No se comprometería emocionalmente, se dijo Flora. Pero ojalá pudiera hablar con la misma frialdad con la que Matt abordaba el guión de su fingido amorío. Tenía la sensación de que su deseo de parecer distante y frívola no lograba ocultar cierto cansancio y malestar profundos, pero era difícil hablar con distancia de su pasión imaginaria teniendo a Matt sentado enfrente.
No podía apartar los ojos de su boca, de sus manos, de la línea de su mandíbula y de la forma atrayente de sus hombros. Podría tocarlo con alargar la mano. Su mano estaba próxima a las suyas y tenía que esforzarse en contener las piernas para que no rozaran sugestivamente las de Matt. Quiso concentrarse en la conversación, pero hablar de cómo la había besado Matt en su imaginario encuentro sólo la hacía desear que lo hiciera realmente. ¿Sería aquella boca severa tan sexy como parecía? ¿Y sus manos, serían tan cálidas al tocar las suyas como estaba imaginando? ¿La habría abrazado mientras la besaba?
Flora tragó saliva y se ordenó una pausa. Desesperadamente intentó llevar la conversación al terreno laboral, pero Matt trataba el asunto como si se tratara efectivamente de una tarea más, de modo que no había observado su turbación.
Sin embargo, él también agradeció cambiar de tema. Era una buena idea montar una historia que les permitiera enfrentarse al público curioso, pero le costaba mantener un tono impersonal. Flora le distraía, el brillo de su piel y la mirada de sus ojos azules a la luz de la vela, la curva deliciosa de sus labios, el recuerdo de sus largas piernas y cabello revuelto.
Al final, resultó un alivio cuando terminaron de comer y pudieron dejar de mirarse.
– Te llevo a casa -dijo Matt, sabiendo que era un error proponerlo. Pero no iba a llevarla a cenar y permitir que se fuera en autobús a casa y por otra parte tenía que reconocer que le costaba extrañamente despedirse.
Las indicaciones de Flora rompieron el silencio en el coche, y Matt se limitó a seguir sus órdenes mientras se preguntaba por qué no la había invitado a un taxi. Así no se hubiera sentido tan imbécil y enmudecido como un adolescente en su primera cita.
Cuando llegó ante el apartamento que compartía con dos amigas, Flora se había convencido de que sufría alucinaciones. Estaba con Matt, su jefe. Se estaba inventando la tensión sensual entre ellos. ¿Acaso no había manifestado claramente que le proponía el trato porque era la única chica que no le molestaría con exigencias sentimentales? Tenía que recuperarse y huir, pues lo último que deseaba era que Matt adivinara que lo encontraba atractivo. El trabajo con él se volvería insufrible.
– Bueno -dijo con ánimo, cuando Matt paró el motor-. Gracias por la cena.
– ¿Sabes lo que hay que decir si alguien nos pregunta sobre nuestra relación?
– Mientras no pidan detalles íntimos.
Matt la miró con sorpresa.
– ¿Son capaces de preguntar eso?
¿De qué pensaba que hablaban las mujeres con sus amigas? ¿Del mercado bursátil?
– No sé qué hará tu madre, pero Jo y Sarah seguro que me interrogan -dijo con franqueza.
– ¿Qué clase de cosas querrán saber?
– Oh, ya sabes -Flora se aferró a su bolso, incapaz de mirar a Matt a los ojos, respirando con dificultad en el pequeño espacio cerrado-… Dónde nos besamos por primera vez, cómo fue, esa clase de cosas.
– Ya veo -hubo una pausa-. ¿Qué vas a decir? -en la voz de Matt había una nota extraña.
Flora se humedeció los labios.
– No lo sé. Ya inventaré algo.
– Tengo una idea mejor -Matt le apartó un pelo de la cara-. Puedo besarte y así los dos sabremos qué decir. ¿Te parece buena idea?
¿Ideas? ¿Quién podía tener ideas mientras sus dedos calientes le estaban acariciando la barbilla, haciendo que volviera la cara hacia él? En su mente sólo había una sensación, la de proximidad de aquellos dedos, mezclada con terror y deseo.
Matt miró sus ojos oscuros en el coche. En aquella mirada había demasiadas cosas, pero no parecía una negativa, así que se inclinó hacia los labios de Flora, como había deseado hacer toda la noche.
Al primer contacto de sus bocas, los labios de Flora se separaron con un pequeño sonido de sorpresa ante la sensación eléctrica que los recorrió. Lo había deseado toda la velada y ahora resultaba extraordinariamente excitante y adorable devolverle el beso. Su boca no era grave ni fría a esa distancia.
Incapaz de disimular su placer, Flora murmuró algo y pasó los brazos alrededor del cuello de Matt, derritiéndose sobre él. Olvidó que Matt era su jefe, que todo aquello era un trato, que eran actores ensayando un papel. Sólo le importaba el peligroso, inesperado, agudo placer de aquel beso y el profundo deseo que despertó en su interior.
Matt tenía una vaga conciencia de estar perdiendo el control que le obligó a separarse de Flora. Se miraron el uno al otro, Flora con gesto ausente y él con una sonrisa que pareció falsa. La dulzura de la respuesta de Flora le había desconcertado por completo, como su propia incapacidad de dejar de besarla.
– Creo que esta parte de la historia nos saldrá bien -dijo con objetividad, intentando no abrazarla de nuevo.
Flora estaba agitada y le costaba respirar. Buscó su orgullo, recordando que todo aquello era un negocio, y se obligó a mirarlo.
– Será mejor que me marche -dijo con voz ronca, dispuesta a simular que aquello había sido un beso profesional, concebido para añadir realismo a su historia, y no un terremoto de los sentidos. Lo conseguiría, a condición de salir del coche lo antes posible.
Matt asintió.
– Será mejor que te marches -dijo con ironía.
La observó cruzar la acera y entrar en la casa antes de encender el motor, y girar en la calle, maldiciéndose a sí mismo por su comportamiento.
Flora quitó el vapor del espejo y contempló con temor su reflejo. Se había pasado el día con dolor de estómago, y tenía la cabeza en la luna. ¿Por qué se habría embarcado en aquella estúpida aventura? Hubiera sido muy agradable ir al baile a disfrutar, en lugar de temer durante toda la semana una velada con Matt.
El lunes llegó a la oficina con la determinación de demostrarle a Matt lo poco que la había afectado su beso. Si pensaba que aquello era importante para ella, estaba equivocado, se dijo Flora con obstinación, borrando de su mente un fin de semana dedicado a rememorar cada segundo del suceso. Por desgracia, su fría dignidad había pasado desapercibida, pues Matt se había comportado como si no hubiera pasado nada, tan brusco y exigente como era habitual. Flora se había sentido dividida entre el alivio y un cierto pique por su frialdad.
Incluso había llegado a preguntarse si no habría olvidado completamente el baile y sólo se atrevió a recordárselo el viernes por la tarde, mientras repasaban la agenda de la semana siguiente.
– Entonces, la reunión de estrategia comercial es el viernes a las tres, ¿verdad? -preguntó Matt para finalizar.
– Sí -dijo Flora levantándose-. Por cierto… ¿no habrás olvidado el baile de mañana?
Matt consultó su agenda.
– ¿Baile? Ah, aquí está. ¿A quién tengo que llevar?
¡Lo había olvidado! Flora lo estaba mirando con furia cuando se dio cuenta de que Matt sonreía y su corazón dio un vuelco.
– Muy gracioso -dijo con un mohín.
– ¿De verdad creíste que lo había olvidado? -preguntó Matt.
Su sonrisa tenía un extraño efecto en ella. Flora se sentía vacía, como si sus entrañas se hubieran disuelto, y deseó haber permanecido sentada.
– Paul puede llevarnos al baile y dejar tu bolsa de viaje en el hotel -comentó entonces Matt como si tal cosa.
Flora se puso rígida.
– ¿Qué bolsa?
– Pensé que querías salvar la cara con tus amigos -dijo Matt con la misma sorpresa.
– Así es.
– Pues no van a confiar mucho en nuestra loca pasión si nos vamos por separado al final de la noche, ¿no crees? -señaló Matt-. Sugiero que les digas que duermes conmigo.
– ¿Qué? -la voz de Flora tembló al preguntar.
– No te asustes -dijo Matt alzando la ceja con ironía-. Mi hotel tiene una segunda habitación en la suite donde recibo a mi madre, por ejemplo. No debes preocuparte por mis intenciones. Y tus amigos se imaginaran que nos hemos pasado la noche haciendo el amor apasionadamente.
El color que subió por las mejillas de Flora ante la mención de hacer el amor con Matt no podía ocultarse y la hizo sentir aún más desgraciada y torpe.
Debía estar a punto de llegar. Cada vez que escuchaba un coche, o sonaba el timbre, su corazón se detenía, pero eran los amigos de Sarah y Jo que venían a buscarlas. El siguiente sería Matt y tenía que darse prisa para estar lista.
Flora se inclinó hacia el espejo para pintarse los labios en el momento en que sonó el timbre. Su corazón dio tal salto esa vez que se corrió la pintura por la mejilla. Frenética, buscó una servilleta para limpiarse mientras escuchaba a Sarah ir hacia la puerta. Aunque lo esperaba, el sonido de la voz profunda y el acento americano de Matt la dejó paralizada. Su mano temblaba tanto que se pintó los labios como pudo, incapaz de hacer un trazo recto y salió del baño, respirando profundamente para hacerse fuerte.
Entró en su salón y vio a una sola persona. Matt, y su corazón se paró de nuevo.
Estaba guapísimo vestido de etiqueta, con el rostro moreno y severo enmarcado por la sobria elegancia del traje y, cuando se levantó para saludarla, la impresión que le produjo verlo en su casa casi le impidió respirar.
Sintió que Jo estaba hablando, pero apenas podía ver a nadie más. Era consciente únicamente de la presencia de Matt, su cuerpo sólido, su sonrisa adorable que parecía estrechar su corazón.
– Flora… -Matt escuchó su propia voz como si fuera de otro. Aunque llevaba semanas intentando no dejarse distraer por ella, no se sentía preparado para su nuevo aspecto. Flora solía llevar ropa cómoda y poco sexy y no había dejado de recogerse el cabello en un moño desde su primer encuentro.
Nunca la había visto así con anterioridad, con los ojos enormes de un azul muy oscuro, el pelo cayendo sobre sus hombros en una cascada dorada y un vestido que revelaba sus piernas, la redondez de sus senos, la hermosa línea de su cuello blanco.
– Hola -dijo Flora con voz poco audible.
Jo y Sarah no se perdían detalle de la escena, pero Flora no podía verlas. Matt había alargado la mano hacia ella y con la inevitabilidad de los sueños, Flora fue hacia él y se dejó acoger en la seguridad de su abrazo. Le pareció lo más natural alzar el rostro hacia él, pero Matt sabía que si empezaba a besarla no podría parar, y tomó su mano para apretarla contra sus labios, en un gesto galante menos peligroso.
– Estás muy guapa -dijo sin apartar los ojos de ella.
Los huesos de Flora se derritieron al oírlo y prácticamente se dejó caer en el sofá junto a él. Con un esfuerzo se concentró en Sarah que la estaba mirando con un exagerado gesto de aprobación y, por primera vez, salió del trance y habló para el mundo real.
– Siento haber tardado -dijo con timidez.
Matt se había sentado a su lado, con las piernas pegadas a las suyas.
– No importa -dijo-. Tus amigas me lo han contado todo sobre ti.
– A mí no me mires -rió Jo-. No le he contado a Matt la vez que no pudiste entrar en casa.
Y con eso bastó. Las dos empezaron a competir por contarle las historias más absurdas y humillantes de Flora, mientras ésta deseaba hundirse en el sofá. ¡Qué estaría pensando de ella! Cuando se atrevió a mirarlo, Matt estaba riendo de buena gana. No había tardado ni cinco minutos en hacerse amigo de sus amigas, con un encanto que jamás había empleado con ella. Flora sintió una oleada de resentimiento. Incluso Jo había dejado de lado su rencor por sus comentarios sobre la falda rosa y le hablaba como si fuera un amigo de toda la vida.
Con una sonrisa idiota en la cara, Flora soportó el aluvión de anécdotas, pero no dejaba de pensar en la pierna de Matt contra la suya. En cuanto a él, parecía que se había pasado la vida en apartamentos desordenados como aquel. Cuando Flora pensaba en la clase de espacios a los que estaba acostumbrado y la clase de gente que frecuentaba, lo miraba con asombro, pero Matt se comportaba realmente como si no hubiera mejor compañía en este mundo.
La que se sentía incómoda era ella. Estaba sentada en el borde del sofá y se aferraba al vaso como si le fuera la vida en ello. Matt había puesto la mano sobre su hombro desnudo y la acariciaba ligeramente, con familiaridad. Para Flora era como si sus dedos quemaran su piel, dibujando tatuajes imborrables.
Matt había llevado un par de botellas de champán y propuso trasladar a todo el grupo al baile en su limusina, oferta que fue acogida con entusiasmo.
– ¿Sabes que todos nos creímos que Flora nos tomaba el pelo cuando dijo que vendrías al baile? -confesó Jo.
– ¿En serio? -Matt la miró con sorpresa perfectamente fingida.
– Es que no nos había hablado mucho de ti hasta el momento.
Matt no resistió la tentación de acariciar un mechón dorado de Flora.
– Decidimos mantener la historia entre nosotros un tiempo, ¿verdad, Flora?
La mejilla de la joven se estremeció bajo su caricia e intentó hablar, pero sólo emitió un sonido inarticulado.
Jo y Sarah la miraban con cariñoso humor.
– Nunca habíamos visto a Flora tan enamorada -dijo Sarah-. Ha puesto orden en el salón por ti y ahora no habla… ¡Debe ser muy serio!
Flora se retorció en el sofá, con la cara roja de vergüenza. Cuando todo pasara, mataría a sus amigas.
– Eso espero -dijo Matt con dulzura.
Y como impelida por una fuerza invisible, Flora giró el rostro para mirarlo. Estaba sonriendo y sus ojos verdes expresaban una ternura que nunca había visto en él. Sostuvo su mirada durante un tiempo que le pareció eterno, durante el cual las risas y conversaciones se alejaron y todo dejó de existir, salvo la sensación de aquella mirada y de su corazón palpitando.
Y luego, Matt apartó la vista y volvió a la conversación general, mientras Flora intentaba reunir sus pedazos dispersos. Se daba cuenta de que Jo y Sarah la miraban pensando por qué estaría tan tensa cuando tenía a un hombre como Matt loco por ella, pero Flora no podía reaccionar. Sólo deseaba quedarse a solas con él y acariciarle el muslo, tan cercano, y besarlo hasta perder la noción de todo.
Tuvo que tragarse el champán para escapar a la tentación, tan fuerte era su deseo. Matt estaba haciendo su parte del trato. Era su jefe, no su amante, y haría bien en recordarlo.
La expresión de Seb cuando vio entrar a Flora de la mano de Matt fue un regalo que siempre recordaría. Una mezcla de estupefacción, incredulidad y pesar que justificó todo el sufrimiento que estaba padeciendo. Habían quedado con los amigos en una mesa reservada y Seb estaba hablando con su nueva chica cuando alguien señaló la asombrosa aparición.
Flora se sintió mucho mejor y al sentarse se inclinó para decirle a Matt:
– Has estado genial. ¿Viste la cara de Seb?
Después se relajó y habló animadamente toda la velada.
Matt la contempló mientras reía y gesticulaba, y se preguntó con una sensación malsana en el estómago si todo su numerito era sólo por orgullo, o pretendía dar celos a su antiguo novio. ¿Por qué otro motivo iba a importarle tanto simular una aventura con él? La miró con repentino rencor, mientras la orquesta empezaba a tocar. Tenía el rostro lleno de animación mientras discutía con un amigo sobre una película recién estrenada.
¿Seguía enamorada de Seb? ¿Era aquello el motivo de tanta comedia?
Bruscamente, Matt se puso en pie y le ofreció su mano.
– ¿Quieres bailar? -dijo secamente.
Pero se sintió mejor cuando la tuvo contra él en la pista de baile. Estaba llena de parejas lo que le dio una excusa perfecta para apretarla entre sus brazos, lo que había deseado durante toda la cena interminable.
Flora estaba tensa al principio y mantenía el cuerpo rígido y apartado de él. Había sido más fácil estar en su presencia durante la cena, con la suficiente distancia entre ellos. Sin la distracción de su roce, se había recuperado y había logrado recordar qué estaba haciendo Matt con ella: un trato, un acuerdo absurdo que terminaría tras la visita de su madre. Y ella volvería a ser su secretaria hasta que Paige regresara. Y luego nada. O más bien, todo, el mundo esperándola.
Flora no iba a comprometerse emocionalmente. ¿No era esa la frase de Matt? Lo último que él quería era una mujer enamorada, y en eso coincidía plenamente con ella. Sería un completo desastre. Oh, no, se dijo Flora, no pensaba hacer algo tan idiota. Si fuera lista, saldría corriendo para evitar al tentación de echarle los brazos al cuello y apretarse contra él.
Pero su pecho era tan sólido y acogedor. Y las luces eran suaves y la música lenta. Y sus manos tan calientes sobre su espalda desnuda, y si se relajaba, sólo un poco, quizás la abrazaría un poco más. Seb podía seguir sospechando un fraude y debía observarlos con atención. Y además, tenía las piernas débiles y necesitaba cierto apoyo…
Con un suspiro de pesar, Flora cerró los ojos y se dejó ir contra él.
Matt sintió su cuerpo relajarse, tanto que el aliento de Flora le rozaba el cuello y sin pensarlo, la abrazó con más fuerza. Sus manos recorrían la espalda de la chica, como dotadas de voluntad propia. Apoyó la mejilla en el cabello dorado y sintió su dulzura, respiró su perfume y la abrazó más, sintiendo que Flora se pegaba a él hasta que sus labios rozaron su cuello.
Tragó saliva. Aquello no era una buena idea. Era pésima. No quería comprometerse con una mujer. Las emociones complejas le ponían nervioso y no quería que todo acabara en lágrimas. Cuando no estaba insoportable, Flora era una chica encantadora y lo que era más importante, una buena secretaria.
Y de momento, prosiguió su voz racional, necesitaba una secretaria eficaz mucho más que una amante. El acuerdo en Europa era vital para la expansión futura de Elexx y no podía permitirse perder a Flora en esa etapa del negocio. ¿No era más importante su compañía que el deseo que sentía por una mujer, sin duda pasajero?
Claro que lo era. Bastaba que dejara de abrazarla como si no quisiera dejarla marchar. Tenía que soltarla. Pero su piel era tan suave y la sentía tan cálida entre sus brazos, y el aroma de su piel le embriagaba y no era más que un hombre, al fin y al cabo.
– Vámonos -susurró en el oído de Flora.
Más tarde, Flora no podría recordar cómo salieron del salón. Sin duda se despidieron de los amigos, pero sólo era consciente de la mano de Matt apretando la suya mientras salían a la calle. Había mandado a su chofer que se retirara, de manera que tomaron un taxi al hotel. Recordaba la luz amarillenta del taxi, el sonido del motor, el olor de los asientos de cuero. Recordaba el rostro de Matt iluminado a ráfagas por las luces de la calle, severo y distante tras haber soltado su mano.
Mientras esperaban el taxi, el aire fresco había despertado el sentido común de Matt. ¿Acaso no había decidido conservar una relación estrictamente profesional con Flora? De momento, eso significaba soltar su mano. Y sobre todo no tocarla en el taxi, llegar al hotel, enseñarle su habitación y darle las buenas noches.
Fácil.
Caminaron por el vestíbulo del hotel a más distancia de la necesaria y esperaron el ascensor envueltos en un silencio agónico. Cuando llegó, entraron, siempre con cuidado de no rozarse y miraron los números de los pisos, rodeados de una tensión casi audible.
Flora había estado tan segura de que Matt la deseaba cuando la hizo salir del baile con tanta urgencia que se sentía atónita y ofendida por su actitud. Apenas la miraba. Quizás se estaba aburriendo en el baile, idea aterradora cuando ella estaba a punto de derretirse de placer. Suplicó mentalmente no haberse equivocado tanto, mientras una parte más lógica de su cerebro le recordaba que la distancia era lo mejor que podía suceder entre ellos.
Por fin llegaron a la puerta de la suite. Matt miró a Flora que parecía aturdida y temblorosa y se dijo que no debía tocarla. Abrió la puerta y entraron a la habitación principal, mientras Flora agradecía la penumbra para disimular su deseo.
Matt cerró la puerta con precaución innecesaria y se volvió hacia el rostro pálido y luminoso de la joven. Había llegado el momento de enseñarle su habitación.
– Flora -dijo en lugar de lo previsto y alargó las manos hacia ella-. Flora -repitió, abrazando su cintura, con la voz temblando de deseo.
Flora sintió que su corazón saltaba y su cuerpo ardía de anticipación y resistió el deseo contradictorio de besarlo y salir corriendo para siempre. Al día siguiente se arrepentiría, pero aquella noche tomaría cualquier cosa que Matt le diera, con tal de volver a besarlo. La tensión iba a volverla loca si no lo hacía pronto.
Matt tomó su rostro con las manos e inclinó la cabeza mientras Flora cerraba los ojos, aliviada.
Y en aquel instante, justo cuando los deseados labios iban a rozar los suyos, una voz risueña y juvenil exclamó:
– Matt, ¿eres tú, cariño?
Y un instante más tarde, las luces se encendían y una mujer asomaba por la puerta opuesta de la suite.
Las manos de Matt se habían congelado en el aire y miró a los ojos de Flora, enormes y muy oscuros, antes de reprimir un gemido y darse la vuelta.
– Madre -dijo con un esfuerzo audible-. ¿Cómo has entrado?
– Me dejaron entrar, por supuesto, cariño. Ya sabes que siempre me hospedo aquí cuando estoy en Londres y no estaban nada sorprendidos de verme.
Nell Davenport avanzó hacia ellos, radiante. Por lo que Matt le había contado, Flora había imaginado una altiva y dura mujer de sociedad, aterradoramente perfecta y egoísta. Nell no era así en absoluto. Sin duda llevaba un traje caro, pero era pequeña y frágil, con un hermoso pelo plateado y una sonrisa amable.
– Y no me digas que no me esperabas -dijo a su hijo que no se había movido-. Ya sabías que no podría esperar para conocer a Flora.
Alzó el rostro hacia él y Matt, que la hubiera estrangulado sin arrepentimiento, la besó en la mejilla.
– Y tú debes ser Flora -afirmó, moviéndose con gracia hacia la joven que se había quedado petrificada ante la aparición y que seguía mareada por la anticipación del beso.
Logró sonreír sin embargo y se dejó abrazar por la madre de Matt.
– No te pareces nada a lo que imaginaba -dijo ésta sin pudor mientras la observaba-, pero no puedes imaginarte lo contenta que estoy.
– ¡Madre! -la interrumpió Matt-. No te esperaba hasta el miércoles -no pudo evitar hablar con tono acusatorio.
– Ya lo sé, cielo, pero estaba comiendo con Leonie Greenberg ayer, ¿o ha sido hoy? Tengo un lío tremendo con el tiempo. En fin, le estaba contando lo feliz que era por tu boda y todo eso, y ella dijo que no sabía cómo podía esperar a conocer a Flora y entonces me di cuenta de que por supuesto no podía esperar, así que me fui a casa, recogí tres cosas para venirme y salté al primer avión. ¡Y aquí estoy! -terminó triunfalmente.
– Pero, ¿no tenías un viaje a Italia?
– Me iré de aquí a Roma, como estaba previsto. Eso significa que tenemos cuatro días para estar juntos, nada de una noche -sonrió a ambos y ante sus expresiones asustadas, preguntó-: ¿Hay algún problema?
Matt tenía un tic muscular en la mejilla. Aquello era típico de su madre, se dijo con rabia, no respetar ningún acuerdo ni horario. En aquel momento podría estar besando a Flora y tendría toda una noche para romper con ella todas sus severas resoluciones.
– No es muy conveniente -dijo con sequedad.
– Oh, qué tontería -dijo su madre-. ¿Cómo va a ser inconveniente si vives en un hotel con un cuarto libre? ¿O vas a decirme que Flora iba a dormir en el dormitorio de invitados?
Y al oír su nombre, Flora logró al fin recuperar el habla.
– Será mejor que yo me vaya a casa -dijo tímidamente-. Querrás estar a solas con Matt.
– No, ni hablar -dijo Nell con franqueza, con los ojos llenos de chispas-. Matt se pondrá insoportable, sobre todo si cree que te he obligado a marcharte. No hace falta que te vayas del cuarto de Matt por que yo haya llegado -le aseguró con una palmadita-. No soy tan anticuada. Además, así estaremos los tres juntos y tú y yo tendremos más oportunidades de llegar a conocernos, ¿no crees?
Flora, incapaz de pensar con rectitud, se limitó a sonreír débilmente y mirar a Matt de reojo. Éste miraba a su madre como si pensara que tortura aplicarle.
– ¿Por qué estamos aquí de pie? -dijo Nell con alegría-. ¡Tenemos tanto qué celebrar! Matt, corazón, pide que traigan una botella de champán.
– Es la una de la mañana, madre -dijo Matt sin despegar los dientes. Flora parecía desencajada por el encuentro y no se lo reprochaba-. A lo mejor tú no estás cansada, pero Flora sí lo está.
– Oh, querida, y yo que me moría por charlar un buen rato.
Su idea de charla era sin duda un interrogatorio sobre la vida de Flora, su encuentro y sus planes de boda, pensó Matt con rencor.
– Podéis hablar por la mañana -dijo Matt y tomó del brazo a Flora-. Ahora, Flora se va a la cama.
Flora sintió una inmensa gratitud hacia Matt. Nell la besó a su pesar y prometió que por la mañana hablarían largo y tendido, aunque su promesa sonó como una amenaza a oídos de la joven.
Su alivio por haber escapado al empeño de Nell de celebrar su falso compromiso duró hasta que Matt la llevó al lado opuesto de la suite, dónde él dormía. Hubieran terminado allí de todos modos, se dijo Flora, pero de forma muy distinta, si todo hubiera seguido su curso.
Pero la magia del momento se había roto y volvían a la realidad de su simulacro. Matt le señaló su bolsa, con un aire tan frío y distante que Flora de nuevo tuvo que preguntarse si no había interpretado mal la escena anterior.
Hubo un silencio incómodo.
– Siento todo esto -dijo Matt por fin-. No quería que saliera así.
– No es culpa tuya -comentó Flora con la misma rigidez.
Estaba junto a la puerta y parecía muy vulnerable. Matt deseó tomarla en brazos, pero de pronto temió que Flora pensara que se estaba aprovechando de ella. En realidad había deseado aprovecharse de ella, reconoció con cierta culpa. Al fin y al cabo, él era el jefe. Quizás Flora se había sentido forzada a seguirle el juego.
– Dormiré en el sofá -dijo bruscamente.
Herida por su actitud casi hostil, Flora decidió mostrar que le daba lo mismo dónde durmiera.
– No hace falta -dijo fríamente, señalando la cama inmensa que dominaba el cuarto-. Es lo bastante grande para los dos, y sé que eres un caballero -logró sonreír aunque le dolió hacerlo-. No me molesta compartir la cama.
Matt estaba seguro de que iba a volverse loco, pero no podía decirlo cuando Flora estaba mostrando tan a las claras que había decidido olvidar el curso que estaban tomando los acontecimientos antes de la aparición de su querida madre.
– Muy bien -dijo-. Pues te dejo que te cambies -antes de salir, añadió-: El baño es esa puerta. Voy a visitar a mi madre, a ver si consigo convencerla de que se acueste.
Salió, cerrando la puerta y Flora se encontró sola en la suite. Mientras se lavaba la cara y los dientes se intentó convencer de que no era peligroso compartir la cama y que no iban a lanzarse el uno en brazos del otro. Cada uno se quedaría quietecito en su lado. Eso era todo.
No iba a suceder nada.