Cuando Holly llegó a la casa, su instinto la hizo no subir directamente a su habitación. Sabía que él la seguiría; la noche aún no había acabado. Todavía quedaban cosas por decir.
Entró en la biblioteca, encendió una pequeña lámpara y, después de un rato, escuchó la puerta abrirse. Él entró en la habitación, se quedó en la penumbra y, aunque no podía ver su rostro, podía sentir su tormento.
– Ven.
– Perdóname -dijo él en voz baja.
– No. Perdóname tú a mí. No debería haberte atacado de ese modo.
– Me prometí a mí mismo que jamás se lo contaría a nadie. No sé por qué de pronto te lo conté…
– Porque si no se lo contabas a alguien, te volverías loco.
Vencido, asintió con la cabeza.
– ¿Y la persona que te hizo el análisis en el hospital?
– Creía que era para un caso. No había nombres. Tal vez lo imaginó, pero no puede saberlo.
Pensó en lo terrible que debía de haber sido para él dejar que todos pensaran que sufría por la muerte de su esposa, cuando en realidad lo que le estaba consumiendo era la muerte de toda esperanza y confianza. ¿Cómo no se había dado cuenta?
– Confío en ti.
– Nunca se lo contaré a nadie. Por el bien de Liza… y por el tuyo.
– Tal vez Liza tenga que enterarse algún día, pero no hasta que no sea lo suficientemente mayor como para entenderlo. Por eso guardo las distancias, no quiero que ella note que no siento nada.
– No creo que hayas dejado de quererla. Es imposible, si siempre la quisiste tanto.
– ¿Y si no fue así? ¿Y si la quería sólo porque era fruto del amor entre Carol y yo? ¿Y si sólo la quería por mi vanidad, porque ella representaba una extensión de mí mismo?
– Pero tú no eres así, no puedes pensar eso.
– ¿Crees que me conoces mejor que yo mismo?
– Creo que, aunque digas que no sientes nada, en realidad sientes más de lo que puedes soportar.
– No te andas con chiquitas, ¿verdad? Venga, dime qué tengo que hacer. Estoy en tus manos.
– Pasa más tiempo con Liza. Por ejemplo, en la piscina que tenéis en los jardines, ésa que tienes abandonada. El ejercicio sería muy bueno para su pierna. Haz que limpien la piscina y la llenen y después pasad el día entero allí. Ayúdala a nadar y, aunque no quiera que la ayudes, sobre todo asegúrate de estar ahí cuando ella se gire para mirarte. No importa si tú no la estás mirando a ella. Lo único que importa es que estés ahí.
– Si supieras lo ocupado que estoy…
– Lo sé. Y Liza también lo sabe. Por eso significaría tanto para ella que le regalaras ese día.
– Defiende muy bien su caso, avvocato. Ha convencido al juez y obedecerá sus órdenes.
– No te estoy dando ninguna orden -dijo a la defensiva-. Sólo te doy una idea.
– No hay mucha diferencia. Pero tienes razón. La única condición es que estés allí, necesitaré tu ayuda, Holly. No sé adónde me llevará esto, pero sé que no puedo hacerlo sin ti. Holly…
– Está bien… no te preocupes. Ahora me voy a la cama y creo que tú deberías hacer lo mismo.
Al día siguiente, Liza estaba emocionada por el asunto de la piscina e insistió estar presente mientras la limpiaban y preparaban para ella.
Holly fue a Roma a comprar un bañador para Liza y otro para ella. Dudó un rato, tentada por un biquini, pero al final se decidió por un sobrio bañador negro. Lo que iba a hacer era exclusivamente por el bien de Liza. ¡Nada más!
La jornada en la piscina llegaría dos días más tarde, eso es lo que acordaron.
– No habrá llamadas al móvil -dijo Holly.
– Pero… Lo que tú digas.
Ésa fue su única conversación, como si hubieran hecho un pacto para no mencionar lo que había ocurrido aquella noche.
El verano estaba llegando a su fin, pero todavía hacía suficiente calor como para disfrutar de un maravilloso día de piscina. Holly le dio todas las pautas a seguir para que la niña disfrutara del día que había esperado con tanta emoción. Viéndolo allí de pie, sonriendo, con su bronceada y brillante piel que destacaba de su albornoz blanco, sintió ternura por él. Estaba siguiendo su guión, pero lo hacía con tanto empeño que le llegó al corazón.
Mientras esperaban a que Berta bajara a Liza, bromeando pasó lista:
– ¿Móvil?
– En mi despacho.
– ¿Llamadas a fijo? -Anna tiene órdenes de anotar los mensajes.
– ¿Visitas?
– No estoy en casa.
– ¿Algo para leer?
– ¿Algo para leer? -preguntó, sorprendido-. ¿Se me permite leer?
– Sí, siempre que no sea nada de leyes. Una novela de misterio barata es lo mejor en estos casos.
– ¿Una novela…?
– Sí, me imaginé que no tendrías nada tan útil, así que te compré una cuando fui a Roma.
Lo levantó para que viera la macabra portada y casi se rió al ver la expresión de su cara.
– En mi vida he…
– Pues ya es hora de que lo hagas. Te vendrá bien. Seguro que Liza se queda dormida después de comer y, cuando se despierte y te vea, tú tienes que estar leyendo algo que puedas dejar al momento.
– ¿Y por qué directamente no lo leo?
– ¿Quieres hacer las cosas bien o no?
– Nada me importa más. Vale, dime cómo.
– Simplemente estate ahí.
– Todo el rato, lo prometo.
Cuando Liza llegó en la silla llevada por Berta, su padre la agarró de la mano.
– ¿Estás lista?
La niña, que estaba mucho más que contenta, empezó a levantarse de la silla.
– Creo que deberías quedarte en la silla -dijo Holly-. Hay un paseo hasta la piscina y tienes que guardar fuerzas para nadar. No querrás que te duela la pierna cuando llegues, ¿verdad?
– Está bien.
Los cuatro se dirigieron hacia la recién limpiada piscina que resplandecía a la luz del sol.
– ¿No es preciosa? -gritó Liza mirando a Holly-. Papi la construyó sólo para mí.
– Pensé que la había construido tu abuelo -apuntó Berta con muy poco tacto.
– Papi la mandó construir para mí.
– Pero en algún sitio he leído…
– ¡Que la construyó para mí!
Estaba al borde de uno de sus arrebatos. Berta no sabía qué hacer. Holly se estaba preparando para actuar, pero finalmente fue Matteo el que acudió al rescate.
– Una parte es verdad. Mi padre la construyó, pero yo la remodelé cuando Liza era pequeña. Era demasiado profunda para una niña. Hice que construyeran escalones anchos para que pudiera ir entrando gradualmente. Eso es lo que tú recordabas, ¿verdad, piccina?
De pronto Liza volvió a ser todo sonrisas.
– Sí, eso es, papi. Mami me traía todos los días a ver a los obreros. Decía que los volvía locos, haciéndoles preguntas todo el rato.
Entonces su risa se desvaneció. Matteo se arrodilló enfrente de ella.
– Sí. Recuerdo que me lo dijo.
Para alegría de Holly, él rodeó a la niña con sus brazos y la abrazó fuerte.
– Venga, vamos al agua -gritó Liza.
El momento de peligro ya había pasado.
De la mano, bajaron los escalones juntos. Holly se había metido al agua y extendió los brazos para que Liza nadara sobre ellos. Y lo hizo, ayudada por Matteo. Viéndolos a través del reflejo del sol en el agua, le pareció estar viendo de nuevo la fotografía del feliz padre con su feliz hija.
Liza estaba más risueña que nunca. Matteo, por su parte, parecía relajado. Entraron y salieron varias veces del agua para que la niña hiciera sus ejercicios. Después de una hora, Anna apareció con un carrito cargado de refrescos y helado.
Liza había perfeccionado el arte de comer y hablar a la vez.
– Papi me enseñó a nadar. Dijo que todos los Falluccis siempre han sido buenos nadadores, y que yo iba a ser la mejor Fallucci de todos.
Holly contuvo el aliento mientras Liza se acercaba peligrosamente al tema prohibido. Matteo palideció, pero sonrió y dijo:
– Y lo serás, piccina. La mejor Fallucci de todos.
Como había dicho Holly, Liza durmió después de comer, sobre una toalla a la sombra de los árboles. Matteo buceó y nadó varios largos mientras Holly, inmersa en sus pensamientos, lo observaba.
Cuando finalmente salió del agua, se puso el albornoz y se tumbó. Sacó el libro que Holly le había comprado y comenzó a leer, al principio un poco de casualidad, pero con claro interés al final. Estaba en el primer capítulo cuando Liza se despertó y fue hacia él.
– ¿Es bueno? -al no obtener respuesta, volvió a preguntar-: ¡Papi! ¡Que si es bueno!
– Sí… sí, es bueno.
– ¿De qué trata?
– De un hombre que está en la cárcel por un crimen que no cometió y planea su venganza.
– ¿Alguna vez mandas a gente inocente a la cárcel, papi?
– Intento no hacerlo. No encarcelo a nadie a menos que crea que son culpables.
– Pero imagina que te equivocas.
Matteo miró a Holly que, lejos de ayudarlo, se tumbó en el césped y se rió.
– Lo siento -dijo, y se acercó a ellos-. Liza, por ahora no pienses en eso. Pero cuando seas mayor, tienes que hacerte abogada y estudiar los casos de papá para decirle en qué se equivocó.
– Muy bien -dijo Liza, satisfecha.
– Gracias -dijo Matteo irónicamente.
– ¿Le hace muchas cosas horribles a sus enemigos? -preguntó Liza.
– Creo que sí, pero te lo diré con seguridad cuando lo lea.
Liza dio un suspiro de alegría.
– ¿Cómo puede ser tan morbosa? -le dijo en voz baja a Holly mientras Berta ayudaba a la pequeña a entrar en la piscina.
– Porque es una niña y a los niños les encantan ese tipo de cosas.
– Después de lo que le pasó…
– No es lo mismo. Esto es un libro, no tiene nada que ver con la realidad.
Se calló al ver un repentino cambio en su expresión.
– ¿Qué pasa? No has mandado a ningún inocente a la cárcel, ¿verdad?
– No que yo sepa. Claro, todos dicen que son inocentes. Y normalmente, los peores son lo que más protestan. El peor que he conocido fue Antonio Fortese, un asesino que se escapaba muy a menudo.
– ¿Es ése el que te amenazó?
– Así es. Juraba que era inocente, pero no lo era. Se merecía los treinta años de condena. Ahora puede amenazar todo lo que quiera. Está encerrado en una cárcel de máxima seguridad.
– Tal vez tenía que haber elegido otro libro.
– ¿Por qué? ¿Crees que voy a tener pesadillas? Los personajes como Fortese son parte de mi vida. Esto -dijo, agitando la novela -es muy suave.
– Bueno, te diré una cosa: Liza tiene mucha mejor opinión de ti ahora que sabe que puedes engancharte a un buen libro.
– No te voy a negar que el libro engancha un poco. Por eso antes no podía dejar de leer -se rió.
De ese buen humor, resultaba encantador, pero Holly tenía que ser cauta.
Anna apareció de detrás de los árboles con cara de preocupación.
– Signore, ha venido alguien.
– Te dije que no atendería visitas.
– Pero signore…
Matteo miró hacia arriba, enfadado. Pero su expresión cambió cuando vio a la señora mayor que estaba de pie detrás de Anna.
– Mamma!
Liza dio un pequeño grito y se apresuró para abrazar a su abuela. Aparentaba unos sesenta años y era una mujer sonriente y elegante.
Holly la observaba con curiosidad, sabía que no se trataba de ninguna coincidencia. Y lo supo mejor cuando, un rato después, la llamaron para presentársela.
– Siento no haberos avisado de que vendría, ha sido un impulso.
– Sabes que siempre eres bienvenida. Vamos dentro.
Anna le había contado a Holly que el padre de Matteo estaba muerto y que su madre, Galina, se había vuelto a casar. Su marido era inválido y vivían en Sicilia. Era un viaje demasiado largo como para ser improvisado.
– Mis hijastras vinieron a vernos y decidí dejarlas a solas con su padre. Además, hacía mucho que no veía a mi nieta favorita.
– Soy tu única nieta -señaló Liza.
– Entonces tienes que ser mi favorita.
El resto del día lo pasaron preparando la habitación para Galina. Holly se mantuvo al margen, no quería entrometerse y por eso sólo se dejó ver a la hora de la cena. Además, estaba furiosa. Su instinto le decía que la mujer había ido a inspeccionar.
Cuando, para alivio de Holly, la cena acabó, sugirió que Liza se fuera a dormir.
– Berta y yo la subiremos más tarde. ¿Por qué no acabas ya tu turno?
No tuvo más opción que aceptarlo. Tal vez ésa iba a ser su última noche en la casa. No hacía tanto que había deseado escapar de allí, pero en ese momento habría dado cualquier cosa por quedarse.
Cuando Galina subió a la niña medio dormida, las dos juntas la metieron en la cama.
– No pretendíamos subir tan tarde, pero es que Liza tenía un asunto criminal que discutir con su padre.
– ¿Un asunto criminal?
– Algo relacionado con un libro que estaban leyendo juntos.
– Ah, sí. Es una novela de misterio.
– Entonces debe de ser cosa tuya. Sé que eres una nueva influencia para mi hijo.
– No lo entiendo. ¿Cómo lo sabe?
– Porque habla mucho de ti. Nos llamamos mucho por teléfono y siempre habla de ti. Claro, que siempre es muy discreto y correcto. Me cuenta lo buena que eres con Liza. Y por eso estoy aquí, porque tenía curiosidad por conocer a esa maravillosa persona. Y ahora que te conozco, creo que lo entiendo todo. Entiendo por qué Liza te quiere tanto.
– ¿Pero qué le ha dicho su hijo exactamente?
– Todo lo que necesito saber. Si hay algo más… él me lo contará en su debido momento. Por ahora, estoy encantada con lo que he visto. Mi hijo parece estar vivo de nuevo y eso es lo único que quiero después de todo lo que ha sufrido. Puede que se esté enamorando de ti.
– Oh, no. Es demasiado pronto para eso.
– ¿Demasiado pronto? ¿Por qué?
– Por lo que sentía por ella.
– ¿Crees que todavía guarda una imagen maravillosa de su mujer? Yo no lo creo.
– De todos modos, todo fue tan terrible… tiene que superar ese shock.
– Eres una mujer sensata. Lo ayudarás. Y… es un hombre atractivo, con una buena posición y pareces tenerle mucho cariño a su hija. No sería imposible que llegaras a enamorarte de él.
– Sí lo sería. Hay muchos obstáculos.
– ¿Amas a otra persona?
– Ya no. Nunca más lo haré.
– Ya entiendo. Bueno, no husmearé más.
Esos días, la casa se convirtió en un lugar mucho más alegre. Berta presentó su dimisión y se marchó de la casa con una gratificación para, a continuación, caer rendida a los brazos de Alfio.
Se celebró una pequeña fiesta en honor a Galina, que estuvo en todo momento al lado de Holly. Ella, por su parte, intentó no mirar demasiado a Matteo, para no alimentar más las sospechas de Galina. Pero, por otro lado, se deleitó pensando que sólo ella conocía su interior.
Aun así, no pensaba en absoluto en el matrimonio. La relación que tenían, por ahora, le bastaba. No sabía si llamarlo amor. ¿Se podía estar enamorada de un hombre que le hacía sentir emoción y furia a la vez?
Salió de su ensoñación al oír el sonido de un teléfono móvil. Era de uno de los invitados.
– Poned la televisión -dijo el hombre-. Las noticias.
– «Nadie sabe cómo Fortese consiguió una pistola, pero mató a dos guardias de la prisión antes de escapar…».
– ¿Fortese? ¿No es el…?
– Sí. Siempre he temido que pasara esto -dijo e hizo un esfuerzo por sonreír-. Pero lo capturarán antes de que pueda…
– Antes de que venga a por Matteo. Claro que lo capturarán. Tienen que hacerlo.
– Sí, tienen que hacerlo.
Aterradas, permanecieron mirándose la una a la otra.