CAPÍTULO 10

Todo cambió.

Estaban disfrutando de una fiesta, y al momento, todos los invitados se estaban despidiendo, deseándole suerte a Matteo, pero impacientes por salir de allí.

Media hora después, llegó la policía. Matteo los saludó tranquilamente. Como había dicho, eso formaba parte de su vida.

Pero para Holly era una pesadilla. Un hombre que ya había cometido varios asesinatos había escapado para matar a Matteo. Buscaba venganza y no descansaría hasta conseguirla.

Fue directa a la habitación de Liza. Le alivió encontrarla dormida. Deseaba hablar con Matteo, aunque sólo fuera para poder mirarlo y ver que estaba vivo. Pero, ante todo, tenía que proteger a Liza y evitar que se enterara de lo que estaba ocurriendo.

Esa noche no volvió a verlo, pero a la mañana siguiente habló con ella antes de marcharse acompañado de cuatro escoltas.

– Dos de los policías se quedarán aquí. Quedaos todos en casa y estaréis a salvo.

Galina y ella tuvieron a Liza ocupada todo el día para que no notara nada fuera de lo normal. Tuvieron que valerse de mucho ingenio, especialmente cuando Matteo llegó por la noche y hubo un cambio de guardia.

Galina fue al estudio de Matteo y se quedó allí una hora. Cuando salió, le dijo a Holly:

– Matteo quiere verte.

Lo encontró pálido y tenso.

– Tengo que pedirte un favor. No por mí, por Liza.

– Claro.

– Es algo que sólo tú puedes hacer por ella.

– Sabes que haré lo que sea. Dime.

– Cásate conmigo.

– ¿Qué?

– Quiero que seas mi esposa, por el bien de Liza.

– Pero no es necesario… no me voy a ir a ninguna parte. Te prometí que estaría con ella.

– Pero eso no es suficiente. Es necesario que seas su madre… legalmente… para que nadie más pueda interferir.

– Matteo, ¿de qué estás hablando?

– Si yo no estuviera aquí…

– ¿Te refieres a Fortese? ¿De verdad crees que…?

– Si consigue matarme, Liza te necesitará más que nunca. Holly, tenemos que casarnos, para que tampoco pueda perderte a ti. Eres su única esperanza si algo me ocurre.

– Entonces no corras ese riesgo -gritó-. Corre a esconderte hasta que lo atrapen.

– ¿Que huya? ¿Que deje que él gane? ¿No entiendes que la única forma de vencer a los criminales como él es enfrentándose a ellos?

– Pero tú tienes una hija.

– Todos tenemos familia, todos tenemos miedo, pero si huimos, ellos ganan. Holly, por el amor de Dios, dime que lo entiendes.

– Sí, lo entiendo.

– Si viene a por mí, estaré preparado. Pero lo que no puedo hacer es huir. Y no importa a qué precio. No es propio de ti esconderte. Eres demasiado fuerte para eso.

– Creía que lo era, pero me estás pidiendo que dé un gran salto hacia algo desconocido. No te conozco. Y la mayor parte del tiempo no me gustas.

– Eso ya lo sé, pero ahora no se trata de nosotros, sino de Liza.

– Mencionas a Liza porque sabes que así me manipularás.

– Está bien, entonces hazlo por mí. Hazlo para que yo pueda dormir sabiendo que he protegido su futuro. Hazlo para que no tenga pesadillas imaginándomela sola. Ya ha perdido demasiado… primero a su madre, y luego… a su padre. A mí. Ya no puedo mirarla como la miraba antes, y ella lo sabe, muchas veces busca esa mirada en mí. Pero no puedo hacer nada. Ódiame por ello. Piensa de mí lo que quieras, pero por favor, haz esto por ella.

– Matteo, por favor, déjame pensarlo, necesito tiempo.

– No hay tiempo. Sé que no es justo para ti -y con un toque de humor negro, continuó-: pero podrías ser una viuda rica dentro de poco. O, si tienes mala suerte, te verás conmigo durante años.

– Basta.

– Sólo intento verlo desde tu punto de vista.

– ¿Crees que quiero quitarle importancia a todo esto?

– Sólo intento afrontar esto de la mejor forma que puedo. ¿Dime cómo debería hacerlo? ¿Tengo que arrodillarme?

– ¡Ni se te ocurra! -gritó-. Jamás te perdonaría.

– Entonces dime qué puedo hacer para convencerte.

– ¡No puedes!

– Tengo que hacerlo. Eres la única persona en la que confío. Eres más fuerte que cualquier persona que conozco. De algún modo, eres más fuerte que yo.

– Pero ¿por qué yo?

– Porque no hay nadie más en quien pueda confiar para proteger a Liza.

– ¿Y tu madre?

– Es mayor y tiene que cuidar de su marido enfermo. Aparte de ella, la única familia que tengo es una prima a la que no soporto. Una vez que seas mi esposa, estaré seguro de que si me matan, tú serás su protectora legal. Hazlo por mí, Holly, te lo suplico. No será un matrimonio real, sólo ante la ley, no te pediré nada más.

– ¿Estás diciendo que…?

– Mantendré las distancias, lo juro.

– No puedo… no puedo.

– Tienes que hacerlo. No te dejaré ir hasta que no aceptes. Holly, tienes que hacerlo.

Lo miró a los ojos, intentando encontrar algo que la ayudara. Pero todo lo que vio fue una gran determinación de salirse con la suya, y lo supo con seguridad cuando jugó su última carta.

– Si no fuera por Liza, piensa dónde estarías ahora. No fui yo quien te salvó, fue ella en el tren al gritarle a la policía que se fueran, que tú eras Holly.

– Eso no es justo.

– Diré lo que sea con tal de que aceptes. Ya te dije que no soy una buena persona cuando quiero algo. No pararé hasta hacerte ceder.

En ese momento, parte de ella lo odió. Pero la otra parte sentía una terrible pena por él.

Además, era cierto. Se lo debía todo a Liza.

– Está bien. Por Liza.

– ¿Lo dices en serio? ¿No te echarás atrás?

– Te he dado mi palabra.

No podían decir nada. Se quedaron mirándose un largo rato hasta que la puerta se abrió y vieron a Galina, avergonzada por haber estado escuchando, y llorando aliviada.


Toda la casa se puso de acuerdo para que Liza no se enterara de nada. La televisión y la radio estaban apagadas y ningún periódico entró en la casa.

– Nunca debe enterarse de que su padre está en peligro. Gracias de corazón por acceder a casarte con mi hijo. Pronto tendré que volver a mi casa y me quedaré más tranquila sabiendo que tú estás aquí cuidando de Matteo.

– Estoy aquí para cuidar de Liza.

– Sí, por supuesto. Ya lo sé.

– Sólo espero poder hacer todo lo que Matteo espera de mí.

– Creo que mantenerte fuerte no será suficiente. Necesitará tu amor, Holly. Por favor, intenta dárselo.

Galina no esperó recibir ninguna respuesta, pero se metió de lleno en los preparativos de la boda. Uno de ellos fue preparar la habitación que antes perteneció a Carol.

– Ahora tú eres la señora de la casa. Tú y nadie más que tú.

– Pero Galina…

– No quiero fantasmas en esta casa.

Holly había temido la reacción de Liza al enterarse de que iban a suplantar a su madre. Pero la pequeña sonrió y la abrazó. Incluso se alegró al ver que Holly sacaba las cosas de su habitación y las llevaba a la que Galina había preparado para ella, para la nueva señora de la casa.

– Y no me voy lejos -señaló Holly-. Estaré al final del pasillo.

Liza sonrió, satisfecha.

Consiguieron una licencia especial para poder casarse en dos días, en la capilla privada que se encontraba detrás de la casa. Sólo invitaron a unos cuantos amigos cercanos y todo se llevó lo más secretamente posible. Era obvio que no era una boda normal.

– Encarga tu ropa por Internet. Bajo ningún concepto vayas a Roma -le dijo Matteo.

Matteo le devolvió su pasaporte.

– Así que ya vuelvo a ser yo, quienquiera que sea.

El hombre que se iba a convertir en su marido era todo un misterio para ella. Sabía que la tragedia de su matrimonio y de su arruinada paternidad habían cerrado su corazón. Sabía que era seco, desconfiado y muy vulnerable. Pero aparte de eso, no sabía nada. Matteo pasó el día anterior a la boda encerrado en su estudio con un abogado civil examinando papeles. Se los mostró a Holly, que vio que su posición legal había quedado salvaguardada. Era la protectora de Liza y la fiduciaria de la herencia de la niña, dos tercios de la fortuna de Matteo. El otro tercio era para ella, además de otra suma de dinero que se le entregaría en cuanto se convirtiera en su esposa.

– Es lo justo -le dijo Matteo ante su asombro al ver la suma de dinero-. No hay más que hablar.

Su vestido era un diseño sencillo de encaje marfil a juego con un pequeño sombrero de flores. Por suerte, la tienda online tenía un vestido pequeño, haciendo juego, y Holly lo compró para Liza, su dama de honor.

La noche anterior a la boda, se reunieron con el resto de la familia de Matteo, la prima que tanto odiaba, y su marido. A Holly tampoco le gustó y supo que ese sentimiento era mutuo. Ya entendía por qué Matteo quería mantener a Liza alejada de ella.

Cuando la familia se despidió, Matteo le dijo:

– ¿Me das un momento?

La llevó hacia su estudio.

– Son para ti -dijo, señalando algo sobre el escritorio.

Se quedó impresionada al ver un carísimo collar de perlas a juego con unos pendientes.

– Mi regalo de bodas -dijo Matteo.

Los tocó con delicadeza, impactada por su belleza, pero entonces pensó algo horrible.

– No serán… Dime que no…

– No, no eran de Carol. No te insultaría de ese modo. Sus joyas están guardadas hasta que pueda dárselas a Liza. Mi madre eligió éstas para que combinaran con tu vestido.

Si hubiera sido un auténtico regalo de bodas, los habría elegido él mismo. Si la hubiera querido, le habría puesto el collar. Si ella lo hubiera querido, le habría dado algo a cambio…

– No tengo nada para ti.

– Ya me estás dando la única cosa que quiero. Ningún regalo significaría tanto para mí. Bueno, se está haciendo tarde y mañana nos espera un día duro.

Él le entregó la caja con las joyas y se dieron las buenas noches.

Galina, entusiasmada, la llevó a su nueva habitación.

– Ya lo tienes todo aquí. Mañana no tendrás tiempo de nada.

Se quedó sola y paseó por la habitación. La casa tenía cientos de años, de ahí que hubiera habitaciones distintas para el señor y para la señora, aunque comunicadas por una puerta.

Se desvistió, apagó la luz y se sentó junto a la ventana. No había luz por debajo de la puerta de Matteo y se preguntó qué estaría haciendo todavía abajo. Por fin, escuchó la puerta abrirse, pero no vio que la luz se encendiera. Sólo escuchó unos pasos y el sonido de la puerta que los comunicaba al abrirse. Allí estaba él, que no sabía que Holly estaba dentro de la habitación. Había entrado simplemente porque era la habitación de Carol.


A la mañana siguiente, Galina y Liza la ayudaron a vestirse y, a continuación, se dirigieron a la capilla. El hombre que Holly encontró en el altar esperándola era un Matteo diferente, diez años más joven, desbordante de amor y de alegría. Un joven convencido de que una vida llena de felicidad se estaba abriendo ante él.

La ceremonia terminó y, como ocurre en todas las bodas, llegó el momento de las fotografías. Allí estaban los dos, mirándose el uno al otro mientras los fotografiaban.

– Ánimo. No queda mucho -dijo Matteo.

Fue lo único que le dijo, pero ella sintió que los dos estaban del mismo lado, y después de oír sus palabras, el resto fue más fácil.

La celebración se desarrolló de una manera sencilla y tranquila, con algunos discursos y algunos brindis. Mientras veía cómo los invitados se marchaban, Holly observó que los jardines estaban abarrotados de policías.

Subió corriendo y se reunió con Galina, que estaba metiendo a Liza en la cama.

– Deberías estar bebiendo champán con papá -dijo la pequeña.

– Lo haremos más tarde. No todas las bodas son iguales.

– Sí que lo son. Te casas y bebes champán y luego te vas de luna de miel.

– Bueno, por el momento no nos iremos; tu padre tiene mucho trabajo.

Liza pasó los siguientes minutos entusiasmada, haciendo una lista de los lugares a los que podrían viajar. Cuando Matteo entró en la habitación, las encontró a las tres riendo y se unió al juego.

– No entraré demasiado temprano -dijo Liza.

– ¿Entrar?

– A vuestra habitación. ¿No recuerdas cuando entraba por las mañanas y os llevaba café? Tú y mami siempre estabais acurrucados. ¿No te acuerdas? Supongo que ahora todo será igual, ¿no?

Matteo no pudo responder y Holly lo hizo por él:

– Sí, cariño. Será exactamente igual.

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