Capítulo 9

Mucho tiempo después, cuando Flora abrió los ojos, comprendió maravillada que la habitación de hotel seguía allí, exactamente igual que antes. ¿Era posible que el mundo siguiera intacto después de lo sucedido?

Nunca había conocido un sentimiento de plenitud tan bienhechor. Se sentía casi mareada por la felicidad. Matt la había llevado con él a un mundo diferente, con un tiempo diferente y una realidad en la que sólo contaba la sensación de sus cuerpos moviéndose juntos, el fuego de la piel contra la piel, la dolorosa ternura del tacto, el sabor, los murmullos apasionados, seguidos de una corriente de excitación tan poderosa y de un hambre tan pura que los había arrastrado a los límites del éxtasis para abandonarlos después en sus orillas, abrazados y temblorosos por la emoción del descubrimiento.

Ahora Matt estaba tumbado sobre ella, con la cara enterrada en su cuello y el brazo rodeando su cintura. Flora acariciaba aún la espalda y los hombros, saboreando la delgada firmeza de la piel. Le gustaba sentir su peso sobre ella, el calor de su aliento, el movimiento rítmico de su pecho.

Le gustaba todo en él.

Sus caricias se detuvieron paralizadas por la certeza de la revelación que cruzó su mente y allí quedó, quieta, pesada, inamovible. Ni siquiera se sintió sorprendida. En realidad siempre había sabido que lo amaba. ¿Cómo había podido no reconocerlo antes? Lentamente, sus dedos volvieron a acariciar su cuerpo.

No tenía ningún futuro con Matt. Había sido claro y Flora no se arrepentía de lo sucedido. Hubiera sido más sensato permanecer alejada de él y partir con el orgullo intacto, pero, ¿de qué le serviría el orgullo cuando Paige regresara y ella tuviera que marcharse? Al menos tendría los recuerdos de su relación, un tesoro indestructible al que recurrir. No podía sentirse triste por la noción del final. En realidad, a la satisfacción física se añadía la calma de saber que lo amaba y que no tenía que engañarse más a sí misma.

Flora sabía por instinto que de nada valdría luchar contra el sentimiento. Iba a terminar con el corazón roto, pero lo único en lo que podía pensar era en aprovechar el momento y relegar el futuro como si tuviera todo el tiempo del mundo. Besó el pelo de Matt y éste se estiró y murmuró su nombre, antes de erguirse sobre un codo para mirarla.

– Ha sido increíble -dijo suavemente, apartándole un mechón de pelo de la mejilla. Sus ojos brillaban con una ternura que atenazó el corazón de Flora-. Eres increíble.

– ¿No te arrepientes de no haber leído el informe comercial? -bromeó ella.

La mano de Matt acarició su seno desnudo y sonrió de una manera que hacía correr champán por las venas de Flora.

– ¿Qué crees?

– Siempre puedes recuperarlo ahora.

– Podría, pero siento que mi mente no está del todo en la lectura -respondió Matt junto a su boca.

– ¿Es demasiado tarde para empezar a ser sensatos? -preguntó Flora con una sonrisa feliz.

– Desde luego -Matt asintió mientras Flora se estremecía bajo su boca y sus manos-. Demasiado tarde.

Cuando despertó horas después, Flora dormía dulcemente contra él, con una sonrisa soñadora en los labios. Ojalá estuviera soñando con él, pensó Matt mientras la contemplaba sintiéndose feliz. Normalmente su mente saltaba a las acciones del día en cuanto abría los ojos, pero esa mañana sólo deseaba permanecer junto a ella, viéndola dormir.

Tomó entre sus dedos un mechón y lo acarició para sentir la seda dorada hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo y dejó de sonreír. Cualquiera que lo viera pensaría que era un hombre enamorado.

Se separó de Flora y se sentó en el borde de la cama, frunciendo el ceño en dirección a la alfombra. Lo último que quería era complicarse la vida enamorándose de alguien. El amor era demasiado confuso, demasiado exigente, algo que escapaba a su control. El amor era un lujo para gente con tiempo. Él tenía que ocuparse de un negocio y el amor estaba completamente fuera de lugar.

¿Era así?

Por primera vez en su vida, Matt no estaba seguro de la respuesta. Desconcertado por su propia vacilación, se puso los pantalones y se inclinó para reunir la ropa que había distribuido por el suelo la noche anterior. Después, aún sin camisa, se sentó de nuevo para mirar a Flora.

No era hermosa, se dijo. La boca era demasiado grande, la nariz tenía demasiada personalidad, la barbilla era demasiado fuerte y orgullosa y la figura demasiado curvilínea. Había conocido a muchas mujeres guapas, pero ninguna le había hecho sentir como Flora. Había algo en ella que hacía que su pecho se contrajera cada vez que la miraba.

Matt miró su reloj. Eran las ocho y media. Tenía que marcharse a la oficina, pero dejaría a Flora durmiendo. Le costaba irse sin decirle adiós. Comprendió con ansiedad que no quería marcharse de su lado.

Se inclinó sobre ella para besarla.

Flora salió de un sueño de sensaciones sensuales para descubrir que Matt la estaba besando realmente. Se estiró con voluptuosa alegría y le sonrió, y Matt tuvo que contener el aliento al ver de nuevo sus brillantes ojos azules.

– Hay que despertar -dijo y se sentó junto a ella para evitar tomarla entre sus brazos.

De pronto, Flora recordó todo lo sucedido y se sintió levemente avergonzada por su desnudez.

– ¿He dormido demasiado?

– Sí -dijo Matt, pero al mirarlo Flora se dio cuenta de que sonreía y su timidez se evaporó. Volvió a estirarse con placer.

– Me levanto en seguida.

– ¿Por qué? -Matt sucumbió a la tentación y le tomó la mano para besar la muñeca caliente.

Flora sintió un escalofrío por su brazo.

– Tengo un jefe tiránico -dijo-. Me monta un número si no llego al alba a trabajar.

– Parece horrible -dijo Matt y besó su brazo hasta el codo-. ¿Por qué sigues con él?

– Oh, no es tan malo cuando lo conoces -bromeó Flora mientras Matt llegaba a su hombro.

– ¿En serio? -preguntó él, alzando la cabeza.

– En serio.

Flora sonrió, le echó los brazos al cuello y lo besó.

Al verla así, sonriente y despeinada, tan deseable, algo atenazó el corazón de Matt y sintió una urgente necesidad de decirle cómo se sentía.

– Flora… -dijo secamente y se detuvo. ¿Qué iba a decirle si él mismo no lo comprendía?

Flora vio la mirada incierta en sus ojos y sonrió con calma:

– Ya sé lo que vas a decir.

– ¿En serio? -una extraña expresión recorrió los ojos verdes de Matt.

– Eso creo -Flora tomó aire-. Creo que intentas decirme que no malinterprete lo sucedido anoche. Creo que pretendes recordarme que nuestro noviazgo es una farsa y que temes que me ponga exigente. Pues no lo haré -siguió al ver que Matt no hablaba-. Soy mayorcita y no espero nada más. Aún después de una noche fabulosa.

– Ya entiendo -dijo Matt con la voz vacía de expresión.

Flora se sintió confundida por su tono.

– Ya sabes -prosiguió-, los dos queremos diferentes cosas en la vida -no sabía por dónde seguir-. Tu prioridad es la empresa y la mía…

– Ver el mundo -terminó Matt.

Flora miró las sábanas revueltas. No podía decirle que lo único que quería hacer ahora era estar a su lado.

– Sí -dijo con cierta tristeza.

Hubo un silencio.

– Sólo quiero decir que lo ocurrido no cambia nada -terminó Flora, sintiendo que no se estaba explicando muy bien.

– ¿De verdad crees eso? -Matt tenía una expresión irónica.

– Sí -repitió Flora deseando convencerse-. Puedo seguir siendo tu secretaria hasta que vuelva Paige y seguiremos trabajando como si no hubiera pasado nada.

– ¿Y cuando no estemos en la oficina?

– Bueno -Flora seguía mirando el edredón color crema-… Tendremos que seguir con el teatro hasta que se marche tu madre. Son pocos días, pero puesto que tenemos que compartir la cama… -miró de reojo a Matt esperando que la ayudara en lugar de dejarla hablar.

Pero Matt se limitaba a mirarla con su expresión enigmática.

– ¿Y bien? -la presionó para que siguiera.

Flora luchó por parecer frívola y natural.

– Pues… ya que ninguno de los dos espera nada del otro… Bueno, ya que hemos empezado… podríamos pasarlo lo mejor posible. Si es que quieres, claro -terminó Flora.

¿Querer?, se dijo Matt con ironía. Estaba claro que Flora sólo deseaba una aventura pasajera. Tanto mejor. Él no estaba preparado para otra cosa.

– Me parece estupendo -y por si no se había explicado, se inclinó a besarla-. Ya tenemos otro trato.

A pesar de su declaración de que trabajarían como si nada hubiera sucedido, Flora pensaba que sería duro estar juntos en la oficina sin tocarse. Pero lo cierto era que había tanto trabajo que sus noches no interferían con sus días.

Matt no la tocaba en la oficina y ninguno hacía referencia a las largas y doradas horas que pasaban juntos, pero a veces sus ojos se encontraban a su pesar. Entonces ninguno sonreía, pero los dos sabían que estaban pensando en la noche de felicidad que les esperaba.

Con cierta perversidad, Flora reconocía que encontraba excitante discutir fríamente de documentos de trabajo con Matt cuando todo su cuerpo temblaba al verlo y cuando le bastaba contemplarlo escribiendo o sujetando un lápiz para revivir la sensación de aquellas manos sobre su piel.

Los días pasaban velozmente entre compromisos y tareas, y de noche el tiempo se detenía y sólo contaba la delicia de estar juntos, explorando con pasión el cuerpo del otro.

Flora sabía que cada vez estaba más enamorada y que nada podía hacer por evitarlo. Nunca hablaban del futuro, temerosos de romper el tiempo mágico de su aventura. Flora no pensaba en qué sucedería cuando Nell se marchara y ya no hubiera necesidad de simular. Sólo pensaba en el final del día, cuando Matt cerraba la puerta del dormitorio y se volvía hacia ella, sonriendo, con los brazos extendidos.

No salían mucho, salvo que Matt tuviera que aparecer en algún acto oficial, y pasaban largas horas en el hotel, riendo, hablando y haciendo el amor.

Para ser alguien con tanto empeño en pasar tiempo con ellos, Nell estuvo particularmente ausente durante aquellos días. Debía ser la persona más sociable del mundo, pues cada noche tenía un compromiso o una invitación y apenas pisaba el hotel, salvo para tomarse una copa con ellos cuando regresaban de la oficina.

Matt y Flora eran demasiado felices como para preguntarse dónde iba cada noche, y casi habían olvidado la naturaleza temporal de su pasión, cuando Nell les recordó la realidad.

– Me marcho mañana, ¿podrás llevarme al aeropuerto, Matt? -preguntó-. El avión sale a las tres.

– Podemos comer juntos -dijo Matt-, y luego te llevaré -vaciló-. Perdona, madre, tendría que haberme acordado. Siento que no me he portado muy bien contigo.

Nell le dedicó una sonrisa amante. Nunca había visto tan feliz a su hijo.

– Te has portado muy bien -dijo-. Hacía tiempo que no me divertía tanto.

Los besó a los dos y salió hacia su reunión, dejándolos silenciosos ante la perspectiva de su partida.

Flora miró el anillo de zafiros de su dedo. Las piedras preciosas parecían hacerle burla.

– Va a ser raro no tener que seguir con la farsa -dijo con torpeza.

– Sí -Matt sentía un repentino dolor en la nuca y fue hasta la ventana para mirar fuera. ¿Por qué tenía que marcharse su madre en aquel momento? Por primera vez desde que era un niño, Matt no tenía ni idea de qué iba a suceder con su vida.

– Deberíamos acordar cómo vamos a romper -insistió Flora con un nudo en la garganta-. Por si alguien lo pregunta.

– Supongo que sí -reconoció Matt sin entusiasmo. ¿Por qué se empeñaba Flora en recordar continuamente su acuerdo? Tenían tiempo hasta el día siguiente.

Flora miró la espalda rígida de Matt con resentimiento creciente. No la estaba ayudando en absoluto.

– Podemos decir que conociste a otra mujer -sugirió-. A nadie le sorprenderá.

– ¡No! -la reacción de Matt fue puramente instintiva y tuvo que darse la vuelta-. ¿Por qué no podemos decir simplemente que cambiamos de opinión?

– Eso no bastará -opinó Flora con lo que Matt consideró un espíritu práctico descorazonador-. Lo primero que preguntará tu madre y el resto del mundo es por qué -hizo una pausa-. Quizás debamos decir que ambos estábamos asustados por la idea del compromiso -era más o menos la verdad, pensó Flora con tristeza.

Matt no contestó. Sólo podía pensar en que Flora volvería a su piso y él se quedaría solo en aquel hotel.

– Hay una alternativa -dijo de pronto.

– ¿Qué quieres decir? -el corazón de Flora dio un brinco.

– Ya sé que acordamos que esto sólo duraría mientras estuviera mi madre, pero tampoco tenemos que anunciar la ruptura. Sería muy raro que siguieras trabajando para mí si nos peleamos -la voz de Matt se resentía del esfuerzo por no parecer demasiado ansioso-. ¿Por qué no esperamos hasta que vuelva Paige y tú te marches a Australia? Sería un momento mucho más lógico.

– ¿Y mientras tanto? -preguntó Flora.

Matt fue hasta ella y le puso las manos en los hombros.

– Mientras tanto, estarás aquí y no tendremos que dar explicaciones. Podemos seguir como hasta ahora -acarició posesivamente la piel desnuda de sus hombros-. Han sido dos semanas buenas, ¿verdad?

– Claro que sí -dijo Flora sin poder negarlo.

– ¿Qué dices entonces? -las manos de Matt acariciaron su cuello-. No quiero atarte, Flora -dijo al verla vacilar-. Tú eres un espíritu libre, ya lo sé. Es una de las cosas que…

Se contuvo a tiempo. ¿Iba a decir realmente «amo en ti»? Seguro que no. Él nunca utilizaba esa clase de palabras vagas y sentimentales.

– Es una de las cosas que más me gusta de ti -siguió-. No nos interesa el compromiso a largo plazo, pero estamos bien juntos y no quiero que termine tan pronto. Pero si tú quieres que lo dejemos ahora -propuso-, haré lo que quieras. Te daré tu dinero y podrás marcharte cuando quieras.

– ¿Y si no quiero marcharme? -había una temblorosa sonrisa en los labios de Flora y al verla Matt sintió que el alivio lo inundaba.

– Quédate conmigo cuando se marche mi madre -pidió.

El tono de urgencia de su voz, apenas encubierto, emocionó a Flora.

– ¿Sin bonificación especial? -dijo, ladeando la cabeza.

– Ni un duro -sonrió Matt-. Quiero que te quedes porque quieres quedarte, no por el viaje.

Flora sabía que cuanto más se quedara, más difícil sería marcharse luego. Pero sabía que iba a ser muy desgraciada cuando se separaran, ¿cómo negarse a unas semanas más de felicidad?

– ¿Hasta que vuelva Paige? -preguntó para estar segura de no alimentar falsas esperanzas.

– Hasta que vuelva Paige.

Flora lo miró y supo que se quedaría tanto tiempo como él le pidiera.

– ¿Qué dices? -la voz de Matt era tranquila, pero Flora sentía su tensión y la seguridad de que la quería con él, aunque fuera sólo un tiempo, le bastaba.

Sonriendo, Flora abrazó la cintura de Matt y dejó que la fortaleza de su cuerpo ahuyentara el temor al futuro.

– Quiero quedarme -dijo.

Al día siguiente fueron a comer con Nell para despedirla. La mujer estaba tan brillante y feliz como siempre y Flora, resplandeciente de alegría, no pudo evitar tomar su mano impulsivamente para estrecharla.

– Vamos a echarte de menos -dijo con afecto.

– Pronto volveré -dijo Nell, emocionada-. Y la próxima vez, quiero escuchar planes de boda reales -miró a su hijo con severidad-. Nada de tonterías sobre el final de un negocio.

– No, mamá.

Nell alzó los ojos al cielo ante su tono obediente.

– A veces me pregunto si te das cuenta de la suerte que has tenido al conocer a Flora.

Matt miró a Flora, luego a su madre y la mirada burlona se evaporó de sus ojos.

– Lo sé -dijo, y Nell asintió, satisfecha por su respuesta.

Entonces se inclinó y sacó una caja de piel de su bolso.

– Quiero que guardes esto -dijo tendiéndosela a Flora.

– ¿Qué es?

– Ábrelo.

Dentro del estuche reposaba un hermoso colgante de diamantes con una cadena de oro bruñida por años de uso.

– Scott me lo regaló cuando nació Matt -dijo Nell con una sonrisa temblorosa-, Pero mi cuello es demasiado viejo para eso y me parece que tú deberías tenerlo, Flora. Quiero que Matt y tú seáis tan felices juntos como lo fuimos Scott y yo.

– Oh, Nell -los ojos de Flora se llenaron de lágrimas. Odiaba aceptar algo tan importante para la madre de Matt, pero cómo podía negarse sin confesar la verdad y herirla profundamente.

– Gracias -fue todo lo que dijo, pero Nell supo que Flora entendía lo que significaba el colgante para ella.

– No te pongas a llorar o me emocionaré -dijo Nell-. Y este es un día feliz. Por fin os deshacéis de mí. Me extraña que no pidas champán, Matt -añadió con una sonrisa irónica.

Matt alzó la mano para atraer la atención del camarero.

– Vamos a tomar champán -esperó a que lo sirvieran y sólo entonces prosiguió, alzando la copa-. Por ti, madre. Gracias -añadió mirándola a los ojos.

– Es gracioso, pero la echo de menos realmente -dijo Flora horas más tarde cuando descansaban en la cama, enlazados-. Apenas nos hemos visto, pero me dolió despedirme.

Matt hizo un sonido poco convencido y Flora lo miró.

– Oh, vamos, no disimules. Tú la adoras. ¿Por qué no puedes decirlo?

¿Por qué? Matt cruzó las manos detrás de su cabeza.

– Supongo que crecí pensando que los hombres no muestran sus emociones -dijo lentamente-. Mi madre siempre se extrañó de que no llorara más cuando murió mi padre, pero tenía miedo de que ella se asustara si le decía cuánto lo echaba de menos.

Flora se acomodó contra su costado y puso la cabeza en su hombro. Matt le pasó el brazo por la espalda para acercarla a él.

– ¿Cómo era? -preguntó Flora.

Matt frunció el ceño.

– Era un hombre ocupado, algo distante. Salvo con mi madre. Incluso de muy pequeño yo era consciente del amor que sentían el uno por el otro. Y pensándolo ahora, creo que me sentía excluido de su intenso vínculo. No digo que mi padre me ignorara, pero no recuerdo gestos afectuosos por su parte. Sólo recuerdo la sensación de que debía hacerlo todo tan bien como él.

Hizo una pausa, recordando el pasado, sintiéndose extrañamente reconfortado por la presencia de Flora a su lado.

– Mi madre conoció a un hombre muy diferente, pero para mí, él siempre fue inaccesible. Lo malo era que yo interpretaba su reserva como indiferencia.

– Estoy segura de que te quería -dijo Flora cariñosamente.

– Desde luego, pero pasé treinta años de mi vida creyendo que no -explicó Matt con una sombra de amargura-. El año pasado un gran amigo de mi padre murió y me dejó sus cartas y al leerlas me di cuenta de lo importante que yo era para él. Le decía a su amigo que me quería, que estaba orgulloso de mí, pero a mí no podía decírmelo.

Flora escuchó el dolor antiguo en su voz y deseó poder consolarlo.

– Tu padre era de otra generación -dijo con la mayor suavidad-. No sabía expresar sus emociones. Mi padre es igual. Le entra sudor frío si alguien empieza a hablar de sentimientos. Si tu padre hubiera vivido te hubiera mostrado de mil maneras lo que eras para él.

Matt guardó silencio, pero Flora sabía que la escuchaba atentamente.

– Es muy triste que tu padre no supiera expresar su amor por ti, pero lo importante era que te quería. No tienes por qué cometer el mismo error que él.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matt con repentina tensión.

– Tú siempre lo guardas todo dentro de ti, como hacía tu padre. Él al menos hablaba con tu madre y tú no confías en nadie.

Matt pensó que a ella le había contado lo que no había contado a nadie, pero la idea le hizo sentirse incómodo y vulnerable. El problema era que no sabía cómo se sentía y no quería decírselo a alguien que en pocas semanas se habría marchado. En lugar de decir que odiaba la idea de que ella se marchara, habló para poner distancia.

– No he encontrado a nadie en quien confiar -dijo fríamente.

«En mí puedes confiar», quiso decirle Flora. Pero sabía que Matt había ido demasiado lejos al hablar del niño herido por la frialdad paterna y prefirió añadir:

– Ojalá lo encuentres.

Sucedió un par de días después. Matt regresaba de una reunión en el barrio financiero y tenía la cabeza llena de cifras cuando Flora le recibió en el despacho con una serie de recados urgentes.

– Ah, y también Tom Gorsky. Si no quieres llamarlo, puedo hablar con él -dijo Flora mirando sus anotaciones.

Matt no contestó. Se quedó mirándola, asombrado por la repentina conciencia de lo enamorado que estaba de ella. Recordó las palabras que le había dicho a su madre: la miré un día y supe que era la mujer que quería a mi lado.

Se sintió como si alguien le hubiera golpeado en el estómago, dejándolo sin aire. ¿Por qué acababa de darse cuenta? Recordaba tantos momentos en que tendría que haberse dado cuenta de que la quería. Cuando volvían al hotel y Flora se soltaba el pelo y luego lo miraba sonriendo y se lanzaba a sus brazos. Pero no, había tardado semanas en verlo y tenía que ser en el momento en que Flora estaba pensando en citas y compromisos.

– ¿Estás bien? -Flora lo miraba con curiosidad y Matt tuvo que volver al mundo.

– Estoy bien -dijo-. Luego hablaré con Tom.

Estaba a punto de decirle a Flora que la quería, pero le había silenciado su aparente frialdad. Olvidó que habían acordado ser impersonales mientras estuvieran trabajando. En aquel momento, sólo sabía que deseaba abrazarla y no dejarla marchar nunca.

– Tengo que ir a Recursos Humanos -dijo Flora-. No tardaré, pero dime si quieres que haga algo antes.

«Quiero que dejes de ser eficaz», quería gritar Matt. «Quiero que vengas aquí y me beses. Quiero pedirte que te quedes conmigo y te olvides de Australia.»

Flora se puso en pie.

– Pondré el contestador para el teléfono -dijo, interpretando el silencio de Matt como reprobación.

– Puedo contestar yo -replicó éste.

Flora lo miró con desconcierto, pero decidió que era mejor no comentar nada.

– Volveré en diez minutos -dijo y salió del despacho.

Matt seguía absorto mirando la puerta cuando una joven secretaria del departamento de viajes llamó a la puerta. Pareció aterrada cuando lo descubrió a él en lugar de Flora.

– ¿Qué quiere? -gruñó Matt.

– Sólo quería darle a Flora su pasaporte -dijo con nerviosismo-. Ya tiene su visado para Australia. Ella lo quería lo antes posible.

– ¿En serio? -replicó Matt. Por primera vez en su vida, se había enamorado y había elegido perversamente a la única mujer que sólo pensaba en salir huyendo a las antípodas.

Tomó el pasaporte y lo tiró sobre la mesa de Flora mientras la aterrada secretaria se deslizaba fuera. Matt ni se dio cuenta de su partida. Miró con odio el pasaporte un rato y luego se encerró en su despacho.

Cuando Flora regresó, la puerta estaba agresivamente cerrada. Se preguntó qué le pasaría, por qué la había mirado de un modo tan extraño. Al final llamó a la puerta y metió la cabeza, diciendo:

– Ya he vuelto -dijo-. ¿Ha habido llamadas?

– Dos -dijo Matt que estaba mirando por la ventana y se volvió al verla entrar-. Llamó tu amigo Seb. Quiere que lo llames.

– Oh -dijo Flora con timidez. ¿Sería por eso que estaba tan agresivo? ¿Acaso sentía celos de Seb?-. ¿Quién más?

– Paige -Matt se acercó a su mesa, pero no tomó asiento-. Su madre está mucho mejor. Paige piensa que podrá reincorporarse al trabajo en un par de semanas.

Era la noticia que más temía Flora. Miró a Matt con la boca seca:

– ¿Dos semanas?

Sin pensarlo, Matt fue hasta ella y la tomó entre sus brazos.

– Serán dos semanas fantásticas -prometió y Flora intentó sonreír-. Vámonos -añadió Matt con repentina urgencia.

– ¿Adonde?

– Al hotel.

Flora se apartó para mirarlo a la cara.

– Matt, son sólo las tres.

– ¿Y qué? -replicó Matt yendo hacia la puerta-. Es mi compañía y puedo hacer lo que quiero.

Regresaron al hotel y Matt le hizo el amor con una intensidad que los dejó temblando. Más tarde, con Flora entre sus brazos, acariciándole el pelo, Matt deseó decirle que la amaba. Pero tenía miedo de estropear el instante. A lo mejor se sentía presionada, o desconcertada por su cambio de planes.

Matt supo que estaba buscando excusas. La llamada de Seb le había afectado más de lo que quería admitir. Le había recordado cosas que quería olvidar. Que Flora tenía una vida propia, que Seb y ella habían sido amigos y amantes, que otros hombres podían llamarla y entrar en su vida. La verdad era que Matt no quería decirle nada a Flora porque no quería escuchar que ella no lo amaba del mismo modo. Mientras no dijera nada aún podía conservar la esperanza.

De modo que la abrazó en silencio. Esperaría hasta tener la oportunidad de hablar seriamente, largamente.

Pero la oportunidad nunca aparecía y, cuando el teléfono sonó en el despacho de Flora unos días más tarde, aún no le había dicho nada.

Flora contestó, pensando en Matt, en las ganas que tenía de confesarle que lo quería, en el temor de estropear sus últimos días juntos cuando él no estaba dispuesto a hablar del futuro.

Al otro lado de la línea estaba Paige, una Paige que parecía preocupada. Había encontrado a Matt tan frío que quería comentarlo con Flora.

– Sé que parezco tonta, pero me pareció clarísimo que no quiere que vuelva. Estuvo muy cortés, pero era obvio que quiere que tú te quedes, así que pensé en preguntártelo. Si tú también estás a gusto, bueno, yo…

Vaciló y Flora sintió su turbación. Paige era tan leal que estaría dispuesta a retirarse de la competición si sentía que Matt prefería a Flora. Por otra parte, Flora hubiera sentido la tentación de quedarse con el trabajo, de no haber sido Paige su amiga.

– Escucha, Paige -dijo, contenta de que Matt no pudiera oírla-. No pienso quedarme como secretaria de Matt. Si te pareció distante, debe ser porque está preocupado. Aquí nada funciona bien desde que no estás. Pero incluso si me ofreciera el puesto, lo rechazaría.

– ¿Hablas en serio?

– En serio -Flora intentó parecer animosa y positiva, la vieja Flora y no la nueva cuyo corazón sangraba ante la idea de marcharse-. Quiero viajar, ¿recuerdas? Ya he pagado mis deudas y tengo mis planes. Me marcho a Australia, y ¿sabes qué? -añadió para borrar cualquier duda de la mente de su amiga-. ¡Seb se marcha a Singapur! Hablé con él ayer y parece que finalmente vamos a viajar juntos. Me marcho en cuando tú llegues aquí, Paige, te lo prometo. No tengo ganas de perder más tiempo.

Al menos había logrado quitar el peso del ánimo de Paige, se dijo Flora, colgando con una sonrisa triste. Suspiró y se dio la vuelta hacia el ordenador, pero al girarse se encontró con Matt que la miraba desde la puerta con una expresión que le heló el corazón.

Había escuchado toda la conversación.

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