Cuando Nicole detuvo el coche en los aparcamientos el lunes siguiente, apenas eran las siete de la mañana. El sol ya estaba alto en el cielo y una fresca brisa procedente del mar soplaba mientras ella se apeaba del vehículo totalmente cargada. Aparte del bolso y el maletín, llevaba cajas de donuts y paquetes de café para la plantilla. Cinco minutos más tarde, ya había encendido las luces del despacho, puesto el café y servido los donuts en una bandeja.
Luego esperó a que la serenidad llegara.
Había madrugado no para trabajar, sino porque debía tomar una decisión con respecto a Mitch. El despacho era el santuario donde mejor reflexionaba, el único lugar del mundo donde se sentía segura de sí misma. Había trabajado mucho para levantar el negocio. Durante varios años, llegó incluso a pensar que era una inútil sin remedio.
Durante los minutos previos a que llegase la plantilla, solía encantarle pasearse por el despacho poniendo en orden hasta el último detalle, recreándose en la contemplación de sus logros.
Pero no aquella mañana.
Soltó una taza de té de camomila en la mesa, se sentó, luego volvió a levantarse y se paseó hasta la ventana.
El océano parecía salpicado de diamantes por efecto de los rayos del sol. El panorama sólo consiguió desasosegar a Nicole. Había dedicado el día anterior a ir de compras… en parte para evitar cualquier encuentro con Mitch, y en parte porque ya no tenía prendas que se ajustasen a la prominencia de su vientre.
Si cerraba los ojos siquiera durante un segundo, la noche del sábado volvía a desplegarse en su mente una y otra vez, seguida de un aterrador sentimiento de confusión.
El tiempo se les agotaba. Ambos necesitaban tomar una decisión y hacer planes para el niño… pero no les sería posible hasta dejar zanjado el asunto del matrimonio. Nicole había iniciado la conversación el sábado anterior segura de que, en realidad, Mitch jamás había deseado casarse con ella. Simplemente, se sentía obligado a hacerlo. Por lo tanto, le correspondía a ella disipar aquel sentimiento de obligación. Y, aunque la cuestión del sexo también era importante, había decidido ser totalmente franca con él en ese aspecto. Posiblemente, durante la noche de la fiesta, Mitch había llegado a la conclusión de que era una mujer ardiente en la cama. Y sus pocos encuentros le habían llevado a creer en una química incombustible entre ambos. Era un hombre. Jamás habría pensado en la opción del matrimonio si pensara que no funcionarían en el ámbito sexual.
De modo que Nicole creyó que si aclaraba con Mitch ambas cuestiones, lo disuadiría de la idea del matrimonio y podrían buscar otros caminos.
Pero nada había salido como ella esperaba. Podía culpar a los filetes quemados de haber interrumpido la conversación… sólo que habían interrumpido algo bien distinto. A ella. Se había lanzado sobre Mitch como una ansiosa gata en celo. Como una mujer que hubiese perdido todo vestigio de locura y sentido común.
Nicole cerró los ojos con fuerza a causa de la frustración. Ya sabía que estaba enamorada de él. Pero, maldita fuera, el hecho de que lo amara no le daba derecho a estropearlo todo.
No podía evitarlo. El cálido hormigueo que sentía cada vez que Mitch entraba en una habitación. El deseo, la sensación de maravilla, el modo en que el pulso se le disparaba cada vez que él la tocaba.
Se había mostrado adorable cuando se quemaron los filetes. La había hecho reír, convirtiendo el fiasco en una aventura al saquear su cocina para una segunda barbacoa. Nicole no recordaba haberse divertido nunca tanto como con Mitch. Desde el principio, se había mostrado sensible y receptivo a sus sentimientos. La había apoyado sin reservas. Y existía otro detalle maravilloso por el cual lo amaba sin poder evitarlo… no dudaba que sería un padre magnífico.
«Dios santo, qué lío», se dijo sombriamente. Amarlo debería facilitar las cosas. Sin embargo, Nicole sentía como si le hubieran hecho astillas el corazón.
Mitch parecía desear sinceramente aquel matrimonio. Y Nicole no dudaba que sentía algo por ella. Pero aún no le había hablado de su pasado. Ni deseaba hacerlo. Y el silencio sobre la montaña de errores de otros tiempos pesaba en su conciencia como una losa. Tal como estaban las cosas, Mitch la respetaba. Confiaba en ella. Y Nicole no quería arriesgarse a perder todo eso. A perderlo a él.
Amarlo significaba no desear hacerle daño. Significaba hacer desesperadamente aquello que fuese mejor para él. Y ahí estaba el problema. Ya había hecho daño a otras personas con anterioridad…
De repente, Nicole oyó el ruido de puertas abriéndose y voces en el vestíbulo. La plantilla empezaba a llegar. Rápidamente, cruzó el despacho y se puso a hurgar en los papeles que había sobre la mesa… justo cuando Rafe entró.
– Detesto empezar el lunes comunicándote un problema, pero, ¿tienes un minuto?
– Claro, adelante -respondió Nicole con entusiasmo. Sólo en los asuntos del corazón parecía ser una inútil. En lo tocante a los problemas laborales, sabía perfectamente cómo manejarse-. ¿Qué sucede?
– La cuenta de Grosbeck. Martha nos está volviendo locos a Mitch y a mí -Rafe se acercó y desplegó un anteproyecto sobre la mesa-. Echa un vistazo a esto.
Ella se inclinó sobre el esquema, concentrada por completo, pero accidentalmente su cadera se rozó con la de Rafe. Nicole se retiró un par de centímetros. No fue nada, pero aquel contacto espoleó su sentido del humor. Tener a Rafe en la oficina era casi tan divertido como tener a Mel Gibson. Aun con su sencilla camisa marrón caqui, era un hombre muy atractivo. Pero las hormonas de Nicole no reaccionaban ante su presencia. En absoluto. Nada comparable a lo que experimentaban cerca de cierto tipo larguirucho y sin apenas trasero.
– Bueno, aquí está el problema. Ésta es la puerta principal -Rafe señaló un punto del esquema-. Al otro lado de la carretera, hay una iglesia con un tejado de estilo gótico. Ella lo odia, y no quiere que la puerta de a la iglesia. Por desgracia, quiere que la pongamos aquí -señaló otro punto.
– Y supongo que no es posible -dijo Nicole.
– En ese punto hay una viga que sostiene la estructura. Martha no parece entenderlo.
– Mmm -Nicole estudió el plano-. Bueno, quizá la solución esté en cambiarlo todo. Poned la puerta principal orientada hacia el este, y rehaced el sendero de entrada y la plaza de aparcamiento.
Rafe enarcó las cejas.
– Por mí no hay problema, pero se trata de una renovación radical. Le costará una fortuna.
– Cierto. Lo ideal es no cargarles gastos innecesarios a los clientes, pero no veo nada malo en presentarle la alternativa, Rafe. A ella le toca decidir. Además, creo que queda una opción más… -Nicole se llevó la mano al abdomen repentinamente. Por un segundo, experimentó una sensación extraña. ¿Sería el bebé? ¿O simplemente lo había imaginado?
Rafe reparó en el movimiento.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí. Como te decía… -Nicole volvió a inclinarse sobre el plano, pero Rafe no se dejó distraer.
– ¿Quieres que avise a Mitch?
Ella se enderezó sorprendida.
– ¿Cómo has dicho?
Rafe hizo una pausa, y luego fue directo al grano.
– Vamos, Nicole. Todos sospechábamos lo que te pasaba. Llevas semanas sin probar una taza de café. Tus almuerzos parecen sacados de los anuncios de una herboristería. Pero supusimos que nos contarías lo del embarazo cuando te sintieras preparada.
– Así que sospechasteis que estoy embarazada.
– Sí, todos. Y nos alegramos por ti. Pero si quieres seguir manteniéndolo en secreto por ahora, no hay problema. Lo único que me gustaría decirte es que… bueno, nunca has comentado nada sobre tu familia, así que parece obvio que no tienes parientes cercanos. Si necesitas ayuda, todos te la brindaremos en cuanto la pidas.
Cuando Rafe se hubo marchado, Nicole se derrumbó en la silla del despacho, atónita. Que la plantilla hubiera deducido ya que estaba embarazada era una sorpresa. Pero Rafe se había referido concretamente a Mitch al preguntarle si debía avisar a alguien. Sumando dos y dos, llegó a la conclusión de que sus colaboradores también sabían que Mitch era el padre.
Así pues, debía tomar una decisión rápidamente.
Nicole se frotó el vientre con la mano, sabiendo que sólo había una solución posible. Antiguamente, un hombre se sentía obligado por el honor a casarse con una mujer en apuros. Pero corrían otros tiempos. Y, en realidad, aquel embarazo podría acarrearle a Mitch unos problemas que sólo se solucionarían de una forma. Ella no iba a permitir que la gente pensara que era un hombre frío o irresponsable por abandonar a una mujer embarazada.
Por añadidura, el niño necesitaba el cariño de un padre, y negarle a Mitch esa posibilidad se le antojaba injusto y erróneo.
Nicole se levantó presurosa de la silla, notando que la ansiedad y la determinación aceleraban su pulso. No estaba segura de que Mitch pudiera amarla. No estaba segura de qué hacer con las emociones poderosas y turbulentas que él despertaba en ella. Pero debía hacer lo que consideraba más honorable y darle a Mitch una oportunidad.
Mitch tenía los pies colocados encima de la mesa, unos prismáticos en el regazo y el teléfono en una mano. Los prismáticos eran para contemplar a las ballenas, lo cual era una suerte de religión en la costa de Oregón, y generalmente sentaba bien a los nervios. Sin embargo, había atisbado a un par de ballenas grises hacía media hora, y luego había tenido que dejarlo por la conversación telefónica. El cliente potencial que se hallaba al otro lado de la línea era una peluquera.
Personalmente, Mitch no tenía nada contra el gremio de la peluquería. Además, la señora Burkett era una persona de trato fácil. Aunque hablaba como una cotorra. Necesitó más de media hora de agotadora charla para expresar exactamente lo que deseaba. Poseía un próspero salón de peluquería y tenía la intención de reformarlo por completo para hacerlo más moderno y confortable.
– Sí, ya le comprendo… y, sí, a eso exactamente nos dedicamos, señora Burkett. Debo reconocer que no estoy muy familiarizado con la decoración de los salones de peluquería, pero seguro que Nicole sí. Podríamos ir a echarle un vistazo al suyo y luego elaborar un diseño…
Al ver que Nicole irrumpía bruscamente por la puerta, el corazón le dio un vuelco. De repente, su despacho de tonos grises se iluminó con un destello de color. El vestido verde que llevaba era nuevo, se dijo Mitch, y contrastaba con el castaño rojizo de su cabello. Pero fue su rostro congestionado lo que le llamó la atención.
Había tratado de llamarla una docena de veces, pero nunca estaba en casa. Lo sucedido la noche del sábado preocupaba a Mitch sobremanera. No en vano, los filetes de ternera habían fracasado tan miserablemente como las patas de cangrejo y los camarones. Pero el asunto de la comida era, simplemente, un detalle secundario. En realidad, Mitch tenía la impresión de estar fracasando en lo que era la prueba más importante de su vida. Cada vez que había intentado demostrarle a Nicole que era un hombre capaz y responsable, había metido la pata hasta el fondo.
– Sí, señora Burkett… De acuerdo, de acuerdo, podemos fijar una fecha desde ahora mismo. Tendré que consultarlo con los demás, pero… -Mitch hojeó el calendario, en busca de un hueco, pero su mirada no dejaba de desviarse hacia Nik. El vestido suelto realzaba sus senos, cada vez más generosos. Y a Mitch su cuerpo ya le provocaba ataques de lujuria cuando estaba prácticamente liso como una tabla. Sobrevivir a aquel embarazo no sería tarea fácil. Además, sus ojos parecían más oscuros y enormes que nunca-. De acuerdo, muy bien -dijo bruscamente-. El próximo jueves a las tres de la tarde -colgó sin despedirse, algo que jamás había hecho con ningún cliente. Y el rostro de Nicole pareció sonrojarse todavía más.
– ¿Un nuevo cliente? -inquirió.
– Sí. Cuando le diga a Rafe que es una peluquera, le dará un ataque. Pero, bueno, eso puede esperar. Es obvio que deseas hablarme de algo.
– En efecto. Mitch… -Nicole respiró muy hondo-. Sé que no es el lugar ni el momento adecuado, pero, al fin y al cabo, siempre sufrimos alguna interrupción cuando intentamos hablarlo. Te lo diré sin ambages. Si de veras quieres casarte… estoy de acuerdo.
Mitch bajó los pies al suelo. Ella siguió hablando atropelladamente.
– No pasará nada si dices que no. No quiero que te sientas obligado. Y estaría más que dispuesta a establecer un horario de visitas para que vieras al niño, si lo prefirieras así. Pero creo que lo del matrimonio tiene muchas ventajas. Por un lado, el niño tendría un apellido. Y tú podrías ser su padre a todas horas. La verdad es que parecemos llevarnos bien, Mitch. Compartimos muchos valores e ideas…
Por suerte, Nicole no se detenía ni a cobrar aliento, pues Mitch no se veía capaz de decir nada aunque la vida le fuera en ello.
– … Me doy cuenta de que no me amas. Pero tú mismo dijiste que el amor puede cultivarse poco a poco. Naturalmente, si crees que nunca podrías llegar a quererme…
– Sí -balbució él.
– ¿Sí?
Mitch trató de despegar la lengua del paladar y explicó:
– Sí, creo que casarnos es una buena idea. Por los motivos que has expuesto.
Nicole volvió a tomar aliento, expiró, y luego dijo:
– Muy bien -después de lo cual, salió de nuevo por la puerta como una exhalación.
A Mitch se le descolgó la mandíbula. Diablos, ¿era posible que hubiese soñado despierto que Nicole entraba por la puerta y le proponía matrimonio? Era lunes por la mañana, y llevaba varias noches sin dormir bien.
Pero Nicole volvió a asomarse por la puerta, real y radiante como un rayo de sol.
– Ya que debemos hacerlo, Mitch, hagámoslo cuanto antes. No suelo actuar impulsivamente. Pero si nos casamos, nuestros familiares, amigos y conocidos creerán que hemos tenido este hijo porque lo deseábamos.
– Creo que es una idea maravillosa -respondió él con calma.
– No espero nada… romántico. O sea, sólo necesitamos un certificado y un juez de paz. Con la agenda tan apretada que tenemos ambos, no creo que encontremos un solo momento para irnos de luna de miel. Pero podemos dejarlo para más adelante, si quieres.
– Bien -Mitch se habría mostrado de acuerdo aunque Nicole le hubiera sugerido ir de viaje de novios a Siberia.
– Oh, Dios. Se me había olvidado -Nicole se pasó una mano por el cabello-. Tu familia. Tendrás qué decirme lo que deseas hacer, cómo vas a comunicárselo. Me atendré a tu decisión.
– Bueno, mis padres están en Europa, pasando dos meses de vacaciones… que se tenían merecidas desde hace tiempo -se apresuró a añadir Mitch-. Pero no tenemos por qué posponer la boda. Si quieres que nos casemos ya, nos casaremos. Mis padres sabrán comprenderlo… sobre todo, si viajamos más adelante a Seattle para que te conozcan.
– Pero también tienes hermanos…
– Nik, mi familia querrá conocerte, y te conocerá. Olvídate de eso y fija una fecha. La que quieras.
– No me importa si necesitas más tiempo para pensártelo…
– No necesito más tiempo. Te he dicho que sí. Y hablo en serio.
– ¿Estás seguro? -Nicole volvió a mesarse el cabello-. Qué pregunta tan tonta, ¿verdad? Naturalmente que no puedes estar seguro. Yo tampoco lo estoy. Pero no se me ocurre una solución más adecuada. Es decir, si los dos nos sentimos comprometidos a brindarle al niño una vida en familia, lo demás es secundario…
– Todo saldrá perfectamente -convino Mitch.
– De acuerdo, pues -Nicole se dirigió otra vez hacía la puerta. Pero, antes de salir, se giró rápidamente con el ceño fuertemente fruncido. De pronto, su voz parecía vacilante-. Hay algo más.
– No me importa. Confía en mí. Sea lo que sea, lo solucionaremos…
– Me temo que no es algo que pueda solucionarse. Dios santo, qué mal lo estoy haciendo. He empezado la casa por el tejado. Jamás debí hablarte de matrimonio sin habértelo dicho antes.
– Nik, te repito que no importa. Dilo, sin más.
Mitch pretendía tranquilizarla, pero Nicole siguió allí de pie, tragando saliva, mirándolo con ojos temerosos y apesadumbrados.
– Hay cosas de mi pasado que nunca te he contado. Y lo cierto, Mitch, es que hubiera preferido no decírtelas. Hubiera preferido que nunca te enteraras. Pero un matrimonio lo cambia todo. Sería injusto… que no fuese honesta contigo. Hay ciertas cosas que debes saber… Como, por ejemplo, que estoy enemistada con mis padres. Son cosas que sólo entenderás si me dejas explicarte los motivos por los que…
Mitch nunca la había visto en un estado de ansiedad semejante. Farfullaba atropelladamente las palabras. Lo miraba como si fuera un juez dispuesto a emitir una dura sentencia contra ella.
Naturalmente, él ya había sospechado que había algo problemático en su pasado. Tenía que existir una razón de peso para que una mujer brillante y atractiva se negase a sí misma una vida privada, para que siempre fuera tan dura consigo misma cuando cometía el más ligero error.
Mitch deseaba conocer los detalles. La historia. No podía ayudarla sin saber hasta qué punto aquel pasado pesaba en su corazón. Pero no quería que se lo dijera de ese modo. No si el hecho de sincerarse la hacía sufrir hasta tal punto.
– Nicole -dijo con mucha calma-. Si crees que me importan un comino tus pecados de juventud, es que has perdido el juicio. Yo también tengo los míos. No conozco a un solo adulto que no los tenga.
Ella meneó la cabeza.
– Quizá eso sea cierto… pero, aun así, tienes derecho a saberlo. A cambiar de opinión acerca de casarte conmigo…
– Eso no va a suceder -empezó a decir Mitch, pero en ese momento un teléfono sonó al otro lado del pasillo. El teléfono de Nicole. Sólo sonó un par de veces antes de que Wilma contestara y se pusiera a llamar a Nicole a voces. Luego, para colmo, empezó a sonar el teléfono de Mitch.
Ella suspiró y alzó las manos.
– Lo hemos intentado en una playa privada. En tu yate. Y sabíamos que intentar hablar en el despacho era una locura, pero la vida parece conspirar para que nunca acabemos esta conversación.
– Eso es facilísimo de resolver. A las cinco en punto. En mi coche. Hablaremos con tranquilidad -prometió Mitch.
En ese momento, Wilma apareció por la puerta para pasarle a Nicole un mensaje de suma urgencia. Nicole dirigió a Mitch una mirada de frustración, y luego salió de la oficina.
Una vez a solas, Mitch tuvo problemas para hacer bajar su ánimo de las eufóricas alturas de la estratosfera. Dios bendito, Nicole había accedido a casarse con él. Sí, quizá no había sido como él lo había imaginado. No había habido anillo. Ni champán. Ni flores. Ni besos que hubieran desembocado en una frenética sesión de amor para sellar una promesa de futuro.
Pero había que dar tiempo al tiempo.
Nik había aceptado.
Por un instante, Mitch rememoró el terror y la vulnerabilidad que se habían reflejado en el semblante de Nicole cuando empezó a hablar de su pasado. Era una de las personas más íntegras que había tenido ocasión de conocer. No podía imaginar qué habría hecho en su juventud que pudiera preocuparle. Su pasado importaba porque la preocupaba a ella, no a él. Pero Nicole se había mostrado dispuesta a sincerarse, lo cual era una prueba de que confiaba en él. Fuera cual fuese el hombre del saco que se ocultaba en su armario emocional, Mitch estaba seguro de que podrían hacerle frente.
Pero eso podía esperar. Indefinidamente. Todo podía esperar hasta que Nicole luciera en su mano el anillo de casada.
Mitch no estaba dispuesto a permitir que ningún obstáculo se interpusiera entre ellos.