Capítulo 2

Matt se esforzó en dejar de mirar el rostro de Flora y contemplar el paisaje, pero era como si su sonrisa siguiera grabada en su mente.

– ¿Cómo conociste a Paige? -preguntó de pronto. Paige llevaba años con él y era una secretaria perfecta, pero era tan discreta que apenas sabía nada de ella. Cuando intentaba conjurar su imagen surgía ante sus ojos el rostro de Flora, con su sonrisa luminosa-. No os parecéis.

– No -asintió Flora. Se desabrochó el cinturón y dobló sus piernas como una niña pequeña-. Paige es increíblemente paciente y tranquila, pero eso ya lo sabes -hacía falta paciencia para estar cuatro años con Davenport, pensó para sí.

Sin embargo, Matt captó su insinuación.

– Ya lo sé -repitió con ironía.

– Y tiene una organización impresionante -siguió Flora-. Todas deseábamos poder odiarla por ser tan perfecta, pero es imposible, es demasiado encantadora.

– ¿Todas?

– Éramos una pandilla en la universidad. Paige estuvo un año, estudiando francés, como yo. Compartíamos la misma residencia y nunca perdimos el contacto.

Matt la miró con seriedad. Su historia era razonable, pero costaba imaginar a la elegante Paige conviviendo con Flora. Sin embargo, la había recomendado con insistencia.

– Paige estaba empeñada en que probara contigo, ¿por qué?

– Sabe que no me interesa un trabajo fijo -dijo Flora con cautela, pues no quería revelar las preocupaciones de su amiga-. Pero me había oído decir que necesitaba dinero, y pensó que yo sería la persona ideal para este puesto.

– Ideal no es la palabra que yo hubiera usado -dijo Matt con una mirada humorística.

– Ya sabes -Flora movió las manos en el aire-. Tú dispones de un puesto bien pagado de tres meses y yo necesito un puesto bien pagado por tres meses; necesitas a alguien que hable francés y yo hablo francés -extendió las manos, riendo-. Estamos hechos el uno para el otro, querido.

Hubo un silencio incómodo y Flora se mordió el labio, pensando que había vuelto a meter la pata. Con temor, sus ojos se encontraron con los de Matt y, aunque la mirada gris era inescrutable, sintió que le subía el color a las mejillas.

– Es una forma de hablar -añadió a su pesar.

– Lo he entendido -dijo Matt con una frialdad que aumentó su vergüenza-. ¿Por qué no buscas un trabajo permanente si tienes tantas habilidades?

– No he encontrado todavía un trabajo con el que quiera comprometerme más de unos meses -dijo Flora-. La incertidumbre es molesta a veces, pero me gusta no saber a dónde voy, incluso cuando termino en un puesto horrible. Siempre puedo dejarlo al final del mes. Además -añadió con animación-, lo que quiero es viajar. Me gusta Londres, pero quiero conocer el resto del mundo. Por desgracia, mi banco no está de acuerdo. Dice que no puedo moverme hasta que pague mi préstamo y la deuda de mi tarjeta de crédito.

Flora se quedó seria recordando la entrevista en el banco. Matt no debía tener la menor idea de lo brutales que podían ser los gerentes bancarios. Él podía pedir prestados millones y hasta perderlos sin que nadie le humillara y le obligara a dar explicaciones. La vida no era justa.

– ¿Así que piensas ahorrar ese enorme salario que crees que voy a pagarte?

Aquello no era muy prometedor para Flora, pero sin duda ambos no tenían un concepto similar de lo que era un buen salario.

– Eso pretendo -explicó-. Aunque ahorrar no es lo mío. Pero esta vez tengo un plan, así que igual lo consigo.

– ¿Y en qué consiste ese plan?

– Ya te he dicho que quiero viajar.

– Ya, pero, ¿dónde? -Matt siempre se ponía nervioso con las ideas vagas de los demás.

– ¡A todas partes! -exclamó Flora y Matt suspiró.

– Muy específico -dijo.

Flora ignoró la acidez de su tono.

– Es que es así -explicó y de nuevo sus manos abandonaron la calma de su regazo para moverse en el aire, acompañando su entusiasmo-. Quiero conocerlo todo. Hay un mundo esperándome. Sólo he viajado por Europa. Pero quiero subir montañas y atravesar selvas y desiertos. Quiero tumbarme en playas desiertas a escuchar el oleaje. Quiero ver cómo corren las jirafas por la sabana. Necesito nuevos olores, nuevos sabores…

Se detuvo ante la expresión poco convencida de su audiencia.

– Supongo que pensarás que es mejor buscar un buen trabajo, adecuado como dice mi banquero -dijo a la defensiva.

Matt se encogió de hombros, incapaz de reconocer que envidiaba el celo y la alegría de su rostro soñador.

– Pienso que eres una romántica -dijo y sonó como un insulto.

Flora pareció abatida:

– Eso dice Seb.

– ¿Quién es Seb?

– Mi novio. O debería decir mi ex-novio -se corrigió con un gesto duro-. Hemos estado juntos desde la universidad, pero nos peleábamos tanto sobre el futuro que decidimos ser sólo amigos. Seb no entiende que quiera irme un par de años a viajar -continuó ante el silencio de Matt-. Es muy ambicioso, y cree que es una locura largarse cuando uno debe empezar su carrera.

– Parece un hombre inteligente -dijo Matt, aunque se preguntó cómo un hombre inteligente se conformaba con ser amigo de una chica como Flora.

– Ya sabía que dirías eso -Flora había olvidado con quién hablaba-. Te entenderías muy bien con Seb, pero yo quiero vivir un poco. Me decepcionó cuando decidió quedarse en Londres, pero ahora me parece que estoy mejor sola.

Matt miró un instante por la ventana.

– ¿Así que no tienes ningún compromiso?

– Hasta que encuentre a alguien dispuesto a dejarlo todo para seguirme, lo que es improbable.

– Me alegra oírlo -dijo Matt.

El corazón de Flora se sobresaltó y preguntó tontamente:

– ¿Por qué?

– Necesito una secretaria que esté en la oficina el tiempo que sea necesario y que esté dispuesta a dejarlo todo para acompañarme a un viaje sorpresa, sin un novio que se pase el día quejándose de que llega tarde -dijo en tono despectivo-. No quiero distracciones sentimentales. Si trabajas para mí, Flora, espero ser tu prioridad número uno.

¿Qué había esperado? ¿Que la quisiera por su cara bonita? Una decepción ridícula se apoderó de Flora y tuvo que alzar la barbilla para no mostrar su frustración.

– Pagar mis deudas para poder marcharme es mi prioridad -dijo con firmeza-. Puedes ser la segunda prioridad, en todo caso.

Sorprendido, Matt la miró y Flora se estremeció un poco, segura de que había ido demasiado lejos, pero después de unos instantes él se echó a reír.

– Tienes valor, desde luego.

Esta vez le tocó a Flora mostrarse desconcertada. Atónita sería más apropiado. Pues la risa le transformó por completo, disolviendo la mirada dura de sus ojos verdosos y creando arrugas nuevas en su rostro. Tenía unos dientes muy blancos y fuertes, y su sonrisa era tan devastadora e inesperadamente encantadora que tuvo que tomar aire para recuperar el equilibrio.

– Sólo era sincera -dijo con un hilo de voz.

Matt seguía sonriendo cuando la miró y dijo:

– Muy bien. Si trabajas como hoy hasta que vuelva Paige, no me importa ser el número dos.

Flora tomó aire de nuevo. Sólo era una sonrisa. No había razón alguna para que su corazón se desbocara.

– Es -se interrumpió para carraspear-. Es un trato.

Las ocho y veinticinco. Flora no podía creerse que hubiera llegado a la hora.

– Ven a las ocho y media -había dicho Matt a modo de despedida la noche anterior-. Y haz algo con tu pelo.

Flora, cuyos zapatos la estaban matando, le observó partir hacia su coche con rencor. Pero el rencor duró poco. Tenía el trabajo, eso era lo importante. Podría pagar sus deudas y el mundo sería suyo.

Mientras subía en el ascensor hasta el despacho del presidente, Flora examinó su imagen con recelo. Se había pasado horas para hacerse un moño, pero por algún motivo no resultaba tan elegante en ella como en otras chicas. Pero así tendría que ser y esperaba no escuchar más protestas.

Tras las críticas del día anterior a su atuendo, se había puesto una falda larga, color marrón y una blusa beis de manga corta. Tenía un aspecto endomingado y aburrido, pero parecía discreta y esperaba que apropiada.

Para su sorpresa, no vio a Matt cuando atravesó la puerta de su despacho. Todo estaba oscuro y silencioso. El lugar le pareció tan presidencial que no dudó que era el despacho de Matt, hasta que otra puerta al fondo le hizo comprender que aquel era su despacho. Era confortable, espacioso, ordenado y limpio, un lujo para Flora.

Dejó su bolso en una silla y se sentó frente a su mesa, pasando la mano por la madera noble y pulida y abriendo los cajones. Estos se deslizaron sin ruido para mostrar su contenido impecable. El equipo informático era tan moderno que apenas reconoció la mitad de los aparatos. Ya se preocuparía por eso más adelante, se dijo con su característico optimismo y giró varias veces en su silla, aprobando su elegante confort.

¡Esto es vida! Se habían acabado los trabajos en oficinas cutres, los cafés de máquina, los archivos desordenados, los programas anticuados. Durante tres meses, trabajaría rodeada de lujo. Con una exclamación de alegría, Flora se impulsó para dar una vuelta completa en su silla.

Matt eligió ese instante para abrir la puerta. Estaba de mal humor porque no había conseguido deshacerse de la imagen de Flora en toda la noche. Su humor no mejoró al verla girando como una loca en su silla, mucho más viva que sus recuerdos. Evidentemente, no era una chica fácil de ignorar.

Flora captó la imagen de Matt y puso los pies en tierra para detener su giro abruptamente. Su corazón dio un brinco ante la mirada de incredulidad que le estaba lanzando su jefe desde la puerta.

– Hola -dijo débilmente y se sonrojó. Para ocultar su confusión, se puso en pie.

– Oh, eres tú -dijo Matt, de nuevo desconcertado. Acababa de darse cuenta de que Flora se había retirado el cabello rebelde de la cara y que llevaba una ropa que cubría sus bonitas rodillas y hombros. No estaba elegante, pero sí más apropiada.

Los ojos azules y el gesto orgulloso de la mandíbula eran los mismos y no era su culpa si la blusa primorosa le hacía sentir nostalgia de su escote del día anterior.

Tampoco era culpa suya que recordara sus piernas, pero no por ello dejaba de sentirse irritado.

– ¿Qué haces con la silla? -preguntó malhumorado.

– No hacía nada -se disculpó Flora-. Sólo estaba… viendo cómo funciona.

– Si quieres ver cómo funcionan las cosas, enciende el ordenador -replicó Matt, avanzando hacia su despacho-. O mejor, sígueme con el cuaderno. Quiero dictar unas cartas antes de que empiecen a sonar los teléfonos.

Flora lo miró como si no hubiera entendido.

– ¿Ahora mismo?

– ¡Ahora! ¿Cuándo si no?

– ¿No quieres una taza de café primero? -insistió Flora sin perder la esperanza, pero Matt la miró con ira.

– No. Esto es una oficina y si quiero un café, lo pediré. Quiero dictarte una carta, por si no me has oído.

Flora bajó la mirada y buscó en el primer cajón un cuaderno y un bolígrafo.

Cuando entró en el despacho de Matt, éste estaba sentado tras su mesa y dispuesto a empezar. Apenas tuvo tiempo de tomar asiento antes de que empezara a dictar.

– Para un minuto, por favor -pidió Flora un rato después. Le dolía la mano y Matt dictaba tan rápido que empezaba a perderse.

Matt esperó de mala gana, mirando a Flora con gesto impaciente mientras ésta completaba sus garabatos para ser capaz de reconocerlos después.

Ojalá pudiera recordar el aspecto de su melena suelta.

– Ya -Flora alzó la mirada y se encontró con los ojos pensativos de Matt. No parecía haberla oído, de forma que repitió-. Estoy lista.

Matt la miró y de pronto recordó en qué había estado pensando mientras la miraba. Lo peor era que había perdido por completo el hilo de lo que estaba dictando. Ni siquiera recordaba de qué trataba la carta.

– Tienes que leerme las últimas frases -dijo, furioso consigo mismo-. E intenta seguir el ritmo en el futuro.

Alivió parte de su ira dictando un montón de cartas a gran velocidad, y Flora estaba agotada cuando al fin la dejó marchar.

– Las cartas para París son urgentes -dijo al despedirla-. Quiero firmarlas en cuanto estén listas y enviarlas por fax al momento.

Flora se preguntó, si las cartas de Francia eran tan urgentes, por qué había perdido tanto tiempo dictándole otras, pero guardó silencio. «Piensa en el dinero», se dijo. «Piensa en las playas bajo los cocoteros».

Matt observó cómo Flora se ponía en pie con innecesaria languidez, desde su punto de vista.

– Es urgente -repitió.

– ¿Qué quieres que haga? -dijo ella al instante, olvidando sus buenas intenciones-. ¿Correr a la puerta?

– Basta con que muestres que conoces el uso de la palabra «urgente».

– Urgente significa que las voy a pasar a máquina antes de tomar café -replicó Flora-. Puedo morirme de sed, pero ¿qué importa eso si las cartas pueden llegar treinta segundos antes?

– Morirás de otra cosa si no te marchas -dijo Matt, exasperado, mirando la puerta cerrarse tras Flora.

Nunca había tenido una secretaria como ella y le molestaba la forma en que le atraía. Nadie solía hablarle en ese tono y jamás ninguna secretaria le había replicado. Nunca ninguna de sus secretarias le había dejado mirando una puerta como un imbécil, preguntándose si quería reírse o asesinarla.

De pronto comprendió que llevaba cinco minutos mirando la puerta y perdiendo el tiempo. Tomó un informe financiero de la mesa y lo abrió con violencia, dispuesto a expulsar a Flora de sus pensamientos.

Mientras tanto, ésta recordaba con amargura las palabras de Paige. ¿Qué había dicho? ¿Que no era el hombre más fácil para trabajar con él?

– Ja -dijo en voz alta mientras encendía el ordenador. Tenía que haber recordado el talento de Paige para el eufemismo antes de aceptar el puesto. Con o sin sonrisa, Matt era el hombre más egoísta, arbitrario y difícil que había visto en su vida.

Tardó en familiarizarse con el programa de edición, pero ya estaba escribiendo cuando Matt abrió la puerta.

– ¿No has terminado todavía? -preguntó.

Flora era consciente de su agresiva presencia en la puerta, pero se negó a apartar los ojos de la pantalla.

– No del todo -dijo sin apenas separar los labios.

– ¿Qué significa no del todo?

– Significa que he terminado la primera carta, acabo de empezar la segunda y aún me quedan otras cinco -dijo Flora con sequedad-. Maldita sea -dijo al equivocarse en una letra.

– ¿Qué has estado haciendo? -se quejó Matt-. Pensé que ya estarían. Si Paige estuviera aquí, las cartas habrían llegado a los despachos de París.

– Ni siquiera Paige puede escribir a la velocidad de la luz -protestó Flora-. Estoy haciéndolo lo mejor que puedo.

Matt llegó hasta su mesa y tomó la carta que había terminado, absurdamente ofendido por el hecho de no encontrar un sólo error. Con un gesto brusco, sacó su pluma y garabateó su firma en la hoja.

– Supongo que al menos puedo mandar ésta -dijo con ironía.

– Estaría bien -replicó Flora sin levantar la vista.

Matt se quedó mirándola, atónito, y luego fue hasta el fax, colocó papel y marcó el número pensando que Paige jamás le hubiera permitido que lo enviara él mismo. El resentimiento hacia su nueva secretaria se acentuó.

Mientras la máquina enviaba el fax, observó a Flora, que seguía escribiendo e ignorándolo. El sol que entraba por la ventana iluminaba su cabello castaño, casi dorado y de nuevo recordó lo bien que le quedaba suelto. Había sentido la tentación de tomar un rizo y tocarlo, para comprobar si era tan sedoso como parecía.

El pitido de la máquina le sacó de la ensoñación y volvió a sentirse furioso consigo mismo. ¿Por qué se habría puesto enferma la madre de Paige cuando más la necesitaba? Echaba de menos su tranquila eficiencia, su elegancia discreta. Paige le daba calma mientras que Flora le ponía nervioso con su mera presencia.

– ¿Y bien? -dijo mientras miraba por la ventana-. ¿Ya has hecho alguna más?

Flora dedicó una mirada homicida a su espalda y envío una carta a la impresora.

– Casi -dijo con tono controlado.

Matt no podía estarse quieto. Se puso a andar por el despacho, parándose de vez en cuando para mirar por encima del hombro de Flora.

– ¿Por qué tardas tanto?

– Podría ir un poco más rápido si dejaras de molestarme -estalló al fin, exasperada.

De no haber estado tan enfadada, Flora se hubiera reído de la expresión de Matt. Parecía perplejo, como si nadie, nunca, le hubiera hablado en aquel tono.

– A Paige no le molesta.

– Pues a mí sí -dijo Flora sin apenas separar los dientes-. Te daré las cartas cuando estén terminadas y será mucho antes si me quedo sola -de nuevo miró la pantalla-. Si no tienes otra cosa que hacer, puedes traerme un café -añadió sin mirarlo.

No lo había dicho en serio, pero Matt se dio la vuelta y salió del despacho, mascullando maldiciones. Probablemente a pedir una carta de despido.

Pero ya no tenía remedio y de todas formas no podía trabajar así. Prefería no ganar dinero y ser tratada como un ser humano.

Cuando Matt regresó, Flora no dejó de mirar la pantalla, deliberadamente concentrada, hasta que una taza humeante entró en su campo de visión y sus dedos se paralizaron en el aire.

– Su café, señora -dijo Matt con ironía.

Flora alzó los ojos hacia él lentamente. Matt la miraba, aparentemente perplejo ante su propio gesto y toda la ira de Flora se evaporó como por arte de magia. La idea de aquel hombre poderoso buscando la cafetera por la oficina despertó su agudo sentido del humor.

– Gracias -dijo, procurando no reírse, pero Matt vio el brillo de humor en sus ojos.

– ¿Qué te hace gracia? -preguntó a la defensiva. Ni siquiera sabía qué le había empujado a llevarle café.

– Nada… Me preguntaba si has hecho el café alguna vez.

– Tuve que preguntarle a una chica de otro departamento dónde estaban los artilugios -admitió Matt-. Me miró como si hubiera caído de Marte. Me sentí como un imbécil.

Flora se echó a reír sin poder evitarlo.

– Pues muchas gracias -repitió.

– No se me ocurrió otra forma de que dejaras de quejarte -refunfuñó Matt mientras cometía el error de mirarla a los ojos. Estaban tan llenos de alegría que tuvo que sonreír a su pesar.

Y durante unos instantes el aire vibró entre ellos, obligándolos a apartar la mirada. Consciente de lo sucedido, Flora carraspeó:

– He terminado las cartas. Se está imprimiendo la última.

– Bien -la brusquedad de Matt ocultaba su frustración ante el final de su repentina y cálida complicidad. Apoyó las manos sobre la mesa de Flora y se inclinó para leer las cartas terminadas.

Flora miró la mano próxima a la suya como si no hubiera visto una mano en su vida. Las mangas de la camisa estaban dobladas hasta medio brazo y podía contemplar la textura de la piel, la fuerza de los nudillos, el vello que se iniciaba suavemente en las muñecas. De pronto, Matt no le parecía un jefe insoportable, sino un hombre normal cuya corpulencia le estaba quitando el aliento.

Si estiraba la mano unos centímetros, rozaría su meñique. Flora casi podía vislumbrar la electricidad que recorría el breve espacio que los separaba. La tentación era tan fuerte que tuvo que apartar la mano con un pequeño suspiro que hizo que Matt preguntara:

– ¿Qué pasa?

– Nada -horrorizada por la misteriosa necesidad de tocarlo, se puso en pie-. Voy a mandar las cartas -dijo-, pues creo que son urgentes.

– Sí -Matt no respondió sino que firmó obedientemente las cartas, como ausente de la realidad-. Me voy a mi despacho.

Había tres teléfonos sobre la mesa de Flora y, a partir de un momento, empezaron a sonar todos a la vez y no pararon. Matt le había dicho que no quería ser molestado, así que pasó el tiempo tomando recados, enviando faxes, comparando agendas y realizando una serie de tareas que Matt le había encargado a primera hora. Paige le había dejado abundantes notas para ayudarla, pero así todo no era fácil moverse por la intrincada vida de la empresa.

A la hora de la comida, Flora no había respirado un instante y empezaba a asustarse. Ni siquiera se dio cuenta del tiempo transcurrido hasta que se abrió la puerta y entró una joven en el despacho. Era alta y muy delgada, con unos ojos inmensos. Su cabello rubio caía en un preparado desorden y emanaba de ella un estilo tan impecable y sensual que Flora se sintió torpe y vulgar, horriblemente consciente de su falda larga y su blusa sin gracia.

Le recordaba algo, pero Flora no tuvo tiempo de concentrarse en el parecido pues estaba hablando por una línea, contestando a otra y mirando papeles a la vez. Observó con sorpresa cómo la chica se dejaba caer en una silla frente a ella, aparentemente agotada.

– Dile a Matt que he llegado, anda -pidió inmediatamente.

– Por favor -murmuró Flora para sí misma y terminó de tomar un recado-. Matt ha dicho que no le molestaran -dijo con amabilidad-. ¿La esperaba?

– Claro.

La mirada de la chica indicó tal desprecio que Flora se puso en tensión y apretó los dientes.

– ¿A quién debo anunciar?

Hubo una pausa.

– Dile que soy yo -dijo la mujer con una voz fría.

Estupendo, pensó Flora y apretó el interfono.

– «Yo» ha venido a verte -dijo.

– ¿De qué hablas? -preguntó Matt, irritado.

– Tienes una visita y responde al nombre de yo -explicó Flora con paciencia de santa.

Matt suspiró, exasperado.

– Supongo que te refieres a Venezia. ¿No podías decirlo?

Flora abrió la boca para decir que no leía la mente, pero Matt había interrumpido la conversación. Al menos ya sabía por qué la mujer le resultaba familiar. Venezia Hobbs era una cara familiar en el mundo de la moda y de la vida social. Por eso le había molestado tanto que le preguntara su nombre. Mejor. Así comprendería que no era tan famosa.

Matt abrió la puerta mientras Flora volvía a sus teléfonos intentando recordar quién estaba en cada línea, pero no dejó de observar que Venezia se levantaba sobre sus largas piernas para besar a Matt en los labios.

Flora hizo una mueca. Tampoco hacía falta que Venezia se aferrara a Matt de aquella forma, ¿verdad? Parecía dispuesta a estrangularlo, aunque a Matt se le veía más bien satisfecho con el cariñoso recibimiento.

De hecho, la había apartado levemente al ver la mirada de Flora sobre ellos.

– ¿Has reservado la mesa? -preguntó, obligando a Flora a interrumpir su conversación telefónica.

– ¿Qué mesa? -dijo Flora.

– En Le Sanglier a la una -explicó Matt con impaciencia.

Flora recorrió con la mirada su bloc de notas, pero estaba segura de que no había oído nada de ninguna comida.

– No mencionaste eso.

– Sí lo hice -la contradijo Matt.

– No es verdad.

Matt empezaba a enfadarse.

– Claro que sí. Esta comida está prevista desde hace días.

– Lo siento mucho -se disculpó Flora burlonamente-. ¿No te dije que no aprobé el examen de telepatía?

– No te pases de lista, Flora -replicó Matt-. Ya te advertí sobre tu ingenio. Si no lo has hecho, es mejor que llames al restaurante y les digas que vamos de camino.

Flora miró con horror las tres líneas ocupadas y comentó:

– ¿Seguro que no prefieres un bocadillo en el parque? El día es hermoso.

Matt la miró con sorna, pero antes de que tuviera tiempo de replicar, Venezia intervino en la conversación con tono horrorizado:

– Matt, cielo, no puedo comer bocadillos -dijo-. Sabes que soy alérgica a esas cosas.

Flora alzó los ojos al cielo, entre exasperada y divertida por la seria respuesta de Venezia a su chiste. No dejó de observar una mirada similar, enfadada, pero irónica, en los ojos verdes de Matt.

– En ese caso, será mejor que encargue una mesa -dijo Flora y miró de nuevo a Matt. No le parecía posible encontrar mesa tan tarde en un sitio tan exclusivo-. Si no hay mesa, ¿busco otro lugar?

– No -en la mirada de Matt había desaparecido toda complicidad-. Les dices que pongan otra. No quiero pasearme por Londres.

Salió con Venezia colgada del brazo y Flora se quedó a mascullar su rabia. ¡Qué tipo tan arrogante! La gente reservaba en Le Sanglier con meses de antelación. Marcó el número esperando que le mandaran a comer al parque, pero las mesas se vaciaron por encanto en cuanto mencionó su nombre. Aparentemente, su reputación le había precedido a Londres.

Mejor para él, se dijo, aunque no veía el interés de llevar a comer a alguien como Venezia. Si tenía un buen día, se limitaría a jugar con un trozo de lechuga o zanahoria cruda. Tan divertido como dar de comer a un ratón, pensó con amargura. Y mucho menos simpática, aunque era evidente que a Matt le agradaban los ángulos.

Flora pensó en sus generosas curvas, suspiró y volvió a sus llamadas.

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