Niall atravesó la zona acordonada tras la que se habían instalado las cámaras de televisión y los paparazzi. Nadie reparó en su presencia. Enseñó el pase que Molly le había enviado con el chofer que habría ido a recogerlo, y entró en el teatro. Todas y cada una de las columnas del vestíbulo estaban adornadas con flores y pequeñas luces blancas. Era un prodigio de arte floral. Y en medio de la escena estaba Romana Claibourne, en el lugar exacto en el que suponía que estaría, dirigiendo la colocación de una mampara.
Llevaba puesto un sencillo vestido de satén azul oscuro, una pieza de alta costura que se ajustaba a sus curvas sin que pareciera que nada lo sujetaba. No necesitaba ningún adorno. Era impresionante en su sencillez; un diseño creado para volver locos a los hombres.
Niall había vivido en un limbo sexual desde la muerte de la mujer que amaba, indiferente a cualquier llamada del deseo. Pero los gráciles encantos de Romana Claibourne no le pasaron por alto, y eso le extrañó. No era sólo su vestido ajustado, también le había llamado la atención su pelo. La melena rebelde había desaparecido y un manojo de suaves rizos enmarcaba ahora su rostro, dejando al descubierto una hermosa nuca. Romana realzaba su aspecto con una gargantilla formada por docenas de piezas de platino. Parecía una reina africana.
Había pasado de tener el aspecto de una rubia atolondrada a convertirse en una mujer impresionante por la que cualquier hombre podría perder la cabeza. Y el corazón.
Instintivamente, Niall dio un paso atrás, como si se sintiera amenazado. Pero eso no era posible. No tenía corazón, así que no podía perderlo. Se lo había entregado sin reservas a la única mujer que podría amar.
Pero los operarios que trataban de colocar la pesada mampara donde ella quería, si parecían haber perdido el suyo, y se desvivían para complacerla mientras ella coqueteaba.
Niall permaneció donde estaba, observando cómo les hacía cambiar la mampara de sitio cuatro veces hasta que estuvo totalmente satisfecha con el resultado. Durante toda la operación se mostró amable y encantadora, y cuando consiguieron exactamente lo que ella quería, les dedicó una sonrisa angelical. Eran sus esclavos.
Niall cruzó la alfombra roja para salir a su encuentro antes de que ella lo descubriera espiando entre las sombras.
– Buenas tardes, Romana -saludó, mirando con curiosidad la mampara.
– Ah, Niall, has venido -contestó Romana dando media vuelta.
Niall se dio cuenta por su tono de voz que ella había notado su presencia desde antes.
– Llegas cuando el trabajo duro ya está hecho.
Su aspereza la delató: la atracción era mutua. Niall sintió una oleada de poder, el olvidado placer de enfrentarse a una mujer hermosa, sabiendo que el duelo sólo podía terminar de una manera. El hecho de que en ese caso fuera imposible añadía cierta dosis de emoción.
– No creas, he estado observando todo el proceso con el mismo interés que tú -dijo levantando una ceja, dando a entender que lo único que ella había hecho era dirigir la operación.
– Eso es lo que tienes que hacer, observar -dijo ella señalando la mampara.
Niall se dio la vuelta y contempló un panel repleto de fotografías de los proyectos financiados por la semana solidaria. El ejemplo perfecto de que una imagen valía más que mil palabras.
– Impresionante -comentó mientras la observaba enderezar una fotografía torcida-. Y un gran golpe publicitario.
– Qué sarcástico eres, Niall.
– ¿Me equivoco?
Romana lo miró como si quisiera demostrarle lo confundido que estaba, pero en lugar de hacerlo, contestó:
– No, no te equivocas.
– ¿Y qué haces el resto del año? -preguntó-. Supongo que hacer «puenting» una vez cada temporada es suficiente.
– Es suficiente para siempre -replicó ella mirándolo de reojo.
Niall entrevió por segunda vez un rastro de miedo en sus ojos. Pero fue sólo un instante, no iba a engañarlo de nuevo.
Ella terminó de poner bien la fotografía y dio un paso atrás para admirar el efecto final mientras se recobraba. No necesitó mucho tiempo. Se dio la vuelta inmediatamente, sonriendo para demostrar que había superado el miedo. Su sonrisa era muy misteriosa.
– Lo siento, Niall, he olvidado darte las gracias por la colonia. La llevo puesta esta noche -dijo Romana, levantando el brazo.
El brazalete de platino lanzó destellos de luz mientras ella le ofrecía su fina muñeca.
Él había comprado la fragancia sólo por el nombre, pero de pronto sintió el deseo de tomar su mano, llevársela hacia los labios y depositar en ella un beso. Quería abrazarla y decirle que nunca, nunca jamás debería hacer nada que la asustara.
Sin duda, eso era lo que ella quería que él sintiese. Era experta en el arte del coqueteo.
– ¿La llevas puesta como una penitencia? -preguntó, haciendo caso omiso de su muñeca-. No era necesario. De hecho, la dependienta me dijo que era una fragancia de día. ¿Estaba equivocada, o crees que era una incompetente?
Estaba muy confundido si pensaba que se iba a enfadar por oírle criticar al personal de la tienda, o porque la hubiera dejado con la muñeca extendida sin acercarse a olería.
– ¿Me permites? -preguntó ella.
Y sin esperar respuesta, se acercó hasta su corbata y le arregló el nudo, estirándola hasta colocarla en su sitio con el más suave de los movimientos.
El gesto, cargado de intimidad, llevó a la memoria de Niall los recuerdos más agridulces de Louise, y la certeza culpable de saber que en ese momento estaba pensando únicamente en Romana Claibourne.
– Así está mejor -dijo ella dando un paso atrás-. Incluso las sombras tienen que estar perfectas hasta el último detalle.
Parecía satisfecha. Entonces lo miró, decidida a responderle.
– Estoy segura de que la dependienta sabía perfectamente lo que hacía. Normalmente no me pongo colonia para ir al teatro, no hay nada peor que estar sentado al lado de alguien que lleva un perfume fuerte, ¿verdad? Pero éste es muy suave. Bastante inofensivo.
Romana acercó la muñeca a su propio rostro para comprobarlo ella misma. Pero no se la ofreció a él por segunda vez.
Niall pensó de pronto que tal vez se había sentido ofendida por el detalle. Regalar perfume era algo muy personal, pero él nunca pensó que Romana se lo pondría.
– No era mi intención ofenderte.
– Buen trabajo, entonces -replicó ella gravemente-, porque no lo has hecho.
Romana sonrió abiertamente. La muy cara dura había estado tomándole el pelo. Una vez más.
– Romana…
Su hermana acababa de llegar. Romana se dio la vuelta, evitándole a Niall la necesidad de responder.
– Todo está maravilloso.
– Así es, India. Molly ha hecho un gran trabajo. Te presento a Niall Macaulay. Como ves, ya ha comenzado la ardua misión de ser mi sombra.
India Claibourne era más alta que su hermana. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba peinado con un impecable corte a lo garçon. No se parecía en nada a Romana. India se giró y le ofreció la mano a Niall con una sonrisa.
– Pone usted mucho interés, señor Macaulay -dijo India sin poder evitar la frialdad en su voz.
– Yo no diría tanto, señorita Claibourne. Romana me dijo que no trabajaba de nueve a cinco, así que intento ajustarme.
– Ninguna de nosotras trabaja de nueve a cinco -replicó India antes de girarse para atender el saludo de alguien-. Ya lo descubrirán usted y sus socios, si es que pueden mantener nuestro ritmo.
Niall se la quedó mirando un instante antes de volverse hacia Romana.
– Nadie diría que sois hermanas -dijo-. No os parecéis en nada.
– En nada -reconoció Romana-. Las tres somos de distinta madre. Así que lo siento, Niall -dijo mientras un ligero temblor recorría sus pálidos hombros desnudos.
– ¿Qué es lo que sientes?
– Ella es la que tiene más estilo, y la hermana inteligente. Yo soy la del pelo rebelde y la que no puede controlar los vasos de café.
Niall captó un tono discordante en las notas irónicas de su voz. ¿Se sentía quizá la pequeña de las Claibourne inferior a su elegante e inteligente hermana?
– Creo que Jordan se las apañará mejor con India. Yo no me habría perdido esta diversión por nada del mundo.
– ¡Diversión! -repitió Romana mientras levantaba las cejas.
– Se supone que esto es divertido, ¿no? -respondió con una sonrisa.
Ella no era la única capaz de bromear. Lo extraño era que él creía que se había olvidado de cómo hacerlo.
Romana se sentó en el coche y exhaló un suspiro de alivio.
– Bueno, una cosa menos.
– ¿Estabas preocupada?
– ¿Estás de broma? -contestó mirando a Niall mientras se abrochaba el cinturón-. Ni te imaginas la cantidad de cosas que podían haber salido mal.
– ¿Cosas como que en lugar de dos coches aparezca sólo uno?
Romana se sintió molesta por la crítica implícita. Molly había pedido un coche extra para llevar a Niall, pero se había olvidado de recordarle al chófer que tenía que volver a buscarlo. El fallo era comprensible, teniendo en cuenta la cantidad de cosas que Molly tenía en la cabeza.
– No creo que sea para tanto. Yo podría haber tomado el metro -se defendió Romana.
– Yo no te lo aconsejaría -replicó él-, y menos con ese vestido.
Aunque a ella le costara reconocerlo, en ese caso tenía razón.
No le hacía ninguna gracia tener que compartir tiempo extra tan cerca de ese hombre. Tenía la impresión de que él sabía exactamente lo que ella estaba pensando en cada momento, y Romana no tenía ni idea de por dónde iban los pensamientos de él. Aquello era muy frustrante.
– Además, tal vez yo no tenga inconveniente en compartir el coche -dijo él de repente, pillándola de sorpresa.
Había sido consciente de que Niall la observaba a lo largo de la velada, mientras ella procuraba que nada estropease una noche perfecta. Durante la gala había tenido presente el olor de la colonia que él le había regalado. Sutil, indefinible, evasiva. Y también inquietante, igual que el repentino calor que había observado en sus ojos cuando le dio a oler su muñeca.
– Para ser sincero, creo que te habría gustado que surgiera alguna complicación -dijo él, sacándola de pronto de sus pensamientos-. Así habrías tenido la oportunidad de demostrar tu eficacia durante una emergencia.
Estaba claro que no podía evitar discutir. Y en esa ocasión, ella tenía argumentos de sobra para rebatirle.
– Tendría que haber previsto alguna pequeña calamidad, nada demasiado grave: algún contratiempo con una bandeja de canapés, quizá, o un camarero borracho con intenciones inconfesables hacia su Alteza Real.
Romana hizo una pausa lo suficientemente larga para que él supiera lo que estaba pensando, y continuó:
– Di por hecho que la calidad de un espectáculo de esa magnitud, con una total ausencia de errores sería lo que más te impresionaría.
Esperó cortésmente a que él admitiera que así había sido.
– Estoy impresionado -reconoció Niall al instante.
– Gracias. Y ahora, dime, ¿dónde te dejo?
– Me sentiría mejor si te dejáramos a ti primero.
– Esa galantería no es necesaria, Niall. Esto no es una cita, es trabajo, y en Claibourne & Farraday no hacemos distinciones por razón de sexo. ¿Dónde quieres ir?
– Vivo en Spitalfields -contestó él-. Pensé que no te pillaría de camino.
Claro que no. Estaba a muchos kilómetros. Por eso había sugerido llevarla a ella primero. No era galantería, era sentido común. Romana se alegró de que la parte trasera del coche estuviera sumida en la oscuridad. Así él no notaría cómo se sonrojaba por haber dicho que aquello no era una cita. Nada podía estar más lejos de las intenciones de ambos, así que no sabía por qué se le había ocurrido semejante tontería. Sería el cansancio, o el hambre. No había comido desde que le diera un mordisco a aquel sándwich a media tarde, y había estado demasiado ocupada para probar las exquisiteces servidas por el catering de Claibourne & Farraday durante el intermedio.
Era demasiado tarde para lamentarse por haberle llevado la contraria, sólo le quedaba una salida.
– A Spitalfields, por favor -dijo dirigiéndose al conductor-. ¿Llevas mucho tiempo viviendo allí? -le preguntó mientras el coche enfilaba suavemente hacia la carretera.
– Cuatro años.
– Qué raro. Te imaginaba en Kensington o en Chelsea. Tal vez en alguno de esas casitas de las callejuelas de King's Road… ¡Ya sé! Vives en uno de esos caserones antiguos del siglo XVIII -dijo Romana, que había visto un reportaje en televisión sobre esa zona-. Fueron construidos por los hugonotes, y la clase alta los está recuperando ahora tras muchos años de abandono.
– La casa estaba prácticamente en ruinas cuando la compré. Todavía queda mucho por restaurar -reconoció-. El trabajo está un poco estancado, la verdad. Louise formaba parte de un grupo que rehabilita casas antiguas, y la verdad es que sin ella…
Niall se calló, como si ya hubiera hablado demasiado.
– ¿Louise? ¿Era tu mujer?
– Sí. Era restauradora. La conocí cuando su grupo estaba buscando financiación para comprar la casa y arreglarla. Así que la compré.
– ¿Así de fácil? -preguntó Romana.
– Me pareció una buena inversión.
– Ya veo.
– Y quería que Louise disfrutara restaurándola, devolviéndole su antiguo esplendor. Siendo yo el dueño, no tendría límite de tiempo.
– Te enamoraste de ella.
– Desde el momento en que la vi -admitió-. Un año después le entregué la casa como regalo de boda.
– ¿Antes de que terminara la restauración?
– Yo no podía esperar tanto.
– Pero eso es tan…
Él la miró con severidad. Iba a decir «romántico», pero se detuvo a tiempo.
– Lo siento -dijo en su lugar.
– ¿Por qué? -preguntó Niall con el ceño fruncido.
– Porque daba por hecho que estabas divorciado. Y si sigues viviendo en la casa que le regalaste, está claro que ése no es tu caso -respondió-. Pero perdona, no es asunto mío.
Niall cerró por un instante los ojos, como si los recuerdos todavía le causaran un dolor físico.
– No hay nada que perdonar. Louise murió hace cuatro años. Fue en el océano Índico. Una mañana, aunque ella no estaba muy convencida, la llevé a hacer submarinismo, con tan mala suerte que se arañó con unas algas venenosas que había en un arrecife de coral.
Niall levantó las manos con gesto de impotencia.
– Fue sólo un rasguño, nada más. Una semana más tarde estaba muerta.
– Lo siento -acertó a decir Romana tragando saliva.
Las fechas coincidían. Habían pasado cuatro años, y él llevaba cuatro años viviendo en la casa que le había regalado por la boda. Por lo tanto, había sucedido cuando estaban de luna de miel.
– Por eso la restauración no avanza. Me mataría si supiera que no he terminado lo que ella empezó.
Sin pensarlo, Romana extendió un brazo y agarró el de él.
– Claro que no. Debe ser una situación muy difícil. Seguro que ella lo entendería.
– ¿Tú crees? India me la ha recordado mucho esta noche: los mismos ojos oscuros y el pelo negro, el mismo tipo delgado. La misma franqueza.
Niall guardó silencio mientras la miraba sin el menor asomo de la angustia que ella había imaginado. Sin ninguna emoción, como si hubiera decidido enterrar sus sentimientos.
Avergonzada por lo impetuoso de su gesto, Romana le soltó el brazo. Estaba claro que él no quería su consuelo.
– Háblame de mañana -dijo de pronto Niall, cambiando de tema-. ¿Qué emocionante plan me tienes preparado?
Pronunció la palabra «emocionante» de un modo tan seco que Romana se olvidó de su vergüenza.
– ¿Emoción? ¿Quieres emoción? Pues estás de suerte esta semana. Mañana hay una visita a un local de juegos infantiles que financiamos el año pasado. Ya sabes: inauguración oficial, rueda de prensa, fotos de los niños para la página web…
– Y todos llevando la sudadera de Claibourne & Farraday, claro.
– Por supuesto. No olvides la tuya.
Él la miró, reticente. Bueno, India preferiría que permaneciera en el anonimato. Nadie repararía en un hombre de traje oscuro observando entre bastidores. La prensa no le prestaría atención.
– Eso si decides venir -dijo ella-. No es obligatorio.
– ¿Y por la tarde? -preguntó Niall.
– Una subasta de objetos de famosos en los grandes almacenes: pelotas de fútbol firmadas por los principales equipos, ropa interior de las estrellas de cine… Ese tipo de cosas. Si las cosas salen como espero, vendrán todos los medios de comunicación.
– No te importará que deje la chequera en casa, ¿verdad?
– Ya has sido suficientemente generoso, Niall. Te prometo que tu dinero será bien utilizado. Lo comprobarás por ti mismo mañana por la mañana.
– ¿Y por la noche? -preguntó él sin hacer más comentarios.
De ninguna manera iba a sugerirle que se uniera a la diversión programada para la noche siguiente.
– Nada -contestó rápidamente-. Yo iré derecha a casa, pondré los pies en alto y me quedaré dormida frente al televisor. Tú puedes ponerte al día en la restauración de tu casa -concluyó antes de taparse la boca con las dos manos.
Niall tomó una de sus manos por la muñeca y se la separó de la boca.
– Dime, Romana…
– ¿Qué?
– ¿Tienes hambre?
¿Hambre? Ésa era la última pregunta que se hubiera esperado.
– Llevas en pie desde las seis de la mañana, asegurándote de que todo el mundo lo está pasando bien. El catering era exquisito, pero no te he visto probar bocado. Y te has saltado la comida. Así que me preguntaba si tendrías hambre -dijo mientras una especie de sonrisa se dibujaba en su rostro.
– Estamos llegando a Spitalfields, señor -dijo el conductor.
Niall le dio el nombre de la calle y se volvió hacia ella.
– Tal vez… -comenzó dubitativo-. Tal vez te gustaría ver la casa. Yo prepararía algo de cenar para los dos.
– Pero es muy tarde. El conductor…
– Seguro que agradecerá una hora extra. Si tu presupuesto puede permitírselo.
Estaba cansada y no le apetecía en absoluto sentarse a comentar con Niall Macaulay frente a unos huevos fritos, pero reconsideró su propuesta. Tenía que aprovechar cualquier oportunidad de conocer mejor a aquel hombre. El éxito de las Claibourne dependía de ello en gran medida. Toda la energía que había puesto, tantos años de su vida…, de ninguna manera iba a entregárselos a aquel banquero con una cartera por corazón.
– Mi presupuesto está muy equilibrado -replicó acercándose al conductor-. ¿Le parece a usted bien? ¿Puede regresar dentro de una hora?
– Sí, señorita -contestó el conductor.
Niall ascendió por una pequeña escalinata y abrió la puerta delantera. Encendió una luz y se apartó para dejarla pasar. Las paredes del vestíbulo estaban decoradas con gran cantidad de flores de todo tipo de formas y colores, pintadas sobre un fondo verde. Se trataba de un fresco digno de figurar en un museo.
– ¿Es auténtico? -preguntó asombrada.
– Sí, por suerte se mantuvo resguardado bajo una capa de pintura. En una de las habitaciones de la planta alta encontramos también la decoración original, cubierta por un viejo papel pintado. Ya te la enseñaré luego, primero vamos a comer algo. Ven a la cocina, está más caliente.
Niall le indicó un sofá antiguo colocado en uno de los muros de la cocina, una estancia cómoda y espaciosa, sin ninguna concesión a la modernidad. Era la clásica cocina en la que podrían reunirse más de doce personas tras una larga jomada de restauración para comer, beber y charlar durante la noche. Y cuando todos se hubieran ido, aquel sofá parecía suficiente para dos.
– Estás en tu casa. Pon los pies en alto mientras yo preparo una sopa casera de C &F.
– ¿Y bien? -preguntó Jordan-. ¿Qué tal tu primer día con Romana Claibourne?
– Interesante. Y largo -bostezó Niall.
– ¿Estuviste con ella por la noche?
– Sólo por trabajo.
Niall observó la fotografía del marco de plata en la que Louise le sonreía. El trabajo había terminado en el momento en que el coche se había detenido en la puerta de su casa, y él lo sabía. Y era la casa de Louise. Nunca había invitado a una mujer a atravesar el umbral, sentarse en su sofá y comer en sus platos.
Pero Romana le había parecido pálida y cansada, y estaba seguro de que no se tomaría la molestia de comer cuando llegara a su casa. Por supuesto que podría haber alguien esperándola con un vaso de cacao caliente antes de llevarla a dormir. Pero había aceptado la invitación, lo que sugería que ese alguien no existía.
A lo mejor, Romana había aprovechado la oportunidad para intentar sacarle información. Contempló fijamente la fotografía de Louise, tratando de borrar la imagen de Romana. Niall tuvo la dolorosa certeza de que su esposa estaba cada día más lejos de él. Volvió a colocar la fotografía en su sitio.
– ¿Trabajo? -le espetó Jordan-. ¿Fuiste a la gala? Estuve viéndola por televisión, y no te vi en la cola para presentar tus respetos a la realeza.
– Tampoco estaba Romana. Se mantuvo fuera de escena, comprobando que todo funcionaba como un reloj. Yo estaba a su lado. Observándola.
– ¿Y bien?
– La velada fue todo un éxito, bien organizada y entretenida. Romana Claibourne no es tan alocada como parece.
No se había manoseado el pelo ni una sola vez en toda la noche. Niall observó un par de veces cómo intentaba enroscarse un rizo, hasta que había caído en la cuenta de que no había nada que enroscar. Sin darse cuenta, Niall sonrió recordando cómo su nuevo peinado enmarcaba su rostro mientras dormía.
– Es una pena -dijo Jordan reclamando su atención.
– La pena es que tú no estuvieras allí también. India estaba en su papel de directora. Deberías haber estado a su lado -dijo para provocar.
Niall se estiró la corbata y la levantó hacia su rostro, intentando captar las reminiscencias del perfume de Romana.
– Ya le llegará su turno a India Claibourne -dijo Jordan con acritud-. ¿Qué vas a hacer hoy?
– Voy a un local de juegos infantiles.
Lo que no sabía era dónde estaba, pensó. Romana no se lo había dicho. Tenía que telefonear a Molly para que le mandara un fax con todas las actividades de la semana.
– Ayer di una vuelta por los grandes almacenes. Tienes razón. Necesitan un cambio total -dijo Niall.
– Claro que sí -asintió Jordan-. Peter Claibourne ha estado viviendo en el pasado. Peor todavía, ha descuidado el futuro.
– Quizá sabía más de lo que crees. El cambio costará una fortuna.
– El progreso nunca es barato. Seguimos en contacto.