Capítulo Tres

Por suerte, en la oscuridad Mitch no veía el rubor que inflamaba sus mejillas, pero en aquel instante Nicole no podía haber respondido aunque su vida hubiese dependido de ello. ¿Salvaje? Seguramente la habría confundido con otra mujer. ¿Cálida, desinhibida, increíble? Ignoraba a quién estaba describiendo, pero no podía tratarse de ella.

Se abrazó a sí misma con fuerza. Durante años, su vida había transcurrido por un sendero firme e inequívoco. Incluso había decorado su casa para expresar la clase de mujer que era… correcta, austera, formal. A pesar del champán, no podía imaginar que hubiese tirado por la borda su autocontrol para convertirse en la gatita apasionada que describía Mitch.

Ella no era apasionada.

Ni siquiera emocional. En ocasiones, había llegado a creer que se estaba convirtiendo en una aburrida mojigata… pero eso era preferible a ir por la vida cometiendo los desastrosos errores de antaño.

La marea fue subiendo y la espuma de las olas le acarició los pies, calándole las zapatillas. El agua estaba helada, pero Nicole no se movió, deseosa de que el frío penetrante aclarase su mente y le ayudara a recordar lo sucedido, aquella noche. Pero no fue así. La fiesta era una tabla rasa en su memoria… excepción hecha de las partes relatadas por Mitch.

Lo miró furtivamente y enseguida retiró la mirada. Era horrible. De repente, no podía mirarlo sin pensar en el sexo. Jamás había pensado en Mitch de ese modo, no porque fuese empleado suyo, sino porque no era su tipo. Solían gustarle los hombres morenos y corpulentos. Mitch era rubio, altísimo y delgado.

Ahora, sin embargo, empezaba a darse cuenta de la auténtica envergadura de sus hombros. Y su estatura de jugador de baloncesto le evocaba la energía y el ritmo de un atleta. Bien pensado, nunca la había mirado con aquellos ojos azules como el cielo de forma inocua o amistosa. Aquella expresión sensualmente tensa siempre había estado ahí. Cerca de Mitch, Nicole jamás había olvidado ni por un instante que era una mujer. De pronto, lo hubiera dado todo por recordar aunque fueran fragmentos de la noche de la fiesta.

– Mitch -dijo al fin-, si todo ocurrió tal como lo cuentas, ¿por qué no me has dicho nada hasta ahora?

– Quise hacerlo, créeme. Pero todo se complicó. Para empezar, me fui de la casa por la mañana, mientras aún dormías. No deseaba dejarte, pero me habías dicho que a primera hora llegaba el servicio de limpieza. Y pensé que no te gustaría tener a un hombre en la casa mientras las limpiadoras entraban y salían.

– No me hubiera gustado -reconoció ella.

– Te llamé más tarde, ese mismo día. Pero empezaste a hablarme de negocios… como si deliberadamente hubieras querido obviar lo sucedido unas horas antes.

– No quise obviar nada. ¡Te lo juro! Simplemente, no me acordaba.

Mitch asintió.

– Ahora lo sé. Pero, en aquel entonces, esa posibilidad ni siquiera se me ocurrió. Supuse que preferías darlo todo por olvidado. Te cerraste a mí por completo, y traté de explicarme por qué. Sabía perfectamente que no deseabas involucrarte con las personas que trabajaban para ti… Al final, llegué a la conclusión de que lo sucedido aquella noche te había disgustado tanto, que necesitabas tiempo para reflexionar sobre ello. Así que yo también guardé silencio. Y esperé… No quería presionarte o empujarte a hacer algo para lo que no estuvieras preparada. Pero…

– ¿Pero? -repitió Nicole al ver que él no concluía la frase.

Mitch se detuvo. El resplandor de la luna teñía su cabello de plata. Las angulosas facciones de su rostro parecían talladas en piedra. Sólo sus ojos parecían líquidos, y miraban a Nicole con la intensidad de una caricia.

– Pero creí que tú también lo sabías, Nik. Lo increíblemente maravillosa que fue aquella noche. La química que surgió entre ambos. Para serte sincero, ni siquiera pensé en el riesgo de que quedaras embarazada. Nunca esperé que una pasión semejante pudiera estallar entre nosotros.

Nicole se notó la garganta seca. Otra vez volvía a surgir el asunto del sexo. Y no de un sexo normal, sino de un sexo increíble. Creía firmemente en las palabras de Mitch. Confiaba en su integridad. Y, a decir verdad, podía imaginarlo generando un estallido de pasión como amante. Pero nunca le había ocurrido algo ni remotamente parecido a lo que él describía.

Quizá hubiera escogido el celibato en los últimos años, pero no era virgen. Sus primeros escarceos sexuales, sin embargo, databan de su época de adolescente temeraria y rebelde. Siempre quiso explorar los placeres del sexo con el hombre adecuado, pero tenía muchos errores que expiar y enmendar, de modo que se concentró en otros aspectos de su nueva vida. Había encerrado su libido en una suerte de trastero mental.

O eso había creído.

– ¿Te sientes incómoda hablando de esto? -inquirió Mitch.

– Que me sienta incómoda o no es lo de menos. Necesitaba saber la verdad -pero ahora apenas podía mirarlo sin sentirse invadida por un calor casi sofocante.

– Sí, estoy de acuerdo. Conocer lo sucedido es indispensable para que decidas lo que deseas hacer. Y hemos venido a hablar de eso, ¿verdad?

– ¿De sexo? -maldición. La palabra escapó de sus labios porque, sin duda, ocupaba un lugar destacado en su mente.

Pero Mitch se limitó a responder con una sonrisa lenta y provocativa.

– Eh, siempre estoy dispuesto a hablar de sexo… pero creía que deseabas hablar de los hijos.

– Naturalmente que deseo hablar de los hijos -se apresuró a asegurar Nicole-. El niño es lo único que ocupa mi mente.

– Vamos; no empieces a ponerte nerviosa…

– No estoy nerviosa -negó ella de inmediato…

Pero, en realidad, lo estaba. No dejaba de pensar en las sensuales imágenes que aquel maldito hombre había impreso en su cerebro.

– De acuerdo, no estás nerviosa -dijo él cortésmente-. Pero antes de que recorras otro kilómetro de playa a ese ritmo… ¿no crees que nos hemos alejado ya bastante? Y has tenido un día agotador. ¿Volvemos?

Nicole se giró rápidamente. De no habérselo sugerido con semejante caballerosidad, le habría propinado una bofetada. No había ni un ápice de sarcasmo en el tono de Mitch, pero por eso exactamente se sentía tentada de golpearle. Podía mostrarse cínico y corrosivo con otra gente. Con ella, sin embargo, utilizaba aquel tono de voz bajo, ronco, sensual. La ponía furiosa.

– Iba a sugerir que diésemos media vuelta.

– Seguro que sí -convino él-. Aunque no hemos hablado de lo que deseamos hacer. Tengo unas ideas con respecto a los hijos que deberías conocer.

– ¿Qué ideas?

– En primer lugar, la más tradicional que toda pareja ha puesto siempre en práctica cuando surge un embarazo inesperado. El matrimonio.

Por primera vez en lo que iba de día, Nicole se relajó. Una risita ascendió por su garganta y escapó en forma de carcajada. La situación no tenía nada de divertida. Pero se había mantenido en un estado de nervios tan tenso, que el chiste le produjo un gran alivio emocional.

– Gracias, Sir Galahad. Es usted muy dulce.

– ¿Nik? No pretendía ser «dulce». Era una sugerencia seria.

Las carcajadas de Nicole se extinguieron, pero no su sonrisa.

– Vamos, sé que no puedes hablar en serio. No vivimos en la Edad Media. Ya nadie tiene que casarse por obligación. Las mujeres pueden criar solas a sus hijos.

– Así que… ¿estás completamente decidida a tenerlo? -inquirió Mitch rápidamente-. Sí, ya sé lo que dijiste antes. Pero fue a los pocos minutos de descubrir que estabas en estado.

Nicole se puso seria al instante.

– ¿Me preguntas si he cambiado de opinión? ¿Si estoy pensando en abortar?

– Eso exactamente.

Ella se guardó las manos en los bolsillos traseros de los téjanos.

– Si tuviera dieciséis años, o estuviera enferma, o supiera que el niño tiene problemas… no sé qué haría-dijo con total sinceridad-. Pero mis circunstancias no son ésas. Quizá no esperase un embarazo en estos momentos, pero siempre he querido tener hijos. Estoy sana y tengo una edad ideal para ser madre. Puedo criarlo sin problemas. Y sí… lo deseo. Aunque aún no he tenido tiempo para pensar cómo voy a arreglármelas.

– De acuerdo -Mitch exhaló un suspiro de alivio-. Pero tendrás que simultanear el trabajo y el embarazo. Y, más tarde, el trabajo y la crianza de un hijo.

– Lo sé…

– Y yo ocupo un lugar en todo esto, Nik. No sólo porque desee ser padre, sino también porque conozco el negocio. No hay nadie más capacitado que yo para ayudarte.

Nicole permaneció callada. Aquello era innegablemente cierto.

– También me preocupa cómo puede afectar todo esto a tu empresa y tu trabajo -prosiguió él-. Como bien has dicho, una mujer puede criar sola a su hijo en la actualidad. Pero eso es en teoría, y la vida no suele ser tan bonita en la práctica. La gente rumoreará acerca de cómo te quedaste embarazada si no tienes a un hombre a tu lado. A la mayoría no le importará. Pero tienes algunos clientes muy conservadores. Y has trabajado mucho para labrarte una reputación intachable.

– Te comprendo. Pero no temo que hablen de mí…

– Seguro que no, Nik. A mí tampoco me importa lo que digan los demás. Pero con un anillo de matrimonio te evitarías todos esos escollos.

Nicole se pasó una mano por el cabello. Así exactamente era Mitch en el trabajo. Cuando la plantilla empezaba a discutir, él rara vez alzaba la voz. Siempre tranquilo, práctico, sensato. Podía hacer creer a una mujer que un matrimonio entre desconocidos era perfectamente lógico.

– Y el niño tendría apellido. Gracias a Dios, la gente ya no suele ponerle a nadie la etiqueta de «bastardo», pero sigo creyendo que el apellido sí importa.

Ella tragó saliva.

– Todos los problemas que citas son reales, pero no puedo creer que hables en serio. ¡No podemos casarnos, Landers! Es una locura. ¡Si ni siquiera nos conocemos!

– Me conoces desde hace meses.

– No verdaderamente. Por el amor de Dios, ni siquiera podemos asistir a una reunión de la plantilla sin discutir la mayoría de las veces.

– ¿No se te ha ocurrido que quizá la fricción que hay entre nosotros tiene una causa… interesante?

Nicole se detuvo en seco.

– ¿Qué insinúas? ¿Que la causa de esa fricción es la química sexual?

– Eso mismo. En principio, pensé que se debía a un simple choque de personalidades… Pero la noche de la fiesta vi indicios que apuntaban en otra dirección.

– Con química o sin ella, no puedes hablar en serio, Mitch. No estoy en apuros. Ni tú. Aparte de que no tengamos la obligación de casarnos, no me hago ni de lejos a la idea de que quieras dejarte atrapar por mí.

– ¿No?

– No -espetó Nicole-. Somos muy distintos. ¿Crees que no sé que toda la plantilla me considera una remilgada? No es posible que quieras casarte conmigo. Nos volveríamos locos mutuamente en un par de días… si duráramos juntos tanto tiempo.

– Coincido en que no tenemos la obligación de casarnos. Y tienes razón, Nik, quizá nuestra vida en común fuese una pesadilla -dijo Mitch irónicamente-. Pero eso no lo sabemos… porque nunca hemos intentado pasar tiempo juntos. En privado.

– Es cierto, pero…

Mitch no la dejó terminar.

– Mira, no pretendo convencerte de nada. Pero creo que tenemos poderosas razones para intentarlo. Ese niño es una realidad y forma parte de nuestras vidas. No deseo echar la vista atrás en el futuro y lamentarme de no haber hecho al menos la prueba.

Llegaron a las escaleras de la casa. La luna era un globo de blancura fantasmagórica que se reflejaba en las olas del mar. Su luz plateada iluminaba todo lo que Nicole necesitaba ver… salvo a Mitch.

Cuando se giró para mirarlo, estaba de espaldas al mar, con el rostro oculto por las sombras. En ese instante, le pareció muy cercano. Podía sentir la intensidad de su mirada y, aunque no distinguiera su expresión, el pulso se le aceleró repentinamente.

– No sé, Mitch. Necesito tiempo para pensarlo. No me opongo a que pasemos tiempo juntos. De hecho, es conveniente y necesario. Me gustaría pensar que podemos hablarnos con absoluta franqueza, llegar a entendernos. Pero la idea del matrimonio…

– ¿Te parece exagerada?

Ella asintió.

– Sí.

Él se rascó el mentón.

– ¿Demasiado anticuada? ¿Demasiado inviable? ¿Demasiado… cursi?

– Sí.

– De modo que quieres olvidar el asunto del matrimonio. Al menos, por ahora.

– Sí.

– De acuerdo. Pero que sepas que eres libre de sacarlo de nuevo a colación si cambias de parecer.

– Muy bien. No lo haré, pero gracias -dado que la conversación parecía zanjada, Nicole dio un paso hacia las escaleras… pero Mitch le agarró de repente la muñeca.

Ella ladeó la cabeza, suponiendo que quería decirle algo más. Con suavidad, él le soltó la mano. Tierna, cuidadosamente, alzó las suyas para enmarcar el rostro de Nicole, cuyo cerebro la previno de que deseaba besarla. No podía creerlo. Pero no se resistió.

Notó cómo los dedos de Mitch se introducían entre las hebras de su cabello con la suavidad de una pluma. Su boca sabía cálida, dulce, evocadoramente sugestiva. Su piel tenía la fragancia del aire salado, mezclada con un aroma limpio y masculino.

Nicole notó un agradable hormigueo, una sensación cada vez más intensa… Mitch la afectaba de un modo extraño. No había otra explicación. Pero cuando alzó las manos para alejarlo de sí, sus dedos acabaron deslizándose por su cintura. Abrió la boca para anunciar que estaban cometiendo una tontería, y de pronto sintió la lengua de él entre sus labios, avanzando, moviéndose, enredándose con la suya.

Las estrellas empezaron a dar vueltas. Como si de pronto se hubieran introducido en un sueño, Nicole empezó a devolverle el beso, a besarlo como jamás pensó que pudiera besar a nadie, como si necesitara besar para seguir viviendo. Nada de aquello tenía sentido. Nada. Llevaba asustada todo el día. Cualquiera podía vivir un momento de locura cuando su mundo se había visto vuelto del revés. Lo único que debía hacer era dominarse.

Salvo que ya no se sentía asustada, ni deseaba dominarle. Ningún hombre le había hecho sentir aquella magia. Pero el calor que ascendía por sus senos y por su vientre la hacía sentirse viva, como si llevara dormida toda la vida hasta entonces. Como si los besos de aquel hombre la hubieran despertado.

Era perfectamente consciente de que había perdido el juicio. Pero saberlo no impidió que la sangre se le subiera a la cabeza.

Era demasiado grande. Demasiado alto. Tenía que agacharse incómodamente para besarla, pero ella no parecía ser receptiva a los problemas de Mitch. Bastante tenía con los suyos propios. Los muslos de él la rodearon, amándola, excitándola. Sus manos grandes y suaves le acariciaban el cabello, mimándola, venerándola. Los besos se sucedieron uno tras otro, cada cual más estremecedor y placentero que el anterior, transmitiéndole la sensación de que, por primera vez en su vida, estaba a salvo. Y, al mismo tiempo, expuesta a un exquisito y delicioso peligro.

Súbitamente, la luna se tornó tan cálida y brillante que Nicole tuvo que cerrar los ojos. El océano azotaba la playa. Sentía cómo la tensión iba creciendo en el cuerpo de Mitch, cómo sus músculos ardían allí donde ella lo acariciaba, y siguió correspondiendo a sus besos.

Pasó un minuto.

Y luego otro.

Lentamente, él levantó la cabeza, interrumpiendo el beso. Tenía la boca tan húmeda como la de Nicole, el aliento ronco y entrecortado. El deseo oscurecía sus ojos, y en su rostro aparecía esculpida una expresión tan dura y osada, que Nicole tuvo la impresión de haber visto al verdadero Mitch por primera vez. La yema de su dedo le recorrió suavemente la línea de la mandíbula.

– Sí -murmuró él-. Es tal como lo recordaba.


Nicole cerró de golpe el cajón del escritorio. Un cliente debía reunirse con ella a las nueve… y ya llevaba un retraso de cinco minutos. El señor Shaw deseaba construir un nuevo edificio de oficinas para albergar su próspera compañía de seguros. Nicole y la plantilla se habían pasado días enteros concibiendo ideas y propuestas atractivas.

Pero, en los últimos tres minutos, parecía haber perdido toda la concentración. Para colmo, tenía el estómago revuelto desde que se levantó aquella mañana. Era culpa de Mitch. La había trastornado tanto la noche anterior, que no había podido pegar ojo.

Wilma apareció por la puerta con una ceñida falda color púrpura.

– El señor Shaw acaba de llegar. Mitch y Rafe lo están atendiendo, así que no hay prisa. ¿Te ayudo en algo?

– No es necesario -repuso Nicole.

– ¿Quieres un café?

Nicole notó que el estómago se le subía a la garganta y se negaba a bajar.

– No, gracias. ¿Hay galletas de soda por ahí?

– No, pero queda pizza de ayer…

– Cielos, no.

Wilma se acercó a ella.

– ¿Te encuentras mal? Si quieres, le digo a Mitch que se ocupe del señor Shaw…

– No le digas nada a Mitch. Me encuentro perfectamente -Nicole esbozó una sonrisa convincente para demostrarlo. En cuanto Wilma se hubo perdido de vista, se puso en el suelo a cuatro patas para buscar un bolígrafo que se le había caído.

– ¿Nicole?

Al oír la voz de Rafe, Nicole levantó bruscamente la cabeza… y se dio un golpe con el filo de la mesa. Una explosión de dolor le recorrió el cráneo.

– Estoy aquí. Se me ha caído un bolígrafo -canturreó en tono alegre. Y se incorporó-. ¿Qué puedo hacer por ti?

– Ha llegado el señor Shaw. No hace falta que te des prisa. Le hemos ofrecido un café. Pero quería asegurarme de que tienes el bosquejo que te pasé ayer.

– Claro que sí -Nicole intentó dar un paso, lo que fue un craso error. La cabeza le dio una punzada, el estómago un vuelco, y las rodillas amenazaron con fallarle-. Me reuniré con vosotros dentro un par de minutos, ¿de acuerdo?

– Muy bien -Rafe titubeó-. Eh, Nicole, ¿te encuentras bien?

– Pues claro que sí. Mejor que nunca -esbozó la misma sonrisa radiante que había exhibido ante Wilma. Al salir Rafe, se hundió de nuevo en la silla.

De acuerdo, la mañana no había empezado bien. Sólo necesitaba hacer acopio de su fuerza de voluntad. No iba a vomitar. El dolor palpitante que le taladraba las sienes cesaría. Todo saldría a la perfección. Era cuestión de imponer la mente sobre la materia. En pocos minutos vería a Mitch cara a cara. Y zanjaría el acuerdo con el señor Shaw. Y saldría airosa de ambas situaciones.

Alzando el mentón deliberadamente, caminó a grandes zanjadas hasta la sala donde se celebraba la reunión, con su sonrisa más confiada y radiante en el rostro. Le bastó una sola mirada para comprobar que el equipo estaba haciendo un buen trabajo. El sol entraba por las ventanas, iluminando las tazas de café recién hecho, la maqueta del edificio del señor Shaw situada sobre la mesa, y al propio señor Shaw riéndose entre Rafe y Mitch. Aquellos dos tenían un talento innato para lograr que un cliente se sintiera cómodo.

Naturalmente, Nicole se centró en el señor Shaw. Hubiera sido inapropiado que mirase a Mitch… aunque, de algún modo, absorbió su imagen con todo detalle de un solo vistazo. Sus largas piernas estaban hechas para llevar téjanos, no pantalones formales, pero aquel traje le confería un atractivo aspecto de autoridad. La corbata era atroz, pero tenía el cabello rubio peinado hacia atrás. Sus anchos hombros tapaban el sol, y sus ojos… Sus ojos evocaban el insondable cielo de la medianoche. Y su boca le hacía pensar en las estrellas…

Nicole titubeó por un instante. La molesta sensación de mareo se negaba a remitir. Pero todos los presentes se pusieron en pie en cuanto la vieron entrar. Luciendo una sonrisa de determinación, extendió automáticamente una mano para saludar al señor Shaw.

– Celebro mucho verle, señor Shaw. Todos esperábamos con ansiedad esta reunión…

De repente, todos los miembros de la plantilla se quedaron petrificados, sin ningún motivo aparente. Mitch rodeó la mesa y se acercó rápidamente a ella.

Dios santo, se dijo Nicole, no era posible que fuera a besarla.

Y semejante ráfaga de locura dio paso a una segunda. No podía asegurar que no deseara un beso de Mitch, pese a las circunstancias…

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