Katherine aparcó enfrente del colegio de Oliver. Sabía que debería concentrarse en la reunión a la que estaba a punto de asistir, pero le resultaba difícil concentrarse en nada que no fuera su estómago revuelto.
Estaba perdiendo a Mark. Intentaba decirse que no era cierto, que no había cambiado nada en su situación; que lo único distinto era la información de la que disponía, pero ni ella misma se lo creía. Sentía que su marido se estaba alejando de ella y pensar que podía llegar a perderlo para siempre le desgarraba el corazón.
¿Habría olvidado Mark a la madre de Dani? Se decía a sí misma que a lo mejor ni siquiera había estado enamorado nunca de ella. Pero sabía que, si a Mark le sucediera algo, ella continuaría añorándolo durante el resto de su vida, que viviría únicamente para amarle. Y a lo mejor Mark sentía lo mismo por Marsha Buchanan.
Si así era, seguramente Dani era un recuerdo constante de lo que había vivido. Le estaría haciendo revivir el pasado. ¿Sería ésa la razón por la que Katherine le sentía tan distante últimamente? Ojalá Dani no hubiera ido nunca en busca de su padre.
Katherine intentaba no culpar a aquella joven. Al fin y al cabo, ella no tenía ninguna culpa, ¿pero no podía haber intentado elegir un momento mejor para aparecer?
Miró el reloj y se dio cuenta de que, si no se daba prisa, iba a llegar tarde. Así que agarró el maletín y entró en el colegio. Los planes educativos individualizados eran la columna vertebral de aquel centro educativo. Los padres y los profesores intentaban trazar juntos los objetivos para el curso siguiente. Normalmente, la batalla de Katherine era intentar presionar para que esos objetivos fueran más ambiciosos, para que fueran un poco más allá de lo que se esperaba de cada niño. Ésa era la única manera de conseguir que realmente avanzaran.
Los profesores eran profesionales comprometidos que intentaban ceñirse a lo que creían posible. Katherine se enorgullecía de creer en lo imposible.
Diez años atrás, le habían dicho que Ian no podría sobrevivir en una clase ordinaria, de niños sin problemas. Que el ver que era el único niño diferente minaría su autoestima y que no sería físicamente capaz de asumir el reto. En aquel momento, se lo estaban disputando algunas de las mejores universidades del país, entre ellas la Universidad de Stanford y el Instituto Tecnológico de Massachusset.
Pero siempre tenía que estar librando esa batalla. Sus amigas le decían que dejara de pelear, que llevara a sus hijos a escuelas privadas, puesto que la familia podía permitírselo. Pero para Katherine lo único importante no era disfrutar de una existencia apacible y cómoda.
Ella era una madre influyente. Y cada vez que ganaba una de esas batallas, creía estar facilitándoles las cosas a otros padres sin tantos contactos ni recursos. Así que asistía a todas las reuniones y luchaba para conseguir siempre algo más de lo que la escuela le ofrecía.
Entró en la sala de reuniones. Allí estaban la señorita Doyle, que era la profesora de Oliver, el administrador de la escuela y la maestra de educación especial.
Después de los saludos correspondientes, empezaron a hablar de lo que realmente les preocupaba.
– Nuestro principal objetivo para el curso que viene es que Oliver aprenda a leer -dijo la señorita Doyle-. Creemos que para final de curso ya será capaz de leer como un niño de primer grado.
Katherine se puso las gafas y hojeó los documentos que había llevado.
– Ése era el objetivo del año pasado. Además de el de ayudarle a interactuar mejor en determinadas situaciones.
Las otras dos mujeres intercambiaron una mirada. La señorita Doyle suspiró después.
– Señora Canfield, Oliver tiene algunos problemas de desarrollo. Tiene limitaciones. El hecho de que deseemos que sea diferente no va a ayudarle a cambiar.
Aquella maestra debía de tener unos veinticinco o veintiséis años. Mientras la oía, Katherine no sabía si sentirse como una anciana vieja y cansada o si decirle claramente que, cuando ella todavía no había nacido, ya estaba ella criando niños. Sabía mucho más que aquella maestra sobre lo que aquellas criaturas eran capaces de hacer.
– Lo que quiero -dijo Katherine lentamente-, es ampliar nuestras expectativas. Oliver recibe ayuda en casa, y puede recibir más todavía. Pero lo que no estoy dispuesta a aceptar es que después de llevar dos años aprendiendo a leer, todavía no alcance ni el nivel de primer grado.
– Oliver es un niño encantador -dijo el director-, pero nunca será un niño normal. Como la señorita Doyle ha señalado, tiene ciertas limitaciones.
– Estoy de acuerdo. Pero si entre todos decidimos que ya no puede hacer nada más, su futuro estará escrito desde este mismo momento, y yo no quiero eso. Cuanto más altas son las expectativas que depositamos en alguien, más lejos puede llegar. Es algo que se ha demostrado cientos de veces. Cuanto más se espera, más se consigue.
Katherine pensó de pronto en Alex. Sus limitaciones no eran intelectuales, desde luego, pero tenía otras muchas carencias cuando le habían adoptado.
– ¿Ha considerado alguna vez la posibilidad de que Oliver reciba una atención más individualizada en una escuela privada? -preguntó la señorita Doyle.
El director esbozó una mueca.
Katherine se quedó mirando fijamente a la profesora de Oliver.
– ¿Está usted diciéndome que no es capaz de formar a mi hijo?
– No es eso, es sólo que…
– Admito que esto es un desafío para todos nosotros. Usted misma ha admitido que Oliver tiene muy buena conducta en clase. No es un niño que interrumpa la clase o cree dificultades, de modo que no encuentro ningún motivo por el que tengamos que cambiarle de colegio. Confío en que seamos capaces de elaborar un plan en el que todos estemos de acuerdo y que se adapte a las necesidades de Oliver.
El director se inclinó hacia la señorita Doyle y le dijo algo al oído que Katherine no pudo oír. Había pasado suficientes veces por aquella situación como para saber que llegarían a alguna clase de compromiso, pero que ambas partes deberían ceder en algo.
No era que la escuela de Oliver no quisiera darle a éste la mejor educación posible. Sabía que querían lo mejor para él. Pero los niños con necesidades educativas especiales eran una carga económica para la escuela pública. A pesar de que el estado aumentaba los fondos por cada uno de estos niños, el distrito tenía que proporcionar más recursos quitándolos de otros programas. Se trataba siempre de mantener un equilibrio en la balanza.
Tres horas después, Katherine salió del colegio y fue a reunirse con Fiona para almorzar con ella. Su ex nuera le había llamado el día anterior para pedirle que quedaran y, aunque Katherine no tenía ni ganas ni energía para tratar con ella, comprendía que debía de estar pasando un mal momento. Katherine pensó por un instante si alguien se pararía alguna vez a pensar en el mal momento que estaba pasando ella, pero inmediatamente apartó aquel pensamiento de su mente, por egoísta e improductivo. La habían educado en la creencia de que tenía la obligación de darse a los demás, se sintiera como se sintiera. Junto a la riqueza le habían legado la responsabilidad. Pero, aunque sólo fuera por una vez, le gustaría ceder a lo que le pedían sus propios sentimientos y pasarse el día acurrucada leyendo una novela y comiendo helado.
Se encontró con Fiona en el restaurante del que había sido el hotel Four Seasons hasta que lo habían vendido. La comida era excelente, al igual que el servicio. Como era un restaurante frecuentado principalmente por hombres de negocios, era poco probable que se encontraran allí con ningún conocido, algo que convenía tener muy en cuenta, pensó Katherine mientras le dejaba las llaves del coche al mozo de la puerta. Probablemente, Alex sería el tema de conversación
Fiona estaba esperándola en el vestíbulo. Esbelta y elegantemente vestida, como siempre. Aquella mujer se arreglaba de tal forma que cada vez que la veía Katherine se sentía como si tuviera que revisar su maquillaje.
– ¿Llevas mucho tiempo esperando? -preguntó Katherine-. Estaba en el colegio, tenía una reunión con los profesores de Oliver. Hemos tardado más de lo que esperaba.
Fiona sonrió, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
– Siempre os pasa lo mismo.
– Tienes razón. Siempre termino peleando hasta el final. Espero estar haciendo las cosas bien. Pero ahora será mejor que vayamos a comer algo. Estoy hambrienta.
Se agarraron del brazo mientras caminaban. Fiona le habló de una blusa que se había comprado en Nordstrom y le comentó que deberían ir pronto de compras.
La mera idea le produjo a Katherine un inmenso cansancio. Mark le decía en muchas ocasiones que debería contratar a alguien que la ayudara, y seguramente tenía razón. Pero ¿qué se suponía que debía dejar en manos de una desconocida? ¿Las tardes que pasaba con sus hijos? ¿Las veladas con Mark? ¿Su trabajo benéfico? Lo que ella necesitaba era un clon. Sonrió al pensar en ello.
– Estás de buen humor -dijo Fiona-. Parece que la reunión ha ido bien.
– Ha ido todo lo bien que puede ir. Yo quiero la luna y ellos no pueden dármela si, al mismo tiempo, no pueden ofrecérsela también a otros padres. Es una cuestión de recursos.
– No sé cómo lo haces -admitió Fiona-. No sé cómo consigues criar a tantos niños. Estás siempre tan ocupada. Tener uno o dos niños con problemas tendría sentido… pero tantos. Por supuesto, no me refiero a Alex. Por lo menos él es normal.
Katherine se la quedó mirando de hito en hito. Eran tantas las ideas que de pronto se le agolpaban en la cabeza que no sabía a cuál enfrentarse primero.
¿Normal? ¿Fiona estaba definiendo lo que era normal? ¿Cómo se atrevía? Sí, algunos de los hijos de Katherine tenían problemas, pero sabían cómo tratar con ellos. En cuanto a Alex, ¿no le había contado nunca lo difícil que había sido todo para él cuando había comenzado a vivir con ellos? Alex había estado tan lejos de la supuesta normalidad como todos sus hermanos.
– No estoy segura de que pudiera renunciar a ninguno de ellos -contestó Katherine. Intentó no dar importancia al comentario de Fiona. Seguramente no lo había dicho con mala intención.
– Por supuesto que no -contestó Fiona riendo-. Son todos encantadores.
¿De verdad? ¿De verdad lo eran para Fiona? Katherine no estaba tan segura. Había algo en su tono y en el lenguaje de su cuerpo que señalaba algo diferente.
Apareció entonces el camarero. Las dos pidieron sin molestarse en mirar la carta. Fiona pidió una copa de chardonnay y Katherine un té frío. Estaba tan cansada que, si bebía una sola gota de alcohol, se desmayaría en cuanto le llegara la ensalada.
A lo mejor fue el agotamiento o el estrés, o quizá sólo fue una ligera perversión, pero el caso fue que se descubrió diciendo:
– Alex y Julie siempre discutían sobre quién se haría cargo de los niños cuando Mark y yo envejeciéramos. Recuerdo las discusiones tan acaloradas que tenían sobre cómo se los dividirían para que cada uno de ellos pudiera quedarse por lo menos con dos. Oírles discutir por sus hermanos me hacía sentirme muy orgullosa.
Fiona la miró con cierta tensión.
– Sí, lo recuerdo bien. Al ser mujer, supongo que a Julie le resultaba más fácil pensar en un futuro junto a sus hermanos.
– No estoy segura. Alex tiene auténtica debilidad por sus hermanos, sobre todo por Bailey, Oliver y Quinn. Ian, Sasha y Trisha probablemente llegarán a ser completamente independientes.
Fiona apretó los labios. Katherine no estaba segura de si para evitar decir algo o para reprimir un estremecimiento. Era evidente que no quería tener nada que ver con los hermanos «no normales» de Alex. ¿Sería consciente Alex de aquella actitud? ¿Sería ésa una de las razones de su divorcio?
Alex siempre había hablado mucho con ella y, sin embargo, siempre se había negado a contarle los motivos de su divorcio. Katherine sabía que su hijo jamás hablaría mal de la mujer con la que se había casado. Hasta entonces, había pensado que no había querido entrar en detalles porque, realmente, tampoco había mucho que contar. Pero a lo mejor su hijo tenía sus razones para no querer estar con Fiona.
Apareció en ese momento el camarero con las bebidas y el pan. Katherine normalmente lo ignoraba, pero aquel día, tanto el pan como la mantequilla le apetecían.
– Ayer vi las fotografías del periódico -dijo Fiona con voz queda, arruinando el placer del primer bocado de Katherine-. Me quedé desolada. ¿Cómo es posible que Alex haya hecho una cosa así? Y con ella, precisamente. Por supuesto, en la primera en la que pensé fue en ti. ¿Cómo estás llevando todo esto?
Las palabras no podían ser más adecuadas. El tono era perfecto. Pero de pronto, Katherine tuvo la impresión de que Fiona estaba actuando.
Lo cual no era justo. Evidentemente, Fiona quería darle una segunda oportunidad a su matrimonio. Al menos desde la perspectiva de Katherine, había sido una buena esposa. ¿Pero qué secretos ocultarían su hijo y su ex nuera? ¿Qué había pasado realmente entre ellos?
– Al ver esas fotografías, no sabía qué pensar.
– Supongo que lo único que se puede pensar es que Alex está saliendo con alguien -contestó Katherine al instante. Suspiró sintiéndose culpable y le palmeó el brazo a Fiona-. No pretendía que sonara tan duro. Lo digo por tu propio bien. A lo mejor ha llegado el momento de que intentes seguir con tu propia vida.
A Fiona se le llenaron los ojos de lágrimas.
– ¿Por qué me dices eso? ¿Alex te ha contado algo?
Katherine vaciló.
– Me ha dicho que no cambiará de opinión. Ya no quiere estar contigo.
– Ya entiendo…
– Quizá sea lo mejor para todos.
– No, no es lo mejor. Todavía le quiero. Es el único hombre al que amaré durante el resto de mi vida. Para mí, es como para ti Mark.
Katherine no estaba tan segura. De las dos personas que habían compuesto aquella pareja, en la única en la que confiaba plenamente era en Alex.
– Siento oírte decir eso -contestó-. No creo que mi hijo vaya a cambiar de opinión.
Fiona asintió. Las lágrimas desaparecieron como si nunca hubieran existido.
– Ya veo. Gracias por ser tan sincera. Es por culpa de Dani, ¿verdad? Se ha encaprichado de ella.
– Yo no lo diría así. Creo que están saliendo juntos. Y es evidente que ya se han acostado, como todo el mundo parece haber descubierto.
– Pero tú no puedes estar contenta con esa relación -presionó Fiona.
– La acepto, y creo que también tú deberías aceptarla. Hay cosas que nadie puede cambiar.
Fiona vaciló un instante, pero inmediatamente dijo:
– Por supuesto. Tienes razón. Jamás se me ocurriría interponerme entre ellos.
Alex se encontró con Pete fuera de los juzgados, dispuesto a entrar a la audiencia que comenzaba a las nueve.
– ¿Estás nervioso? -le preguntó Pete.
– No -contestó Alex.
Había hecho todo lo que había podido para prepararse aquella audiencia. Poco más se podía hacer para tener alguna influencia en el veredicto.
Incluso en el caso de que el fiscal del distrito quisiera utilizarlo como ejemplo y le imputara todos los delitos imaginables, era poco probable que Alex pasara la noche en la cárcel. Tenía un historial completamente limpio, de modo que, al menos en ese sentido, no corría ningún riesgo.
Pero saber que podría continuar durmiendo en su propia cama no cambiaba el hecho de que su futuro estaba en juego. Porque si le condenaban…
No quería ni pensar en ello. No quería pensar en la posibilidad de poner fin a su carrera de abogado. De la misma forma que tampoco quería pensar en la maldita suerte que tenía aquel periodista que iba a salir indemne de todo aquello a pesar de haber utilizado a Bailey de una forma tan despreciable. Porque, fuera cual fuera la sentencia, Alex se negaba a arrepentirse de lo que había hecho, que no era otra cosa que proteger a los suyos. Para él, eso era mucho más importante que su trabajo de abogado.
Pete miró el reloj.
– Vamos -le dijo, y entraron en los juzgados.
Alex era especialista en derecho mercantil. Había asistido a un par de juicios, pero casi todo el trabajo lo hacía en el despacho. Para un abogado mercantil, era un desprestigio tener que llegar a juicio. Y aunque se había sentando alguna vez en el banquillo de la defensa, nunca había sido él el defendido. Algo que tampoco le apetecía de manera especial en aquel momento.
Había ya varios asistentes en la sala. Periodistas, por supuesto. No estaban los padres de Alex. Éste les había pedido que no fueran. Su presencia sólo habría servido para darle más carnaza a la prensa. Había algún miembro de su firma de abogados, una de las personas que trabajaban en la campaña… y también estaba Dani.
Alex la miró sorprendido. Hacía casi una semana que no hablaban. No habían vuelto a llamarse desde el día que se habían peleado. Pero cuando Dani le miró con aquellos enormes ojos de color avellana, Alex ya no fue capaz de recordar por qué habían discutido.
Se detuvo en el pasillo de madera que separaba el banquillo de los asientos.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.
Dani se levantó.
– Vengo para apoyar la verdad, la justicia y la democracia -sonrió-. He pensado que te gustaría ver algún rostro amigo. No ha venido nadie de tu familia.
– Les pedí que no lo hicieran. No quería darle carnaza a la prensa.
La sonrisa de Dani desapareció.
– Maldita sea. Así que ahora escribirán sobre mí.
Alex no se molestó en mirar a los periodistas. Sabía que en aquel momento estaban ya tecleando furiosamente en sus ordenadores.
– Probablemente, pero no me importa.
– En ese caso, tampoco a mí -posó la mano en su brazo-. Espero que todo vaya bien.
Era preciosa. El equilibrio entre sus ojos y su boca era perfecto. Aquel día iba vestida con un traje con el que podría haberse hecho pasar perfectamente por abogada. Aunque seguramente, en el caso de que se lo dijera, ni siquiera lo consideraría un cumplido.
Quería estar con ella. Y no sólo en la cama, aunque si Dani se lo pedía, no tendría ningún inconveniente en complacerla. Le apetecía hablar con ella. Pasar tiempo a su lado. Durante la semana anterior, la había echado de menos. Se había acostumbrado ya a tenerla cerca.
Le presentó a Pete y, segundos después, el abogado y Alex fueron a sentarse al banquillo. Alex tomó asiento y esperó al juez.
Treinta minutos después, su destino estaba sellado, pero no de la forma que esperaba. El ayudante del fiscal del distrito dijo que, debido a la falta de pruebas, le retiraban los cargos. El juez desestimó el caso y abandonó la sala.
– No podría habernos ido mejor -dijo Pete, estrechándole la mano-. Felicidades.
– Yo no he hecho nada.
– Aun así, esto resuelve muchos problemas. Voy a llamar a tus padres. Estoy seguro de que querrán conocer la noticia.
Pete salió, Alex le siguió con la mirada y, al volverse, vio que Dani se acercaba.
– ¡Qué bien! -exclamó Dani feliz-. Eres libre. No sabes lo contenta que estoy. Me preocupaba que ese periodista tan repugnante pudiera arruinarte la vida -se interrumpió y le miró con el ceño fruncido-. ¿Por qué no estás contento?
Alex tenía ganas de dar un puñetazo a algo. A pesar de haber crecido en un entorno privilegiado, jamás había querido nada que realmente no se mereciera. Se enorgullecía de trabajar con tesón para conseguir lo que quería. Pero sabía que, si había salido sin cargos de aquella audiencia, era porque su padre había hecho algunas llamadas.
– Esto no tiene que ver con la falta de pruebas -dijo sombrío-. Mi padre es el responsable del resultado de este juicio.
– ¿Qué quieres decir? ¿Crees que habló con el fiscal?
– Habló con alguien, de eso estoy seguro. No sé con quién, pero lo averiguaré.
Dani suspiró.
– No sé qué pensar. Me alegro de que no tengas que responder por ningún cargo, y también de que no te detengan ni nada parecido. Por supuesto, eso es estupendo. Pero no me parece justo que Mark intervenga en una cosa así.
Alex se la quedó mirando fijamente. Le había entendido. No había tenido que explicarle por qué no estaba contento. Lo sabía, y lo sabía precisamente por ser ella quien era.
– ¿Qué piensas hacer? -le preguntó Dani.
– Ojalá lo supiera. No puedo presentarme ante el fiscal y pedirle que me procese.
– Sería una conversación interesante.
– Tengo que hablar con el senador.
– Otra conversación con interés -contestó Dani.
Alex posó la mano en su espalda y le empujó suavemente para salir de la sala. Pensaba que la prensa estaría esperándole, pero no había nadie. ¿También se habría ocupado de eso Mark?
– Lo ha hecho porque eres su hijo -dijo Dani-. Eso también es importante.
– Lo ha hecho porque está en plena campaña.
– Eso no lo sabes.
– Claro que lo sé.
Dani se enfrentó a él.
– Alex, es tu padre. ¿De verdad quieres tener esa discusión con él?
– Tengo que tenerla.
– Eres un cabezota.
Alex consiguió sonreír.
– Sí, ésa es una de mis más grandes cualidades.
Dani le miró como si no supiera qué más podía decir. Alex le acarició la mejilla.
– Siento lo que te dije el otro día.
– Yo también -sacudió la cabeza-. Sé que no eres como Ryan y Hugh. Eres un buen hombre. Pero ahora mismo mi vida no es nada fácil. Supongo que por eso reaccioné como lo hice. Estaba reaccionando a lo difícil de mi situación, no a ti.
– Sí, y supongo que yo te presioné demasiado.
– Sí, me presionaste demasiado.
Dani sonrió mientras hablaba.
Alex la condujo entonces hacia una pequeña habitación y la besó.
Dani le devolvió el beso con la boca suave y anhelante y apoyó las manos en su pecho. Olía a flores y sabía a café y a aquella sensual esencia que Alex no había olvidado desde que había hecho el amor con ella.
Cuando Dani entreabrió los labios, Alex deslizó la lengua en su interior. Deseaba acariciarla, pero ignoró aquel deseo. Aquél no era ni el momento ni el lugar. Pero no tardaría en encontrar otro momento para estar con ella. De hecho, pretendía hacerlo muy pronto.
Retrocedieron los dos casi al mismo tiempo.
Dani miró a su alrededor y después alzó la mirada.
– Esto podría ser ilegal.
– No técnicamente, pero no está bien visto -le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Quiero volver a verte.
– Me alegro. Porque me estoy abriendo camino en tu mundo. No te va a resultar fácil escapar de mí.
– Y no quiero hacerlo.
Dani tembló ligeramente y contuvo la respiración.
– Eres realmente bueno -musitó-. Y peligroso.
Alex sonrió.
– Exactamente, ése soy yo. ¿Cómo está tu abuela?
– Bastante bien. Está teniendo mucho cuidado con la medicación, así que no tiene ningún problema -miró el reloj-. Odio decir esto, pero tengo que irme. Supongo que tú también tendrás cosas que hacer.
Alex asintió. Tenía que enfrentarse a su padre. Aunque, pensó, a lo mejor debería retrasar el encuentro hasta que fuera capaz de hablar con Mark sin tener ganas de golpear algo… o a alguien.