Capítulo Once

Romana miró a su alrededor, intentando encontrar a Niall entre la multitud mientras escuchaba el discurso de India.

– ¿Va todo bien? ¿Dónde está Niall?

Molly levantó las cejas.

– Creí que estaría contigo.

Romana supuso que Niall estaría en su oficina, ocupándose de sus propios asuntos. Salió del hospital para llamarlo desde el móvil. La secretaria parecía estar esperando su llamada, y le dijo que Niall estaría fuera de la oficina durante unos días.

Romana lo llamó al móvil, pero le saltó el contestador. No podía dejarle un mensaje. Algunas cosas eran demasiado importantes.

La noche anterior no habría encontrado ninguna razón para regresar a Spitalfields, pero aquella mañana… aquella mañana, todo era posible.

Romana paró con la mano un taxi. El intenso atasco de media mañana le dejaba tiempo para pensar. Imaginó a Niall regresando a aquella casa vacía, con aquellas fotografías. En lugar de culparla por enfrentarlo con su dolor, se había dedicado a buscar un artículo que hablaba de la labor de su madre al frente de una organización para hijos de parejas divorciadas. En él hablaba con tristeza de los errores que había cometido y del dolor de haber perdido a su propia hija.

Lo había metido por debajo de la puerta durante la noche. Niall había cruzado todo Londres en medio de la oscuridad para que ella conociera la verdad, para devolverle algo que ella creía perdido para siempre.

Romana pagó al taxista y, cuando llegó a la puerta, perdió por un momento la confianza en sí misma. Tal vez él no quería verla. Y además, ¿qué iba a decirle?

– ¿Romana?

Niall había aparecido por detrás. Llevaba puesto un par de pantalones viejos y una camiseta totalmente cubierta de manchas de pintura blanca. Romana pensó que estaba guapísimo.

– He venido sólo a darte las gracias. Ahora tengo que volver a la oficina.

– Entra y come algo antes -dijo Niall mientras depositaba en el suelo dos botes de pintura y buscaba la llave en el bolsillo-. Y cuéntame, ¿qué tal esta mañana?

– ¿Y qué me dices de ti? ¿Sabe Jordan que te has tomado la tarde libre?

– Ya sé todo lo que tengo que saber sobre ti. Además, yo he preguntado primero. Pasa, ya sabes aquí está la cocina.

– Niall, he venido a darte las gracias. He hecho…

– Pues hazlo otra vez -contestó él.

Niall colocó un brazo alrededor de su cintura para asegurarse de que no escapara y la besó hasta que dejó de notar su resistencia. No podía luchar contra esa boca de color rosa, ni contra aquellos ojos azules, por no hablar de su cuello… Tras el beso, Niall se paró, esperando que llegara la culpa. Pero no llegó.

– No debiste cortarte el pelo -dijo entonces-. Podría haberme contenido si llevaras aquella espantosa melena. Y ahora, dime, ¿la has visto? -preguntó, relajando un poco la presión alrededor de su cintura.

Romana ya no necesitaba ponerse a la defensiva al hablar de su madre. Y todo gracias a Niall. Sin él, nunca habría descubierto la verdad.

– Sí, la he visto. Y me ha contado algunas cosas. Bueno, Niall, me tengo que ir…

– Deja que se ocupe Molly. Tú siéntate y procura mantenerte apartada del café por si acaso.

– No te vas a olvidar de eso nunca, ¿verdad?

– No -contestó él-. Es uno de esos momentos que te cambian la vida. Nunca se olvidan.

– ¿Sabías quién era yo cuando me bajé del taxi?

– No. Me esperaba a la típica ejecutiva mayor embutida en traje de chaqueta. Tu vestido en cambio era de lo más seductor.

– Se supone que era discreto.

– La próxima vez inténtalo con un saco -advirtió Niall, cambiando de tema antes de que la excitación que comenzaba a sentir se le fuera de las manos.

«La próxima vez» haría las cosas mejor. Quería amanecer con ella dormida a su lado en la cama.

– Háblame de tu madre -dijo entonces, aproximando una silla a la mesa de la cocina, en la que ya estaba sentada Romana.

Cualquier cosa con tal de no recordar la manera en que ella se desabrochaba la blusa. Ahora la tenía lo suficientemente cerca como para quitarle los botones con sólo estirar una mano.

– Hemos hablado mucho. Me contó que mi padre perdió el interés por ella al año de casados. Ella aguantó sus infidelidades por mí. Luego conoció a James y supo lo que era realmente el amor.

– ¿Y por qué no te llevó con ella?

– Mi abuela investigó su vida antes de que se casara con papá, y descubrió que había tenido una aventura con un hombre mayor, una figura conocida. Él tuvo suerte: su mujer lo perdonó y la prensa lo hizo un gran escándalo. Mi madre se retiró, sintiéndose tremendamente culpable por el daño que había causado.

– ¿Y tu padre se aprovechó de aquello?

– No, fue más bien mi abuela. A ella no le importaba mi madre, sólo quería conseguir mi custodia. Amenazó con enviar a la prensa detalles de aquel romance si mi madre no renunciaba a mí. El hombre en cuestión era alguien muy conocido, y mi madre no quería destrozarle la vida.

– Podía haberte buscado.

– No, era parte del acuerdo. Y ella creyó que se merecía el castigo, que no tenía derecho a mí. Esperaba que algún día yo le preguntara por qué lo había hecho y poder explicármelo todo. Durante ese tiempo se dedicó a su marido y a sus hijos, esperándome. Pero sin el recorte de prensa, yo nunca habría dado el primer paso. Siempre te lo agradeceré -dijo Romana rozando tímidamente su mano-. Y tú, ¿qué estabas haciendo cuando he llegado? ¿Pintar?

– Sí, el techo de la habitación de arriba. Es una estupidez, porque no puedo hacerlo todo. Pero es un gesto, un compromiso con el futuro. He estado pensando en lo que me dijiste anoche, en mudarme, pero no me veo en otro sitio. A pesar de mi negligencia, ésta es mi casa y aquí quiero quedarme, aunque cambiando la decoración. Contrataré a un par de estudiantes de Arte y les daré libertad.

– Eso suena bien -dijo Romana-. ¿Mantendrás la pintura del vestíbulo?

– ¿A ti te gusta?

– ¿Y eso qué más da?

– Repito, ¿a ti te gusta?

– A mí sí.

– Entonces se queda.

Romana tuvo el presentimiento de que algo importante acababa de suceder sin que ella se hubiera dado cuenta. Pero no iba a quedarse sin averiguarlo.

– ¿Vas a venir al baile solidario del sábado por la noche? Te lo pregunto porque como has dicho que ya lo habías aprendido todo sobre mí… -dijo Romana, sonriendo con coquetería.

– Mentí. No sé cómo bailas. Resérvame una lenta.

– ¿Sabes bailar?

– Eso es mucho decir. Más bien necesito alguien que me haga de percha.

– Me aseguraré de que Molly te ha incluido en los planes, hombre-sombra.

– No olvides que las sombras tienen que estar muy pegadas -dijo Niall mientras le acariciaba suavemente el cuello con los dedos.

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