Capítulo 16

Alex entró en las oficinas de su padre. Sabía que Mark estaba en una reunión y que Katherine había ido para realizar una sesión de fotografías. Encontró a su madre frente a un enorme mapa del país.

– ¿Tienes un momento? -le preguntó.

Su madre se volvió hacia él con una sonrisa.

– Por supuesto. Tengo que estar de pie hasta que el fotógrafo esté listo. No quiere que me estropee el maquillaje ni que me arrugue el traje. No puedo poner ninguna expresión, así que procura no hacerme reír.

Alex sonrió.

– Me están entrando ganas de despeinarte.

– Ya me lo imagino. No sé cómo es posible que dentro de ese hombretón siga escondiéndose un niño travieso.

– Es uno de mis encantos.

– Sí, desde luego -inclinó la cabeza-. ¿Qué te pasa? ¿De qué quieres que hablemos?

Alex cambió inmediatamente de expresión. Cerró la puerta buscando un poco de intimidad y se acercó a su madre.

– ¿Qué dirías si te dijera que quiero dejar la campaña?

Katherine le miró con los ojos abiertos como platos.

– Alex, no -posó la mano en su brazo-. ¿Lo dices en serio? ¿Tanto odias todo esto?

– Sí. Esto no tiene nada que ver conmigo ni con lo que yo quiero. No soy un animal político. Pero le dije a Mark que le ayudaría y, al fin y al cabo, es mi padre.

Katherine asintió.

– Exacto. Siempre hay que serle leal a la familia. Todos tenemos que cumplir con nuestro deber -dejó caer la mano-. Aunque me temo que no soy la persona más adecuada para pedirle consejo.

– ¿Porque estás demasiado metida en todo esto?

– Por eso y porque… -tomó aire-. Lo único que yo sé es hacer lo que se espera que haga. A veces, cuando actuamos de otra manera nos sentimos libres, otras, lo único que conseguimos es sentirnos infinitamente peor. ¿Has pensado en cómo puedes llegar a sentirte tú?

– La verdad es que ni siquiera estoy seguro de que importe -respondió-. Jamás imaginé que podría verme atrapado en medio de algo como esto. Sé hacia dónde debo dirigir mis lealtades, pero aun así, no soy capaz de continuar formando parte de la campaña.

– Esta campaña ha supuesto una complicación para todos nosotros. Sobre todo de un tiempo a esta parte.

Alex miró a su madre.

– ¿Lo dices por Dani?

– Digamos que ha puesto las cosas particularmente interesantes. No es culpa suya, pero no podía haber aparecido en un momento peor.

– Te ha hecho mucho daño, ¿verdad?

Katherine se volvió de nuevo hacia el mapa y posó la mano en el centro de Texas.

– En realidad no. Ella no tiene la culpa de lo que diga la gente, ni de cómo pueda reaccionar yo.

– Bueno, a partir de ahora ya no será un motivo de preocupación tan grande. Hemos dejado de vernos.

Katherine se tensó ligeramente.

– ¿Qué ha pasado?

– No lo sé. Eso es lo más curioso de todo. Llegué a pensar que Dani era una mujer a la que podría llegar a querer. Después de mi experiencia con Fiona, no quería volver a saber nada de relaciones. No quería volver a confiar en nadie. Pero Dani era diferente.

Más que diferente. Había algo especial en ella, algo que hacía que Alex deseara pasar a su lado cada momento de su vida. Quería saberlo todo de ella. Podía imaginar un futuro a su lado.

– ¿Y ahora? -le preguntó su madre.

– Está muy afectada por las encuestas, algo que comprendo, pero también me ha acusado de seguir viendo a Fiona.

Aquella acusación le había dolido en lo más profundo. Dani sabía que su ex mujer le había traicionado. Sabía que para él la lealtad lo era todo y, aun así, estaba dispuesta a creer que la había engañado. Y nada más y nada menos que con Fiona. ¿Qué demonios le había pasado?

Katherine se volvió de nuevo hacia él.

– ¿Y la estás viendo?

– No -contestó tajante-. Jamás engañaría a nadie y, desde luego, no pienso volver con Fiona. No lo entiendo, ¿cómo es posible que Dani piense que sigo viéndola?

Katherine sabía exactamente la razón. Porque eso era lo que Fiona le había dicho.

Se le revolvió el estómago de tal manera que por un momento pensó que iba a vomitar. ¿Cómo podía haberle mentido a Dani de aquella manera? ¿Cómo había sido capaz de interponerse entre Dani y Alex de forma tan miserable? Ella quería a su hijo y si Dani le hacía feliz…

Pero la relación ya había terminado cuando Dani había ido a hablar con ella. En realidad, ella no había destruido nada.

Un triste intento de librarse de la culpa, de no asumir su responsabilidad.

Se dijo a sí misma que lo mejor que podía hacer era confesar el papel que había jugado en aquel asunto y pedir perdón. Abrió la boca, pero inmediatamente la cerró. En aquel momento, su mundo estaba destrozado. Ver la decepción en los ojos de Alex al enterarse de que su madre se había rebajado a mentir era más de lo que podía soportar.

– Dani cree que Fiona está embarazada -continuó Alex con expresión de absoluta incredulidad-. ¿Qué tontería es ésa?

– A lo mejor lo está.

Alex miró a su madre y soltó un juramento.

– ¿Fiona embarazada? Pero si ella nunca quiso tener hijos.

Katherine parpadeó sorprendida.

– ¿De qué estás hablando? Fiona siempre dijo que quería formar una familia.

– Todo era palabrería -replicó Alex-. Y yo me la tragué. Pero desde que nos casamos, cada vez que yo presionaba para que tuviéramos un hijo, a ella se le ocurría alguna razón por la que era preferible esperar. No quería tener hijos. Así que, si se ha quedado embarazada, ha tenido que ser de forma completamente accidental.

– O a lo mejor lo ha hecho para causar problemas -musitó Katherine.

Se preguntaba de pronto hasta dónde habría sido capaz de llegar su ex nuera para recuperar a Alex. ¿Habría sido capaz de quedarse embarazada de otro hombre para hacer pasar a ese hijo como hijo de Alex?

– ¿De verdad no te has acostado con ella? -inmediatamente hizo un gesto con la mano-. Olvídalo, soy tu madre. Estoy hablando en serio, Alex. ¿No has estado saliendo con Fiona?

Alex la miró a los ojos.

– No. Me fui de casa el día que la descubrí con otro hombre. No quería que lo supieras porque soy consciente de que sois muy amigas. Pero eso fue lo que puso fin a nuestro matrimonio.

A Katherine se le desgarró el corazón al oírle. Sufría por su hijo y por todo lo que había pasado. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

– Oh, Alex -Katherine se acercó a él y le abrazó.

– Te vas a arrugar el vestido -le advirtió Alex.

– A la porra el vestido.

Alex se echó a reír.

– Te veo muy rebelde. Es encantador.

– Oh, por favor. No me trates como si fuera una vieja loca. Me falta demasiado poco para llegar a serlo.

– Tú nunca serás nada parecido.

Katherine retrocedió y miró fijamente a su hijo. Cuánto le quería. Le había querido desde que era un niño y esos sentimientos habían ido fortaleciéndose día a día. No habría sido capaz de quererle más aunque le hubiera dado ella misma la vida.

Ésa era la única verdad, se recordó a sí misma. Quería a sus hijos con todas fuerzas. Nadie podía negar aquel vínculo.

– Tengo que decirte algo -le dijo mientras sentía el escozor de las lágrimas-. He hecho algo terrible.

Alex le sonrió a su madre.

– Imposible.

– En serio, Alex, y no sabes cuánto lo siento. Es posible que lo que estoy a punto de decirte deteriore nuestra relación y no sabes hasta qué punto me arrepiento de algo que he hecho. Estaba dolida y enfada y quería herir a alguien. Quería hacer daño a Dani. Soy terrible, lo sé, y me avergüenzo de mí misma. No espero que me perdones ahora mismo, pero aspiro a que, por lo menos, con el tiempo seas capaz de dejar de odiarme.

Alex la miró desconcertado. Katherine sabía que su hijo jamás la había visto así; su rostro mostraba su incomodidad.

– Mamá, tranquilízate -le dijo-. Sea lo que sea, estoy seguro de que podremos arreglarlo.

– Yo no soy capaz, pero a lo mejor tú sí -tragó saliva-. Dani vino a verme hace un par de días. Teníamos que ensayar el discurso. Ella estaba muy afectada por muchas cosas, pero sobre todo por ti. Me dijo que Fiona había ido a verle y le había dicho que estabais saliendo. Al parecer, tenía información que daba a entender que había estado en tu casa.

Alex soltó una maldición.

– Fiona no ha estado nunca en mi casa. Jamás la he llevado allí.

– Lo sé, pero supongo que tiene otras fuentes de información. A lo mejor se enteró de que estabas interesado en la casa y ella misma fue a verla. ¿Quién sabe? La cuestión es que fue capaz de convencer a Dani de que estaba embarazada y de que ese hijo era tuyo.

Katherine miró desolada a su hijo.

– Lo siento, Alex. Lo siento mucho. Sé que esas palabras no significan nada, pero… Siempre me he enorgullecido de ser una buena persona, pero es mentira. Todo es mentira.

– Claro que no -Alex la agarró por los hombros-. Mamá, eres la mejor persona que conozco.

– Eso no es cierto. Oh, Dios. Me da tanto miedo decírtelo…

Katherine miró a Alex a los ojos. Los suyos estaban oscurecidos por las lágrimas. Su dolor y su arrepentimiento eran casi tangibles.

– Mamá, es imposible que puedas decir nada que me aleje de ti -le aseguró Alex, y lo decía completamente en serio.

– Eso tú no lo sabes. Dani quería saber si yo pensaba que era posible que Fiona y tú estuvierais viéndoos. Yo le dije que sí.

Alex retrocedió. Sabía que de todos los Canfield, Katherine era la persona en la que Dani más confiaba. El hecho de haberle oído decir eso sobre Fiona habría confirmado sus peores temores.

– Lo sé -dijo Katherine mientras las lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas-. Sé que he sido terrible y no tengo ninguna excusa ni explicación para justificar lo que he hecho. Estaba dolida y… -se volvió-. Lo siento.

Alex no habría sufrido un impacto mayor si su madre le hubiera dicho que acababa de matar a alguien. Su madre nunca actuaba dejándose llevar por el genio o por los impulsos. No era una mujer deliberadamente cruel. Jamás habría pensado que podría ser capaz de hacer sufrir intencionadamente a Dani… De hacerle daño a él.

No sabía qué pensar, qué decir. Aunque una parte de él sabía que tenía que encontrar a Dani y explicarle todo lo que había conspirado contra ellos, otra parte de sí mismo estaba destrozada al descubrir que su madre no era la santa que él siempre había pensado.

– ¿Alex? -susurró su madre-. Lo siento.

– Lo sé -respondió Alex, consciente de que el hecho de que su madre lo sintiera no iba a servirle de nada.


– No sabes cuánto me ha costado tomar la decisión -dijo Dani con calor, preguntándose si el saber que se sentía culpable serviría de algo-. Has sido magnífico conmigo y me ha encantado trabajar aquí. Y la verdad es que estoy dispuesta a quedarme hasta que hayas encontrado a alguien para el puesto.

Bernie negó con la cabeza.

– Te preocupas demasiado. Estaré perfectamente. Tengo familiares que pueden venir a trabajar aquí durante una temporada -sonrió de oreja a oreja-. He aprendido de los mejores.

– Adoro a tu madre -musitó Dani, consciente de que echaría de menos los comentarios constantes de mamá Giuseppe sobre cualquier cosa. Aquella mujer tan pronto estaba hablando del tiempo como del relleno de los canelones.

– Y ella te adora a ti. Pero estoy seguro de que no echarás de menos oírle hablar de lo perfecto que es su hijo.

Dani suspiró.

– Ojalá fueras más joven.

Bernie se echó a reír.

– Y ojalá tú tuvieras unos cuantos años más -le tendió la mano-. Que tengas mucha suerte, Dani. Has decidido trabajar con tu familia y ésa siempre es una decisión sabia. Dame un par de semanas para empezar a buscar, pero nada más. Tú también necesitas comenzar el siguiente capítulo de tu vida.

– Estás siendo más amable de lo que me merezco.

Bernie se encogió de hombros.

– Siempre he sido un buen tipo.

Y era cierto. Era un hombre encantador. A pesar de la diferencia de edad, le habría gustado enamorarse de él y no de Alex. Bernie jamás le habría engañado ni le habría roto el corazón.

Se obligó a dejar de pensar en Alex, porque le resultaba demasiado doloroso. Le estrechó la mano a Bernie y se levantó.

– Eres un buen hombre, gracias por todo.

Bernie le soltó la mano y señaló hacia la puerta.

– Ahora, vete de aquí antes de que cambie de opinión.

Dani se despidió con un gesto y salió.

Echaría de menos el Bella Roma, pero tenía muchas ganas de trabajar en Buchanan's. Se alegraba además de haber tomado la decisión de aceptar el puesto antes de enterarse de la verdad sobre Alex. Así no tenía que preocuparse de que aquella decisión hubiera sido una huida al refugio del hogar.

Miró el reloj y comprendió que tendría que salir inmediatamente si no quería llegar tarde a buscar a Bailey. Y estaba ya fuera cuando uno de los camareros la llamó:

– Tienes una llamada de teléfono. Es de un tal Alex.

Era la primera noticia que tenía de Alex desde hacía cuatro días. Y le fastidió que su primera reacción fuera de alegría. ¿Tan mal estaba que estaba deseando verle a pesar de saber que era una auténtica rata?

– Dile que me he ido -le pidió a Bernie.

– Ahora mismo.

Dani sacó inmediatamente el móvil y lo apagó. No tenía ganas de oír nada de lo que Alex pudiera decirle.


Una hora y media más tarde, estaba en un probador abarrotado de vestidos, con Bailey y riendo con tantas ganas que se le saltaban las lágrimas.

– ¡Para! -gritó mientras Bailey saltaba como un polluelo dentro de un vestido amarillo de tul que no podía ser más feo-. Para, por favor. Ya no tengo edad para esto. Si sigo riéndome así, voy a desmayarme.

– Pero es tan vaporoso -dijo Bailey, imitando genialmente a la dependienta que les había ayudado-. Y el amarillo es perfecto para mi pelo.

Dani parpadeó lentamente para alejar las lágrimas y se sentó en el suelo.

– Renuncio -dijo-. Este sitio es horrible. Vamos a otra tienda en la que tengan vestidos más bonitos.

– Pero a mí me hace ilusión parecer un pollo -insistió Bailey con los ojos resplandecientes de diversión.

– Sí, claro. Oh, Dios mío, ¿en qué estaba pensando esa mujer?

Les había llevado cuatro vestidos, cada uno peor que el anterior. A uno de ellos le habían rebajado el precio tres veces y a Dani no le sorprendía. ¿Quién iba a comprar una cosa así?

Habían estado en otras tiendas de las galerías y no les había pasado nada parecido. ¿Lo habría hecho la dependienta porque Bailey tenía el síndrome de Down? Dani no quería pensarlo, pero ella tenía la sensación de que ése podía ser el problema.

Se recordó a sí misma que la gente así era estúpida y que ella tenía sus propios problemas en los que pensar. No tenía que sufrir por esas tonterías. Lo único que tenía que hacer era sacar a Bailey de allí e ir a buscar un vestido a cualquier otra parte.

En cuanto Bailey se vistió de nuevo y dejaron aquel vestido horroroso en su sitio, Dani la sacó de la tienda.

– Creo que vamos a necesitar un poco de energía para continuar la búsqueda -dijo Dani-. ¿Te apetece tomar algo?

– ¿Galletas saladas? -preguntó Bailey esperanzada.

– Galletas saladas.

Se dirigieron a un puesto de Auntie Annes y compraron unas galletas y unos refrescos. Mientras comían, Bailey estuvo hablándole a Dani del colegio.

– Prefiero la lectura a las matemáticas -le explicó-. A veces, Alex viene a casa y me ayuda con las matemáticas. Ya sabes que voy a unas clases especiales, pero lo hago muy bien.

– Estoy convencida. Seguro que estudias mucho.

– Sí -Bailey sonrió y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja-. Me alegro de que seas mi hermana. Mamá me ha contado que ahora somos hermanas.

– Sí, yo también me alegro -dijo Dani-. Tengo tres hermanos, así que supongo que eso significa que también ellos forman parte de tu familia. Bueno, eso creo, todo esto es un lío.

– Sí, para mí también.

Bailey se acercó a Dani y apoyó la cabeza en su hombro.

– Eres muy buena. Fiona nunca era buena conmigo -miró a Dani y se tapó la boca-. No debería haber dicho eso.

– No te preocupes. No se lo diré a nadie.

– Vale -Bailey volvió a apoyar la cabeza en su hombro-. Me decía muchas cosas malas. No cuando estaba Alex cerca. A veces me asustaba. Pero yo no quería decírselo a nadie.

Qué bruja, pensó Dani, furiosa con la otra mujer. ¿Qué demonios podía haber visto Alex en ella? Le indignaba pensar que Alex había estado engañándole con Fiona y que incluso estaba dispuesto a volver con ella.

El estómago se le revolvió al pensar en ello. Quería concederle a Alex el beneficio de la duda, decirse que seguro que había una buena explicación para todo aquello, pero no podía. Sobre todo después de que Katherine hubiera confirmado sus peores temores. Una vez más, su vida había vuelto a convertirse en una pesadilla.

Bueno, no del todo, pensó mientras le acariciaba a Bailey la cabeza. Era maravilloso tener una hermana. Y aquel día lo había pasado estupendamente. Así, poco a poco, iría superando el dolor.

Terminaron el aperitivo y se dirigieron a otra tienda. Allí Bailey encontró un vestido precioso de color verde claro que le quedaba perfecto. Giró ante el espejo.

– Me encanta.

– Pareces una princesa.

– ¿De verdad? -preguntó Bailey con una sonrisa de oreja a oreja.

– Claro que sí

Dani la miró. El vestido era perfecto. Juvenil y en absoluto infantil. El escote era bastante discreto y el corpiño se ajustaba elegantemente a su cuerpo, la falda era de vuelo y se inflaba cada vez que Bailey giraba.

– Creo que es el vestido perfecto para una fiesta -dijo Dani-. ¿Piensas recogerte el pelo?

– Sí. Mi madre me ha dicho que ella sabe hacerme un moño.

Pagaron el vestido, fueron a comprar un par de zapatos a juego y volvieron al coche. Era más tarde de lo que Dani esperaba y ya había oscurecido. Ella llevaba las bolsas en una mano y a Bailey agarrada de la otra mientras se dirigían al coche.

De pronto, tres adolescentes se pararon justo delante de ellas.

– Vaya, mira lo que tenemos aquí -dijo uno de los chicos.

Era el más alto de los tres e iba vestido con unos vaqueros y una camisa de franela con una camiseta debajo. Miró a Dani fijamente.

– A ti te conozco -dijo.

– No, no me conoces de nada -replicó ella y comenzó a rodearlos.

Pero volvieron a colocarse delante de ella, bloqueándole el paso.

Dani se tensó sin estar muy segura de qué hacer a continuación. ¿Qué querían? Parecían chicos normales y corrientes. ¿Querrían quitarle el bolso? ¿Pretenderían llevarse el coche?

Otro de los chicos miró a Dani con el ceño fruncido.

– Tienes razón. He visto una fotografía suya.

– Sí, es la tía ésa que salió en el periódico. La que se acuesta con su hermano -intervino un tercero-. Ya sabes, la hija de ese tipo que se presenta a las elecciones.

– El senador Canfield -dijo Bailey-. Es mi papá. Y ahora dejadnos en paz.

Los tres chicos soltaron un bufido burlón.

– Vaya, J.P., la subnormal tiene unas buenas tetas ¿eh? ¿Sabes lo que es eso, preciosa? ¿Entiendes lo que quiero decir?

Dani estaba cada vez más preocupada por Bailey. Comenzó a avanzar hacia el coche.

– Yo no soy subnormal -dijo Bailey alzando la cabeza-. Soy una persona normal.

– Pues no lo parece -el chico que estaba a la izquierda agarró a Dani del brazo-. ¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Adónde vas?

Dani apartó el brazo con fuerza.

– A mi coche.

– Pues me parece que te equivocas. De momento vas a quedarte aquí.

– ¡Déjala en paz! -gritó Bailey con fiereza-. No te tenemos miedo.

Dani no estaba en absoluto de acuerdo con ella. Estaba muerta de miedo. Al ver de cerca a los chicos, había podido darse cuenta de que tenían las pupilas dilatadas. Genial. Habían consumido alguna droga. Eso significaba que estaría seriamente mermada su capacidad de razonar.

Presionó el botón de las llaves del coche, pero no pasó nada. Seguramente estaba demasiado lejos. Si pudiera llegar hasta él, podría activar la alarma y aquel ruido bastaría para alejar a aquellos tres adolescentes.

Dio un paso adelante. Los chicos continuaban acosándolas. El que respondía al nombre de J.P. se interpuso entre Bailey y ella.

– A la gente como tú no deberían dejarle vivir -dijo con el rostro a sólo unos centímetros del de Bailey-. Deberían ahogarlos nada más nacer. Como a los animales que nacen con algún defecto.

– Eres un cabeza hueca -gritó Bailey, y le empujó.

Dani se volvió para interponerse entre ellos, pero los otros chicos la agarraron del brazo. Ella se retorcía para intentar liberarse, pero no lo consiguió.

J.P. avanzó hacia Bailey y posó las manos en su pecho.

– Vaya, mirad esto. La subnormal tiene buenas curvas -bajó las manos hacia el cinturón de su pantalón-. Vamos a divertirnos un poco. Empezaré yo -miró a Bailey con una sonrisa-. Seguro que todavía eres virgen, ¿verdad? Pues te va a gustar lo que te voy a hacer.

En ese momento, Dani perdió por completo el control. Fue como si de pronto fuera poseída por una furia y una necesidad de proteger a una persona indefensa que superaban todo lo que había experimentado en su vida.

– ¡Apártate de ella! -gritó.

Se liberó de sus captores y comenzó a blandir las bolsas como si fueran armas. Gritaba mientras golpeaba a uno de los chicos con la bolsa en la que llevaba la caja de zapatos y le lanzaba una patada a J.P. que intentaba acercarse a ella. Pero J.P. alzó el brazo, y antes de que ella hubiera podido alcanzarle, le dio un puñetazo en pleno rostro.

El dolor fue como una explosión. El impacto del golpe la lanzó contra un poste y allí volvió a golpearse la cabeza con dureza. Vio una luz brillante, oyó un sonido sordo y vio lo que parecía un coche corriendo hacia ellas.

– ¡Socorro! -dijo con un hilo de voz mientras iba cayendo contra el suelo de cemento-. Necesitamos…

Y de pronto el mundo desapareció.

Загрузка...