– ¿Y bien? -preguntó India en cuanto dejaron atrás el tráfico de Londres-. Háblame de Niall Macaulay. ¿Cómo es?
¿Cómo era? Romana había estado durante toda la noche sumida en un mar de dudas y confusión. Frío. Inteligente. Un misógino sarcástico que consideraba a las mujeres seres para mirar pero no para escuchar. Un hombre de una presencia impecable que podía volver loca a una mujer sin mover un dedo. Un hombre al que Romana desearía poner de rodillas y obligarlo a admitir que ella era su igual. Había estado segura de tenerlo catalogado, pero de pronto, en un instante, él había trastocado todas sus opiniones al empezar a hablar de su mujer.
– ¿Qué es lo que busca? -insistió India.
– Por favor, India, mantén los ojos en la carretera. Y conduce más despacio. Ya he pasado suficiente miedo esta semana -dijo Romana por toda respuesta.
India la miró.
– ¿Qué te pasa hoy?
– Nada. No he dormido mucho esta noche, eso es rodo.
India volvió a mirarla, esa vez con simpatía.
– Yo no he dormido bien desde que los abogados arrojaran la bomba de la participación mayoritaria. Pero, dime, ¿qué pasó anoche?
– ¿Anoche? Anoche no pasó nada.
Algo le dijo en su interior que había contestado demasiado deprisa, poniendo un énfasis excesivo en la respuesta.
– Estaba demasiado cansada para dormirme, supongo. O tal vez muy tensa. Me he pasado la noche reviviendo el momento en el que salté al vacío.
Se ponía enferma sólo de pensarlo.
– No tenías por qué haberlo hecho, Romana.
– Tal vez no. Pero ha salido en todos los periódicos de la mañana.
– Lo he visto. Habría estado mejor si Niall Macaulay no hubiera aparecido en la foto con su brazo sobre tu hombro, y un titular que dice: «Claibourne y Farraday saltan por la alegría». ¿En qué estabas pensando?
– Quería impresionarlo con mis dotes para las relaciones públicas.
– Eso va a ser difícil de evitar -contestó tratando de evitar el recuerdo de Niall sujetándola, del calor que había sentido con la proximidad de su cuerpo-. Están entre nosotras.
– No por mucho tiempo. Cuando se haya acabado este lío, voy a reestructurar la empresa y a cambiarle el nombre. Se llamara simplemente Claibourne's -dijo mirando a Romana-. Corto, sencillo y moderno, ¿no crees?
Romana contempló el perfil decidido de su hermana y cayó en la cuenta de que lo tenía todo planeado. Probablemente llevaba mucho tiempo trabajando en ello. Por eso odiaba tanto a Jordan Farraday.
– Creo que debes quitarte esa idea de la cabeza y, por supuesto, no contársela a nadie. ¿Lo sabe alguien más?
– No. Por ahora es algo entre tú y yo.
Romana preferiría no haberlo sabido.
– Mejor que siga siendo así. Deberías olvidar semejante idea hasta que puedas llevarla a cabo. Créeme, si Jordan Farraday se entera de lo que estás tramando…
– Tú mantén a los Farraday apartados de la prensa.
– Haré lo que pueda -prometió Romana.
Pero no podía ofrecerle ninguna garantía. Había invertido semanas en conseguir una buena publicidad de la semana solidaria de la alegría. Pero ahora se había abierto la caja de Pandora, y los Farraday serían unos estúpidos si no usaban ese esfuerzo en su propio beneficio. No conocía a sus primos, pero podía asegurar que Niall Macaulay no era ningún estúpido.
– Los grandes almacenes son más importantes que una disputa familiar heredada que lleva cociéndose ciento cincuenta años. Espero que los Farraday lleguen a darse cuenta de que lo mejor es dejar las cosas como están -continuó India.
– Lo veo difícil si llegan a enterarse de que estás planeando quitar su nombre de la puerta principal.
– Si este asunto acaba en los tribunales podremos al menos demostrar que somos competentes y sabemos triunfar. Y que tenemos visión de futuro.
– Competentes, de acuerdo. En cuanto al éxito… -dijo Romana dubitativa-. Niall está al tanto de que las ventas no han sido muy boyantes los dos últimos años. Y por lo que respecta a la visión de futuro…
La única razón por la que las cosas no habían ido a peor era que su padre había permitido hacía unos años que India se encargara del día a día de la empresa. Pero se había resistido a los planes de modernización que su hija mayor le proponía, insistiendo en que el atractivo de sus grandes almacenes residía en su atmósfera anticuada. El argumento era válido para animar a los turistas, pero dirigían unos grandes almacenes, no un patrimonio histórico.
– No es necesario que me recuerdes a Niall Macaulay. Simplemente asegúrate de que nos vea como un equipo invencible -dijo India.
– Lo intentaré.
A Romana no le pareció oportuno contarle que, mientras Niall estaba calentando la sopa, ilustrándola con la historia completa de su mansión, ella se había quedado dormida en el sofá de su acogedora cocina, y que él la había despertado una hora más tarde, tras el regreso del coche que la llevaría a casa.
Romana había regresado de un profundo sueño, sin saber dónde estaba, y lo primero que había visto era el rostro de Niall inclinándose sobre ella. Había sentido entonces la suave presión de su mano sobre los hombros y, durante un instante, había dejado de ver al hombre frío que había estado siguiendo sus pasos durante todo el día. Se convirtió en alguien que podría llegar a gustarle. Más que a gustarle.
Menuda impresión le habría causado ella. Seguro que estaba roncando. O babeando. O quizá las dos cosas. Romana emitió un incontrolable gemido de vergüenza.
– ¿Qué pasa? -le preguntó su hermana.
– Nada. Tenía algo en la garganta -mintió.
Al menos no tendría que enfrentarse a él aquella mañana. No había llegado a decirle la dirección de la sala de juegos infantiles, y él tampoco había preguntado. La idea de tener docenas de manitas pringosas tirando de sus impecables pantalones no le habría parecido atractiva.
«Un hombre inteligente», pensó mientras India enfilaba hacia el garaje, colocando después su Mercedes descapotable entre un Aston Martin negro y un Rolls. Por lo menos, los invitados eran puntuales.
Tal vez Niall tampoco acudiría a la subasta de por la tarde. La idea no había parecido impresionarle, y además tendría sus propios compromisos laborales. Romana dejó a India hablando con un grupo de invitados y se dirigió al enorme local preparado para proporcionar un espacio de juegos seguro y confortable. Había varios puestos en los que se repartían las sudaderas que tanto molestaban a Niall, y un equipo de camareros dispuesto a servir refrescos a niños y mayores.
Molly ya estaba allí, trabajando con algunos miembros de su equipo para asegurarse de que las banderas de C &F ondeaban en la dirección correcta y que el logo de la empresa resaltaba en la mayor cantidad de sitios. También recopilaba todas las manos extra que encontraba para que fijaran los globos en cualquier soporte posible. Un par de esas manos extra pertenecía a Niall Macaulay. Estaba claro quién había llegado en el Aston, un coche negro, peligroso y seductor, que le quedaba como anillo al dedo.
– Niall, no esperaba verte esta mañana.
– Llevo aquí desde las diez y media. Según tu agenda, ésa es la hora a la que tú deberías haber venido.
– La culpa la tiene India -intervino Molly-. Es una tortuga conduciendo. Por nada del mundo supera los ochenta kilómetros por hora, ni siquiera en la autopista.
Romana apretó los labios para evitar que se le escapara una risa histérica, tanto por la mentira de Molly como por la visión de Niall Macaulay en pantalones vaqueros y con una sudadera de Claibourne & Farraday. Los vaqueros se ajustaban a sus piernas como un guante y su pelo tenía un aspecto desenfadado, como si se lo acabara de despeinar con los dedos. Parecía una persona totalmente distinta a la que había conocido veinticuatro horas antes. Romana trató de concentrarse en el trabajo.
– No te di la dirección porque tú tampoco me la preguntaste.
Aquello no le cuadraba a Niall. Romana había intentado librarse de él aquella mañana, y no la culpaba por ello, pero ése era un juego en el que no bastaba con participar. Tenía que ganarlo.
– Telefoneé a tu oficina esta mañana y no estabas -dijo Niall, esperando una respuesta que no se produjo-. Pero claro, la noche de ayer fue muy larga -concluyó dando por válida la explicación.
Una oleada de sangre golpeó las mejillas de Romana.
– Para tu información, estaba en el hotel Savoy a las siete y media de la mañana para asegurarme de que todo estaba bajo control en el pase de modelos de esta…
Romana se interrumpió. Acababa de cometer un gran error.
– … noche -concluyó.
En su afán por aclarar que no había permanecido en la cama hasta las diez de la mañana, Romana había confesado lo que tanto trabajo le había costado ocultar. Que en lugar de irse a casa y colocar los pies en alto frente a la televisión, esa noche tendría que controlar a todos los medios de comunicación que acudirían a un pase de modelos a gran escala.
En otras palabras, le había mentido.
– ¿Se trata tal vez del pase de modelos de trajes de novia? -preguntó Niall, por si quedaba alguna duda de que sabía que ella le había mentido-. Molly me envió amablemente por fax una lista con todas las actividades de esta semana. Aunque no lo parezca, yo tengo un trabajo que ajustar al tuyo.
– Lo siento -acertó a decir Romana.
La verdad era que no podía decir mucho más. Le había mentido. Él sabía que le había mentido y ella sabía que él sabía…
– ¿Pudiste descansar algo más, aparte de la hora que te quedaste dormida en mi casa? -preguntó de pronto sin contemplaciones.
Molly sonrió abiertamente con una mueca de satisfacción.
– Se te escapa un globo -respondió Romana con tanta frialdad como si se hubiera abierto la puerta de la nevera.
Se había acabado el trato personal. Tenía que mantener las distancias. Se acabaron las cenas a última hora. Se acabaron las confianzas.
Romana tomó a Molly por el brazo y la llevó a uno de los cuartitos.
– No digas ni una palabra -dijo cuando Molly intentó abrir la boca-. Ni una palabra. Me quedé dormida en el sofá, ¿de acuerdo? Esto es pura y simplemente trabajo, así que deja a un lado tu calenturienta imaginación. Niall sólo se estaba haciendo el conquistador.
Eso era lo que más la había sorprendido. Aunque hubiera pasado algo entre ellos, Niall no era el tipo de hombre que presumía de sus conquistas con los amigotes. ¿Lo habría hecho deliberadamente para molestarla? Tendría que haber imaginado su reacción, así que ¿por qué hacerlo, si tenía más que ganar siendo amistoso, ganándose su confianza?
La cabeza de Niall asomó entonces por la puerta.
– Te está buscando un equipo de la televisión local, y acaba de llegar un autobús cargado de niños. Pensé que te interesaría saberlo. ¿Puedo ayudarte en algo?
Él había mostrado su verdadera cara, y Romana pensó que no se había equivocado en su primera impresión.
– Limítate a tu papel, Niall. Mirar y aprender. Y procura no pisarme los talones.
Y sin esperar respuesta, se dirigió al equipo de televisión para darles instrucciones de los planos que debían filmar cuando India cortara la cinta del local, además de sacar imágenes de los niños divirtiéndose.
Tenía que asegurarse también de que no grabaran ningún plano de aquel aspirante al consejo de administración de Claibourne & Farraday.
Niall decidió que sería más útil ayudando a los niños a ponerse las sudaderas, pero no podía apartar los ojos de Romana mientras ella hablaba con la prensa, respondía preguntas y presentaba a India. Era capaz de hacer una docena de cosas a la vez sin parecer agobiada. Era una lección magistral sobre cómo mantener la calma bajo presión.
Una niña tiró de sus pantalones, reclamando su atención. Niall se colocó a su altura y la ayudó a ponerse la sudadera.
– Romana me ha dicho que se quedó dormida en tu sofá -comentó Molly, poniéndose a su lado.
– Yo no he sugerido otra cosa.
– Creo que sí. Tengo que decir que me has decepcionado. Esperaba algo más cuando me las arreglé para que tuvierais que volver juntos a casa.
Así que el único error de toda la velada no había sido tal.
– Nuestra relación es meramente profesional, Molly -dijo con firmeza.
Niall trató de olvidar el tacto de la piel de Romana bajo sus dedos cuando la despertó; su ternura cuando trató de apartar de él cualquier recuerdo doloroso de Louise. Una ternura que él había rechazado.
– Eso es lo que dice ella. Pero no tiene por qué ser así. Y, personalmente hablando, creo que deberías invitarla a comer para disculparte por tu total falta de caballerosidad de esta mañana.
– Personalmente hablando, creo que no aceptaría -replicó Niall. Pero la idea le parecía muy atractiva-. De todas formas, si reservas una mesa en el Weston Arms, veré qué puedo hacer.
– Eso está hecho.
Romana colocó la cinta de la inauguración en su lugar y se concentró con gran interés en anudar los lazos de los extremos. Se había prometido a sí misma no mirar en aquella dirección, pero sus ojos seguían de reojo a Niall mientras este permanecía entre las madres, animando a los niños a jugar. No quedaba nada del hombre de negocios en aquel joven dispuesto a echar una mano. Y no pudo por menos que notar cómo lo miraban todas las mujeres del local.
En cualquier otro lugar y en cualquier otra circunstancia, ella también lo estaría mirando.
– Romana, tenemos un problema en la cocina -dijo alguien tirándole del brazo para llamar su atención.
– ¿Qué tipo de problema? -respondió ella sin apartar la mirada de Niall.
El fotógrafo de Celebrity avanzaba hacia él. Tenía que detenerlo.
– Del tipo que no puede esperar.
Era el mismo fotógrafo que estaba el día anterior en la grúa cuando Romana se había lanzado al vacío.
– Señor Farraday, me gustaría hacerle una foto con los niños si no tiene usted inconveniente.
Niall miró en dirección a Romana, esperando que pusiera algún impedimento. Pero ella había desaparecido.
– Ningún inconveniente -dijo.
– ¡No me lo puedo creer!
Arrodillada sobre dos centímetros de agua, era incapaz de aflojar la llave de paso del fregadero. Estaba húmeda y escurridiza, y la estúpida a la que había pedido un trapo había salido huyendo como pollo descabezado y todavía no había vuelto. Desesperada. Romana se quitó la sudadera para intentar detener el desastre. La llave de paso comenzó poco a poco a moverse. Estaba empapada, empezaba a tener frío y no podía ver si estaba haciendo algún progreso.
– ¿Puede alguien decirme si esto está parando? -chilló.
– ¿Algún problema?
Romana soltó un improperio mientras Niall se colocaba a su lado en el suelo.
– No, hago esto para divertirme.
– Ah, si es así me voy -replicó él, haciendo amago de marcharse.
– ¡No! -gritó Romana agarrándole instintivamente el brazo-. Lo siento, no quería ser tan brusca. El camarero se ha quedado con el grifo en la mano cuando iba a abrirlo.
Un silencio repentino le confirmó que al menos el agua había dejado de inundar la cocina. Romana se dio cuenta de que estaba aferrada a la muñeca de Niall como un náufrago a un bote salvavidas.
– Niall, respecto a lo de anoche… -esperaba que él dijera algo así como «olvídalo, estabas cansada». Pero no dijo ni una palabra-. No tenía que haberte hablado de ese modo esta mañana, pero estaba tan… bueno, me sentía tan…
– ¿Avergonzada?
– Sí. Normalmente no me quedo dormida cuando me invitan a cenar. Pero llevaba muchas horas trabajando -respondió a la defensiva.
Se suponía que aquello era una disculpa, así que lo intentó de nuevo.
– Y no debería haberte mentido respecto al pase de modelos. Pero pensé que no querrías…
Se quedaba sin palabras. Era mucho más sencillo decir exactamente lo que pensaba cuando hablaba sin pensar.
– ¿No querías que fuera tu sombra durante el pase de modelos?
– No. Al menos no en éste en concreto. No quería que…
– ¿Que recordara el pasado?
– Supongo que hay cosas que no se pueden olvidar.
Romana dejó de apretar con la sudadera.
– ¿Qué ocurre con las llaves de paso? -preguntó, intentando desviar la conversación hacia un terreno neutral-. ¿Tú crees que les pagan un plus a los fontaneros por apretarlas hasta que no se puedan mover? ¿O lo hacen para que las mujeres con menos fuerza les tengan que llamar y cobrarles así esas facturas tan elevadas?
– Desde luego es un buen negocio si eres fontanero -dijo Niall-. Buscaré un trapo.
Niall se puso en pie, ofreciéndole una panorámica completa de sus piernas.
– Y un cubo -añadió Romana andando muy despacio para no provocar una ola.
– Quítate esa ropa mojada.
– Por el amor de Dios, Niall. Un poco de agua no acabará conmigo -dijo mientras abría los armarios de la cocina en busca de un trapo.
– Ponte esto.
Niall se sacó la sudadera por la cabeza, alborotándose todavía más el pelo, y se la dio a Romana.
– No es necesario -replicó ella, resistiendo la tentación de envolverse en un una prenda impregnada del calor de su cuerpo.
– Sí lo es. Tienes que quitarse esa ropa mojada ahora -dijo Niall poniéndole la sudadera en las manos.
– Pero…
– Pero nada. Puede que no sepa mucho de relaciones públicas, pero puedo enfrentarme sin problemas a un suelo inundado.