Capítulo Diez

Conforme subía las escaleras, Mitch vio que Nicole había apagado la luz del dormitorio. De modo que había sufrido una especie de ataque de pudor, se dijo. En fin, podría amoldarse a su deseo. A él le resultaría difícil mostrarse pudoroso, pues había olvidado llevarse un pijama. Pero sabiendo que por fin podría hacerle el amor a la mujer a la que amaba, podría amoldarse a cualquier cosa.

Al llegar a lo alto de las escaleras, dudó entre dejar encendida o no la luz del pasillo. Nik deseaba el cobijo de la oscuridad, pero Mitch temía iniciar la noche de bodas tropezando con las cosas como un inútil patoso. Resolvió el problema dejando la lámpara encendida y cerrando la puerta del dormitorio, de modo que sólo un fino haz de luz se colaba por debajo. A pesar de dicha luz, sus pupilas se dilataron instantáneamente y, al principio, no pudo distinguir nada… salvo a ella. Su forma acurrucada en la cama lo incitó inmediatamente a quitarse el jersey.

– ¿Has acostado a nuestro pequeño?

Tanto su voz susurrante como el comentario hicieron sonreír a Mitch. Le gustaba que se refiriera al cachorro como «nuestro pequeño». Le hacía pensar en cómo hablarían sobre el auténtico bebé cuando naciera.

– Sí, y he colocado junto a él un despertador envuelto en una toalla. Si llora de noche, yo lo atenderé, Nik. De modo que no te preocupes -Mitch soltó el jersey, y a continuación se bajó los pantalones y los calzoncillos… moviéndose con total lentitud.

Las sombras fueron cobrando forma paulatinamente, de modo que pudo distinguir la mitad de la cama que Nicole había dejado vacía para él. Retiró la sábana y se introdujo en ella.

Topó con algo. Su codo, se dijo. Simplemente lo rozó, pero Nicole dio un salto.

– Hace frío -comentó Mitch-. Una temperatura ideal para un abrazo.

Ella reaccionó acurrucándose entre sus brazos… lo cual era una buena señal, pensó él. Y parecía llevar puesta una prenda de satén, lo cual no era tan perfecto como la desnudez total, pero constituía otra buena señal. Mitch podía notar la atrayente curva de sus senos, la suave prominencia de su vientre… y los desbocados latidos de su corazón. Unos latidos rápidos, ansiosos.

Con cuidadosa ternura, le acarició el hombro. Posiblemente para demostrar que estaba dispuesta, Nicole reaccionó al instante frotándole el cuello con la mejilla.

– ¿Estás nerviosa? -murmuró Mitch.

– Oh, no.

Era difícil rebatir una mentira susurrada con tanta suavidad.

– ¿Ni siquiera un poquito nerviosa?

– Bueno… quizá un poco, sí.

Él siguió acariciándola, confortándola, pero no conseguía disipar la tensión que percibía en sus músculos. Poco a poco, Mitch empezó a sentirse tenso también. Había pensado que llevándola a su casa, a su cama, se sentiría cómoda y relajada, pues fue allí donde hicieron el amor por primera vez. Pero, en el fondo, ella no lo recordaba.

– ¿Sabes una cosa? -murmuró él finalmente.

– ¿Qué?

Mitch alargó la mano libre y tomó la de ella.

– Aquí sólo estamos tú y yo. Y eso significa que podemos esperar hasta mañana, Nik. Hasta cuando sea. Nos queda toda una vida por delante. No tenemos por qué seguir más reglas que las nuestras.

Nicole no dijo nada, pero la tensión que la atenazaba se esfumó al instante. Sin embargo, su mano siguió aferrada a la de él, comunicándole un mensaje de amor, de miedo, de soledad. Y cuando por fin se quedó dormida, sus dedos no lo soltaron… como si no pudiera dormir sin temer que la abandonase.

Como si él fuera capaz de abandonarla.

Mitch clavó la mirada en el techo, despierto como un búho, tratando de determinar exactamente por qué, de pronto, Nicole había sentido miedo de hacer el amor con él.

Cuando Nicole se despertó, el sol iluminaba el cobertor color rosa. Antes incluso de abrir los ojos, supo que estaba sola en la cama… y dónde estaba Mitch. Oyó el ruido del agua de la ducha, y luego sólo silencio durante algunos minutos. Por fin, el pomo de la puerta del cuarto se giró y Nik oyó el ruido de las pisadas de Mitch antes de verlo entrar de puntillas, con el sigilo de un ladrón y una toalla alrededor de la cintura. Se agachó para recoger la ropa que había dejado en el suelo por la noche.

– Buenos días -susurró ella.

Él se incorporó dando un respingo. El agua aún goteaba de su pelo revuelto y del vello rubio de su pecho. La toalla blanca dejaba al descubierto sus musculosas piernas de corredor y su estómago liso. Tenía la piel bronceada. Se notaba que había tomado el sol en su yate, desnudo.

– Demonios, no quería despertarte -se apresuró a decir Mitch.

– No me has despertado.

– He llevado al cachorro a dar un paseo y después he tomado una ducha. Aún no he hecho café, pero pensaba traértelo a la cama. Este cuarto… -Mitch meneó la cabeza-. En cuanto lo vi, me di cuenta de que iba con tu personalidad. La decoración del resto de la casa es muy distinta. Pero este cuarto tiene tu esencia.

El comentario sirvió de acicate emocional en la consciencia de Nicole. Por eso se había quedado paralizada la noche anterior. Por eso había tenido sueños de culpabilidad que habían turbado su descanso. Temía que Mitch tuviera un concepto idealizado y falso de ella.

– Este cuarto no tiene mi esencia, Mitch -dijo lentamente-. Ven, ¿puedes sentarte conmigo un momento?

– ¿Seguro que antes no quieres una taza de café…?

– Será sólo un momento.

Con una mirada de cautela, Mitch se tumbó en la cama y utilizó una almohada para mantenerse incorporado.

– Anoche deseaba más que nada en el mundo hacer el amor contigo -dijo Nicole suavemente-. Pero tengo un problema del que debería haberte hablado. Y, para mí, mi silencio equivalía a mentir. Traté de decírtelo antes, de veras, pero siempre nos interrumpía algo, o… quizá me lo impedía mi cobardía. Pero necesito decírtelo, o el sentimiento de culpa acabará volviéndome loca.

– Vamos, Nik. Ya te lo dije antes. Sea lo que sea, no puede ser tan grave. ¿Crees que soy dado a condenar a los demás?

– No. Pero te considero una persona sumamente íntegra. Y mi pasado no es algo de lo que me sienta orgullosa. Sé cómo me ven los demás. Bromean acerca de mi carácter. Dicen que soy mojigata, que soy una santa. Pero eso no es en absoluto cierto. Nunca he sido tan «buena». Ya te dije que estoy enemistada con mis padres, pero no te hablé de la gravedad de los hechos. Llevan un par de años aceptando mis llamadas, pero nada más. No sé si querrán conocerte. Hace muchos años que se desentendieron de mí. Y les di motivos para ello.

– ¿Cometiste un asesinato, Nik? ¿Atracaste un banco?

Ella exhaló un suspiro.

– Piensas que lo que voy a decirte no es serio, pero te equivocas. Creo que empecé a mostrarme rebelde desde muy pequeña. Los profesores me tachaban de «incorregible» antes incluso del instituto. Ni siquiera sé por qué me portaba así. Siempre estaba enojada con todo. Nada de lo que hacía era lo bastante bueno para mis padres, de modo que simplemente trataba de demostrarles que el mal concepto que tenían de mí era acertado. Me metía en líos continuamente. Y me escapé de casa. Viví en las calles de Seattle a los quince años.

Mitch se había girado para mirarla. Al principio, parecía que iba a bromear acerca de su confesión, pero su sonrisa acabó extinguiéndose y su expresión se tornó grave.

– Gracias a Dios -dijo-, sobreviviste.

Aquella aprobación sin reservas la confundió.

– Mitch. Estuve en las calles. Seguramente te preguntarás si caí en la droga o en la prostitución…

Él la interrumpió.

– Estás muy cerca de conseguir que me enfade. Aún sigues esperando que me comporte como un juez. Eras una niña de quince años en una situación que la desbordaba por completo. Lo único que importa es que sobreviviste.

– Bueno, te confieso que estuve a punto de no hacerlo. Por fortuna, cuando todo parecía perdido, un policía me sorprendió robando comida y me acogió en su casa. Espero que algún día conozcas a Sammy y a Leila, su esposa. Ellos consiguieron que volviera al colegio y, más tarde, que fuera a la universidad. Gracias a ellos, sé cómo quiero educar a mis hijos… Pero empiezo a divagar -Nik se frotó las sienes-. La cuestión, Mitch, es que necesitaba que supieras toda la historia. No soy ninguna santa. Por feo que sea mi pasado, no puedo fingir que no forma parte de mi vida.

– Trataste de contármelo antes -dijo él.

– Sí. De verdad. Al principio, no… pero sí después de que surgiera el tema del matrimonio.

Por un momento, Mitch no dijo nada, como si estuviera asimilando toda la historia. Luego cambió de postura y se estiró en la cama cuan largo era.

– No eres la única que ha cargado con un pecado de omisión en la conciencia, Nik.

Ella arqueó las cejas.

– ¿Cómo? ¿Tú también?

Mitch se frotó la mejilla con la mano.

– Te conté lo sucedido la noche de la fiesta.

– Sí.

– Te dije que fue increíble. Y sí, lo fue -Mitch hizo una pausa-. Pero posiblemente no fue tan increíble como te he hecho creer.

– ¿Por qué dices eso?

– Mmm… todo lo que te conté es cierto. Desde mi punto de vista. Pero no puedo jurar que fuese algo del otro mundo. Desde tu punto de vista. Sobre todo, porque lo olvidaste.

Nicole no comprendía nada.

– Ya te dije cómo me afecta el champán…

– Sí, me lo dijiste. Pero me resulta difícil creerlo, porque ninguno de los dos había bebido tanto. Lo cierto es que… cuando descubrí que no recordabas nada, quise que pensaras que la experiencia había sido maravillosa. Que pensaras en mí como en un amante fabuloso. Que creyeras que el padre de tu hijo era un hombre excepcional. Pero…

Mitch se interrumpió, y Nicole no tenía idea de a dónde quería ir a parar.

– ¿Pero qué? -lo animó a continuar.

– No sé si estoy en realidad a la altura de las expectativas que he creado en ti. Mira, Nik, nunca pretendí mentirte. Y no fue exactamente una mentira. Es sólo que…

Dios santo, los remordimientos lo estaban matando.

Nicole se olvidó de sus propios problemas al comprender que Mitch estaba sufriendo. Sentía como si un puño le atenazara el corazón.

– Esto no puede seguir así, Mitch -dijo gravemente.

Él pareció sentirse todavía más culpable, y desvió la mirada.

– Sí, lo comprendo. Sé que lo que hice no estuvo bien…

– Lo que quiero decir es que… anoche ni siquiera me besaste.

– Creí que no estabas de humor para ello. Te quedaste petrificada, como si tuvieras miedo.

– Y lo tenía -admitió Nicole-. Pero, ahora que lo pienso, tú también estabas asustado.

Mitch respondió rápidamente.

– No lo estaba.

Ella se inclinó sobre él.

– Ahora no tengo ningún miedo. Y quiero mi noche de bodas. Cierra los ojos e imagina que aún es de noche… Y concéntrate en que esto salga muy mal.

– ¿Muy mal?

– Aja. Si sale realmente mal, te advierto que seguiremos practicando con ahínco durante los próximos meses.

– Eh, Nik…

Nicole casi esbozó una sonrisa, pero se dijo que ya habían hablado lo suficiente. Callar a Mitch siempre le resultaba facilísimo. Para ello, sólo tenía que besarlo.

Por un instante, no comprendió lo que había desatado… en él y en sí misma. Los besos no eran algo nuevo entre ellos. Nicole ya conocía el sabor de su boca, la forma de sus labios. Pero, en aquellos momentos, todo resultó distinto.

Por la ventana penetraba la cálida luz del sol y el aroma del aire salado procedente del mar. Desde el exterior les llegaban los trinos de los pájaros. El mundo parecía haber despertado… y, por primera vez en su vida, Nicole se sintió también despierta.

Mitch olía a jabón y a espuma de afeitar, y seguía teniendo la piel fría de la ducha… aunque no por mucho tiempo. Nicole introdujo una pierna desnuda entre las suyas y se arrimó más a él. Pudo notar el gran bulto que se había formado en la toalla. Pudo notar el contacto de su liso vientre. Cómo los senos se le hinchaban al rozarse con el pecho de Mitch a través del fino satén.

– Mmm, Nik…

– Chist. Si hablas, es porque no te estás concentrando. ¿Recuerdas? Tienes trabajo que hacer. Procurar que esto sea lo peor posible para los dos.

Ella también tenía un trabajo pendiente. Hacer que Mitch olvidara su obsesión con mostrarse a la altura. Ansiosamente, empezó a devorar toda la superficie de su esbelto cuerpo. Trazó un sendero de besos desde su cuello hasta las franjas de vello de su pecho. Probó a lamerle un pezón y notó el súbito cambio de ritmo en su respiración. Al llegar al ombligo obtuvo resultados aún más gratificantes, lo cual sugirió a Nicole nuevas ideas.

Definitivamente, la toalla tenía que desaparecer.

Igual que su camisón de satén. Se lo sacó por la cabeza, lo lanzó al suelo, y a continuación desató con un sencillo tirón el nudo de la toalla. Se sintió tentada de recrearse en el nuevo terreno de juego que hasta entonces había ocultado la toalla.

Era fascinante.

A Nicole le costaba creer que el miembro de Mitch pudiera endurecerse aún más, pero su curioso escrutinio pareció provocar un efecto palpitante y endurecedor, y ni siquiera lo había tocado aún.

Decidió, sin embargo, dejarlo para más tarde.

Todavía no había terminado de explorar el cuerpo de Mitch. Pensó que le gustaría que le acariciase la cara interior de los muslos. Y deseaba posar un beso en cada una de sus duras rodillas. Luego se concentró en los pies, descubriendo que eran uno de sus puntos débiles. Mitch empezaba a evidenciar fuertes síntomas de inquietud y agitación. Igual que ella. Sus manos volvieron a retroceder, en busca de un territorio más interesante. Con la punta de los dedos acarició el duro miembro… logrando resultados espectaculares. A continuación lo abarcó con toda la palma de la mano, lo cual arrancó a Mitch un jadeo digno de ser premiado.

Nicole siguió tocando, explorando, palpando. Y entonces agachó la cabeza para probar su sabor… pero se vio interrumpida a mitad de camino. Con una velocidad que apenas le permitió respirar, se encontró a sí misma tumbada boca arriba en el colchón, con Mitch encima. Nicole ya había visto aquel brillo perverso en sus ojos con anterioridad, pero jamás le había parecido tan peligroso como ahora.

– Eh, se supone que debes concentrarte en que esto salga mal -le reprendió.

– ¿Crees que vas a divertirte tú sola?

– Pues… sí. Es mi noche de bodas. Y estoy embarazada. Se supone que debes dejarme hacer lo que yo quiera.

– Buen intento, pero no ha habido suerte. Te he dejado empezar para darte ventaja, porque soy un caballero. Pero no sabía que ibas a encenderme de esa manera. Ahora, me toca a mí.

– Eh, ¿quién es la jefa aquí?

– Tú, Nik -Mitch no pensaba seguir bromeando. Selló los labios de Nicole con un beso que la hizo estremecerse de pies a cabeza-. Sólo tú -sus manos emprendieron un deliberado viaje desde la garganta de ella hasta la prominencia de sus senos-. Te he dicho cientos de veces que no quiero ser el jefe. Sólo puede haber uno en la familia. Y serás siempre tú.

Le dio la vuelta como si no pesara nada y le besó los glúteos, dándole cariñosos mordiscos a lo largo de la espalda. A continuación volvió a colocarla boca arriba y le lamió suavemente los senos, jugueteando con los pezones.

Nicole pronunció repetidamente su nombre, cada vez con mayor intensidad, mientras Mitch se aprendía de memoria cada rincón de su cuerpo utilizando las manos, los ojos, la boca. Acarició la prominencia de su vientre con besos cariñosos y reverentes. Luego mordisqueó la curva de sus caderas con una sonrisa casi diabólica.

Finalmente, volvió a besarla en la boca profundamente, mientras con la mano descendía más y más, hasta que introdujo un dedo en el punto más cálido y húmedo del cuerpo de Nicole. La invadió, enviándole hondas de puro placer sin dejar de besarla en ningún momento.

Nicole sentía como si sus pulmones estuvieran privados de aire. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos a causa del deseo. El corazón parecía querer salírsele del pecho.

Le agarró la mano y la atrajo aún más profundamente hacia su interior. Sabía que Mitch sentía la misma impaciencia arrolladora. Su piel era tan suave como la de ella, su mirada igual de intensa.

Él sólo se detuvo un momento más para poner un exquisito cuidado antes de penetrarla por fin.

Nicole contempló los ojos de Mitch mientras la poseía, sintió cómo su cuerpo ansiaba aquella invasión y, de repente, algo en su interior pareció convertirse en oro líquido.

Mitch la amaba.

Quizá no lo hubiese comprendido antes, pero ahora estaba segura. El ansia sexual, por sí sola, no podía hacer que la amase de aquella manera.

Mitch susurró su nombre, pero ella ya estaba tan cerca del éxtasis como él. Las emociones la impulsaron aún más alto. No sólo las suyas propias, sino las que percibía en los ojos de Mitch. Pasión, deseo, ternura, honestidad. Amor. Todo estaba allí. En sus ojos. En sus caricias. Y ambos alcanzaron el éxtasis al mismo tiempo, con idénticos jadeos roncos y entrecortados.

Más tarde, él la abrazó y la sostuvo un buen rato entre sus brazos. Con los ojos cerrados, Nicole oyó cómo los desbocados latidos de su corazón se calmaban poco a poco. Pasó mucho tiempo antes de que ambos pudieran volver a respirar con normalidad.

De pronto, los sobresaltó un suave golpe en el pie de la cama. Nicole miró… y vio al cachorro, que saltaba por encima de las sábanas revueltas para unirse a ellos.

– ¿Te hemos descuidado, cariño? -le dijo Nicole con una risita.

– Veo que la gatera de la puerta de la cocina te va de perlas -bromeó Mitch.

Ambos se echaron a reír, pero por un instante los ojos de él se encontraron con los de ella. Rápidamente, ambos saltaron de la cama para comenzar el día, con sus corazones rebosantes de esperanza.

A pesar de los problemas que aún pudieran surgir, Nicole no podía imaginar a una pareja más feliz.

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