Capítulo Seis

A Romana le molestó la insistencia de Niall, pero no tenía tiempo para discutir, así que tomó la sudadera que le ofrecía y se dirigió al cuarto de baño. Cuando se miró al espejo emitió un chillido.

Su camisa blanca de seda estaba empapada, y a través de ella se le veía claramente el sujetador, que también era transparente. Parecía que estuviera desnuda.

Sabía que tenía que agradecerle a Niall no haber aparecido de esa guisa en las páginas de Celebrity. El fotógrafo no habría desaprovechado una ocasión como aquélla.

Se sacó la camisa y el sujetador, los enrolló y los guardó en su bolso. Luego se secó el cuerpo y el pelo. Y se puso encima la sudadera de Niall.

Estaba suave y calentita. Olía a cuero y a brisa fresca, y a ese algo indefinible que era Niall Macaulay. Pero no tenía tiempo de pararse a analizarlo. Los camareros necesitaban la cocina, así que abrió la puerta, dispuesta a enfrentarse a la inundación.

No hizo falta. Niall había usado un cubo y una fregona para recoger el agua. El suelo estaba completamente seco.

– ¿Todo bien? -preguntó él incorporándose junto al armario donde estaba guardando el cubo.

– Sí, gracias. Has hecho un gran trabajo. Y gracias por esto -dijo señalando la sudadera.

– Ha sido un placer.

– De eso estoy segura -Romana deseó no haber dicho esa tontería-. No sé dónde se ha metido mi ayudante -añadió rápidamente para cambiar de tema.

– Tal vez no quiso mojarse los pies -replicó él moviendo la comisura de los labios en un amago de sonrisa-. Es un riesgo estar cerca de una dama tan peligrosa como tú -añadió, esa vez sonriendo con franqueza.

– Somos tres damas peligrosas -respondió ella con acritud-. Díselo a tus compañeros. Bueno, voy a avisar a los camareros de que ya pueden venir.

– Espera un par de minutos y arreglo el grifo.

– ¿Sabes hacerlo?

– Observa y aprende -dijo él, imitándola-. Se aprende mucho cuando vives en una casa antigua. Siempre te quedas con algo en la mano.

– Bien, yo iré a asegurarme de que no ocurre ninguna desgracia más -contestó Romana, retirándose los rizos detrás de las orejas.

Se dio la vuelta para marcharse. Niall ya estaba agachado hurgando en el fregadero, pero ella no podía irse así.

– Gracias por tu ayuda. Esto va mucho más allá de las labores propias de una sombra.

Niall se puso de pie. No quedaba el menor atisbo de sonrisa en su rostro.

– ¿Qué esperabas, Romana, que me sentara a mirar cómo te las apañabas? ¿Y que tomara notas, tal vez? ¿O que puntuara tus habilidades como fontanero del uno al diez?

– Por supuesto que no -respondió, sorprendida por lo airado de su reacción.

También él estaba sorprendido. No podía creer que ella lo considerase tan frío.

– Quería decir que… -Romana no pudo continuar.

– ¿Qué querías decir? Esos niños son más importantes que nuestras pequeñas rencillas y, desde luego, mucho más que el arreglo de un fregadero -dijo Niall -y realmente lo pensaba. Pero eso no cambiaba nada-. Por supuesto, si el incidente hubiera tenido lugar en los grandes almacenes, no habría estado tan dispuesto a colaborar.

– Ya veo. ¿Y por qué no estás allí con un equipo de supervisores, comprobando las hojas de balance? ¿Qué haces en un local de actividades infantiles para niños con necesidades especiales?

En eso tenía razón. No estaba aprendiendo nada de cómo llevar un negocio de primera magnitud en ese pequeño local. Pero estaba aprendiendo mucho de Romana Claibourne. Cosas que a Jordan no le gustaría nada saber.


– Romana, tengo que volver a la ciudad -dijo India mirando en dirección a Niall Macaulay-. ¿Crees que lo hemos impresionado?

– ¿Impresionado?

Niall estaba hablando con Molly. En ese momento, le tocó el brazo a su ayudante a modo de despedida, y Romana sintió una punzada de algo parecido a los celos por la complicidad que parecía haber entre ellos.

– ¿Romana?

– ¿Qué? ¡Ah! No es de los que se impresionan con facilidad.

Había decidido que no era el mejor momento para contarle a su hermana que aquel hombre había salvado el día. Tal vez nunca habría un buen momento para decírselo.

India subió a su coche. Niall levantó la mirada, como si se hubiera dado cuenta de que estaban hablando de él, y avanzó hacia ellas.

– Mantenlo vigilado, Romana. Le he visto hablar con el fotógrafo de Celebrity en cuanto te has dado la vuelta.

Niall se aproximó a Romana cuando India ya enfilaba su coche hacia la salida.

– Vas a necesitar que te lleven a la ciudad -dijo.

– Iré con Molly.

– Me ha dicho que tenía que llevar a mucha gente y me ha preguntado si no me importaba encargarme. Dice que te verá en la subasta.

– Menudo día -gruñó Romana, mirando el reloj-. ¿A qué hora podemos irnos?

– También me ha dicho que me asegure de que comes como Dios manda.

Su ayudante se estaba pasando de la raya.

Romana prefería no pensar que quizá estaban hablando de ella cuando los vio tan compinchados.

– Gracias, hombre-sombra, pero soy una niña mayor y sé usar solita los cubiertos. Seguro que tu banco te necesita más que yo.

– Me he ocupado de mis asuntos a primera hora de la mañana. Y los banqueros, igual que las directoras de relaciones públicas, también comemos.

– De verdad, tengo que volver al trabajo.

– Tengo instrucciones: acercarte a la ciudad, llevarte a comer y disculparme.

– ¿Disculparte? ¿Por qué?

– Creo que esta mañana he suspendido en caballerosidad -dijo mientras le indicaba cuál era su coche-. ¿Llevas todo contigo?

Tenía su bolsa de cuero al hombro, así que no había escapatoria. Niall abrió el coche con el mando a distancia y le ofreció a ella las llaves.

– Quizá deberías conducir tú. Las sombras somos seres pasivos.

¿Pasivo? Aquel hombre no había sido pasivo en toda su vida, no había más que ver cómo había dominado el desastre de la cocina. Romana miró de reojo las llaves del Aston Martin.

– ¿No lo dirás en serio? -dijo ella. Y aunque le habría gustado verlo sudar de miedo, se apiadó de él-. No te preocupes, Niall, tu maravilloso coche está a salvo. No llevo el carné de conducir.

– ¿No tienes coche? -inquirió él mientras le abría la puerta del copiloto.

Niall sintió una ráfaga del perfume que le había regalado mientras Romana entraba en el vehículo. Tenía los pantalones húmedos, y se amoldaron perfectamente a sus piernas y a las caderas cuando se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad.

El cinturón le separaba los pechos, destacándolos bajo la enorme sudadera, y resultaba difícil no acordarse de su aspecto con la camisa fina y empapada que los había cubierto. Niall hizo un esfuerzo para no pensar que estaba desnuda bajo la sudadera que él había llevado. Aquello era casi como tocarla.

Pensó que era increíblemente femenina. Las curvas de su cuerpo eran suaves y apetecibles, y no podía olvidar el tacto sedoso de su piel. Su cuerpo reaccionó ante estos pensamientos con una urgencia que lo dejó casi sin aliento. Cayó entonces en la cuenta de que ella lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, como si esperara una respuesta.

– Perdón, ¿qué me decías?

– Digo que no es obligatorio tener coche.

Niall continuaba aturdido por la manera en que sus pensamientos fluían, como si Louise nunca hubiera existido.

– Daba por hecho que papaíto habría aparcado para ti un coche en la puerta de tu casa cuando cumpliste los dieciocho años. Un modelo de color rosa, como tu lápiz de labios -dijo Niall.

Le sentaba de maravilla el color de labios rosa, aunque no se lo había retocado desde por la mañana. Sus labios, suaves y sensuales, estaban también estupendos sin él.

– En realidad sí que tengo carné de conducir, pero no lo uso. Y tienes razón acerca del coche, aunque era rojo, no rosa. Pero llevo toda mi vida viviendo en Londres y conducir por la ciudad supone un estrés que no puedo soportar.

– ¿Me estás diciendo que devolviste el regalo? -preguntó Niall mientras maniobraba para sacar el coche del aparcamiento.

– Por supuesto que no, habría sido de muy mal gusto. Se lo di a alguien que lo necesitaba más que yo.

Niall la miró. Tenía esa manera de hacer y decir las cosas que lo obligaba siempre a mirarla.

– ¿Y a tu padre no le importó?

– ¿Por qué iba a importarle? El coche era mío. No dijo nada. Yo creo que no se dio ni cuenta -dijo Romana mientras intentaba inútilmente poner orden en sus rizos.

Niall tuvo la impresión de que, sin ser consciente de ello, Romana había expuesto una parte de su yo más íntimo. Pero él no quería implicarse con ella en ese nivel, ni en ningún otro.

– Bueno, una mujer menos en la carretera sólo puede ser motivo de regocijo -bromeó.

– Empezaba a creer que te estabas convirtiendo en un ser humano, Niall Macaulay -respondió Romana con tono jocoso.

– No te dejes engañar por los pantalones vaqueros -replicó Niall.

Romana los observó de arriba abajo.

– Me gustan -contestó.

Él era plenamente consciente de lo que ella llevaba puesto, pero se resistió a hacer ningún comentario, porque eso era lo que ella estaba esperando. Ambos permanecieron en silencio hasta que Niall puso el intermitente a la izquierda al llegar a un cruce.

– ¿Dónde vamos?

– A comer -replicó Niall-. Tengo una mesa reservada en el Weston Arms.

– Espero que no te refieras al que está a la orilla del río -dijo Romana con una carcajada capaz de derretir un iceberg-. Pantalones vaqueros, una camiseta sin cuello y las suficientes huellas de manos como para montar una fábrica de pintura. Por no hablar de mí: tengo los pantalones completamente arrugados, y mira mi pelo… Olvídalo, Niall. No nos dejarían entrar a ninguno de los dos.

– Puede que tengas razón.

Un almuerzo romántico a la orilla del río era lo último en lo que debería estar pensando. La culpa era de Molly.

– Además, no tengo tiempo para disfrutar de una comida en el Weston como se merece.

– Yo nunca he ido allí a la hora de comer -respondió Niall lanzando el anzuelo.

– Inténtalo un domingo. Tendrás más tiempo -replicó Romana.

Niall dejó de insistir. No iría con ella al Weston Arms ni en ese momento ni nunca.

– Podrías llamar y cancelar la reserva -dijo él, señalando el teléfono del coche-. ¿Se te ocurre algún sitio en el que podamos comer sin que nadie levante las cejas y arrugue la nariz al vemos? -preguntó cuando ella colgó el teléfono.

– Hay un Mac-Auto en la siguiente rotonda. Y después de una mañana como esta, el cuerpo me pide una hamburguesa doble con queso y patatas fritas.

– Y un gran refresco de cola lleno de cafeína, ¿verdad?

– La felicidad completa.

– No sé qué es eso, pero supongo que un poco de conversación educada comiendo en el coche no nos hará ningún mal.

– ¿Estás pensando en ser educado? -preguntó ella fingiendo sorpresa-. Tal vez debería haber elegido la opción del restaurante.

– Demasiado tarde -contestó Niall enfilando el coche hacia el Mac-auto.

Una vez allí, paró en la ventanilla, pidió la comida y llevó el coche hasta el aparcamiento.

– Bueno, esto es diferente -comentó mientras sacaba las hamburguesas de una bolsa de plástico marrón.

Romana abrió la caja que contenía su hamburguesa y, chupando un poco de mayonesa que le había caído en un dedo, comenzó a hablar.

– Hay mucho que decir sobre la comida basura. Ahora podrían estar sirviéndonos en una de las mesas del Weston Arms, un sitio bueno donde los haya, pero esto está…

Mientras mordía la hamburguesa, todo su contenido se desparramó hacia los lados, manchándole las manos.

– Esto está buenísimo.

Niall hizo un esfuerzo por apartar la mirada de sus manos manchadas de mayonesa. Tenía unas manos muy finas, de dedos largos, y las uñas pintadas del mismo rosa que la barra de labios. No llevaba ningún anillo.

– Tal vez podríamos intentar algo más civilizado después del pase de modelos -sugirió él-. Ya que estaremos en el Savoy, quizá podríamos cenar en su restaurante.

– Pareces masoquista. ¿No crees que para entonces ya estarás harto de mí?

– A lo mejor tienes otros planes -insinuó Niall, ofreciéndole una vía de escape. O la oportunidad de demostrar que le daba miedo.

– Debes estar de broma. No tengo tiempo para hacer vida social esta semana.

– Esto no sería social. Sería una cena de trabajo, totalmente deducible de impuestos.

– Gracias, pero las cenas no son lo nuestro. No me gustaría quedarme dormida con la cara en el plato.

Romana seguía interesada en conocerlo mejor, saber qué estaba buscando, pero un sitio público, con una mesa entre ellos, propiciaría el distanciamiento físico y mental.

– Lo que sí me gustaría es ver el resto de tu casa en algún momento.

– ¿Estás sugiriendo que intentemos cenar de nuevo allí?

No podía resistirse a recordarle aquello, ¿verdad?

– No, la verdad es que no -dijo mirando el reloj del salpicadero para disimular-. Tenemos que irnos.

Romana colocó los restos de su improvisado picnic en la bolsa y chupó la salsa del dedo pulgar.

– Voy a tirar esto -dijo.

– Espera.

Se dio la vuelta para agarrar la servilleta que Niall estaba sujetando, pero él se inclinó hacia delante y la tomó suavemente por el cuello mientras le limpiaba la comisura de los labios. Luego le hizo girar la mejilla con las yemas de sus dedos y repitió la operación en el otro lado.

Por un momento, pareció que sus ojos de piedra gris se habían suavizado, convirtiéndose en los ojos que ella había visto cuando la había despertado la otra noche, un segundo antes de volver a convertirse en el hombre de hielo. Romana aguantó la respiración mientras le mantenía la mirada, hasta que estuvo segura de que iba a besarla. Los labios le ardían y supo que quería que lo hiciera. Pero Niall le soltó la mejilla y sujetó la servilleta entre sus largos dedos.

– Mayonesa -dijo antes de arrojarla dentro de la bolsa.

Romana descendió del coche y tiró la bolsa en la papelera más cercana. «Mayonesa», repitió para sus adentros mientras daba una gran bocanada de aire. ¿Es que no podían ir peor las cosas? Estaba segura de que iba a besarla. Peor aún, ella quería que lo hiciera… cuando lo único que Niall estaba pensando era limpiarle la mayonesa de la boca.

¿Y qué habría visto él en sus ojos? ¿Un reflejo de lo que ella había descubierto en los de él? La idea le puso la piel de gallina.

Romana regresó al coche y se concentró en abrocharse el cinturón de seguridad sin mirarlo mientras él arrancaba el coche.

– Yo te aconsejaría que bajaras la capota.

– No estamos precisamente en verano.

– Ya, pero hace sol. Claro, que si prefieres que tu coche huela a patatas fritas durante una semana, a mí no me importa.

Romana resistió la tentación de tocarse la mejilla para borrar la irritante sensación que le había dejado al tocarla. «Mayonesa», se dijo de nuevo mientras se ponía colorada en el momento justo en que él se daba la vuelta para hablar.

– ¿Te pasa algo?

– No -respondió ella rápidamente.

Niall pareció dudar, pero no dijo nada.

– ¿Tienes un pañuelo para la cabeza? -preguntó él.

– ¿No sabías que los hombres que conducen coches descapotables tienen que llevar uno en la guantera para que lo usen las mujeres?

Romana no esperó a que él le contestara que en su vida no había ninguna mujer. No quería oírlo. Abrió la guantera y lo comprobó por sí misma. No había nada más que un pequeño botiquín de urgencia y una linterna. Nada que sugiriera que alguna mujer había estado allí y marcado su territorio.

– Supongo que tendré que instalar aire acondicionado.

– No será necesario -dijo Romana mientras sacaba un pañuelo de seda de su bolsa y se lo colocaba en la cabeza-. No he dicho que no tuviera uno, sino que deberías ir preparado.

Por toda respuesta, Niall apretó el botón que bajaba la capota del coche.

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