Capítulo 12

Por segunda vez en dos días, Molly se despertó consciente de que había pasado la noche en los brazos de Dylan. Era, pensó todavía somnolienta, una forma maravillosa de empezar la mañana.

En aquella ocasión todavía estaba a su lado, dormido, tumbado boca arriba y con la cabeza apoyada en la almohada junto a la suya. Irradiaba tanto calor que, de estar en invierno, no habría necesitado manta eléctrica. Qué pensamiento tan bonito, se dijo, y se preguntó si se atrevía a fantasear sobre lo que sería despertarse cada mañana junto a Dylan.

Se puso de costado y lo miró, fijándose en su perfil marcado, la nariz recta y los labios firmes, y la barba incipiente que cubría su mentón y las mejillas. Sabía que no estaba destinado a ser suyo, nunca lo había sido. Debido a una serie de circunstancias que no podía explicar ni confiaba en que se repitieran, habían acabado allí, juntos. Era sólo por un corto periodo de tiempo, pero no importaba. Había sido tan amable con ella. Incluso antes de conocer sus secretos, había sido un buen amigo. No podía pedirle más.

Así que aquello le bastaría, aunque tardaría un poco en aceptarlo. Después de todo, era una mujer normal y odiaba tener que renunciar al mejor hombre que había conocido. Pero con tiempo lo vería todo con una nueva perspectiva y recordaría lo maravilloso que había sido todo.

Molly se estiró y notó un dolor placentero en varios músculos. Sonrió. Debía de ser la falta de práctica. La noche anterior había sido… indescriptible. Como si hubiesen descubierto una forma diferente de hacer el amor. Ya había estado con hombres antes. Bueno, sólo dos, pero no era virgen. Y aparte de las nociones básicas, lo que Dylan y ella habían hecho no se parecía casi en nada a las demás experiencias de su vida.

Había sido tan tierno. Y no sólo por la herida del pecho. La había tratado como si fuera alguien especial, como si su cuerpo fuera muy preciado, casi sagrado, y mereciera adoración. Todavía no podía creer que la hubiese… bueno, besado allí. Nadie lo había hecho antes. Había leído al respecto y le había parecido extraño, pero después de haberlo experimentado, reconocía su atractivo.

Habían vuelto a hacer el amor durante la noche. Después de dormitar durante un rato, se había despertado y lo había sorprendido acariciándola. En aquella ocasión no había luz y habían tenido que guiarse sólo por el tacto. Molly había disfrutado del misterio y los descubrimientos. Si los gemidos de placer, la respiración entrecortada de Dylan y la forma en que había pronunciado su nombre una y otra vez servían de indicación, él también había disfrutado. Sonrió al recordarlo.

– Se ve que estás contenta por algo -dijo Dylan. Molly lo miró y vio que estaba despierto-. Buenos días, ¿qué tal has dormido?

– Estupendamente.

Dylan se movió para rodearla con un brazo y atraerla hacia él. Molly se acercó dócilmente. Suponía que debía sentirse avergonzada por todo, pero no lo estaba. Dylan la había conciliado consigo misma. Con él había aprendido que su cuerpo no dejaba de ser bonito y que las partes importantes funcionaban.

– Yo también -Dylan miró la hora en el reloj de la mesilla-. Parece que nos hemos quedado dormidos.

– ¿Te sorprende?

– No -la besó en la frente-. Después de todo, me mantuviste despierto la mitad de la noche.

– ¿Yo? ¿De qué estás hablando?

– No te hagas la inocente -bromeó-. No hacías más que abrazarme y acariciarme, sacándome del sueño profundo para saciar tus apetitos.

– Ese fuiste tú -protestó Molly, y se apartó lo suficiente como para empezar a hacerle cosquillas.

Dylan la agarró de las manos para detenerla. Ella se soltó y continuó el ataque.

– No quiero hacerte daño -la advirtió.

– Qué miedo -Molly continuó, en aquella ocasión yendo a por sus pies.

Dylan gritó y saltó de la cama.

– Esto no es necesario -dijo en tono firme.

– ¿Desde cuándo pones tú las normas? -rió Molly.

– Siempre lo he hecho. Controlo perfectamente la situación.

La luz suave de la mañana se filtraba por las contraventanas. Dylan estaba tan hermoso allí de pie, con su cuerpo delgado atlético… Mientras lo miraba, vio cómo empezaba a excitarse.

– Sí, controlas la situación -dijo Molly-. No ocurre nada sin tu expreso consentimiento. Es bueno saberlo -Dylan bajó la vista.

– Maldita sea. Traicionado por mi propio cuerpo -declaró, y se abalanzó sobre ella.

Molly no lo había previsto. Trató de bajar por el lado opuesto de la cama, pero era demasiado tarde. Dylan la agarró por un tobillo y la arrastró de nuevo hacia él. Cuando logró someterla sobre la cama, le apartó suavemente el pelo de la cara y le sonrió.

– Me alegro de que estés así.

– ¿A qué te refieres?

– Temía que te arrepintieras de lo de anoche. De que fuéramos amantes.

Aquella palabra le hizo estremecerse. Amantes. Era bonito, implicaba que volverían a hacerlo, que la noche anterior sólo había sido el principio.

– No me arrepiento de nada -le dijo.

– Sabía que te había impresionado.

Tardó un segundo en ver el brillo jocoso en sus ojos, pero luego deslizó una mano hacia su virilidad y, al instante, su propio cuerpo volvió a la vida.

– ¡No! -dijo Dylan rápidamente, y se puso en pie. La tomó de la mano y tiró de ella hasta sentarla al borde de la cama-. Pienso hacerte el amor una y otra vez, pero quiero que finjamos que vamos a levantarnos y a empezar el nuevo día.

– Si insistes -rió Molly. Lo acarició una última vez, de forma lenta y sensual, haciendo que contuviera el aliento-. Podemos empezar duchándonos.

– Buena idea -repuso Dylan, y la condujo de la mano al pequeño cuarto de baño.

Cinco minutos después, estaban bajo el chorro de la ducha, enjabonándose el uno al otro. Mientras ella le frotaba el pecho, él le frotaba el suyo. Tuvo cuidado de no rozarla junto a la herida. Aun así, no hacían más que estorbarse.

– No podemos hacerlo así -dijo Molly, y rió-. Tú primero. Luego te enjabono yo a ti.

Molly se quedó quieta mientras Dylan le extendía la espuma, y se sorprendió cediendo a sus manos. Le gustaba sentirlas por su cuerpo, y Dylan parecía más interesado en lavar algunos puntos que otros. Sus senos recibieron una dosis adicional de atención, así como sus piernas. La tocó con suavidad entre los muslos, con cuidado de no hacerle daño. Cuando fue su turno, lo enjabonó lentamente, haciendo mucha espuma antes de extenderla por su cuerpo. El agua cálida de la ducha le caía por la espalda mientras se arrodillaba en la bañera para seguir con sus piernas. La prueba de su deseo sobresalía a nivel de los ojos y se preguntó cómo sería tomarlo en la boca. Sin pararse a pensarlo, lamió la punta y luego lo introdujo en su boca. Dylan maldijo con suavidad, luego se puso tenso.

– Molly, me estás matando.

Tuvo que dejarlo para hablar.

– Supongo que de una forma agradable.

– Muy agradable.

– Mm.

Continuó lo que estaba haciendo. Sabía a limpio y húmedo. Estaba tan excitado que notaba sus venas henchidas. Mientras lo chupaba, levantó las manos y suavemente le acarició la parte que colgaba entre sus muslos. Dylan se estremeció.

– Me vas a hacer explotar -le dijo.

– Ésa era la idea -repuso Molly.

– Así no, esta vez no.

Dylan la levantó y ella sintió cómo el calor se extendía por su vientre. «Esta vez no», había dicho, implicando que habría más veces. La estrechó y la besó y, mientras el agua caía sobre ellos, deslizó las manos por su espalda. Su erección le presionaba en el vientre.

Dylan cerró el grifo de la ducha y tomó las toallas grandes que colgaban del toallero. Después de envolverla en una, se secó y la condujo a la cocina.

– ¿Qué haces? -le preguntó mientras la colocaba sobre la mesa.

– Nada -dijo, y se colocó entre sus piernas.

Le rodeó el rostro con las manos y empezó a besarla otra vez. Estaban los dos desnudos, todavía húmedos de la ducha. Su lugar secreto de mujer también estaba húmedo, pero por otros motivos. No podía creer lo mucho que lo deseaba otra vez.

– ¿Crees que te dejaré dolorida? -le preguntó, con la voz ronca de necesidad.

– No -Molly se colocó al borde de la mesa y se abrió aún más.

Dylan profundizó el beso. Sus manos se deslizaron por su espalda y Molly sintió su virilidad abriéndose camino, así que bajó la mano y lo condujo a su interior. El beso se intensificó y empezaron a moverse juntos. Molly sintió cómo la liberación se acercaba rápidamente.

A punto de llegar, se dio cuenta de que Dylan estaba manteniendo su torso ligeramente separado. En aquel momento tan físico, seguía plenamente consciente de su incisión y de no hacerle daño. Casi quería llorar de admiración, por lo especial que era y lo bien que le hacía sentir.

Siguió penetrándola, conduciéndolos a los dos a la cima del placer. Los músculos de Molly se tensaron de expectación. Dylan la sujetó de las caderas y la acercó más a él preparándose también para la consumación. Entonces lo supo. En el momento exacto en que se miraron a los ojos y contemplaron la explosión, comprendió que lo que pensaba que era la continuación de su enamoramiento de adolescente era mucho más. Tal vez hubiera empezado así, pero algo había cambiado de forma irreversible entre ellos. Al menos para ella. No estaba con Dylan porque fuera gracioso, atractivo o inteligente, sino porque lo amaba. Tal vez siempre lo había amado.

No era una de las reglas, no estaba permitido, pero Molly no podía evitarlo. Entonces, lo único que pudo hacer fue sentir cómo su cuerpo se perdía en lo inevitable. Lo agarró de la cintura y lo mantuvo en su interior, sintiendo cómo la tensión se disipaba de su rostro.

Cuando los dos recuperaron el aliento, apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos rápidos de su corazón. Había roto las reglas. Se suponía que hacían aquello para divertirse, para huir, no para que se enamorara de él.

Pero no había marcha atrás. Y si podía evitarlo, Dylan regresaría a su vida sin saber lo que ella realmente sentía. Sería lo mejor para los dos que se separaran como amigos. En cuanto a ella, se había prometido no lamentarse de nada e iba a mantener esa promesa. No se arrepentiría de amarlo, nunca.


– ¿Cuántos kilos gana como media una mujer con cada embarazo? -preguntó Molly, leyendo la tarjeta, y después de recorrer con la vista las cuatro posibilidades, las leyó en voz alta-. Vaya, no creía que fuera tanto -Dylan la miró fijamente.

– Será de broma. ¿Esperan que yo lo sepa?

– Creo que este juego fue idea tuya. ¿Quieres decir que yo sé más de hombres que tú de mujeres?

Su sonrisa de satisfacción hizo que Dylan no pudiera evitar sonreír. Estaban tumbados en el suelo de la sala de estar con un juego que habían comprado aquella mañana. La idea era hacer dos equipos, uno de hombres y otro de mujeres, los hombres contestaban las preguntas sobre mujeres y viceversa. A pesar de fallar una pregunta sobre mecánica, Molly estaba defendiéndose bien. Dylan empezaba a creer que había cometido un error al escoger aquel juego, casi todas las preguntas eran sobre exceso de peso, cosmética o trucos de decoración.

– Vuelve a leer las respuestas -le dijo.

Molly se estiró boca arriba y lo hizo. Dylan no había tenido mucho contacto con mujeres embarazadas y no sabía cuánto peso ganaban como media.

– Un kilo y medio.

– Nueve y medio -repuso ella, enseñándole la tarjeta-. Es bueno saberlo.

Dylan observó cómo tiraba el dado que le diría a qué categoría correspondería su próxima pregunta. Llevaba el pelo suelto. La tarde era cálida y los dos llevaban vaqueros y camisetas. Le gustaba mirarla, contemplar su rostro bonito y su cuerpo. Le gustaba ver cómo se movía. A veces simplemente se acercaba a ella por detrás y la abrazaba para sentirla cerca.

No era sólo sexo, aunque había mucho de eso entre ellos. Era una especie de ansia que le impedía quedarse satisfecho de tocarla y estar junto a ella. Sólo habían pasado dos días desde que se habían hecho amantes y a veces sentía como si llevara con ella toda la vida. Molly era en lo único en lo que podía pensar. Cuando el mundo exterior se inmiscuía, le molestaba.

Pero no dejaba de inmiscuirse. Después de saber la verdad de por qué había querido escapar, Molly ya no se metía en su cuarto para hacer la llamada de teléfono todas las noches. Se sentaba a su lado y marcaba el número de su casa para escuchar los mensajes en su contestador. Se quedaba callada durante un minuto, luego movía la cabeza lentamente en señal de negativa y desconectaba el teléfono.

Nada. Ni una sola palabra de su médico. ¿Cuánto tiempo tardarían esos análisis? ¿No se daban cuenta de lo difícil que era para Molly esperar la noticia? Sufría por ella y no podía hacer nada.

Dylan comprendió que nunca había sentido nada igual por nadie, pero la idea no lo asustó. Trató de no pensar en lo que pasaría si la apartaban de él. No podía soportar la mera idea.

– No, Dylan -dijo Molly, y se acercó hacia él para mirarlo a los ojos.

– ¿Qué estoy haciendo?

– Tienes mirada triste -Molly le tocó el dorso de la mano con la suya-. Pones la mirada perdida y sé que estás preocupado por mí.

Dylan consideró la posibilidad de mentir, pero vio que no tenía sentido.

– Claro que pienso en las posibilidades – le dijo-. No sólo en lo que te diga el médico, sino también en el futuro. Nuestros quince días están a punto de tocar a su fin.

– Lo sé. Te echaré de menos.

Lo que significaba que no esperaba volverlo a ver. Dylan no se sorprendió. Molly sólo iba a ser parte de su vida temporalmente. Sin embargo, en alguna ocasión en los últimos días, incluso antes de que le hablara del bulto en el pecho, había considerado la posibilidad de repetir aquello más veces. La sola idea debía hacer que saliera corriendo colina arriba, pero… estar con Molly le gustaba.

– Yo también te echaré de menos -le dijo, aunque era quedarse corto.

No podía recordar cómo había sido su mundo sin ella y no quería saberlo. Pero no tenía nada que darle. Sí, tenía dinero y podía ofrecerle vivir en su mansión, pero eso a Molly no le importaría. No podía prometer que la amaría. ¿Qué era el amor? Todavía no lo sabía. Además, se merecía alguien tan maravilloso como ella. Él sólo era un perdedor con una motocicleta que había nacido en la parte pobre de una ciudad. Se había criado con unos padres alcohólicos que no se habían preocupado lo más mínimo por él. Si ellos no lo habían querido, ¿por qué iba a hacerlo otra persona?

– Me has cambiado -dijo Molly, apoyando la cabeza en su mano.

– ¿Qué quieres decir?

– Tengo menos miedo. Me siento más fuerte.

– Eso no tiene nada que ver conmigo, yo sólo hice el viaje contigo.

– Qué equivocado estás, Dylan. No habría podido hacerlo sin ti. Has hecho que crea en mí misma por primera vez. Ahora sé que puedo enfrentarme a cualquier cosa -su sonrisa se volvió tímida-. Has hecho que me sienta bonita y yo creía que eso era imposible.

Dylan se acercó a ella y la besó.

– Eres bonita. Si no puedes verlo, vete al oculista. Es evidente que necesitas unas gafas.

– Me haces reír y, a veces, ése es el mejor regalo de todos.

Era tan sincera, iba directamente al centro de la cuestión. No sabía si había respetado tanto a una persona antes. La estrechó con fuerza

– No quiero que perdamos el contacto.

– Yo tampoco -Molly lo abrazó-. Prométeme que no ocurrirá.

– Te lo prometo.

Las emociones lo invadieron, pero no se atrevía a identificarlas. ¿Y qué si sus sentimientos habían cambiado y crecido? Molly tenía que seguir su camino, él sólo la entorpecería.

Sintió crecer el deseo en su interior, pero resistió la urgencia de hacer el amor. En cambio, le apartó el pelo de la cara.

– No has llamado a tu casa para escuchar los mensajes -le dijo.

– Lo sé, pero es sábado. No creo que mi médico haya llamado.

– Nunca se sabe. Vamos, llama. Luego terminaremos el juego -miró los puntos que tenía, bastante menos que los de ella-. Ya sabes que te estoy dejando ganar.

– Vamos -Molly lo empujó-, y querrás que me lo crea -se puso en pie y se acercó al mostrador de la cocina donde estaba el teléfono-. La verdad, Dylan, no soy la única que debería hacer una llamada. Hace dos días dijiste que tenías que llamar a tu oficina y no lo has hecho. ¿No te preguntas qué estará pasando?

«Ya no», pensó. La compañía y la oferta de compra no le parecían reales desde que estaba con Molly, pero suponía que debía llamar y asegurarse de que no se había producido ninguna catástrofe.

– Está bien. ¿Quieres ser tú la primera?

– No, tú. Yo espero.

Al descolgar el teléfono, Dylan se preguntó si Molly estaba posponiendo lo inevitable, por si acaso eran malas noticias. Por enésima vez, deseó encontrar la manera de hacerle la vida más sencilla. Si pudiera hacer suyos su miedo y su enfermedad, lo haría.

Marcó el número de su buzón de voz. El ordenador anunció que tenía varios mensajes.

– ¿Cuántos? -preguntó Molly mientras él introducía su código personal.

– Ocho.

– Vaya, todas las mujeres te están echando de menos.

– No hay ninguna mujer, a no ser que seas tú.

– Un club de fans de una sola persona -Molly se sentó a su lado y se recostó en el sofá.

– ¿Eres mi fan?

– Siempre, Dylan -le dijo apoyando la cabeza en su hombro.

Sus palabras produjeron una radiación de calor por todo su cuerpo. Tal vez podían hacer el amor lentamente para no dejarla dolorida. Más tarde, se prometió en cuanto empezó a oír el primer mensaje. Reconoció la voz de Evie.

– Mi secretaria -dijo mientras escuchaba.

Lo estaba regañando por no llamar. Podía estar muerto en una zanja y ella no sabía nada, lo único que deseaba era que hubiera sido una muerte lenta y dolorosa. Luego mencionó un par de asuntos que no corrían prisa y dijo que su abogado había llamado para hablar sobre la oferta de compra. Los mensajes restantes eran más o menos parecidos, incluido uno de su abogado que le rogaba que por lo menos considerara la oferta. Al parecer, la multinacional se la había hecho llegar la semana anterior.

Dejó a Evie un corto mensaje diciéndole que estaba bien y que pronto se pondría en contacto con ella. Luego colgó.

– ¿Alguna noticia? -preguntó Molly.

– Nada importante. La multinacional está presionando para hacer la fusión. Le han enviado a mi abogado la oferta inicial y quiere que le eche un vistazo.

– ¿Vas a hacerlo?

– No lo sé. Todavía no sé si voy a vender o no -miró a Molly-. ¿Tú qué piensas?

– No cuesta nada mirar. Si no te gusta lo que ves o crees que quieres tener todo el control sobre Relámpago Black, siempre puedes decirles: «No, gracias».

– Buena idea. ¿Te importaría que me mandaran aquí la oferta?

– Claro que no.

– ¿La mirarías conmigo?

Molly se sonrojó.

– Si quieres, pero no sé si seré de mucha ayuda.

– Claro que sí. Estás licenciada en empresariales. Además, me gustaría saber tu opinión.

– Claro.

Llamó a su abogado a su casa y dejó un mensaje pidiéndole que le enviara allí la propuesta. Luego le pasó el teléfono a Molly.

– Tu turno.

– Es una pérdida de tiempo, mi médico no va a llamarme en fin de semana -levantó una mano antes de que pudiera decirle nada-. Lo sé, lo sé. Si te hace feliz, lo haré encantada -pulsó la tecla para activar el teléfono y marcó el número. Después, marcó su clave de acceso y frunció el ceño-. Hay un mensaje.

Dylan se incorporó. El miedo le hizo un nudo en el estómago. «Señor, no permitas que sea nada malo», rezó. Molly escuchó con atención. No había alborozo en su expresión, pero tampoco pánico o resignación. Por fin pulsó la tecla para cortar la conexión y lo miró.

– No lo vas a creer -le dijo-. Era mi jefe, Harry. Dijo que la compañía había reconsiderado la situación y que quieren que vuelva a trabajar para ellos. No sólo eso, sino que me ofrecen un ascenso y una subida de sueldo.

– Pareces más confundida que contenta.

– Supongo que sí. Nunca se me ocurrió volver allí. No odiaba mi trabajo, pero no era maravilloso, y todavía estoy molesta por cómo se portaron.

– Tienes dinero, no tienes por qué tomar la decisión esta noche.

– Tienes razón, de todas formas no podría. No puedo hacer nada hasta que no tenga noticias del médico. Quiero decir, que si son malas noticias…

– Lo sé. Siento que tengas que esperar -le dijo Dylan.

– Yo también, pero me alegro de que estemos juntos. Has hecho que la espera sea mucho más fácil.

– Eso es porque me importas.

Molly lo abrazó.

– Gracias. Muchos hombres no querrían hacer esto por mí.

– Te equivocas. Harían mucho más si tú fueras el premio.

Bajaría al infierno y volvería si eso la ayudara. En cambio, lo único que podía hacer era abrazarla y esperar.

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