– Está bien, Niall. Suéltalo todo.
No importaban las palabras que ella murmuraba. Sólo quería que supiera que entendía su dolor, la desesperación de saberse solo y abandonado.
Romana lo besó en la cabeza y luego en las sienes, abriendo su propio corazón mientras lo consolaba, diciéndole cosas que había guardado desde siempre en su interior. Y no dejó de abrazarlo, apretando la cabeza de él contra su pecho mientras le acariciaba el pelo con una mano y la cara con la otra.
– No estás solo -susurró mientras le besaba las lágrimas de los ojos y la línea del mentón, acariciándole suavemente el cuello-. Yo estoy aquí.
– Romana…
Niall pronunció su nombre como si se lo arrancado de las entrañas, mientras se abrazaba a ella. Parecía que no quisiera dejarla marchar nunca.
Ella también murmuró su nombre, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás para ofrecerse, rendida, como se entrega una mujer enamorada a un hombre que está sufriendo. Le entregaba sus brazos, su cuerpo un refugio en el que pudiera olvidarlo todo sin pedir nada a cambio.
Niall levantó la cabeza y la miró, murmurando de nuevo su nombre con una nueva intensidad en su voz.
– Romana -repetía Niall una y otra vez, como si nunca antes lo hubiera pronunciado, como si hubiera abierto de pronto los ojos para descubrir un mundo nuevo.
– Estoy aquí -dijo.
Y se desabrochó el primer botón de la camisa, y después el segundo.
Niall se incorporó y, por un instante, ella creyó que le iba a decir que se detuviera, pero en lugar de hacer eso, le acarició la mano antes de posar suavemente los dedos sobre su frente, como si estuviera intentando averiguar sus más profundos pensamientos. Luego la miró a los ojos y tomó su cara entre las dos manos para besarla con dulzura. Con los labios iban buscando su consentimiento en cada movimiento.
Ella respondía con los labios, la lengua, las manos, animándolo sin palabras a continuar. La boca de Niall se volvió más ansiosa. Romana se dejó caer sobre los cojines.
– Quiero tocarte -dijo Niall-. Quiero desnudarte.
Ella se incorporó y comenzó a desabrocharle la camisa. Tras una pausa que pareció interminable, Niall quedó libre para acariciar su cuello lentamente mientras deslizaba las manos hasta la suave curva de sus pechos. Entonces se detuvo un instante, preguntándole sin palabras si quería que siguiese. Por toda respuesta, Romana se desabrochó el sujetador.
– Seda, pura seda -murmuró Niall mientras abría las manos para encontrarse con la calidez de su piel.
Entonces la reclinó con suavidad sobre los cojines, para continuar explorando con la boca lo que acababan de conocer sus manos.
Cada caricia, cada movimiento, cada beso era lento y seguro. Romana se estremecía con el contacto de sus labios, el fuego de su mirada. La íntima presión de su cuerpo la llenaba de sensaciones casi dolorosas de puro placenteras.
Todo era nuevo y excitante para ella, y Romana contuvo la respiración, temerosa de romper el hechizo. Entonces se incorporó y colocó los brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia sí.
– Quiero tocarte -musitó Romana, repitiendo las palabras que él le había dicho-. Quiero desnudarte.
Y despacio, con ternura, ambos cumplieron su deseo, aprendiendo las necesidades del otro poco a poco, hasta que la pasión lo envolvió todo y perdieron el sentido del tiempo y del espacio.
Podría haber sido perfecto si el nombre que él pronunció en el momento culminante hubiera sido el de Romana.
El nombre de Louise había borrado de un plumazo la magia del momento después de hacer el amor. Ninguno de los dos respiraba. El silencio era tan denso que retumbaba en sus oídos.
– Romana -dijo Niall demasiado tarde-. Yo no… no estaba pensando en…
No sabía en qué estaba pensando. Había tomado a Romana en sus brazos y le había hecho el amor con una pasión desconocida para él. Era la mujer que necesitaba. La seguía necesitando. Sólo a ella.
Pero Louise había estado con ellos. La habían recordado, hablado de ella. Sus fotos seguían esparcidas sobre la mesa. Louise estaba aún allí, esperando que Niall le dijera adiós.
– No pasa nada, Niall. Lo comprendo.
– ¿Sí? Pues yo no.
Lo único que sabía era que la había herido de una manera que tenía difícil solución. Intentó abrazarla, tranquilizarla, pero ella lo rechazó, incorporándose y recogiendo su ropa.
– Necesitabas a alguien, Niall, y yo estaba aquí. No hagamos un drama de esto. ¿Puedes llamar a un taxi mientras paso al baño?
– Yo te llevaré.
No era una pregunta, sino una afirmación. Creyó que ella se iba a negar, pero quizá prefirió no enfrentarse a un incómodo silencio mientras esperaban el taxi. Romana asintió con la cabeza. Se estaba muriendo por dentro. Mientras observaba a Niall recoger su ropa del suelo, pensó que nunca había visto a un hombre tan pálido. Le rompía el corazón pensar que ella le había provocado ese sentimiento de culpa por haber traicionado la memoria de su mujer.
Había pensado que podía ayudarlo a solucionar sus problemas, pero lo único que había conseguido era empeorarlos.
Niall se levantó tras encontrar su camisa debajo de sofá, y Romana aprovechó para escapar escaleras arriba hacia el cuarto de baño.
Cuando terminó, encontró a Niall en la habitación. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros y un jersey, y tenía las llaves del coche en la mano.
– ¿Vas a ir mañana a la tienda? -preguntó ella, tratando de parecer formal.
Esperaba que él le diera cualquier excusa, pero no lo hizo.
– Claibourne & Farraday es mi primera preocupación en este momento. A no ser que India se haya rendido…
– Ni lo sueñes.
Romana le siguió el juego, llevando poco a poco la relación hacia el trabajo, donde siempre debería haberse quedado, aunque ambos lo hubieran olvidado en medio de una atmósfera cargada de pena y recuerdos. Las cosas ya eran demasiado complicadas como para además hacer un drama porque él siguiera enamorado de su mujer.
– ¿Estarás bien solo?
– ¿Y si te digo que no, te quedarás?
Romana frunció el ceño mientras se tomaba su tiempo antes de contestar.
– Una y no más, Niall. Lo que ha ocurrido ha sido la respuesta inevitable a un exceso de emoción. No te confíes. Si se repitiera, sería la demostración de que te estoy utilizando para minar tu posición -dijo Romana, ofreciéndole la posibilidad de culparla a ella de lo que había ocurrido.
– No creo que tengas ni una gota de cinismo en tu cuerpo -replicó Niall, desdeñando su sacrificio.
Si Romana no hubiera cometido ya el error de enamorarse de él, lo habría hecho en ese momento.
– ¿Y qué me dices de ti? -preguntó ella-. ¿Cuánto tienes tú de cínico?
Conocía de antemano la respuesta. Un cínico no se habría confundido de nombre, ni se habría dejado llevar de ese modo en medio de un mar de deseo.
Niall no respondió. Introdujo un CD en el aparato de su Aston, escogiendo la música en vez de una conversación en el camino hacia Londres.
Una vez en su casa, Niall insistió en acompañarla hasta la puerta, y esperó hasta que la abrió.
– Romana…-comenzó a decir.
Pero no encontró las palabras adecuadas.
– No, por favor, no te disculpes. No es necesario. Tú amas a Louise, eso no ha acabado con su muerte.
Romana hizo ademán de marcharse, pero algo la retuvo un instante.
– Niall -dijo colocando una mano sobre su brazo-, déjame decirte algo. Creo que honrarías más a Louise si vivieras tu propia vida. No creo que le gustara verte compadeciéndote, si te quiso tanto como tú a ella.
– Pareces saber mucho sobre el amor para ser una chica abandonada por su madre a cambio de un cheque.
– Vaya novedad -contestó ella con un escalofrío.
– Para mí sí lo ha sido, no me lo habías dicho hasta ayer. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
Romana enarcó una ceja por toda respuesta.
– Ya veo. Yo tengo que vivir mi vida, pero tú puedes compadecerte a ti misma, ¿no? Si quieres saber mi opinión, creo que tu madre fue la que salió perdiendo.
Romana se tragó las lágrimas.
– No sabes de qué estás hablando.
– Y en cuanto a Peter Claibourne, pienso que es un hombre que conoce el precio de todas las cosas, pero el valor de ninguna. Tuvo mujeres hermosas y luego a sus hijas como meras posesiones. No aprendió a querer a los objetos de su deseo.
– A India sí la quiere.
Las palabras le salieron sin pensar, aunque siempre habían estado en su subconsciente, ocultas incluso para sí misma.
– Olvídalo, por favor. Nos quiere a todas igual.
– Si tu padre se hubiera tomado la molestia de conocerte y construir una relación contigo, no se le habría ocurrido regalarte un coche cuando cumpliste dieciocho años. Por eso lo regalaste a tu vez, porque estabas dolida, no por ningún gesto altruista.
Romana iba a contestarle, furiosa, cuando Niall colocó los dedos de una mano sobre su boca.
– Sabes que tengo razón. Y si de verdad quisiera India, como tú dices, no la habría dejado al frente de este enredo. Piénsalo. Te veré mañana, Romana.
Niall le dio un beso en los labios y se dio la vuelta. Ella cerró tras él y, con la mano sobre sus labios aún calientes, se apoyó contra la puerta. Luego fue a su dormitorio, se quitó la ropa y se metió en la cama, pero no pudo librarse del calor que le habían dado sus caricias, ni del dolor de haber perdido la sensación que tuvo durante unos minutos de ser alguien importante para él.
Romana se levantó de la cama y se lavó la cara con agua fría. No se enamoraría de él, se repitió una y otra vez. No se enamoraría de nadie.
Niall se sentó durante largo rato en la cocina, pensando en Romana Claibourne, en cómo había derribado las barreras que él había construido para no volver a sentir nada nunca más. Recordó su manera de abrazarlo, sus besos, y cómo habían hecho el amor en el sofá de Louise.
Pero no era el sofá de Louise. Su mujer estaba muerta, y él también lo había estado hasta que Romana Claibourne, atractiva, inteligente y capaz de encender la noche con su sonrisa, le había arrojado un vaso de café a los pies.
Niall comenzó a recoger las fotografías una por una, observándolas con atención durante largo tiempo antes de meterlas de nuevo en la caja. Nunca olvidaría a Louise, pero Romana tenía razón. Nada podía cambiar el pasado; el remordimiento y la culpa no se la devolverían. Y esa noche, viendo las fotos de la boda, había acabado por aceptarlo.
Había pronunciado su nombre, pero no en un intento de imaginarse que la mujer que tenía en sus brazos era Louise. Había sido una despedida.
Romana lo había liberado de su cárcel y él la había herido sin querer. Tenía que hacer algo, demostrarle cuánto le importaba. Abrió la documentación que le había dado Jordan sobre ella y empezó a buscar algo que pudiera darle una pista.
– ¿Estás sola? ¿No te acompaña tu sombra?
Romana levantó la vista hacia India, que la contemplaba desde la puerta del despacho.
– Tienes una cara fatal, Romana. ¿Te fuiste de fiesta después del pase de anoche?
– No, me fui en cuanto acabó.
– He oído que Niall Macaulay tampoco perdió mucho tiempo en el desfile -insinuó India, sugiriendo que podían haber estado juntos.
– ¿Ah sí? -replicó Romana-. No sabía que Molly te tenía al día de todos los chismorreos.
– Me ha costado sacarle la información, pero como tú no me cuentas nada…
– No hay nada que contar. Estoy cansada, y tú parece que también. ¿Has olvidado que tienes que llevar el equipo de atención neonatal al hospital esta mañana?
– Voy para allá. ¿Te llevo?
– No. todo está organizado. Molly se apañará sin mí -dijo Romana mientras recogía su bolso-. Yo llevaré a la hora de comer.
– No te olvides de esto -replicó India dándole el móvil que estaba encima de la mesa-. Necesito tenerte localizada en todo momento.
Romana cayó en la cuenta de que los problemas de su hermana con la tienda eran mucho más importantes que los suyos.
– ¿Has hablado con papá? -preguntó.
– No responde a mis llamadas -contestó India.
Niall tenía razón. Su padre había emprendido un largo viaje de placer, dejándolas solas ante el peligro de los Farraday mientras él se atiborraba de cócteles y coqueteaba con cuanta mujer bonita se le pusiera por delante.
– ¿Tienes algún plan nuevo para poner a Jordan Farraday de rodillas? -preguntó Romana.
– Tengo a mis contactos trabajando para encontrar trapos sucios. Tiene que haber alguno.
– Ten cuidado. Ellos tienen recortes de prensa nuestros desde que nacimos.
Sabía lo que estaba diciendo, a juzgar por lo que guardaba en su bolso. Niall había deslizado un sobre bajo su puerta mientras ella dormía. Al abrirlo, Romana descubrió un artículo de una revista sobre su madre con una nota que decía: «Nada es tan simple como parece a primera vista. Dile a tu madre que te cuente su historia».
Cuando era adolescente, Romana solía telefonear a su madre para oír su voz. Pero nunca contestaba ella.
Bajó del taxi y contempló la elegante mansión mientras tomaba aire para tranquilizarse. Recorrió las baldosas de la entrada y llamó a la puerta. Le abrió una mujer alta y morena que llevaba a un niño de unos siete años pegado a las piernas. La mujer sonrió con timidez.
– ¿Quién es, Charlie? -preguntó una voz desde una habitación lejana.
– Soy Romana Claibourne -contestó, sacando el recorte de la revista-. ¿Puede darle esto a lady Mackie y preguntarle si me recibiría?
La madre de Romana hizo su aparición al fondo del pasillo. Su impresionante figura se había ensanchado ligeramente con el paso de los años y los embarazos, y algunas arrugas bordeaban sus ojos, pero seguía siendo una gran belleza. Su piel mantenía aquella luminosidad que las fotografías que su hija recortaba siendo niña no conseguían transmitir.
Luego Romana se hizo mayor y dejó de escuchar aquella vocecita que le decía que algún día su madre volvería. Dejó de leer las revistas y guardar las fotografías en una caja de cartón. Hizo una pequeña pira funeraria y prendió fuego a sus fantasías.
– Es Romana Claibourne -dijo la niñera antes de subir las escaleras con el niño en brazos.
– ¿Romana? -dijo su madre con voz temblorosa-, ¿eres tú de verdad?
Romana se contuvo para no dejarse llevar por la emoción.
– Un amigo me dio esto, y tenía que comprobar si era verdad lo que dices aquí sobre cometer errores. ¿Estás de verdad arrepentida de…?
Pero su madre no la dejó terminar. Avanzó hacia ella y la tomó de las manos.
– ¡Oh, mi niña querida! Casi había perdido la esperanza. Pensé que ya nunca vendrías.