Mitch acababa de soltar su taza de café en la mesa cuando Nicole apareció por la puerta. Con un solo vistazo, comprobó que su rostro estaba aún más pálido que la blusa marfil que llevaba puesta.
– Mitch, sé que tienes cientos de cosas que hacer. Igual que yo. Pero hay algo que debo decirte sin falta antes de que demos un solo paso más…
Él cruzó como un rayo el despacho en cuanto vio su semblante compungido. La compra del anillo había sido memorable… como el prometedor beso que selló su compromiso. Mitch no se explicaba qué podía disgustarla tanto. Antes de que Nicole terminase de hablar, se inclinó para besarla. Ella ladeó instintivamente la cabeza para recibir el beso, en el que Mitch puso todo su corazón. No estaba seguro de si Nik lo deseaba ni siquiera la mitad de lo que él la deseaba a ella, aunque sospechó que sí. Su reacción era demasiado honesta, demasiado sincera.
Para cuando Mitch se detuvo a tomar aire, las mejillas de Nicole habían adquirido un saludable y gratificante color sonrosado, y sus manos se agitaban de un lado para otro, en pequeños gestos de aturdimiento.
– Yo… esto… ¿había algún motivo especial para eso?
– Aja. Quería darte los buenos días. ¿Sabes dónde está tu partida de nacimiento?
– ¿Mi partida de nacimiento? -Nicole aún estaba recuperando el resuello.
– Sí. La necesito para obtener la licencia. Y hoy a las dos nos haremos los análisis de sangre. Lo he consultado con Wilma. Dice que a esa hora tendrás un rato libre.
– Muy bien. A las dos. Pero… -Nicole frunció el ceño repentinamente, como si tratara de concentrarse. Pero antes de que pudiera decir algo, se produjo una interrupción.
John entró en el despacho mordiendo una manzana que sostenía con una mano, mientras que en la otra llevaba una carpeta archivadora.
– Bien, os he encontrado a los dos en el mismo sitio. Tengo una pregunta acerca del diseño de Shaw -de repente, pareció darse cuenta de que estaban a escasos centímetros el uno del otro-. Mmm, quizá deba dejarlo para otro momento…
– No te vayas -dijo Mitch de buen humor-. Podemos hablar del asunto dentro de unos minutos. Pero, antes, Nicole y yo tenemos una noticia que daros.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Nik y yo nos casamos. El sábado que viene.
Nicole giró la cabeza hacia él con tanta velocidad, que se arriesgó a sufrir un calambre. John echó hacia atrás su coronilla calva y prorrumpió en carcajadas.
– Ya me pareció que pasaba algo cuando dejasteis de discutir continuamente hace unas semanas. ¡Caray, es maravilloso! Enhorabuena. ¡Eh, Wilma! ¡Rafe! ¡Venid enseguida!
Como era de esperar, toda la plantilla acudió al instante. Durante media hora, Mitch hubo de observar cómo Nik era felicitada, besada, abrazada y luego interrogada sobre los planes de boda. Brindaron con tazas de café recién hecho… salvo Nicole, que tomó leche. Nadie se mostró sorprendido ante la noticia, pero la plantilla protestó vociferantemente al oír los planes de boda. ¿Sólo faltaban cuatro días? No habría tiempo para organizar un banquete. Ni podrían irse de luna de miel.
Nicole no dejaba de lanzarles frenéticas miradas, aunque fue Mitch quien contestó a las preguntas que, evidentemente, a ella le resultaban incómodas.
– ¿Qué queréis que os diga? Nik tenía prisa por convertirme en un hombre honesto. Y tenemos una agenda tan apretada, que hemos pensado en irnos de luna de miel durante las vacaciones de verano. Pero no queríamos esperar tanto tiempo para legalizar nuestra situación.
Finalmente, las insistentes llamadas de teléfono recordaron a todo el mundo que era un día laborable. Cuando todos se hubieron marchado, Nicole se apoyó en la mesa como si se recuperara de una maratón.
– Debiste avisarme de que ibas a anunciarlo tan pronto -dijo en tono derrotado.
– No creí que te importase. Falta muy poco para la boda. ¿Acaso querías esperar más tiempo para anunciarlo?
– No, claro que no. Simplemente, me ha pillado por sorpresa.
Ésa era precisamente la estrategia de Mitch para los siguientes cuatro días. Sorprenderla continuamente para que no pudiera pensar en cosas que la preocupasen…
El modo en que Nicole lo había mirado cuando le puso el anillo, el modo en que lo había besado, convenció irrevocablemente a Mitch de la validez de aquel matrimonio. Si Nik no lo amaba, le faltaba muy poco. Era imposible que reaccionase con semejante pasión si no sintiera realmente algo por él.
Y sí, aún les quedaban unos cuantos problemas menores pendientes de solución. Durante los días siguientes, Mitch se dio cuenta de que Nicole intentaba continuamente confesarle algo que consideraba grave, pero él no le dio oportunidad. No pretendía ser un patán insensible e ignorar algo que la trastornaba. Sencillamente, pensaba que el asunto podía esperar.
Por fin, el sábado a mediodía, cuando detuvo el coche junto a la casa de Nicole, Mitch se sentía eufórico, a pesar de que los ojos le escocían a causa de las noches que llevaba sin dormir. Conforme se apeaba del recién encerado Miata, las nubes se acumulaban en el oeste, y un viento cortante llegaba del océano.
A Mitch no le importaba sentirse agotado, ni tampoco la tormenta. Sin embargo, de pronto reparó en que las rodillas le temblaban ligeramente.
No comprendía la causa de aquellos nervios repentinos. No sólo deseaba aquella boda, sino que se sentía completamente feliz.
El furioso viento hizo que la corbata se le pegara al rostro. Mitch la puso en su lugar, enderezó los hombros, esbozó una sonrisa… y las rodillas siguieron temblándole. Durante aquella semana frenética, había olvidado que después de una boda llegaba la noche de bodas. Nunca había tenido problemas de impotencia, pero se sentía exhausto después de tantos días de ajetreo. ¿Y si fallaba en el terreno sexual, después de haber hecho creer a Nik que era un amante ardiente y capaz…?
La puerta trasera de la casa se abrió de repente, y Mitch vio a Nicole.
Desde luego, no tendría problemas de impotencia.
Siguió avanzando a paso rápido, con la mirada fija en ella. Se había puesto… Demonios, no sabía cómo llamarlo. Un traje de chaqueta, se dijo. No blanco, sino más bien marfil. Llevaba un peinado de peluquería… tan horrible que Mitch no pudo sino sonreírse. Pero su rostro… no era la primera vez que la había visto tan inocente y vulnerable como una princesita. Y la sonrisa se desvaneció de sus labios. Sus ojos parecían más azules que nunca, su piel suave y translúcida, con un suave toque de color sonrosado en las mejillas.
Mitch deseó protegerla de los dragones. Salvarla de peligros inimaginables. Despertarla durante todos los días del resto de su vida.
Maldición, tenía en la garganta un nudo tan grande que apenas podía hablar.
– Nunca había visto a una novia tan hermosa.
Nik, que afrontaba cada crisis con la seguridad de una leona, pareció de repente tan insegura como una niñita.
– No sé si estoy hermosa, pero quería lucir lo mejor posible para la ceremonia. Para ti. ¿Crees que se me nota la barriga? Tardé mucho en elegir un traje que se ajustara a mi figura.
– Me encanta tu figura. Quita el aliento -diablos, ¿dónde tenía la cabeza?-. Pero no se te nota la barriga. Para nada.
– Estás mintiendo. Me gustan los hombres que saben mentir -una sonrisa afloró al rostro de Nicole. A continuación, lo observó de arriba abajo entornando los ojos-. Estás… espléndido. Demonios, Landers. ¿Cómo es que nunca te he visto antes con ese traje? Pero, Mitch… va a llover. Es más, me temo que va a caer un aguacero de un momento a otro.
Las primeras gotas empezaron a caer del cielo, y los dos se dirigieron apresuradamente hacia el coche. Mitch le dio a Nicole el ramo de gardenias, que por suerte hacían juego con el vestido.
Cuando entraron en el juzgado, Mitch empezó a sentir de repente que todo era inadecuado. Para entonces, llovía a mares. Y el ambiente del juzgado era demasiado frío e impersonal. Sólo había desconocidos.
No obstante, mientras esperaban al juez, Nik le puso una mano en el hombro.
– Mitch -dijo con voz suave, mirándolo a la cara-. Aún puedes echarte atrás si quieres. Puedo ver que estás tenso. Si no es esto lo que en realidad deseas, podemos dejarlo ahora mismo. Jamás he querido que te sientas obligado.
La tensión que sentía Mitch se desvaneció con la rapidez del relámpago.
– Esto es exactamente lo que deseo. Que seas parte de mi vida. Y también el niño -respiró hondo-. Lograremos hacer que funcione, Nik. No tienes por qué tener ningún miedo.
– ¿Tú no sientes miedo?
En aquel instante, Mitch no sentía ninguno.
La ceremonia duró doce minutos. Y el beso que selló sus votos duró tres más. Cuando salieron al exterior, la lluvia se había convertido en una furiosa tormenta. A pesar del paraguas, y de que Mitch trató de protegerla echándole un brazo por los hombros, Nicole tenía el cabello totalmente empapado cuando llegaron al coche.
– ¿Te estás riendo? -preguntó él incrédulo-. Se te ha estropeado el peinado…
– Sí, bueno, ahora parezco otra vez yo misma. El peinado era horrible, ¿verdad? No, no contestes, porque entonces tendría que asesinarte. Pero debí pensármelo mejor antes de elegir un corte de pelo tan falsamente sofisticado.
Mitch le pasó un pañuelo para que se secara.
– Menos mal que nos dirigimos a casa en lugar de al banquete de boda, ¿verdad? -Mitch arrancó el motor y activó el limpiaparabrisas a toda potencia.
Ella meneó la cabeza.
– Ya tendremos tiempo de organizar alguna fiesta. Después de esta semana tan frenética, sólo me apetece disfrutar de algo de tranquilidad. Aunque reconozco que siento curiosidad por saber por qué insististe en volver a mi casa, en vez de ir a la tuya.
– Bueno… hay un par de razones. Una es que, casualmente, tengo un regalo para ti. Y sólo puedo dártelo en tu casa.
– ¿Un regalo? Mitch, yo no te he comprado nada…
– No lo esperaba… Pero no se trata de esa clase de regalo. Y como no te guste, me veré en un verdadero aprieto. En un aprieto con mayúscula.
– Me gustará, te lo prometo.
– Ya veremos.
Él estaba más nervioso que ella, se dijo Nicole.
– Me estás asustando con esa sonrisa -dijo Mitch.
– ¿De verdad?
– Sí. En lugar de un espléndido día de sol, tenemos un diluvio. Tienes el cabello empapado y el vestido probablemente estropeado. Y sonríes. ¿Ese efecto ha tenido en ti el matrimonio? ¿En tan sólo quince minutos?
– Qué quiere que le diga, señor Landers. De momento, me gusta estar casada.
– Lo mismo digo, señora Landers. Siempre y cuando te guste mi regalo y no te enfades conmigo. No son diamantes -advirtió Mitch.
– Al diablo los diamantes.
– No se trata de joyas ni de pieles. Demonios, hace un par de días me pareció una idea estupenda, pero ahora creo que debí consultártelo antes. En ocasiones, cuando se me mete algo en la cabeza, lo hago sin pensármelo dos veces.
– ¿No crees que ya había reparado en ese rasgo de tu carácter? Eres más tozudo que una mula.
– Pero vuelves a sonreír.
– Aja -Nicole se apeó del coche en cuanto Mitch se detuvo junto a su casa. El aguacero había disminuido sólo ligeramente… pero la temperatura era agradable, y la lluvia había limpiado las flores y las hojas, haciendo que todo pareciera radiante. Nik sacó la lengua para saborear el agua.
Mitch exhaló un suspiro al verla dar vueltas mientras saboreaba las gotas de lluvia. Respiró hondo y la agarró del brazo.
– La mujer con la que me he casado ha perdido la chaveta. Como te resfríes, te juro que me suicido. Así que entremos de una vez…
– Vaya. Se supone que yo soy la mitad seria y responsable de esta pareja… -los ojos de Nicole se abrieron como platos cuando Mitch hizo girar la llave en la cerradura. Incluso antes de que abriera la puerta, oyó un extraño sonido procedente del interior-. ¿Qué es eso?
– Tu regalo. Dios, no me mates, ¿de acuerdo?
– Parece que esté… vivo.
– Le dejé a John una llave para que viniera a dejarlo mientras nosotros estábamos fuera. Pero puede esperar. Si antes prefieres darte una ducha caliente…
Pero Nicole entró rápidamente, dirigiéndose hacia la fuente del sonido que salía de la cocina. Abrió la puerta de un empujón y emitió un jadeo ahogado.
– ¡Oh, Mitch!
El suelo estaba alfombrado de papeles de periódico, que se extendían hasta una cestita rosa de perro. El cachorro parecía una inquieta bola blanca de pelo… deseosa de compañía. Olvidándose del vestido y de las medias, Nicole se arrodilló en el suelo y lo tomó en brazos.
– Mmm… reconozco que la brillante idea fue mía, pero tuve algo de ayuda. John y Wilma ya se han ofrecido como canguros cuando tengamos que salir. Y todos estuvieron de acuerdo en que necesitábamos un perro guardián…
– Un perro guardián -repitió ella mientras el cachorro le lamía la cara con su lengua rosa.
– Así se llama la raza. Y, según se dice, son insuperables con los niños. Listos y obedientes. Para cuando nazca el bebé, ya habrá pasado la fase de cachorro tontorrón, y podrán crecer juntos sin problemas…
– Mitch, no vuelvas a llamar tontorrón a mi perrito si quieres vivir.
– Mmm… ¿así que no estás enfadada?
Nicole se incorporó y se lanzó a sus brazos.
– Nunca he tenido un perro. Es el mejor regalo que podías haberme hecho -de nuevo vio en los ojos de Mitch aquella mirada oscura. Salvaje. Intensa.
– Nunca me habías abrazado por tu propia iniciativa, ¿lo sabías? -comentó él suavemente.
– Quizá no estaba segura de que fuese lo correcto.
– Pues lo es. Creo que deberíamos repetir lo de casarnos todos los días -Mitch carraspeó-. Le pedí a John que trajera más cosas. Como, por ejemplo, la cena.
– Si abrazarte es lo correcto, ¿crees que estaría bien que besara al novio?
– No.
– ¿No? -por la expresión de sus ojos, Nik habría jurado que le gustaba la idea. Estaba convencida de que Mitch sólo pensaba en una cosa… y no era el cachorro.
– No -repitió él firmemente-. A decir verdad, me preocupa que estando así de empapada puedas pillar un catarro. ¿Qué tal si tomas un baño caliente y te pones ropa más cómoda? Yo me ocuparé de nuestro nuevo monstruito y luego me cambiaré -al ver que ella asentía y se dirigía hacia las escaleras, agregó-: Mmm, Nik, no te olvides de lo del beso.
Nicole no pensó en otra cosa mientras se daba una ducha caliente, y cuando salió de la bañera para secarse, en medio de una nube de vapor, experimentó unos repentinos temblores. El empañado espejo revelaba que algo estaba mal en su cuerpo. Demasiados ángulos, un vientre demasiado abultado. ¿Y si Mitch la encontraba poco atractiva?
No obstante, para cuando se vistió con un jersey grueso y unos pantalones sueltos, los temblores ya habían empezado a remitir. Después de cepillarse el cabello, salió del cuarto de baño… y chocó con Mitch, que en ese momento había salido del aseo opuesto.
Tenía el cabello húmedo y llevaba puestos unos téjanos, sin camisa.
El pasillo estaba a oscuras. Nicole oyó el crujido de un trueno… O quizá era su corazón martillándole en el pecho. Mitch se había parado en seco. Igual que ella. Los ojos de ambos se encontraron. Nik sólo podía pensar en lo cerca que estaba el dormitorio…
– ¿Has dejado el cachorro, eh, en la cesta?
– Sí, estuve jugando con él hasta que se durmió.
Nicole no podía retirar la mirada de la mágica atracción magnética de sus ojos.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó.
– No de comida.
Ella tomó aliento.
– Yo tampoco -tomó aire por segunda vez, comprendiendo que Mitch estaba tan nervioso como ella. Los dos deseaban exactamente lo mismo.
Él dio un paso hacia ella.
– Nik -murmuró con voz ronca al tiempo que alzaba una mano.
En el instante en que la tocó, se produjo una explosión de fuegos artificiales. Nicole jamás había soñado que pudiera ocurrir algo así… al menos, desde que era una niña y fantaseaba con castillos, hechizos mágicos y un caballero que pudiera robarle el corazón.
De repente, con total brusquedad, se dio cuenta de que aquellos fuegos artificiales eran reales. Mitch abrió la boca, sorprendido, y el cachorro empezó a aullar en la cocina.
– ¿Qué demonios pasa? -preguntó Mitch-. Quédate aquí mientras yo averiguo qué es lo que ocurre.
La cacofonía de estrepitosos estallidos parecía rodear la casa entera. Mitch se lanzó escaleras abajo, seguido de cerca por Nicole. Los repentinos golpes en la puerta principal hicieron que el corazón se le subiera a la garganta. Sabía que la puerta no estaba cerrada y, al ver que se abría de golpe, Mitch colocó instintivamente a Nicole detrás de sí… al menos, por un segundo.
John, Rafe y Wilma permanecían en el marco de la puerta, sonriendo como hienas… y calados hasta los huesos.
– ¿No estaríais planeando hacer algo interesante los dos solos, verdad? -dijo John socarronamente.
– ¿Pero qué diablos…? -Mitch se echó el cabello para atrás.
– Se trata de una fiesta sorpresa para los recién casados -anunció Wilma-. Traemos toneladas de comida…
– Y bebidas -añadió Rafe tras ella-. Y regalos.
La plantilla siempre la había tratado con mucho cariño y respeto, pero Nicole jamás se había esperado algo así.
Al cabo de varias horas de fiesta, que tanto a Mitch como a ella se le antojaron interminables, Rafe se acercó a la ventana y dijo:
– Por fin ha escampado. Quizá no hayáis tenido sol el día de vuestra boda, pero parece que disfrutaréis de un anochecer de primera. ¿Qué tal si bajamos todos a la playa? -tras echar un vistazo a la expresión de Mitch, Rafe se rió-. Eh, que era broma. Nos vamos ya, ¿verdad, pandilla?
Se marcharon tan «silenciosamente» como habían llegado. Cuando, por fin, Mitch y Nicole cerraron la puerta, todo volvió a sumirse en la calma.
– Estoy totalmente agotada. Aunque han hecho algo maravilloso, ¿verdad? -dijo ella.
– Sí. Debí sospechar que cometerían alguna diablura. Nos consideran familia suya, ¿sabes? -Mitch titubeó-. No sabías que te tuvieran tanto cariño, ¿verdad? -no lo planteó como una pregunta.
Nicole negó con la cabeza.
– No. Es decir, siempre he sabido que todos nos llevamos muy bien, pero…
– Eso es gracias a ti.
– Trabajamos en equipo…
– Gracias a ti -repitió él-. ¿Crees que es accidental que todos congeniemos tan bien? ¿Que es algo normal en todos los trabajos? Me parece, señora Landers, que no sabe usted cuánto la quieren los demás -al verla bostezar, Mitch sonrió-. La verdad es que te encanta hablar de ti misma, ¿verdad?
– Mmm, no.
– Ya hemos tenido bastantes emociones por hoy. ¿Cansada?
– Odio admitirlo, pero sí.
– En ese caso… ¿qué te parece si nos acostamos temprano?
De nuevo, una poderosa descarga eléctrica pareció chisporrotear entre ambos, con la intensidad del relámpago. Y, de repente, Nicole se cansó de esperar. Deseaba hacer el amor con él, como si hubiera estado esperando a Mitch durante toda su vida.
– Subiré ahora mismo -dijo.
Él le acarició la mejilla.
– Tardaré un par de minutos en acostar al cachorro y cerrar la casa. Luego me reuniré contigo.