Capítulo 14

– ¿Qué pasa? -preguntó Molly al ver la conmoción reflejada en el rostro de Dylan. Sintió que se le hacía un nudo en el estómago-. ¿Ha vuelto a llamar mi ginecóloga?

– No -Dylan tomó su rostro entre las manos-. No, nada de eso. Estás bien. Puedes llamarla por la mañana y hablar con ella, pero llama a tu casa y escucha el segundo mensaje.

Hizo lo que le pedía. Estaba temblando por dentro, pero no sabía qué había pasado. Escuchó la voz alegre de su ginecóloga, contuvo el aliento y empezó a escuchar el segundo mensaje.

– Oye, Molly. Soy yo, Grant.

Aquellas palabras la dejaron atónita. Escuchó cómo le decía que se había equivocado, que no amaba a su secretaria, sino a ella y que quería otra oportunidad. Lo escuchó, pero las frases no tenían sentido. Cuando el mensaje terminó, colgó el teléfono.

– Era Grant -dijo innecesariamente, consciente de que Dylan ya lo sabía-. Quiere otra oportunidad.

– Ya ves -dijo Dylan-. Todo vuelve a la normalidad.

Molly se sintió como si estuviera rodeada de una espesa niebla. Podía distinguir formas, pero todo estaba borroso y no sabía a dónde iba. Se quedó mirando a Dylan, consciente de que si podía enfocar su imagen, vería todo lo demás.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

– Uno a uno, los pedazos de tu vida han vuelto a su sitio. Tienes otra vez tu trabajo si lo quieres… Bueno, en realidad es un trabajo mejor, con un sueldo más alto. Has averiguado que estás sana, y Grant te está pidiendo perdón. Es como si nada de esto hubiera ocurrido.

Tenía razón, era como si hubiera dado marcha atrás y aquella pesadilla no hubiera tenido lugar. Su vida había vuelto a ser como antes, pero las piezas ya no encajaban.

– No es tan sencillo -dijo lentamente.

– Sabrás lo que hacer.

Parecía tan sereno, pensó mientras lo observaba. Dylan se incorporó y se puso los calzoncillos con los mismos movimientos ágiles y el mismo hermoso rostro. Se había distanciado de la situación y Molly quería gritar en señal de protesta. Aquello debía importarle, ella debía importarle… Pero no lo hacía. Bueno, se preocupaba por ella como amiga. Se había comportado maravillosamente, lo sabía y estaba agradecida, pero no había llegado a amarla. De ser así, estaría furioso por la llamada de Grant, o al menos se sentiría amenazado.

Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de lo ilusa que había sido. En el fondo de su corazón, había pensado que podría haber más, que los días que habían pasado juntos habían hecho el milagro. Que Dylan comprendía finalmente que ella era la mujer de su vida, que estaban hechos el uno para el otro.

Notó una sacudida en su pecho y se preguntó si los corazones no podían romperse de verdad. Dylan no la amaba, nunca la amaría.

Su felicidad por la noticia de su ginecóloga, la confusión generada por la llamada de Grant y la muerte de su sueño, todo junto, hizo que sintiera náuseas. Se sentó entre las almohadas y acercó las rodillas a su pecho. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba desnuda, y que hacía poco tiempo, habían hecho el amor.

– ¿Qué piensas hacer? -preguntó Dylan.

Molly escrutó su rostro, confiando en hallar un indicio de que aquello era difícil para él. Estaba conmocionado cuando le había dado el teléfono, pero no había sido más que sorpresa. Ojalá… Bueno. Era una adulta y sabía que no debía soñar.

– Sobre Grant, no lo sé. No sé cómo me siento. Por lo que a mí respecta, está mintiendo, no es más un cretino traidor y no volveré a confiar en él.

– Parece definitivo, pero detecto un «pero» en esa afirmación.

Se encogió de hombros. Le resultaba extraño tener aquella conversación con Dylan.

– Pero no sé qué pensar. ¿Está diciendo la verdad? ¿Debería importarme?

– Has tenido una larga relación con él. Ibais a casaros.

Molly reflexionó sobre eso. Dylan tenía razón, había estado prometida a Grant y habían planeado un futuro en común. Le parecía que había sido en otra vida, no podía imaginarse con otro hombre que no fuera Dylan, pero él no la quería más que como amiga. ¿Iba a pasar el resto de su vida esperando a que regresara? ¿Y qué pasaba con su promesa de no lamentarse de nada? ¿Iba a renunciar a su sueño de tener un marido y unos hijos sólo porque se había enamorado de alguien que no la correspondía?

– No sé qué pensar -dijo finalmente.

– No tienes por qué decidirlo esta noche -le dijo. Luego tiró de las sábanas y la cubrió. Apagó la luz y se metió en la cama. Su cuerpo era cálido y familiar. En la oscuridad apenas lo distinguía, pero reconocía su aroma y su calor. Siempre sería capaz de encontrarlo sólo guiándose por el sentido del olfato. Dylan la estrechó-. No le digas que no todavía -añadió.

– No puedo creer lo que oigo. Tú fuiste quien dijo que se merecía una paliza.

– Sigo creyéndolo, pero tal vez haya aprendido la lección. Tú has puesto mucho de tu parte en esa relación. Si realmente ha cambiado, ¿quieres arriesgarte a perderlo todo?

«Sí», pensó Molly lúgubremente, pero no lo dijo.

– No lo sé.

– Tienes tiempo -dijo Dylan mientras le acariciaba el pelo. Ella apoyó la cabeza en su hombro y se apretó contra él-. Estos quince días han cumplido su propósito. Los dos hemos tenido la oportunidad de escapar de nuestro mundo y averiguar qué es lo que queremos.

Molly cerró los ojos. Tal vez Dylan ya se había decidido, pero ella estaba más confundida que nunca. Aunque se sentía feliz por saber que no tenía nada, el resto de sus problemas no eran tan fáciles de resolver.

– Gracias por ayudarme con todo esto -le dijo, y para desolación suya, se echó a llorar.

Dylan la estrechó todavía con más fuerza.

– No pasa nada -murmuró-. Todo saldrá bien.

Claro, lo superaría. Pero quería hacerlo con él. Quería que la magia continuara. Aun así, no tenía derecho a retenerlo contra su voluntad. Había sido tan generoso con ella, no podía ser menos con él. Dylan le rozó la frente con los labios y susurró:

– Es hora de que volvamos.

– Lo sé -balbuceó Molly, y las lágrimas fluyeron en abundancia. Era hora de volver a casa y recoger los pedazos. De tomar decisiones. Pero no aquella noche. Aquella noche era para ellos-. Abrázame -le dijo-. Y no me sueltes hasta el amanecer.

– Te lo prometo.

Siguió llorando, preguntándose cómo aquel momento podía ser tan perfecto y tan increíble al mismo tiempo. Habían llegado tan lejos juntos, pero en realidad no habían llegado a ninguna parte.

– No quiero que perdamos el contacto – dijo Dylan-. Lo digo en serio. Quiero algo más que una postal durante las vacaciones.

– Yo también -inspiró profundamente y trató de contener las lágrimas-. Quiero que seas muy feliz.

– Lo seré. Vas a tener unos niños estupendos, y quiero conocerlos a todos.

Niños. Quería niños, pero sólo con Dylan. Se dio cuenta de que sería un padre fabuloso.

– Los tuyos también -dijo Molly-. Quiero decir que también quiero conocerlos.

– No soy de los que se casan.

Ya no había esperanza, así que sus palabras no le hicieron daño. Por supuesto. Lo había sabido desde el principio, pero eso no había impedido que lo amara.

Nada de lamentos, se dijo. Aun sabiendo que el corazón se le rompía y el alma le dolía, por nada del mundo daría marcha atrás. No pasaba nada si no la amaba. Amarlo a él había sido suficiente. Le había dado todo su corazón y nunca lamentaría lo que habían compartido.

Dylan tomó el camino largo de regreso, saliendo de la autovía 101 a la 126, atravesando varias ciudades pequeñas y acres y acres de naranjales. Sabía que estaba retrasando lo inevitable, pero incluso media hora más con Molly era algo muy preciado para él.

El viaje de vuelta fue diferente del de ida. Dylan ya se había acostumbrado al calor de Molly abrazada a él en la moto, a la forma de su cuerpo, a la suave presión de sus muslos sobre su trasero, al peso de sus manos en la cintura. Pero seguía excitándolo. Y más importante, había aprendido a sentir afecto sincero por alguien.

No sólo la deseaba, la respetaba. Admiraba su valor y su sinceridad. Quería estar con ella. Sabía que iba a echarla de menos cuando desapareciera de su vida y se preguntó cuánto tiempo tardaría en olvidarla.

¿Era eso amor? No tenía la respuesta a esa pregunta. Nunca había creído en el amor. Él nunca había amado a nadie ni nadie lo había amado. No iba a ser diferente con Molly. Y sin embargo, lo era.

Podía imaginar estar con ella durante el resto de sus vidas. El mundo era un lugar más alegre sólo porque ella estaba en él y le hacía sentir cosas que nunca había sentido. Le hacía pensar en una casa de verdad y en tener niños.

Tragó saliva. Aquello era una novedad. Niños. ¿De verdad estaba pensando en ser padre? No sabía cómo serlo. No creía que estuviera a la altura de la responsabilidad que implicaba criar a un ser humano desde su nacimiento. La idea lo aterrorizaba, pero con Molly a su lado, no sería tan terrible. ¿Era eso amor? ¿Desear tener un hijo con ella era algo más que afecto?

Mientras recorrían la carretera y atravesaban el valle, pensó en pedirle que se quedara. Aunque sólo fuera por un tiempo. La casa era lo bastante grande para los dos. Podría tener su propia habitación si no estaba a gusto compartiendo la suya. Tal vez podría encontrar un trabajo no muy lejos, o incluso entrar a trabajar en su compañía. Tal vez…

Movió la cabeza. Estaba soñando. Aquellas fantasías no tenían cabida en la realidad. Molly tenía su propia vida. Tenía un trabajo con una compañía que haría cualquier cosa con tal de recuperarla. Aunque se atreviera a pedírselo, sería una locura que considerara su oferta. ¿Qué podía ofrecerle que no pudiera conseguir diez veces mejor en otra parte? Estaba sacando demasiadas conclusiones sin fundamento.

Las pasadas semanas habían sido muy estresantes para ella. Se había alimentado de emociones, nada más. Dylan sabía que se preocupaba por él, y eso bastaba. El amor, bueno, todavía no estaba seguro de qué le parecía el amor. Molly había reconstruido su vida y debía continuar en ella. Quería que siguieran siendo amigos, pero no quería entrometerse.

Llegaron a la carretera interestatal 5, luego a la 405. Demasiado pronto, salían de la autovía para entrar en su vecindario. En unos pocos kilómetros, estarían delante de su bloque de apartamentos.

Paró la moto y Molly se bajó. Dylan trató de controlar el dolor que sentía en el estómago y la necesidad abrumadora de decirle que no se fuera, que quería que se quedara con él para siempre. Pero no era eso lo que iba a decirle, estaba decidido a dejarla libre.

Molly permaneció de pie en la acera mientras él sacaba la bolsa de tela.

– ¿Quieres entrar? -le preguntó mientras él le pasaba la bolsa y ella el casco.

Dylan lanzó una mirada al edificio. Sería más fácil dejarla marchar si no la imaginaba en su mundo.

– No, gracias. Estoy seguro de que tendrás que hacer muchas llamadas y yo tengo que ir a casa.

Se había recogido el pelo en una trenza, dejando su rostro despejado. No sonreía, pero el miedo no se reflejaba ya en su mirada. Dylan se alegró.

– No sé qué decir. Gracias parece inadecuado. No podría haberlo hecho sin ti.

– Claro que sí. Pero me alegro de haberte ayudado, aunque sólo fuera un poco.

Molly dio un paso hacia él. La tarde era cálida, y su camiseta revelaba todas sus curvas. Cielos, cómo la deseaba. No sólo en su cama, sino en su vida. ¿Estaría tan mal preguntárselo? Siempre podía decirle que no. O podría fijar una fecha para dentro de dos semanas. Así podría acostumbrarse a la idea de que estaba bien y, si seguía interesada en él, ya no sería cuestión de gratitud, o del momento difícil por el que había pasado.

– Nunca sabrás lo mucho que has significado para mí -le dijo, y sus ojos castaños brillaban con convicción-. Me has escuchado, me has abrazado, me has dejado ser débil y me has recordado cómo ser fuerte. Hace diez años me enamoré platónicamente de un hombre que no conocía. Me alegro de saber que la realidad es mucho mejor de lo que había imaginado. Eres increíble, Dylan.

Dylan se quedó mirándola, sin saber qué decir. Tal vez había alguna posibilidad. Tal vez no había nada malo en decirle lo que sentía.

– Molly… -hizo una pausa.

– Ya lo sé, es un poco extraño volver a la rutina. Creo que voy a necesitar tiempo para adaptarme.

– Paso a paso -le dijo.

– Lo sé, es lo mejor. No quiero tomar ninguna decisión precipitada.

– Eso está bien -dijo, y reunió todo su valor. Se lo diría en aquel mismo instante.

Le diría todo lo que sentía, le explicaría que no estaba seguro de si era amor, pero era lo más cerca al amor que conocía. Le diría que no estaba preparado para que lo suyo terminara.

– ¿Molly? -dijo una voz masculina, desconocida, a su espalda. Se volvió lentamente, imaginando a quién iba a ver.

Había un hombre en la acera, a menos de tres metros de distancia. Era de estatura media, de pelo castaño claro y ojos castaños. Llevaba un traje oscuro y una corbata de estilo clásico. Todo en él indicaba que era un abogado, y Dylan supo quién era antes de que Molly lo confirmara.

– ¿Grant? -Molly pareció aturdida-. Grant, ¿qué haces aquí?

– Te estaba esperando.

Grant tenía una caja de rosas en los brazos. Dylan supuso que serían rojas, sólo para redondear el cliché. Qué oportuno, pensó con aire lúgubre. Tanto mejor. Molly ya no querría saber cómo se sentía y él no quería avergonzarlos a ninguno de los dos. Era mejor así, se dijo, a pesar de que la decepción y el dolor ascendían desde su estómago hasta su pecho.

El hecho de que quisiera despedazar a Grant, miembro a miembro, tampoco servía de nada. Ni el impulso de subir a Molly a la moto y arrancar. Aquél era el hombre con quien había querido casarse. Que la hubiera traicionado y que no pareciera nadie especial, no era asunto suyo. Si Grant no hubiese aparecido en aquel mismo instante, Dylan habría hecho el más absoluto ridículo.

Molly se llevó la mano a la garganta y se preguntó si iba a dejar de respirar.

– ¿Grant? -repitió, todavía demasiado perpleja como para poder hablar.

¿Grant había ido a verla, justo en aquel momento? Si no fuera todo tan terrible, se habría echado a reír. Nunca en la vida había tenido dos hombres al mismo tiempo, y sin embargo conocía a muchas mujeres que mantenían varias relaciones a la vez. Entonces, recordó que Grant no tenía ningún derecho. Había cancelado su compromiso y se había ido con otra mujer. Debía odiarlo.

Por desgracia, estaba demasiado conmocionada para sentir algo. Ni siquiera enfado. Grant dio un paso hacia ella.

– Traté de explicártelo en el mensaje que te dejé en el contestador -miró a Dylan, luego a ella otra vez-. ¿Lo escuchaste?

– Sí.

– No me llamaste.

Molly se había olvidado de lo petulante que sonaba cuando no se salía con la suya.

– He estado fuera.

– ¿Con él? -la mirada que lanzó a Dylan era claramente desafiante.

Dylan se inclinó hacia delante y le extendió la mano.

– Hola, soy Dylan Black, un viejo amigo de la familia. Solía salir con la hermana mayor de Molly. Tú debes de ser Grant. Molly me ha hablado mucho de ti.

Todo lo que dijo era verdad, y su tono de voz y sus modales eran tan amistosos, que Grant reaccionó amablemente. Molly sabía lo que Dylan estaba haciendo, tratando de ponérselo fácil, permitirle que volviera con Grant si eso era lo que deseaba.

Miró cómo los dos hombres se estrechaban la mano e intercambiaban los saludos. Se sentía como si su mundo hubiera salido de su eje. Nada tenía sentido. Dylan la estaba ayudando a volver con Grant cuando lo único que quería hacer era salir corriendo. Toda su vida había vuelto a la normalidad. ¿Qué más podía querer?

La respuesta fue rápida y sencilla. Dylan. Quería a Dylan. Quería amarlo y estar con él. Quería compartir la vida con él. Pero Dylan tenía su propia vida, y no había motivos para pensar que quisiera que ella formara parte de su mundo. Había aparecido sin avisar y le había pedido que la llevara con él a alguna parte. Por sorprendente que pareciera, él había aceptado. Habían pasado dos semanas maravillosas juntos, pero se había acabado el tiempo y tenía que dejarle marchar.

– Debo irme ya -dijo Dylan, y le dedicó una fugaz sonrisa.

– Ahora vengo -le dijo a Grant, y siguió a Dylan hasta su moto-. Gracias -le dijo, señalando con la cabeza a su ex prometido.

Dylan se encogió de hombros.

– Era lo menos que podía hacer. Seguramente ha adivinado que hemos estado juntos. No tienes por qué volver con él, pero si lo haces, quería ponértelo lo más fácil posible. Un consejo, jovencita -le dijo, y le tocó la punta de la nariz-. Si vuelves con él, no le digas que hemos sido amantes. Nunca lo superaría.

– ¿Y se supone que yo debo superar lo que él hizo? -levantó la mano-. No importa, no me contestes. Sé que la vida no es justa -estudió su rostro, observando sus facciones familiares. ¿Cómo iba a dejar que se fuera? -. No sé cómo darte las gracias.

– No quiero que me las des, sólo quiero que te mantengas en contacto conmigo. ¿Prometido?

– Te prometo que te contaré hasta el último detalle de mi vida. Hasta que he salido a comprarme unas medias.

– Trato hecho -sonrió Dylan-. Aunque puedo pasar sin ese detalle, me gustaría saber qué decides sobre tu trabajo. Y sobre Grant -Molly no se atrevió a volverse hacia su ex prometido. No quería saber qué estaba pensando. Ya tendría tiempo para eso cuando Dylan se hubiera ido-. De acuerdo, despidámonos de una vez. Dame un beso y luego saca a Romeo de su desgracia.

Molly se acercó a él y lo abrazó, luego le dio un beso en la mejilla.

– Gracias -susurró.

– De nada.

La soltó y se puso el casco. Molly dio un paso hacia atrás, presa de intensas emociones. No sabía qué eran, pero se movían y cambiaban hasta que una de ellas salió a la superficie. Una emoción que se había prometido no sentir otra vez. Pesar.

Dylan puso en marcha el motor.

– ¡Dylan! -gritó para que la oyera. Dylan volvió la cabeza. Molly dejó la bolsa en el suelo y volvió junto a él-. Espera -le dijo.

Dylan se quitó el casco para poder oírla.

– ¿Qué pasa?

Molly lo rodeó con los brazos y lo estrechó.

– No puedo dejarte y decirte sólo gracias -le dijo al oído para que Grant no la oyera. Dylan se retiró lo bastante para mirarla a la cara. Molly sentía las lágrimas en las mejillas pero no se las secó-. Me prometí no arrepentirme de nada -dijo, e inspiró profundamente antes de taparle los labios con los dedos-. No quiero que me digas nada, porque no lo hago por eso. Sólo quiero que sepas que te amo. Has hecho que crea en mí misma otra vez, y por primera vez en la vida, me has hecho creer en el amor. No importa lo que ocurra o dónde estés, porque siempre te llevaré en mi corazón.

Apartó la mano y la sustituyó con los labios. No era un beso amistoso entre viejos amigos, pero no le importó. La pasión se mezclaba con la tristeza, creando el perfume más dulce. Su boca, sus labios, su aroma, su sabor eran dolorosamente familiares. Trató de recordar cómo para poder rememorarlo en las noches largas y solitarias.

Finalmente, los dos se separaron. Molly le brindó una sonrisa vacilante.

– Tengo dos cosas más que decirte -le dijo-. Luego eres libre de irte -Dylan miró a Grant. Molly no se molestó en volverse. Grant podía esperar o no, era cosa suya-. Primero -le dijo-, no vendas tu empresa. Relámpago Black es tu alma y tu corazón y nunca serás feliz trabajando para otro. Sólo es mi opinión, pero lo digo en serio.

– ¿Cuál es la segunda? -dijo Dylan en voz baja y gruesa, como si luchara con una emoción fuerte. Molly se alegró de que estuviera tan conmovido por aquel momento como ella.

– Esto -metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros y sacó el anillo de boda que lo había llevado hasta él-. Si alguna vez necesitas correr una aventura, ven a verme. Pase lo que pase, iré contigo -le puso el anillo en la palma de la mano y cerró sus dedos en torno a él.

– ¿Y si estás casada con él? -le preguntó, señalando a Grant con la cabeza.

Molly pensó en decirle que era del todo improbable, pero no lo hizo.

– No importa. Pase lo que pase, estaré dispuesta a irme contigo. No porque te lo deba, sino porque quiero.

Dio un paso atrás y subió a la acera. Dylan estaba admirado de su valor. Habría sido tan fácil decirle que él también la amaba, pero no podía. Todavía no. No cuando todo lo que había querido siempre había vuelto a estar a su alcance. Tal vez pensara que Grant era un estúpido, pero Molly había querido casarse con él. Le debía la oportunidad de averiguar si aquellas emociones seguían vigentes.

Tal vez más adelante podría ver cómo estaba. Si había dejado a Grant y seguía estando interesada, podrían retomar lo que habían dejado. Tal vez se estaba engañando. ¿Por qué iba a querer Molly un hombre como él? Se metió el anillo en el bolsillo de los vaqueros y se puso el casco. Molly y Grant se alejaban en dirección al edificio. Molly se detuvo a la entrada y se volvió para mirarlo. Grant le pasó el brazo por los hombros. Hacían una buena pareja. Grant ascendería en el bufete, seguramente se convertiría en uno de los socios. Podrían enviar a sus hijos a una escuela privada. Dylan siempre sería el niño rebelde del barrio pobre de la ciudad. Su negocio era próspero, pero no era un ejecutivo. Teniendo elección, se pondría una chaqueta de cuero negra.

Molly había ido a él porque lo necesitaba, pero ya no seguía necesitándolo.

Metió la primera marcha y se alejó calle abajo. Lo último que vio fue cómo Grant le hacía pasar al vestíbulo del edificio.

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