Capítulo 10

Paralizada por la visión repentina de Matt, Flora sólo acertó a mirarlo a su vez, sin saber qué decir.

– Quería comprobar unas fechas -dijo Matt sin expresión en la voz. Fue hasta su mesa y tomó la agenda que Flora le tendía sin mirarla.

– Matt… -comenzó ella, deseando explicarle que sólo había hablado así para tranquilizar a Paige, pero él se volvió sin escucharla.

– Tengo una conferencia -dijo secamente Matt y se metió en su despacho.

Flora se cubrió el rostro con las manos. ¿Por qué había tenido que entrar Matt en ese instante? Su mirada había sido tan amarga que por primera vez, Flora se había preguntado si no sentiría algo más por ella de lo que expresaba. Tenía que explicarle la razón de su frívola charla con su amiga.

Angustiada, Flora observó las luces del teléfono a la espera de que Matt dejara de hablar. En cuanto colgara, ella entraría y le obligaría a escucharla.

Estaba de pie en el instante mismo en que la luz parpadeó, pero Matt salió antes de que ella diera un paso y era evidente que su actitud no era receptiva. Tenía el rostro endurecido por la ira y no la miraba. Si sentía algo por ella, lo estaba ocultando muy bien.

– Aquí estás -dijo con una voz tan fría que Flora se estremeció-. Un fax debe estar a punto de llegar. Estoy seguro de que te interesa verlo.

– Matt, quiero explicarte que… -suplicó Flora, pero Matt fue a la máquina, dándole la espalda.

– Aquí está -dijo, y retiró el papel tendiéndoselo al instante.

– Esto ha aparecido hoy -sus palabras eran hirientes-. La oficina de Nueva York quiere saber si voy a responder.

Asombrada, Flora tomó la hoja. Era una copia de una página de una revista de cotilleo muy popular y el titular rezaba: «¿Falso noviazgo?». Con desaliento contempló una fotografía en la que estaba con Matt y su madre. Nell sonreía, pero Matt y ella parecían francamente incómodos. Debía ser el día de la partida de Nell, pensó Flora y comenzó a leer:

Matt Davenport, presidente del gigante de la electrónica Elexx, saliendo de un famoso restaurante londinense acompañado por su madre y su prometida, la inglesa Flora Mason.

Aunque no existe anunció oficial, se rumorea con insistencia que Davenport se casará a finales de año con su secretaria, y la joven ha sido vista en su compañía llevando un fabuloso anillo de compromiso. Sin embargo, según una fuente cercana a la pareja, su noviazgo no es más que una farsa. Davenport, de treinta y ocho años, se ha cansado de que su madre, la popular dama de la sociedad, Nell Davenport, le presione para que se case. Su madre ha dominado su vida desde la muerte de su padre, Scott Davenport, cuyo carácter reservado, creó en el joven Davenport una desconfianza permanente hacia la dependencia emocional y un temor a los compromisos a largo plazo. Con el falso compromiso, la intención era contentar a la madre y tener paz durante unos meses.

Últimamente se había asociado al millonario con la modelo británica Venezia Hobbs. Pero al parecer éste llegó a un acuerdo con su secretaria, que lleva unos meses trabajando para él. Los amigos de la joven Mason se extrañaron al saber de su compromiso y sus padres niegan estar informados. «No sabíamos nada», declaró su madre al ser preguntada al respecto.

– ¡Oh, Dios mío! -Flora se llevó la mano a la boca y se dejó caer en la silla, abrumada-. ¡Han hablado con mi madre! ¡Va a matarme! -alzó los ojos horrorizados hacia Matt cuyo rostro parecía esculpido en granito-. ¿De dónde han sacado todo esto?

– Esa es mi pregunta -dijo Matt con voz glacial y Flora abrió la boca al darse cuenta de lo que insinuaba.

– ¿No pensarás…? ¡No puedes creer que yo tengo algo que ver con esto!

– Bueno, yo desde luego no he hecho confidencias a Sebastian Nichols -dijo Matt, escupiendo cada palabra como si le asqueara pronunciarlas.

– ¿Seb? ¿Qué tiene que ver él? -la mirada asustada de Flora fue hasta el pie de la noticia. Allí, blanco sobre negro, estaba el nombre de su amigo-. Oh, ¿cómo ha podido? ¿Cómo ha podido?

La boca de Matt mostró todo su desprecio.

– ¿Qué te extraña? ¿Creíste que no lo contaría? Nadie puede ser tan idiota como para pensar que un reportero no va a contar una noticia tan buena.

– Pero yo no le dije nada. Nunca le conté a Seb que lo nuestro no era real.

– ¿Lee la mente, entonces? -Matt estaba pálido y su única intención era soltar toda su amargura y su decepción-, ¿Por eso quería hablar contigo? ¿Para comentar los detalles? ¿Quería saber el nombre de mi padre o preguntarte si ponía que estoy traumatizado o sólo deprimido?

Flora se llevó las manos a los oídos para no seguir escuchándolo.

– Matt, escucha -dijo con desesperación-. Lo siento mucho, pero Seb no lo obtuvo de mí.

– No te creo -dijo Matt sin pestañear-. Sólo tú y yo sabemos los detalles de esta historia -las arrugas de su rostro se habían acentuado-. Es irónico que la primera vez en que hablo de mi padre, lo haga con alguien que salta de la cama para contárselo todo a un periodista.

Se dio la vuelta, incapaz de soportar el dolor del rostro de Flora. Le estaba mintiendo, como le había mentido desde el principio.

– Toda tu simpatía para que abriera mi corazón funcionó, ¿verdad?

Flora sintió que estaba atrapada en una pesadilla.

– Escucha, todo esto es un error terrible…-comenzó, pero Matt no la dejó continuar.

– Sí, desde luego -su voz era tan hiriente que Flora cerró los ojos-. He cometido un gran error al confiar en ti.

– Matt, por favor…

– ¡No! -la palabra escapó de sus labios, como un estallido y se volvió hacia ella-. ¿Cómo crees que va a sentirse mi madre cuando lea esto? ¡Todos sus amigos deben estar llamándola a Italia para decírselo! Pero a ti, ¿qué te importa? -añadió furiosamente-. Te marchas a viajar con Seb que sin duda ha pagado el billete con toda esta basura.

– No me voy -dijo Flora, que empezaba a marearse de desesperación. No podía creer que aquel hombre extraño e implacable, aquel enemigo, era Matt, el mismo que la había abrazado toda la noche y que le había hecho el amor con una ternura que casi la hace llorar.

– ¡Pues eso le estabas diciendo a Paige hace un momento! -Matt la miró con creciente desprecio-. ¿O es que vas a negar lo que he escuchado?

– No… esto, sí, oíste eso, pero no era…

– No sé qué me extraña tanto -la interrumpió Matt con amarga burla-. Nunca has ocultado lo que querías, ¿verdad, Flora? Incluso te vi con Seb en la calle. Pero todo el tiempo pensé como un imbécil que las semanas que pasamos juntos contaban más que el dinero fácil para marcharte. Supongo que yo tengo la culpa.

Sin esperar una respuesta, fue hasta su despacho, seguido por Flora que temblaba y seguía sin creer lo que estaba sucediendo.

– Matt -dijo con impotencia, pero él ya estaba garabateando algo en un cheque, antes de arrancarlo con furia.

– Toma -dijo, casi tirándoselo-. Creo que te parecerá justo. Incluso he incluido todas esas noches de trabajo extra. Espero que estés fuera de Londres al menos hasta que yo me marche a Nueva York.

El color se retiró del rostro de Flora.

– ¿Eso es todo? -preguntó sin mirar el cheque que sostenía.

– ¿Quieres más?

– Sólo he pedido la oportunidad de explicarme -y de pronto, la rabia tomó el lugar de la desesperación y Flora gritó a su vez-: Tienes razón, ¿para qué voy a explicar nada? No te importa otro punto de vista que el tuyo. En ningún momento has supuesto que puedas estar equivocado, ¿verdad, Matt?

Matt quiso hablar, pero la furia de Flora se había desatado.

– Si de verdad crees que soy capaz de llamar a un reportero y contarle todos nuestros secretos, ¡perfecto! Prefiero no verte más. Pero te diré algo -añadió con el mismo enfado-: Jamás hubiera contado la historia de tu padre porque no tiene el menor interés. Es patético que un hombre adulto sea incapaz de expresar la menor emoción. Echas la culpa a tu padre, pero eso es la salida fácil. ¡Mucha gente crece con problemas más graves sin volverse un monstruo arrogante y egoísta!

– Ya has dicho lo que querías -dijo Matt-. Será mejor que te marches.

– No te preocupes, me marcho -Flora estaba tan indignada que no veía, pero buscó su pasaporte entre sus papeles y lo guardó.

Después estudió el cheque con deliberada atención.

– No es exactamente dinero fácil -dijo con maldad-. Pero me vendrá bien.

En la puerta, Flora lo miró por última vez. Matt estaba apoyado en la puerta de su despacho, con un aspecto de tristeza como no había visto nunca. Sintió el impulso ridículo de correr a consolarlo, pero supo que la rechazaría con odio. Quería perderla de vista, nada más.

– Adiós, Matt -dijo, asombrada de la calma fría que había en su propia voz-. Sabes, me alegro de que esto haya sucedido. Tenía miedo de haberme enamorado de ti, pero ahora sé que eran imaginaciones. No eres capaz de expresar emociones, porque no las sientes. Por eso, es imposible quererte -dijo y se dio la vuelta, saliendo del despacho.

– ¡Flora! -Matt corrió tras ella, sin saber qué quería decirle, consciente sólo del temor a perderla-. ¡Flora! -gritó de nuevo, pero ella estaba ya en los ascensores y ni siquiera se había vuelto.

Matt soltó un taco y volvió a su despacho, cerrando con un portazo que hizo temblar el edificio. No iba a correr detrás de ella. Él no tenía nada que reprocharse y era Flora la que le había traicionado. Y luego se había ido sin una disculpa.

El artículo seguía sobre la mesa de Flora. Matt lo arrugó con un gesto de rabia y luego, repentinamente hundido por la desesperación, cayó sobre un asiento y se escondió la cara entre las manos.

Tenía que hablar con su madre y contarle los hechos antes de que leyera el artículo. No sabía qué iba a decirle. Sólo sabía que una hora antes Flora canturreaba alegremente en la oficina y que ahora se había marchado para siempre.

Flora esperaba sus maletas en el aeropuerto de Sydney. «Estoy en Australia» se repetía una y otra vez, pero no podía aceptarlo. Tantos meses, años incluso, soñando con sus viajes y lo único en lo que pensaba era en lo lejos que estaba de Matt.

Tocó el anillo que llevaba colgado del cuello como si fuera un talismán. Su primer impulso había sido enviárselo a Matt, pero él había insistido en que se lo quedara. Tampoco podía llevarlo en el dedo, de manera que decidió colgárselo del cuello, y allí estaba mientras el recuerdo de Matt se retorcía en su interior como un cuchillo.

Desde que Flora salió aquella terrible tarde, ocho días atrás, de las oficinas de Elexx, había estado sumida en tal desesperación que apenas si había sido consciente de sus movimientos y decisiones. Se sentía anestesiada mientras guardaba su ropa en el hotel, tomaba un taxi a la estación y el primer tren a Yorkshire. Su tristeza era tan honda que ni siquiera lloró cuando su madre fue a recogerla en su pueblo.

Y la misma tristeza la había mantenido sin lágrimas durante el viaje agotador hasta Sydney. Nada le parecía real. Lo único real era Matt, el calor de su sonrisa, sus manos y sus ojos. Flora se sentía completamente separada del mundo si estaba lejos de él y ya no sabía ni sentir algo que no fuera dolor.

Le dolía su ausencia con un dolor tan agudo y persistente que a veces le impedía respirar. El dolor era lo único que vivía en ella, y temía que un día desapareciera, dejando sólo el vacío y la inexistencia.

Había dejado a Matt atrás, eso lo sabía. Él no había intentado buscarla cuando se marchó. Y si de verdad creía que ella tenía algo que ver con el artículo, Flora prefería que no la encontrara.

Eso se dijo cuando llegó al aeropuerto de Londres y vio que Matt no estaba. Era una locura, pero hasta el último momento había esperado que él la buscara y le impidiera marcharse. Y allí estaba, en Australia, intentando recordar cómo era antes de conocer a Matt, cuando podía vivir sola y disfrutar de la vida.

Por fin apareció su maleta y Flora tiró de ella para ponerla en el carrito. No tenía ni idea de cuál era el paso siguiente y de pronto le entró un pánico tan profundo que sólo pudo aferrarse al carro, mirando al vacío. ¡No quería estar allí! Quería estar en Londres, con Matt, abrazada a él en la cama.

Se dio cuenta de que varios viajeros la miraban con curiosidad. Flora hizo un esfuerzo sobrehumano para moverse. No podía seguir allí. Así que suspiró y se dirigió hacia la salida. No tenía nada que declarar, salvo un corazón roto, y no creía que el policía de aduanas estuviera interesado en eso.

Y después salió, indiferente a los gritos y empujones de la gente que había ido a esperar a familiares y amigos. Ella bajó la vista y empujó el carro, segura de que nadie la esperaba.

El dolor atenazó su corazón como una garra cruel, pero se esforzó en no llorar. Había pasado días con un frío glacial que le impedía llorar y no iba a empezar en Australia. Tenía que resistir.

– ¿Flora?

Junto con su nombre reconoció la voz americana, tan parecida a la de Matt que su corazón dio un vuelco. Se estaba volviendo loca, hasta el punto de tener visiones. Apretó el paso, intentando escapar de los fantasmas de su mente.

– ¡Flora! -esta vez había alguien a su lado, y una mano tocaba su hombro.

Flora se quedó helada. No podía ser Matt. Se giró muy despacio, temiendo la terrible decepción. Pero allí estaba, tan alto y guapo como lo recordaba. Los mismos ojos verdes, el mismo gesto severo que tanto le gustaba. Nadie tenía una boca como aquella.

Lo miró, incrédula, renuente a reconocer que estaba allí, con la expresión incierta, como si él tampoco creyera que la había encontrado.

– ¿Matt? -la voz de Flora era un hilo y tenía los nudillos blancos de tanto apretar el carrito.

Matt asintió. No podía hablar. Sólo podía mirarla, mirar su rostro más delgado, sus ojos oscurecidos por la tristeza. Pero era Flora, al fin.

– Tenía miedo de que te escaparas -dijo de pronto. Carraspeó, pero había empezado y ya no quería callarse-. Llevo horas esperando que atravieses esa puerta. Empezaba a creer que no te había visto, que habías salido entre la multitud y que te había perdido para siempre.

Flora se sentía desconectada del mundo. Oía sus palabras, pero no las entendía. Nada tenía sentido. Se humedeció los labios.

– ¿Qué haces aquí?

– Tenía que verte -dijo Matt, olvidando que estaban en medio del vestíbulo, molestando a la gente-. Tenía que explicarme, disculparme -de pronto, cerró los ojos, agotado-. Dios mío, cómo me alegro de verte. Te he echado tanto de menos. Tenía que verte para decirte cuánto te quiero.

Y de pronto, tras haber dicho lo que había ido a decir, se quedó callado, mirando a Flora con los ojos oscurecidos por la ansiedad.

– Oh, Matt… -Flora susurró mientras sus palabras iban entrando poco a poco en su cerebro y en su corazón y empezaba a creer que era verdad. Las lágrimas que había contenido tanto tiempo se deslizaron por sus mejillas. ¡La quería! ¡Había dicho que la quería!-. Oh, Matt… -no podía decir otra cosa. Dejó el carrito y dio un paso hacia él, tan insegura como si fueran sus primeros pasos, asustada de estar soñando, o engañándose-. Oh, Matt… -repitió y lo buscó ciegamente y sintió su abrazo, tan fuerte que no podía respirar, pero no quería respirar, sino colgarse de él como si pudiera desvanecerse.

Tenía el rostro hundido en su hombro y Matt besaba su cabello con desesperación.

– Te amo, te amo, te amo -repitió con voz llena de emoción-. No puedo creerme que te abrace de nuevo. Por fin. He recorrido medio mundo para encontrarte, Flora -dijo-. Dime que tú también me quieres.

– Te quiero -exclamó Flora, pero no dejaba de llorar, besando su cuello, su mejilla, cuanto alcanzaba de él-. Oh, Matt, he sido tan desgraciada. Sólo he pensado en ti y ahora estás aquí y no puedo ni creerlo. Sé que es el momento más feliz de mi vida y no puedo dejar de llorar.

Matt se separó para mirarle el rostro lleno de lágrimas. Muy dulcemente, le limpió las mejillas con los pulgares.

– Dilo otra vez -pidió-. Dime que me quieres.

– Te quiero -repitió con más firmeza Flora y por fin Matt comprendió que todo podía salir bien. Sus ojos se iluminaron y sonrió, exultante, antes de besarla con fuerza, un beso tan frenético y profundo que hablaba de toda su soledad y su temor, y el sufrimiento de la separación.

– Flora, siento tanto lo que te dije -reconoció Matt cuando pudo hablar, sujetándola por las manos.

– No importa -comenzó Flora, pero él la detuvo.

– Sí importa. Debí haber confiado en ti. Sé cómo eres y que nunca harías algo así. Pero cuando me dijeron lo de Seb y el artículo, la ira me impidió pensar.

Apretó las manos de Flora, deseando que comprendiera.

– Nunca le había hablado a nadie de mi padre. Me pareció que cuando empezaba a confiar en alguien, me traicionaba. Pero sobre todo estaba enfermo de celos -sonrió con ironía-. Llevaba días reuniendo el valor para decirte que te quería, y de pronto te oigo contarle a Paige que te marchas con Seb. Y un minuto después me hablan de un artículo en el que Seb habla de nosotros, todo parecía tan coherente.

– Matt -dijo Flora suavemente-, ¿cómo podías creer que quería estar con otro después de las semanas que habíamos pasado juntos? ¿No te bastaba con besarme para saber cuánto te quería?

– No estaba seguro -admitió Matt abrazándola de nuevo y apoyando la mejilla en su pelo-. No me atrevía a hablarte de mis sentimientos. ¿Te acuerdas de lo que dijiste al marcharte? ¿Que no era posible amarme? -acalló la protesta de Flora-. Sé que no querías decir eso, pero es lo que he creído siempre desde que murió mi padre. Crecí pensando que él no me había querido y que nadie lo haría.

– Matt, lo siento tanto -murmuró Flora-. Yo sólo buscaba algo que te hiciera daño, porque me habías herido.

– Ya lo sé -repitió Matt besando su cabello-. Pero no tardé mucho en comprender que te equivocabas. Sí que tengo sentimientos y todos te pertenecen.

Flora echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

– Cuando me oíste hablar con Paige no decía la verdad. Sólo quería asegurarle que no pensaba quedarme con su trabajo.

– Ya me lo dijo -dijo Matt y Flora lo miró con sorpresa.

– ¿Te lo dijo? ¿Has hablado con Paige de esto?

– He aprendido a expresar mis emociones y ya no paro -rió Matt-. Estaba desesperado por encontrarte y pensé que ella me ayudaría.

Al darse cuenta de que estaban entorpeciendo el tráfico, Matt empujó el carrito sin soltar por ello a Flora.

– Salgamos de aquí -dijo-. Te contaré el resto camino del hotel.

– Tardé una noche en comprender cuánto te necesitaba -prosiguió Matt cuando se encontraron en el interior de un taxi-. Me daba igual el artículo, tu relación con Seb, todo. Sólo quería verte.

Tomó la mano de Flora y le besó los dedos antes de seguir con su narración:

– Lo primero que hice fue ir a tu casa a la mañana siguiente, pero no había nadie. Tenía la sensación de que te habrías marchado de Londres y pensaba que igual estabas con tus padres. Sabía que eras de Yorkshire y nada más. Recordé que Paige es tu amiga y la llamé sin fijarme mucho en la diferencia de horario. Creo que la desperté en mitad de la noche, contándole mi historia y suplicando que me ayudara a encontrarte.

Flora rió por primera vez, imaginando la reacción de Paige al descubrir los sentimientos ocultos de su severo y eficaz jefe.

– ¿Se asombró mucho?

– Bueno, no se lo esperaba -sonrió Matt-. Pero hace falta más que eso para desconcertar a Paige. Recordaba que vivías cerca de York, pero no tenía las señas de tus padres. Me disponía a buscar todas las iglesias medievales del condado cuando mamá llamó.

– ¡Nell! -Flora se llevó la mano a la boca. No había dejado de pensar en el disgusto de Nell-. ¡Pobrecita! ¿Estaba muy disgustada por el artículo de Seb?

– Mucho más lo estuvo al saber que te había perdido -dijo Matt con un gesto divertido-. No me hablaba así desde que era pequeño. No voy a contarte el colorido de la conversación, pero me describió como un completo imbécil que había echado a perder lo mejor que le había sucedido en la vida. Y después de ponerme a la altura de su zapato, admitió que era todo culpa suya.

– ¿Culpa suya?

– Al parecer se encontró con Seb en una recepción en Londres. Él se presentó, dijo que era amigo tuyo y olvidó mencionar que era periodista. Mi madre siempre ha tenido debilidad por los jóvenes encantadores y parece que Seb estuvo encantador. Es tan indiscreta que no tardó nada en contarle toda nuestra vida, incluida su versión de mi trauma con mi padre.

Flora miró a Matt con expresión primero absorta y luego alerta:

– Pero Nell no pudo contarle a Seb que estábamos fingiendo. No lo sabía.

– ¿Eso crees? -la sonrisa de Matt era sarcástica-. Siempre olvido lo fácil que es infravalorar a mi madre -dijo con cierto pesar-. Lo supo todo desde el principio. Pero también supo que estaba enamorado de ti antes de que lo supiera yo.

Flora recordó la mirada lúcida, a veces desconcertada de Nell.

– A veces, me pregunté… Pero no tiene sentido. ¿Por qué no dijo nada si pensaba que mentíamos?

– Porque mi madre es mi madre y decidió que sólo nos faltaba un pequeño empujón en la dirección correcta. Le gustaste desde el primer momento, así que simuló estar convencida, y se quedó una semana más para estar segura de que nos conocíamos a fondo. Por eso se pasaba las noches fuera. Quería que estuviéramos más tiempo fingiendo. Y funcionó, ¿verdad?

Se miraron sonriendo, recordando las largas noches de verano que habían pasado haciendo el amor, enamorándose.

– Sí -dijo Flora en voz baja-. Funcionó.

Más tarde, se apoyó en el balcón de la habitación del hotel que daba sobre el puerto de Sydney, contemplando la Ópera, con sus tejados extraordinarios y el famoso puente. Pequeños barcos cruzaban la bahía y al fondo un grupo de veleros iniciaba una regata con las velas al viento, cortando las aguas azules.

Flora sintió el júbilo de la mañana en sus huesos. Se había duchado y con el agua se habían borrado las huellas de la tristeza y el cansancio del viaje. Se sentía llena de energía, fresca y con los sentidos despiertos. El cielo tenía un azul brillante y transparente, y el mismo aire parecía vibrar de vitalidad… o quizás fuera la alegría que bailaba en todo su ser. Matt la abrazó por detrás y Flora se apoyó en su pecho sonriendo al sentir un beso en el cuello.

– No me has dicho cómo me encontraste.

Matt apoyó la barbilla en su cabeza.

– ¿Por dónde iba? Ah, sí, la llamada de mi madre. Eso me aclaró muchas cosas, pero seguía sin saber cómo encontrarte. Así que llamé a la única persona que nos podía ayudar: Seb.

– ¿Llamaste a Seb? -Flora se dio la vuelta para mirarlo con incredulidad.

– Pensé que tendría el número de tus padres.

– Pero, ¿cómo podías hablar con él después de lo que había escrito?

Matt se encogió de hombros. Le costaba creer en su propia furia ahora que abrazaba a Flora.

– Me daba igual con tal de encontrarte -dijo-. Seb confirmó más o menos lo que me había dicho mi madre. Cómo completó con la imaginación lo que le contó Nell.

– Qué canalla -dijo Flora, intentando indignarse, pero completamente indiferente ante la idea de Seb.

– No pudo resistirse a la tentación de publicar lo que había descubierto, y por si sirve de algo, se disculpó -y viendo que Flora seguía sin convencerse-. El caso es que le prometí las entrevistas en profundidad que quisiera si me decía dónde vivían tus padres. Luego tuve que decidir qué iba a decirte. No podía llamarte, porqué te había tratado demasiado mal, así que decidí ir a verte. Llegué a York, a tu casa, cuando no había nadie. Esperé horas y al fin regresaron tus padres: venían de llevarte a la estación. ¡Puedes imaginar cómo me sentí entonces!

– Si hubiera sabido que ibas a venir -suspiró Flora abrazando su cintura-. Era tan infeliz que no sabía qué hacer. Mi padre me convenció de ir a Australia, como había pensado, y él mismo me consiguió un vuelo.

– Ya lo sé. Les expliqué lo ocurrido a tus padres y me dijeron en qué vuelo estabas. Mi idea era buscarte en Londres antes de que te fueras, pero pensé en las ganas que tenías de ver el mundo y que quizás, si nos encontrábamos aquí, podíamos empezar de nuevo, lejos de todo. Por eso tomé el vuelo de Sydney esa misma noche.

Matt sonrió al recordar.

– Siempre llevo el pasaporte, en eso no tuve problema. Pero tuve que comprar ropa al llegar. Desde ayer no he hecho más que esperarte y han sido las horas más largas de mi vida, Flora -le acarició el pelo-. No puedo explicarte cómo me he sentido al verte aparecer después de tanto tiempo.

– Y aquí estamos -dijo Flora y lo miró con tanto amor que Matt tuvo que besarla.

– Aquí estamos -repitió lentamente y se preguntó si ella llegaría a saber algún día cuánto la amaba.

– Los dos solos -rió Flora besándole en la barbilla-. Sin nada que hacer…

Matt rió a su vez.

– Bueno, se me ocurre una cosa que hacer.

– Muy bien -susurró Flora en su oído-. Puedes llamar a tu madre y decirle que al fin tiene posibilidades de ser abuela.

– Podría -asintió Matt y la tomó de la mano, llevándola a la cama-. Pero lo haremos después.

Mucho más tarde, Flora se estiró con alegría bajo las posesivas manos de Matt.

– ¿Y todas esas historias que inventamos para Nell fueron una pérdida de tiempo?

– Oh, no lo sé -dijo Matt, simulando reflexionar-. No tenemos que planear la boda porque ya sabemos que será en la iglesia medieval y luego en tu casa, decorada con…

– Muchísimas flores -rió Flora-.Y ya no necesito anillo -señaló la cadena en su cuello.

– Es verdad -sonriendo, Matt abrió la cadena y dejó caer el anillo en su mano. Con gestos dulces, se lo colocó en el dedo-. Te quiero -dijo, mirándola a los ojos.

– Yo también te quiero -respondió Flora y le ofreció sus labios para un beso dulce y largo.

– Y tampoco tenemos que perder el tiempo hablando de la luna de miel -recordó Matt-. ¿Qué le dijiste a mi madre?

– Ya sabes, dunas y atardeceres, y estar horas tumbados escuchando caer los cocos…

– Eso es -Matt acarició el vientre desnudo de Flora-. Y todas esas noches tropicales…

– Creo recordar que dije algo de divorciarme si se te ocurría llamar al trabajo -le advirtió Flora, estremeciéndose bajo su caricia.

Al sentir su respuesta, Matt sonrió.

– ¿No podemos negociar eso? Tendré que hacer un par de llamadas, pero supongo que pueden vivir sin mí una temporada. Yo no puedo vivir sin ti -añadió y le besó un hombro.

– Podremos llegar a un acuerdo -se contentó Flora-. Somos muy buenos llegando a acuerdos.

Sintió la risa que sacudía el cuerpo de Matt.

– Es verdad -dijo-. Y tú tenías razón desde el primer momento.

– ¿Tenía?

– ¡Dijiste que estábamos hechos el uno para el otro el primer día que nos conocimos! -le recordó Matt-. Y así es, amor mío, así es.

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