Capítulo 11

Tuvo que apretar los dientes para no gritar. ¿De verdad había reconocido que lo deseaba? ¿Y si Dylan había estado bromeando y ella lo había tomado en serio…? Dylan se puso en pie y tiró de ella para levantarla.

– Me vuelves loco -le dijo.

– ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué he dicho?

Lo siguió, pero sólo porque Dylan la arrastraba. Trató de no fijarse en que se dirigían a su habitación, a la cama de matrimonio en la que había estado durmiendo, hasta el día anterior, sola. Tal vez si dejaba la mente en blanco, no tendría que pensar en que iban a hacerlo y que tendría que desnudarse delante de él y… Cielos, aquello no podía estar pasando de verdad.

– Deja de dudar de ti misma -dijo cuando llegaron junto a la cama-. Casi puedo oír lo que piensas. ¿Por qué no te entra en la cabeza que voy en serio?

– Porque dices cosas tan maravillosas y lo malo siempre parece tener más sentido que lo bueno -Molly alzó la mano para detener sus comentarios-. Lo sé, lo sé, tengo que superarlo. No es como si no hubiera hecho esto antes. Quiero decir, que incluso tomo la píldora. Pero no tengo mucha experiencia. Créeme, Dylan. Muchas mujeres se sienten seguras de su atractivo, pero muchas otras estamos llenas de inseguridades.

– Tonterías.

Estaban a oscuras. Molly se dijo que debía relajarse, en la oscuridad sólo podría sentirla, no mirarla. Si mantenía las manos de Dylan lejos de algunas partes… La lámpara de la mesilla de noche se encendió. Molly parpadeó ante el súbito resplandor.

– Has encendido la luz -le dijo.

– Sí, quiero verte. ¿Te importa?

«¿Que si me importa?», pensó Molly.

– No, claro que no -mintió alegremente-. Me gusta hacerlo con la luz encendida.

– Y querrás que te crea -le dijo Dylan-. Pero gracias por fingir. Ven aquí.

Dylan estaba sentado al borde de la cama y Molly se dejó caer a su lado. Entonces Dylan los movió a los dos de forma que quedaron tumbados sobre el colchón, mirándose. Sólo estaban a centímetros de distancia.

Molly sabía que estaba temblando, y no era por la emoción. Ojalá no tuvieran que estar desnudos para tener sexo, así se sentiría mucho más cómoda.

– Eres preciosa -dijo Dylan, y le puso el dedo en la frente. Le acarició las cejas y luego bajó la mano para acariciarle la mejilla. El contacto era leve y le hacía cosquillas. Al pasar el dedo una y otra vez por su labio inferior, Molly abrió la boca y lo atrapó. Dylan rió entre dientes-. De modo que quieres jugar, ¿eh?

– En realidad, no. En alguna otra ocasión me gustaría reír y jugar en la cama, pero esta noche no. Tengo miedo. Quiero hacerlo, te deseo, pero si te rieras en seguida pensaría que te estás riendo de mí.

– Nunca haría eso. Nunca te haría daño.

– No lo harías a propósito -repuso Molly, que todavía no lo creía-. Pero esas cosas pasan.

El problema era que Dylan no comprendía cuánto poder tenía sobre ella. Pero sería mejor para los dos que siguiera sin saberlo. Dylan deslizó la mano debajo de su cabeza.

– El mundo no ha sido siempre bueno contigo, ¿verdad? No -añadió antes de que ella pudiera decir nada-. No siento pena por ti. En todo caso, admiro tu fuerza y tu carácter. Y sólo se te permite aceptar el cumplido educadamente.

– Cuántas reglas -dijo Molly-. Pensaba que era más simple.

– Hacer el amor es maravilloso -repuso Dylan-. Pero casi nunca es simple.

Antes de que Molly pudiera preguntarle qué quería decir, se inclinó sobre ella y la besó. Ya se habían besado antes y le había gustado mucho. Su boca hizo las mismas maravillas que recordaba, sus labios la acariciaron y su lengua la atormentó. Le gustaba cómo sabía, su textura y aroma. También la excitaba hasta límites insospechados. A pesar del miedo y los temblores, sintió los primeros síntomas de la excitación como una leve presión en su bajo vientre. Se sorprendió deseando acercarse a él para poder besarlo más profundamente. Adelantó una de sus piernas y Dylan la atrapó entre las suyas.

La mano que había en su pelo empezó a moverse, tirando de la goma con la que se había sujetado la trenza para luego pasarle los dedos por el pelo y soltárselo. Molly dejó que la necesidad la poseyera, y la pasión le dio valor. Le acarició el rostro. Su piel suave daba paso a la barba incipiente. Le gustaba el contraste y el sonido áspero de sus dedos al deslizarlos por su mentón. A Dylan debió de gustarle también, porque gimió y se adelantó hacia ella.

Molly le puso la mano en el hombro, fuerte y ancho. Podía sentir su calor, aun a través de la camiseta. Sin pensarlo, deslizó los dedos por su pecho y exploró aquellos músculos. Notó el pezón tenso y la forma en que Dylan se estremecía. Se apartó de ella y se quitó la camiseta. Luego volvió a tumbarse a su lado, desnudo de cintura para arriba.

Molly se quedó contemplando la amplitud de su pecho, su piel ligeramente bronceada y el vello rizado, que desde el pecho bajaba estrechándose cada vez más hasta la cintura. De repente, se alegró de estar con la luz encendida. Contemplar su tórax merecía la pena.

– Tócame -le dijo Dylan.

Al ver que vacilaba, Dylan le tomó la mano y se la llevó al pecho. En aquella ocasión, en lugar de la suave tela de algodón sintió el vello rizado y la piel suave. Movió la mano en círculos mientras lo palpaba, maravillándose de la tensión que se apoderaba de sus músculos a medida que recorría su pecho.

– No tienes ni idea de lo que me haces – murmuró, y luego bajó la cabeza para besarla.

En aquella ocasión, no hubo preliminares. La besó con la boca abierta, explorándola nada más entrar en contacto con ella. Enrolló la lengua con la suya y luego la movió adelante y atrás. Comenzaron una danza sensual que recreaba lo que sus cuerpos harían más tarde… cuando los dos estuvieran desnudos y Molly estuviera debajo de él.

Molly deslizó la mano a su espalda para acariciarlo y atraerlo más a ella. Recorrió su piel desde los hombros hasta la cintura. La curva tensa de su trasero la tentó, pero todavía no se sentía tan valiente para eso. Aunque había fantaseado a menudo con hacer el amor con él, la realidad superaba con creces la ficción.

Las manos de Dylan eran cálidas y seguras cuando la empujaron suavemente hasta dejarla tumbada boca arriba. Molly obedeció, ladeando la cabeza para poder seguir besándolo. Le gustaba cómo le pasaba las manos por los brazos. Luego le acarició el cuello, y aquella mano siguió bajando hacia su pecho. Molly se quedó inmóvil.

Dylan no pareció darse cuenta. Su beso no había cambiado, aunque ella había dejado de participar y había dejado las manos a los costados para cerrar los puños. El miedo, la vergüenza, la confusión se mezclaron. No podía hacerlo. Con él no. Nunca.

Se lo habría dicho si hubiera dejado de besarla, pero no lo hizo. Sus labios continuaron rozando los suyos y su lengua penetrando su boca. No la tenía inmovilizada, podía haberse apartado o haberlo empujado fácilmente, y casi lo hizo, excepto que… Lo deseaba. Eso no había cambiado.

Molly siguió debatiéndose entre el deseo y el miedo. Trató de concentrarse en lo que hacía, en el calor y la humedad que se intensificaban entre sus muslos. Se dijo que tendría que superar aquello alguna vez y que lo más fácil sería superarlo con Dylan. Entonces, decidió que no le haría daño devolverle el beso. Después de unos momentos, se dio cuenta de que la mano de Dylan seguían deslizándose arriba y abajo entre sus senos, acercándose pero sin llegar a tocarlos. La parte externa de su seno izquierdo estaba todavía un poco dolorido por la intervención, pero el pezón estaba en perfectas condiciones. Como el derecho, estaba contraído, casi de forma incómoda. El suave algodón de su sujetador de deporte le irritaba la piel. Se movió para intentar calmarlo pero aquello no sirvió de nada.

Deseaba… Deseaba que Dylan la tocara allí. Se quedó sin aliento al comprender que sus senos estaban llenos y anhelantes de deseo. Había abierto los puños y en aquellos momentos se agarraba con fuerza a la colcha. Había separado un poco las piernas y volvía a notar el calor entre ellas.

Molly le pasó el brazo por los hombros y le acarició el pelo. Cuando Dylan cortó el beso y levantó la cabeza, ella gimió en señal de protesta y lo siguió. Una vez dentro otra vez de su boca, la exploró y saboreó. La excitación creció entre ellos. Aquello era lo que quería. Dylan, siempre Dylan.

Su mano continuó moviéndose por su pecho, desde el vientre hasta el cuello. Al bajar, deslizó los dedos un poco a un lado y le rodeó el seno derecho con la mano. Lenta, suavemente. Molly hundió los dedos en su pelo.

– Sí -susurró ella junto a sus labios, dándoles a los dos permiso para disfrutar de aquella parte de su cuerpo.

Dylan acarició cada centímetro de sus curvas, descubriendo las posibilidades, enseñándoles a los dos qué le hacía estremecerse y suspirar, y cuando finalmente atormentó el pezón contraído, Molly se aferró a él y gimió su nombre.

Sin previo aviso, Dylan se separó. Antes de que ella pudiera preguntarle qué pasaba, estaba tirando de su camiseta y sacándosela por la cabeza para arrojarla al suelo. Que ella lo viera desnudo de cintura para arriba era una cosa, pero que él la viera a ella, otra muy distinta.

– No es una buena idea -dijo, cruzándose de brazos sobre el sujetador de deporte que impedía que sus senos se movieran demasiado.

Vaya momento para no llevar puesto su modelo de encaje y satén. Dylan la miró a los ojos.

– ¿Por qué?

– No quiero quitarme el sujetador. El corte que me hicieron todavía no ha cicatrizado y no quiero que lo veas -contestó Molly, sintiendo las mejillas ardiendo, y no precisamente de pasión.

– Porque pensaré que es horrible.

Dylan no le estaba haciendo una pregunta, pero Molly asintió de todas formas. Tampoco importaba, el ambiente se había vuelto tenso.

– No ha sido una buena idea -murmuró-. Olvídalo -le dijo, y empezó a levantarse de la cama.

– No -la detuvo Dylan, asiéndola del brazo-. No me dejes así. ¿De verdad crees que me importa que tengas una incisión y unos puntos? No quiero mirar porque tenga una fascinación mórbida por tu herida. Quiero verte desnuda porque la sola idea me excita mucho. Llevo imaginando mucho tiempo que hacíamos esto. Quiero acariciar y saborear todo tu cuerpo.

Realmente tenía facilidad de palabra, y Molly pensó que tal vez el ambiente no estaba tan tenso como había creído.

– ¿No podemos hacerlo aunque no me quite el sujetador?

– Claro. Pero preferiría que te lo quitaras.

– ¿Por qué te importa tanto?

– A mí no, a ti.

Molly apretó los labios. De acuerdo, no necesitaba estudiar psicología para saber qué quería decirle. Si le permitía que la viera desnuda, con cicatriz y todo, le quitaría importancia a su pecho.

– No sabes lo que me pides.

– Lo sé. Nunca creerás que no vaya a rechazarte por tu aspecto hasta que no me pongas a prueba. Si hace falta, haré lo que me pidas, pero preferiría que te fiaras de mí. No te decepcionaré, Molly. Me importas demasiado como para herirte.

¿Cómo podía resistirse?, pensó con tristeza. ¿Por qué un hombre no podía ser un cretino insensible y hacerlo sin preocuparse por su psique o por sus senos? Pero no, tenía que ser atento y afectuoso. Qué horror.

Lo absurdo de sus protestas le hizo reír.

– Dylan, no tengo remedio.

Antes de poder cambiar de idea, Molly deslizó las manos por la espalda para soltarse el sujetador. Saco los tirantes por los brazos y volvió a caer sobre la cama, dejando la prenda suelta pero todavía en su sitio. No podía terminar de quitársela. Dylan tendría que hacerlo por sí mismo.

Cerró los ojos para no ver la expresión de desagrado en su cara y se preparó para lo inevitable. No ocurrió nada. Luego sintió un cálido aliento sobre su estómago, y un tirón. Comprendió que le estaba bajando la cremallera de los vaqueros. Genial. Tendría que preocuparse por meter la tripa. Y luego la gente hablaba de romanticismo.

Un calor húmedo se concentró por encima de su ombligo. Molly abrió de golpe los ojos y miró para ver qué estaba haciendo. Su garganta se cerró cuando la imagen combinada con el placer sensual le hicieron casi desmayarse. Utilizando la lengua, Dylan dibujaba círculos alrededor de su ombligo, luego la introdujo en el centro. Sus músculos se contrajeron y Molly soltó una carcajada.

– Me haces cosquillas.

Dylan sonrió junto a su vientre pero no se detuvo y subió hacia arriba, dejando un rastro húmedo a su paso. Molly se estremeció de placer y de expectación. Dylan siguió ascendiendo más y más hasta llegar a su pecho. Molly se puso tensa e intentó relajarse, pero no pudo. ¿Qué diría Dylan? ¿Fingiría interés?

Cambió de rumbo. Se movió un poco hacia su seno derecho y Molly se relajó. No le importaba que la tocara allí, aunque el sujetador era un estorbo. Podía introducirse por debajo o…

Dylan lamió la parte inferior de su pecho, apartando la prenda lo suficiente para tener acceso a su piel sensible. Su lengua cálida y húmeda se movía de un lado a otro, deslizándose poco a poco hacia el pezón. Molly casi gemía de placer. Elevó las caderas ligeramente, como si la acción lo animara a continuar. Quería que siguiera subiendo, que tomara el pezón en la boca y lo chupara. Quería…

Dylan le leyó los pensamientos, y Molly se deleitó sintiendo cómo rodeaba la punta contraída y la atraía al interior de su boca. Levantó los brazos para deslizar los dedos por su pelo, acariciándolo al tiempo que le sujetaba la cabeza para que no se moviera.

La humedad empapó sus braguitas. También quería que la tocara allí. Quería sentirlo dentro, llenándola, haciéndole sentirse plena y especial. Dylan besó el valle entre sus senos. Mientras ascendía por su seno izquierdo, sus dedos continuaron dándole los cuidados que había iniciado con la lengua en el seno derecho, acariciando su pezón tenso, deslizándolo entre el pulgar y el índice, haciéndole gemir y suplicar que no parara nunca.

Dylan besó la curva inferior de su pecho izquierdo y luego ascendió hacia el pezón. De nuevo lo introdujo en su boca y lo lamió. El placer se dobló mientras la lengua y los dedos trabajaban de forma acompasada. Incapaz de soportarlo, Molly dejó caer los brazos a los lados y los dedos se enredaron en la tela del sujetador. El sujetador estaba sobre la cama y no sobre su pecho. Molly lo agarró de los hombros.

– ¿Dylan?

Dylan levantó la cabeza y la miró a la cara. Ni por un instante bajó la mirada a su seno izquierdo ni a su herida.

– No intentes decirme que no te gusta, tu cuerpo te delata.

Por sorprendente que pareciera, todavía podía hacerle sonreír.

– No me atrevería a decirte eso. No es más que…

– ¿Qué?

– Mira -susurró-. Adelante, mira. Pero es horrible.

– Ya lo he visto y no lo es.

– ¿Ya lo has visto? -Molly lo miró fijamente.

– Sí -se encogió de hombros y se incorporó hasta arrodillarse a su lado-. Cuando volviste a echarte sobre la cama el sujetador se subió y pude ver la herida.

– ¿La has visto y todavía quieres tocarme?

Dylan movió la cabeza.

– Y yo que pensaba que eras tan inteligente -acto seguido, se bajó la cremallera de los pantalones, la abrió y metió la mano para sacar su erección-. Quiero hacer algo más que tocarte, Molly. Quiero hacer el amor contigo -su expresión se volvió fiera-. Y no pienses ni por un momento que va a ser otra cosa. Tú y yo estamos haciendo el amor.

Era hermoso. Molly lo tocó y acarició toda su longitud. Él se movió en su mano. Estaba excitado, realmente excitado. Tenía la prueba.

– Ya basta -le dijo, echándose hacia atrás-. Empezarás algo que todavía no quiero terminar.

Se sentó en el borde de la cama y se quitó las botas y los calcetines. Luego se bajó los pantalones y los calzoncillos. Cuando se quedó completamente desnudo, le quitó a Molly el resto de la ropa y se acomodó junto a ella.

– ¿Dónde estábamos? -preguntó.

Molly lo rodeó con fuerza con los brazos.

– ¿Cómo has hecho eso? Me has hecho sentirme muy bien. No sólo por cómo me tocabas, si no por cómo me has hecho sentirme conmigo misma.

– Te deseo, Molly. No estoy haciendo nada especial.

Si Dylan supiera la verdad. Desearla era el regalo más preciado que podría haberle hecho nunca. Al margen de lo que ocurriera después, recordaría aquello el resto de su vida.

Dylan la besó y ella lo recibió con la boca abierta y el cuerpo dispuesto para él. Cuando deslizó la mano entre sus senos se volvió hacia él, dándole espacio, deseando que la acariciara allí. Sabía que tendría cuidado en la zona de la herida. Había visto los puntos y la parte amoratada. Era un hombre afectuoso y sensible, no sabía qué había hecho para merecerlo.

Dylan abrazaba a Molly con instinto protector. Aunque se alegraba de haberla convencido por fin de que la deseaba de verdad, quitarse la ropa había sido una ocurrencia muy estúpida. Ya estaba listo para poseerla, para colocarse entre sus muslos y entrar en el paraíso. Pensaba hacerlo, pero todavía no. No hasta estar seguro de que Molly había tenido su placer y estaba completamente dispuesta para su penetración.

Se colocó sobre ella y empezó a deslizar besos por su cuello y su pecho. Se limitó a acariciar la parte interna de su seno izquierdo, teniendo cuidado de no rozar la herida. No había sabido qué esperar, pero desde luego no era desagradable. Había una pequeña línea roja donde le habían hecho la incisión, y la piel estaba amoratada a su alrededor. La forma del pecho había cambiado un poco, pero no lo había visto antes de la operación, así que no podía estar seguro. No le importaba. Estaba preciosa.

Se movió hasta arrodillarse entre sus piernas, y luego continuó besándola, bajando por su cuerpo. Era suave y dulce. Tanto su sabor como su aroma lo atraían. Colocó las manos en sus caderas y le gustó sentir la redondez de su cuerpo. Molly era todo curvas femeninas, no como sus anteriores amantes, y le gustaba la diferencia.

Llegó a su ombligo. Ya había probado su dulzura y le había gustado, así que introdujo de nuevo la lengua allí. Molly se estremeció. Dylan sonrió y volvió a hacerlo. Al retorcerse, sus senos se movieron y rodeó con su mano el izquierdo para que no se hiciera daño. El seno derecho se movía de un lado a otro, y a Dylan le encantaba mirarlo.

Deslizó la lengua más abajo, lamiendo la piel suave por encima del triángulo de vello protector que escondía sus secretos femeninos. Podía sentir su calor allí. Quería darse prisa, acariciarla y descubrir su sabor, sentir lo húmeda que estaba. Sólo la idea lo excitó aún más. Todo su cuerpo vibraba de deseo.

– Dylan -dijo Molly en un susurro.

Dylan le separó los muslos, luego se inclinó y lamió su lugar más secreto. Las piernas se tensaron y arqueó la espalda. Molly gimió y movió la cabeza de un lado a otro. Sabía tan dulce como había imaginado. Estaba ardiente y resbaladiza.

La exploró y rápidamente encontró los lugares que le hacían querer más. Atormentó su pequeña protuberancia prácticamente oculta. La acarició de lado a lado y alrededor, haciendo que se inflamara y saliera más a la superficie. Dylan escuchó la respiración de Molly, sintió su tensión y prosiguió de manera acorde. Quería que fuera especial para ella, no sólo el orgasmo, sino todo el acto. Quería que recordara aquella noche para siempre.

Se movió más deprisa, y Molly arqueó las caderas, indicándole que cada vez estaba más cerca. Lentamente, deslizó un dedo en su interior.

Al instante sus músculos se cerraron alrededor. Empezó a moverlo, preparándola para lo que en pocos minutos estarían haciendo. Trató de no pensar en penetrarla para no perder el control.

A medida que su respiración se aceleraba, Dylan la lamió con más suavidad y más rápidamente, urgiéndola a que siguiera, exigiéndole en silencio que le entregara todo.

– Dylan -gimió-, no puedo creer lo que me estás haciendo.

Dylan se debatía entre seguir amándola así para siempre y desear desesperadamente que encontrara su liberación. Cerró los labios sobre la pequeña protuberancia y la lamió con suavidad. Molly se quedó inmóvil, jadeó y luego pareció estallar.

Pronunció su nombre al tiempo que su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. Los músculos de su interior se contrajeron una y otra vez y abrió las piernas. Dylan continuó acariciándola cada vez más suavemente hasta que apenas la rozaba y ella experimentó los últimos estremecimientos. Entonces se tumbó a su lado y la abrazó.

Las lágrimas empezaron a caer lentamente, luego se deslizaron cada vez con más rapidez hasta que empezó a sollozar. No le sorprendió. Después de la tensión que había vivido, necesitaba una liberación emocional tanto como física.

– Lo siento -le dijo con voz ahogada-. No sé qué me pasa.

– No pasa nada, sólo estás reaccionando. No me molesta, así que desahógate todo lo que quieras.

– No es más que…

Otro sollozo surgió de su garganta. Se aferró a sus brazos y enterró la cabeza en su pecho. Las lágrimas se deslizaban cálidas y húmedas por su piel desnuda, y Dylan podía percibir el aroma de sus cuerpos y de su sexo. Molly se sorbió las lágrimas. Estaba bastante segura de que su llanto había terminado, pero ¿cómo iba a mirar a Dylan a la cara? Le había regalado la experiencia más maravillosa de su vida y ella le había correspondido echándose a llorar.

– Seguramente creerás que estoy loca – murmuró junto a su pecho.

– No, creo que estás estupenda -lentamente, Molly levantó la cabeza y lo miró. Dylan le sonrió-. Eh, ¿estás bien?

No, no estaba loca. Y si el objeto largo y duro que estaba presionándole el estómago era alguna indicación, Dylan todavía la deseaba.

– Yo sí, ¿y tú?

La sonrisa de Dylan se intensificó.

– Estaba pensando que soy un hacha en la cama.

– En eso tienes razón -rió Molly-. Estaré encantada de declararlo por escrito.

– Caramba, gracias.

– Gracias a ti -le dijo, y su sonrisa se disipó-. Por todo. La verdad es que me siento mejor.

– Me alegro.

Molly continuó mirándolo. Estaban haciendo el amor, como había dicho Dylan, y era cierto. Era más que sexo, y eso le hacía sentirse especial. Pero le tocaba a ella hacerle disfrutar. Se tumbó sobre la cama y lo instó a que la siguiera.

– Ven -susurró-. Entra dentro de mí.

De nuevo, Dylan se arrodilló entre sus piernas. Molly estaba más que preparada para él, necesitaba sentirlo en su interior. Todavía experimentaba el placer de la liberación y quería que él también lo sintiera.

La penetró lentamente, llenándola hasta que la presión empezó a crecer y Molly supo que sólo era cuestión de tiempo que volviera a llegar al clímax. El rostro de Dylan se puso tenso y gimió. Allí estaban, perfectamente unidos.

– No creo que pueda contenerme mucho -dijo entre dientes. Empezó a moverse, penetrándola una y otra vez y la presión creció aún más.

– No necesito mucho tiempo.

Se movieron juntos y sintió la tensión en el cuerpo de Dylan a medida que se acercaba cada vez más al éxtasis. Molly lo siguió, llevada por el milagro que era aquella unión. En el último segundo posible, cuando su cuerpo se preparaba para llevarla otra vez al paraíso, abrió los ojos y lo sorprendió mirándola.

– Ahora -susurró.

Molly se dejó ir y sintió que él hacía lo mismo. Por primera vez en la vida, entendió el concepto de dos seres convertidos en uno.

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