Capítulo Dos

Niall sacó el teléfono móvil y llamó a su secretaria para reorganizar su agenda el resto del día. Al menos, a última hora no tenía compromisos profesionales ineludibles.

Romana también estaba haciendo llamadas, una detrás de otra, hablando con la interminable plantilla de colaboradores que ayudaban en la gala y comprobando los últimos detalles relacionados con las flores, los programas y los asientos.

Quizá estuviera tratando de impresionarlo, o tal vez quería evitar mantener una conversación. Al menos eso era de agradecer, pensó él.

Niall miraba fijamente por la ventanilla mientras el taxi enfilaba hacia el centro a través del atasco de mediodía. Tuvo tiempo de sobra para arrepentirse de haber seguido a Romana Claibourne cuando esta salió del despacho.

Sólo Dios sabía por qué no quería pasar con ella ni un solo minuto más de los necesarios. No tenía tiempo para muñequitas rubias, y menos todavía para una que jugaba a ser directora entre compra y compra. Le echó un vistazo a sus bolsas de tiendas de lujo, desparramadas a sus pies, unos pies largos y estrechos encerrados en unos zapatos de diseño. No pudo por menos que reconocer la belleza de aquellos pies, la finura de sus tobillos y de las piernas a las que estaban sujetos. Había mucha pierna que admirar. Estaba claro que Romana Claibourne no era partidaria de esconder sus encantos.

Ella estaba colocándose su melena de rizos cuando se dio cuenta de que la observaba. Niall tendría que haber girado rápidamente la cabeza mientras ella lo interrogaba con la mirada. Pero en lugar de eso, hizo lo que sabía que más le podría molestar. Levantó una ceja con aburrimiento, mostrando la más absoluta indiferencia, y se dio la vuelta para contemplar el tráfico, a todas luces mucho más interesante.

Una gala solidaria no era la idea que él tenía de trabajar, por muy loable que fuera la causa. Tampoco lo encontraba divertido. Ese tipo de actos estaban situados al final de la lista de sus obligaciones. Prefería mil veces enviar un cheque y obviar la parte supuestamente festiva.

Ya era demasiado tarde para lamentarse de no haberle preguntado, simplemente, qué planes tenía para el resto del día. Pero había algo en ella, en aquellos ojos azules… Parecía que estaba acostumbrada a que los hombres dieran vueltas a su alrededor con sólo mover un dedo. Pues bien, él estaba hecho de un material más duro, y quería hacérselo saber.

El taxi paró un poco más arriba de Tower Bridge. Los colores grana y oro de Claibourne & Farraday resaltaban más que nunca sobre los globos y las sudaderas, y una gran multitud se divertía ante la presencia de las cámaras de televisión.

– Ya hemos llegado, señor Macaulay.

– Llámame Niall, por favor -dijo.

No buscaba un trato más informal, pero todo un mes oyendo cómo ella lo llamaba «señor Macaulay» en ese tonito insolente sería todavía peor.

Niall se preguntó qué irían a hacer allí. Lo averiguó nada más bajarse del taxi y ver la bandera de C &F ondeando sobre una altísima grúa junto a un cartel que invitaba a los participantes a «saltar por la Alegría».

Se dio cuenta entonces de que las galas solidarias no estaban, después de todo, en el último puesto de su lista. El «puenting» se salía incluso de la página.

– No siempre es así -señaló Romana después de pagar al taxista-. Algunos días son muy aburridos. Aunque no muchos, si puedo evitarlo -añadió sonriendo levemente mientras guardaba la cartera en el bolso.

– ¿Vas a saltar? -preguntó él.

– ¿Te arrepientes de no haber regresado a tu oficina cuando tuviste la oportunidad, hombre-sombra?

– En absoluto -replicó-. Me parece una experiencia muy didáctica, pero me temo que has malinterpretado la palabra «supervisar». Te podías haber ahorrado la molestia de buscarme una sudadera. Sólo estoy de observador.

– Asustado, ¿eh? -dijo ella, retadora.

Niall dejó pasar el comentario. No tenía nada que demostrar.

– ¿Has hecho esto antes? -preguntó él.

– ¿Yo? No, por Dios. Tengo pánico a las alturas -contestó ella.

Por un momento él creyó que era verdad. Romana continuó con una mueca burlona.

– ¿Cómo si no crees que habría conseguido tantos patrocinadores? Mucha gente ha dado bonitas sumas sólo para verme saltar desde ahí arriba.

– Podrías agarrar a tus víctimas y amenazar con arrojarles café encima si no firman un cheque -sugirió él.

Ella correspondió a la broma con una breve inclinación de cabeza.

– Me guardo la idea para el año que viene. Gracias por el consejo.

– No habrá año que viene.

– Bueno, no habrá puenting, pero…

De pronto se dio cuenta que no se refería al puenting, sino a la inminente expulsión de las Claibourne del consejo de administración.

– Pero ya se me ocurrirá algo igual de emocionante -continuó sin titubear-. Si quieres mostrar tu apoyo, aún hay tiempo para que telefonees a tu oficina y consigas algunos patrocinadores tú mismo. Es por una buena causa, y estoy segura de que habrá mucha gente dispuesta a pagar por verte saltar desde una altura de treinta metros con una banda elástica atada al pie.

Romana sonrió con aspereza mientras le ofrecía su propio teléfono móvil.

– Está siendo retransmitido por televisión, así que esas personas podrán verlo en directo y sentir que ha valido la pena pagar -añadió, sin poder resistirse-. Yo misma pagaré.

Estaba seguro de que ella sería capaz, pero negó con la cabeza.

– Me atendré al acuerdo al que hemos llegado. Tú haces lo que harías normalmente y yo te observo. ¿Vas a saltar?

– Una de las hermanas Claibourne tiene que hacer el salto de inauguración. India y Flora descubrieron de pronto que tenían compromisos ineludibles, así que… Pero es una pena, si llego a saber que estarías aquí lo habría arreglado para que hiciéramos juntos el salto inaugural. Ya tenemos asegurada la portada de la revista Celebrity de la semana que viene, pero contigo en la foto podríamos haber conseguido salir también en las páginas de economía.

– ¿Cuánto habéis conseguido de los patrocinadores?

– ¿Por mi salto? -preguntó mirando hacia la grúa-. ¿Crees que vale la pena jugarse el cuello por cincuenta y tres mil libras?

– ¿Cincuenta y tres mil libras? -estaba impresionado, pero no tenía ninguna intención de demostrarlo-. ¿Hay tanta gente dispuesta a verte aterrorizada?

– ¿Aterrorizada? -respondió Romana abriendo mucho los ojos.

– Se trata de eso, ¿no? Les haces creer que te dan pánico las alturas y así los patrocinadores pagan por oírte gritar.

– Tengo que asegurarme de que están satisfechos por lo que han pagado -contestó ella tras una pausa-. Gracias por recordármelo.

Una mujer joven vestida con una sudadera reclamó en ese momento la atención de Romana.


– ¿Quién es ese hombre tan guapo?

¿Guapo? Romana no tuvo que seguir la ávida mirada de su ayudante. Molly sólo podía referirse a Niall.

– No es guapo -dijo.

Pero era guapo hasta decir basta, el tipo de hombre que haría que una mujer se tropezara con él a propósito con tal de conseguir una sonrisa suya. A lo mejor por eso no sonreía. Sería demasiado peligroso.

– Caray, Romana, vete al oculista. No es frecuente encontrar un hombre alto, moreno y con esa mirada diabólica, todo junto.

La descripción lo definía perfectamente. A Romana se le formó de pronto un nudo en el estómago que nada tenía que ver con saltar al vacío.

– ¿Tú crees que una mujer casada puede tener esos pensamientos con un hombre que no es su marido?

– Estoy casada, Romana, no muerta.

– Yo que tú miraría hacia otro lado. Puede que sea agradable por fuera, pero te aseguro que por dentro no lo es tanto. Es muy arisco. Se llama Niall Macaulay y es uno de los miembros del clan Farraday.

– No sabía que quedara algún Farraday vivo.

– Por desgracia sí. Éste en concreto es un macho dominante que va a ser mi sombra durante todo el mes.

– ¿Quieres decir que este es el hombre que se va sentar en tu palco en la gala de esta noche? ¡Afortunada tú! ¿Crees que querrá tomar un café? -preguntó Molly esperanzada.

– Lo que necesita es un implante de simpatía -dijo Romana convencida-, pero te aconsejo que no le ofrezcas café si en algo valoras tu vida. Y una de nosotras tiene que estar hoy en la gala -replicó mirando la grúa con un escalofrío.

– No te pasará nada. Acuérdate de sonreír a las cámaras. Ésa será probablemente la foto de portada, así que cuando te pongas la sudadera, asegúrate de que el logo de C &F está centrado.


¿Sonreír a la cámara?. Todo lo que era capaz de hacer era enseñar los dientes con una mueca mientras se retocaba los labios ante el espejo. Una cámara de televisión seguiría todos sus movimientos desde su salida de la caravana. Colocó el lápiz de labios en su bolsillo, junto a un espejito de mano, para darse luego un último retoque. Si no le temblaba el pulso, claro. Romana salió de la caravana para encontrarse con el realizador del programa de televisión.

– Estupendo -dijo cuando el realizador le comentó lo que tenía pensado hacer.

Pero su cabeza estaba en otra parte, en Niall Macaulay, que se había situado unos metros más allá. Sería difícil saber si se arrepentía de haber acudido, su expresión no reflejaba nada.

– ¿Seguro que no quieres unirte a mí, Niall? Un Farraday saltando sería la guinda del pastel.

– No, gracias. Aquí sobra gente que desea saltar al vacío por una buena causa, y no me gustaría ser egoísta. Pero estaré encantado de patrocinarte.

Romana se quedó sin habla. Era la segunda vez que le sucedía en el mismo día, y no le gustaba nada.

Se dio la vuelta y recogió la tarjeta con sus datos que le permitiría reunirse con el equipo de salto. No tenía sensibilidad en las manos. Lo único que podía hacer era bromear con la cámara sobre el vértigo que sentiría cuando estuviese arriba. Eso la ayudaba a no pensar en lo que la esperaba. Tenía la mente en blanco, por eso no se percató de que el fotógrafo de la revista Celebrity quería hacerles una foto juntos.

– Las Claibourne y los Farraday trabajando codo a codo a favor de los niños -apuntó Romana, ofreciéndole su mano a Niall.

Éste esbozó una sonrisa, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando.

– Pónganse muy juntos, en actitud cariñosa -los animó el fotógrafo,

Sorprendentemente Niall se mostró muy colaborador y le pasó un brazo por encima de sus hombros sin darle a Romana tiempo para reconsiderarlo. Casi se sentía bien estando tan cerca de él.

– Perfecto. Una sonrisa…

Extrañada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, Romana lo miró. La suave brisa del río despeinaba su cabello, alborotándolo. Y cuando le mandaron sonreír, quedó claro que aquel hombre lo tenía todo, físicamente hablando: estilo, buena planta y una dentadura por la que cualquier estrella de cine habría pagado una fortuna.

– Te están esperando -dijo él, dejando caer el brazo cuando terminó el fotógrafo.

Mientras subía al elevador de la grúa, Romana sintió que las piernas no le pertenecían. Se agarró con fuerza a la barandilla de seguridad cuando el elevador comenzó a subir. ¿Se habría dado cuenta Niall de lo asustada que estaba?

– ¿Qué tal es la vista? -bramó la voz del realizador en su oreja.

La mini cámara estaría grabando sus ojos cerrados, así que soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.

– Me reservo la sorpresa para cuando llegue arriba del todo.

El sonido de una risa le llegó a través del intercomunicador. El elevador se había detenido, y Romana abrió instintivamente los ojos mientras descendía de él. Su única vía de escape regresó a tierra firme a su espalda. Londres parecía girar bajo sus pies. Se puso pálida.

– Quiero irme a casa -susurró mientras se agarraba al primer objeto que encontró.

Todos rieron. Ella también, tratando de no parecer histérica. Pero estaba fuera de sí.

Oyó el sonido del elevador parando en seco detrás de ella. Tal vez algún espectador quería ver el espectáculo en primera línea.

– ¿Puede alguien despegarme las manos? -preguntó con los nudillos blancos de tanto apretar la barandilla de metal de la plataforma.

– Se te ha caído esto.

Era Niall Macaulay acudiendo a su rescate. Seguro que había notado que estaba muerta de miedo.

– No quería que la perdieras entre tantas emociones -dijo él mientras le entregaba la tarjeta con su nombre y su peso.

Romana miró la tarjeta con el ceño fruncido. ¿Insinuaba que había pretendido librarse del salto? Debería darse la vuelta y lanzarle una mirada de odio por ser tan sabelotodo, pero no estaba preparada para moverse mucho. Además, estaban en directo.

– Gracias -dijo mientras Niall desprendía uno por uno sus dedos de la barandilla.

El equipo de salto estaba deseando empezar. Colocaron los arneses y, cuando acabaron, fue Niall el que le tendió una mano para ayudarla. Romana se sintió extrañamente cómoda y se quedó mirándolo fijamente. Así no pensaba en lo que la esperaba. Se dio cuenta de que Niall tenía pequeñas arrugas en los ojos, como si alguna vez sonreír no hubiera supuesto un esfuerzo para él.

– Es normal tener miedo -le dijo.

– ¿Miedo? ¿Quién tiene miedo?

Romana se colocó los dedos de la mano que tenía libre en la boca e hizo una mueca ante la cámara. Hacer el payaso era la única manera de sobreponerse a todo aquello.

– Es más seguro que bajarse de la cama -aseguró Niall.

– ¿Puedes garantizarlo? -preguntó ella-. ¿Lo has comprobado? ¿De cuántas camas te has bajado?

La multitud soltó una carcajada y Niall borró de inmediato la sonrisa de su rostro.

– ¿Estás lista, Romana? -preguntó el monitor.

Ella recordó la recomendación de Molly de sonreír, retiró su mano de la de Niall, sacó su espejito y la barra de labios y se retocó el color haciendo grandes aspavientos.

– Tengo que salir bien en las fotos -dijo.

No sentía nada en absoluto, sólo una especie de levedad. Enseñó los dientes tratando de componer una sonrisa.

– Ahora estoy preparada -afirmó entregándole a Niall la barra y el espejito-. ¿Alguna recomendación de última hora, hombre-sombra?

– No mires abajo.

La sujetó por detrás, manteniéndola por un instante pegada a su pecho. Romana sintió su calor y, por primera vez desde que se había subido a la plataforma, se sintió segura. Él dio un paso atrás y Romana ahogó un grito de terror.

– ¿Vas a arrojarme al vacío? -dijo en un susurro.

Pero el micrófono que tenía enganchado en la sudadera recogió cada sílaba.

– Esta vez no -murmuró él con un amago de carcajada. Luego la colocó con cuidado al borde de la estructura.

Los dedos de sus pies se asomaban al vacío. Únicamente la mano de Niall, que permanecía en su hombro, evitaba que sufriera un desvanecimiento.

– A la de tres -le murmuró él al oído-, y no te olvides de gritar.

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