Capítulo 9

La mesa del comedor de la casa de los Canfield parecía tener por lo menos cien años. Era de madera sólida, con las patas elegantemente talladas y en ella cabrían al menos unas veinte personas. Pero en vez de estar cubierta por candelabros o un elegante servicio de mesa, se amontonaban sobre ella diferentes libros de texto.

Ian estaba sentado en uno de los extremos, en una silla normal. Trabajaba lentamente, escribiendo sobre una libreta. Bailey tenía un ficha de matemáticas delante de ella y Trisha estaba leyendo un cuento. Quinn hacía caligrafía y Oliver se dedicaba a mirar un libro de arte mientras la más pequeña, Sasha, coloreaba.

– Un caos controlado -dijo Katherine mientras les veía trabajar-. Durante el curso escolar, así son todas las tardes.

– Estoy impresionada -dijo Dani, y estaba siendo completamente sincera-. Me admira que estén tan dispuestos a hacer los deberes y que, además, trabajen juntos.

– A veces, cuando necesita concentrarse, Ian prefiere trabajar en su habitación.

– Pero no es algo que suceda a menudo -replicó Ian sin alzar la mirada del papel-. Soy suficientemente inteligente.

Katherine elevó los ojos al cielo.

– Me temo que vas a necesitar otra conversación sobre los buenos modales y la humildad.

Ian alzó la mirada y torció la boca en un gesto que Dani ya había comenzado a reconocer como una sonrisa.

– Eh -contestó-, estamos hablando de mí, ¿no crees que con eso ya es más que suficiente?

Dani sonrió de oreja a oreja. Ian la miró y le guiñó el ojo.

Dani se acercó a Trisha, que continuaba concentrada en su libro. Cuando alzó la mirada, Dani le preguntó en lenguaje de signos: «¿Te gusta el colegio?». O, por lo menos, eso era lo que esperaba haber preguntado. Porque la verdad era que no estaba del todo segura.

Trisha se la quedó mirando durante un segundo, después sonrió mientras cerraba el puño de la mano derecha y la movía de arriba abajo.

– Eso significa que sí -le dijo Katherine-. No sabía que conocías el lenguaje de signos.

– Y no lo conozco -contestó Dani precipitadamente-. Por favor, no se te ocurra ponerme a prueba porque seguro que fallo. Pero como Trisha no puede oír y quiero comunicarme con ella, he aprendido unas cuantas frases. En Internet hay un diccionario con algunos vídeos en los que te muestran los signos que tienes que hacer. La verdad es que tenía muchos problemas para interpretar qué signo tenía que hacer a partir de la descripción.

Dani se encogió de hombros, sintiéndose de pronto ridícula.

– Pero seguramente tú ya conoces ese material -dijo.

– Tenemos un diccionario CD-ROM que enseña los signos. Y estoy completamente de acuerdo contigo, es mucho más fácil entenderlos de esa manera, sobre todo los más complicados -posó la mano en el hombro de Trisha-. Está participando en un programa especial para estudiantes con deficiencias auditivas. Está aprendiendo a leer los labios y a vocalizar, además del lenguaje de signos. Queremos que se sienta bien en ambos mundos, en el de los oyentes y en el de los sordos.

– Me parece una gran idea -dijo Dani.

– Es complicado -admitió Katherine-. En el mundo de las personas sordas hay un gran debate sobre si deben o no mantenerse arraigados a su cultura centrándose en el lenguaje de signos. Es una opción que respeto, pero quiero que Trisha tenga posibilidades de ser feliz allí donde decida y que pueda resolver su vida con éxito. Hay un debate apasionante dentro de la comunidad de deficientes auditivos.

Oliver tiró a Dani de la mano. Cuando ella bajó la mirada, le señaló un cuento con vistosas ilustraciones.

– Léemelo, por favor.

– Me encantaría leerle un cuento -Dani miró a Katherine-, ¿te parece bien?

– Por supuesto. Yo iré preparando la cena.

Dani abrió los ojos como platos.

– ¿Cocinas tú? Oh, lo siento. No me malinterpretes. Estoy segura de que sabes cocinar, pero ¿cuándo encuentras tiempo para cocinar con tanto niño?

Katherine se echó a reír.

– No te emociones. Rara vez cocino nada complicado. Normalmente me envían la comida ya hecha. Lo único que tengo que hacer es calentarla o meterla en el horno. Y si tenemos una fiesta o una cena importante, contrato un catering. Los fines de semana, cuando tengo alguna tarde libre, algo que no ocurre muy a menudo, sí que preparo alguna sopa o un guiso. Bueno, en el cuarto de estar tienes una butaca muy cómoda, si no te importa tener a Oliver en brazos mientras le lees el cuento.

Dani le dirigió a Oliver una sonrisa.

– Claro que no me importa. Estoy deseando hacerlo.

Tomó el libro y agarró a Oliver de la mano mientras le conducía hacia el cuarto de estar, una habitación espaciosa con un televisor enorme y asientos para veinte personas. Oliver señaló una butaca de color azul oscuro.

Dani se sentó en la butaca y sentó después a Oliver en su regazo. Oliver estuvo retorciéndose hasta encontrar una postura que le resultara cómoda. Después, posó la cabeza en su pecho y suspiró. Sasha se acercó también hasta ellos.

– Yo quiero leer el cuento -dijo.

– Por supuesto. ¿Y quieres sentarte conmigo?

La niña asintió y trepó hasta la otra pierna de Dani.

– «Había una vez dos gatitos que se llamaban Callie y Jake. Tenían hermanas y hermanos y vivían en una casa azul con un jardín muy verde. Les encantaba jugar al sol y darse grandes baños». Mirad qué verde tiene el césped. Ya me gustaría a mí que el de mi casa fuera igual de verde.

Sasha se echó a reír.

– Necesitas un jardinero.

Oliver, que tenía dos años más que Sasha, pero era un niño con síndrome de Down, señaló el libro.

– Gatito -dijo.

Dani les pasó un brazo por los hombros a cada uno de ellos y continuó leyendo. Mientras les leía la historia de aquellos dos gatos que daban la bienvenida a su casa a un bebé humano, se preguntó por el sufrimiento que implicaría criar un niño para el que la vida siempre representaría un desafío. ¿Serían Bailey y Oliver capaces de sacar adelante sus propias vidas, de casarse cuando se enamoraran, de envejecer…?

¿Y Quinn? Físicamente parecía igual que cualquier otro niño, pero no era capaz de aprender como los demás. Y estaba también Ian, un adolescente brillante que vivía atrapado en un cuerpo que no era capaz de controlar.

Poco a poco iba siendo consciente de la suerte que tenía al haber encontrado una familia como aquélla, pero también de todo lo que podría llegar a sufrir por ella.


Cuando Dani terminó de leer el cuento, Oliver y Sasha se fueron corriendo a jugar. Dani se acercó entonces a la cocina para ofrecerse a ayudar.

– Ya que has tenido la amabilidad de invitarme a cenar, pero estoy dispuesta a ganarme mi sitio en la mesa.

Katherine se echó a reír.

– Sí, pero tú trabajas en un restaurante. ¿Cómo voy a estar segura de que no vas a burlarte en silencio de cómo hago las cosas?

– Jamás se me ocurriría burlarme de ti. Además, yo me ocupo de la dirección. En realidad no cocino.

Katherine iba vestida ese día con unos pantalones de lana y una blusa que probablemente era de seda. Con el pelo recogido y los pendientes de perlas, parecía recién salida de la revista Campo y ciudad. Pero cuando Sasha entró corriendo en la cocina, no tuvo ningún inconveniente en agacharse para darle un abrazo.

– Me gustaría mucho comer una galleta -dijo la niña.

– Pero estoy segura de que podrás arreglártelas perfectamente sin ella. La cena estará lista en menos de una hora.

Sasha protestó.

– Pero todavía falta mucho tiempo, y tengo hambre.

– Estoy segura de que sobrevivirás.

Sasha miró a Dani con expresión suplicante.

– ¿Quieres darme tú una galleta?

Dani negó con la cabeza.

Sasha suspiró pesadamente y se marchó.

Katherine tomó entonces el cuchillo que había estado utilizando para cortar brócoli.

– Está en una etapa en la que todo lo dramatiza. No me sorprendería que terminara encima de un escenario -miró a Dani-. Supongo que sabes que Sasha es seropositiva.

Dani asintió.

– ¿Y no te da miedo tocarla? Antes la has tenido sentada en tu regazo.

Dani torvo la sensación de que le estaba poniendo a prueba.

– No, no me preocupa en absoluto.

– La gente tiene muchas ideas falsas en torno al VIH.

– Sí, como de otras muchas cosas -contestó Dani con voz queda-. Supongo que tú tienes que enfrentarte constantemente a los prejuicios.

– Sí. Mucha gente cree que decidí adoptar a estos niños porque tenían problemas, pero no es cierto. A todos y a cada uno de ellos los elegí porque habían conseguido conmoverme.

Y Dani la comprendía perfectamente. En sólo dos días, habían conseguido llegarle al corazón.

Ella había preferido aplazar su sueño de tener hijos al principio de su matrimonio con Hugh. Con cuidarle a él, ya tenía más que suficiente. Con el tiempo, Hugh había ido haciéndose más autónomo, así que ella había comenzado a estudiar las diferentes opciones que tenía para ser madre, entre ellas, la fecundación in vitro. Cuando Hugh le había dicho que quería divorciarse, había dejado de pensar en la maternidad. En aquel momento, por primera vez en su vida, comenzó a comprender qué quería decir la gente cuando hablaba del reloj biológico. Porque estaba empezando a sentir el suyo.

– Alex me comentó que tenía que ir a un acto benéfico -le dijo-. Siento que tengas que enfrentarte públicamente a mi aparición en vuestras vidas.

– No lo sientas -le dijo rápidamente Katherine-, estoy segura de que todo saldrá bien.

– Nunca he hecho nada de ese tipo. Jamás he hablado en público y nunca he estado en uno de esos actos tan importantes.

– Suena peor de lo que es -respondió Katherine con una sonrisa-. Creo que iremos juntas a un almuerzo. Es lo más fácil. En cuanto a lo de hablar, te preparará el discurso alguno de los colaboradores de Mark, y después te ayudará a ensayarlo. Hablaremos diez minutos como mucho.

En aquel momento, para Dani diez minutos eran una eternidad.

– Genial -musitó, pensando ya en los titulares de los periódicos que tendrían que contar que se había detenido para vomitar en medio de su discurso.

– No pasará nada, y yo te ayudaré. Cuando se acerque el momento, hablaremos de la ropa que tienes que ponerte y yo me aseguraré de que no tengas nada entre los dientes cuando sonrías para las fotografías.

Dani se sentía al mismo tiempo complacida y avergonzada.

– No tienes por qué hacer nada de esto. Podrías haberme pedido que no pusiera un pie en tu casa y, en cambio, me haces sentirme bienvenida.

– Eres la hija de Mark, Dani. Eso significa mucho para mí.

– Eres una mujer increíble.

Katherine rió con pesar.

– Ojalá tuvieras razón. Pero me temo que soy como todo el mundo. Una mujer que intenta sobrevivir día tras día.

Pero Dani lo dudaba. Katherine era una mujer con clase. Y estaba convencida de que, ella en su lugar, no habría sido tan generosa y amable.

– ¿Quién sabe? -dijo Katherine mientras metía el brócoli en la cazuela-. A lo mejor terminas disfrutando de este tipo de actos. Hay personas que se sienten muy cómodas en ellos. Como Fiona, la mujer de Alex. ¿La conoces?

Dani se quedó helada.

– ¿Su mujer? Yo creía que…

– Sí, están divorciados -admitió Katherine mientras echaba agua en la cazuela-. No sé qué les pasó. Sinceramente, Alex nunca ha querido entrar en detalles. Fiona todavía está desolada. Yo le he pedido a mi hijo que reconsidere su decisión y creo que estoy consiguiendo convencerle, o al menos eso es lo que me digo a mí misma.

Dani no sabía qué decir. Cuando Fiona le había hablado como si fuera miembro de la familia Canfield, Dani había pensado que sólo lo decía por molestarla. Después de haber oído a Katherine, ya no estaba tan segura.

Pero Alex la había besado, se recordó a sí misma. Y no parecía un hombre que jugara con ese tipo de cosas. ¿O sí?

Maldijo en silencio. No, otra vez no. Era imposible que estuvieran engañándola otra vez. ¿Pero cómo estar segura de que Alex no era como tantos otros?

– El matrimonio puede llegar a ser muy difícil -musitó, consciente de que Katherine estaba esperando una respuesta.

– Estoy completamente de acuerdo. Yo le he hablado a Alex de lo importante que es que se den un tiempo para asegurarse de la decisión que han tomado. En cualquier caso, todavía no he perdido la esperanza.

Sí, Fiona había dicho algo parecido. ¿Significaría eso algo? ¿Estaría viendo Dani problemas donde no los había o la verdad acababa de estallarle en pleno rostro? ¿Sería Alex demasiado bueno para ser verdad?


Gloria apoyó los pies en la mesita del café y apuntó con el mando a distancia hacia la televisión.

– Es un material sin clasificar, pero teniendo en cuenta que es una entrevista a un político, no creo que tengamos que preocuparnos por la violencia o el sexo -dijo mientras presionaba el mando.

Comenzó la cinta.

Dani tomó un puñado de palomitas del cuenco que habían colocado entre ellas.

– Si aparece alguna mención a la vida sexual de mi padre, me levantaré inmediatamente. Ésa no es precisamente la imagen que me apetece que quede grabada en mi cerebro.

– No creo que la entrevista la haga desnudo. Aunque si es atractivo, a lo mejor salir en tanga le ayudaba a conseguir votos.

Dani no sabía si reír o llorar ante lo que acababa de decir su abuela.

– Gloria Buchanan, no me puedo creer que hayas dicho una cosa así.

– ¿Por qué no voy a ser capaz de apreciar a un hombre atractivo con tanga? No estoy muerta. Por lo menos todavía.

– Aun así, resulta casi repugnante.

– ¿Así que se supone que además de con la cadera rota tengo que estar ciega?

– No, pero no tienes por qué hablar de hombres en tanga.

Gloria le guiñó un ojo.

– Yo sólo peco de corazón.

– Mucho mejor.

Dani comió un puñado de palomitas. Seis meses atrás, le habría parecido imposible disfrutar de la convivencia con su abuela. Seis semanas atrás, habría sido una situación forzada. Y, sin embargo, allí estaba en aquel momento, sintiéndose absolutamente cómoda con ella.

Era casi un milagro.


– Nuestro entrevistado de esta noche es el senador Mark Canfield -comenzó a decir el presentador-. Un posible candidato a la presidencia, aunque la reciente aparición de una hija ilegítima podría representar un desafío para su campaña.

Dani agarró otro puñado de palomitas.

– Jamás me había considerado ilegítima. Suena tan Victoriano.

– En tu partida de nacimiento figura el nombre de tu padre -le dijo Gloria-, así que no tienes que preocuparte por eso.

– Entonces, ¿en realidad no importa? ¿Es sólo una cuestión de percepción?

– Naturalmente. Y eso ya deberías saberlo.

Dani pensó en ello y volvió a prestar atención a la pantalla.

Mark dejó que el otro hombre hablara y después comenzó a explicar con admirable calma cómo un periodista había utilizado un cachorro para conseguir que una niña con síndrome de Down traicionara el secreto de la familia.

Era un buen orador y ofreció una vivida imagen de una niña incapaz de comprender la crueldad del mundo. Con sus palabras, consiguió que la actuación de Alex apareciera como la intervención de un caballero andante acudiendo a defender a los débiles y el descubrimiento de la existencia de Dani como una especie de milagro.

– Es bueno -dijo Dani después de tragar un puñado de palomitas-, más que bueno.

– Es un profesional, ¿qué esperabas?

Dani no estaba segura.

– No lo sé. Pero da una imagen tan perfecta que a veces no me parece humano.

– No le juzgues porque sea bueno en su trabajo -le advirtió Gloria.

– ¿Por qué no podía ser un fontanero, o un matemático?

– Porque la vida no siempre es como queremos.

Dani alargó la mano hacia las palomitas.

– No soy capaz de comprender a Mark. De hecho, no les comprendo a ninguno de ellos. Viven en un mundo que yo no entiendo.

– No te arrepientas de haberles conocido -le advirtió Gloria-. Es tu padre y has vivido durante demasiado tiempo sin conocerle. Tienes que darte una oportunidad. Poco a poco irá siendo todo mucho más fácil.

– Espero que tengas razón -contestó Diana-. A veces pienso que me gustaría desaparecer. Tengo la sensación de que, si continúo aquí, va a terminar desencadenándose un auténtico desastre. ¿Y si al final por mi culpa no le eligen presidente?

– No seas tan derrotista. Tú no tienes nada que ver con las elecciones.

– Eso tú no lo sabes.

– Ni tú tampoco. Yo soy tan proclive a preocuparme como cualquiera, pero creo que tienes que darte un poco de tiempo. Para preocuparse siempre hay tiempo.

– No sé cómo puedes ser tan racional.

En aquel momento, a ella le resultaba imposible mantener una actitud racional. Aun así, su abuela tenía razón. Dani no podía estar segura de que su aparición hubiera perjudicado a su padre. Al fin y al cabo, hasta el momento todo había ido bastante bien. Lo único que tenía que hacer era esperar a ver cómo se desarrollaba todo. ¿Pero qué pasaría si al final ocurría lo peor?


Katherine terminó de echarse crema en la cama. Después, se quitó la cinta con la que se sujetaba el pelo. Alzó la mirada y vio a Mark desnudándose en el vestidor.

Como siempre, le bastó mirarle para emocionarse y, el hecho de que se estuviera desnudando, avivó las ganas de hacer el amor con él. Comenzaron a aparecer en su mente imágenes de ellos dos desnudos, acariciándose, besándose, con los cuerpos en tensión.

Muchas de sus amigas hablaban del sexo como si fuera un deber, un trámite que cumplir antes de quedarse dormidas, pero para ella nunca había sido así. Continuaba deseando a Mark tanto como cuando se habían conocido. Y tenía la sensación de que tendría ochenta años y él continuaría excitándola.

Se acercó a la puerta del vestidor.

– He estado hablando con Dani sobre nuestra aparición en un acto benéfico. Está un poco nerviosa, pero creo que lo hará bien.

– Estupendo -contestó Mark sin mirarla siquiera-. ¿Sabes si mi traje negro de rayas está en la tintorería?

Aquella pregunta tan inocente consiguió llenarle los ojos de lágrimas.

– ¿Eso es todo? ¿Lo único que puedes decir es «estupendo»? ¿No tienes idea del daño que me está haciendo todo esto? ¿No comprendes que estoy destrozada por lo que la presencia de esa mujer significa?

Mark frunció el ceño.

– ¿Qué quieres que diga?

Quería que dijera que siempre la amaría. Que ella era lo más importante de su vida. Que jamás había querido a otra mujer. Quería oírle decir palabras que, estaba segura, Mark nunca pronunciaría.

Se volvió y susurró:

– No importa.

Era consciente de que aquélla era una batalla perdida. De que Mark nunca la amaría como ella le amaba a él. Que nunca la desearía como ella le deseaba. Llevaba años intentando asumirlo, pero siempre fracasaba.

– Claro que importa.

Mark se colocó tras ella y posó la mano en su hombro.

– Claro que importa. No sé qué decir. Katherine, fuiste tú la que decidiste poner fin a nuestro compromiso hace años. Fuiste tú la que me dejaste, la que me pidió que me fuera.

Katherine asintió, porque sabía que era cierto. Continuaba sintiendo en los ojos el escozor de las lágrimas.

– Se suponía que no tenías que enamorarte de nadie más. Se suponía que tenías que echarme de menos.

– Y te eché de menos.

– Pero no tanto como para no tener una aventura con esa mujer. Yo estaba destrozada, Mark -se volvió para mirarle a la cara-. No soportaba tener que decirte que no podía tener hijos. No quería verte mirándome con compasión, no quería que eso te obligara a abandonarme. Por eso te dejé. Pero jamás dejé de amarte. Ésa es la razón por la que volví a tu lado, por la que volé hasta donde estabas y te pedí una segunda oportunidad. ¿Eres consciente de lo difícil que fue para mí decirte que no podía tener hijos?

Mark le tomó las manos y la miró confundido.

– Pero a mí no me importó. Te dije que no me importaba y era cierto. Te quería, Katherine. Todavía te quiero.

– Pero también la querías a ella.

– Eso terminó.

¿Pero de verdad era cierto?

Katherine liberó sus manos y se dirigió al dormitorio. Una pregunta la perseguía día y noche: ¿por qué se había casado Mark con ella? Él era un hombre ambicioso y ella una mujer rica. Hasta que no se había enterado de lo de Marsha, había dado por sentado que realmente la había echado de menos. Pero después de saber que a los pocos días de haber roto con ella había comenzado a salir con una mujer, había comenzado a dudarlo. La aparición de Dani lo había cambiado todo.

¿Qué habría ocurrido si Marsha no hubiera puesto fin a su relación? ¿Habría vuelto Mark con ella en esas circunstancias? La verdad era que nunca lo sabría.

Mark regresó a su lado y la atrajo hacia él.

– Odio verte sufrir.

– Estoy bien -mintió Katherine.

Mark la abrazó, posó la mano en su cuello y la besó.

Katherine tuvo la impresión de que estaba intentando distraerla. Intentó ser fuerte, no dejarse arrastrar, pero le resultaba imposible. Con Mark nunca había sido capaz de resistirse. En el instante en el que rozó sus labios, lo único que deseó fue rendirse. La pasión la envolvió y se entregó por completo a su marido y a lo que le hacía sentir. Sabía que el dolor continuaría en su pecho a la mañana siguiente, pero de momento, le bastaba con aquella pasión compartida.


Alex supo que aquél iba a ser un día muy largo al ver que el único participante en la reunión que no era abogado era su padre.

Peter Aaron le mostró una carpeta cargada de documentos.

– Tenemos algún tiempo antes de que presenten cargos contra ti. Si hablamos con el fiscal del distrito, averiguaremos lo que se proponen.

– Lo que ellos quieren es montar un circo mediático -gruñó Mark-. Todo esto es política. Quieren hacer daño a la campaña. Maldita prensa.

– Tenemos muchas formas de abordar el problema -intervino Pete-. Necesitamos algunos detalles antes de elaborar un plan. Nuestros socios están muy interesados en el resultado de todo este asunto.

Alex mantuvo la expresión serena, neutral, pero por dentro le dominaban las ganas de tirar algo. O de golpear a alguien, que era precisamente lo que le había puesto en aquella complicada situación. Normalmente, no era una persona a la que le costara dominar el genio, pero en cuanto había un periodista de por medio, perdía la razón.

Odiaba todo aquello. Odiaba que lo mejor que pudieran conseguir en aquella situación fuera que le retiraran los cargos, y eso era poco probable que sucediera. Sabía que estaba perdido.

Pete Aaron era uno de los socios de la firma de abogados de Alex. Estaba trabajando en ese caso por una única razón: que Mark optaba a la presidencia. Si Mark resultaba elegido, entonces Alex ocuparía un lugar en la Casa Blanca y la firma se vería beneficiada por ello. Si Mark tenía que abandonar la campaña o no era elegido, Alex tenía la sensación de que podía ir despidiéndose de su carrera de abogado.

Lo que más le frustraba era que no parecía importar la razón por la que le había dado un puñetazo a aquel tipo. Nadie quería hablar de lo ruin que era utilizar a un niño para tener acceso a una información privada. Por supuesto, aquello también saldría en el juicio, pero en aquel momento era algo completamente secundario.

Los otros dos abogados continuaron hablando, Mark hizo también algún comentario, pero Alex ya no escuchaba. Estaban intentando urdir un plan y a él le correspondería seguirlo a rajatabla. Al fin y al cabo, estaba la presidencia en juego.

Pensó en el dolor que había visto en los ojos de Bailey al darse cuenta de que había hecho algo malo y supo que, si se dieran las mismas circunstancias, volvería a pegar a ese tipo fueran cuales fueran las consecuencias.

Estudió a su padre con atención. Mark adoraba la arena política. Si ganaban, iban a tener que estar metidos en ella durante mucho, mucho tiempo.

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