Capitulo 3

Flora no recordaba haber trabajado tanto en su vida como en las siguientes semanas. No disponer de tiempo para el almuerzo era bueno para su figura y entre eso, y correr por las escaleras del metro para llegar a tiempo por la mañana, se le estaba poniendo un tipo estupendo.

Matt entró un día en la oficina y se la encontró comiendo un yogur mientras revisaba un fichero. Frunció el ceño. Flora tenía un comportamiento extravagante en la oficina. Siempre se descalzaba, charlaba con todo el que entraba con cualquier motivo y no disimulaba cuando la sorprendía hablando por teléfono con sus amigos. Y jamás había vuelto a llamarlo de usted, ni delante de otras personas. Cuando le había recordado que Paige le llamaba «señor», Flora se había echado a reír y había replicado que estaban en Inglaterra.

– Aquí nos tuteamos -dijo-. Yo te llamaré señor si tú te diriges a mí como señora.

Era completamente inadecuada para el puesto y si tuviera el menor juicio, Matt ya la hubiera echado. Pero a pesar de su impertinencia y espontaneidad, tenía que reconocer que era sorprendentemente eficiente.

Matt reflexionaba mientras contemplaba con reprobación a Flora comiendo yogur.

– ¿Qué comes? -dijo al fin.

– Mi almuerzo -Flora dejó el recipiente de plástico y chupó la cucharilla con apetito-. Yogur bajo en calorías. Indignante.

– ¿Por qué no tomas una comida normal?

Flora lanzó el yogur vacío a la papelera y lo miró.

– Tengo suerte si me da tiempo a tomarme un yogur. Y además, mejor, tengo un baile dentro de unas semanas y nunca conseguiré meterme en el vestido si no adelgazo.

– Yo te encuentro bien -dijo Matt con objetividad, mientras recordaba que llevaba dos semanas intentando ignorar el contraste entre el cuerpo acogedor y sano de Flora y la dolorosa delgadez de Venezia-. Al menos ya sé por qué estás de tan mal humor por las tardes. Si eso es todo lo que comes…

– ¡No estoy de mal humor por las tardes!

– Claro que sí -la contradijo Matt-. A veces ni me atrevo a salir del despacho. Oye, pensaba ir a comer ahora -prosiguió-. ¿Por qué no vienes conmigo? Nos queda mucho por hacer esta tarde y prefiero que estés de buenas.

– No puedo salir a comer -se quejó Flora-. Tengo mucho que hacer.

– No hay nada que no pueda esperar -dijo Matt, sorprendido al descubrir que deseaba tanto comer con ella-. Seguro que sigues hambrienta.

– Me muero de hambre -admitió Flora y poco después se encontraba en un restaurante cercano, mirando un menú delicioso con unos precios de infarto.

Era demasiada la tentación y Flora olvidó toda prudencia y untó con mantequilla un bollo caliente para abrir boca. No comía todos los días en un lugar así, de manera que más valía aprovecharlo.

Matt la observaba divertido. Era agradable estar con una chica que disfrutaba de la comida, para variar. Contempló su expresión de satisfacción mientras la emprendía con el segundo panecillo. La noche anterior había cenado con Venezia y se sentía ligeramente frustrado. La joven tenía un encanto innegable, pero varias veces en los últimos meses le había asaltado un profundo aburrimiento en su compañía. Flora no podía competir en belleza o estilo, pero no se imaginaba aburriéndose en su compañía.

La joven comía con placer y observaba el salón. Cuando volvió el rostro hacia Matt, le sorprendió mirándola con expresión extraña. De pronto el silencio dejó de parecerle natural y miró con desesperación a su alrededor pensando en qué decir.

– ¿Cómo van las visitas turísticas? -dijo de pronto a falta de algo mejor.

– ¿Las visitas? -Matt la miraba con las cejas alzadas.

– Lo leí ayer en una revista de cotilleos. Había media página dedicada de informar de que te habías venido a vivir a Londres y que Venezia te enseñaba la ciudad -le miró-. Supongo que se referían a la vida nocturna, pero a lo mejor te lleva a la torre de Londres y a esos sitios.

– Ya los conozco -dijo Matt con sorna-. ¿Qué más decía la revista?

– Hablaba bastante de lo rico que eras y hacía ciertas insinuaciones poco sutiles sobre tu relación con Venezia -los ojos de Flora brillaron con maldad-. Decían que ella es la razón de tu presencia en Londres.

Matt replicó:

– ¿Por qué pierdes el tiempo leyendo basura?

– Sólo era una investigación privada. Es bueno saber algo sobre el hombre para el que trabajo.

– No lograrás saber nada por la prensa -la corrigió Matt-. Si deseas alguna información, te sugiero que me preguntes, en lugar de cotillear.

– Vale -dijo Flora-. ¿Es verdad que vas a vivir con Venezia?

– ¡No, en ningún caso! -la miró con recelo, pero Flora sonreía con inocencia-. Vivo en un hotel y allí seguiré hasta que termine el trabajo.

– ¿Por qué no alquilas una casa o algo? Vas a pasar meses en un hotel.

Matt se encogió de hombros.

– Me gusta el hotel. No me compensa meterme en una casa para volver a Nueva York al final del año.

Flora miró al camarero servir el vino.

– ¿Es Nueva York tu hogar?

Por algún motivo, Matt pareció desconcertado por la pregunta.

– Sí, eso creo. Allí están las oficinas centrales.

– Ya, pero me refiero al lugar donde vives.

– Tengo un apartamento en Manhattan, cerca de la oficina. Mi madre vive en Long Island y suelo ir los fines de semana.

– ¡Qué suerte! -suspiró Flora-. Seguro que tiene una casa preciosa, ¿verdad?

Matt pensó en la casa junto al mar, con piscina, pista de tenis, un inmenso jardín y una legión de sirvientes.

– Es demasiado grande -dijo-. Mucha casa para dos personas. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años y soy hijo único.

Flora creyó captar una nota de tristeza en la frase.

– ¿Te sientes solo?

– Nadie puede sentirse solo con mi madre cerca -sonrió Matt-. Le encantan las fiestas, así que la casa siempre ha estado llena.

– No es lo mismo sentirse solo que estar a solas -dijo Flora con amabilidad y se ganó una mirada grave de Matt.

– Tienes razón -dijo-. Para mí estar a solas es un lujo -miró el vaso de vino con aire abstraído-. Compré un rancho en Montana hace unos años. Hay sitio para respirar allí y puedo montar a caballo durante horas, sin ver a nadie. Es el único lugar donde me siento libre -alzó la vista del vaso, mirando a Flora como si acabara de descubrir algo insólito.

– Pues es extraño para un hombre que lo tiene todo. Si yo me sintiera así, no saldría de ese rancho -replicó ella.

– Tengo una empresa -de pronto, Matt estaba irritado por haber hablado tanto-. No puedo abandonarlo todo sin más.

– ¿Por qué? Ya tienes dinero, no necesitas más.

– Es evidente que no comprendes cómo funciona el dinero -había hablado con sequedad, pero de pronto el rostro de Flora se iluminó con una sonrisa que le llegó al alma.

– Qué gracia -dijo-. Es exactamente la expresión que utilizó el gerente de mi banco. Pero sigue, por favor.

– ¿Seguir qué?

– Sigue contándome cosas de ti.

– ¿Por qué te interesa?

– Me interesa. Y me gusta que me hablen de los Estados Unidos. Me gustaría ir allí.

Matt esperó mientras el camarero servía los platos.

– ¿Qué quieres saber?

– Oh, ya sabes -hizo un gesto expresivo-. ¿Dónde sueles ir aparte de Montana? ¿Dónde ibas de vacaciones de pequeño? Esa clase de cosas.

– Cuando era niño solía pasar el verano en Martha's Vineyrand -era una sensación extraña hablar de aquello. Matt se dio cuenta de que de pronto recordaba el olor del océano y casi podía oír su rugido-. Uno de mis primeros recuerdos es que camino por la playa entre mis padres, los dos balanceándome y riendo -de pronto se detuvo, sorprendido por la claridad de la visión-. Mi padre solía llevarme a pescar -eso también lo había olvidado.

En ese momento, miró los ojos azules de Flora y volvió al presente.

– De eso hace mucho -dijo defendiéndose de la emoción-. No he vuelto por allí.

– ¿Y ahora adonde vas de vacaciones?

– A Aspen a esquiar, a pescar a alguna isla, al rancho cuando quiero estar tranquilo.

– Suena tan maravilloso -dijo Flora con envidia-. Nosotros íbamos al mismo pueblo de Escocia todos los años, pegándonos en el asiento trasero del coche.

– ¿Tienes hermanos?

– Dos chicos. Nos pasábamos el tiempo riñendo, pero ahora nos llevamos bien.

– Antes solía desear tener un hermano o una hermana -dijo Matt-. Luego se me olvidó, pero en el colegio soñaba con una familia. Cuando mi padre murió, yo heredé la empresa. Obviamente no tenía que hacer nada, pero siempre supe que me esperaba una gran responsabilidad. Debía estar a la altura de mi padre, lo que no es fácil con ocho años -intentó deshacerse de la repentina melancolía-. Cuando murió me sentí responsable de mi madre y de la compañía. Ojalá hubiera podido compartirlo con alguien.

Pobre niño, pensó Flora.

– ¿Así que te sentiste solo?

– Supongo que sí -Matt se dio cuenta de que estaba hablando con Flora como no había hablado con nadie en los últimos años y frunció el ceño-. Perdona -dijo abruptamente sacando su móvil-. Tengo que llamar a Tokio.

Flora lo observó con disimulo mientras hacía su llamada. Sentía que de pronto se había cerrado como una almeja y no le extrañaba. Parecía un hombre que creía peligrosa cualquier emoción.

Mantuvo la actitud impersonal durante el resto de la comida, haciendo que Flora se arrepintiera de haberle interrogado sobre su vida.

Era como si tras haber abierto ligeramente su corazón, Matt se hubiera sentido obligado a erigir una barrera más alta entre ellos. Como si ella pudiera abusar de su mínima debilidad humana.

Días después, mientras iba en metro, Flora pensó que se había comportado como si ella quisiera robarle el alma. Tras la charla, se había mostrado más receloso y exigente, presionándola sin descanso y haciendo lo imposible para que no hubiera ni un instante de complicidad entre ellos. Cuando decidió hacer un viaje a Nueva York, Flora pensó que al fin iba a descansar.

Lo creía sinceramente, pero lo cierto es que cuando se encontró sola, Flora tuvo que reconocer que lo echaba de menos. La oficina le parecía solitaria y aburrida sin su presencia. Cada vez que sonaba el teléfono esperaba escuchar su voz al otro lado, aunque fuera para gritarle unas cuantas órdenes de imposible cumplimiento y plazo absurdo.

Cuando volvió tres días después, reconoció que le encantaba volver a verlo.

Matt se había alegrado de partir. Flora le distraía cada vez más y pensaba que el viaje le recordaría sus prioridades vitales. La secretaria de Nueva York había sido un modelo de discreción y eficacia y Matt se había sorprendido preguntándose a menudo qué estaría haciendo Flora. Era perfectamente capaz de imaginarla aunque sólo llevara unas semanas trabajando para él. Recordaba la mirada concentrada de Flora cuando escribía en el ordenador, sus gestos animados al hablar por teléfono, la forma en que bailoteaba y hasta canturreaba mientras hacía fotocopias o enviaba un fax.

Pensar en ella le irritaba y mientras volaba hacia Londres, decidió mantenerla a distancia. Sin embargo, cuando entró en el despacho y la vio, sonriendo con sus ojos llenos de luz, no pudo evitar ponerse a sonreír como un imbécil.

– No te esperaba hasta mañana -exclamó Flora y Matt tuvo que reprimir un deseo intenso de ir hasta ella y besarla.

– Las cosas empiezan a moverse en el acuerdo francés -dijo Matt en tono serio-. Tenemos que darnos prisa en actuar.

Así que la semana fue de locura. Flora llegaba a las ocho de la mañana a la oficina y no salía hasta las diez de la noche, pero había algo emocionante en esa presión. Tras la primera sonrisa que le hizo pensar que se alegraba de verla, Matt regresó a su desagradable carácter, convirtiéndose en el jefe insoportable que solía ser. Y a pesar de ello, con su presencia, la oficina parecía brillar y el aire estaba cargado de energía.

Terminaron el contrato a tiempo y Flora se sintió decepcionada al descubrir que después de tanto trabajo, Matt viajaría solo a París.

– No tienes nada que hacer allí -fue toda su explicación-. Es mejor que sigas ocupándote de la oficina.

No era justo, pensó Flora el día de la firma. Había sido su esfuerzo tanto como el de él. Era típico de Matt cargarla con la responsabilidad y la presión, y luego asumir el éxito sin dar las gracias. La oficina estaba vacía sin él y por primera vez en semanas, Flora regresó a su casa sintiéndose deprimida. Es el cansancio, se dijo. No tenía otra explicación para su tristeza.

Al día siguiente entró en el despacho y descubrió un enorme ramo de flores sobre su mesa.

– Son para ti -dijo Matt desde la puerta.

– ¿Para mí? -Flora abrazó el ramo y respiró con placer el intenso aroma.

– Quería agradecerte todo lo que has trabajado -dijo-. Y siento no haberte llevado a París -vaciló-. Te eché de menos -añadió como si le hubieran arrancado las palabras y Flora alzó la cabeza lentamente.

– ¿En serio?

Matt tuvo que tragar saliva ante la imagen de Flora entre flores, bañada en la luz de la mañana.

– Todos te echamos de menos -repitió y se dio la vuelta para encerrarse en su despacho.

Flora se quedó mirando la puerta, desconcertada. De nuevo un gesto típico de Matt. Primero la dejaba pensar que era insoportable y de pronto la corregía con un detalle encantador. Y cuando estaba dispuesta a apreciarlo de nuevo, la dejaba plantada con la palabra en la boca.

Pero había dicho que la había echado de menos. Flora miró el ramo y sonrió.

Encontró un jarrón y puso las flores en agua antes de llamar a la puerta de Matt.

– Quería darte las gracias por las flores. Son preciosas.

Matt dejó de mirar la pantalla de su portátil y dijo:

– Me alegra que te gusten. No hubiéramos preparado el acuerdo a tiempo sin tu ayuda -se puso en pie y fue hacia ella-. Quería que supieras que aprecio cómo has trabajado. Sé que a veces soy una persona difícil.

Flora sonrió.

– No eres difícil -dijo-. Eres imposible.

Matt la miró seriamente.

– Ya lo sé.

Y ambos rieron.

Una vez que empezaron a sonreír no podían parar, aunque los dos sentían que la complicidad amistosa había sido suplantada por una sensación más peligrosa y perturbadora que les mantenía inmóviles, mirándose el uno al otro.

Cuando sonó el teléfono, ambos se sobresaltaron.

– Voy a contestar -dijo Flora apresurándose, casi aliviada por la interrupción.

Su alivio se evaporó al descubrir al otro lado de la línea a Venezia Hobbs. ¿Qué había esperado? ¿Que Matt no iba a hablar con otras mujeres por haberle regalado flores? No era más que un buen jefe capaz de reconocer el esfuerzo de un subordinado.

Incluso consiguió convencerse de que no le molestaba que Matt le hubiera pedido que reservara una mesa para dos. ¿Así que salía con Venezia? Dentro de pocos meses, ella estaría recorriendo el mundo, y no se le ocurriría preguntarse qué hacía Matt con la modelo de moda o con cualquier otra mujer despampanante. Flora sacó de un cajón los folletos turísticos y se pasó la hora de la comida contemplándolos y haciendo planes. Era mucho mejor decidir si volaría directamente a Australia o empezaría por Malasia su viaje, que comer en un restaurante chic con Matt. ¿O no?

Mientras tanto, Matt se estaba aburriendo. Había invitado a Venezia a comer en un impulso, por huir del inquietante deseo de besar a Flora que había sentido mientras los dos hablaban. En realidad, Venezia le había salvado la vida y era la clase de chica que le gustaba, cómoda con su fortuna, y lo bastante lista para saber que cualquier exigencia emocional le haría huir.

Entonces, ¿por qué no podía olvidar la imagen de Flora con el ramo entre los brazos y los ojos azules como el cielo de verano?

No iba a permitir que su secretaria le distrajera de sus obligaciones.

Para probarse que era un hombre libre, Matt salió las semanas siguientes con una serie de chicas encantadoras y dispuestas a pasarlo bien sin pedirle ningún compromiso.

Flora estaba harta de hacer reservas en todos los restaurantes románticos y caros de la ciudad. Las amigas de Matt pasaban a veces a buscarlo a la oficina y como Venezia, eran rubias, altas, angulosas, frías y con nombres ridículamente fantasiosos.

De manera que su madre se equivocaba al decir que los hombres se interesaban más por la personalidad que por la belleza, pensó Flora con amargura. Pero ella tenía su propia vida que empezaría en Australia. Si a Matt le gustaban las descerebradas, peor para él.

De todas formas, no pudo evitar mostrarse huraña un día en que Matt se fue a comer y no regresó hasta las cinco. Cuando la llamó al despacho para dictarle una carta, estalló:

– ¡Pero si son las cinco y media!

– ¿Y qué? -dijo Matt sin dejar de mirar una carta.

Flora lo miró con ira:

– Igual te parece raro, pero tengo una vida fuera de la oficina. Por si te interesa he quedado esta noche.

La frase le obligó a mirarla:

– ¿Una cita? -dijo con sequedad.

Flora jugó con la idea de hacerle pensar que era una cita amorosa, pero decidió decir la verdad:

– No -admitió con poca gracia-. He quedado con unos amigos y dije que llegaría a las seis.

– ¿No importará que llegues tarde? -preguntó Matt con impaciencia y los ojos de Flora lanzaron chispas.

– No tendría por qué llegar tarde si me hubieras dado el trabajo antes -replicó-. Contigo todo es urgente.

– Los negocios a este nivel son así -explicó Matt con ecuanimidad-. Se le llama presión.

– ¿Y quién te ha presionado para pasar cuatro horas comiendo con tu último bombón? -la rabia la había obligado a hablar-. ¡No parece que tuvieras mucha prisa!

– Puede que te interese saber que la comida duró sólo una hora -dijo Matt secamente-. Después tuve una reunión para un negocio de millones de dólares cuyos detalles debo enviar a Nueva York. Siempre que mi secretaria no se niegue.

Flora se sintió ligeramente avergonzada, pero no quiso ceder del todo.

– No es que me niegue, es que he quedado. Pero si de veras es urgente, lo haré.

– ¡Ni hablar! -Matt alzó las manos en un gesto de horror burlón-. Por nada del mundo. ¿Cómo van a ser importantes treinta millones de dólares comparados con tu cita?

– No es una cita -repitió Flora exasperada-. He quedado, eso es todo -se sentó y abrió el cuaderno-. Si quieres dictarme lo más urgente…

– Insisto en que no -ahora Matt se estaba haciendo el mártir-. Sólo soy tu jefe. Siento ser tan esclavista y hacerte trabajar cuando podrías estar de juerga.

– Ya te he dicho… -dijo, pero no pudo seguir pues Matt la hizo levantarse y la empujó haciendo teatro hacia la puerta.

– Por favor, márchate -hizo una cómica reverencia-. Y no te preocupes por mi futuro o el de la empresa. ¿Qué son treinta millones de dólares?

Flora estaba tan enfadada que no se dignó contestar. No iba a rogarle a Matt que le permitiera escribir su maldita carta, así que se encogió de hombros, se dio la vuelta y se marchó de la oficina.

Matt cerró la puerta detrás de ella con ira, lo que provocó que unos papeles apilados sobre su mesa se cayeran al suelo. Mientras los recogía se preguntó qué le había puesto tan nervioso. Las cartas no eran tan urgentes, en realidad podían perfectamente esperar hasta el lunes.

No, era un problema de principios. Colocó los papeles con tanta furia sobre la mesa que a punto estuvieron de caerse de nuevo. Flora era su secretaria y eso significaba que se quedaría en la oficina hasta que él le diera permiso para marcharse. Recordó con nostalgia que Paige jamás se hubiera marchado con un trabajo pendiente y mucho menos hubiera antepuesto su vida privada, que para él no existía.

Matt hizo una mueca de disgusto mientras se sentaba en su mesa y miraba la pantalla de su ordenador. Él también tenía planes para la noche. ¿Por qué entonces le sacaba de quicio que Flora pensara en pasarlo bien? Ya estaría en algún bar, riendo y contándoles a sus amigos sus historias del trabajo. Era ridículo que pensara en ello.

En ese momento, Flora estaba atrapada en un vagón de metro atestado, entre un ejecutivo de traje gris y un grupo de estudiantes extranjeros. Prevé el riesgo rezaba el cartel que estaba leyendo de una compañía de seguros. Quizás debería contratar una póliza contra Matt Davenport, sobre todo cuando se mostraba simpático dos minutos seguidos.

Llegó media hora tarde al bar donde la esperaban sus amigos.

– ¿Matt Davenport te ha estado torturando? -preguntó Seb cuando se deslizó junto a él.

– Algo así -dijo Flora todavía sin aliento. Seb y ella se llevaban mucho mejor desde que habían roto, pero no podía olvidar que, como ambicioso reportero que era, Seb estaba mucho más interesado en el millonario Davenport que en ella.

Seb le sirvió un vaso de vino de la botella.

– ¿Le has preguntado a Davenport si me va a conceder una entrevista?

– No -respondió Flora. Tenían la misma conversación cada vez que se veían-. Matt no concede entrevistas. Ya te lo he dicho. Tienes que hablar con su responsable de prensa.

– No me sirve -masculló Seb-. Lo que me interesa es el tipo. Estoy seguro de que podrías convencerlo.

Para alivio de Flora, su compañera de piso, Jo, se inclinó sobre la mesa y les interrumpió:

– Flora, estábamos hablando del baile.

Jo trabajaba en una organización sin ánimo de lucro que organizaba un baile para recaudar fondos.

– Necesito saber cuántos vamos a ser para las invitaciones. Seb va con Loma, así que somos once, a menos que tú vayas con alguien.

Flora se giró hacia Seb.

– ¿Loma?

Seb sonrió con malicia y mostró las manos en gesto de falsa inocencia.

– Quedamos en que iríamos cada uno por nuestra cuenta.

Era cierto. Pero Flora no había esperado que Seb la sustituyera tan fácilmente. Y con Loma. Loma llevaba años persiguiéndolo.

Flora dio un trago de vino. No podía evitar sentirse ofendida. Era más una cuestión de orgullo que de sentimientos, pero la traición de Seb se añadía a la corte de chicas espectaculares que veía a diario pasar por la oficina.

– No importa si no vienes con pareja -dijo Seb con condescendencia-. De todos modos, vamos en grupo.

Flora alzó la barbilla al oírlo.

– ¿Quién dice que no tengo pareja?

– ¿No irás a traer a Jonathan? -preguntó Jo con irónico temor. Llevaba años aguantando a Jonathan, un chico perfecto, cursi, educado, increíblemente aburrido, y que estaba loco por Flora a pesar de todos los intentos de ésta por disuadirlo.

– No -dijo Flora que estaba pensando en invitarle para salvar la cara.

– ¿Quién es?

Más tarde, Flora se preguntaría qué locura la había llevado a decir lo que dijo, pero entonces sólo pensó en borrar la burla del rostro de Seb.

– Matt Davenport -dijo en tono neutral.

– ¿Matt Davenport va a ir al baile contigo?

El tono de Seb indicaba que creía que era un farol, de manera que insistió con coquetería:

– Quería que fuera un secreto, pero a Matt le pone celoso que vaya a cualquier sitio sin él.

Hubo un silencio atónito. Estaba claro que ninguno sabía si hablaba en serio o bromeaba.

– Pero creí que estaba saliendo con esa modelo -dijo Sarah después de un rato.

Flora hizo un gesto irónico.

– Es una pantalla -dijo-. Si la prensa cree que sale con ella, nos dejará en paz.

– ¿Tienes una aventura con Matt Davenport? -repitió Jo con incredulidad-. ¿Desde cuándo?

– ¿Recuerdas esas noches en que volví tarde y te dije que era por el negocio de Francia? -Flora dejó en suspenso la pregunta, y sonrió evocadoramente. Empezaba a divertirse-. Pues no trabajábamos -confesó-. Nunca me había pasado algo así. Estábamos trabajando juntos y de pronto me besó y no pude resistirme.

Las expresiones de la mesa iban de la incredulidad y la sorpresa a la curiosidad y la envidia.

– ¿Por qué no nos lo has contado antes? -exclamó Sarah.

– No queríamos que nadie se enterara -dijo Flora, cada vez más en su papel-. El secreto era parte del juego. Pero claro, ahora Matt dice que está loco por mí, que quiere conocer mi vida y a mis amigos. El baile será una buena ocasión.

Jo la miró de pronto, llena de dudas:

– Flora, ¿no vendrás al baile con Matt, verdad? Dime la verdad.

– Claro que no -rió Seb-. Nos está engañando.

Hubiera sido un buen momento para echarse a reír y reconocer que bromeaba, pero Seb estaba tan seguro de sí mismo que Flora deseó ponerlo en su sitio. Y no podía permitir que los demás pensaran que estaba celosa de Loma.

De forma que en vez de retroceder, Flora miró a su ex-novio con gesto desafiante y dijo:

– ¿No? Espera al baile, Seb, y verás si viene o no conmigo.

Загрузка...