podría devolverle al tipo que me lo encargó su dinero o hacerle otro. El problema es que me enamoro de cada barco que hago -deslizó una mano por la espalda de ella y le dio una palmadita en el trasero-. Bueno, por el momento vamos a averiguar si no se hunde cuando salga a alta mar. Vas a tener que trabajar para ganarte la cena. Tu primera tarea es soltar amarras.

– A la orden, señor -Kat corrió al instante a cumplir con su cometido.

– Ah… Kat.

– ¿Dime?

– No debes soltar la última amarra hasta que estemos a bordo -se colocó las gafas de sol en la cabeza y sonrió-. Así que eres una marinera curtida, ¿eh?

– ¿Vamos a izar velas?

Mick saltó a cubierta antes, luego le ofreció una mano.

– No en este viaje de prueba. Quiero probar los motores, ver cómo responde en el agua. Tú vas a estar muy ocupada también. Necesito que revises todo bajo cubierta y no como lo haría un ingeniero sino como una mujer.

– Si lo que tratas de decirme, Larson, es que mi lugar está en la cocina.

– No, ahora eres mi grumete -colocó una gorra marinera en la cabeza de Kat y sonrió-. Tendrás que aprender la jerga. Al cuarto de baño se le llama letrina; las camas son literas. Luego están la proa -le tocó la punta de los senos con el dedo índice-… la popa -le palmeó el trasero-. Y mientras estemos a bordo deberás llamarme "capitán".

– A sus órdenes, mi capitán.

Mick intentó besarla, pero ella se escabulló.

Por lo que él pudo comprobar, Kat mostraba hacia el viaje en velero el mismo entusiasmo con que hacía todo lo demás. A los quince minutos Mick dirigía el barco por el río Ashley hacia la bahía de Charleston. El viento había arreciado e intensificado los olores marinos y la corriente era impetuosa. Kat andaba por todas partes: inclinada en la barandilla para mirar las imponentes mansiones blancas de la costa de Charleston, luego exploraba la cubierta de proa, donde las olas se estrellaban en el casco salpicándola y haciendo que se riera regocijada. Le pidió al "capitán" que le explicara para qué servían todos los aparatos en la sala de comunicaciones, luego bajó para explorar el camarote. Pasó un cuarto de hora allí antes que Mick viera aparecer su cabeza asomando por la escotilla abierta.

– Más vale que lo sepas, Mick… capitán. Tendrás que quedarte con tu bebé. Tendrás que decirle al tipo ese de Maine que ha tenido mala suerte.

– Te gusta, ¿verdad?

– ¿Que si me gusta? ¿Qué clase de palabra es esa? Estoy hablando de amor; de una gran pasión. Este yate es una belleza.

Todavía hablaba con entusiasmo cuando desapareció tras la escotilla.

Mick la llamó para que viera algunos delfines. El viento agitó el pelo de la joven. Los rizos se arremolinaban por su nuca y frente. Mick le daba alguna que otra orden sólo para ver aparecer una sonrisa en la cara de su "grumete".

Eso era lo que había deseado para Kat, lo que había planeado. Cuando había ido a buscarla, Kat estaba muy nerviosa, completamente segura de que la esperaba una noche de seducción. Tenía razones para estar inquieta… pero estaba equivocada.

El quería que se diera cuenta de que formaban una pareja perfecta. Ella estaba contenta con él. Las diferencias entre ellos eran superficiales. El no tenía que entender de encajes y lámparas del siglo diecinueve para admirarla por la forma en la que dirigía su negocio. Ella no tenía que dominar los tecnicismos de la construcción naviera para compartir su amor por su trabajo.

Era cierto que quería seducir a Kat, engatusarla… pero mostrándole la clase de vida de la que disfrutarían juntos.

Más allá de la bahía, en una ensenada donde las olas se movían con suavidad y el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, Mick paró los motores y echó el ancla. Su "bebé" había demostrado en su primer viaje por mar que funcionaba a la perfección. Cualquier marinero sabía que la paciencia y la experiencia tenían su recompensa en el timón.

Como hombre se había olvidado del barco al pensar en Kat. Estaba preparado para cuando llegara el momento de la relación íntima. Esa noche, sin embargo, deseaba amarla de manera total, pero no física. De muchas formas ella le había indicado que tenía miedo de la relación sexual. Necesitaba tiempo y Mick era paciente, podía controlarse y quería demostrarlo a toda costa.

Pensó en la boca de Kat, en el brillo de sus ojos y gruñó para sí antes de bajar al camarote.

Kat tenía problemas y Mick lo supo cuando sirvió la cena. Desde el momento en que fue a buscarla a su casa, Mick había saboteado su ánimo cauteloso, inquieto. Kat procuraba mantenerse nerviosa, pero no podía. Mick hacía imposible, con su actitud, que su invitada permaneciera tensa. De cualquier manera, Kat parecía estar algo ansiosa aún cuando llegó el momento de cenar.

Pero su ansiedad se desvaneció en el momento, en el que Mick colocó delante de ella un plato con un langostino y luego un delicioso guiso de judías con arroz.

– ¿Qué quieres para beber? ¿Té helado? ¿Cerveza?

– Cerveza, por favor. Iré a buscarla yo -abrió las botellas de cerveza y las llevó a la mesa.

Sus temores de tener que soportar cenar con velas y vivir escenas de seducción le parecían más tontos cada vez, así que se sentó cómodamente y empezó a comer con avidez.

– Hace años que no comía langostino. Me encanta la cocina de Carolina del Sur.

– Creo que estás equivocada. Este plato es originario de Louisiana Bayou, no de Carolina del Sur.

– ¿Para qué tanta precisión? El sur es el sur. ¿Cuánta pimienta roja les pusiste a las judías.

Mick no respondió, se limitó a llevar la pimienta a la mesa con una amplia sonrisa en los labios.

– Cuando te quemes la lengua, tendré otra cerveza a mano. Apenas puedo esperar a ver cómo te las arreglas para comer las patas de langostino.

– La única regla de etiqueta que se aplica en este caso es el entusiasmo, los modales no importaban.

Kat arrancó una cola, rompió la concha con los pulgares y con los dedos sacó la suculenta carne blanca del interior. El primer bocado fue maravilloso. El segundo todavía mejor.

Mick dijo, arrastrando las palabras:

– ¿Por casualidad hace varias semanas que no comes?

– Mira quién habla. Estás acabando con tu langostino tan rápido como yo.

– Iba a preguntarte cómo iba la lista de comprobación de los objetos que has visto en la sala de comunicaciones, pero es evidente que te sería muy difícil comer y hablar al mismo tiempo.

Kat ignoró su broma.

– He comprobado todos los aparatos que aparecían en tu lista, lo cual fue una completa pérdida de tiempo. Tú deberías saber que todo está perfecto. Más que perfecto.

– ¿Lo crees de verdad?

Mientras seguían comiendo, Kat miró el camarote. Todo era orden y pulcritud, elegancia y comodidad.

Los barcos eran el mundo de Mick, no el de ella. Sin embargo, le resultó fácil imaginarse una luna de miel en un yate como ese. Haciendo el amor, surcando las aguas, despertando al ritmo del oleaje y haciendo otra vez el amor. Kat cerró de repente los ojos con fuerza.

– ¿No te estarás rindiendo tan pronto? -la hostigó Mick.

Ella se forzó a sonreír y apartó su plato.

– Estoy que reviento.

– Pero si sólo has comido como tres hombres. Estaba seguro de que tendrías más apetito.

Kat le tiró la servilleta. No dio en el blanco y los dos se rieron.

– Está bien, Larson, estás muy cansado de tanto dar órdenes. Cierra los ojos y relájate. Yo me encargaré de fregar los platos.

– Los dos lo haremos.

– No hay suficiente espacio para los dos. Además, puedo hacer las cosas más rápido si estoy sola.

Mick no le hizo caso. Cada vez que Kat se daba la vuelta, se topaba con él. Su muslo rozó el de él cuando se inclinó para dejar algunos platos en el armario. Cuando Mick alargó el brazo para guardar un vaso, le rozó el hombro. El deseo crepitaba entre los dos tan indefinible como la luz de la luna, tan familiar y poderoso como el creciente amor que Kat sentía por él.

Fuera, la luz de las estrellas se filtraba por las ventanas abiertas. Cuando la luna salió, cesó el viento. El Atlántico estaba allí fuera, la quietud del mar era embriagadora y Kat se decía una y otra vez que debía ser realista, resistirse al embrujo marino y decidirse a decir lo que tenía que decir. El que quisiera a Mick no cambiaba las cosas. Ella no era normal. No podía tener ninguna relación con él.

Pero no podía creer eso cuando estaba con él. Se sentía como cualquier mujer enamorada. No pedía demasiado. Sólo tener derecho a otras noches como esa, noches en las que se tropezara con él en la estrecha cocina de un yate, noches en las que cenaran descalzos, en las que ella soportara encantada las bromas de él y se olvidara de que su pelo estaba hecho una maraña.

A Mick nunca parecía importarle qué especto tenía el pelo de una mujer. Todo lo que parecía desear en la vida era alguien con quien compartir sus dichas, sus inquietudes, su intenso amor por la vida. Aunque nunca había criticado a June, Kat sospechaba que había faltado algo en su relación, algo que lo hacía sentirse culpable por haberlo deseado, por necesitarlo.

Pero en la necesidad no había culpa, ni en la debilidad. Mick era más débil en las parcelas de su vida que más quería: sus hijas, su trabajo. No parecía entender que eso lo enaltecía como hombre.

Kat intentó, escuchándolo y estando allí con él, sacarle de su cascarón. Sabía que lo había ayudado, aunque de repente se le ocurrió que nunca encontraría la manera de decirle lo mucho que lo admiraba como hombre y eso la hacía sufrir.

Cuando ella dobló el trapo con el que estaba secando los platos, Mick se dio la vuelta desde el armario donde acababa de guardar una bandeja.

– ¿Hay todavía cosas que necesitas hacer en el barco? -preguntó Kat.

– En realidad no. Tengo una lista que debo llevar al taller mañana por la mañana, pero se trata sólo de algunos detalles finales. Nada que tenga que arreglar ahora -Mick se llevó una mano al cuello para rascarse cuando su corazón dejó de latir. Kat dio un paso hacia él, con la intención de salir de la cocina. Pero había algo en sus ojos-. Cuando volvamos, tengo algunas cosas que hacer. El barco está bien equipado para la navegación nocturna, pero metí otro paquete de seguridad que me gustaría…

Su corazón volvió a latir, pero con una fuerza inusitada. Kat no iba a pasar a su lado, iba hacia él. Cuando sus brazos le rodearon el cuello, la sangre corrió por las venas del naviero con la turbulencia de una avalancha. Y cuando los labios de la joven se posaron en su boca, casi perdió el equilibrio.

Mick sabía bien. Un poco a especias, un poco a cerveza, otro tanto a Mick. Era muy alto para besarlo cuando ella no llevaba zapatos de tacón alto. Sólo podía alcanzarlo si se ponía de puntillas. Pero eso no la preocupaba. Su boca saboreaba la de él; la exploraba.

Ya sabía que al capitán Larson le gustaba que lo besara. Todo lo que Kat podía oír era el distante rumor de las olas y una especie de gruñido cuando volvió a besar a Mick.

– Ah… Kat.

– ¿Sí? -la sonrisa de ella era descarada, calmada, serena.

Jamás había estado más asustada, sin embargo. Soltó los brazos del cuello de Mick y deslizó las manos hasta su camiseta. Luego las metió por debajo de la tela y las subió hasta el pecho de él. La piel de Mick era firme y tibia. Más bien caliente. Demasiado caliente para que necesitara llevar una camiseta.

– ¿Todo esto es para decirme que te ha gustado el langostino?

– No, Mick. Esto es porque me gustas tú – fue todo lo que tuvo que decir ella para que él dejara de sonreír divertido.

Kat sabía lo que Mick quería. Lo que había deseado toda la noche, lo único que ella no podía ofrecerle, pero esa necesidad se reflejaba en los ojos de él y también un desafío… "Si lo quieres, nada, vas a tener que pedírmelo. No voy a presionarte".

Kat le levantó la camiseta y cuando la dejó en el suelo, ella le enmarcó la cara con las manos y volvió a ponerse de puntillas. Su lengua se movió por el labio inferior de Mick, con suavidad y, lentitud. Luego le dio un mordisco.

Después lo besó con avidez y vehemencia.

A Mick le gustó ese beso. Mucho. Le gustó la sensación de las palmas de Kat subiendo por su espalda; le gustó la forma en la que la suave pelvis de ella se frotaba contra él… Kat se decía a sí misma que estaba loca.

Pero no se sentía así. Sentía una profunda necesidad en su interior. Había sido culpa de ella que Mick se sintiera mal la noche que habían pasado en la playa. Era un amante maravilloso, fuerte, varonil. Pero ella no tenía más opción que poner un alto a su relación. Sin embargo, de repente le interesaba mucho demostrarle lo que sentía por él, cómo lo veía, lo mucho que significaba para ella.

Y sólo había una forma de hacerlo.

– Podemos hacer el amor, Mick -susurró-. Pero no… de la manera… habitual.

– ¿Cómo?

Mick no parecía muy atento a lo que ella decía, de modo que Kat insistió.

– Tengo que ser sincera contigo, ¿de acuerdo?

– Amor mío, no hace falta que digas nada…

– Por favor, tienes que escucharme.

Mick la besó en la garganta. Esos besos estaban acabando con la concentración de Kat, pero quizá más valía así. De haber sido otro hombre y no Mick, nunca habría logrado hacer ni decir nada;

– Tendré que complacerte sólo a ti… yo… -no sabía cómo decirlo, pero estaba segura de que él lo entendía. Había muchas formas de complacer a un hombre aparte de la penetración tradicional, después de todo-. Conozco dos maneras de lograrlo, Mick. Sólo que una nunca la he practicado y… la otra… necesitaré un poco de ayuda, ¿de acuerdo?

Entre besos y susurros sofocados, por fin pareció captar la atención de Mick. El levantó la cabeza. La miró intensamente y luego sonrió con aire pícaro.

Kat sintió que las rodillas le temblaban. Mick la volvió a besar en la boca mientras sus manos bajaban por su espalda hasta aferrarse a su trasero. La levantó, rodeándose la cintura con las piernas de ella sin despegar los labios y la llevó así a la parte de atrás del camarote.

La dejó en la cama. Se colocó encima de ella, no con todo su peso, sólo lo suficiente para que ella se diera cuenta de que estaba excitado.

Esa parte del camarote estaba en penumbra. Ella hizo acopio de todo su valor con determinación; la fuerza de sus sentimientos le infundía ánimos. Sabía con exactitud lo que quería hacer: procurar que él se sintiera amado, deseado y atractivo como hombre. Audaz como nunca lo había sido, lo besó en la boca, la garganta, los hombros, el pecho. Osada como nunca le deslizó las manos por los costados, recorrió la cremallera de sus pantalones, extendió los dedos por sus caderas.

A Mick le gustó lo que ella estaba haciendo, su reacción no dejó lugar a dudas, aunque dejó de cooperar. Ella había hecho lo posible para explicarle que ése sería su juego, pero Mick no la ayudaba en absoluto. Kat tenía la blusa abierta, permitiendo así que él deslizara por debajo su mano llena de callos. La punta de su pulgar recorrió el borde del sostén. Kat sintió que le faltaba el aliento.

– Mick…

– Calla -él la levantó con suma delicadeza… pero le arrancó la blusa azul marino y la tiró al suelo sin consideraciones.

Luego el sostén siguió el mismo camino. Los pezones de Kat se endurecieron aun antes que los acariciara la lengua ansiosa de Mick.

Kat arqueó la espalda para recibir mejor esa caricia y luego sintió los dientes de Mick. El le tomó los dos pechos con las manos muy abiertas mientras sus dientes y su lengua los probaban. Kat apenas podía respirar. Su corazón latía aceleradamente.

Colocándose encima de él, con el pelo cayéndole por la cara, lo besó. Era un beso audaz, desvergonzado.

– Mick…

– Eres increíblemente atractiva, cariño.

Mick estaba fuera de sí.

– Me gustaría que no hicieras eso…

– Te encanta.

– Pero se supone que soy yo quien debe complacerte -ella encontró el botón de sus pantalones, y le bajó la cremallera-. Creí que habías comprendido que quiero… -sus dedos se metieron por debajo de la tela y descendieron-. Necesito… quiero… Mick, yo…

– No creo que sea tan difícil decirme que quieres que me quite los pantalones -se los quitó y luego la besó, sonriendo.

– No me entiendes.

– Créeme, te entiendo.

– Mick, quiero complacerte.

– Lo haces con sólo existir, cielo.

– Quiero decir… satisfacerte sólo a ti -maldición. La lengua de él estaba en su cuello, haciendo que se estremeciera, mientras sus manos se esforzaban por bajarle la cremallera de los vaqueros-. No funcionará de ninguna otra manera. Y no me importa. No necesito nada para mí. Sólo quiero que tú…

Mick tuvo que levantarla para quitarle los pantalones, luego le quitó las bragas de encaje. Sólo la miraba a los ojos.

– Esta vez, sólo esta vez -murmuró él-, quiero que me digas lo que deseas. Deja de preocuparte, Kat. Te quiero. ¿No te has dado cuenta?

– Pero.

– Juré que no dejaría que esto sucediera. No esta noche. Juré que te daría todo el tiempo que necesitaras, pero la expresión que vi en tus ojos, querida… no era tiempo lo que me estaba pidiendo.

Ella trató de decir algo más.

– Calla -Mick volvió a colocarse encima de ella, y le dio una serie de besos, ávidos, ansiosos, anhelantes.

Si ella pensaba que él iba a aceptar la absurda idea de complacerlo a él sin que ella recibiera satisfacción, estaba muy equivocada.

En ese momento sólo había una cosa en la mente de Mick. Kat estaba asustada, pero no tanto como ella misma suponía. Sus ojos estaban llenos de pasión, sus piernas lo ceñían, sus pequeños pechos estaban tan hinchados que debían dolerle. Esta vez Mick estaba convencido.

Se dijo que Kat deseaba que le hiciera el amor.

La boca de él reclamó la de ella mientras la palma de Mick le recorría el interior de su muslo y luego se posaba con suavidad en su parte más íntima. Ella trataba de estrecharlo con más fuerza mientras le mordía con suavidad el labio inferior. Mick la besó y la acarició hasta que ella le clavó las uñas en la espalda, pero él continuó acariciándola con lentitud sin dejarse llevar por la pasión desenfrenada.

A ella le encantó. Le gustó tanto que casi perdió la cabeza… casi. Nada estaba saliendo mal esta vez, porque él no lo permitiría. El pensó que ella era una belleza, toda suavidad, dulzura, perfume y deseo.

– Mick…

El la besaba mientras trataba de ponerse el preservativo. Pero ella no habría notado si era fluorescente o liso. No le importaba. Sus ojos echaban chispas de pasión. Estaba anhelante y sus besos febriles así lo denotaban: torpes, aunque dulces, audaces y luego impacientes. Era como si hubiera acumulado todo su deseo los últimos diez años, almacenando amor para verterlo sobre Mick y él no la decepcionaría, estaba convencido.

Mick volvió a poner sus muslos encima de los de ella, animado por los suaves gemidos de Kat, por el brillo de sus ojos, por la vehemencia impaciente de sus manos. El retrasó el momento culminante. No por mucho tiempo. No era de piedra. Lo suficiente para hacer más intenso el momento.

– Por favor, Mick.

Mick la hizo suya y sintió que su corazón iba a salírsele del pecho. La oyó murmurar su nombre una y otra vez.

Y luego otra vez, pero ahora de manera diferente.

Ella estaba dispuesta. El lo sabía. Lo había sentido. Pero de repente, vio que en los ojos de ella se reflejaba un profundo dolor. Las lágrimas le rodaban por las mejillas.

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