– Lo siento -le dijo Matteo cuando se quedaron solos en la habitación de Holly-. Sé que prometí quedarme en mi habitación, pero no tenía ni idea de que pasaría esto. Por favor, créeme.
– Te creo. Sé que eres un hombre de palabra.
– No sabía que para Liza significaba tanto el venir a vernos por las mañanas. ¿Qué hacemos?
– Darle lo que quiere. De eso se trata todo esto.
– ¿Dices que estemos preparados para cuando vaya a venir? ¿Pongo el despertador o vienes tú a despertarme?
– No creo que eso funcionara.
– ¿Así que sugieres que… pasemos la noche juntos y acurrucados?
– No toda la noche. Además, esa cama es tan grande que será como si durmiéramos separados.
Y en un momento, el beso que habían compartido una vez, resurgió. Con gran esfuerzo, ella lo esquivó.
– A menos que tengas una idea mejor.
– ¿Pero por quién me tomas? -dijo, sonriendo.
– Por alguien que está reaccionando a situaciones que se le van de las manos. Tendremos que hacerlo bien.
– ¿Y cómo sabremos que lo hemos hecho bien?
– Lo sabremos cuando Liza sonría.
Él asintió. Después de ese momento violento, dijo:
– Tengo algo que darte.
Cuando él entró en su habitación, ella aprovechó para ponerse un elegante y sencillo camisón. Matteo volvió con su pijama puesto y con una botella de champán y dos copas.
– Guarda esto en un lugar seguro -dijo al sacar unos papeles del bolsillo-. Son copias de todo lo que firmé esta mañana. Todo está en orden.
Ya era legalmente la rica signora Fallucci y la protectora de Liza.
– Bebimos champán con los invitados, y ahora lo haremos los dos solos. Gracias por todo.
Brindaron.
– ¿Te arrepientes? -le preguntó él.
– Todavía no, pero te mantendré informado. Por lo menos, ahora estamos bien y tranquilos.
– No te entiendo.
– Es que parece que somos incapaces de comunicarnos sin acabar gritándonos.
– Es cierto. Normalmente no grito ni me altero.
– Yo tampoco.
– Sólo grito cuando estoy asustado. No me ocurre a menudo, pero… No tengo miedo de Fortese, pero cuando te negaste a casarte conmigo… Incluso cuando alguna noche volvía a casa, sentía temor de que te hubieras marchado.
– No lo sabía.
Siempre había parecido tan dominante y ahora estaba revelando su debilidad sin importarle.
– Creo que el primer día ya me di cuenta de lo importante que ibas a ser. Casi creo en el destino.
– ¿Tú? ¿Un juez creyendo en el destino?
– Un juez también es un hombre… Bueno, da igual… ha sido un día largo y estamos cansados.
– Sí -Holly pensó que ambos sentían que, por el momento, ya habían tenido bastante.
Se metieron en la cama y en segundos se quedaron dormidos.
Holly se despertó al oír una especie de quejido que provenía del otro lado de la cama.
– Matteo, ¿estás bien?
La respuesta fue una serie de palabras inteligibles mientras su mano se abría y cerraba convulsivamente. Entonces se dio cuenta de que estaba dormido.
– Matteo -dudaba si despertarlo o no, pero no podía ignorar el miedo que parecía estar sintiendo.
– No… no… no… no… -su respiración era muy fuerte.
– Estoy aquí… estoy aquí -dijo, y le dio la mano.
Se quedó tranquilo, pero no la soltó.
Se había embarcado en ese extraño matrimonio sin saber demasiado lo que le esperaba, pero se había dicho a sí misma que estaría preparada para afrontar cualquier cosa. Aunque tal vez se había precipitado y había prometido cosas que la ataban igual que la mano que en ese momento estaba tan aferrada a la suya. Pasado un buen rato, las manos se separaron y ella se quedó observándolo hasta que cayó dormida.
Cuando despertó, lo encontró durmiendo relajadamente boca arriba, con los brazos extendidos y la chaqueta del pijama abierta. Le sorprendió encontrarlo así, ya que después de las pesadillas que había sufrido imaginó que estaría durmiendo en una postura defensiva y tensa. ¿En qué más la sorprendería? ¿Viviría lo suficiente para darle tiempo a descubrir más cosas sobre él?
La realidad era que podría morir en cualquier momento. Cerró los ojos en un intento de resistir la angustia que la recorría. De alguna forma, aunque ella creía que había luchado contra él, él se había asegurado un lugar en su corazón.
El recuerdo que más la invadía era el recuerdo del beso que habían compartido aquella noche en la que empezaron a desaparecer las barreras entre ellos. Era imposible borrar el recuerdo de ese beso tan intenso que había intentado resurgir hacía unas horas.
Viéndolo allí dormido, podía ver que, a pesar de su apariencia relajada, las tensiones no habían desaparecido del todo. Era como si, a pesar de esa aparente paz, se viera al borde del desastre.
Mientras pensaba si despertarlo o no, Matteo abrió los ojos y la miró. No se movió, daba la sensación de sentirse feliz por haber encontrado lo que quería.
– ¿Has estado ahí todo el rato?
Ella asintió.
– Claro… qué estúpido soy. Gracias.
Así que, tal vez no lo recordaba exactamente, pero en su interior lo sabía; la había sentido durante la noche agarrada a él.
Pronunció su nombre en voz baja y le acarició la mejilla. Estaba desconcertado, intentando entender cómo estaba ocurriendo eso. Cuando puso su mano detrás de la cabeza de Holly, ella dudó sólo un momento antes de acercarse a él. No era lo más sensato, pero era inevitable.
Se movió ligeramente para dejar que la mano de Matteo pudiera descansar sobre su pecho.
Entonces, alguien llamó a la puerta.
– ¿Puedo entrar?
– Sí. Entra -dijo Holly.
Instintivamente, intentó apartarse, pero él la agarró, diciendo:
– ¿Recuerdas? Teníamos que estar acurrucados.
Tenía razón, así que se colocaron antes de que Liza entrara.
– Os he traído café -dijo, sonriendo por lo que estaba viendo.
Se incorporaron, sonrieron y actuaron como si ninguna otra cosa pudiera complacerlos más. Y eso, en parte, era verdad. Todo era por el bien de Liza. Pero, aun así, le resultaba duro tener que ceñirse a eso ahora que su cuerpo empezaba a sentir todas esas dulces emociones. Se consoló pensando que el acuerdo parecía estar funcionado. Y además, siempre le quedaría la noche. Pero esa noche el juez tuvo que trabajar hasta tarde y, cuando regresó, ella ya estaba dormida.
Dos días más tarde, Galina volvió a su casa.
Matteo iba escoltado a todas partes, se iba muy temprano y volvía a casa tarde. Pasaba todo su tiempo libre con Liza.
Poco a poco se dio cuenta de que la estaba evitando. Ahora dormía en su propia habitación y se ponía el despertador para cuando llegara Liza.
En los ratos que pasaba sola, veía las noticias compulsivamente. Una noche dieron algunos datos sobre Fortese. Ya había visto su cara antes, pero sólo en algunos periódicos que luego había escondido para que Liza no los viera.
Su cara no parecía la de un criminal, pero tenía una mirada fría. Había cometido varios asesinatos y siempre había salido airoso porque había sobornado a testigos y a jueces.
Pero Matteo ordenaba doble protección para los testigos y además era imposible sobornarlo. Cuando le condenó a treinta años, él, sin moverse, dijo:
– La prisión no podrá retenerme. Te encontraré y te mataré.
Holly sintió un miedo que la consumía. El mensaje decía que no importaba las precauciones que tomara porque Fortese ganaría.
Esa noche, apagó la luz y se sentó en la cama. Al otro lado de la puerta, podía oír a Matteo moverse de un lado para otro. Después de un rato, vio que la luz que entraba por debajo de la puerta se apagó.
Iba a necesitar valor, pero no podía echarse atrás. No sabía cuánto tiempo les podría quedar.
Abrió la puerta y lo encontró sentado en la cama, con la frente apoyada en sus manos. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no la oyó entrar y no se percató de su presencia hasta que ella no se arrodilló a su lado.
– Si tienes miedo, deberías contármelo.
– No, sólo…
– Necesitaba hablar contigo. He visto un programa sobre Fortese…
– ¿Liza lo ha…?
– No, sólo sabe que últimamente tienes mucho trabajo. Cuando me quedo sola, leo los periódicos y veo las noticias. Hay muchas cosas que quiero preguntarte, pero parece que huyes de mí.
– No te tienes que preocupar de nada.
– No soy tonta. Todos los días espero a oírte llegar. Me digo a mí misma que, si hay malas noticias, alguien llamará a casa, y que si nadie llama, es porque ya vienes de camino. Y cuando entras, lo que quiero es correr a verte, tocarte y asegurarme de que eres real, pero me aparto y dejo que Liza te tenga para ella sola. Pensé que los dos tendríamos algo más que esto. La primera noche…
– La primera noche casi rompo la palabra que te di…
– ¡Al infierno con tu palabra! Esa estúpida promesa puede romperse. ¿Qué clase de hombre puede mantener una promesa así con una mujer a la que desea?
– ¿Quién ha dicho que yo te deseo?
– ¡Tú lo has dicho! Me lo dices a cada momento y, cuanto más intentas negarlo y ocultarlo, más me lo estás diciendo. Me deseas tanto como yo a ti.
– Déjalo ya. Intento comportarme como un hombre de honor.
– Olvídalo. Si Fortese te dispara, ¿quieres que lo grabe en tu tumba? Aquí yace un hombre de honor. Mantuvo su palabra hasta el final, pero dejó a su esposa sola y desolada, con el corazón vacío. Creo que tienes miedo.
– ¿Cómo no voy a tenerlo? Sí, te deseo. Te deseo desde hace mucho tiempo. Pero me alegro de no haber ido más allá esa primera noche. Nos hemos unido más de lo que pretendíamos. Pero ¿quién soy yo para acercarme a una mujer? Para…
– ¿Amar? Dilo.
– En otro momento, no habría parado hasta haberte hecho mía, hasta que me quisieras. Te habría hecho el amor y habría encerrado tu corazón dentro del mío para que hubiéramos sido uno si…
– Si…
– ¿Pero qué derecho tengo a ganarme tu amor si probablemente no estaré aquí mucho más tiempo? Tenemos que ser realistas. Fortese es prácticamente un genio y me encontrará.
– No… No vas a morir -dijo desesperadamente.
– Rezo para que así sea, ahora que tengo tanto por lo que vivir. Pero no me arriesgaré a abandonarte cuando nuestro amor no ha hecho más que empezar…
– ¡Estúpido! ¿No sabes que ya es demasiado tarde para eso? ¿Crees que nuestro amor no ha empezado sólo porque no nos hemos acostado? ¿Es que no cuenta el amor del corazón si el cuerpo no ha amado?
– ¿Cómo sabes tanto del amor y yo tan poco?
– ¡Basta! -dijo, posando sus labios sobre los de Matteo, que se rindió a su beso.
Se levantó lentamente y también la levantó a ella para poder quitarle mejor su camisón. Después se quitó su pijama y la echó con delicadeza sobre la cama.
– Tienes razón. Es muy tarde para echarse atrás.
– No quiero echarme atrás.
Al principio, le hizo el amor despacio. Y cuando la vio sonreírle como en una ensoñación, volvió a hacerle el amor, pero ahora sin ninguna contención.
Cuando más tarde estaban echados el uno en brazos del otro, Holly tembló ligeramente al volver a la realidad.
– El verano se termina -dijo Matteo-. Ya hace frío por la noche. Vamos a tu habitación. La cama es más grande y, la habitación, más cálida.
– No. No quiero que se acabe ya.
Él la entendió. Esa cama era bastante más pequeña, pero era el lugar en el que se habían unido y amado y se negaban a abandonarlo.
– Entonces, vamos a vestirnos y a meternos debajo de las sábanas.
Él recogió las ropas del suelo, se vistieron y se quedaron acurrucados.
– Nunca me lamentaré de esto, pero…
– No -dijo, tapándole la boca con su mano-. Nada de peros. Lo prohíbo.
– Imagina que muero y que te dejo con una niña, ¿has pensado en eso?
– Si eso ocurriera, al menos me quedaría con parte de ti.
– ¿De dónde sacas tanto valor?
– De ti.
– ¿Y si ya no estoy aquí?
– La misma respuesta. Seguirás dándome valor, siempre estarás conmigo. Pero no hables de eso. Tenemos mucho de lo que alegrarnos. Y tú no vas a morir. No lo permitiré. ¿Crees que es más fuerte que yo?
– No hay nadie más fuerte que tú.
Cuando amaneció, Liza entró sin hacer ruido en la habitación de Holly. Al no encontrar a nadie, se dirigió a la otra puerta y se asomó. Vio la estrecha cama y a los dos dormidos y abrazados.
Salió, riendo para sus adentros.