Capítulo 15

Dani se acurrucaba en la esquina del sofá, dejando que Gloria la abrazara y la meciera hacia delante y hacia atrás

Todo le dolía y apenas podía respirar por culpa de los sollozos. Se sentía como si le hubieran dado una paliza y después le hubiera pasado un camión por encima, pero su caso era todavía peor, porque ella era la única responsable de lo que le había pasado.

– Confiaba en él -lloraba-. Confiaba en él. Pero debería haber tenido más cuidado. Todos son iguales. Todos. Yo creía que Alex era diferente. Pensaba que era mejor que Ryan y que Hugh, pero no es cierto.

Gloria le acariciaba el pelo mientras intentaba consolarla.

– Tranquila, Dani, todo saldrá bien.

– ¿De verdad? ¿Y tú cómo lo sabes?

– Lo sé porque eres demasiado fuerte como para dejar que este revés acabe contigo.

Dani intentó reír, pero de su garganta sólo salió un sonido estrangulado.

– Me temo que te equivocas. Estoy completamente destrozada. Peor aún, hecha añicos. No puedo continuar haciendo esto. No puedo seguir entregando mi corazón para que me lo pisoteen.

Agarró un puñado de pañuelos de papel, se sonó la nariz y comenzó a llorar otra vez.

Se sentía como si tuviera un agujero enorme en medio del pecho y tenía la sensación de que su mera esencia podía desparramarse sobre la alfombra y evaporarse. Estaba dolida a un nivel que iba mucho más allá del enfado. Ella había creído en Alex, eso era lo que realmente la mataba. Ella había creído completamente en él.

– Me dijo exactamente lo que tenía que decirme para convencerme -se lamentó Dani-. Como Ryan, pero Alex lo hizo todavía mejor, porque no hablaba directamente sobre mí. Siempre se refería a su familia y a su necesidad de serle completamente leal. Como si fuera un hombre intachable.

– Todavía no tienes la certeza de que no lo sea.

– Me ha engañado con su ex esposa después de haberme contado que ella le había estado engañado a él. De hecho, en gran parte nos sentíamos unidos porque a los dos nos habían engañado.

– ¿Pero por qué crees que iba a contarte una cosa así si todavía se estaba acostando con ella?

– Para embaucarme.

Gloria sonrió con tristeza y le acarició la mejilla.

– Ése es un plan muy complejo, Dani. ¿De verdad crees que merece la pena tomarse tantas molestias para estar contigo?

A pesar de todo, Dani se echó a reír. Después, se arrojó una vez más a los brazos de su abuela y empezó a llorar otra vez.

– Está embarazada de él. He visto la ecografía. Y también he visto su vientre hinchado.

– A lo mejor tiene gases.

Los sollozos dieron paso a un bufido burlón.

– Las mujeres como Fiona no tienen gases.

– Todo el mundo tiene gases. Tú no tienes la certeza de que esté embarazada, y si lo está, no sabes si ese hijo es de Alex. Fiona tiene su propio plan. Tú ya me comentaste en otra ocasión que quería volver con Alex. Sacarte de la competición es la manera ideal de allanarse el camino. Sin ti tendría más posibilidades de recuperarle.

– Quizá -respondió Dani, que seguía sin estar dispuesta a concederle a Alex el beneficio de la duda.

– Es posible que el padre sea otro.

Teniendo en cuenta lo guapa que era aquella mujer, Dani estaba segura de que habría miles de hombres que se ofrecerían como voluntarios para ser el padre de sus hijos.

– No sé qué pensar -admitió-. Me gustaría creer que todo es mentira, pero Fiona tenía muchos datos sobre la casa de Alex. Datos muy concretos y, sin embargo, él me había dicho que Fiona nunca había estado allí. Así que, por lo menos en eso, Alex me mintió.

– Estoy convencida de que tiene que haber alguna explicación lógica para eso.

Dani se sorbió la nariz.

– Te estás poniendo de su parte. Eso no vale.

– Estoy intentando ayudarte a ver que no tienes todos los datos. Si al final resulta que Alex de verdad te ha traicionado, le pediré a Walker que contrate un mercenario para que le haga morder el polvo.

Había una fiereza en la voz de Gloria que le hizo sentirse a Dani segura y querida. No servía para aliviar el dolor que la estaba desgarrando por dentro, pero ayudaba un poco.

– Me gusta el plan -admitió.

– Entonces, ya estamos de acuerdo en algo. Pero de momento, necesitas más información. Tienes que hablar con Alex.

– Hoy no -respondió Dani al instante.

Apenas había conseguido aguantar todo el turno en el restaurante antes de escapar a casa de Gloria, donde se había derrumbado.

– Y creo que voy a tardar mucho tiempo en hablar con él.

– Pero tendrás que hacerlo.

– Quizá.

Dani se secó las lágrimas, preguntándose mientras lo hacía, cómo iba a superar el hecho de que Alex fuera el traidor que sospechaba. ¿De verdad no había un solo hombre bueno sobre la faz de la tierra o el problema era que ella estaba condenada a no encontrarlo?


Alex esperó a que todo el mundo hubiera salido de la reunión. Quería hablar con su padre. Mark descolgó el teléfono de su despacho y miró a su hijo.

– ¿Querías algo más?

– Quería hablar contigo de cómo conseguiste que me retiraran los cargos.

Mark sacudió la cabeza.

– No tienes por qué darme las gracias. Estuve encantado de hacerlo -miró el reloj-. Lo siento, pero ahora tengo que hacer una llamada.

Alex ignoró aquellas palabras.

– No estoy aquí para darte las gracias. Estoy aquí para preguntarte qué demonios crees que estás haciendo. No entiendo cómo eres capaz de inmiscuirte de esa manera en mi vida. Ni siquiera tuviste la cortesía de consultarme antes de intervenir. Tú te ocupaste de arreglarlo todo porque era lo que pensabas que tenías que hacer.

Mark se enderezó en la silla.

– Podrías mostrar un poco de gratitud. Si te hubieran conservado los cargos, habrías tenido que dejar la campaña y en tu firma de abogados no habrían querido que volvieras a trabajar con ellos. No sé que habrías hecho. Y en el caso de que hubieras salido condenado, es probable que no hubieras podido ejercer como abogado durante el resto de tu vida. Te he salvado, Alex, no lo olvides.

– Yo quería hacer las cosas a mi manera.

– ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber cuál es tu manera?

– Dejar que el sistema funcione como debe.

– ¿El sistema? El único sistema que importa es el que nosotros podemos controlar. Te estás comportando como un niño. ¿De verdad quieres ir a la cárcel?

– Si es necesario, sí -contestó Alex.

Estaba decidido a no perder la calma. Conocía suficientemente bien el estilo de Mark como para reconocer la técnica que estaba utilizando. Mark conseguía que sus oponentes terminaran sintiéndose tan estúpidos que decidían retirarse antes de concluir la discusión. Pero Alex no iba a permitir que le distrajera.

– Yo quiero hacer las cosas como es debido.

Mark se levantó y rodeó su escritorio.

– Para ti, hacer las cosas como es debido es estar a la altura de tu potencial. Tienes una carrera brillante, no sé por qué vas a dejar que un periodista sin escrúpulos te la destroce. ¿Que hice unas cuantas llamadas? Por supuesto. Y puedes estar seguro de que volvería a hacerlas otra vez. Tú le das mucha importancia a la lealtad dentro de la familia, estás decidido a proteger a todos aquéllos que te importan, ¿verdad? Pues bien, yo también, así que eso fue lo que hice: protegerte.

Alex se levantó.

– Te involucraste en una cuestión legal que no era asunto suyo. Utilizaste tu posición para influir en el fiscal del distrito. ¿Eso no te molesta? Porque te aseguro que a mí me ha molestado, y mucho.

Mark se apoyó contra el escritorio.

– Había olvidado lo idealista que eres. Mira a tu alrededor. Esto no es una discusión intelectual en una clase de la universidad. Estamos en el mundo real. ¿Tú sabes por qué estás participando ahora mismo en mi campaña? ¿Por qué estás trabajando ahora conmigo? Porque tu firma de abogados quiere que estés aquí. Te dejaron marchar porque esperan que gane las elecciones y, de esa manera, tendrán más adelante un hilo directo con la Casa Blanca. Lo sabes tú y lo sé yo. En esta vida, todo es política, hijo mío. Es una realidad que tienes que aceptar.

– Pero en alguna parte tendrá que dejar de funcionar la política.

– ¿Por qué? -preguntó Mark, y parecía sinceramente confundido-. ¿Por qué tiene que parar en alguna parte?

Alex lo comprendió entonces. Hasta ese momento, no había visto nunca a su padre como realmente era. Su padre no era un hombre malo o sediento de poder. Simplemente, veía el mundo de la manera que le hacía la vida más fácil.

Pensó en Katherine, que vivía su vida cumpliendo con su obligación no sólo porque era eso lo que se esperaba que hiciera, sino porque era lo que la definía. Pero aun así, quería a Mark con cada fibra de su ser. ¿Cómo podría su madre conciliar aquellas dos facetas tan diferentes de su vida?

Si estuviera allí en ese momento, estaba seguro de que Katherine le diría que querer a alguien implicaba aceptarlo tal y como era, con sus virtudes y sus defectos. Alex podía querer mucho a su padre, pero aceptar sus defectos le iba a resultar mucho más difícil.

Tenía dos opciones, aceptar lo que había pasado o abandonar. Sus entrañas le decían que lo dejara todo. Que él no era un hombre preparado para formar parte de aquel mundo. Pero su corazón continuaba recordando el momento en el que lloraba junto al cadáver de su madre porque no había sido capaz de salvarla. Su corazón le recordaba la promesa de guardar lealtad, aunque no supiera a quién. Siendo muy niño, Alex se había prometido que, si alguna vez volvía a tener una familia, permanecería siempre a su lado, protegiéndola, que jamás la abandonaría. Y su corazón recordaba a Katherine enseñándole que el deber lo era todo.

No tenía opción. Se quedaría junto a su padre porque era lo que tenía que hacer.


Dani ni siquiera sabía en qué canales emitían programas relacionados con la política los domingos por la mañana, pero estuvo recorriendo diferentes canales hasta que vio en uno de ellos a varios hombres y mujeres vestidos de oscuro y con aspecto serio. Se sirvió una taza de café y se preparó entonces para ser informada sobre el escenario político del país.

En realidad, nunca había tenido un interés especial por la política, pero tampoco había tenido nunca un padre que aspirara a ser presidente de la nación, así que, mejor tarde que nunca. Y, por lo menos, ella siempre había votado.

Bebió un sorbo de café y escuchó a uno de los invitados al programa hablar de la crisis en Oriente Medio. Casi inmediatamente perdió el hilo de la intervención. Seguramente porque estaba agotada. Llevaba cuatro días sin dormir apenas. No había vuelto a ser la de antes desde su conversación con Fiona.

Había estado evitando las llamadas de Alex, algo que no podría hacer eternamente, pero no sabía qué decirle. Una parte de ella tenía miedo de enfrentarse a él porque sería desagradable, pero, sobre todo, porque la aterraba oírle admitir que sí, que era un canalla y que habían vuelto a engañarla otra vez. Hasta que no tuviera confirmación de lo contrario, era suficientemente débil como para seguir pensando lo mejor sobre él.

– No sé cómo puedo ser tan estúpida -musitó en el silencio de la habitación mientras en el programa daban paso a la publicidad-. Tengo que procurar ser más fuerte.

Y lo sería. Cuando llegara el momento. Hasta entonces, podía permitirse un poco de debilidad.

El programa comenzó de nuevo con un cambio de tema. Apareció la fotografía de Mark Canfield y Dani subió inmediatamente el volumen.


– Aunque todavía faltan dieciocho meses para las elecciones a la presidencia -le oyó decir al conductor del programa-, en Washington la situación está al rojo vivo, ¿no es cierto Bill?

La cámara enfocó entonces a otro de los participantes en el programa.

– Sí, así es. El senador Canfield, que hasta ahora había aparecido como el preferido de los votantes, se enfrenta a una situación excepcional. Tiene problemas en su propia casa. Cerca de dos meses atrás, supimos de la existencia de una hija de una relación previa…

A Dani estuvo a punto de caérsele el café cuando vio una fotografía suya en la pantalla del televisor. Soltó un juramento.

– Danielle Buchanan -continuaron explicando en la televisión-, llegó de forma completamente inesperada y dio un vuelco a la campaña. El senador tuvo que sincerarse con el público y las encuestas demostraron que el votante de los Estados Unidos aprecia la sinceridad. Los expertos creen que uno de los principales motivos de esta reacción fue la actitud de su esposa, Katherine Canfield, una mujer que ha demostrado ser una esposa y una madre perfecta. Ella acogió a Dani entre sus brazos, tanto literal como figurativamente. Y si una esposa puede perdonar a un marido, entonces también puede hacerlo una nación.

– Con Hillary no funcionó -comentó el conductor del programa.

– La situación es diferente -continuó Bill-. En este caso, la relación del senador con otra mujer fue previa a su matrimonio. Pero aunque las cifras iban subiendo, durante las dos últimas semanas se ha producido un repentino descenso, fecha que coincide con el momento en el que se descubrió que el hijo mayor del senador, que es adoptado, y Dani, mantienen una relación sentimental.

Dani sabía lo que le esperaba a continuación y se preparó para ver aquella horrible fotografía en la que aparecía huyendo de casa de Alex. Efectivamente, la fotografía apareció al instante en una esquina de la pantalla.

– El problema es -dijo Bill-, que los votantes tienen un cierto límite en cuanto a lo que están dispuestos a tolerar y, al parecer, no quieren aceptar que la hija biológica de un posible presidente de la nación salga con su hermano adoptivo.

– Pero en realidad no existe ningún vínculo de sangre entre ellos -replicó el invitado.

– Eso no parece tener ninguna importancia para los encuestados. Los puntos que hasta ahora había mantenido el senador han sufrido un drástico descenso. Si esto continúa así, es posible que Canfield no pueda optar a la presidencia. En ese caso, la campaña terminará antes de haber empezado siquiera.


– Aquí está tu joven -le dijo Bernie a Dani al día siguiente, poco después de las dos-. Vamos, yo acabaré con esto.

A Dani se le hizo un nudo en el estómago.

– No, no hace falta. Le diré que no puedo atenderle ahora.

Bernie sonrió de oreja a oreja.

– No tienes por qué hacerle esperar. Además, yo necesito trabajar un poco para distraerme. Vamos, no pasa nada.

Atrapada por la amabilidad de un hombre con buenas intenciones, Dani asintió y salió al salón principal del Bella Roma.

Ya había pasado la hora del almuerzo y quedaban solamente dos comensales. Inmediatamente vio a Alex al lado de la puerta. No parecía muy contento.

– Has estado evitándome -le dijo Alex en cuanto ella se acercó.

Llevaban casi una semana sin verse y, a pesar de todo, se descubrió a sí misma deseando acercarse a él para pedirle que la abrazara. Quería sentir sus brazos a su alrededor y respirar la esencia de su cuerpo. Quería besarle y ser besada y olvidar todo lo que los separaba. Lo cual sólo demostraba que era una mujer sin principios, débil, y que necesitaba entrar rápidamente en razón.

– No sabía qué decirte -admitió y señaló hacia atrás-. Podemos hablar en mi despacho.

Alex la miró con el ceño fruncido.

– Así que hay algún problema.

– Prefiero que hablemos en privado.

Alex la siguió hasta un despacho diminuto en el que había un escritorio y un archivador y apenas espacio para nada más, sobre todo desde que entraron los dos.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Alex-, No me has devuelto ninguna de mis llamadas. Fui a casa de tu abuela este fin de semana y me dijo que estabas fuera de la ciudad.

Dani odiaba haber tenido que pedirle a Gloria que mintiera por ella, pero no estaba preparada para enfrentarse a Alex. De hecho, continuaba sin estarlo.

– Creo que todavía no estoy en condiciones de enfrentarme a todo esto -admitió.

– ¿De enfrentarte a qué? ¿De qué estás hablando? Maldita sea, Dani, ¿por qué me evitas?

– Porque no quiero verte -replicó-. ¿Quieres que te lo diga más claro? No quiero verte.

Alex se quedó como si acabaran de abofetearle.

– Muy bien, ¿y piensas decirme por qué?

No podía. No podía decirle todo lo que ocurría sin echarse a llorar y se negaba a derrumbarse delante de él. Se volvió.

– Por favor, vete -le dijo suavemente-. Creo que de esa forma será mucho más fácil.

Pero Alex la agarró del brazo y le hizo volverse hacia él.

– A lo mejor no me interesan las cosas fáciles. A lo mejor lo que quiero es saber la verdad.

– No, lo único que a ti te interesan son las mentiras. Al fin y al cabo, es a lo que estás acostumbrado.

– ¿De qué demonios estás hablando?

Sus ojos adquirieron de pronto el color de la media noche. Y Dani odió el ser capaz de fijarse en aquel detalle a pesar de estar dolida y enfadada.

Alex soltó una maldición y se cruzó de brazos.

– No me lo puedo creer -le dijo-. Esperaba algo mejor de ti.

– ¿Qué?

– Estoy seguro de que viste el programa del domingo. Has estado leyendo los periódicos, sabes que están bajando las encuestas y has decidido huir, como dijiste que harías. Estás optando por la salida fácil. Jamás pensé que te adaptarías tan rápidamente al mundo de la política.

Dani pasó de la más absoluta tristeza a la furia en cuestión de segundos.

– En ese caso, bienvenido al mundo de los decepcionados. Porque a mí me ha pasado lo mismo contigo. Para empezar, no me he convertido de pronto al mundo de la política, pero te agradezco la facilidad con la que has sido capaz de juzgarme. En cuanto a los motivos por los que he estado evitándote, aquí está la razón: estoy cansada de hombres mentirosos, miserables y canallas y, al parecer, tú eres el último de una larga cadena. Te aseguro que eres un gran embaucador. Conseguiste engañarme como el que más. Felicidades, a tu lado, Ryan es sólo un aficionado.

Alex dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.

– No sé de qué estás hablando.

– Deja de actuar. He hablado con Fiona. Estoy al corriente de la verdad.

– ¿Qué verdad? No hay ninguna verdad.

– Por supuesto, olvidaba que eres abogado. Todo es relativo, ¿verdad? Así es como funcionan las cosas para ti. Pero no para mí. Soy tan increíblemente simple que pretendo que el hombre que se acueste conmigo no se acueste con nadie más. Supongo que al respecto podrías argüir que en ningún momento hemos hablado de exclusividad en nuestra relación. Y la verdad es que no sabes cuánto lo lamento. Eres una persona repugnante, Alex. Siento haberte conocido, siento haberme acostado contigo y no puedo decirte cuánto lamento no poder alejarme para siempre de ti y no volver a verte en mi vida… Es una lástima que formemos parte de la misma familia.

Alex dio un paso hacia ella.

– ¿Crees que estoy saliendo con alguien?

– Sé que estás saliendo con alguien, con Fiona. Ella misma me lo dijo. ¿Estás emocionado con tu futuro bebé?

Alex la miró absolutamente estupefacto.

– ¿Está embarazada?

Dani se le quedó mirando de hito en hito.

– ¿No te lo ha dicho? Vaya, siento haberle estropeado la sorpresa. Sí, Alex, vas a ser papá. Al final vas a tenerlo todo.

– No me estoy acostando con Fiona -negó Alex, pero sin ninguna firmeza.

– Qué convincente. Mira, no hace falta que sigas disimulando. Fiona me lo ha contado todo. Es evidente que ha estado en tu casa y en tu cama. Estoy cansada de librar esta clase de batallas. Renuncio. No quiero volver a saber nada de hombres. Llegué a creer que tú eras especial, que eras mejor que los demás, pero no lo eres.

– No me merezco esto. Yo no he hecho nada.

– Déjame imaginar… ahora lamentas que me haya enterado de esta forma.

Alex la miró con los ojos entrecerrados.

– Si de verdad es eso lo que piensas de mí, entonces no tenemos nada más que hablar.

– ¿No ha sido precisamente eso lo que te he dicho cuando has entrado?

Durante mucho rato, Alex continuó mirándola en silencio. Dani se preparó para recibir sus disculpas, sus explicaciones. Esperaba, necesitaba desesperadamente que le demostrara que estaba equivocada. Estaba tan loca por él que quería oírle decir que no le había engañado.

Pero Alex no pronunció una sola palabra. Dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás.


Seguramente aquél era el peor momento posible para ensayar un discurso que nunca había querido dar, pero Dani no era capaz de inventar una excusa convincente para cambiar su cita con Katherine. Y ya había aparcado y se dirigía andando hacia la casa cuando se dio cuenta de que, sencillamente, podría haber llamado para decir que no se encontraba bien.

Pero por lo visto, además de su corazón, había perdido también parte del cerebro.

Aquel pensamiento entró y salió de su cabeza tan rápidamente que tardó varios segundos en comprender su significado. Cuando lo hizo, se detuvo en seco en medio del camino.

¿Había perdido el corazón? ¿Era eso posible? ¿Se había enamorado de Alex?

Continuó sin moverse, esperando una respuesta a su pregunta, y no tardó en darse cuenta de que hacía tiempo que conocía la verdad. Claro que estaba enamorada de Alex; si no hubiera sido así, le habría resultado mucho más fácil separarse de él.

– Al parecer, nunca voy a dejar de sorprenderme -musitó para sí, y continuó avanzando hasta la puerta.

Lo único que ella pretendía cuando había decidido buscar a su padre era sentir que pertenecía a algún lugar. Y lo único que había conseguido era complicarse extraordinariamente la vida.

Llamó a la puerta e intentó relajarse. Tenía que concentrarse en su reunión con Katherine. Ya se enfrentaría a su propio dolor cuando llegara a casa.

– ¡Dani! -Katherine abrió la puerta y sonrió-. Pasa, pasa. ¿Estás nerviosa? Espero que no. Porque estoy segura de que lo vas a hacer genial y yo tendré que decirte «¿Ves? Lo sabía».

Dani entró en la casa e inmediatamente se sintió envuelta en el calor de la bienvenida. Katherine continuaba tan amable y cariñosa como siempre.

– Estoy intentando no pensar en el discurso -admitió mientras seguía a Katherine a su estudio-. Cada vez que pienso en él, tengo la sensación de que voy a vomitar. Y creo que no quedaría bien.

– No, no suele quedar bien. ¿Quieres tomar algo? ¿Un café? ¿Un refresco? ¿Un vaso de agua?

– Tomaré un vaso de agua.

Katherine se acercó a una antigua cómoda que, una vez abierta, resultó contener un pequeño refrigerador.

– Es uno de mis caprichos -admitió Katherine mientras sacaba un par de botellas de agua-. Cuando estoy trabajando en algo, no soporto interrumpirme. Soy una mujer increíblemente mimada.

– Eres genial -dijo Dani, e inmediatamente se sintió ridícula. Como si estuviera diciendo tonterías delante de una persona a la que admiraba, que era, precisamente, lo que estaba haciendo.

– Gracias -le dijo Katherine-. Eres muy amable -señaló la carpeta que había dejado encima de la mesita del café-. Aquí tienes el famoso discurso.

Dani ahogó un gemido. Agarró la carpeta y hojeó los folios que contenía. Eran sólo cinco y mecanografiados a doble espacio. En él se hablaba de una madre que había descubierto que tenía un cáncer terminal y había pedido que buscaran una familia que pudiera hacerse cargo de sus cuatro hijos.

Quizá fuera por la situación de los planetas, o quizá porque estaba a sólo tres días de que le bajara la regla, o a lo mejor por el doloroso trauma que estaba sufriendo, pero el caso fue que Dani se descubrió de pronto luchando contra las lágrimas.

Se hundió en el sofá mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por no ponerse a llorar. Respirar hondo no la ayudó, y tampoco tragar saliva o intentar pensar en otra cosa.

Katherine se acercó a ella.

– ¿Dani? ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien. Sólo un poco estresada -parpadeó varias veces e intentó sonreír-. Lo siento, pero no te preocupes. Cuando dé el discurso no me pondré así. Estaré demasiado asustada.

Katherine le tendió una caja de pañuelos de papel.

– No te disculpes. Cada uno siente lo que siente. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?

Era una pregunta muy sencilla, pero la amabilidad con la que Katherine la formuló terminó de desbordar a Dani. Se le escapó una lágrima, y después otra. Dani hizo todo lo posible para recuperar la dignidad que acababa de abandonarla.

– Lo siento -repitió-. Pero últimamente he tenido que enfrentarme a muchas cosas nuevas. Por supuesto, tú puedes comprenderlo mejor que nadie. Mi repentina aparición sólo ha servido para empeorar tu vida. Lo sé. Pero te aseguro que no era ésa mi intención. Te admiro profundamente y siento muchísimo haber irrumpido de esta forma en tu vida.

Katherine se sentó a su lado.

– Tú no me has estropeado nada.

– Pero por mi culpa has tenido que asumir nuevos retos -Dani sorbió por la nariz-. No te mereces todos los problemas que te he causado.

– Tú no has hecho nada. Y al final todo se arreglará.

– Yo no quería hacerte ningún daño.

Katherine tensó los labios.

– Y no me lo has hecho.

Estaba mintiendo, pero Dani comprendía que lo hiciera. En aquellas circunstancias, Katherine no tenía ningún motivo para confiar en ella.

– Lo he destrozado todo sin intentarlo siquiera. Imagínate lo que hubiera podido hacer si me lo hubiera propuesto de verdad.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Katherine.

– A las encuestas. El otro día estuve viendo un programa en televisión y decían que por culpa de mi historia con Alex las encuestas estaban bajando. Decían que la campaña de Canfield se daba casi por terminada.

Katherine le palmeó el brazo.

– No puedes creerte todo lo que oyes. La campaña va a seguir adelante, claro que sí. En el peor de los escenarios posibles, Mark ganará con un tercio de los votos. Las encuestas bajan y suben. Esta semana has sido tú, la que viene las moverá otra cosa.

Parecía tan tranquila, tan confiada… ¿De verdad era todo tan simple?

– ¿Entonces no he echado a perder las oportunidades de Mark?

– En absoluto.

– Muy bien -Dani se secó las lágrimas-. Pues me alegro.

Se enderezó en el asiento y se palmeó las mejillas.

– Ya estoy bien. Por lo menos de momento. ¿Tengo un aspecto horrible?

– Estás perfecta.

– Gracias. Quiero que sepas que no he pretendido nunca hacerte ningún daño. Y, por si te sirve de algo, no voy a volver a ver a Alex.

Katherine intentó no reaccionar ante aquella noticia. A pesar de todo, había descubierto que Dani le gustaba. Aquella joven era sincera y, además, Katherine tenía debilidad por todos aquéllos que sufrían.

En cuanto al hecho de que Dani y Alex dejaran de verse, aunque no podía decir que la alegrara, sí que le provocaba un inmenso alivio. Si no estaban juntos, posiblemente dejarían de hacerle preguntas sobre ellos constantemente. Estaba cansada de sentirse humillada por culpa de todas aquellas preguntas sobre la hija de su marido.

Llamaron en ese momento a la puerta.

– Adelante -dijo Katherine.

Bailey entró corriendo en el estudio.

– ¡Dani! Me han dicho que estabas aquí.

Dani sonrió a la adolescente.

– Sí, aquí estoy. ¿Qué tal estás? ¿Todavía te gustan tus zapatos?

– Más que nada en el mundo.

Katherine bebió un sorbo de agua e intentó comportarse como una persona madura. No le importaba que Dani hubiera llevado a Bailey a comprarse unos zapatos de tacón. Sinceramente, a ella jamás se le habría ocurrido hacerle a su hija una oferta parecida. Para Bailey era bueno salir con otra gente, con gente que no formara parte de su círculo familiar. Y ella estaba encantada de que lo hiciera.

Bueno, tenía que reconocer que le dolía un poco no haber sido ella la que compartiera esa experiencia con su hija, pero lo superaría.

– Voy a tener un baile en el colegio -anunció Bailey-. Es el mismo día que mi cumpleaños y tengo que comprarme un vestido especial.

– Qué suerte -le dijo Dani-. Ya estoy deseando ver las fotografías.

Bailey se sentó en el suelo y le agarró la mano.

– ¿Me llevarás a comprarme el vestido? Quiero que me ayudes a comprarlo. Por favor, Dani, di que sí.

Aquellas palabras se clavaron en el corazón de Katherine con la precisión y la intensidad de un rayo láser.

Ella quería ir de compras con Bailey. Quería ser ella la que la ayudara a construir esos recuerdos. Aunque su hija y ella nunca habían hablado en concreto de ello, había dado por sentado que acompañaría a Bailey a comprarse el vestido.

Unos celos tan intensos como irracionales le hicieron desear atacar a la persona que consideraba responsable de aquella situación.

– Bailey, me encantaría -contestó Dani, y parecía sincera-. Katherine, ¿a ti te parece bien?

Katherine era consciente de que estaba dejando que la dominaran los celos, de que se estaba comportando como una niña. Recordaba las lecciones que había aprendido de su madre: tenía que mantener siempre la calma, sintiera lo que sintiera por dentro. Actuar siempre de manera correcta, no hacer ninguna inconveniencia.

– Por supuesto. Eres muy amable, Dani. Estoy segura de que Bailey disfrutará mucho contigo.

Le dolía pronunciar aquellas palabras, le dolía sonreír cuando lo que le apetecía era bufar y arañar como una gata acorralada.

Bailey se levantó y las abrazó a las dos.

– ¡Bien! ¡Bien! -comenzó a girar en círculo con las manos en alto y el rostro resplandeciente de placer.

Katherine miró a su hija e intentó encontrar la felicidad del momento. Pero, sencillamente, no pudo.

Cuando Bailey se marchó, Dani suspiró.

– Es genial. La adoro.

– Yo también -contestó Katherine, haciendo lo imposible para evitar que su voz reflejara un tono afilado.

– Gracias por dejarme llevarla de compras.

– De nada. Ahora, ¿de qué estábamos hablando?

Dani cambió de expresión; de pronto, pareció desolada.

– De Alex -musitó-, de que ya no vamos a volver a vernos.

– Ya entiendo -dijo Katherine-. ¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? ¿Las encuestas?

Aquél debería ser el momento de decirle a Dani que no podía permitir que otras personas dirigieran su vida. Pero antes de que hubiera podido decidir si iba a comportarse como una persona madura o no, Dani le dijo:

– No, mi decisión no tiene nada que ver con las encuestas. Alex también me ha acusado de eso.

– ¿De verdad?

Dani asintió. Sus ojos habían perdido el brillo y reflejaban un intenso dolor.

– Siento lo de las encuestas, pero no ha sido ésa la razón. Él cree que quiero quitarme del medio para facilitar las cosas.

– ¿Y no es así?

– No -Dani tragó saliva-. Creo que… creo que Alex continúa viendo a Fiona. Fiona vino a hablar conmigo y se aseguró de que lo comprendiera.

Katherine podía sentir el dolor de Dani. Lo veía en los ojos que tenía clavados en ella.

– Tú les conoces a los dos, ¿crees que es posible? ¿Crees que es posible que Alex todavía esté saliendo con Fiona?

Era como estar viéndose a sí misma desde fuera, pensó Katherine mientras recorría la habitación con la mirada. Podía verse a sí misma sentada en el sofá, tan perfecta, pensó, con el jersey de cachemir y las perlas. La esposa y madre ideal. Un modelo de mujer cuya vida había cambiado de un día para otro por culpa de aquella joven cuya mera existencia demostraba que su marido podía tener hijos y ella no.

Se dijo a sí misma que Dani no tenía la culpa. Que ella no sabía de la humillación y la vergüenza que había llevado a su vida. Que el hecho de que se llevara bien con Bailey era una suerte. Podía oír la voz de su madre diciéndole que tenía que comportarse siempre como una dama.

¡Y un infierno!, pensó con amargura. Por una vez en su vida, iba a hacer exactamente lo que le apetecía. Lo que tenía ganas de hacer y lo que podía ayudarla a aliviar su dolor.

Miró a Dani y mintió.

– No quiero hacerte daño, pero creo que es bastante posible que Alex y Fiona hayan seguido viéndose.

Загрузка...