Lo que siguió a esto fueron dos semanas que Ginny recordaría siempre como algo irreal. No sabía qué estaba pasando… sólo que tenía que hacer lo que tenía que hacer.
Y lo primero era buscar a la familia de Judith. Su padre vivía en Nueva Zelanda, pero no la había visto en casi veinte años y no quería saber nada. Nada absolutamente, ni del entierro de su hija ni de su nieta. De modo que Judith fue enterrada en el cementerio de Cradle Lake. Richard acudió en silla de ruedas y, después de consultar con una psicóloga infantil a la que Fergus conocía, Madison también acudió. La niña permanecía impasible y Ginny la observaba, pensando en lo que la gente le decía tras la muerte de Toby, tras la muerte de su madre… esas palabras cariñosas que no la ayudaron nada.
Fergus no dijo una palabra. Entre ellos había algo, una especie de lazo invisible. Ambos podían sentirlo, pero ninguno de los dos quería saber nada. Era como si tuviesen miedo.
Ella tenía miedo, desde luego.
Después de la ceremonia, dos obreros fueron a su casa y convirtieron el porche en una especie de sala de hospital separada por biombos. Un lado era para Richard, el otro para Madison.
La niña se mostraba estoica. Ésa era la mejor manera de describirla. No había lágrimas, ni gritos. Nada. Habría sido más fácil lidiar con lágrimas. ¿Qué terrores había tras esa carita sin expresión?
Se lo contó a Fergus y él llamó a su amiga la psicóloga para que pasara por Cradle Lake. La mujer se sentó con Madison durante horas intentando hacerla hablar… pero no consiguió nada. Al final, se preguntaba si no habría que llevarla a un especialista en Sidney.
Ésa fue la primera vez que Richard se mostró airado, sorprendiéndolos a todos.
– La niña se queda. Aquí es donde debe estar. Y aparta ese maldito biombo de una vez.
Fue un paso adelante. Padre e hija se miraban desde entonces, sin decir nada. Aunque la mayor parte del tiempo estaban durmiendo.
A veces Ginny veía a Richard mirando a su hija con una expresión de tristeza, pero también de orgullo.
– No la presionéis -les aconsejó la psicóloga-. Necesita tiempo para acostumbrarse… a todo. La situación es muy difícil para un niño.
Bridget, la mujer de Tony, que se había convertido en enfermera de Madison cuando Miriam tenía trabajo en la clínica, salió al porche poco después.
– ¿Qué tal si lleva a cenar a Ginny al pueblo, doctor Reynard? El pub está lleno de gente los viernes.
– No, gracias. Prefiero quedarme -dijo ella.
– ¿Por qué?
– Porque sí. Y tú deberías irte a casa con tu marido.
– Bridget no se va a casa. Ése era el trato, que Madison tendría una enfermera veinticuatro horas al día. ¿Qué tal si vamos al pub? -sonrió Fergus.
– Pero… -Ginny lo miró, pensando en eso que estaba empezando a sentir por él. Y en el miedo que le daba-. Muy bien, de acuerdo.
¿Qué estaba diciendo? Era un riesgo para los dos.
– Estupendo -sonrió Fergus-. Vamos a cenar.
Las opciones para cenar en Cradle Lake eran muy limitadas. Estaba el pub y nada más. En el pub servían filetes y patatas fritas, salchichas y patatas fritas, pescado y patatas fritas o la opción que solían ofrecer a los turistas que pasaban por allí: pasta y patatas fritas.
El filete, en cualquier caso, era buenísimo. Dorothy, la cocinera, llevaba cincuenta años haciendo filetes y lo había convertido en un arte.
Todo el mundo miraba a Fergus y a Ginny. El comedor estaba separado del resto del pub por una barra, pero desde que entraron todos los ojos estaban clavados en ellos.
– No me gustaría ser un agente de incógnito en este sitio -bromeó Fergus.
– Yo estoy acostumbrada. Nací aquí.
– ¿Y por eso no querías volver?
– Yo no he dicho que no quisiera volver.
– No tenías que decirlo. Pareces un cervatillo cegado por los faros de un coche.
– Vaya, gracias.
– De nada.
– ¿Y tú qué? Porque tú también pareces un cervatillo cegado por los faros de un coche.
– ¿Quién, yo? Eso no es verdad.
– Sí es verdad. Soy yo quien tiene miedo del compromiso que significa Madison, pero cuanto tú estás a su lado veo el mismo miedo en tus ojos. Peor. En el funeral actuabas como si te diera miedo acercarte a la niña. ¿Qué hay en tu pasado que te ha traído hasta aquí, doctor Reynard?
– Nada.
– Tú lo sabes casi todo sobre mí, pero yo no sé nada de ti -protestó Ginny-. Hay un niño en alguna parte, ¿verdad?
– No es asunto tuyo.
– Pero mi vida sí es asunto tuyo.
– Eso es diferente. Tu hermano…
– Es tu paciente, sí. Pero yo no lo soy y metes las narices en mi vida todo el tiempo. Aunque te lo agradezco. Y los dos sabemos que… no sé, que está pasando algo entre tú y yo. No lo estoy imaginando, ¿verdad?
– ¿Te refieres a que quiero acostarme contigo? -sonrió Fergus. Y las orejas de los parroquianos del bar se estiraron hasta casi llegar a la mesa-. ¿Te refieres a eso?
– Yo no lo habría dicho así. ¿Eso es lo que quieres?
– Pues claro. ¿Tú también quieres acostarte conmigo, Ginny?
– Fergus…
– En la facultad de medicina me enseñaron a llamar a las cosas por su nombre. Si hay que dar una mala noticia, es mejor darla sin preámbulos.
– O sea, que esto es una mala noticia.
– Depende.
– ¿De qué?
– Por ejemplo, yo no estoy en el mercado para una relación permanente.
– ¿Y crees que yo sí?
– Sé que no -dijo Fergus-. No quieres saber nada de relaciones sentimentales.
– ¿Y tú qué?
– ¿Yo?
– Si aceptara meterme en la cama contigo…
– Jo, qué romántica.
– No sé cómo quieres que lo llame. ¿Un revolcón sin compromisos?
– Mejor no lo llamamos de ninguna manera.
– Muy bien, pero tengo que saber algo: ¿has estado casado?
– Sí, pero…
– ¿Con quién?
– Con Katrina.
– ¿Y dónde está Katrina ahora?
– Es profesora de patología en un hospital…
– Katrina Newry -lo interrumpió Ginny-. He oído hablar de ella.
– Todo el mundo ha oído hablar de Katrina.
– ¿Y qué pasó entre vosotros?
– No es…
– Asunto mío a menos que acepte acostarme contigo. Pero yo no me acuesto con extraños -sonrió Ginny.
– ¿No podemos esperar hasta que termine mi filete? -preguntó Fergus.
– Bueno, pero yo ya he terminado el mío. Me tomaré un café mientras espero.
– ¿No quieres postre?
– ¿Después de un filete que colgaba a cada lado del plato? Lo dirás de broma. No quiero postre, quiero que me cuentes tu historia.
– Pero…
– Tú cállate y come. Y luego cállate y habla.
– ¿Eh?
– Bueno, ya sabes lo que quiero decir.
Fergus terminó su filete y después de tomar un café salieron a dar un paseo, dejando a los parroquianos con la expresión de alguien que se queda con la película a medias.
– Supongo que sabrás que tu reputación ha quedado hecha pedazos -bromeó Fergus.
– Me da igual mi reputación en este pueblo. Es la menor de mis preocupaciones.
– Porque tras la muerte de Richard no volverás por aquí.
– Eso es.
– ¿La vida no fue muy agradable en Cradle Lake?
– ¿Tú qué crees?
Mientras iban por el camino, Fergus tomó su mano. Era un contacto normal, un contacto chico-chica, pero le gustó. Y eso era peligroso, pensó Ginny. Porque ella no quería una relación y aquello empezaba a parecerse peligrosamente…
– Te alejas de Madison como si te doliera verla. ¿Por qué?
– Yo no…
– Hay un niño en tu vida, ¿verdad? Háblame de él.
– Una niña -suspiró Fergus por fin-. Se llamaba Molly.
– ¿Está con su madre?
– No, ha muerto.
– Oh, Fergus…
– ¿Lo sientes? Todo el mundo lo siente -la interrumpió él, pasándose una mano por el pelo-. Perdona. Claro que lo sientes. Y es normal, pero…
– Te entiendo. Cuando Toby murió y luego murió Chris y luego mi madre… pensé que si alguien más me decía que lo sentía… ¿Cuándo murió tu hija?
– Hace tres meses.
– ¿Cómo? ¿Por qué?
– Molly tenía síndrome de Down y un defecto congénito en el corazón. Desde que nació supimos que tenía un período de vida muy limitado.
Ginny no dijo nada. ¿Para qué?
– Molly tuvo una vida estupenda hasta que murió.
– ¿Y tu mujer?
– ¿Recuerdas que te dije que era posible mantenerse alejado del dolor? Pues eso es lo que hizo Katrina. No quiso ser parte de la vida de Molly, no podía soportar la idea. Así que nos dejó. Si supiera lo que se ha perdido…
– Pero cuando miras a Madison…
– Sí, claro, veo a mi hija. O veo lo que Molly podría haber sido si hubiera tenido un cromosoma más.
– ¿Y estás en Cradle Lake por eso?
– El hospital en el que trabajaba… Molly iba a la guardería y cuando tenía guardia los fines de semana, se quedaba conmigo. Las enfermeras, los auxiliares, todo el mundo la quería. Cuando murió, todo el hospital se puso de luto -suspiró Fergus-. Al final, tuve que alejarme tanto de mi pena como de la pena de los demás.
– Ah, ya entiendo. Y entonces apareciste directamente en medio de mi tragedia.
– Esto no es una tragedia.
– ¿No?
– No. Además, yo estoy fuera, mirando. Y así es como pienso enfrentarme al mundo a partir de ahora. Y sugiero que tú hagas lo mismo.
– Pero Madison…
– Ginny, hay muchos padres por ahí que darían lo que fuera por tener una niña como Madison. Tú sabes tan bien como yo lo difícil que es que te den un niño en adopción. Y también sabes que tú, como tutora de la niña cuando Richard muera, podrás elegir a los padres. Y luego podrás vivir tu propia vida.
– No creo que pueda.
– Claro que sí. Tú eres una mujer fuerte, Ginny Viental, y puedes usar esa fuerza para ser independiente.
– Ya, claro. Así que estar aquí, contigo apretando mi mano, es ser independiente.
– Puedo ser independiente y darte un beso.
– ¿Ah, sí?
– Claro -contestó Fergus.
Era tan masculino, tan alto, tan… dulce. Bueno quizá «dulce» no fuera la palabra adecuada, pero algo parecido. Estaba a su lado, sonriendo a la luz de la luna y era como si por primera vez en la vida alguien la conociese de verdad. Alguien podía ver lo que había debajo de las barreras que se había ido construyendo a lo largo de los años. Aquel hombre compartía con ella algo que Ginny había pensado era sólo suyo.
Confianza. Esa palabra apareció en su cerebro y se quedó allí.
Podía confiar en él porque la conocía. Cuando miró a los ojos de Fergus, parecía estar pidiéndole permiso para dar el siguiente paso…
Ginny sonrió.
Y él inclinó la cabeza para darle un beso.
Y su mundo dio un giro de ciento ochenta grados, así de fácil.
Ginny había salido con otros hombres, claro. Casi tenía treinta años y no era ninguna niña. Aunque nunca había tenido un novio formal, había vivido la vida.
Pero nunca había sentido…
¿Qué?
No lo sabía. Era un factor indefinible, pero que la golpeó con una fuerza enorme. En cuanto la boca de Fergus rozó la suya todo cambió por completo.
Su corazón dejó de latir.
Que tontería, pensó entonces. El corazón de una persona sana no dejaba de latir. Ella era una mujer sensata… ¡era médico! Esas cosas eran para las novelas románticas. Un beso que lo cambiaba todo…
Ginny se apartó.
– ¿No quieres que te bese? -preguntó Fergus.
– Sí, sí. O, al menos, creo que sí. Pero no me interesa una relación.
– No, ya lo sé. Una chica lista. A mí tampoco. Pero besarnos…
– Tú sabes tan bien como yo que esto no se termina con un beso.
Fergus se quedó callado un momento.
– Eres una mujer muy deseable, Ginny. Mentiría si dijera que no te deseo.
– Pero no te interesan las relaciones.
– No.
– Prométemelo.
Fergus sonrió.
– ¿Estás diciendo que podemos hacer el amor mientras me marche como un canalla en cuanto amanezca?
– Los canallas no son tan malos -sonrió Ginny.
– Sin ataduras entonces.
– Sin ataduras.
– ¿Estás completamente segura?
Ginny miró su rostro a la luz de la luna y sintió miedo. Una mujer sensata se apartaría, pero…
Pero estaba harta de ser sensata. La vida era de repente, algo demasiado frágil. El futuro le daba miedo. A saber lo que pasaría al día siguiente. Los dos habían visto demasiado gris y la plateada luz de la luna los bañaba en aquel momento… Tenía a aquel hombre delante de ella. En casa estaba…
«No, no pienses en eso».
Podía ver en los ojos de Fergus que pensaba exactamente lo mismo. Él necesitaba aquella noche y ella también.
Y lo aceptaría. Por muy estúpido que fuera.
– Supongo que no tendrás un preservativo a mano.
– La duda ofende. Soy médico -contestó Fergus-. En el Land Rover llevo un maletín que es prácticamente una farmacia. Ginny, ¿estás segura?
– ¿Tendríamos que hacerlo en el Land Rover?
– Pues… sí. Además, por aquí tiene que haber todo tipo de bichos. Arañas, serpientes…
– Probablemente. Y las serpientes y los bichos no son nada seductores. Yo conozco un sitio mejor.
– Donde tú digas -sonrió Fergus-. Yo tengo un preservativo, tú tienes un sitio… ¿qué más podemos pedir?
– El uno al otro. Por esta noche. Pero sólo esta noche, Fergus.
– Sólo esta noche -asintió él-. Sin ataduras, pero Ginny…
– ¿Sí?
– Esta noche voy a quererte.