Capítulo 1

– Aquí llega -el piloto señaló el coche negro que acababa de aparecer en dirección a la terminal. Había estado charlando con Flora apoyado en la escalerilla del aparato, pero al ver el auto se puso recto-. Será mejor que me prepare. A Matt Davenport no le gusta que le hagan esperar -le guiñó un ojo-. ¡Buena suerte!

– Gracias -dijo Flora con voz débil mientras el piloto subía por la escalerilla del avión. Observó el coche elegante con desmayo. Si otra persona volvía a desearle suerte en su trato con Matt Davenport, empezaría a ponerse realmente nerviosa.

Un viento, inesperadamente frío para estar a finales de mayo, revolvió su cabello y Flora se lo apartó, mientras bailaba sobre sus pies para entrar en calor, deseando haberse puesto una chaqueta de invierno. Llevaba mucho tiempo sin levantarse tan temprano y esperaba que no fuera un hábito del señor Davenport empezar a trabajar a las siete de la mañana.

El coche se detuvo exactamente delante de la escalerilla y el chofer descendió ágilmente para abrir la portezuela del pasajero. Flora dejó de moverse y procuró parecer alerta y eficaz mientras un hombre con un maletín bajaba del coche. Lo miró con cierta sorpresa. Era joven y tenía una expresión ansiosa, casi nerviosa. Sin duda, no se trataba del tiránico Davenport del que todo el mundo parecía recelar.

No era él. Un segundo después otro hombre bajó del coche y, aunque Flora nunca lo había visto, supo sin lugar a dudas que aquel era Matt Davenport. Era un hombre alto y moreno, y hablaba por un teléfono móvil de manera que su rostro permanecía medio oculto. A pesar de ello, emanaba de él poder, estaba presente en la forma arrogante de sus hombros, en su paso lleno de energía, en el gesto impaciente con el que indicó al joven del maletín que se apresurara.

«No te preocupes, podré con él». Flora recordó su promesa a Paige, formulada unas horas antes. Ya no estaba tan segura de sus fuerzas. Si alguien parecía capaz de domar al mismo demonio, ese era Davenport.

Se detuvo un momento para dar órdenes al hombre joven y después, siempre hablando por teléfono, se dirigió hacia Flora, que se puso recta y preparó su mejor sonrisa.

Pero el hombre de negocios pasó a su lado, camino de la escalerilla sin apenas mirarla. La sonrisa de Flora se convirtió en una mueca de asombro.

– ¡Señor Davenport! -exclamó, corriendo tras él.

– ¿Usted quién es? -dijo éste apartando el teléfono de su oído, pero sin detenerse.

– Soy Flora Mason, su nueva secretaria -dijo ésta sin aliento. No era fácil caminar a su paso mientras sostenía su bolsa y se apartaba el cabello de la cara para poder hablar-. Quedé en verlo aquí.

Matt Davenport se detuvo al pie del avión y bajó el teléfono. No podía ver gran cosa de la joven que corría tras él salvo que tenía un montón de pelo. La miró durante unos segundos antes de subir las escaleras.

– ¿Es usted lo mejor que han podido enviarme?

– Sí… esto… Me pidieron que hiciera la prueba hoy -dijo Flora, subiendo de dos en dos los escalones tras él-. Paige me recomendó -añadió con una punzada de desesperación-. Me dijeron que necesitaba a alguien para reemplazarla un tiempo.

Matt se detuvo tan bruscamente en lo alto de la escalerilla que Flora casi choca con él.

– ¿Es la amiga de Paige? -no podía creerse que aquella joven desastrada tuviera algo en común con su elegante, discreta e impecable secretaria personal.

– Sí -Flora estaba sonrojada y se había quedado sin aliento por la subida. Hizo un último intento por controlar su melena-. Ella sugirió mi nombre a su departamento de personal y me llamaron ayer.

Matt le dedicó otra mirada hiriente y luego masculló:

– ¡Debían estar desesperados! ¿Sabe taquigrafía?

– Sí, pero…

– ¿Habla francés?

– Sí.

– Está bien -dijo de golpe-. Veremos cómo se las arregla hoy. Es demasiado tarde para buscar otra persona.

Con esto, se giró y entró en el avión, siempre hablando por el teléfono e ignorando por completo la sonrisa de bienvenida de la azafata.

¡Simpático tipo! Flora empezaba a comprender por qué todos hacían una mueca al oír el nombre de Davenport. A pesar de todo, había pasado la primera prueba. Se detuvo en la cabina del avión donde se encontró con la mirada comprensiva de la azafata que le dijo con una sonrisa:

– ¡Buena suerte!

Y cerró la puerta a sus espaldas.

Flora nunca había estado en un jet privado y contempló el interior con curiosidad. No se parecía a los aviones normales. Todo era color crema y estaba muy limpio, los asientos eran enormes y mullidos, invitando al descanso. Lo único que estropeaba el ambiente de lujo y riqueza era el dueño.

Matt Davenport había elegido un asiento frente a ella. Puesto que ya no tenía el pelo en los ojos, pudo mirarlo con calma. Había algo amenazante y oscuro en su aspecto, e incluso en el interior de un traje gris inmaculado resultaba demasiado fuerte y agresivo para el entorno del avión. Tenía un rostro duro, con rasgos fuertes y oscuros, y un gesto de voluntad incansable que era lo opuesto al humor vago y más bien frívolo de Flora. Era una pena, se dijo ésta, admirando su boca y se preguntó cómo sería al sonreír. Si es que alguna vez sonreía.

– Dile que ocho millones es la última oferta -decía al teléfono. Escuchó un instante con expresión de impaciencia-. ¡Hazlo! -gritó y colgó el teléfono sin una palabra de despedida.

Alzó la vista y se encontró con Flora mirándolo desde el otro extremo de la cabina.

– ¡Usted! ¿Cómo ha dicho que se llama?

– Flora Mason.

– ¿Y qué hace ahí parada? -señaló con el móvil el asiento frente al suyo-. Vamos, siéntese.

– ¡Sí, señor! -dijo Flora en voz tan baja que no lo oyó.

Matt la contempló con ecuanimidad mientras se acercaba por el pasillo. No era una belleza, pero no estaría mal si se hubiera arreglado un poco. En aquel momento, estaba desastrosa, con el cabello revuelto y la ridiculamente inapropiada indumentaria que se había puesto. Una camiseta sin mangas, una chaqueta arrugada encima y una falda rosa, nada menos, que le llegaba unos centímetros más arriba de lo que hubiera sido discreto. Sin duda tenía bonitas piernas, pero hubiera preferido que llevara uno de los trajes de chaqueta clásicos que se ponía Paige.

Le molestó igualmente la forma desenvuelta con la que tomó asiento frente él. En lugar de materializar un bloc de notas y esperar quietecita y calladita a que él hablara, se puso a revolver su enorme bolso hasta sacar un cepillo. Bajo los ojos asombrados de Matt, echó la cabeza hacia abajo y comenzó a cepillarse el pelo con vigor.

– Ya está mejor -dijo cuando echó la cabeza hacia atrás, sonriendo con frescura.

Matt se encontró mirando unos ojos azules y directos y tuvo que contener una exclamación de sorpresa. De pronto ya no le parecía una joven tan ordinaria.

Pero no le devolvió la sonrisa. Le había desconcertado y a Matt no le gustaba esa sensación.

– Paige me dijo que tenías mucha experiencia -afirmó con el ceño fruncido.

Curioso. Flora siempre había pensado que los americanos tenían voces cálidas y hermosas. La de Matt era fría y tan dura como sus ojos verde grisáceos. Era una pena, porque con una boca como la suya, le correspondía tener una voz llena de calor. Pero tampoco se iba a casar con él, sólo tenía que aguantarlo un par de meses.

– Y así es -dijo Flora y se puso recta, intentando parecer una secretaria experimentada, aunque no tenía la menor idea de cuál era el modelo. En realidad tenía experiencia, sólo que más amplia que profunda, por así decirlo.

Era obvio que Matt no la creía.

– No me pareces una secretaria de primera -dijo brutalmente.

– Ya sabe lo que dicen sobre las apariencias -replicó Flora con frialdad.

– Pues no -dijo él y abrió su maletín para buscar el informe que Paige le había hecho sobre su amiga inglesa-. ¿Qué dicen?

– Ya sabe, lo engañosas que pueden ser -insistió Flora.

Aquello le obligó a mirarla. Flora siempre se había preguntado qué era una mirada penetrante, pero allí la tenía. Sintió que la mirada fría la estaba horadando el cerebro.

– Sin duda engañan, si lo que quieres decirme es que alguna otra compañía de reputación te ha contratado como secretaria del presidente -dijo con voz cortante-. Basta mirarte. Tienes el pelo revuelto, llevas una chaqueta arrugada, tu falda es demasiado corta y nunca, nunca, he visto a una secretaria venir al trabajo con una camiseta sin mangas.

Flora se inclinó hacia adelante.

– Bueno, usted sabrá más que nadie sobre apariencias engañosas -replicó-. Paige me dijo que era un hombre muy simpático y que era agradable trabajar con usted.

Durante unos segundos, Matt no pudo creerse lo que había oído. Las secretarias solían quedarse boquiabiertas ante él, algunas incluso temblaban, pero ninguna se había atrevido nunca a responderle en ese tono.

– No me dijo que fueras una impertinente -dijo en tono amenazante.

– Tampoco me dijo a mi que carecía de sentido del humor -replicó Flora sin poder evitarlo, mirándolo con desafío.

– ¿Quieres o no este trabajo? -preguntó Matt.

Flora se acordó entonces de su amiga, un poco tarde. Paige la había llamado para decirle que no podía desplazarse a Inglaterra y le había suplicado:

– Por favor, Flora. Mamá entra en el hospital la semana que viene y suponiendo que todo vaya bien, no podrá valerse en dos o tres meses. No puedo dejarla sola, y el señor Davenport quiere estar en Europa para cerrar un negocio y necesita una secretaria.

– Pero, Paige -había protestado Flora-. Elexx es una organización muy importante. Incluso yo he oído hablar de ella. No me puedo creer que su presidente tenga dificultades para encontrar secretaria. ¿Por qué no utiliza otra persona de su personal de Nueva York?

– Podría hacerlo -suspiró Paige-. El caso es que Matt Davenport no es el hombre más fácil del mundo. ¡No me malinterpretes! -prosiguió antes de que Flora hablara-. Es encantador, pero puede ser muy… exigente, supongo. Desde que está en Londres ha probado con cinco secretarias y ha sido un desastre. Al final me pidió mi opinión y le hablé de ti.

– Paige, sabes que no tengo ni idea de todo ese rollo de alto nivel que haces tú -insistió Flora.

– Tienes talento de sobra -señaló Paige-. Y eres muy lista cuando te da la gana. Entiendes las cosas a la primera y hablas francés perfectamente, lo que es fundamental. Y algo más: no te asustará el señor Davenport. En realidad, creo que os gustaréis bastante.

Flora lo creía improbable. No podía imaginar qué podía tener ella en común con un hombre como el empresario duro y ambicioso que tenía en frente.

– Tiene que haber unas cuantas secretarias de dirección muy cualificadas en Londres -dijo-. ¿Por qué no las han buscado?

– Lo harán si no encuentro a nadie que me reemplace. El problema es que una de esas geniales secretarias podría ser demasiado buena y dejarme sin trabajo. ¿Comprendes?

Flora sonrió al auricular.

– ¿Así que me quieres porque sabes que lo haré mal? -bromeó.

– ¡Claro que no! -se indignó Paige-. Es que… me encanta mi trabajo, Flora, y no quiero perderlo. Sé que puedo fiarme de ti y que además no es tu destino ser secretaria. Tienes demasiadas cosas que hacer. Pensé en ti sobre todo cuando supe que tenías unas cuantas deudas. Paga muy bien, Flora -la tentó con voz melosa-. En tres meses ganarás lo suficiente para recorrer el mundo y me guardarás mi puesto calentito. ¿Qué me dices?

Flora no hubiera necesitado tanta seducción. Su trabajo de secretaria por horas apenas le daba para vivir, mucho menos para pagar su deuda con el banco. La idea de librarse de su crédito y ser libre de nuevo la había atraído como un imán.

Sólo al conocer a Matt Davenport en persona había empezado a pensar que el sueldo era ajustado. La estaba mirando con sus ojos implacables mientras ella reflexionaba.

¿Quería el trabajo? Flora pensó en Paige y en su gratitud y luego pensó en lo agradable que sería tenderle un cheque al cretino de su banco y saltar en el siguiente avión para buscar una playa. No había tiempo para gestos orgullosos y además el avión estaba despegando.

– Sí -dijo con firmeza.

– Entonces, sugiero que te guardes esa clase de comentarios ingeniosos para ti.

– Lo siento -dijo Flora, esperando haber parecido sincera-. Es que me pasé horas con mis compañeras de piso intentando decidir qué ponerme hoy. Quería resultar parisina y ha sido un poco duro que me llamaran desastre sólo porque hay un poco de viento.

Matt la miró con incredulidad:

– ¿Esta es tu idea de la elegancia?

Flora se miró defensivamente la ropa arrugada, chaqueta y falda, ambas prestadas. Jo adoraba su falda rosa y se la había prestado porque era sólo por un día y porque le encantaba la idea de que viajara en un jet privado.

– No pudimos hacer más -replicó Flora, retirándose el pelo del rostro-. No todos tenemos dinero para ropa de moda, ¿sabe?

– Eso es evidente -a pesar suyo, se sentía interesado en la conversación y miró a Flora con mayor detenimiento. Estaba mejor desde que se había cepillado, desde luego, y el color del cabello era hermoso, un rubio oscuro tirando a oro viejo, veteado y suave a la vista, pero demasiado despeinado y suelto para una secretaria. Las piernas largas desnudas, la falta de maquillaje… ¿No se suponía que los ingleses eran estirados y formales?

Por fin admitió que era atractiva, con unos ojos extraordinarios aunque demasiado chispeantes y retadores para su gusto. No valía para el trabajo. Quería alguien en quien confiar, tranquila y discreta, como Paige. Esta Flora no era nada tranquila, en realidad no paraba un instante, y había algo alerta en ella que le atraía y le ponía muy nervioso.

Por otra parte, no parecía la clase de mujer que se pondría a llorar a la primera de cambio y tampoco estaba asustada. La última chica tenía tanto miedo que le había sentado mal la comida. Puesto que Flora ya estaba allí, más valía aprovechar el tiempo para juzgarla.

– No tienes ninguna experiencia como secretaria de dirección, ¿verdad? -preguntó a quemarropa.

Flora vaciló.

– No -admitió al fin, pensando que puesto que no le gustaba, no perdía nada siendo sincera-. Pero eso puede ser una ventaja -añadió en una inspiración.

– ¿Cómo es eso posible? -Matt tenía una mirada sarcástica.

– Bueno, si hubiera trabajado antes para un millonario, podría compararlo con usted.

Las cejas formidables se alzaron con altivez.

– ¿Compararme?

– Sí, ya sabe… -Flora se echó hacia adelante-. Me pasaría el tiempo diciendo: Oh, pero el señor X sólo compra islas privadas en el Caribe -habló con un aire afectado que desmentía el brillo irónico de su mirada-. O bien, el señor Y siempre lleva una botella de champán helado en la limusina… Eso le irritaría, ¿verdad? -terminó, volviendo a su voz normal.

– Desde luego -confirmó Matt, divertido a su pesar. No llegó a sonreír, pero Flora hubiera jurado que la comisura izquierda de su hermosa boca ascendía levemente-. Creo que tienes una idea muy rara de cómo trabajamos los millonarios, como dices. No duraríamos ni dos días en el negocio si nos dedicáramos a beber champán y comprar islas. Paige podría decirte que me paso el tiempo en la oficina, y que nuestra labor es más bien rutinaria.

– Entonces, ¿para qué necesita alguien con tanto nivel a su lado? -aprovechó Flora, provocando un suspiro de impaciencia.

– Porque -dijo el hombre con una tensión inconfundible -si hubieras trabajado para alguien con similar posición, sabrías la importancia de la eficacia y la discreción y la necesidad de ambas para protegerme y representarme ante el mundo. No mejoraría mi reputación tener a alguien como tú en la puerta de mi oficina. No proyectas la imagen adecuada, no sé si me explico.

– ¿Por qué? -se ofendió Flora.

– Es demasiado -Matt hizo un gesto vago-… relajada -dijo al azar.

– Estoy segura de que puedo tener una apariencia tensa y frustrada si me empeño -dijo Flora y al instante puso sus manos ante ella como pidiendo perdón-. Es una broma.

– No necesito una secretaria bromista -dijo Matt sin sonreír-. Tengo que confiar en alguien que va a escribir documentos confidenciales. Nada de lo que has dicho o hecho me muestra que tengas las cualidades requeridas.

– No lo sabrá a menos que pruebe -dijo Flora, intentando compensar su última metedura de pata-. En serio, puedo hacer el trabajo. Sé tomar notas y conozco casi todos los programas al uso. Aprendo rápido y no me importa trabajar duro, mientras no sea durante demasiados meses -añadió con escrupulosa sinceridad-. Pero eso da lo mismo, pues sólo me necesita tres.

– ¿Y qué cualidades, aparte de esa capacidad extraordinaria para trabajar tres meses seguidos, puedes ofrecerme? -preguntó Matt sin molestarse en disimular la ironía.

– Hablo francés muy bien -dijo-. Y también alemán, aunque peor.

Matt estuvo a punto de manifestar su sorpresa.

– ¿Qué más?

Flora se quedó pensativa, buscando las habilidades que podrían impresionarlo. La capacidad de disfrutar de la vida no debía ser gran cosa para él. Sabía hablar con la gente, preparar gin tonics y se podía confiar en ella para que la fiesta arrancara y siguiera toda la noche, pero ninguna de aquellas cualidades era apropiada.

– Paige me ha recomendado -dijo por fin, entre la espada y la pared.

Incluso a sus oídos, sonó bastante pobre como argumento, pero por primera vez, el señor Davenport pareció reflexionar. Paige había sido su secretaria personal durante cuatro años y tenía en gran consideración su juicio. No era propio de ella recomendar a una persona tan absurda como parecía Flora. Tenía que haber algo más en ella, y además nadie podía ser tan frívolo.

Miró por la ventana.

– Ojalá tuviera a Paige ahora -murmuró.

– Pero es que su madre está enferma -señaló Flora-. Así que puede tenerme a mí en su lugar.

Matt la miró y entrecerró los ojos:

– ¿Por qué tienes tanto interés en trabajar para mí?

Los ojos azules lo miraron sin vergüenza.

– Necesito un trabajo temporal que me proporcione mucho dinero -dijo de un tirón-. Paige me dijo que el salario es generoso.

– Es pronto para hablar de salarios -la cortó Matt-. Lo primero es probar tu capacidad. En el día de hoy.

– No le defraudaré -dijo Flora, pero Matt Davenport se limitó a gruñir algo y volver a sus papeles.

Flora guardó silencio, pensando que era mejor no presionarlo. Tendría que demostrar lo buena que era. No tanto como Paige, pero lo suficiente para reemplazarla unos meses.

– ¿Desea café, señor Davenport? -la azafata se inclinaba obsequiosamente junto a él.

– Negro -fue la tajante respuesta.

– ¿Y usted, señora…?

– Flora -replicó Flora con firmeza-. Y sí, por favor, me gustaría tomar un café -exageró la educación para poner de manifiesto la grosería de Davenport-. Con leche, muchas gracias.

Él no ignoró la elaborada réplica y le lanzó una aguda mirada de soslayo a la que Flora respondió con inocencia.

– Genial avión -dijo mientras inclinaba su asiento-. Puede uno dormirse en un sillón tan cómodo.

Matt Davenport la miró con desdén.

– No está aquí de vacaciones. Está aquí para trabajar.

– Oh, desde luego -Flora puso el asiento recto y tomó su bloc de notas.

Matt apenas le dio tiempo a abrirlo antes de empezar a hablar. Dictó notas, ideas, cartas e informes a velocidad de vértigo, sin hacer una pausa para dar las gracias cuando la azafata sirvió los cafés. Flora no pudo ni dar un sorbo al suyo. Su bolígrafo volaba sobre el cuaderno mientras el café se enfriaba a su lado.

Por suerte, Davenport tuvo que contestar al teléfono antes de que Flora estuviera completamente perdida y la pausa le permitió beber café y respirar un momento. Cuando el hombre colgó, preguntó:

– ¿No podría explicarme lo que vamos a hacer hoy? Sería mucho más fácil para mí.

Matt frunció el ceño.

– ¿No te explicaron nada cuando te llamaron para la prueba?

– No mucho. Paige me dijo que era un negocio europeo y los de la empresa sólo me dijeron que estuviera en el aeropuerto para volar a París.

– ¿Cómo vas a traducir lo que digo si no sabes de qué vamos a hablar? -preguntó Matt con exasperación-. Tendrías que haberlo dicho antes.

– No tuve oportunidad -replicó Flora-. Por eso lo digo ahora.

– Oh, muy bien -parecía irritado-. Supongo que conoces la empresa.

– Es electrónica -dijo Flora que no sabía nada más de Elexx.

Pero Matt siguió explicando, sin detenerse a comprobar lo poco que entendía Flora de electrónica.

– Elexx es una de las compañías americanas líderes en el sector, y buscamos una expansión mundial. Hay un mercado importante en Europa y pretendo que Elexx entre con buen pie. Es un proyecto tan importante que lo llevo yo personalmente. Por eso me he instalado en Londres para seguir las negociaciones. Aquí intervienes tú.

– ¿Oh?

– De momento estamos buscando una fusión en Francia -le explicó con severidad-. Entiendo francés, pero no lo hablo y necesito que alguien tome notas y me sirva de intérprete. ¿Puedes hacerlo?

– Claro que sí -dijo Flora que no creía poder hablar de electrónica en su idioma, y mucho menos en francés. Pero mejor no explicárselo a Matt.

Al final, no fue tan terrible como había supuesto, pues las negociaciones se referían sobre todo a aspectos financieros y su francés era suficiente para eso. Incluso llegó a disfrutar, salvo por el hecho de que para lo que vio de París, podía haberse quedado en Londres. Matt le estuvo dictando durante todo el viaje y siguió mientras corrían hacia otro coche. Flora iba sin aliento detrás del hombre de negocios.

Le hubiera gustado sentarse tranquila y mirar el paisaje parisino, pero Matt no era hombre de tiempos muertos. Como mero desafío, Flora logró captar varias vistas de los edificios gris azulados de la ciudad, pero a costa de obligar a su jefe a repetir la frase.

Cuando llegaron a la primera reunión, Flora estaba roja por el esfuerzo de perseguir a Matt y tomó asiento con alivio. Mientras el señor Davenport saludaba a sus asociados futuros, se le ocurrió quitarse la chaqueta, aunque deseó no haberlo hecho. Percibió físicamente la mirada de desprecio de las otras dos secretarias, ferozmente elegantes y sobrias, y tuvo una intensa conciencia de su desnudez.

Matt le dedicó una mirada igualmente despectiva, pues le irritaba que aquellos brazos desnudos le hicieran perder concentración. La piel era cálida y dorada, y se preguntó qué pensarían sus socios de una secretaria que parecía de camino hacia la playa.

Pero el director financiero francés miraba a Flora con placer y aprobación, y le sonrió, a lo que ella contestó con una sonrisa radiante.

– Estaría bien si dejaras de coquetear y te concentraras -tuvo que intervenir Matt con irritación y añadió-. Y por Dios, cúbrete un poco.

Así que Flora se puso la chaqueta y se fue asando poco a poco. Estuvieron horas reunidos, sin ni siquiera parar para comer decentemente. Era típico de su suerte que, para una vez que visitaba París con un millonario, tuvieran que conformarse con café y bocadillos.

Cuando volvieron por la tarde al avión, Flora estaba exhausta. Se dejó caer en el cómodo asiento y se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.

– ¡Por fin! -exclamó y cerró los ojos.

Matt que estaba a punto de empezar a dictar sus impresiones de la última reunión, la miró con una mezcla de impaciencia y cierta piedad desacostumbrada en él. Sí que parecía cansada, se dijo, mirando su rostro. Era más fácil mirarla con detenimiento cuando sus ojos curiosos estaban cerrados, más fácil descansar la vista en la curva de su garganta o la sombra de sus pestañas.

Tuvo que admitir que había sido mucho más eficaz de lo que nunca hubiera supuesto. A pesar de su aspecto, parecía tener inteligencia y había sabido enfrentarse a cada novedad del día. Su francés era excelente, sin duda, y se había dado cuenta de que los negociadores franceses respondían a su habilidad para descargar el ambiente y limar tensiones cuando traducía.

Era una pena que fuera tan… buscó la palabra… Que le distrajera tanto. Necesitaba una secretaria que estuviera siempre lista, con la información necesaria, y que el resto del tiempo desapareciera en un segundo plano. Pero no parecía que Flora fuera capaz de desaparecer. Le hacía pensar en el mar, el sol y el calor cuando sólo debía pensar en márgenes comerciales.

Matt siempre había celebrado su capacidad de concentrarse en un tema y le molestaba verse perturbado por una chica como Flora. No es que fuera hermosa.

Tenía una nariz grande y una mandíbula demasiado voluminosa. Con los ojos cerrados, podía definirla sin engañarse como del montón.

El problema era que no podía explicar la urgencia con la que deseaba inclinarse sobre ella y apartarle los rizos de la cara y acariciar la piel cálida de sus pómulos.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Flora abrió los ojos, y se encontró sumido en aquella mirada intensa y azul. Un sentimiento inesperado, como un puño apretándole el corazón, le dejó inmóvil y mudo hasta que fue capaz de apartar la vista.

La mirada de los ojos verdes había sido tan peculiar que Flora no pudo evitar llevarse los dedos a los labios. ¿Se habría quedado dormida con la boca abierta? ¿Por qué la miraba Matt de esa manera?

– Creo que he debido quedarme dormida -dijo al fin-. Ha sido un día muy largo.

– Tienes que acostumbrarte a estos horarios si quieres trabajar para mí -dijo Matt con tono brusco.

El rostro de Flora se iluminó al oírlo:

– ¿Quiere decir que tengo el trabajo?

Matt estaba enfadado consigo mismo por sus dudas sobre la joven. Le distraía sin duda, pero había trabajado duro y no se había quejado ni una sola vez. Tampoco tenía mucha elección…

– Si lo deseas, creo que puede funcionar. Y puedes tutearme -dijo al fin.

La sonrisa de Flora era mareante.

– No te arrepentirás -prometió.

Pero Matt ya empezaba a arrepentirse.

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