Holly finalmente aceptó y él la llevó a una silla y la ayudó a sentarse. Él se quedó de pie junto a la pared. Pasado un momento, ella comenzó a hablar.
– Me sacaba a cenar, estábamos juntos todo el tiempo. Parecía que lo único que quería era estar conmigo.
Se mantuvo en silencio mientras los recuerdos la invadían.
«Cuando estoy contigo, amor mío, siento que estoy vivo. Siempre estás en mis sueños. No pienso en nadie más».
– Ésas eran el tipo de cosas que me decía -susurró-. Eran maravillosas…
– Pero las palabras no significan mucho -dijo él-, Todos lo sabemos, pero no queremos creerlo, porque si lo hacemos… entonces no nos queda nada.
– Bueno, puede que no tener «nada» no sea tan terrible -dijo casi enfadada-. Puede que incluso sea lo mejor.
– Eso depende de lo que tuvieras o creyeras tener antes.
– Sí, supongo que sí. Ahora sé que me eligió porque soy buena haciendo réplicas de obras. Me enseñó una fotografía de una miniatura que, según él, pertenecía a su familia y me pidió que dibujara una copia. Dijo que la original se encontraba en un banco porque tenía mucho valor. Entonces me invitó a venir a Italia con él para conocer a su familia, en un pueblecito cercano a Roma llamado Roccasecca. Nunca había oído hablar de ese lugar, pero en cuanto llegué me enamoré de él. Era como todas las pinturas románticas que había visto de pueblecitos italianos. Tendría que haberme dado cuenta de que todo era demasiado perfecto para ser verdad. Cuando llegamos allí, la familia parecía haber desaparecido. Siempre había alguna razón para posponer el encuentro, aunque él les enseñó el dibujo y me dijo que les había encantado. Supongo que fue entonces cuando empecé a desconfiar, pero intentaba ignorarlo. Estaba siendo como un sueño y no podía enfrentarme al hecho de que se acabara… no, no podía acabarse. Nunca había empezado. Había sido una farsa desde el principio. Me había tomado por una imbécil, y ¡qué imbécil fui! -soltó una carcajada, mirando al frente, recordando-. Era el amor de su vida, su ángel, su amada. Me lo creí todo. Ansiaba por creérmelo. Me decía: «amore», «mia bella per l’eternitá», mientras su cabeza no dejaba de hacer cálculos.
Holly se detuvo otra vez y alargó una mano para poder apartarlo en caso de que se atreviera a insultarla mostrándole su compasión. Pero él no se acercó, simplemente se quedó mirándola.
– Debí haberme dado cuenta entonces, pero deseaba permanecer ciega ante la verdad un poco más de tiempo. Después de todo, no había nada concreto, tan sólo eran ligeras sospechas. Entonces me dijo que me fuera a casa y que él se reuniría conmigo más tarde. Mi vuelo salía de Roma y tenía que tomar el tren desde Roccasecca. Bruno me acercó a la estación de tren, pero no se quedó, a pesar de faltar dos horas para que partiera el tren. Supongo que estaba deseando alejarse de mí. Mientras esperaba, recordé algo que creía que me había dejado en la habitación. Comprobé mi equipaje y entonces lo encontré.
– ¿La miniatura original?
– ¿Cómo lo sabía?
– Estaba muy claro cómo iba a acabar esta historia. Como dices, él estaba buscando a una artista con talento para hacer réplicas. Escogió Inglaterra porque allí nadie lo conocía y porque así le serías útil para sacar la obra original de Italia.
– Suena tan evidente -dijo con un suspiro.
– Evidente para mí, tal vez, pero no tienes por qué ser tan dura contigo misma. ¿Qué hiciste luego?
– No sabía qué hacer, y por eso hice lo que no debía. Lo llamé y le dije lo que había encontrado. Me hablaba con dulzura y, cuanto más lo hacía, más asustada me sentía. Colgué. Salí corriendo de la estación, me deshice de la miniatura y volví.
– Eso no fue muy acertado. Deberías haber ido en la otra dirección.
– Lo sé, pero había dejado mi equipaje en la estación. Y cuando llegué, al tren le faltaban diez minutos para partir. Me pareció lo mejor subirme. No pensé que ya se hubieran levantado sospechas.
– A Bruno Vanelli se le conoce en esa zona. Tiene antecedentes, y cuando la miniatura desapareció, él fue el primero en el que pensaron. Sólo estuvo un paso por delante, pero se podría haber salvado si tú hubieras sacado el cuadro del país. De ahí, su fuga.
– Pero si sabe todo esto, ¿por qué se lo estoy contando?
– Porque falta una pieza del puzzle y sólo tú puedes saberlo. ¿Exactamente dónde dejaste la miniatura?
Holly se levantó de la silla y comenzó a caminar por la habitación, pero él la detuvo y la miró fijamente con sus oscuros y brillantes ojos.
Se sentía asustada por la cantidad de confianza que el juez esperaba que pusiera en él. Era un agente de la ley. Si le decía lo que quería saber, ¿qué pasaría después? ¿Estaría la policía esperándola con unas esposas?
Miró hacia arriba, aterrorizada, y después de un momento, él dijo:
– Tienes que confiar en mí. Sé que después de lo que has vivido, no puedes confiar en nadie, pero si no confías en mí, ¿qué vas a hacer?
– No lo sé -susurró.
Ante esa situación, algo dentro de ella comenzó a rebelarse. Notaba cómo poco a poco podría verse controlada por él y tenía que luchar contra ello hasta el final.
– No lo sé -lloró.
Matteo la agarró. Sus manos eran fuertes y cálidas y, aunque imponían, resultaban tranquilizadoras.
– Confía en mí -dijo con tono suave-. Tienes que confiar en mí. Lo haces, ¿verdad?
– Yo…
– Dime que confías en mí. Dilo.
– Sí -susurró. Apenas era consciente de lo que estaba diciendo.
Se encontraba bajo el control de algo que era más fuerte que ella y no servía de nada resistirse. Se sentía hipnotizada.
– Dime dónde dejaste el paquete.
– Había una pequeña iglesia cerca de la estación. Es muy pequeña con…
– La conozco bien. Tengo amigos en Roccasecca. Liza y yo estuvimos visitándolos y por eso coincidimos en el tren. Continúa.
– La iglesia estaba vacía cuando entré, así que dejé el cuadro detrás del altar. Hay una cortina que cubre un agujero que hay en la parte baja de la pared. Lo deslicé por debajo de la cortina y lo dejé dentro.
– ¿Me dices la verdad?
– Sí… sí.
– ¿Hay algo que no me hayas dicho?
– No, lo puse allí. Lo juro.
– Si mientes… que Dios nos ayude a los dos.
– No miento. Pero puede que alguien ya lo haya encontrado.
– Esperemos que no. Has tenido más suerte de lo que crees. Roccasecca fue el lugar de nacimiento de un santo medieval. Se dice que la miniatura es de él y pertenece a la iglesia donde lo dejaste. Si podemos encontrarlo, alegaremos que no se cometió ningún robo ya que se devolvió a sus propietarios legales.
– ¿Pero qué puede hacer usted?
– No dejaré que te pase nada. Te necesito demasiado. Nadie puede ayudarme más que tú. Y por esa razón puedes estar segura de que te defenderé y protegeré como nadie lo haría -sonrió irónicamente-. Así que, si el cuadro todavía está allí, haré que se descubra sin involucrarte.
– ¿Pero cómo?
– Un mensaje anónimo, tal vez. Ahora, deberías irte a dormir y olvidarte de todo lo que se ha hablado esta noche.
– Pero imagínese que…
– No me imagino nada -dijo con voz firme-. Olvida esta noche. No te dejes atormentar. Ahí es donde reside la locura. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro.
A la mañana siguiente, Matteo se marchó y dijo que estaría fuera un par de noches. No habló con Holly antes de partir, ni siquiera le dijo adiós, y ella no tenía ninguna razón lógica para pensar que su marcha tenía algo que ver con ella.
En seguida notó a Liza triste por su ausencia y se entregó más que nunca a la tarea de mantener a la pequeña ocupada, que no paró de preguntar adónde había ido su padre y si volvería.
Cuando finalmente se quedó dormida esa noche, Holly se fue a su cama, exhausta y preocupada. Sólo durmió un poco, hasta que Berta la despertó.
– Tiene que venir enseguida. Se ha despertado con una pesadilla y no puedo calmarla.
Una vez en la habitación de Liza, Holly no perdió el tiempo con palabras, directamente se metió en la cama con la pequeña y la abrazó hasta que se quedó dormida. Y mientras estaba echada abrazando a la niña en la oscuridad, tomó una decisión.
A la mañana siguiente, le dijo a Berta:
– Tu habitación está justo junto a la de Liza, ¿verdad?
– Sí, para estar cerca en caso de que me necesite.
– ¿Me cambiarías la habitación?
– Pero, signorina, está en la mejor habitación de invitados por órdenes del señor. Se enfadará conmigo.
– Déjamelo a mí.
Cuando, a la noche siguiente, Matteo llegó a casa, ya se habían cambiado las habitaciones. Y como había prometido, Holly se ocupó del asunto.
– Liza está más contenta ahora que me tiene al lado todo el tiempo. De hecho, también hemos llevado la cama a su habitación, así que sólo usaré la mía para guardar mis cosas y vestirme. Espero que le parezca bien.
Él asintió con la cabeza.
– Me parece una decisión acertada. Haz lo que creas mejor. Pero, en lo que a mí respecta, preferiría que te alojaras en una habitación mejor.
– Esto es lo mejor. ¿Hay algún problema?
– Por supuesto que no. Dejaré este tipo de decisiones en tus manos.
– Berta se alegrará de oírlo -le dijo de buen humor-. Le preocupaba quedarse en mi antigua habitación, pero yo le aseguré que a usted no le importada.
– ¿Así que eso le dijiste?
– No se quedará allí mucho tiempo. Alfio está metiéndole prisa para que ponga fecha a la boda.
– Entonces todo estará solucionado.
– No todo. ¿Se resolvieron bien… sus asuntos de trabajo?
– Completamente bien, gracias. Se podría decir que me fui de cacería.
– ¿Y su presa?
– La encontré donde me esperaba y ya está a salvo en manos de su propietario.
Sintió un gran alivio, pero se obligó a ser realista. ¿Qué pasará ahora… con…?
– ¿Tu amigo? Nada, por el momento. Se le concedió la libertad bajo fianza con tal de que guiara a la policía al objeto robado, pero desapareció. Con suerte, no volveremos a saber nada de él.
– Pero si se entera de que la policía lo ha recuperado…
– No se enterará. Lo hablé con amigos que viven allí y conseguimos que todo se mantuviera en silencio.
– ¿Y qué pasa con Sarah Conway? -preguntó cautelosamente.
– ¿Qué Sarah? No existe, según la policía. Vanelli se la inventó para que la policía no fuera tras él. No van a malgastar sus recursos en buscar a alguien que no existe.
Ella cerró los ojos, se sentía mareada por la sensación de alivio.
– Gracias -murmuró-. Gracias, gracias.
Holly respiró hondo y entonces fue consciente de que su debilidad amenazaba con consumirla. Él le estaba diciendo que lo peor ya había pasado, y así era. Pero seguía asustada.
Y lo que más le asustaba era que todo eso había sucedido porque él lo había querido.
– ¿Holly? -su voz sonó cercana y, cuando ella abrió los ojos, él estaba de pie junto a ella, con una expresión de alarma en sus ojos.
La fuerza de sus sentimientos enfrentados, luchando por prevalecer unos encima de otros la hizo tambalearse. Al instante, las manos del juez ya estaban sobre sus hombros.
– ¿Estás bien?
– Sí -dijo, casi sin aliento-. Estoy bien… de verdad…
– No irás a desmayarte, ¿verdad? -preguntó casi escandalizado.
– Claro que no -dijo ella, indignada-. ¿Por quién me toma?
– Por alguien que tiene todo el derecho a desmayarse si así lo siente -respondió en una voz sorprendentemente delicada-. Alguien que ha pasado por tanto que ni siquiera la mujer más fuerte del mundo habría sido capaz de soportar, alguien que tenía claro que no podía venirse abajo y que lo habría dado todo porque así fuera.
– ¿Y qué hay de malo en eso?
– Nada, pero hay un precio que pagar. Nadie puede ser fuerte siempre. ¿Cuántas noches has pasado despierta pensando en Liza y en cómo ayudarla en lugar de pensar en tus propios problemas?
– Muchas -murmuró.
– Intentabas olvidar tus problemas, pero ahora tienes que enfrentarte a ellos.
– Pero creía que ya se habían terminado.
– En gran parte, sí. Pero seguirán persiguiéndote en tu interior y no podrás escapar de ellos. No lo intentes. No hay forma de escapar.
Como en otras ocasiones, tuvo la sensación de que estaba hablando de sí mismo.
– ¿Y cuánto tiempo los arrastraré conmigo?
– Toda tu vida, porque ahora forman parte de ti. Te han hecho cambiar y ser otra persona y no se puede volver atrás.
– Es verdad. Yo no quiero volver atrás.
– Eso es. La felicidad que antes tuviste…
– Que creí tener…
– Se ha ido para siempre.
– Pero vendrán otras cosas felices -dijo, casi suplicando.
– Tal vez, pero ya no las sentirás como antes. Vive sin ello. Sé fuerte sin ello, pero nunca malgastes tu tiempo sufriendo por ello.
Holly tembló. La fortaleza que él le estaba demostrando era una fortaleza que venía de un lugar desierto, porque eso era lo único que él conocía.
– Me pregunto si entiendes lo que te estoy diciendo -dijo con voz suave.
– Sí. Le entiendo. Buenas noches, signor Fallucci. Gracias por todo lo que ha hecho.
A medida que el verano avanzaba y el calor se hacía más abrasador, Holly pasaba más tiempo en el jardín, sobre todo por las noches. Una noche, salió fuera y se quedó de pie, respirando el aire de la noche. Esa noche la luna no iluminaba demasiado, pero el ruido del agua de la fuente la guió hasta el monumento.
Era el monumento al amor que había visto en las fotografías; el amor tal como debería ser, todavía poderoso después de varios años de matrimonio un amor que era sincero y leal.
Ese amor que ella nunca había conocido y que probablemente jamás conocería.
– Bruno -dijo en voz baja y, al pronunciar la palabra, miles de recuerdos la abordaron, todos bellos entonces, y todos marcados por la amargura y la traición ahora.
¡De qué modo sus ojos y su sonrisa habían brillado sólo para ella! ¡Con qué maestría él había despertado en ella sensaciones que nunca imaginó poder sentir! ¡Y con qué facilidad había confundido una ilusión con la realidad!
¡Tonta! ¡Tonta!
Se inclinó hacia delante, miró al agua y vio su silueta reflejada, su rostro ensombrecido y la luna en lo alto del cielo. Y entonces vio algo más detrás de ella, algo que parecía resplandecer en el agua. Podría haber sido sólo una ilusión óptica, pero las manos sobre sus hombros eran totalmente reales.
– ¡Bruno!
– ¡Silencio! -rápidamente le tapó la boca con la mano-. ¡Silencio, mi amor!
Se quedó quieta, mirándolo incrédula. Eso no podía estar sucediendo. Ahí estaba ese hermoso rostro que tantas veces había hecho que su corazón latiera con fuerza. En ese momento, también lo estaba haciendo, pero no latía de emoción, latía de furia.
– Pareces sorprendida de verme, amore -dijo, intentando persuadirla-. ¿No sabías que vendría a buscarte?
– Supongo que lo habría sabido si me hubiera parado a pensar en ello. Tal vez no he pensado en ti demasiado.
– No, te olvidaste de mí al momento -dijo con reproche-. ¿Cómo pudiste hacer algo así?
– Quería borrarte de mi vida.
– Pero no puedes, ¿verdad? -dijo, rodeándola con sus brazos-. Sabemos que los dos estamos hechos para estar juntos.
Durante un momento, se preparó para apartarlo de ella. Pero la curiosidad hizo que se detuviera. ¿Qué sentiría al besarlo ahora que sabía la verdad?
Inmediatamente supo que todo había cambiado. Lo que antes la había hecho emocionarse había pasado a no significar nada para ella. Sus manos ya no despertaban ningún tipo de sensación cuando la acariciaban. Al igual que su corazón, todo había muerto.
Pero estar muerto podía servir de algo. Si no podías sentir, tampoco podían hacerte daño.
Se dejó abrazar por él, lo engañó. Él, tan presuntuoso, pensó que le iba a resultar muy fácil.
– Holly -murmuró-, mi Holly…
No era suya. Nunca más lo sería.
– Bruno… -susurró.
– Sabía que estarías esperándome. Nada puede separarnos… ¿todavía eres mía?
– ¿Tú qué crees? -preguntó con voz suave.
– Creo que ahora que estamos juntos, no debemos volver a separarnos.
Lo apartó de ella. La decisión ya estaba tomada.
– ¿Cómo me encontraste?
– Estuve en el tren, con la policía.
– Y les hablaste de mí.
– Tuve que hacerlo. No tenía elección. Me dieron una paliza.
– No lo creo. No me tomes por tonta, Bruno. Lo hiciste en el pasado, pero ya no lo harás. Escondiste el cuadro en mi equipaje y me traicionaste.
Él suspiró y abandonó su primera estrategia.
– Lo hice porque eras estúpida -dijo, exasperado-. Nada de lo que pasó fue culpa mía.
Él nunca podría tener la culpa de nada. Sólo se preocupaba de sí mismo, de sus necesidades y de sus sentimientos. Holly sintió un escalofrío mientras intentaba calmarse y pensar. Y la frialdad con la que pensó casi la asustó.
– ¿Cómo supiste llegar a esta casa?
– Cuando el tren llegó a Roma, te vi, y reconocí al hombre que iba contigo. Fallucci juzgó a un amigo mío el año pasado y yo estuve en el juicio. Cinco años. Es un hombre sin compasión. Tiene gracia, ¡tú viviendo en su casa! ¿Tardaste mucho en seducirlo?
Reaccionó sin pensar y le golpeó en la cara con tanta fuerza que casi lo tiró al suelo. Él dio un paso atrás, con la mano en la cara, mirándola con asombro.
Holly estaba horrorizada. Nunca antes en su vida había perdido el control. Pero el modo en que la había juzgado había hecho que toda su furia y su resentimiento estallaran en su interior.
Retrocedió, tenía miedo de la persona en la que se había convertido.
– No creo que me mereciera eso -dijo cautelosamente-. Cuando te vi salir de la estación, podría haberte entregado a la policía en ese mismo instante. Pero no lo hice.
– Claro que no. Pensaste que si podías escapar de la policía, podrías encontrarme después…
– Para poder echarme a tus pies…
– Para poder saber dónde estaba la miniatura…
– ¿Por qué tienes que pensar tan mal de mí?
– Adivina.
Él cambió de táctica y la volvió a rodear con sus brazos.
– No nos peleemos. Siento haberte hecho enfadar. No debería haber hecho ese comentario sobre el juez y tú. Pero es que eres tan hermosa que podrías seducir a cualquier hombre. Apuesto a que ya está loco por ti…
– Te lo advierto…
– Está bien, no diré nada más. Sé que me eres fiel.
Resultaba gracioso el modo en que ese chico se estaba engañando a sí mismo. Holly deseaba reírse a carcajadas.
– Has estado brillante -continúo, ignorante-, y ahora lo tenemos todo hecho. Ve a por el cuadro y nos marcharemos de aquí.
– ¿Qué? -no podía creerse lo que estaba oyendo.
– Conseguiremos una fortuna, pero tenemos que volver a Inglaterra -la abrazó con más fuerza-. Sé que estás enfadada conmigo, pero acabarás perdonándome.
¿Cómo podía ser tan presuntuoso? Después de lo que le había hecho, todavía pensaba que sólo con hablarle con dulzura ella volvería a creérselo todo.
Se produjo un leve sonido por detrás de Holly, pero Bruno no oyó nada. Centrado en su actuación, estaba ajeno a todo lo demás. De pronto, ella supo lo que iba a hacer. La ardiente furia que la había invadido antes había pasado a ser una deliciosa sensación de frialdad.
Había llegado el momento de cambiar y dejar de ser un cero a la izquierda.
– Claro que quiero estar contigo -dijo, con una ligera sonrisa.
– Entonces, corre, ve a por el cuadro.
– No puedo. No está aquí. Lo escondí.
– ¿Dónde?
– En Roccasecca. Tenía que esconderlo en algún sitio y encontré una iglesia cerca de la estación. Lo escondí detrás del altar, en un pequeño agujero. Allí seguirá cuando alguien vaya a recuperarlo.
– Descríbemelo exactamente.
Y así lo hizo.
– Tengo que llegar allí enseguida -dijo, intentando apartarse de Holly.
Ella siguió actuando e intentó que no dejara de abrazarla.
– No te vayas todavía. Quédate conmigo un poco. Te he echado tanto de menos.
– Y yo a ti también -dijo, impacientado-, pero no hay tiempo que perder.
– ¿Pero volverás a por mí? -intentó darle a su voz un tono de súplica.
– Claro que sí.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo. Lo prometo. Ahora deja que me vaya.
Bruno se soltó de los brazos de Holly y se alejó por uno de los caminos. Se quedó esperando hasta perderlo de vista y entonces miró por encima de su hombro para ver al hombre que, durante un rato, había sido una sombra ocultada por los árboles.
– ¿Lo ha oído todo?