Últimamente nada en la vida de Holly había sido normal.
La intimidad que compartía con Matteo podía ser amor, pero ellos nunca mencionaban esa palabra. Cuando estaban con más gente, se comportaban como amigos, no mostraban ningún tipo de pasión. Cuando llegaba la noche, compartían la dicha de estar el uno en brazos del otro.
Pero siempre estaba presente el peligro. El tiempo pasaba y no había rastro de Fortese. No estaba en ninguna parte. Y estaba en todas partes.
Cuando veía a Matteo marcharse al trabajo, pensaba que no lo volvería a ver. Y cuando lo recibía por la noche, pensaba que sería la última vez que lo hiciera.
La casa estaba constantemente vigilada, aunque por el bien de Liza, los policías no iban uniformados. Cuando le llegó el momento de ir al colegio, Matteo contrató a tutores para que no tuviera que salir de casa.
Su salud estaba mejorando, aunque todavía necesitaba echar la siesta después de comer. Holly aprovechó una de esas ocasiones para descansar y dormir.
Anna la despertó.
– La niña no está bien.
Corrió a la habitación de Liza, que estaba llorando. Una doncella la consolaba.
– Cariño. Dime qué te pasa.
– Me duele la cabeza.
Holly le puso la mano en la frente. Su temperatura era demasiado alta y la pequeña intentaba cubrirse los ojos.
– Piccina, mírame.
– No, me duelen los ojos.
– Vale, no te preocupes. Todo saldrá bien.
Fuera de la habitación, le dijo a Anna:
– Por favor, llama al doctor y dile que venga rápidamente.
El doctor tardó media hora. Se le veía muy serio mientras le tomaba la temperatura.
– El hijo de una amiga tenía los mismos síntomas, era meningitis -le dijo fuera de la habitación.
– Eso creo. Hay que llevarla al hospital. Pediré que una ambulancia la lleve a San Piero.
Mientras él telefoneaba, Holly salió a contárselo a uno de los policías.
– ¿Es necesario trasladarla?
– Si no lo hacemos, podría estar en peligro.
Llamó a un teléfono que Matteo había dejado para usarlo sólo en caso de emergencias.
– Por favor, dígale que su hija está enferma, con posible meningitis, y que la han llevado a San Piero.
La ambulancia no tardó. Al llegar al hospital, Holly tuvo que apartarse para dejar paso a las enfermeras. En un momento, ya estaban metiendo a Liza para dentro en una camilla.
Matteo no estaba en la recepción y, cuando preguntó en el mostrador, nadie lo había visto.
Una enfermera le hizo una serie de preguntas.
– Esta mañana estaba bien. Algo menos animada que de costumbre, pero pensaba que era por falta de sueño.
– Esto aparece sin avisar.
– Se echó la siesta y, cuando se despertó, se encontraba mal… le dolía la cabeza.
– Su padre…
– Le he dejado un mensaje.
¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué no había salido corriendo hacia el hospital? ¿Acaso había recordado que no era su hija y por eso lo había dejado para el último minuto?
– Es meningitis bacteriana -le dijo el doctor a Holly-. Y me temo que es muy grave. Voy a suministrarle inyecciones intravenosas con antibióticos para combatir la infección. Usted y su padre también necesitarán antibióticos por si se han contagiado.
– Él llegará pronto. Dejé un mensaje.
– Espero que dijera que era muy urgente, las cosas podrían empeorar mucho.
Matteo no llegaría a tiempo. Liza moriría sin sentirse reconfortada por el amor de su padre y, si eso pasaba, el amor que Holly sentía por él se desvanecería. Pero no podía pensar en eso ahora. Lo único que importaba en ese momento era Liza.
Cuando le permitieron verla, la niña estaba inmóvil, conectada a máquinas y con la cara colorada por la fiebre. Holly le acarició la mano, pero no recibió respuesta.
Se sentó junto a la cama, tomó la mano de la niña y esperó en silencio.
La enfermera estaba allí, pero Holly ni se dio cuenta. Era como si estuvieran solas las dos, atravesando un oscuro túnel que conducía a lo desconocido.
Durante un momento creyó sentir la mano de Liza moverse y sus labios dibujar una palabra que podría haber sido «papi», pero no estaba segura.
Inmersa en ese triste sueño, apenas oyó unas pisadas afuera. A medida que se acercaban más, notó mucho alboroto. La puerta se abrió y Matteo entró.
– ¿Cómo está? ¿Qué ha pasado?
– Es meningitis bacteriana y está muy grave. ¿Por qué no has venido antes? Te llamé hace horas.
– No pudieron darme el mensaje antes. Te lo contaré luego. Ahora, dime que no se está muriendo.
– No puedo -dijo Holly.
Se echó hacia atrás para dejarle paso.
Él se sentó, le tomó la mano y le habló.
– No puede oírte. Está inconsciente.
– Está ardiendo. ¿Cómo ha ocurrido? Piccina, despierta, por favor. Estoy aquí. Papá está aquí.
– No -se oyó un susurro que procedía de la cama-. Él no vendrá.
Matteo y Holly se miraron.
– ¿Qué ha dicho? No lo he entendido.
– Ha dicho que su padre no vendrá -dijo Holly entre dientes.
– Pero si estoy aquí -dijo desesperado-. Piccina, papá está aquí.
– No… no vendrá…, no vino… lo llamé, pero no vino.
– ¿Qué quiere decir con eso?
Holly no pudo hacer nada, no podía ayudarlo.
– Él no vino -volvió a susurrar Liza.
– ¿Qué puedo hacer? -suplicó-. Holly, ayúdame.
– No puedo, no…
– No vino… ni siquiera vino a despedirnos…
Entonces Holly recordó aquella conversación junto al monumento.
– Está hablando de aquella vez, justo antes de Navidad, cuando se fue con su madre y tú no fuiste a la estación a despedirlas. Sabía que algo iba mal porque eso nunca había pasado. Lo está reviviendo.
– ¿Pero por qué no ve que ahora estoy aquí?
– Porque el ahora no existe para ella. Ha vuelto al momento en que la vida se detuvo para ella. Cuando el tren volcó, su madre la rodeó con sus brazos. Carol perdió el conocimiento, pero Liza estuvo despierta. Estaba sola y asustada y te necesitaba, pero tú no estabas allí.
– No sabía nada de eso. ¡Dios mío! -Matteo dejó caer su cabeza sobre la cama-. ¿Qué puedo decirle?
– Eso no te lo puedo decir, pero sea lo que sea, díselo con el corazón y ella lo sabrá.
– Papi, papi -Liza parecía estar agonizando-. ¿Dónde estás?
– Estoy aquí, piccina.
– No… no… Nunca llegaste… mami dijo que… yo no te pertenecía…
– No es posible que Carol le dijera eso, no…
– Me temo que sí lo hizo -dijo Holly.
– ¿Pero cómo pudo hacer algo tan cruel? Entonces lo sabe todo. ¡Oh, Dios!
– No, no creo que lo sepa. Ella lo habrá interpretado de otra manera.
– Por favor, tiene que despertar. Tengo que explicárselo.
– ¿Cómo vas a explicarle esto?
– No lo sé.
La enfermera trajo otra silla y se sentaron a ambos lados de la cama. Holly le extendió la mano a Matteo; la tomó, pero no apartó sus ojos de la niña.
– Liza. ¡Liza! ¡No! ¡Por favor, ahora no!
Holly lloró al sentir su dolor por saber que ya era demasiado tarde.
Silencio y oscuridad. El tiempo pasaba. Parecía que había pasado toda una vida, pero sólo había sido una hora.
– Temí que no fueras a venir.
– Supongo que me lo merecía, pero podrías haber confiado un poco más en mí. Aunque, ¿qué he hecho para merecer confianza?
– No es culpa tuya.
– No pude venir antes. Fortese entró en la sala y nos retuvo a punta de pistola.
– Oh, Dios mío.
– Insistió en pronunciar un discurso dando las razones por las que me odiaba y eso le dio tiempo a los guardias para entrar. Lo redujeron antes de que pudiera disparar. Ya vuelve a estar entre rejas.
– Quieres decir que ya se ha acabado todo.
– Sí.
Debería haberse sentido feliz, pero la tragedia los rodeaba. La niña yacía inmóvil. Matteo le hablaba, pero no recibía respuesta.
– La noche de nuestra boda tuve una pesadilla, pero tú la hiciste desaparecer. No recuerdo los detalles, y sin embargo todavía puedo escuchar tu voz diciéndome: «Estoy aquí. Estoy aquí».
– No sabía que me hubieras oído.
– Dime tu secreto porque lo necesito desesperadamente. ¿Cómo puedo llegar a mi hija?
La palabra «hija» despertó en ella un atisbo de felicidad.
– Ya lo has hecho.
Liza se movió y respiró hondo.
– ¡Piccina! -Matteo se levantó corriendo y le tomó ambas manos-. Estoy aquí. Estoy aquí.
Consciente o inconscientemente, estaba repitiendo las palabras de Holly. ¿Funcionarían otra vez como lo hicieron aquella noche?
– ¿Por qué no viniste? Mami dijo que no te pertenecía.
– ¿Pero qué entiende por eso?
De pronto le llegó la inspiración, justo lo que Matteo necesitaba de ella en esos momentos.
– Piccina, tus papás te querían tanto que te querían sólo para ellos. Incluso tenían celos el uno del otro por ti.
– Mamá decía que tú eras suya -continuó Matteo, que parecía volver a ver la luz-, y yo decía que eras mía, sólo mía porque no quería compartirte. Nos enfadamos y por eso te llevó lejos y te dijo que no me pertenecías, que eras sólo suya.
– Pero ¿sí que te pertenezco?
– Sí, piccina. Eres toda mía.
– Para siempre…
– Para siempre.
Liza volvió a respirar hondo. Se produjo un largo e insoportable silencio y entonces abrió los ojos.
– Hola, papi.
– Hola -dijo, temblando, y se echó sobre sus manos, las manos que tenían unidas.
Después de un momento, miró a Holly y, llorando, le dijo:
– Hola.
En cuanto Liza salió de peligro, Matteo lo preparó todo para que volviera a casa. Convirtieron su habitación en un mini hospital y contrataron a tres enfermeras para cuidarla en todo momento.
Pasaba el máximo tiempo que podía con ella, incluso se tomaba días libres en el trabajo.
Holly se habría mantenido al margen para dejarlos a solas el tiempo que necesitaran, pero no se lo permitieron. Le abrieron los brazos para que también ella entrara a formar parte de su círculo mágico.
Sola con Matteo, la magia era diferente, profunda, sobrecogedora. Ahora él ya hablaba abiertamente de su amor, aunque cuando ella más sentía ese amor era cuando él no decía nada.
Las navidades estaban a punto de llegar, las primeras que pasarían juntos. Y mientras llegaban, Holly no podía desprenderse de un extraño pensamiento, pero no estaba segura de si podía confiárselo a Matteo.
Un día que estaban sentados juntos, él le preguntó:
– ¿En qué estás pensando?
– Es algo raro…
– Cuéntamelo.
– Puede que no te guste… estaba pensando que la persona por la que siento más lástima es Alec Martin.
– ¿El amante de Carol? ¿El hombre que se llevó a mi hija?
– Sí, pero…
– Pero él no se llevó a mi hija, es eso lo que quieres decir. Fui yo el que se llevó a la suya, ¿no?
– La has tenido siempre. Él la vio sólo una vez, en el tren, y a ella no le gustó. Tú eres a quien quiere.
– Sí, y también soy al que se acurruca y al que da un beso de buenas noches. Pensé que me lo había quitado todo, pero era al contrario.
Caminó despacio hacia el jardín, pero esta vez ella no lo siguió. Necesitaba tiempo para aclarar sus ideas. Ella le había mostrado el camino y él tenía que llegar a la conclusión solo.
No volvió a mencionarlo en días, pero entonces le dijo:
– Necesito salir. ¿Vienes conmigo?
Ya en el coche, él le explicó todo:
– Me ha costado encontrar dónde está enterrado, pero ya lo sé. No lo llevaron a Inglaterra, al parecer no tenía familia directa.
El cementerio era pequeño y sombrío, allí estaban enterrados todos a los que nadie quería. Encontraron la tumba de Alec Martin.
– Sólo tenía treinta y tres años cuando murió -dijo Matteo-. Y se pasó su vida adulta ganando dinero para recuperar a su familia. Y ahora no tiene nada. Yo lo he odiado, pero hasta ahora no había pensado lo mucho que él debe de haberme odiado a mí.
Se quedó en silencio por un momento, miró hacia la tumba y habló:
– He venido aquí… He venido a darte las gracias por nuestra hija y a prometerte que siempre cuidaré de ella. Te doy mi palabra.
Tomó la mano de Holly y la sacó de aquel solitario y triste lugar. El aire era frío y estaba anocheciendo, pero a través de los árboles podían ver luces que les indicaban que en otro lugar había calidez, esperanza y una nueva vida.
Justo antes de llegar a ese otro lugar, él se detuvo y dijo:
– Si no hubieras estado conmigo, jamás podría haberlo entendido.
– Yo siempre estaré contigo.
La besó con ternura.
– Volvamos a casa.