Pareció que Matteo no había hecho mucho caso a las cosas que Holly intentó decirle, pero la primera señal de que la escuchó fue verlo a la mañana siguiente llamando a la puerta de Liza:
– ¿Ya te has levantado?
El grito de alegría de Liza fue la respuesta a su llamada. Cuando Holly le abrió la puerta, Liza extendió los brazos para que él la levantara. A continuación la sentó en la silla de ruedas, que él mismo bajó. El desayuno fue un gran acontecimiento feliz y, antes de marcharse a trabajar, Matteo miró a Holly como en busca de aprobación.
Más tarde, la llamó.
– Deberíamos intentarlo otra vez para ver si se nos da mejor.
Su corazón le dio un vuelco y fue entonces cuando entendió lo aburrido y oscuro que habría sido su mundo sin la esperanza de volver a salir con él.
En lugar de mandar un coche, él mismo la recogió y la llevó a un pequeño y discreto restaurante situado en una colina, desde donde podían ver Roma. La vista era mágica, el ligero brillo del río Tíber y la cúpula iluminada de San Pedro flotando a lo lejos.
En esa ocasión, evitaron temas peligrosos y disfrutaron de la cena y charlaron.
– ¿Otro café?
– Sí, por favor, me…
Se calló al ver que un hombre estaba saludando a Matteo a lo lejos. Y entonces se alarmó.
– ¡La policía!
– No pasa nada -le aseguró-. Es Pietro, le conozco mucho porque fue mi guardaespaldas. Bien, se aleja, es demasiado diplomático como para molestarnos.
Cuando el hombre uniformado ya se había ido, Holly dijo:
– ¿Guardaespaldas?
– Hace unos años presidí el juicio de un hombre llamado Fortese. Era un tipo repugnante que me amenazó en varias ocasiones. Por eso tuve protección policial durante un tiempo, hasta que terminó el juicio. Lo condené a treinta años y sigue encerrado desde entonces.
– ¿Te amenazó de muerte? -preguntó, horrorizada.
– Supongo que pensó que eso era mejor que una condena larga -dijo con una de sus pocas sonrisas-. Olvídalo. Siempre pasa lo mismo. Aquí somos así, muy dramáticos. Lanzamos amenazas, pero luego no pasa nada.
Desde que había llegado a Italia había estado rodeada de peligro, de algún tipo u otro, y ahora se enteraba de lo de las amenazas. Inglaterra parecía muy tranquila, en comparación.
Tal vez lo más sensato sería volver, pero no deseaba hacerlo. Estaba viviendo con una intensidad desconocida para ella hasta ese momento, y parte de esa intensidad era ese hombre sentado enfrente de ella, que hablaba de las amenazas que había sufrido con una serenidad increíble.
Así era Italia, no sólo una tierra de maravillosos paisajes y lugares con historia, sino también un lugar donde todo se vivía con una fuerte pasión, tanto el amor como el odio. Y lo más extraño de todo es que ella se sentía como en casa. Se había convertido en italiana aquella noche en los jardines con Bruno, aquella noche en la que descubrió los placeres de la vendetta.
– ¿En qué piensas?
– En muchas cosas distintas. Pienso en todo esto desde que llegué a este país. Me está empezando a gustar. Aquí nunca nada es lo que parece.
– Sobre todo tú.
– Sí, supongo que tienes razón. Ni siquiera yo me conozco a mí misma.
– Me pasa lo mismo. Me tienes confundido.
– ¿En qué modo te confundo?
– El día que nos conocimos… simplemente me pareciste útil.
– Sí -dijo, sonriendo-. Ya me di cuenta.
– Es mi forma de ser. Hago lo necesario por conseguir lo que quiero y ser juez me da ese poder… un poder que probablemente no es bueno para nadie.
– No me quejo. Me salvaste.
– Pero ahora que tengo lo que quería, no puedo evitar pensar que tal vez no hice lo correcto.
– Siempre es mejor pensar que te has equivocado cuando ya has conseguido lo que querías.
– ¿Te estás riendo de mí?
– ¿Te molestaría mucho si fuera así?
– No, si fueras tú. Pero es que no estoy acostumbrado.
– No creo que últimamente hayas tenido muchas risas en tu vida.
– No, pero siempre ha sido así. No destaco por mi sentido del humor, como habrás podido observar.
Entonces recordó la foto en la que aparecía con su mujer y su hija, riéndose, llenos de alegría. Pero ese hombre ya no existía.
– ¿Por qué siempre te menosprecias? Todos tenemos una parte mala.
– Pero en algunos esa parte mala predomina sobre las demás, y ése es mi caso. Por razones que no te puedo contar, en estos momentos no tengo muy buena opinión de mí mismo.
– No intento entrometerme, pero tal vez podría ayudarte.
Lo dijo con el corazón. Algo le decía que había algo más aparte de la muerte de su esposa. Deseaba abrazarlo y calmar su dolor.
– Algún día. Hay muchas cosas que me gustaría contarte.
– De acuerdo.
– Bueno… la otra noche celebramos tu libertad. ¿Qué tienes pensado hacer con ella?
– La voy a utilizar para quedarme aquí. No tengo motivos para volver a Inglaterra tan rápido. No tengo familia directa. No tengo trabajo. Allí no hay nadie que me necesite tanto como Liza. Creo que ésa es mi debilidad… me gusta sentir que me necesitan. Es mi necesidad, que alguien dependa de mí, como dependía mi madre.
– Tienes una fuerza que hace que los demás nos acerquemos a ti. Al principio no me di cuenta porque eras tú la que necesitaba ayuda, pero Liza sí que vio en ti algo que la ayudaba.
– Me gustaría saber algo más sobre tu esposa… aunque por supuesto entiendo que no quieras hablar de ella. Sólo han pasado ocho meses y todavía estás sufriendo.
– ¿Y tú todavía estás sufriendo por Bruno Vanelli?
– Sólo sufro por la persona que pensé que era. La felicidad que viví con él ya está muerta, al igual que lo está el hombre que creía que era.
– Vivías engañada. Es cuestión de suerte el tiempo que puedas vivir engañado.
– Bueno, supongo que es algo fugaz.
– No, puede durar años.
– ¿En tu caso duró años?
Por un momento pensó que había ido demasiado lejos. Pero él, en lugar de enfadarse, asintió.
– Ya veo que quieres saber más sobre mi esposa.
– Necesito saber las cosas que Liza sabe… por ejemplo, ¿cómo os conocisteis?
– Estaba aquí de vacaciones y fue a visitar las cortes con un grupo de turistas. Entró en el tribunal, y yo estaba llevando la acusación de un caso. En cuanto la vi, comencé a tartamudear, hice el ridículo y perdí el caso. Antes de que se marchara, la alcancé. Se rió de mí. Estaba deslumbrado. Esa misma noche supe que tenía que casarme con ella. Estaba enamorado. Nos casamos al mes siguiente. Y unos meses después, nació Liza. Me sentía el hombre más feliz del mundo.
– ¿No quisisteis más niños?
– Sí, pero no vinieron. Perdió al siguiente bebé y sufrió tanto que no le pedí que volviéramos a intentarlo. Además, teníamos a Liza.
No pudo evitar que se le escapara una sonrisa. Y Holly se sintió feliz al verlo; ya tenía lo que había esperado tanto tiempo poder ver.
– Seguro que era un bebé precioso.
– Era la más bonita. No había otro bebé como ella. Caminó y habló antes que cualquier otro niño. Y siempre sonreía, quería que todo el mundo fuera su amigo. Pero yo fui el primero al que sonrió, incluso antes que a su madre. Si la hubieras visto…
– La he visto. Liza me enseñó un álbum con fotos de los tres. Parecías una familia muy feliz.
– Y lo éramos.
– Al verlas, hasta sentí envidia porque yo no conocí a mi padre. Me habría encantado tener fotografías de él en las que me mirara con tanto orgullo y tanto amor. Poder guardar recuerdos de ese tipo es una bendición.
Él no respondió. Parecía inmerso en un sueño.
– ¿Nunca miras esas fotografías? -preguntó Holly.
– No.
– Tal vez deberías hacerlo… así recordarías…
– Tal vez no quiero recordar.
– No tengo derecho a darte ningún consejo.
– Ninguna mujer se ha detenido por eso -dijo, sonriendo-. Además, yo te he hecho partícipe. Venga. Déjame oír ese consejo.
– Los dos queríais a Carol y los dos estáis sufriendo. Pero deberíais superarlo juntos y hablar y recordar lo maravillosa que era.
– Maravillosa…
– Bueno, ¿es que no lo era? Has dicho que cuando la conociste te pareció deslumbrante, ¿acaso dejó de serlo? Era tan maravillosa que por eso estás sufriendo tanto, ¿no? Pero para poder superarlo, tendrás que recordar, y compartir tus recuerdos con Liza. Eres la única persona que puede ayudarla.
– Ya lo sé. Pero no sabes lo que me estás pidiendo. Si pudiera hablarlo con alguien, lo hablaría contigo. Soy como Liza. Me apoyo en ti. Pero incluso así…
Apretó fuertemente la mano de Holly.
– Está bien. Está bien.
Seguía sin soltar su mano. Tras un breve momento, alzó la mirada; le estaba diciendo algo y ella recibió el mensaje. Por eso supo que tenía que tener cautela, pero el mensaje la hipnotizó. Se inclinó hacia él cuando él comenzó a acariciar sus mejillas hasta llegar a la comisura de sus labios. Fue una caricia suave y ligera, pero excitante a la vez.
– Holly. Holly… Holly…
La estaba cautivando, pero no podía resistirse. Ya había superado lo de Bruno, pero enamorarse de Matteo acabaría con ella.
– Llévame a casa.
– Holly…
– He dicho que me lleves a casa.
– Buenas noches dijo mientras se dirigía a las escaleras.
– Holly, espera -Matteo la agarró del brazo-. No has dicho nada en todo el camino y ahora huyes de mí. No pretendía ofenderte. Por un momento pensé que nos entendíamos, pero entonces te apartaste como si yo fuera el mismísimo diablo. ¿Qué pasa?
– Se te ha ido de las manos.
– ¿Qué quieres decir?
– Me refiero a tu juego. A tu modo de ocuparte del problema.
– ¿Qué?
– ¿Ya te has olvidado? Te oí hablar con la signora Lionello después de la fiesta. Ella dijo que yo estaba buscando un marido rico y tú dijiste que tú te ocuparías. Supongo que éste es tu modo de hacerlo.
– Olvida eso. No significó nada.
– Sé muy bien lo que significó. Estás intentado atarme para tenerme siempre que me necesites. Y luego deshacerte de mí. Igual que hizo Bruno.
– No te atrevas a compararme con él.
– ¿Por qué no? Estás jugando, igual que hizo él.
– ¿En serio crees que esto es un juego?
Inmediatamente se encontró rodeada por los brazos de Matteo, que acariciaba sus labios con los suyos con un gran poder de seducción.
– Para -dijo como pudo.
– No. No hasta que lo entiendas.
No había nada que entender porque nada tenía ningún sentido ni ninguna lógica. Sólo había furia entremezclada con deseo. Era como si se estuviera traicionando a sí misma porque deseaba besarlo mas, acercarse más a él. Sabía que tenía que escapar de su abrazo, pero en el fondo deseaba aferrarse a él y hacerle ver que podía dar el siguiente paso y el siguiente, sin importarle hasta dónde llegara. Tenía que luchar contra ello, aunque eso le partiera el corazón.
Podía sentirle moverse, la intentaba llevar a la penumbra bajo las escaleras, pero sabía que si cedía, estaría perdida. No, ya nadie la volvería a manipular.
– Deja que me vaya. Te lo advierto… soy peligrosa…
– Es cierto. No debería haberlo olvidado.
Se echó atrás hasta que llegó a una puerta que cruzó sin saber adónde la conducía. Se encontró en el comedor con sus grandes puertas de cristal que daban al jardín. Las abrió y salió corriendo mientras respiraba hondo, tratando de calmarse.
Holly se había prometido que eso no ocurriría, y lo había hecho desde el primer momento que vio a Matteo. Pero toda advertencia había sido inútil. Mientras intentaba alejarse todo lo posible de la casa, alejarse de él, se dijo a sí misma:
– Márchate de aquí. Vete lo más lejos que puedas. Aléjate de él.
Pero era inútil. Ya no podía marcharse.
Después de vagar durante una hora, llegó al monumento de Carol. Allí estaba él. Sentado en el borde de la fuente, con sus manos dentro del agua y refrescándose la cara. Se había quitado la chaqueta y se apreciaba su cuerpo debajo de su camisa mojada.
No quería mirarlo. Si lo hacía, el deseo que él había despertado en ella se convertiría en un auténtico tormento.
– Lo siento dijo él-. No quería que las cosas sucedieran así.
– Yo tampoco.
– En parte tenías razón. Todo empezó como tú has dicho, pero al final las cosas cambiaron. Sabes que ha sido así.
– Sólo sé que no quiero estar en brazos de un hombre que sueña con otra mujer.
– ¿Qué?
– Todavía la amas. Sólo me quieres porque te soy útil. Por eso has venido aquí. No podías esperar a pedirle perdón por haberme acariciado.
Él se sentó en el suelo y comenzó a reírse.
– Dios mío, ¡santo cielo!
Se llevó las manos a la cabeza y se cubrió la cara con ellas. Lloró. Y a pesar de su enfado, Holly no pudo resistirse a su sufrimiento y se arrodilló junto a él.
– Matteo, ¿qué te ocurre?
Se apartó las manos de la cara y pareció estar riéndose.
– ¿Qué es eso tan divertido?
– Todo. Todo, incluidas tus ideas sobre mí. El marido sufriendo por la esposa que ha perdido. Te diré la verdad. Sólo sueño con Carol cuando tengo pesadillas.
– Pero… entonces esto… -dijo, señalando el monumento.
– ¿Esta monstruosidad? Lo construí para esconder mis sentimientos, no para mostrarlos.
– ¿Cómo…?
– La odiaba -dijo con los ojos cerrados-. La odiaba con todo mi ser. La odiaba por no haberme dicho la verdad, y todavía la odiaba más por habérmela contado al final. Todos esos años la amé, ella era mi mundo, habría dado mi vida por ella. Te dije que no era un hombre expresivo, pero con ella sí lo era. No me guardaba nada. Lo era todo para mí, y lo sabía, siempre lo supo…
Abrió los ojos y se giró para mirar las palabras grabadas en el mármol: Amada esposa.
– Cometí el tonto error de creer que lo tenía todo. Pero no vi lo que siempre estuvo claro.
– ¿Quieres decir que dejó de quererte?
Su sonrisa era terrible, llena de desesperación.
– Lo que quiero decir es que nunca me quiso. Se casó conmigo por mi dinero. Le encantaba el dinero y a quien realmente amaba era a un inglés llamado Alec Martin, que por cierto no tenía nada. Creo que se decidió por mí cuando vio esta casa y estos jardines. Me enteré de todo esto pocos días antes de que me abandonara. Me dijo, vanagloriándose, que había seguido acostándose con su amor hasta la noche antes de nuestra boda. Por eso Liza nació tan pronto.
– ¿Dices que…?
– Sí. Mi pequeña no es mía. Siempre había sido de otro hombre. El se marchó después de que terminara nuestra boda. Cuando ganó dinero y volvió, ella decidió abandonarme por él. Le dije que no podía obligarla a quedarse, pero que no se podía llevar a mi hija. Y entonces me dijo que Liza no era mía, sino de Martin. Unas horas después, me llamaron del hospital. Carol había muerto y Liza estaba gravemente herida. Más tarde me enteré de que Martin también había muerto, pero nadie más sabía que guardaba relación con nosotros. Eso sólo lo sé yo.
– Y Liza -Holly estaba horrorizada-… es increíble… pero tal vez no es verdad. Puede que Carol sólo lo dijera para hacerte daño.
– Eso ya lo pensé, pero cuando estaba en el hospital hice que nos hicieran un análisis. Liza no es mi hija. Tengo que aceptarlo.
Se quedó en silencio un momento y Holly no acertaba a decir nada.
– Cuando mejoró, la traje a casa. No supe qué otra cosa hacer.
– ¿Liza sabe algo?
– No. Temía que Carol le hubiera dicho algo, pero está claro que cree que soy su padre.
– Y lo eres en todos los aspectos. Odia a tu mujer, pero la pequeña no ha hecho nada malo. Es la niña de siempre, la niña que te quiere y que merece tu amor.
– Dices lo que me he dicho miles de veces. Hago todo lo que puedo para evitar que note la más mínima diferencia, pero no puedo hacer nada si el sentimiento no está ahí.
– Dios mío.
– Era mi niña. Y luego ya no lo era. Cuando la miro, veo la cara de la mujer que odio, y no puedo soportarlo.
– ¿No puedes intentar olvidarte de Carol?
– ¿Olvidarla? ¿Estás loca? Me engañó durante años, me utilizó mientras soñaba con otro hombre. Yo le di todo y ella no me dio nada a cambio. Ni siquiera mi hija es mía. Si alguna vez me hubiera querido, la habría perdonado… pero no puedo perdonar años de mentiras, de sangre fría; lo tenía todo calculado…
– Lo siento -dijo Holly, acercándose a él.
– ¡No me toques! Tú y tus estúpidos razonamientos ingleses…
– Esto no tiene nada que ver con…
– Sois iguales. «Seamos sensatos y no hagamos un escándalo». Eso es lo que solía decir. Era su don, calmar a todo el mundo. La admiré por ello hasta que descubrí que era sólo su táctica para manipularme. El único momento en que no la utilizaba era cuando hacíamos el amor. Era lo suficientemente astuta como para volverme loco y no dejarme pensar claro. Así nunca sospechaba de ella. Y ahora me pides que la perdone. Pensé que habías comprendido el significado de vendetta, pero veo que no sabes nada.
– ¿Y tú me vas a enseñar? ¿Me vas a dar lecciones de crueldad y amargura? ¿De egoísmo? ¿Y cuando lo haya aprendido todo, quién cuidará de la pequeña que no tiene culpa de nada?
Se quedó en silencio. No esperaba esa reacción. Antes de poder reaccionar, ella se levantó y se dirigió hacia la casa. Nunca había sentido tanta ira en su vida.