Alex condujo hasta la casa de sus padres y se dirigió directamente hacia el estudio. Se detuvo un momento en el vestíbulo, intentando deshacerse de la sensación de culpa. Se sentía como si tuviera diecisiete años y estuviera llegando tarde a casa. Sin embargo, ya no era ningún niño y, además, ni siquiera vivía en esa casa. En cualquier caso, continuaba sin comprender cómo se le había ocurrido besar a Dani. ¿En qué demonios estaba pensando?
En nada, se recordó a sí mismo. Y ése había sido precisamente el problema. Lo único que había hecho había sido reaccionar a Dani y a las circunstancias. Ese beso no significaba nada. ¿Cómo iba a significar nada? Lo único que era Dani para él era una complicación para su vida y la de su familia.
Pero la atracción sexual no había cesado. Todavía continuaba deseándola con una intensidad que le confundía.
Ignoró tanto el deseo como su recuerdo y llamó a la puerta del estudio de su madre.
– Pasa.
Alex entró en aquella acogedora habitación y sonrió a su madre.
– Todavía estás levantada.
Katherine se levantó y rodeó la mesa para darle un beso en la mejilla.
– Sí, ya te he dicho que no pensaba acostarme todavía -tomó a su hijo de la mano y le condujo hasta la ventana que había al lado de la ventana-. Tengo que hacer informes de todas las obras benéficas que hemos hecho durante este año. Me ocurre todos los años por estas fechas, pero nunca estoy preparada. Me gustaría ser una de esas mujeres tan organizadas que son capaces de planificarlo todo.
– Tienes ocho hijos. Haces más de lo que puedes.
Katherine sonrió mientras se volvía hacia él en el sofá.
– Julie y tú ya estáis viviendo por vuestra cuenta. Y tu hermano Ian es más independiente cada día.
Alex sonrió.
– De modo que sólo tienes que preocuparte por los otros cinco. Sí, tienes razón, deberías hacer las cosas mejor.
Su madre se echó a reír.
– Ya sé lo que quieres decir. Si quiero, puedo poner excusas y la gente lo comprenderá. Sinceramente, me gustaría poder hacerlo todo, pero me conformaré con lo que pueda abarcar.
Pero Alex sabía que cumpliría con todas sus obligaciones, porque para ella el deber era lo primero. Lo creía sinceramente y le habían educado en ese código.
Alex recordaba la primera vez que había visto a Katherine Canfield. Recordaba sus ojos, lo azules, profundos y amables que le habían parecido. Eran unos ojos que parecían acariciarles mientras le hablaban. Recordaba su mano en su hombro. Ningún adulto le había tocado nunca, excepto para pegarle. Otros niños habían intentado pegarle también, pero él no les había dejado.
Katherine era buena y amable con él, y cuando le sonreía, Alex pensaba que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ella con tal de que le adoptara.
Y Katherine le había adoptado. Y le había querido de tal manera que le había hecho sentirse seguro por primera vez en su vida. Tenía un corazón enorme y sabía entregarlo. A veces, cuando la veía con su padre, Alex se preguntaba si no sería demasiado generosa con él… con todos ellos.
Tomó en aquel momento la mano de su madre y se la estrechó con delicadeza.
– Mamá -comenzó a decir, pero su madre le interrumpió sacudiendo la cabeza.
– Ahórrate los discursos -le dijo con voz queda y mirándole a los ojos-. Ya lo sé. Dani es hija de Mark.
– ¿Cómo lo has adivinado?
Katherine se encogió de hombros.
– Lo supe desde el momento que la vi. Se parece mucho a Mark, en su forma de erguir la cabeza, en la forma de su barbilla… Estoy seguro de que tu padre estará encantado.
– ¿Y tú?
Su madre se inclinó hacia él.
– Ésa es la pregunta que quería hacerte yo a ti. ¿Cómo llevas todo esto?
– ¿Lo de haber adivinado que tiene una hija biológica?
Katherine asintió y le dijo:
– No significa nada, ¿sabes? Eso no cambia en absoluto lo que tu padre siente por vosotros.
Eso era lo mismo que Alex le había dicho a Ian. Ninguno de ellos lo había creído entonces y tampoco lo creía Alex en aquel momento.
– Eso lo cambia todo -le dijo a su madre-. La dinámica de la familia ha dado un giro fundamental. Pero si lo que quieres saber es si me estoy preguntando cuál es mi lugar en el universo, la respuesta es no.
– La verdad es que me preocupa más el lugar que ocupas en esta familia y cómo crees que esto puede afectar a tu relación con tu padre.
Alex no sabía qué responder. Mark no era como Katherine. Quería a sus hijos, pero siempre se había mantenido a cierta distancia. ¿Haría lo mismo con Dani o no?
– Tú eres su esposa. ¿Estás de acuerdo con todo lo que está pasando?
Katherine se reclinó en el sofá y suspiró.
– Me temo que, piense lo que piense, no tengo elección.
– Papá no te engañó. Tú habías vuelto a tu casa cuando conoció a Marsha Buchanan.
Su madre asintió lentamente.
– Tienes razón, y me lo repito constantemente. Es sólo que… -le miró-. Antes de que tu padre volviera a Seattle, tuvimos una gran discusión y rompí con él. Él me dejó y vino aquí. Fue entonces cuando conoció a Marsha.
Alex maldijo en silencio. ¿Por qué tenía que ser tan complicada la vida? Así que la aventura de su padre con Marsha Buchanan no era completamente ajena a su relación con Katherine, como Alex había pensado en un principio.
¿Por qué se habrían peleado? ¿Y le importaría a su madre que hubiera tenido una aventura con otra mujer tan rápidamente?
Era una pregunta estúpida, comprendió inmediatamente. Katherine se habría quedado desolada. ¿Habría sabido algo de la existencia de Marsha antes de que Dani apareciera?
– Lo siento -dijo con voz ronca.
– No pasa nada, no te preocupes por eso.
Pero se preocupaba. Siempre se había preguntado por qué sus padres no habían tenido sus propios hijos. Había dado por sentado que había sido una decisión consciente, una opción. Katherine decía que era una manera de cambiar el mundo o, por lo menos, la vida de un niño. ¿Pero habría alguna otra razón? Era evidente que Mark era capaz de engendrar hijos. ¿Tendría entonces Katherine el problema?
Se sentía desleal incluso al pensarlo, así que decidió apartar aquella pregunta de su mente. ¿Qué demonios le importaba el porqué? Su madre seguía siendo una mujer increíble.
– Me alegro mucho de que me eligieras a mí. Siempre te estaré agradecido. Tú me has convertido en lo que soy.
Katherine le acarició la cara.
– Te quise desde la primera vez que te vi, Alex, pero yo no te he convertido en la persona que eres. Has sido tú el que has hecho de ti el hombre que pretendías ser. Estoy muy orgullosa de ti, pero no me atribuyo ningún mérito. Sin embargo, no me importaría que me enviaras unas flores.
Alex se echó a reír.
– Te enviaré azucenas mañana por la mañana -eran las flores favoritas de su madre.
Alex no sabía qué sentían otros hijos por sus padres. Si les querían mucho o no. Lo único que sabía él era lo poco que recordaba de su madre biológica y lo mucho que Katherine había hecho por él, aunque no estuviera dispuesta a aceptar que le diera las gracias.
– Siempre quise tener una familia numerosa. Y ahora tendremos una hija más.
Decía las palabras apropiadas para la situación e incluso sonreía, pero su dolor era tangible. Alex quería ayudarla, pero no sabía cómo. Katherine le había dado todo lo que necesitaba y, sin embargo, lo único que él era capaz de hacer era verla sufrir.
La segunda excursión de Dani a los cuarteles generales de la campaña del senador fue casi tan aterradora como la primera. Aunque ya no corría el peligro de que le hicieran salir de allí con una patada en el trasero, estaba a punto de comer a solas con su padre biológico por primera vez en su vida.
¿Pero qué pasaría si no encontraban nada que decirse? ¿O si a su padre no le caía bien? A lo mejor la encontraba aburrida y deseaba no haberle conocido nunca.
– No, eso no va a ocurrir -se dijo con falsa vehemencia-. Soy una mujer encantadora.
Pero aquel intento de animarse no sirvió para aplacar los nervios que parecían estar haciendo pilates en su estómago.
Dani entró en el almacén y le dijo su nombre a la recepcionista. La mujer sonrió.
– El senador está esperándola. Espere aquí y ahora mismo vendrá Heidi a buscarla.
¿Heidi? ¿Qué Heidi?
Intentó hacer memoria y al final se acordó de que era la mano derecha de Mark Canfield.
Dani se acercó al sofá, pero no se sentó. Estaba demasiado nerviosa. Todo aquel asunto de ese padre recién encontrado le resultaba casi misterioso, más que una parte fundamental de su vida. No conocía a Mark Canfield y él tampoco la conocía a ella. Hasta ese momento al menos, los lazos de sangre no se habían traducido en ninguna conexión emocional.
Esperaba que la situación cambiara después de aquel almuerzo, después de que compartieran algunas horas a solas.
Heidi se acercó a ella con una sonrisa.
– Hola, Dani, bienvenida. El senador está con una llamada de Washington y no puede atenderte. Si me acompañas…
Heidi le condujo a través de varios pasillos hasta una sala de reuniones. Le hizo un gesto para que pasara y después se marchó. Dani miró alrededor de aquel espacio prácticamente vacío. Aparte de la mesa y de las sillas, no había ni muebles ni ningún elemento decorativo. Desde luego, en aquella campaña no se estaban gastando el dinero en frivolidades.
Segundos después, se abrió la puerta y entró Mark. Le sonrió.
– Dani, estás aquí. Bien, bien. ¿Ya te ha dado Alex la buena noticia?
Se acercó ella mientras hablaba y le dio un abrazo que Dani no esperaba en absoluto. Cuando la soltó, la miró a los ojos.
– Supe quién eras desde la primera vez que te vi. Te pareces mucho a tu madre. Era una mujer maravillosa. Y tan guapa como tú.
Dani no era una persona particularmente preocupada por su aspecto, pero le gustaba que le dijeran que se parecía a su madre. Apenas podía recordar a aquella mujer.
Era tan pequeña cuando Marsha había muerto que incluso se preguntaba si sus recuerdos eran reales o sólo una colección de imágenes inventadas a partir de las historias que le habían contado Gloria y sus hermanos.
Mark se apoyó contra la mesa.
– Recuerdo la primera vez que vi a tu madre. Era un día frío y lluvioso -sonrió-. En realidad, en Seattle los inviernos siempre son fríos y lluviosos. Estaba en el centro, en Bon Marche, unos grandes almacenes. Iba con sus tres hijos. Los más pequeños iban en una sillita y el mayor tenía solamente cuatro o cinco años. Estaba intentando abrir la puerta para entrar. Había algo especial en su mirada, en su determinación. Yo corrí a ayudarla, me sonrió y ésa fue mi perdición.
Dani se sentó en una de las sillas.
– ¿Eso bastó para que te gustara? -preguntó Dani, atreviéndose por fin a tutearle.
Mark asintió.
– Estuvimos hablando durante algunos minutos. Yo estaba a punto de marcharme, aunque era lo último que me apetecía hacer, cuando tu hermano mayor…
– ¿Cal?
– Sí, Cal. Cal dijo que necesitaba ir al cuarto de baño y que ya era demasiado mayor para meterse en el cuarto de baño de las chicas con su madre. Por supuesto, tu madre no quería que fuera solo, así que le acompañé. No puede decirse que fuera el más romántico de los comienzos, pero aquella mujer tenía algo muy especial.
Mark era un hombre que podía encarnar el prototipo de belleza masculina: ojos claros y sonrisa siempre a punto. Dani había visto su rostro infinidad de veces en carteles y en la prensa, y también le había visto en muchas ocasiones en televisión. Hasta ese momento, no se había fijado en él como hombre. Pero mientras le hablaba del pasado de su madre, Mark comenzó a hacerse real para ella.
El senador sacudió la cabeza.
– Es increíble la nitidez con la que recuerdo todo lo que ocurrió aquel día. Invité a tu madre a almorzar. Cuando la camarera nos condujo hasta una de las mesas de la cafetería, dio por sentado que éramos una familia. Supongo que eso debería haberme molestado, pero recuerdo que me hizo pensar en lo bien que me sentía con Marsha y con sus hijos. Estuvimos hablando durante horas -miró a Dani con cierta tristeza-, y ese mismo día me enamoré de ella.
Las preguntas se arremolinaban en la mente de Dani. Estaba a punto de comenzar a formular la primera cuando se abrió la puerta y entraron varias personas, entre ellas, Heidi empujando un carrito con sándwiches y bebidas.
– Oh, estupendo -dijo Mark mientras se levantaba-. Ya llega el almuerzo. Dani, ¿conoces a alguna de estas personas?
Dani estaba empezando a contestar en el momento en el que Alex entró. Se puso de pie inmediatamente, como si necesitara alejarse de él… o de lo que recordaba de él.
Hacía un par de días que no se veían; justo desde que Alex había aparecido en el Bella Roma, había cenado con ella y la había besado.
Lo de la cena se podía justificar, pero Dani todavía no le había encontrado ningún sentido al beso que habían compartido. Por supuesto, su vida sentimental llevaba siendo un desastre de proporciones épicas durante más de un año, de modo que, ¿por qué iba a empezar a cambiar?
Se preparó mentalmente para el impacto sexual que Alex tenía en ella y le miró a los ojos. A pesar de la naturalidad del «hola» con el que la saludó Alex, en su interior se desató un torbellino de calor que se detuvo en rincones verdaderamente interesantes antes de continuar.
– Alex -dijo con aparente calma, ignorando la imagen que se formó en su mente, en la que aparecía el recién llegado haciendo el amor con ella en esa misma mesa.
Mark le presentó a las otras tres personas. Había dos hombres y una mujer, todos alrededor de los treinta años, todos de aspecto enérgico y profesional. Se sentaron alrededor de la mesa. Dani no se dio cuenta de que aquél no iba a ser un encuentro privado entre padre e hija hasta que Alex no separó una silla y se quedó mirándola fijamente, indicándole que se sentara. De modo que iba a ser una más entre una multitud.
Sintió el peso de la desilusión en el pecho. ¿Había interpretado mal aquella invitación? Intentó recordar lo que Mark había dicho y comprendió que en ningún momento había dado a entender que estarían solos. Había sido ella la que lo había dado por sentado.
Bueno, aquello no era lo que esperaba, pero no importaba. Un almuerzo de trabajo también podía ser interesante.
Se sentó al lado de Alex, enfrente de su padre. Repartieron los sándwiches y las bolsas de patatas fritas y después, uno de los tipos, cuyo nombre no había entendido bien, se inclinó hacia delante.
– Podemos analizar las cifras -dijo-. Hacer una encuesta sencilla sobre el gobernador de Kansas. De momento, la sensibilidad del medio oeste continúa siendo un misterio para nosotros.
– Sí, tener algunos datos nos ayudaría -corroboró la mujer.
– No son cifras lo que necesitamos -replicó Mark-. Por lo menos todavía. Alex, ¿qué piensas tú de la encuesta?
– A la larga tendremos que hacerla.
Dani se sentía como si estuviera en medio de una reunión secreta. Cuando Mark se volvió hacia los otros dos hombres, ella se inclinó hacia Alex.
– ¿De qué están hablando?
– De ti.
Dani pestañeó asombrada. ¿Estaban hablando de ella?
– ¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?
Alex la miraba de una forma tan impersonal que cualquiera habría dicho que no se conocían. La miraba como si nunca la hubiera tenido entre sus brazos, como si nunca hubiera compartido con ella un beso que a los dos les había dejado sin aliento.
¿Cómo era capaz de hacer algo así? Dani no sabía si debería sentirse ofendida o impresionada.
– Tenemos que saber cómo nos enfrentaremos a la situación cuando se sepa que eres la hija del senador.
¿La situación? Así que ella no era más que una situación.
– No voy a decírselo a nadie -respondió, fulminándole con la mirada-. Deja de pensar lo peor de mí.
– No estoy pensando lo peor de ti -respondió Alex-. Este tipo de información siempre termina filtrándose. Forma parte de la política de hoy en día. Nadie quiere que suceda, pero sucederá. Tenemos que estar preparados.
– Hasta ahora, ¿quién lo sabe?
Mark miró a Alex, que a su vez miró a su alrededor.
– Nosotros, Katherine y la familia de Dani.
– Pero nadie de mi familia va a decir nada -dijo Dani, pensando que debería advertirles que no lo hicieran-. Y no tenemos ningún contacto con la prensa.
– Katherine quiere decírselo a los niños -advirtió Mark.
– No me parece una buena idea -dijo uno de los hombres-. Los niños hablarán.
– Pero es lo que Katherine quiere -replicó Mark-. La familia es muy importante para ella.
Y, evidentemente, también Katherine era importante para él. A Dani le gustó su actitud. También le había gustado que hubiera dejado claro que se había enamorado de su madre y que en aquel momento estaba dispuesto a plegarse a los deseos de su esposa. Eso significaba que era un buen hombre, ¿no?
Le habría gustado poder pasar más tiempo con él, a solas. Pero cuando un hombre optaba a la presidencia de un país, el tiempo era limitado. Así que tendrían que ir conociéndose poco a poco.
Miró a su alrededor. No había nada en aquel lugar que evidenciara que se estaba preparando una campaña para la presidencia. Pero era precisamente eso lo que estaba pasando. Su padre biológico quería optar a la presidencia del país.
Le bastaba pensar en ello para que le entraran ganas de reír como una adolescente. Ella era una chica tan normal que casi podía resultar aburrida. No pertenecía a un mundo tan complicado como aquél. Pero allí estaba, convertida en un miembro inesperado del clan Canfield.
El almuerzo duró menos de una hora. Antes de que Dani hubiera podido rodear la mesa para hablar con su padre otra vez, Mark salió de la sala de reuniones acompañado por los hombres de traje.
Dani le siguió con la mirada, intentando no sentirse desairada.
Alex recogió la libreta con la que había entrado en el sala.
– Tiene un par de llamadas que hacer. No es por ti.
Dani estaba destrozada; apreciaba las palabras amables de Alex y se pregunta si tendría el aspecto de un cachorro triste y abandonado.
– Gracias. Todo esto es muy diferente para mí. Me va a costar acostumbrarme.
– Cada vez te resultará más fácil.
Alex hizo un gesto para invitarle a salir de la habitación y, cuando Dani pasó por delante de él, posó la mano en su espalda.
Fue un gesto educado, casi frío, pero el cuerpo de Dani lo interpretó como si fuera mucho más. Podía sentir cada uno de sus dedos presionando su espalda y la necesidad de entregarse a aquella caricia fluyó en su interior con tanta fuerza que tuvo que concentrarse para no ceder a ella.
– Bueno, digamos que de momento tú me llevas mucha ventaja -contestó, esperando no parecer ni nerviosa ni estúpida-. De todas formas, no me vendría mal hablar un poco de lo extraño que es que no seamos parientes y, sin embargo, los dos podamos llamar a Mark «papá».
Alex le sonrió.
– Yo le llamo «senador».
– Y probablemente yo también debería hacerlo, ¿no?
– Tú no eres uno de sus empleados.
– No, a no ser que tu padre esté pensando en meterse en el negocio de la restauración -suspiró-. ¿Sabes si hay algún libro o algo parecido que se titule Cómo tratar con inesperados padres biológicos para estúpidos? Porque creo que no me vendría nada mal.
Alex sonrió de oreja a oreja y ella le devolvió la sonrisa. Fue una respuesta casi involuntaria a un hombre que no sólo era atractivo, sino que le gustaba. Se miraron a los ojos y, de pronto, Dani se descubrió a sí misma reviviendo el beso que habían compartido en tiempo real.
Había sido maravilloso. Mejor que maravilloso. Había sido un beso apasionado, excitante y tentador.
Y también un terrible error. Había más de quince razones por las que no deberían estar juntos bajo ningún concepto. Era…
Doblaron una esquina y vio a Katherine caminando hacia ellos. Dani se separó inmediatamente de Alex, al tiempo que intentaba luchar contra una repentina y extraña sensación de culpa. En realidad no estaba haciendo nada malo.
Estaba tan concentrada en comportarse de forma natural y en no parecer culpable que tardó varios segundos en fijarse en la mujer increíblemente atractiva que acompañaba a Katherine.
Los cuatro se detuvieron para saludarse.
– ¡Dani! -exclamó Katherine, como si realmente estuviera encantada de verla-. Cuánto me alegro de verte -se inclinó para darle un beso en la mejilla-. Quiero ser la primera en darte la bienvenida a la familia.
La amabilidad de Katherine era todo un misterio para Dani. ¿Aquella mujer era real?
– Gracias, es usted mucho más que amable.
– Sí, soy muchas cosas, y no todas buenas -contestó Katherine entre risas-. Dani, ésta es Fiona, mi ex nuera. Fiona, ésta es Dani Buchanan, la hija de Mark.
– Hola -contestó Dani mientras iba procesando aquella información.
– Encantada de conocerte -contestó la atractiva pelirroja con aire ausente.
Toda su atención estaba fija en Alex. Así que era la ex nuera de Katherine. Dani se volvió hacia Alex, ¿sería entonces su ex?
Fiona pasó por delante de Dani y agarró a Alex del brazo.
– Necesito hablar contigo, cariño. ¿Tienes un minuto?
Y se lo llevó antes de que hubiera podido contestar.
Katherine los siguió con la mirada.
– Todos sentimos mucho que las cosas no funcionaran entre ellos. Pero a lo mejor con el tiempo…
Dani miró alternativamente a Katherine y a la pareja. ¿Alex había estado casado con aquella belleza? Por supuesto, él no se habría conformado con una mujer normal y corriente. Pero después de aquella diosa, ¿cuál iba a ser la siguiente de la lista? ¿Halle Berry? ¿Scarlett Johansson?
Katherine volvió a centrar su atención en Dani.
– ¿Qué tal ha ido el almuerzo con Mark?
– Ha sido interesante. Muy centrado en la política. Están preocupados por lo que pueda pasar cuando la gente se entere de que existo. Pero yo no voy a decírselo a nadie, por supuesto.
Katherine le palmeó el brazo.
– Las filtraciones de información se han convertido en una forma de vida. Ya te acostumbrarás a ello. Ahora, dejemos que sean ellos los que se preocupen por la estrategia. ¿Te ha contado Mark que ya se lo he dicho a los niños?
¿Ya se lo había dicho?
– No, sólo ha comentado que pensaba decírselo.
– Están encantados de saber que tienen otra hermana. Hagas lo que hagas, no les des tu número de móvil si no quieres que te vuelvan loca a todas horas -Katherine se echó a reír-. Me gustaría que vinieras a cenar pronto a casa para que podamos ir conociéndonos. Ahora eres una de los nuestros, Dani, para bien y para mal, así que vete preparando. Ahora que te hemos encontrado, no vamos a dejar que te escapes fácilmente.
– De acuerdo, iré a cenar cuando usted quiera -dijo Dani, sobrecogida por todo lo que estaba pasando.
– Y ahora tengo que marcharme corriendo. Te llamaré cualquier día de éstos.
– Y después se marchó -dijo Dani mientras se sentaba en una de las sillas del despacho de Penny, en el Waterfront.
Faltaban todavía varias horas para que se abriera el restaurante y el ambiente era muy tranquilo. Su cuñada frunció el ceño.
– Katherine me parece una mujer magnífica. ¿Dónde está el problema?
– No, no es ella, tienes razón. Es una mujer maravillosa. Es sólo que… están pasando demasiadas cosas. Hace un mes, apenas era consciente de la existencia de Mark Canfield. Y ahora resulta que soy su hija y, además, parte de una familia numerosa. Todo es muy raro. No sé qué pensar.
Penny sonrió.
– Pero esto era lo que querías, averiguar cuál era tu familia. Aunque tengo que decirte que para mí continúas siendo una Buchanan y no pienso dejar que te alejes de nosotros.
– Todo el mundo parece querer una parte de mí -bromeó Dani.
– Hay problemas peores.
– Sí, lo sé -agarró una taza de café que había dejado sobre el escritorio y bebió un sorbo-. Fiona es una mujer sorprendente. Una auténtica belleza. La clase de mujer que hace que todas las que están a su lado se sientan invisibles.
– Así que la odias -dedujo Penny divertida.
– Sólo en teoría. A lo mejor es una buena persona -aunque la verdad era que no se lo había parecido. De hecho, al verla había pensado que tenía el aspecto de un depredador-. Me cuesta creer que Alex estuviera casado con ella. Jamás habla de su matrimonio. Pero vi en Internet que están divorciados. Ya han roto por completo. Ésa es una de las ventajas de una familia como la de los Canfield. Puedes obtener información sobre ella a través de la prensa.
Alzó la mirada y advirtió que Penny la estaba mirando fijamente.
– ¿Qué pasa? -preguntó Dani.
– ¿Has consultado Internet para ver si el divorcio era definitivo? ¿Y tú qué interés tienes en esa clase de información?
Dani clavó la mirada en su café.
– Era simple curiosidad.
– Oh, Dios mío, ¿te gusta? ¿Te gusta de verdad?
– No, claro que no.
– ¡Estás mintiendo! Lo noto porque te has puesto colorada.
Dani se llevó la mano a la mejilla y ella misma sintió el calor. Maldita fuera.
– Mira, no es lo que tú piensas. Alex es… interesante.
– Pero sois parientes.
– Pero no de sangre. No seas burra. Él es adoptado. Me parece un hombre amable y también atractivo, y es posible que haya cierto interés por mi parte, pero eso no significa nada.
Penny no parecía muy convencida.
– Eso puede complicar las cosas.
– Nada va a complicar nada porque no voy a tener ese tipo de relación con él -no podía, por maravilloso que hubiera sido su beso-. No quiero saber nada de hombres -insistió, tanto para ella como para Penny-. ¿Necesito recordarte mi pasado?
– No -respondió Penny-, pero a lo mejor ha cambiado tu suerte.
– No es muy probable.
Alex miró el reloj, se excusó y abandonó la reunión. Había prometido llevar a Bailey a cenar y no quería llegar tarde. Todo aquello que podía suceder o dejar de suceder en el momento en el que la prensa descubriera que Mark Canfield tenía una hija secreta podía ser manejado por los profesionales que se ganaban la vida solucionando esa clase de problemas. Él prefería enfrentarse a toda una corporación de abogados antes que a un caso así; le parecía infinitamente más fácil.
Dani tampoco estaba preparada para el circo que representaba una campaña electoral, pensó mientras se dirigía hacia la puerta principal del edificio. Alguien debería explicarle lo que le esperaba. Quizá más tarde pudiera…
Empujó las puertas abatibles que conducían a la zona de recepción. Allí encontró a Bailey esperándole, pero también a un hombre al que Alex jamás había visto. Tardó medio segundo en comprender que allí estaba pasando algo.
Bailey estaba sentada en el sueldo con un cachorro de labrador en el regazo, y el hombre estaba agachado a su lado.
– Cuéntame algo más de tu hermana nueva -le estaba diciendo el hombre, que tenía una grabadora en la mano.
Bailey sonrió.
– Es guapa y muy buena. A Ian le gusta, y a Ian nunca le gusta nadie.
– Así que es la niñita de tu papá.
Bailey arrugó la nariz.
– No es una niñita. Es muy grande.
Alex estaba ardiendo de furia, pero tuvo mucho cuidado de no demostrarlo. Se interpuso entre Bailey y el reportero y le ofreció la mano a su hermana.
– Bailey, ¿te importaría esperarme en mi despacho?
Bailey abrió los ojos como platos.
– ¿Te parece bien que haya jugado con el cachorro? -preguntó.
Alex se obligó a sonreír.
– Claro que sí. Espérame allí un momento y después nos iremos.
– Vale.
Bailey le dio un beso al cachorro, lo dejó en el suelo y se levantó. En cuanto se despidió con la mano y cruzó las puertas abatibles, Alex se volvió al periodista.
– ¿Qué demonios estaba haciendo?
El reportero, que debía andar cerca de los treinta años, era un hombre bajo y delgado. Se levantó y agarró el cachorro con un brazo.
– Trabajar -sonrió-. He oído que tiene una hermana nueva. Felicidades.
Alex le agarró del brazo.
– ¿Quién demonios se cree que es? ¿Cómo se le ocurre utilizar un cachorro para sacarle secretos a mi hermana?
El reportero sonrió entonces de oreja a oreja.
– A los niños les encantan los perros. Sobre todo a los que son como ella, a los tontos.
A Alex se le nubló la visión. No veía nada, salvo el hombre que tenía frente a él. Aquel insulto fue la gota que colmó el vaso y ya no fue capaz de contener su furia. Sin pensar en lo que debería hacer o dejar de hacer, le dio un puñetazo al periodista en pleno rostro.
El tipo aulló, y también el cacharro. Comenzaba a sangrarle la nariz. La grabadora estaba en el suelo, rota.
Alex avanzó hacia ella y destrozó con el pie aquel artilugio electrónico, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho, y en más de un sentido.
Los periódicos les llegaron poco después de las cuatro de la madrugada. Alex esperaba lo que se iba a encontrar. Entró en la cocina y lo dejó sobre el mostrador de granito. El mensaje no podía ser más claro.
Había una fotografía del senador y otra un tanto borrosa de Dani. El titular decía: La queridísima hija del senador.