Capítulo 13

Dani llegó a la casa de los Canfield a la hora que había acordado con Katherine. Se suponía que tenían que hablar del acto benéfico. Mientras llamaba al timbre, a Dani se le ocurrió pensar que ni siquiera sabía qué tipo de acto benéfico iba apoyar. Probablemente, ésa sería la primera pregunta que tendría que hacer.

Katherine abrió la puerta. Por primera vez desde que Dani la conocía, no estaba perfectamente arreglada. Tenía el pelo lacio e iba vestida con una sudadera y unos vaqueros.

– ¿Ya son las tres? -preguntó mientras se alisaba la sudadera-. Ni siquiera he tenido tiempo de mirar el reloj. Están todos los niños en casa, así que esto es un caos.

– Si lo prefieres, podemos dejarlo para otro momento.

– No, no, pasa -Katherine retrocedió para invitarla a entrar-. No voy a hacerte venir hasta aquí para nada.

Despeinada y con aquella ropa informal, Katherine parecía una persona mucho más accesible. Por supuesto, siempre había sido exquisita con ella, pero aquel aspecto le daba más tranquilidad.

Dani la siguió hasta el cuarto de estar. Sasha, Oliver y Quinn estaban sentados en el suelo, alrededor de un juego de bloques de construcción y Bailey en una silla, leyendo un libro de Nancy Drew.

En cuanto vio a Dani, Bailey se levantó de un salto.

– Hola. Mamá nos había dicho que ibas a venir.

– Hola a todos -saludó al resto de los niños y se volvió hacia Bailey-. ¿No te encanta Nancy Drew? Un verano, mi abuela me regaló toda la colección, y me dediqué a leer un libro tras otro.

Bailey asintió con timidez.

– Éste era de mi madre, pero lo cuido mucho. Me lavo las manos antes de leerlo y todo.

– Estoy segura de que Katherine lo aprecia -contestó Dani-. Y me parece muy bien que sepas lo importantes que son los libros.

Bailey sonrió de oreja a oreja y Katherine le pasó el brazo por los hombros.

– Estoy muy orgullosa de Bailey en muchos sentidos.

Bailey se reclinó contra ella. Katherine la abrazó y suspiró.

– Dani, tengo que hacer una llamada de teléfono. ¿Puedes quedarte con mi rebaño?

– Por supuesto.

– Sólo serán unos minutos. Y después hablaremos de ese almuerzo al que tenemos que ir.

Sinceramente, Dani prefería jugar con los niños a tener que hablar de los detalles del almuerzo. Se sentó en el suelo y Sasha corrió inmediatamente a su regazo.

– Hola, Sasha -le dijo Dani.

– Hola, Dani -Sasha se echó a reír-. Éste es un juego de chicos. Tendríamos que jugar a algo de niñas. Como a disfrazarnos.

Bailey apretó los labios.

– Eso es para niños pequeños.

– Yo soy una niña -dijo Sasha con orgullo-. Soy la pequeña. Mamá no quiere que crezca nunca. Me lo ha dicho.

Dani se preguntaba cómo afectarían las diferencias entre los hermanos a la dinámica de la familia.

– Yo también era la más pequeña -le explicó Dani-. Y la única chica. Es divertido ser la pequeña, pero Bailey se está convirtiendo en toda una jovencita.

A Bailey pareció gustarle aquel comentario.

– Dentro de poco voy a cumplir quince años.

– Vaya, quince años -dijo Dani-. Me acuerdo del día que los cumplí yo. Es una fecha muy importante.

– Yo voy a cumplir seis -anunció Sasha.

– Los seis años también son muy importantes, pero convertirse en una adolescente es algo muy especial. Mi mejor amiga sólo era tres semanas mayor que yo. Me acuerdo de que su madre nos llevó a comprarnos juntas nuestros primeros zapatos de tacón cuando mi amiga cumplió quince años. Fue muy divertido. Todavía los guardo.

En realidad, no pensaba ponérselos nunca, estaban completamente pasados de moda. Pero eran un buen recuerdo.

– Los chicos no llevan zapatos de tacón -dijo Quinn.

– Tienes razón -al menos en general. Porque aquél no era momento para ponerse a hablar de drag queens.

Katherine llegó en aquel momento.

– Ya está. ¿Te han torturado mucho?

– En absoluto.

– Estupendo -Katherine miró el reloj-. Creo que éste es el momento de que vayáis a merendar. ¿Quién quiere ir a ver si Yvette ya ha preparado la merienda?

Los niños y Sasha se fueron corriendo, pero Bailey vaciló.

– Dani, ¿quieres tomar algo? -preguntó.

Katherine arqueó las cejas.

– Gracias por ser tan educada, Bailey. Me parece mentira que a mí se me haya olvidado preguntárselo. Dani, ¿quieres tomar algo?

Dani le sonrió a Bailey.

– No, estoy bien, pero gracias por preguntarlo.

– De nada.

Bailey salió entonces de la habitación y Dani se acercó al sofá.

– Son maravillosos. Todos ellos. Pero no sé cómo puedes continuar cuerda con todo el trabajo que dan.

Katherine se echó a reír.

– Lo de menos es la cordura. Lo único que hace falta es paciencia y amor.

– Y es evidente que a ti te sobran.

– Tú también te llevas muy bien con ellos.

– Me encantan -admitió Dani-. Y tengo debilidad por Bailey. Es tan dulce… y tiene un pelo precioso.

– Estoy completamente de acuerdo contigo, en las dos cosas. Cuando Alex y Fiona todavía estaban casados y la gente nos veía juntos, muchas veces pensaban que era hija o hermana de Fiona.

Katherine frunció el ceño ligeramente y sacudió la cabeza.

– En parte también porque Alex siempre ha estado muy unido a Bailey. Hay un vínculo muy especial entre los dos.

Dani prefería con mucho tener información de la relación de Alex con su hermana a oír hablar de su ex esposa.

– Yo también estoy muy unida a mis hermanos. Sobre todo a Cal, que es el mayor. Supongo que es porque siempre ha cuidado de mí.

– La familia es muy importante -dijo Katherine-. Y también recaudar fondos para la investigación sobre el cáncer de mama, que será el objetivo del almuerzo al que vamos a asistir. Creo que ya te comenté que tendrás que decir algo.

Dani tragó saliva.

– Sí, ya me lo dijiste. Y creo que yo comenté algo sobre que probablemente vomitaría.

– No te preocupes. Seguro que lo harás perfectamente. Estamos hablando de cinco o seis minutos como mucho.

Como si eso fuera poco, pensó Dani, diciéndose a sí misma que era una tontería dejarse llevar tan pronto por el pánico. Debería esperar a que estuvieran más cerca del acontecimiento. Entonces ya tendría tiempo de vivir aterrada.

– Tenemos que pensar en la ropa que nos vamos a poner -continuó Katherine-. No podemos ir demasiado parecidas, pero tampoco es bueno que contraste mucho nuestra imagen. Normalmente no me preocupo por este tipo de cosas, pero nos harán muchas fotografías. Un vestido y una chaqueta siempre son una buena opción. También un traje chaqueta. Si no eres capaz de decidirte, estaré encantada de echarte una mano. Por supuesto, admito que soy mucho mayor que tú, así que comprendería que te diera terror mi opinión.

– Al contrario. Me encantaría que me aconsejaras -dijo Dani-. Siempre vas tan elegante…

Katherine bajó la mirada hacia su sudadera.

– No lo dirás por hoy. Pero bueno, volvamos al almuerzo. La verdad es que deberías comer algo antes de ir. Habrá tanta gente queriendo hablar contigo que probablemente no tendrás oportunidad de probar bocado. Además, supongo que no querrás salir en ninguna fotografía con un trozo de comida entre los dientes.

– ¿Voy tomando notas? -preguntó Dani mientras su inicial aprensión se tornaba en miedo-. ¿Qué pasará si no soy capaz de hacer esto? No quiero poneros en evidencia ni a ti ni a tu familia. En realidad, este tipo de cosas no se me dan nada bien. No tengo ninguna experiencia.

Katherine posó la mano en su brazo.

– Tranquilízate, no pasará nada. No será tan difícil. Admito que puede asustar un poco al principio, pero estoy segura de que serás capaz de superar la prueba y, la próxima vez, será mucho más fácil.

¿La próxima vez?

– No creo -musitó Dani, pensando tanto en su capacidad de superar la prueba como en la posibilidad de que hubiera una próxima vez.

Katherine le sonrió.

– Confía en mí.

– Tú no tienes por qué hacer esto -dijo Dani en un impulso-. No tienes por qué ser amable conmigo, ni ayudarme, ni aceptarme. Y, sin embargo, lo estás haciendo. Lo siento, de verdad. Jamás pretendí causarte ningún problema. Nunca he querido hacer daño a nadie.

– Por supuesto que no -le dijo Katherine-. Reconozco que la situación representa para mí un auténtico desafío, pero sé que tú no tienes la culpa de nada.

– Eres increíble -susurró Dani.

– Tengo mis momentos -admitió Katherine-. No siempre estoy orgullosa de lo que hago, pero es algo a lo que tengo que enfrentarme. Tú querías conocer a tu padre y eso es algo completamente lógico -frunció el ceño-. Hablando de Mark… hay algo que me gustaría enseñarte.

Se levantó y se acercó a una de las estanterías de obra del salón. De las puertas inferiores sacó un par de álbumes de fotografías. Después, volvió a sentarse en el sofá, al lado de Dani.

– Son fotografías -anunció-, tengo centenares de ellas. Así que, si algún día no consigues conciliar el sueño, puedes pasarte por aquí y morirte de aburrimiento viendo fotografía tras fotografía. Fue la madre de Mark la que preparó los álbumes. -Katherine la miró-. Seguro que a ella le habría encantado saber que tenía una nieta. Leslie murió hace diez años

Abuelos. Dani no había pensado en una familia extensa ¿Tendría también otros parientes? Antes de que pudiera preguntarlo, Katherine le aclaró.

– El padre de Mark murió cuando Mark tenía cinco o seis años. Y que yo sepa, no hay ningún otro pariente.

– Oh -Dani no sabía qué sentir al respecto.

De momento, le bastaba con intentar asimilar la existencia de Mark.

Katherine abrió el album más viejo.

– Aquí tienes las fotografías de Mark cuando era pequeño -le explicó mientras las iba señalando.

Katherine iba pasando las páginas, contándole quiénes eran los que aparecían en las fotografías. Dani intentaba decirse que aquélla era su familia, pero la verdad era que todos le resultaban unos perfectos des conocidos.

– Ah, estáis aquí.

Dani alzó la mirada y vio a Mark entrando en la habitación. Katherine se levantó y se acercó a su marido. Cuando se inclinó para besarle, Dani vio la emoción que reflejaban sus ojos.

Estaba realmente enamorada de él, pensó, extrañamente complacida por aquel dato. No sabía por qué, pero era como si el hecho de que Mark y Katherine disfrutaran de un matrimonio feliz, de alguna manera mejorara su situación.

Mark le sonrió a su esposa y se volvió después hacia Dani.

– Espero que no te esté enseñando todas esas fotografías antiguas. A Katherine le encanta documentar con imágenes cualquier acontecimiento.

– Estoy disfrutando mucho -dijo Dani.

– Estupendo -Mark miró de nuevo a Katherine-. ¿Cuánto tiempo falta para la cena?

– Una hora.

– Dani, ¿quieres venir a mi despacho? Podemos hablar de la familia. Si quieres, podemos ver juntos esas fotografías -se volvió hacia Katherine-. ¿Te parece bien?

– Por supuesto

Mark volvió a besar a su mujer y le palmeó el trasero.

– Por aquí -dijo, indicándole a Dani con un gesto que le siguiera.

Dani agarró los álbumes de fotos y comenzó a caminar tras él.

Bailey la interceptó en el pasillo.

– Dani -la llamó-, ¿puedo hablar contigo?

– Claro, ¿qué quieres?

Bailey inclinó la cabeza.

– Falta muy poco para mi cumpleaños.

Dani sonrió.

– Si, lo sé.

– ¿Podrías regalarme unos zapatos de tacón como los tuyos?

Dani vaciló. No tenía la menor idea de que pensaría Katherine al respecto. A ella le parecía natural que una niña de quince años quisiera sentirse mayor utilizando tacones.

– Tendré que hablar antes con tu madre, pero si a ella le parece bien, creo que es una buena idea.

– ¿Podremos ir de compras? ¿Tú y yo?

Dani sonrió entonces de oreja a oreja.

– Me encantaría. Pregúntaselo a tu madre y, si ella te deja, quedaremos un día. Podemos ir a un centro comercial, comer allí y pasar la tarde juntas. ¿Qué te parece la idea?

– Genial -Bailey tomó aire-. Voy a preguntárselo ahora mismo.

Giró y comenzó a caminar, pero de pronto se detuvo, se volvió y abrazó a Dani.

– Eres la mejor.

– Y tú eres genial -contestó Dani, esperando que Katherine le dejara ir de compras con ella.

Siguió a Mark a su despacho, una habitación enorme y llena de estanterías. Los colores oscuros y el cuero creaban un ambiente muy masculino.

Mark se sentó detrás de un enorme escritorio de madera y le hizo un gesto a Dani para que ocupara una de las sillas que tenía enfrente.

– Esas fotografías me hacen sentirme viejo -musitó Mark, señalando los álbumes que Dani había llevado consigo.

Dani dejó los álbumes encima de la mesa y se sentó.

– Katherine lo tiene todo muy bien organizado. La conocí cuando estaba en la universidad. En aquel entonces, yo me creía la bomba. Tenía todo mi futuro planificado. Hasta que la conocí a ella. Katherine procede de una familia de dinero, de una familia que ha tenido dinero durante muchas generaciones. Yo le gustaba, pero a sus padres no les hacía mucha gracia que su hija saliera con un pobre hombre que no pertenecía a su círculo.

Se reclinó en la silla y fijó la mirada en el vacío, como si estuviera contemplando las imágenes de un pasado que sólo era visible para él.

– Era preciosa. Todavía lo es. Y una mujer fuerte, mucho más fuerte que yo.

A Dani le intrigaba la imagen que estaba dando Mark de sí mismo. Estaba de acuerdo con él, pero le sorprendía que lo admitiera.

– Pero no hemos venido aquí a hablar de Katherine -continuó diciendo Mark-. Supongo que quieres oírme hablar de tu madre.

– Sí, me gustaría -dijo Dani.

Pero la verdad era que se sentía ligeramente desleal; como si, al hablar de Marsha, le estuviera faltando a Katherine al respecto.

– Marsha no quería tener nada conmigo -admitió Mark-. Era una mujer casada y no quería engañar a su marido. Fui yo el que la convencí de que lo hiciera -se encogió de hombros-. No estoy orgulloso de lo que hice, pero tampoco puedo decir que me arrepienta. Ni de haber conocido a ella ni de haberte tenido a ti. De hecho, me gustaría haberte conocido mucho antes.

– A mí también -contestó Dani.

Pero mientras lo decía, se preguntaba si sería del todo cierto. Mark le habría complicado considerablemente la vida. Si miraba hacia su propio pasado, no podía encontrar un momento adecuado para la aparición de su verdadero padre.

– A tu madre le aterraba que nos descubrieran -continuó Mark-. Cuando puso fin a nuestra relación, pensé que lo hacía porque el estrés de nuestra aventura había podido con ella. Jamás se me ocurrió pensar que podría estar embarazada.

– Tiene sentido. Mi abuela habría convertido su vida en un infierno si se hubiera enterado -Gloria había cambiado, sí, pero Dani estaba segura de que veintiocho años atrás, debía de ser una auténtica bruja.

Pero, pensó al instante, en realidad Gloria lo sabía. O por lo menos lo imaginaba. Durante años, había sabido que ella no era una Buchanan. ¿Cómo lo habría averiguado? A lo mejor se lo había dicho alguien… ¿Y cómo era posible que Mark no hubiera sabido nunca nada?

De pronto, tuvo la absurda sensación de que su padre debería haber sabido de su existencia. De que, de alguna manera, debería haber sentido que estaba viva y a sólo unos kilómetros de él.

Sabía que era absurdo, pero aquella certeza no le impedía seguir pensando en ello.

– Han cambiado tantas cosas -dijo-, para todos nosotros. Y tú eres candidato a la presidencia. Todavía me choca cada vez que lo pienso.

– Y a mí también -contestó Mark con una sonrisa. Casi inmediatamente, desapareció de su cara todo rastro de humor-. Dani, soy un hombre influyente y tú eres mi hija. Quiero ayudarte en todo lo que pueda. Puedo darte dinero, presentarte a quien necesites, lo que sea. Estoy a tu disposición.

Dani parpadeó varias veces sin estar muy segura de qué podía decir.

– Ah, gracias. Pero no necesito nada.

– Aun así, la oferta sigue en pie. Siempre lo estará para ti.

¿A eso se refería Alex cuando había dicho que había sido su padre el que había conseguido que le retiraran los cargos? Aunque estaba segura de que Alex se alegraba de no haberse quedado sin futuro profesional, sabía que habría preferido que Mark no interviniera de ninguna manera en aquel asunto.

Dani tampoco quería que Mark hiciera nada por ella. En vez de un padre influyente, quería un padre con el que poder establecer algún vínculo emocional. E, ironías del destino, tenía la sensación de que eso era lo único que Mark no era capaz de ofrecerle.

Katherine era el corazón de la familia Canfield. En ese instante, Dani supo que todo habría sido diferente si hubiera sido Katherine la madre con la que se hubiera reencontrado.

Pero era absurdo pensar en algo así. E imposible. Katherine jamás habría abandonado a uno de sus hijos. Tampoco podía decir que Mark lo hubiera hecho, puesto que, al fin y al cabo, ni siquiera sabía de su existencia. Aun así, con Katherine había conseguido conectar de verdad y estar a su lado le hacía echar de menos a su propia madre.

Dani no recordaba a Marsha Buchanan. Todavía era un bebé cuando su madre había muerto. Había sido Gloria la que les había criado a ella y a sus hermanos. Pero qué diferente habría sido todo si Marsha hubiera vivido. O quizá no hubiera sido tan distinto. Probablemente, Gloria habría continuado dirigiendo sus vidas.

Las familias podían llegar a representar una gran complicación, pensó Dani. Y ella tenía dos. ¿Qué demonios iba a hacer con ellas?


Cal entró en el despacho de Walker poco después de las tres de la tarde. Reid ya estaba allí, recostado en uno de los sofás de cuero oscuro que su hermano había comprado. La habitación estaba decorada en tonos tierra, un cambio agradable respecto del antiguo despacho de Gloria, que era completamente blanco.

– ¿Qué es eso tan importante que no podías decirme por teléfono? -preguntó Cal mientras se acercaba Reid.

– El director de Buchanan se va -dijo Walker-, necesitamos un sustituto.

– Dani es la mejor opción -respondió Cal-, siempre ha querido dirigir ese restaurante.

– Estoy completamente de acuerdo contigo, pero no va a aceptar el puesto. Pensará que se lo ofrezco porque es mi hermana y no creo que esté dispuesta a dejar el Bella Roma cuando prácticamente la acaban de contratar.

Tenía razón, pero debían encontrar la manera de convencer a Dani de que era allí donde debería estar.

– Le diremos a Gloria que se lo pida -propuso Reid-. Seguro que a ella le hará caso.

Walker sonrió lentamente.

– Sí, a lo mejor eso podría funcionar.


Dani bebió un sorbo de champán. El sabor era sutil, pero refrescante, con un rastro de… de algo que no acababa de definir.

– ¿Cómo lo haces? -le preguntó a Penny, que estaba sentada en un butacón con Allison en brazos.

Penny alzó la mirada con expresión de absoluta inocencia.

– No sé a qué te refieres.

– Le has echado algo al champán. Unas gotas de… Maldita sea, no consigo adivinarlo. Es casi imposible mezclar el champán con cualquier otra cosa. Pierde las burbujas. Pero tú has sabido conservarlas…

– Me siento intensamente halagada.

– ¿Cómo lo has conseguido?

– No pienso decírtelo. Lo utilizarías en el Bella Roma y es una fórmula secreta.

– Eres odiosa, ¿lo sabes?

Penny sonrió.

Elissa alzó su copa.

– A mí no me importa cómo lo haya hecho, lo único que quiero es otra copa. Esto está riquísimo.

– Estoy de acuerdo -añadió Lori-. Además, es la primera vez en mi vida que tomo champán a las dos de la tarde. Me gusta tu estilo.

– Gracias -contestó Penny-, el estilo siempre es importante.

– Te está halagando para que le prepares algo parecido en la cena del día anterior a la boda -dijo Gloria-. Además, quiere que te arrepientas de no haberle insistido en servir tú el banquete.

Dani miró a su abuela. Estaba segura que tenía razón en las dos cosas.

– Por supuesto, me encantaría preparar tu cóctel para la cena -admitió Penny-, pero en cuanto a lo demás, no sé a qué te refieres.

Elissa suspiró.

– No vas a perdonarme nunca, ¿verdad? Aunque lo haya hecho para que puedas disfrutar de la boda.

– Lo superaré -dijo Penny, haciéndose la ofendida-, a la larga.

– No dejes que te coma la moral -le advirtió Gloria a Elissa-. Cuando no se sale con la suya, puede ser una auténtica bruja.

Se hizo un silencio absoluto en la habitación. Lori y Elissa intercambiaron miradas, como si no estuvieran seguras de cómo interpretar aquel comentario. Penny se quedó mirando fijamente a Gloria, probablemente pensando en una posible respuesta.

Dani no estaba segura de si su abuela estaba intentando mostrarse divertida o de si aquél era uno de sus habituales ataques de sarcasmo. Al fin y al cabo, ninguna transformación era nunca completa.

Decidida a mantener el buen humor de la velada por el bien de Elissa, miró a Gloria y dijo:

– Tiene de quién aprender.

Gloria bebió un sorbo de champán.

– Desde luego.

Penny soltó entonces una carcajada y alzó su copa en dirección a la anciana.

– He aprendido de una auténtica maestra.

– Yo creo que lo has aprendido completamente sola, pero estoy dispuesta a atribuirme el mérito -Gloria se volvió entonces hacia Elissa-. Tengo algunas ideas sobre la boda. No quiero presionarte, así que, por favor, si te molesta, puedes decirme que cierre el pico -frunció el ceño-. La gente joven ya no utiliza esa expresión, ¿verdad?

– No, en realidad no -dijo Lori alegremente-, pero no te preocupes. Yo tampoco estoy ya muy al tanto de lo que dicen los jóvenes.

– Lo mismo digo -añadió Elissa-. A no ser que tenga en cuenta las expresiones de Zoe, aunque la pobre sólo tiene cinco años. Bueno, Gloria, ¿qué ideas tienes para la boda?

Parecía un poco nerviosa mientras hacía la pregunta.

– ¿Estás recibiendo demasiados consejos? -le preguntó Dani.

– Sobre todo de mi madre -respondió Elissa-. Es como si quisiera recuperar de pronto todo el tiempo perdido. La quiero con locura y sé que sólo está intentando ayudar, pero a veces me desespera.

– Espero que lo que voy a decirte no tenga el mismo efecto -respondió Gloria mientras se apoyaba en el bastón para levantarse-. Ni siquiera sé por qué lo he conservado, pero el caso es que todavía lo tengo y, si lo quieres, es todo tuyo. Eres un poco más alta que yo, pero yo me lo puse con unos tacones imposibles. Ven conmigo.

Siguieron a Gloria al cuarto de estar. Habían apartado todos los muebles y en medio de la habitación había colocado un maniquí de sastre con un vestido de novia de color marfil.

Era un vestido de seda y encaje, con manga larga y escote de corazón. Las líneas eran exquisitas, el encaje increíble. Dani no sabía mucho de diseño, pero era capaz de reconocer un vestido extraordinario cuando lo veía.

– Es francés -les explicó Gloria-. Un modelo de alta costura. Si quieres, puedes ponértelo el día de tu boda.

Elissa había palidecido.

– No puedes estar hablando en serio. Es demasiado bonito para mí.

– Me comporté de una manera horrible contigo, Elissa. Admito que siempre he sido una mujer brusca y difícil, pero lo de amenazaros a ti y a tu hija fue algo imperdonable. Tú has sido siempre muy amable conmigo. Te has mostrado recelosa, pero has sido amable. Ésta es mi manera de pedirte disculpas.

Elissa negó con la cabeza.

– No tienes por qué hacerlo.

– Lo sé, pero quiero hacerlo.

– Ese vestido debería ser para Dani.

Dani retrocedió un paso.

– Yo estoy de acuerdo en que lo lleves tú.

El vestido era precioso, pero no era en absoluto de su estilo. Además, a Dani le gustaba que Gloria hubiera tenido aquel gesto. Realmente, se había portado fatal con Elissa.

– Dani ya sabe que la quiero -dijo Gloria.

– Claro que sí -contestó Dani, pensando que, un año atrás, ni siquiera habría sido capaz de imaginar que aquella anciana pudiera tenerle alguna simpatía.

– Pero tú estás muy delgada -musitó Elissa-. Yo no he estado nunca tan delgada.

– En aquella época no lo estaba. Si no te gusta el vestido, sólo tienes que decírmelo. Lo comprenderé. Pero si te gusta, pruébatelo. Podemos mandarlo a arreglar para que te valga.

Elissa emitió un sonido estrangulado y corrió hacia Gloria. Las dos mujeres se abrazaron.

Penny se acercó entonces a Dani, se abrazó a ella e invitó a Lori a sumarse a su abrazo.

– Gloria -musitó Lori-, me estás desgarrando el corazón. Lo odio.

– A mí también -dijo Dani feliz, y suspiró-. A mí también.


Dani regresó a la casa de los Canfield dispuesta a llevarse a Bailey de compras. La adolescente le había llamado el día anterior emocionada porque su madre había dicho que sí, que podía ir de compras con ella, y tenía una tarjeta regalo de Nordstrom para comprarse con ella los zapatos que quería para su cumpleaños.

Pero la persona que le abrió la puerta no fue Katherine, ni tampoco Bailey, sino un hombre alto y atractivo al que recientemente había visto desnudo.

Alex le sonrió, miró por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras él. La agarró por los hombros y la estrechó contra él.

Dani alzó la cabeza hacia él anticipando su beso y, en el instante en el que Alex rozó sus labios, sintió el calor y el cosquilleo que esperaba.

Le encantaba que la besara. Adoraba la firme presión de sus labios, su olor, su sabor, lo bien que encajaban con los suyos. Le encantaba sentir su cuerpo fundiéndose con el suyo y ver cómo desaparecían como por arte de magia todas sus preocupaciones. Cuando Alex la besaba, sólo le importaba él, el deseo y el beso.

Le rodeó el cuello con los brazos. Aquella postura añadía la ventaja de que podía presionar todo su cuerpo contra el de Alex; sentir su dureza contra su suavidad, una dureza que destacaba en ciertos lugares de especial interés. Dani se restregó contra él. Alex gimió y retrocedió.

– Eres una fuente constante de problemas -le dijo, acariciándole la mejilla.

– Es la mejor forma de acabar con el aburrimiento.

– Desde luego. Bailey me ha pedido que os acompañe a ese acontecimiento histórico que son las compras de unos zapatos de tacón, ¿te parece bien?

– Claro, ¿pero te apetece pasarte toda una tarde recorriendo zapaterías?

Alex esbozó una mueca.

– Desde luego, no es la idea que tengo de diversión, pero Bailey quiere que os acompañe y así tendré oportunidad de verte.

– Eso me gusta.

– Estupendo -Alex le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa-. Me cambio en cinco minutos y vengo. Bailey también se está cambiando. Katherine está en su estudio, ¿por qué no pasas a saludarla?

Dani consideró sus opciones.

– Creo que preferiría ayudarte a cambiarte de ropa.

– Ésa es también mi primera opción. ¿Y si digo que sí?

Dani negó con la cabeza.

– Todo es palabrería. El ayudarte a desnudarte en casa de tu madre se acerca a un nivel de perversión en el que no me siento cómoda en absoluto.

Alex se inclinó hacia ella para volver a besarla.

– En ese caso, te veo dentro de cinco minutos.

Dani le vio alejarse por las escaleras. Miró alrededor del vestíbulo, pero no vio a ninguno de los niños por allí. Aunque le apetecía acercarse a saludar a Katherine, no quería resultar molesta. Aun así, si sólo se acercaba a decirle hola, no tenía por qué obligarla a interrumpir lo que quisiera que estuviera haciendo.

Recorrió el pasillo que conducía al estudio de Katherine, una habitación situada en la parte sur de la casa y, por lo tanto, rebosante de luz. Dani recordaba el cálido contraste de las paredes amarillas y los muebles de color azul del recorrido por la casa que Katherine la había invitado a hacer la última vez que había estado allí.

La puerta del estudio estaba semiabierta. Dani alargó la mano para llamar, pero la bajó cuando oyó que Katherine estaba hablando de ella.

– Por supuesto que estoy encantada con la aparición de la hija de Mark -estaba diciendo Katherine.

Dani cambió de postura y vio entonces que Katherine estaba hablando por teléfono. Comenzó a alejarse, pero se detuvo. Quería saber cómo continuaba aquella conversación.

Sabía que no estaba bien. Que era un actitud irrespetuosa e infantil. Pero aun así, no se movió de donde estaba.

– Por supuesto -continuó diciendo Katherine-. Sí, fue toda una sorpresa, pero no una sorpresa desagradable. Mark está emocionado -se produjo una pausa-. Oh, no. Él conoció a la madre de Dani mucho antes de que nosotros nos comprometiéramos. Las cosas terminaron, yo vine a Seattle y el resto ya es historia. Ajá. Sí, creo que Dani está encantada de haber encontrado a su familia. Sí, era muy pequeña cuando su madre murió.

Katherine se volvió. Dani retrocedió otro paso. Muy bien, había llegado el momento de marcharse. Pero antes de que hubiera empezado la retirada, vio que Katherine se llevaba la mano a la cara y comprendió entonces que estaba llorando.

– Ya conoces a Alex -continuó diciendo Katherine con una risa forzada-. Siempre ha sido muy poco convencional. En realidad entre ellos no hay ningún lazo de sangre y todos la adoramos, así que, por supuesto, estamos todos muy contentos. De esa forma todo queda dentro de la familia.

Había dolor en el semblante de Katherine. Su expresión y las lágrimas que bañaban sus mejillas contrastaban de manera notable con sus palabras. Dani se preguntó con quién estaría hablando. Evidentemente, con alguien con quien no quería sincerarse.

Regresó de nuevo al vestíbulo, arrepintiéndose de haber escuchado a escondidas. Había sido un gesto maleducado y egoísta. Pero precisamente gracias a él, había conocido una incómoda verdad. Acababa de comprender que, involuntariamente, había herido profundamente a una mujer a la que respetaba. Y lo peor de todo era que no tenía ninguna manera de ayudarle a aliviar a aquel dolor.

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