Capítulo 8

Sólo Nell disfrutó de la velada teatral. Flora había logrado hacerse con unas entradas para el musical de moda, pero su concentración era la misma que si hubiera estado mirando la pantalla apagada de un ordenador. Sólo tenía conciencia de la presencia de Matt, sentado junto a ella en la oscuridad.

Había estado de pésimo humor toda la tarde y Flora estaba cada vez más deprimida. Era una buena cosa que hubiera dejado claro que sólo le interesaba viajar y que por nada del mundo iba a cometer la estupidez de enamorarse de él, pero durante aquella tarde tuvo que contenerse en varias ocasiones para no correr y contarle que no era cierto que estuviera reconciliándose con su ex-novio, que no tenía la intención de reunirse con él en Singapur.

Matt tampoco estaba muy interesado por el espectáculo. Los actores cantaban y bailaban incesantemente mientras él se decía que en tres días su madre se marcharía a Italia y todo habría terminado. Flora regresaría a su caótico piso compartido y él tendría el hotel para sí. Paige volvería pronto y Flora se marcharía de viaje con su novio y todo estaría olvidado… O no.

De alguna forma lograron superar la velada. Nell se ocupó de la conversación durante la cena y para alivio de Matt simuló ignorar el ambiente tenso, aunque en varios momentos se dio cuenta de que lo miraba con aquella mirada divertida y lúcida que siempre le ponía nervioso.

Por fin regresaron al hotel. Como no tenían el enfado para defenderlos de la intimidad del cuarto, se refugiaron en una cortesía de extraños en el compartimento de un tren. Matt permaneció con los ojos abiertos mucho tiempo, intentando recordar por qué motivo había decidido seguir soltero, mientras Flora daba vueltas en la cama y se imaginaba bajando del avión en Singapur y viendo a Seb. Hizo los mayores esfuerzos para que la idea le resultara atractiva, pero había perdido todo brillo.

– Será mejor que te regale un anillo -dijo Matt rompiendo el silencio mientras iban juntos a la oficina-. Tengo la sensación de que mamá no está tan convencida de nuestro numerito. Puede que unos diamantes hagan el resto.

Habían quedado a comer con Nell, así que llevó a Flora a una joyería de camino al restaurante. Caminaron unas calles por el centro antes de llegar a una tienda pequeña, discreta y seguramente carísima, aunque nada tan vulgar como un precio perturbaba la hermosura brillante de las gemas.

Flora se sentó mientras Matt miraba con ojos de conocedor los anillos.

– ¿Probamos éste? -propuso, eligiendo un anillo espectacular de zafiros y diamantes.

Nada podía ser menos propio de un amante como la forma en que tomó su mano y le puso el anillo. Le quedaba perfecto y Matt gruñó su aprobación.

– ¿Te gusta?

¿Importaba algo que le gustara o no? Flora miró el anillo y se preguntó cómo se sentiría si la comedia fuera verdad y Matt le estuviera comprando el anillo como prueba de amor, y no para engañar a su madre.

– Es bonito -dijo y miró a Matt que tenía una expresión tan ilegible como intensa. Flora se quedó sin aliento ante su mirada y sus ojos azules quedaron prendados de los de Matt, y durante un tiempo eterno se miraron, sin sonreír, casi con odio, hasta que algo empezó a temblar dentro de Flora. Pero de pronto el joyero tosió discretamente. Matt se dio la vuelta y todo había terminado.

– Te lo devolveré en cuanto tu madre se vaya, claro -dijo Flora cuando se encontraron en la calle.

Matt iba caminando rápido, con la mandíbula apretada para ocultar el hecho de que se encontraba inquieto, desasosegado como no lo había estado nunca. Sólo había pretendido completar la comedia ante su madre con un toque realista, pero algo había sucedido en la tienda. Algo relacionado con la imagen de Flora con el anillo, con la mirada de sus ojos azules. Como si de pronto todo le hubiera parecido diferente. Como si el menor detalle pudiera hacerle perder el control. Una sensación que Matt odiaba.

– Puedes quedártelo -dijo pensando en otra cosa.

– No puedo hacer eso -Flora lo miró con horror, mientras corría a su lado para no quedarse atrás-. ¡Es demasiado caro!

Matt sabía que no tenía ni idea de hasta qué punto era caro, y no pensaba decírselo.

– Considéralo una bonificación por horas extras -dijo de mal humor-. Si mi madre se marcha convencida de nuestro compromiso, te lo habrás ganado.

Nell les esperaba ya en el restaurante y se fijó en el anillo antes de verlos a ellos.

– Oh, es una belleza -exclamó, tomando la mano de Flora para admirarlo de cerca-. ¡Debe encantarte, Flora!

– Sí -dijo ella con la voz ronca-. Me encanta.

– Espero que estés satisfecha -dijo Matt tomando asiento.

– Oh, desde luego -Nell ignoró la ironía de su voz-. Es perfecto. ¿No te alegra que te empujara un poco en la buena dirección?

– Si es que puede llamarse «empujar un poco» a mostrarme cada cartel de joyas de la ciudad, arrastrarme a cada joyería de Londres y dejar caer la palabra «anillo» en la conversación una vez cada minuto.

Pero Nell no le escuchaba. Estaba mirando a Flora con curiosidad.

– Es absolutamente maravilloso -insistió-. Tienes suerte, Flora.

Esta se obligó a sonreír.

– Lo sé -dijo y era verdad. Nunca había tenido algo de tanto valor. Tendría que haberse sentido feliz.

– ¿Te habrá dado las gracias como mereces? -preguntó Nell burlándose de Matt. Este sucumbió a la tentación y acarició la barbilla de Flora.

– Ahora que lo dices, creo que no -dijo suavemente y se permitió mirar los profundos ojos azules-. ¿De verdad te gusta? -lo preguntó con tanta sinceridad que Flora hubiera jurado que su respuesta le importaba de verdad.

– Me encanta -dijo-. Gracias.

Y porque las palabras sonaban a poco, porque era lo que hubiera hecho una novia y porque tenía ganas de hacerlo, Flora tomó la mano de Matt y la besó, antes de reclinar la cabeza sobre su hombro.

Cuando éste giró la cabeza hacia ella y sus bocas se encontraron, sólo pretendía ser un beso ligero, pero la sorpresa de los sentidos les asaltó con familiar intensidad.

La boca de Matt era tan cálida, tan conocida y segura, tan perfectamente adecuada que Flora se deshizo en el beso y cuando al fin se separaron para respirar, los dos se miraron con temor de leer en los ojos del otro la extraordinaria dulzura del beso compartido.

Nell parecía encantada.

– Esto merece champán -declaró y llamó al camarero-. Oh, por cierto, ¿os molesta si no me marcho el jueves? He pensado que podría quedarme unos pocos días más.

– ¿Cómo? -Matt había olvidado la presencia de su madre y su última declaración le hizo saltar.

– Me lo estoy pasando tan bien -dijo Nell-. Y como estáis todo el día en la oficina, apenas he podido veros. No te molesta, ¿verdad, Flora?

Se giró hacia la joven, cambiando la línea de ataque.

Flora miró con impotencia a Matt.

– ¿Qué pasa con tus amigos de Italia? -dijo éste, buscando argumentos, pero su madre hizo un gesto displicente con la mano.

– Van a estar todo el verano y puedo unirme a ellos cuando quiera. Sólo tengo que llamarlos. Pero si os parece demasiada molestia -prosiguió con un leve suspiro de martirio-, por supuesto debéis decirlo.

– No eres ninguna molestia -dijo Flora, y qué otra cosa podía hacer-. Nos encanta tenerte aquí.

– ¿No te importa seguir con la farsa? -le preguntó Matt más tarde nada más volver a la oficina-. Si quieres que lo dejemos, lo comprenderé.

– No, no me importa -respondió Flora y alzó su anillo-. Y además, aún tengo que ganarme la bonificación.

– ¿Segura? -Flora asintió-. Te pagaré lo mismo que acordamos.

Pero Flora tenía un gesto firme.

– No quiero más dinero. Ahora lo haré por tu madre -intentó sonreír y parecer risueña-. Además, ya he ganado lo suficiente como para dar la vuelta al mundo, empezando por Australia. ¿Qué más puedo pedir?

La pregunta retórica creó un silencio tenso entre ellos. Matt miró por la ventana.

– ¿Significa eso que ya no vas directamente a Singapur?

Flora miró a su vez en dirección a la calle.

– No tengo ninguna razón particular para ir allí.

Hubo una larga pausa. Flora miró de soslayo en el preciso instante en el que Matt la miraba e intercambiaron unos segundos de indecisión. Matt, sin razón alguna, se sintió de pronto mucho mejor.

Flora dedicó la tarde a recuperar el tiempo perdido durante la comida, de manera que no salieron de la oficina hasta las ocho.

– Y ahora nos espera un sermón de mamá sobre lo malo que es trabajar tanto -dijo Matt mientras le abría la puerta de la suite.

Pero Nell estaba esperándolos, lista para salir a la calle.

– ¡No sabes a quién me he encontrado esta tarde, Matt! -exclamó la mujer besando a su hijo-. ¡Los Lander!

– Qué bien -dijo Matt que no tenía ni idea de quiénes eran.

– ¿No es fantástico? -asintió Nell, complacida-. Me han invitado a cenar para charlar un poco. Sé que no os importa, así podréis estar un rato a solas. Oh, es tardísimo -añadió besando rápidamente a Flora-. ¡Tengo que correr!

– Si tenía tantas ganas de que estuviéramos a solas, ¿por qué se ha empeñado en quedarse una semana más? -masculló Matt nada más cerrar la puerta-. A veces, la mataría -suspiró y fue hacia el salón donde Flora esperaba, sin saber muy bien qué hacer-. Claro, que de nada serviría. Podría poner mis manos alrededor de su garganta y ella diría «¡No sé por qué te lo tomas todo tan a pecho, querido!».

Imitó a su madre con tan malvada perfección que Flora se echó a reír y una vez que empezó, siguió riendo. Matt la miró un instante con sorpresa, pero las carcajadas eran contagiosas y se puso a reír también.

– ¡Para ti es gracioso! -dijo-. Como no es tu madre.

Flora logró hablar:

– Es una maravilla.

– No es una maravilla -dijo Matt-. Se impone una semana para estar con nosotros y ¿qué es lo primero que hace? Se las arregla para encontrarse a no sé quién y dejarnos solos.

– A lo mejor lo hace por discreción -la defendió Flora que seguía sonriendo y cometió el error de mirar a Matt a los ojos. Al instante, la idea de lo que estarían haciendo si fueran realmente amantes abandonados a solas por discreción materna vibró en el aire como una imagen virtual.

Matt debió sentir lo mismo, pues su sonrisa se borró lentamente. Habían logrado superar la increíble tensión erótica nacida durante el beso del restaurante, la percepción aguda, casi dolorosa, de cada gesto del otro, pero allí estaba de nuevo, temblando en el aire y deslizándose por sus venas.

– Bueno -Matt fue el primero en romper el contacto-. Parece que tenemos la noche libre. ¿Quieres salir a cenar fuera?

– No tengo hambre -dijo Flora.

– Yo tampoco.

Hubo otra pausa llena de sobreentendidos, y después ambos hablaron a un tiempo.

– Podría…

– Yo…

Ambos se pararon.

– Habla tú -dijo Matt.

– Sólo iba a decir que me gustaría ducharme -vaciló-. ¿Te parece bien?

– Claro -Matt miró a su alrededor como buscando inspiración-. Yo iba a ofrecerte algo de beber y pensaba ponerme a trabajar después.

Flora declaró que ella leería y fue a ducharse, esperando que la tensión nerviosa partiera con el agua. Pero seguía viendo a Matt como si estuviera en el baño con ella, tan cercano que el deseo le atenazó la garganta y corrió por sus venas, persiguiendo las pulsaciones de su cuerpo.

En el salón, Matt miraba por la ventana la oscuridad de Central Park e intentaba desterrar la imagen de Flora desnuda de su mente. Escuchaba el agua caer, y la veía bajar por sus senos, entre sus muslos, y tuvo que ponerse un segundo whisky para romper el hilo de sus pensamientos.

Más tarde, se instalaron en sofás separados, lo más lejos posible el uno del otro, y pretendieron estar enfrascados en sendas lecturas. Flora había leído la misma frase siete veces sin que nada entrara en su cerebro, pendiente de cada pequeño movimiento de Matt. Cada vez que tomaba su vaso, o volvía las páginas, el deseo la asaltaba hasta dejarla exhausta.

No quería mirarlo, pero sus ojos se deslizaban hacia él, como atraídos por una fuerza oscura, hasta que Matt la miraba a su vez y ambos retiraban velozmente las miradas, temerosos de cualquier revelación.

Matt leía un informe sobre la expansión comercial en Asia, pero lo único que veía era la imagen de Flora haciéndole burla desde las páginas. No iba a ver a Seb a Singapur. La noticia había sido como un tambor sonando en su interior toda la tarde y a duras penas si conseguía despegar los ojos de ella.

Se había puesto una falda corta y una camiseta con uno de sus jerseys amplios que revelaban un hombro dorado como una duna bajo el sol. Tenía el cabello suelto y revuelto. Y mientras leía, Matt iba recorriendo su mandíbula, sus mejillas, la línea de sus cejas y de sus labios, y lo único en lo que podía pensar era en llevarla a la cama y hacer el amor con ella durante toda la noche.

El aire estaba tan cargado de electricidad que Flora sentía que cada gesto creaba centellas y el silencio entre ellos era intenso, antinatural, como si el otro pudiera oír la sangre circular por sus venas y el discurrir errático de sus pensamientos. ¡Iba a volverse loca si aquello continuaba!

Incapaz de soportar la tensión, Flora se puso en pie.

– Me voy a la cama -dijo, asustada al escuchar la nota aguda en su voz.

Matt se levantó al instante.

– ¿No es bueno tu libro?

– No… no me concentro mucho -reconoció Flora sin aliento.

– Yo tampoco puedo concentrarme -dijo Matt.

– ¿Oh? -la pregunta no formulada de Flora sonó desesperada a sus propios oídos.

– ¿Quieres saber por qué?

– ¿Por qué? -murmuró Flora y la sangre empezó a palpitar de nuevo ante la expresión de los ojos de Matt.

– Porque no dejo de pensar en lo que sentí al besarte esta tarde -dijo-. Porque no dejo de pensar en besarte de nuevo.

Flora no podía hablar. Sentía que le habían retirado el aire para respirar y que el suelo bajo sus pies estaba a punto de ceder y precipitarla a un abismo tan peligroso como irresistible.

Lo único que pudo hacer fue mirar a Matt y éste leyó la respuesta en su cara y fue hacia ella, lentamente, y con la misma lentitud, tiró de su jersey hacia abajo, hasta desnudar sus hombros.

– Pero creo que no sería buena idea -prosiguió con dulzura, aunque sus manos acariciaban los brazos desnudos de Flora. Sentía el estremecimiento de la mujer bajo su caricia-. ¿Qué opinas? -preguntó con perversidad.

Flora tuvo que tragar saliva.

– Probablemente no sería buena idea -susurró mientras Matt le acariciaba la clavícula con aire ausente.

– ¿Crees que luego nos impedirá trabajar en la oficina? -sugirió apartando el cabello de Flora antes de inclinarse a besar la suave curva del cuello.

Flora jadeó al sentir el contacto de sus labios.

– Puede ser -dijo con dificultad mientras la boca de Matt se entretenía en su garganta antes de subir hacia su oreja. Incapaz de controlarse, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás con un gemido de placer.

– Los dos estamos de acuerdo en que no queremos compromisos -murmuró Matt sin dejar de besarla.

– Sí -dijo Flora con un suspiro cuando los labios de Matt rozaron su lóbulo.

– Tú quieres viajar y yo quiero dedicarme a mi trabajo -prosiguió él, sin atender a la forma en que su voz y sus besos estaban disolviendo los huesos de Flora-. Mi madre no está aquí, así que no hace falta que disimulemos.

– No -gimió Flora y se dejó ir contra él, sintiendo que Matt sonreía contra su piel.

– ¿Así que sería mejor que dejara de pensar en besarte y regresara a mi informe?

– Sería… más sensato -declaró Flora sin voz, sintiéndose vacía por el deseo, sin otra idea en mente que la proximidad de la boca de Matt.

La tensión erótica subía en ella con cada nuevo roce y caricia y sólo deseaba que siguiera siempre.

– Entonces deberíamos olvidar esto -dijo Matt contra su oído.

– Ya sé -Flora tembló, y le pasó las manos por el cuello, y puso los labios contra su mejilla y luego fue acercándose a su boca.

– Debemos parar -dijo de nuevo y sintió el hoyuelo en la mejilla de Matt cuando éste sonrió de nuevo.

– Lo malo es -Matt rozó su boca una sola vez, resistiéndose-… Lo malo es, Flora, que no creo que pueda parar ahora.

Sus labios empezaron a rozarla, jugando, atormentándola con su dulzura, obligándola a dejarse ir contra él.

– Pero lo dejaré si me lo pides -susurró Matt, que ya no sonreía-. ¿Quieres que pare?

Debía decir que sí, antes de perderse.

– No -dijo y se dejó ir del todo, abrazándolo-. No quiero que pares.

Matt tomó su rostro entre sus manos y la miró con una expresión de triunfo y alivio, y algo más que Flora no supo identificar antes de que la besara y dejara de pensar.

Era el beso con el que había soñado desde que se conocieron: un beso profundo, hambriento, excitante, que les arrastró hasta el borde del frenesí. Flora acarició a Matt, buscó los botones de su camisa y empezó a desabrocharlos con gestos impacientes.

– Vamos a la cama -dijo él con la voz trastornada, pensando en que su madre podía entrar en cualquier momento.

La tomó de la mano y la llevó hasta el cuarto, cerrando la puerta tras ellos. Se apoyó en la puerta y abrazó a Flora, con urgencia, antes de besarla de nuevo y besándola siempre, sin permitir que se separara, llevándola hasta la cama, donde cayeron juntos.

Matt se quitó la camisa, tirándola al suelo. Flora, temblando de excitación, comenzó a acariciarlo, sintiendo la delicia de su piel caliente y suave, estremeciéndose bajo sus manos. Era una maravilla poder tocarlo al fin, hartarse de morderlo y acariciarlo, explorarlo sin pudor.

– Flora -Matt se separó unos centímetros para ser capaz de hablar-. ¿Estás segura de que quieres esto?

Flora se inclinó sobre él para besarlo.

– Estoy segura -dijo y sonrió.

Entonces, Matt dejó de controlarse y acarició sus costados y sus caderas, y las piernas largas hasta las rodillas y de nuevo los muslos calientes bajo la falda corta. Flora siguió besándole el cuello y preguntó:

– ¿Y tú, estás seguro?

La caricia de Matt sobre su muslo se detuvo y la miró.

– Nunca he estado más seguro de algo.

– Bien -Flora no tuvo que decir nada más. Se quitó la camiseta con un gesto rápido y Matt buscó el broche de su sostén y se lo quitó con habilidad. Durante unos instantes la miró y luego la acercó a él, tomándola por las caderas.

Flora contuvo la respiración al sentir los labios de Matt sobre sus senos y echó la cabeza atrás, sintiendo que el calor la invadía. Sus labios y lengua pasaban de un seno a otro, mordisqueándola y haciendo que pequeñas llamas de placer recorrieran su cuerpo hasta hacerla gemir y pedir inarticuladamente que siguiera.

Al contemplar su enardecimiento, Matt buscó la cremallera de la falda, haciendo que ésta cayera con facilidad. Y por fin, tras quitarle la ropa interior, la tuvo desnuda, bajo él, y paseó sus manos posesivas por el cuerpo de Flora hasta que sintió que no podía aguantar más. Se levantó un segundo para quitarse sus propios pantalones y en ese instante se miraron, pero Matt volvió inmediatamente a abrazarla, cerrando toda distancia entre ellos.

La sensación de las pieles unidas era tan fuerte que Flora lanzó una exclamación de sorpresa y Matt sonrió mientras se ponía sobre ella.

– Esto es lo que he deseado toda la noche -dijo-. Y la noche anterior. Y la otra -la acarició los senos y las caderas, besándola en la garganta-. No he podido dormir. No dejaba de pensar en besarte y tú ahí durmiendo tan tranquila.

– Yo era la que no podía dormir -protestó Flora casi sin aliento-. ¡Tú roncabas!

– Ni una vez -rió Matt y Flora sintió que su alegría era tan grande que se inclinó para besarlo en los labios-. Y tú, ¿por qué no dormías?

– Pensaba en ti -dijo Flora-. Me preguntaba qué pasaría si daba una vuelta y te ponía la mano en la espalda.

– ¿De verdad?

Flora asintió bajo sus besos.

– Me preguntaba durante horas qué harías si me acercaba y te tocaba así -le acarició la espalda y la cintura-. Y así -deslizó la mano para acariciar su enardecimiento y sonrió al sentir el gemido de Matt-, y así… y así…

– ¿Por qué no lo hiciste? -preguntó Matt con la voz ronca.

– No estaba segura de que te gustara -confesó Flora, y Matt le sonrió con una expresión que disolvió cualquier duda e hizo que los sentidos de Flora saltaran en gloriosa anticipación.

– Pues ya sabes que te equivocabas -dijo-. ¿O aún tengo que probártelo?

– No tienes que hacerlo -dijo Flora simulando seriedad-. Pero sería amable por tu parte -y entonces Matt la abrazó y la besó, y sólo pudo añadir antes de hundirse en las sensaciones-: Sería muy amable…

Загрузка...