CAPÍTULO 6

– Lo suficiente -dijo Matteo al salir de entre las sombras.

– Temí que fuera a aparecer antes y lo estropeara todo.

– No lo habría estropeado por nada. ¿Cuándo supiste que estaba allí?

– Sólo al final, pero habría actuado igual, tanto si hubiera estado usted como si no.

En la oscuridad, no pudo ver la mirada de curiosidad que el juez estaba dirigiendo hacia ella, pero no le hizo falta. La sentía con todo su cuerpo y la llenaban de satisfacción.

– ¿Qué va a hacer ahora? -preguntó, aparentando indiferencia.

– Debería avisar en casa para que lo detuvieran en la puerta… o tal vez debería llamar a la policía…

– No -dijo enseguida-. Déjele ir.

– ¡Mio Dio! -dijo enfadado-. ¿Todavía sientes compasión por él después del modo en que te traicionó? ¿Estás loca?

– ¿Compasión? -dijo, indignada-. Ya vio lo que hice.

– Sí, nunca he visto a una mujer pegarle a un hombre tan fuerte, con tanta pasión…

– Con tanta ira.

– ¿Acaso hay diferencia? ¿No son las dos caras de la misma moneda? Sólo mencionó que podrías haberte fijado en otro hombre y ya querías matarlo.

Pero ese «otro hombre» era Matteo. Sintió un calor por todo el cuerpo, como si todo él se estuviera ruborizando. Si llegara a pensar que ella estaba intentando atraerlo, se moriría de la vergüenza.

Para refrescarse, se acercó al monumento, hundió las manos en el agua y se mojó la cara. Entonces descubrió que, una vez más, su corazón estaba latiendo con una misteriosa emoción que no tenía nada que ver con Bruno.

– De todos modos, habría querido matar a Bruno -dijo, forzándose a sonar cortante-. No estoy suspirando por él.

– Yo creo que sí. No te aferres a una ilusión, Holly. Es una debilidad que no puedes permitirte. Líbrate de él ahora mismo.

– ¿Y piensa que es tan fácil? Déjeme hacerlo a mi manera.

– ¿Tu manera es dejándole escapar?

– Según yo lo veo, él nunca escapará. Usted dijo que él no sabía que habían encontrado la miniatura.

– Sí, escuché que le decías dónde estaba… -dijo despacio, comenzando a entenderlo todo-. Irá allí… le encontrarán con las manos en la masa, buscando algo que nunca hallará porque la policía ya lo tiene.

– Si piensa que debería llamar a la policía, hágalo. Personalmente, preferiría imaginármelo simplemente buscando… y buscando…

– Buscando en vano -murmuró él-. Podría estar así toda la vida.

– Eso es lo que yo estaba pensando.

Se quedó de pie delante de ella y la miró bajo la plateada luz de la noche. Ella le devolvió una mirada desafiante.

– ¡Maria Vergine! -susurró en un gesto de admiración-. Así que tú también utilizas un estilete.

– ¡Ah! ¿Ya no utilizo una maza?

– Supongo que él sí que habrá notado el ataque con una maza, pero tú has empuñado tu puñal con asombrosa destreza. Seguro que el término vendetta te es familiar.

– Venganza. Sí, sé lo que significa vendetta. Al menos, hasta esta noche creía que lo sabía.

– Pero ahora lo has descubierto por ti misma. Y la realidad es dulce, ¿no crees?

– Oh, sí -murmuró mientras asentía con la cabeza-. Es muy dulce.

– No se trata sólo de pagar con la misma moneda, sino de hacerle ver a tu enemigo que él tiene más que temerte a ti que tú a él. Ésa es la auténtica vendetta, y hasta esta noche no había visto una muestra más cruelmente efectiva. Mis felicitaciones, Holly. Creo que por tus venas debe de correr algo de sangre italiana.

– O puede que usted haya juzgado mal a los ingleses.

– Eso también es posible. Dime, ¿no tuviste ningún reparo a la hora de tramar tu venganza?

– Ninguno -dijo fríamente-. En absoluto. Es verdad que dudé durante un momento…

– ¿Cuándo te besó?

– Subestima el poder del abrazo de un hombre, signore.

– Todos los hombres lo hacemos, o eso me han dicho. Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y que automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia.

– Fue su beso lo que me mostró la realidad. La magia se había ido y pude ver al verdadero hombre que se escondía tras él.

– ¿Y entonces…?

– Y entonces… -dijo, despacio-: ven-de-tta.

– Rezo para no ser nunca víctima de tu cólera.

– No se preocupe. Estoy en deuda con usted.

Sin prisas, caminaron juntos hacia la casa, como si se trataran de dos conspiradores que habían dado un golpe maestro y que sabían que juntos se podían encontrar cómodos y seguros.

Ya en su estudio, sirvió un vaso de vino y lo alzó.

– Magnifico -dijo él.

Holly se rió y brindó con él, todavía sin creerse lo que estaba viviendo.

– ¿Qué pasa? -preguntó él-. ¿Por qué me miras así?

– Sólo intento entender qué he aprendido de usted.

Eso le incomodó, y ella se alegró.

– ¿Qué… qué has aprendido de mí?

– Acabo de hacer algo cruel; algo que nadie con corazón de mujer podría haber hecho. Hace muy poco tiempo, yo amaba a ese hombre, pero esta noche me he vengado y lo he metido en un agujero negro. Y he disfrutado cada segundo mientras lo hacía.

– Ya me doy cuenta.

– Y usted me ve con mejores ojos ahora. No intente negarlo.

– No quiero negarlo. Esta noche, en sólo una hora, has crecido y aprendido más que en varios años. Te felicito por ello. Y no has sido cruel. Te has defendido con armas afiladas y él se merecía ese castigo. Tampoco es que sea un castigo demasiado terrible. Cuando deje de buscar, se marchará. No habrá ganado nada, pero tampoco habrá perdido mucho y encima saldrá impune. Pero eres una principiante. Con el tiempo aprenderás a hacerlo bien. Y ahora, no estropees este momento culpándote.

– Es que no estoy acostumbrada a esto del «ojo por ojo».

– No te preocupes. Has empezado muy bien.

– ¿Y cómo es que usted se presentó en ese momento?

En cuanto terminó de pronunciar las palabras, recordó, demasiado tarde, que él visitaba la tumba de su mujer cada noche.

– Fue pura casualidad. Estaba tomando el aire. Me alegro de haber estado allí. La conversación que mantuviste con tu enemigo fue muy esclarecedora. No malgastes tus lágrimas en él, ni en nadie. Es mejor que te acostumbres a ello. Así te sentirás más segura.

– ¿Nunca perdona a sus enemigos?

– Nunca. Mi enemigo es mi enemigo eterno. Yo no tendría ningún reparo por nada que hubiera hecho.

– Pero eso es peligroso. ¿Y qué pasa con el inocente que se queda entre dos fuegos?

Fue un comentario al azar, pero a él le produjo gran asombro. Dio un paso atrás y su rostro palideció visiblemente.

Mio Dio. Sabes bien dónde hacer daño. ¿Es que tus ojos ven todos mis secretos?

– No -dijo ella, desconcertada-. No puedo ver sus secretos. No es mi intención curiosear. Lo único que quiero decir es que no se puede simplemente dar rienda suelta a la venganza. Sería demasiado cruel.

– Y esto me lo dice una mujer que acaba de mandar a su amado a una búsqueda infructuosa.

– Lo merecía. Pero yo me echaría atrás antes de hacer daño a nadie.

– Entonces eres distinta a la mayoría de las mujeres que no se preocupan de a quién hieren -vio cómo Holly lo miraba con mal gesto y rápidamente dijo-: Creo que es hora de irnos a dormir. Ya hemos tenido bastante por esta noche.

– Sí. Buenas noches.

Fue un alivio quedarse sola. Mientras subía las escaleras, supo que algo había ocurrido esa noche y que necesitaba tiempo para pensar sobre ello.

La voz de Matteo resonaba en su cabeza.

«Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia».

De pronto se dio cuenta de quién era la mujer a la que se había referido.

Se trataba de su propia esposa muerta.


Holly no tardó en descubrir que Liza era buena pintando y las dos pasaban buenos ratos entre lápices y blocs de dibujo. Era un placer enseñar a una niña que aprendía tan rápido.

Liza tenía un don para dibujar figuras y Holly acabó dándose cuenta de que la niña hacía el mismo dibujo una y otra vez. En él, aparecía una familia feliz formada por una madre, un padre y una niña pequeña. En algunos, la madre y la niña aparecían juntas y, en otras, el padre y la niña. Pero lo que nunca dibujaba era a los dos padres juntos.

Cuando Holly le preguntaba a la niña sobre los dibujos, Liza no respondía, pero su cara mostraba una mirada retraída, la misma que Holly había visto en su padre en otras ocasiones.

Había otras cosas que la extrañaban. Aunque a veces Matteo prácticamente parecía evitar a su hija, Holly lo había visto a menudo caminando por el jardín y observándolas desde la distancia. En una ocasión, le hizo señas y corrió entre los árboles hasta donde pensaba que él estaba, pero sólo tuvo tiempo de llegar y verlo desaparecer a lo lejos.

Lo más duro de todo aquello fue que, cuando volvió, Liza preguntó, ansiosa:

– ¿Era papá?

– No, no era nadie -dijo Holly al instante, incapaz de decirle que su padre las había evitado.

Una mañana, llegó un paquete para ella. Intrigada, lo abrió y miró.

Era el vestido negro de cóctel que había estado tentada a comprar. Y debajo de ése, estaba el vestido carmesí oscuro. La segunda entrega del pedido.

Ella no los había encargado. ¿Quién lo había hecho? Entonces recordó cómo Matteo había estado pasando por detrás de ella mientras hacía el pedido. Lo había visto todo y los había añadido a la lista cuando ella se fue.

Justo en ese momento, apareció Matteo.

– Me alegro de que hayan llegado -dijo él.

– No debería haberlos encargado sin decírmelo -le reprochó, aunque no muy seria.

– Puedes devolverlos si quieres.

– Bueno… puede que lo haga -dijo, aunque sabía que no había sonado muy convincente.

– Mañana por la noche voy a celebrar una fiesta. A mis amigos les gustaría ver a Liza, así que quisiera que estuvierais las dos. Te avisaré cuando todo esté listo.

En ese momento, Liza asomó la cabeza por la puerta.

– Aquí estás. Ya tengo el libro. Prometiste leérmelo -y dirigiéndose a su padre, le explicó-: Está en inglés. Holly me lo lee en inglés, pero se para cuando se está poniendo interesante y entonces yo tengo que leer sola si quiero descubrir lo que va a pasar.

Para sorpresa de Holly, el rostro de Matteo adquirió un semblante frio.

– Sí, es una manera excelente de aprender un idioma. Debo irme. No olvides lo que te he dicho de mañana.

– Vamos a asistir a una cena aquí en casa para ver a los amigos de tu papá -explicó Holly en respuesta a la mirada de curiosidad de Liza.

Liza se mostró encantada e intentó agarrar el brazo de su padre, pero él se apartó.

– Tengo que ir a trabajar.

– Oh, papi, sólo un momentito.

– Estoy ocupado, piccina -dijo bruscamente-. Deja que me vaya.

Holly apartó a la niña con suavidad mientras le sonreía. Su padre se preocupaba mucho por ella, pero Holly tenía la sensación de que él siempre intentaba poner distancia entre los dos.

– ¿Es hoy el desfile, papi?

– No, es mañana. Por eso algunos van a venir mañana a cenar, como todos los años. Y tú también estarás, piccina, así que tienes que comportarte lo mejor que puedas.

– Sí, papi -contestó Liza dócilmente.

Holly estaba furiosa con él. Lo único que su hija le pedía era un poco de atención, y lo único que él la decía era que se comportara bien.

En ese momento, le habría gustado estrangularlo.

– ¿Qué es eso del desfile?

– Pues… tiene que ver con abogados… y tribunales… y… y los jueces desfilan desde el ayuntamiento hasta… bueno, da igual, el caso es que desfilan. Y se puede ver por la tele.

Con esa escueta información, Holly tuvo que esperar impaciente hasta la mañana siguiente. Era la primera vez que veía a Matteo con su toga negra con borlas doradas sobre los hombros.

– Sólo los jueces llevan borlas de oro -dijo Liza-. Los abogados corrientes las llevan de plata.

La manera en que dijo «abogados corrientes» dejaba ver el modo en que veía a su padre. Sólo era una niña, pero los ojos le brillaban de orgullo y admiración al verlo caminar con los otros jueces y destacando en altura y porte sobre los demás.

– Ése es el Juez Lionello. Es tan simpático. Papi dice que es su mentor, pero yo no sé qué es eso.

– Un mentor es alguien que te dice cómo tienes que hacer las cosas.

– Nadie le dice a papi cómo hacer las cosas. Él no lo permitiría.

– Ya me imagino.

El desfile se detuvo y la cámara se posó en Matteo. Holly vio que era más joven que los otros jueces y que destacaba entre la multitud.

Su único defecto era su belleza. Era demasiado guapo para ser un juez. Era como una incitación a infringir la ley.

Matteo se giró hacia el Juez Lionello y le sonrió de un modo que dejo a Holly sin aliento. Nunca antes lo había visto sonreír de esa manera tan cálida, afectiva y generosa. Por un momento, dejó de lado su frialdad y distancia y mostró su verdadero atractivo.

Así era él en realidad. Pero lo guardaba en secreto porque no confiaba en nadie, a excepción de otro juez. Sin embargo, además de esa admiración sentía un sentimiento de hostilidad hacia él que no lograba entender. Le debía todo, desde su seguridad hasta las suaves prendas que acariciaban su piel. Pero aun así, ese sentimiento de hostilidad estaba allí, desconcertante pero innegable.

El desfile prosiguió la marcha y la sonrisa de Matteo se desvaneció. Pero había visto algo que jamás olvidaría.

Esa noche, Liza y ella observaron desde una ventana del piso de arriba cómo las limusinas llegaban a la casa. Había algunas mujeres, pero la mayoría de los asistentes eran hombres.

A Liza le habían dejado prescindir de su silla de ruedas para la ocasión y estaba emocionada. Llevaba un precioso vestido azul que le llegaba a los pies, para cubrirle su pierna dañada.

Holly no se había dejado tentar por los vestidos de cóctel y había elegido unos pantalones azules oscuros y un top de seda blanco. Estaba impecablemente peinada. Cuando Matteo las mandó a buscar, Holly deseó dar la impresión de una mezcla entre elegancia y sobriedad.

Cuando la presentó a los invitados, lo hizo diciendo que guardaba lazos familiares con su esposa, cosa que generó una lluvia de cordiales saludos. Todos saludaron a Liza, encantados. Después de vigilarla durante unos minutos y ver que estaba encantada rodeada de tanta gente, Holly pudo relajarse.

– Por favor, permítame traerle una copa de vino -le dijo un apuesto joven-. Y después charlaremos en inglés porque estoy deseando mejorar los idiomas que he estudiado, como debe hacer todo buen abogado.

Dado que su inglés ya era perfecto, quedó claro que lo había usado como un pretexto para flirtear con ella. Pero como le resultó encantador, Holly se rió y aceptó la copa de vino.

– Me llamo Tomaso Bandini -dijo con una pequeña reverencia-. Y creo que vamos a ser grandes amigos.

– No si me causa problemas con mi jefe. Estoy aquí para cuidar de Liza.

– Pero Liza está encantada con los mimos del signor y la signora Lionello. Así que estás libre y puedes atenderme a mí.

Pero no tuvo esa suerte. Otros hombres la estaban admirando. Intentó eludirlo educadamente y no lo habría logrado de no ser porque Matteo acudió a su rescate y la apartó del gentío.

– Gracias -dijo ella-. No sé muy bien qué ha pasado…

– Creo que puedo hacerme una idea de lo que estaba pasando -dijo secamente-. Liza debería irse a dormir ya.

Las despedidas se prolongaron un buen rato, ya que todos querían seguir hablando con Liza y algunos de los hombres insistían en darle las buenas noches a Holly.

– Compórtate, Tomaso -le ordenó Mateo con un tono propio de un chiste macabro.

– Yo sólo estaba…

– Ya. Suéltale la mano a Holly. Puede que la necesite para algo más que para agarrarte a ti.

– Es cierto -dijo el juez Lionello, que tomó su mano y la besó con tanto respeto que ella no pudo negarse.

– Debería darte vergüenza a tu edad -le dijo Matteo.

– Y me da vergüenza. Mucha. Signorina Holly, tiene que pasarse por el tribunal para que se lo enseñe. ¿Qué tal si…?

– ¿Qué tal si mi hija se va a dormir? -preguntó Matteo.

El juez Lionello suspiró y soltó la mano de Holly. Pero antes de hacerlo, le guiñó un ojo. Ella se echó hacia atrás rápidamente, al ver cómo la miraba la esposa del juez.

Arriba, Berta acababa de llegar después de pasar el día eligiendo su ajuar y ayudó a Holly a desvestir a la niña. Liza intentaba no dormirse, pero los ojos se le cerraban inevitablemente.

– Ha sido una fiesta preciosa -susurró.

– Sí, ¿verdad?

– ¿Lo has pasado bien, Holly?

– De maravilla. Ahora, duérmete.

Besó a Liza en la frente y miró encantada cómo la pequeña se acurrucaba dormida. Después, se dirigió a la ventana y miró abajo, sonriendo al recordar a Tomaso y sus estúpidos chistes. No es que le gustara, pero había sido una compañía divertida.

Bella Holly.

La voz venía desde abajo. Al mirar, vio a Tomaso de pie, alzando su copa hacia ella.

La mia piu bella Holly -suspiró.

– No soy tu Holly -le respondió con una sonrisa.

– No, no eres de ningún hombre. Estás ahí, lejana, fuera de mi alcance, como lo están el sol y la luna, mientras tu esclavo te anhela.

– Compórtate -dijo, riéndose.

– ¡Ah! Me partes el corazón. No rechaces la pasión que siento hacia ti.

– Esa pasión viene de la copa de vino que te estás bebiendo.

Como respuesta, comenzó a llorar exageradamente. Los invitados se acercaron a ver qué pasaba. Cuando los hombres vieron a Holly, también la saludaron, alzando sus copas.

– Nos has abandonado -gritó uno de ellos.

– Estamos desolados -gritó otro.

Matteo salió de la casa y miró hacia arriba.

– ¿Ya ha vuelto Berta? -gritó.

– Sí, está aquí con Liza.

– Entonces baja y únete a nosotros -al verla dudar, añadió-: una buena anfitriona siempre atiende los deseos de sus invitados. Por favor, baja.

– Vaya -dijo Berta-. Yo me quedaré con Liza.

Riéndose, bajó las escaleras. Matteo la estaba esperando en la puerta que daba al jardín y, al verlo, ella dijo muy segura:

– Sólo me quedaré un momento.

– Te quedarás tanto como queramos -dijo, sonriendo.

– ¿Pero no vais a hablar de asuntos legales?

– No, después de la segunda botella. Te lo prometo. Sólo te diré que tengas cuidado con Tomaso, es joven y se entusiasma con todo demasiado al principio.

– Es lo que pensaba.

– Y cuidado con mi viejo amigo Andrea Lionello, que debería haber aprendido hace mucho tiempo. Pero sobre todo, cuidado con la signora Lionello.

– Bueno, ella merece toda mi simpatía, dado el marido que tiene.

– Hagas lo que hagas, que ella no note que le tienes compasión. De ser así, desenfundaría su estilete.

– Gracias por la advertencia.

Holly fue el alma de la fiesta. Sólo tomó una copa de vino y disfrutó durante un momento de ser una triunfadora por primera vez en su vida.

Pero no se lo tomó demasiado en serio. El éxito que había tenido era simplemente una extensión de la nueva mujer en la que se estaba convirtiendo. La sensual ropa interior, su encuentro con Bruno, el gran descubrimiento de que ella era capaz de rechazarlo y vencerlo… todos esos pasos la habían conducido al punto en el que encontraba ahora. Por primera vez, los hombres suspiraban por ella y besaban su mano. Nunca antes le había ocurrido y estaba decidida a disfrutar recuperando el tiempo perdido.

Con gracia, declinó el flirteo con Lionello.

– No, no beberé más -dijo, riéndose pero manteniéndose firme-. No me fío de vosotros.

Eso produjo una gran ovación entre los asistentes. Detrás de ella, alguien preguntó:

– Me pregunto de quién desconfías más.

Sin saber quién había hablado, respondió coquetamente:

– Por supuesto de ti -dijo, y se giró con una sonrisa que desapareció al ver de quién se trataba.

– Siempre he sabido que no confiabas en mí -dijo Matteo.

– Bueno, es mutuo -dijo, intentando quitarle importancia.

– Te prometo que lo es -respondió él en el mismo tono-. Aunque creo recordar que una vez fuimos aliados…

– Claro que sí -se rió-. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero cuando mi enemigo no está delante…

– Entonces, habría que reconsiderarlo todo. Te aconsejo que no estés tan segura de que tu enemigo ya no está. Algunos tienen la terrible costumbre de reaparecer.

– ¿Eso cree…?

– Lo único que digo es que tengas un poco de cuidado. Y si llegara el momento -encogiéndose de hombros, añadió-, aquí estaré para que me utilices si me necesitas.

Inclinó su cabeza a modo de pequeña reverencia y se alejó, dejándola pensativa.

Holly se quedó un rato más, pero fue lo suficientemente lista como para irse pronto, a pesar de dejarlos a todos decepcionados.

– No tienes por qué irte -dijo Matteo en voz baja-. Eres bienvenida, si quieres quedarte.

– Gracias, pero prefiero irme. Éste no es mi sitio.

– Eso debería decirlo yo.

– No tiene que decir nada. Ambos sabemos que es así. Buenas noches, signore.

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