Óscar no debería tener permiso para llevar una granja. No deberían permitirle tener animales. Pero el corderillo al que había salvado esa mañana estaba bien, mamando ávidamente de su resignada madre.
Un final feliz, al menos.
Pero el resto de los animales… había una oveja muerta en medio del corral y los demás parecían a punto de caer fulminados por falta de comida. Óscar había dejado que la naturaleza se encargase de todo y eso había hecho.
¿Por qué se buscaba problemas?, se preguntó Ginny. Debería dejarlo todo como estaba y marcharse. Pero no podía hacerlo.
Había una oveja a punto de parir. Estaba tirada en el suelo, de lado, respirando con dificultad… No, no estaba a punto de parir, estaba pariendo. Una patita asomaba por detrás. El pobre animal estaba atascado.
Con un poco de agua jabonosa y un poco de suerte… pero ella no era veterinaria. Aun así, podría evitarle sufrimientos, pensó.
Cuando se incorporó vio a Fergus al otro lado de la valla, mirándola.
– Tenemos una emergencia -le dijo.
– Pensé que no ibas a dejar solo a tu hermano.
– Creo recordar que tú me aconsejaste que lo hiciera. Además, está durmiendo. ¿Qué haces aquí?
– Lo mismo que tú, me imagino. Había venido a ver a esos pobres animales. Sobre todo a nuestro corderito.
«Nuestro corderito». Sonaba bien.
– Está vivo.
– Pero esa oveja tiene problemas.
– Serios problemas. Está pariendo, pero el bebé está enganchado por una pata. Necesito algún lubricante.
– ¿Cuál es tu especialidad?
– Soy médico de urgencias. ¿Y tú?
– Cirujano.
¿Cirujano? ¿Qué hacía un cirujano allí, en Cradle Lake?
Daba igual. Tenía que concentrarse en la oveja.
– Así que ninguno de los dos tiene conocimientos de obstetricia… ¿crees que podremos ayudar a este pobre animal?
– Creo que entre los dos podemos llamar a un veterinario.
– No hay tiempo. El veterinario vive en Marlborough y si esperamos la oveja y el corderito morirán.
– ¿Viviste aquí de pequeña?
– Sí.
– Entonces, sabes algo de animales.
– Un poco, no mucho. Necesito una sábana o algo así para hacer una cuerda.
– ¿Y qué tal una cuerda de verdad?
– No, demasiado dura. No quiero traer un cordero al mundo y comprobar que está muerto por mi culpa.
– ¿Crees que sigue vivo?
– No he traído el estetoscopio. Doctor Reynard, ¿quiere echarme una mano o no?
– Pues… sí.
– Entonces ve a buscar una sábana.
Cuando Fergus volvió, Ginny estaba tumbada en el barro.
– ¿Por qué las ovejas nunca eligen un sitio lleno de hierba para parir? ¿Por qué siempre eligen el sitio donde hay más barro? ¡Ay!
– ¿Qué?
Ginny estaba intentando manipular al cordero…
– El hombro está enganchado. Tengo que volver a meter la mano y juntar dos patas para tirar de él. Pero está volviendo a tener contracciones…
Quizá era su presencia, pero la oveja parecía haber decidido volver a la vida. Su vientre se movía con fuertes contracciones e incluso intentaba incorporarse.
– No pasa nada, chica -murmuró Fergus, sujetando su cabeza-. La doctora Viental es médico de urgencias así que no podrías estar en mejores manos.
Sonriendo, Ginny siguió con su tarea.
Tenía las manos muy pequeñas, pensó Fergus. Afortunadamente. Estaba usando el jabón como lubricante, intentando maniobrar en el útero del animal. Lo cual no era fácil porque las contracciones empujaban su mano hacia fuera.
– ¿Puedes decirle que no empuje?
– No empujes -le dijo Fergus a la oveja-. Recuerda las técnicas de respiración.
Evidentemente, la oveja las había olvidado.
Ginny soltó una palabrota. La fuerza de las contracciones podría romperle los dedos.
– ¡Ya lo tengo! -exclamó. Y durante la siguiente contracción apareció otra pezuña.
Dos pezuñas.
– Átalas -le dijo a Fergus-. Así podremos tirar de ellas.
– ¿Vamos a tirar?
– Pues claro. Venga, oveja, respira. Si empujas ahora le romperás el cuello a tu hijo.
Fergus estaba atando las pezuñas con la sábana, intentando no hacerle daño. Otra contracción y Ginny dejó escapar un gemido.
– Espera un poco, mujer. Todavía no puedo ¡sí, sí, ahora sí!
– ¿Sí? -repitió Fergus.
– En la siguiente contracción quiero que tires. Yo voy a empujar su cabeza…
– Pero te vas a hacer daño.
– No pasa nada, soy dura. Aunque a lo mejor digo una palabrota.
– Haré como que no te oigo.
– Muy inteligente.
Un minuto después algo parecido a un corderito se deslizó hacia las manos de Fergus.
Estaba vivo.
Algunas cosas eran instintivas. Un cordero no era muy diferente a un recién nacido y él había hecho el entrenamiento básico en obstetricia. En cuanto salió del útero de su madre, Fergus le limpió las vías respiratorias hasta que el pobre animal emitió un patético balido.
– ¿El despegue ha tenido éxito, Houston?
– Desde luego que sí -sonrió Fergus, limpiando al animal con lo que quedaba de la sábana de Óscar.
La oveja giraba la cabeza como si quisiera ver a su hijo y Fergus se lo puso delante.
– Mira, has tenido un niño muy guapo.
– Qué buenos somos -sonrió Ginny, pasándose una mano por la cara.
– Ah, qué bien, ahora pareces la protagonista de La matanza de Texas.
– ¿Qué importa un poco de sangre entre amigos?
– ¿Siempre te ha gustado la medicina? -rió Fergus.
– Desde luego -contestó Ginny.
El corderito estaba metiendo la cabeza en el flanco de su madre, buscando mamar.
– Ahora tenemos otro niño al que cuidar -suspiró Fergus.
– Ah, pobre Madison… Con los problemas que tenemos y nosotros aquí, trayendo corderos al mundo.
– ¿Conoces a Tony, el enfermero futbolero?
– Sí.
– Está en tu casa ahora mismo. Parece que Richard y él fueron al colegio juntos. Tony cree que puede echarnos una mano.
– Nadie puede ayudar a Richard. Además, mi hermano no quiere ayuda.
– Cradle Lake es una comunidad muy pequeña. A la gente no le molesta echar una mano.
– Pues en el pasado no lo hicieron. Ya has visto a Óscar.
– Sí, he hablado con Tony de eso -murmuró Fergus, pensativo-. Parece que tus padres… no querían saber nada de nadie. Como Richard ahora.
– Mi padre nos dejó cuando murió Chris.
– Y tu madre bebía y la gente temía acercarse a ella. Tú cuidaste de tu madre y de Toby sola. Al final, los servicios sociales se hicieron cargo de ti.
Ginny no dijo nada. Recordaba ese momento tras la muerte de Toby…
Richard tenía entonces dieciocho años y ni siquiera fue al funeral. Estaba enfermo, pero no tanto como para tener que quedarse en cama. Todo lo contrario. Tenía una novia y se fue a Queensland con ella.
– Yo cuidaré de él -le había dicho la chica-. En Queensland hace muy buen tiempo y así tú podrás descansar un poco.
Ginny tenía quince años entonces. Toby había muerto dos días antes y su madre estaba en estado comatoso.
Fue entonces cuando los servicios sociales se hicieron cargo de ella. Desde entonces vivió con una familia de acogida, una gente estupenda que le pagó los estudios y la ayudó a ser lo que quería ser: una persona independiente.
Y lo había sido hasta que la enfermedad de Richard dejó de ser tratable.
Y ahora…
– Tony ha llevado una cama a tu casa. Por si Richard quisiera tener a Madison cerca.
– Yo no puedo cuidar de Madison -dijo Ginny, asustada.
– Nadie te está pidiendo que lo hagas. Esta tarde ha habido una pequeña reunión de la comunidad…
– ¿Qué?
– La gente que quiso ayudar a tu familia hace veinte años. Oscar es la excepción. La gente de Cradle Lake está horrorizada por lo que te ha pasado y quiere echarte una mano. Si tú les dejas… tiene que ser tu decisión. Si Richard quiere estar con su hija, Miriam la traerá esta misma noche. Y Tony y ella harán turnos para cuidar de los dos. Durante el tiempo que haga falta. Sé que Richard no quiere ver a nadie, pero no tiene elección. Además, creo que Tony lo habrá convencido. Es muy persuasivo. El mejor delantero centro de la región, por cierto.
– Pero ¿cómo va a convencer a mi hermano?
– Tony le estará diciendo que lo que te ha pedido es muy duro para ti y que toda la comunidad ha decidido echar una mano. Tú cuidaste de tus hermanos enfermos hasta que murieron, cuidaste de tu madre… y la gente de Cradle Lake es muy decidida. De hecho, cuando se ponen son aterradores. A mi casa han llegado cacerolas y fiambreras llenas de cosas… Incluso me han ofrecido un par de ovejas.
– ¿En serio?
– Y van a cuidar de los animales de Óscar Bentley. No porque les caiga bien Óscar, que no le cae bien a nadie, sino porque te conocen y han imaginado que de no hacerlo ellos lo harías tú.
– Pero yo no puedo… Madison…
– A Madison le pueden pasar dos cosas: si Richard quiere estar con ella, la llevarán a tu casa. Y si no… habrá que llamar a los servicios Sociales para que se hagan cargo de ella. Pero Madison es hija de tu hermano, no tu hija. No es tu responsabilidad, Ginny. Hay muchas parejas que darían lo que fuera por adoptar a Madison.
– No sé si podré hacerlo -murmuró ella-. Cuidar de Madison… una niña tan pequeña…
– No tienes que pensar en eso ahora. Lo que tenemos que hacer es lavarnos para no asustar a los ciudadanos de Cradle Lake. Y luego tenemos que hablar con Richard y Tony y ver qué ha decidido hacer tu hermano.
Richard estaba sentado en la cama cuando llegaron. Y parecía furioso. Tony estaba a su lado, escuchando.
Su hermano intentaba gritar… y aunque no podía hacerlo porque le faltaban las fuerzas, su rabia era palpable.
Ginny dio un paso adelante, pero Fergus la sujetó del brazo.
– No puedes obligarme… -estaba diciendo Richard.
– Nadie te va a obligar a nada. Nadie te obligó a nada hace cinco años tampoco, claro. Pero ya está hecho. Y como el resto de nosotros, ahora tienes que enfrentarte con las consecuencias.
– No tengo intención…
– ¿Niegas que Madison sea tu hija?
– No, pero…
– Entonces eres su padre -lo interrumpió Tony-. Puede pasarle a cualquiera, te lo aseguro. Hace unos años Bridget y yo no tomamos precauciones una noche y nueve meses después nacía Michael. Mi hijo. Bridget y yo nos queríamos mucho, de modo que casarse no era un problema, pero habíamos querido viajar antes, ver un poco de mundo… En fin, no pudo ser. Luego llegó Lissy y aquí estoy, padre de dos hijos. Y te aseguró que no lo cambiaría por nada del mundo.
– ¿Crees que en mi situación podría interesarme…?
– No sólo interesarte, sino involucrarte hasta el cuello -lo interrumpió Tony-. He visto a tu hija, Richard. El doctor Reynard la examinó y, según él, parece que está mal alimentada. Su madre estaba demasiado enferma para cuidar bien de ella y, además, la pobre fue corriendo descalza un kilómetro para buscar ayuda cuando su madre se desvaneció. Ésa es tu hija, Richard. Una niña valiente que se parece a ti, además. ¿Quieres darle la espalda?
– Ginny cuidará de ella -dijo Richard entonces. Ginny, de nuevo, dio un paso adelante. Y, de nuevo, Fergus se lo impidió.
– Calla y escucha -le dijo en voz baja.
– Yo sé lo que me habría dicho mi hermana si quisiera cargarla con algo así -estaba diciendo Tony.
– Pero me estoy muriendo.
– Nos estamos muriendo todos, amigo. A mí podría pillarme un coche mañana mismo. Y Bridget y mis hijos se quedarían solos.
– Pero yo me estoy muriendo ahora. ¿Cómo voy a ser el padre de nadie?
– Ya lo eres. Lo que pasa es que no lo sabías. Esto no es negociable, Richard. Lo que quiero saber es si estás dispuesto a cuidar de Madison durante el tiempo que te queda.
– ¿Qué voy a hacer? Yo no puedo cuidar de nadie.
– ¿Quieres verla, al menos?
– ¡No!
– ¿Lo dices en serio? -Tony se volvió al oír un ruido-. ¿Eres tú, Fergus?
– Ginny y yo acabamos de traer un cordero al mundo. Una cosa horriblemente complicada, la madre exhausta. Sólo la habilidad de dos médicos dedicados podría haber hecho lo que hemos hecho nosotros. Batman y Robin.
Tony soltó una carcajada.
– Menuda suerte tenemos en Cradle Lake.
– Sí, desde luego.
– Quiero hablar con Ginny -dijo Richard entonces.
– ¿De Madison? -preguntó Tony.
– Pues claro.
– Ésta no es decisión de tu hermana.
– Claro que lo es. Cuando yo muera, Ginny tendrá…
– No metas a Ginny en el asunto -lo interrumpió Fergus-. Ella tiene que preocuparse de su propia vida. Ya la has puesto enferma con tu numerito del suicidio, pero eso no va a volver a pasar.
– No es asunto tuyo -protestó ella.
– Ya, pero ésta es una comunicad muy pequeña y la gente se mete en todo -Fergus se encogió de hombros-. Richard, tu hija está en el hospital, sola. No tiene a nadie. Si lo permites, la traeremos aquí y estarás con ella mientras puedas. Si lo haces bien, cuando mueras la niña al menos tendrá un recuerdo de su padre. A su madre eso le pareció importante, evidentemente. Si no quieres saber nada, nos pondremos en contacto con los servicios sociales y se acabó. No tienes que verla si no quieres. Tú decides.
– No puedes pedirme…
– Te lo estamos pidiendo.
– Tengo que hablar con…
– No tienes que hablar con nadie. Ésta es tu decisión, Richard. Si quieres ver a tu hija, te la traeremos, con una enfermera que te ayudará a cuidar de ella.
– No quiero ninguna enfermera. Ginny puede…
– Ginny no puede hacer nada. Ya sé que esto es muy duro para ti, pero Madison es tu hija.
Richard miró a su hermana, pero Fergus seguía sujetándola del brazo, como si quisiera impedirle que le pasara a ella esa responsabilidad.
– Tony dice que se parece a mí.
– Sí, es verdad. Es muy bonita y está sola. ¿Quieres conocerla o no?
Ginny contuvo el aliento.
– Tengo una hija -murmuró Richard.
– Tienes una hija, sí.
– Entonces, quizá debería conocerla.
– Sólo si aceptas cuidar de ella. Y que venga una enfermera todos los días.
– No hace falta. Ginny…
– Ginny no se va a encargar de eso.
Fergus y Richard se miraron. La fuerza contra el miedo. Pero la fuerza de Fergus pareció ganar la batalla.
– Muy bien. Si la niña necesita una enfermera…
– Si tu hija necesita una enfermera.
– Mi hija -repitió Richard-. Mi hija.
– ¿Podemos traértela? -preguntó Fergus.
– Sí -murmuró él-. Sí, por favor.