Sam llegó a su casa al amanecer. Su apartamento le pareció incluso más sombrío de lo habitual mientras se duchaba y afeitaba. Luego abrió su desordenado armario para elegir uno de sus caros trajes, que allí colgados parecían fuera de lugar.
Pero así era él. Ahorraba en las cosas que no estaban relacionadas con su imagen pública y no reparaba en gastos en lo que concernía a esta.
Y gracias a esa filosofía, en los seis años que llevaba trabajando para Brinkley Meyers había conseguido pagar el préstamo que había pedido para ir a la universidad, al tiempo que había abierto cuatro cartillas de ahorro para que sus sobrinos pudieran estudiar en el futuro. Y cuando consiguiera entrar como socio, alcanzaría su objetivo principal.
De pronto, se fijó en que la luz del contestador estaba parpadeando y lo puso en marcha para escuchar los mensajes mientras se ponía los gemelos en los puños de la camisa.
– Hola, hijo -dijo la voz de su madre-. Hace mucho que no sé nada de ti. Te veremos en Navidad, ¿no? Llámanos para decirle a papá a qué hora tiene que ir a recogerte al aeropuerto.
Sam soltó una maldición. Todavía no había comprado el billete de avión.
Hope también se marcharía a pasar el día de Navidad con su familia. Sabía que procedía de Chicago y que tenía dos hermanas. Quizá eso sería lo único que llegara a saber de ella; no sabía cuánto duraría su relación.
Una hora más tarde, estaba en su despacho frente a una pila de cajas etiquetadas como: Caso Stockwell contra Cañerías Palmer. Aquella era la documentación del caso informalmente conocido como Magnolia Heights.
– Ya está casi todo -le dijo el joven empleado que le estaba llevando la documentación-. Un par de viajes más y listos.
En ese momento, entró Cap Waldstrum.
– Felicidades -le dijo a Sam-. Ya me he enterado de que te han asignado el caso.
– Eso parece.
– Sí, te has convertido en el príncipe heredero.
– ¿Por este caso?
– Por haber estado en el sitio correcto en el momento preciso. Por cierto, he estado tratando de localizarte este fin de semana -Cap siguió hablando antes de que Sam pudiera decir nada-. No te dejé ningún mensaje, porque supuse que estarías ocupado.
– Sí, estaba ocupado.
– ¿Todavía sigues viéndote con Hope Summer?
– Sí.
– Menuda coincidencia que trabaje en Palmer.
– Es cierto -dijo Sam, que no sabía dónde quería ir a parar el otro.
– ¿Y quién arregló el encuentro?
Ya sabía dónde quería ir a parar.
– Amigos mutuos -respondió Sam en un tono duro-. Pero en cualquier caso eso no es asunto tuyo.
– ¡Qué pequeño es el mundo!, ¿verdad? Resulta que ella trabaja en Palmer y a ti te dan el caso.
Sam se puso en pie y, a pesar de que Cap debía de ser igual de alto que él y con una constitución parecida, este se encogió.
– ¿Estás sugiriendo que me he estado viendo con Hope para que me dieran el caso?
– Oh, no, en realidad lo que he venido a decirte es que me gustaría trabajar en tu equipo. Estuve muy involucrado en el intento de llegar a un acuerdo y me gustaría ver cómo evoluciona el caso.
Aquello dejó a Sam muy sorprendido. ¿Estaba ofreciéndose Cap a seguir las órdenes de Sam?
– Bueno, pues gracias, Cap. Dentro de un día o quizá dos, sabré qué clase de ayuda necesito. Pero supongo que me será muy útil contar con alguien que conozca el caso como tú. Te llamaré -hizo una pausa-. ¿Cómo están Muffy y los chicos? ¿Vais a pasar el día de Navidad en casa o vais con los padres de Muffy?
Aquello le recordó que tenía que telefonear al aeropuerto para reservar un billete para Omaha. Sin embargo, una vez se marchó Cap, llamó por teléfono y decidió reservar dos. Por si acaso.
Hope estaba trabajando en su despacho cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga?
– Soy Slidell, ¿qué tal funciona el ordenador que le prestamos?
– Bien, pero, ¿cuándo tendré listo el mío?
– Su ordenador estaba seriamente dañado, así que le he pedido uno nuevo -dijo Slidell-. Lo tendrá listo en unos días. ¿Quiere el maletín opcional reforzado de doscientos veinticinco dólares?
– ¿Doscientos veinticinco dólares? ¿Qué es, de oro?
– Bueno, ¿lo quiere o no?
– No, porque el otro maletín también era reforzado y no impidió que se me rompiera el ordenador.
– Bueno, solo quería saber que el ordenador que le prestamos iba bien.
– Ya te he dicho que sí.
Slidell no dijo nada durante un rato.
– Bueno, espero que le saque partido.
Y después de aquella extraña frase, colgó.
«Sacarle partido», se dijo Hope mientras contemplaba la pantalla del ordenador. En ese momento, se activó la señal de que había entrado un mensaje nuevo. ¿Suyo? No, de Benton.
¿El que le sacara partido incluiría el abrir los mensajes de Benton?
No podía abrir los que él todavía no había leído, pero sí que podía abrir los que había leído. Él nunca se enteraría de que lo había hecho. Sin embargo, no le parecía ético hacerlo.
Pero por otra parte, era el único modo de averiguar si aquellos mensajes tendrían que ver con el mal funcionamiento de las cañerías en Magnolia Heights.
En ese momento, sonó el teléfono para las llamadas internas.
– El señor Quayle quiere verla en cuanto usted pueda -le dijo la secretaria de Benton.
– Puedo ir ahora mismo, si quiere.
– Hope -dijo Benton, recibiéndola en su despacho.
Ella asintió mientras se sentaba frente a él.
– Me temo que ya es del dominio público que vamos a ir a juicio por lo de Magnolia Heights. Estará preocupado.
– Así es -dijo Benton.
– Pero tenemos que estar tranquilos. Nuestra cañería 12867 no ha podido fallar.
Él sonrió débilmente.
– Esa es una de las razones por las que te he pedido que vinieras. Sé lo leal que eres a la empresa y estoy seguro de que puedo contar contigo.
Hope, en ese momento, no pudo evitar sentirse culpable por lo de los e-mail.
– Gracias, es cierto. Ya sabes que Palmer es como mi familia.
– Lo sé, y tu lealtad se verá recompensada.
Ella contuvo el aliento. ¿Estaría insinuando que iban a asignarle la vicepresidencia?
– Palmer siempre ha sabido recompensar generosamente la dedicación de sus empleados -aseguró Hope.
Y era cierto. Ella ganaba más dinero del que podía gastar.
– ¿O sea qué puedo seguir contando contigo pase lo que pase?
Algo en el tono de él la alertó.
– Por supuesto. Pero, ¿qué es lo que puede pasar? Sé que estamos en un aprieto, pero al menos podemos estar seguros de que no han sido nuestras cañerías las que han fallado.
– Por supuesto que no -dijo él en un tono sombrío-, pero me temo que hay alguien en Palmer que no es tan leal como tú. A pesar de que no quiero acusar a nadie, lo cierto es que han ocurrido ciertas cosas.
«¿Quizá algo relacionado con tus e-mails y tus reuniones secretas?», se preguntó ella en silencio.
– Lamento oír algo así.
– Por otra parte, tu amigo va a representarnos en el juicio. ¿Sigues saliendo con él?
– Sí, pero por el momento no hay nada serio entre nosotros. Los dos estamos demasiado ocupados.
Él pareció no oír lo que ella acababa de decir.
– Parece que es un joven muy prometedor con un gran futuro en Brinkley Meyers. Además, contigo ahí para recordarle que sus intereses están ligados a los de Palmer…
Hope estaba cada vez más alarmada. Empezaba a sospechar que la repetida utilización de la palabra «lealtad», podía significar que le estuviera preguntando si estaba dispuesta a defender a Palmer pasara lo que pasara, y ella no estaba tan segura. Aunque eso le costara la vicepresidencia.
¿Y Sam? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para hacerse socio de su empresa?
Sí, empezaba a estar segura de que había algo turbio en el caso de Magnolia Heights. Pero en cualquier caso, eso no tenía que ver con ella.
– Benton, hasta ahora he creído ciegamente en que nada había podido pasar con nuestras cañerías. Sin embargo, tus palabras están empezando a alarmarme. ¿Había algún defecto en esas cañerías?
– No -contestó él, mirándola a los ojos-. No había ningún defecto.
Luego se puso en pie y ella se dio cuenta de que daba por concluida la reunión.
– Y si oyes algún rumor que diga lo contrario -añadió Benton-, debes venir a contármelo directamente. ¿Lo harás?
– Por supuesto.
Si ella consideraba que él tenía que enterarse, claro.
La sensación de que su jefe le había ofrecido la vicepresidencia se hizo más fuerte cuando «San Paul, el Perfecto», salió algo más tarde con gesto sombrío del despacho de Benton.
Pero Hope no sintió ninguna satisfacción. Tenía la sensación de haber hecho… trampa. A pesar de que sabía que era ridículo.
Aquella noche, llegó a casa exhausta, tanto física, como emocionalmente. Mientras subía en el ascensor, le entraron ganas de llamar a Sam para pedirle que fuera a verla y le hiciera alcanzar otra vez la pasión que habían compartido durante el fin de semana.
Pero al abrir la puerta de su apartamento, oyó un ruido extraño. Era agua cayendo.
Temiéndose lo peor, revisó la cocina y el baño en busca de algún escape. Sin embargo, no encontró nada anormal.
Al volver al salón, se dio cuenta de que el ruido procedía de allí. Se trataba de otro invento de Maybelle. Detrás del sofá, había colocado una fuente, donde una pequeña cascada de agua caía al lado de un bonsái.
Entonces recordó la sensación de angustia al pensar que se trataba de algún escape de agua. En un segundo, habían pasado por su mente los desperfectos que aquello podía haber supuesto para el suelo y las paredes de su apartamento. Después de lo cual, comprendía mejor la angustia por la que debían de haber pasado los inquilinos de Magnolia Heights.
Eso la hizo decidirse a ir, al día siguiente, para ver el estado de las casas personalmente.
Luego llamó a sus hermanas.
– ¿Con quién estabas anoche? -Comenzaron a preguntarle las dos al mismo tiempo-. ¿Con Sam? Estupendo.
Mientras ellas seguían hablando, Hope conectó el altavoz del teléfono.
– ¿Qué es eso? -preguntó Charity.
– Me parece que es agua cayendo -añadió Faith.
– Es que estoy en las cataratas del Niágara -dijo Hope, sonriendo cuando sus hermanas comenzaron a chillar-. Solo estaba bromeando -añadió cuando se calmaron.
Después de colgar, decidió poner la estrella en lo alto del árbol. La había hecho con goma espuma y pintura dorada. Y con amor.
Entonces le vino a la cabeza el fin de semana. Solo de pensar en Sam, se sentía excitada.
De repente, sonó el teléfono y ella adivinó que se trataba de él. Quizá hasta había sido ella quien hubiera provocado la llamada al pensar en él.
– Hola.
– Hola, Sam -contestó ella mientras sentía cómo le ardía la sangre solo de oír su voz.
– ¿Qué tal te ha ido el día?
– Bien, ¿y a ti?
– Bueno, ya he empezado a trabajar en el caso.
Hope se preguntó dónde estaría. ¿Estaría todavía en el despacho o se habría ido ya a casa? Al fondo, se oía una voz y, de repente, le entraron unos celos irracionales al pensar que podía estar con alguna amiga.
– Creo que no va a ser sencillo. Hay muchos intereses en juego -añadió.
– Sí, pero lo único que tienes que demostrar es que Palmer no es la culpable, ¿no?
– Parece que estás empezando a pensar como si fueras abogado -bromeó él.
– No, estoy pensando como la posible vicepresidenta de Marketing. Creo que en ese sentido, estoy siendo un poco egoísta.
– Yo también. Por cierto, ¿vas a dedicar la noche de hoy a ponerte la mascarilla y lo demás?
– No -respondió ella, sorprendiéndose a sí misma-, creo que voy a tomarme la noche libre.
– Haces bien.
– Es más, creo que tampoco voy a cenar una bandeja de comida precocinada de esas para ver la tele. Voy a pedir comida india.
– ¿Para uno o para dos?
Hope fijó la mirada en la estrella del árbol y volvió a sentir los brazos de Sam sobre ella.
– Creo que será más interesante si pido para dos.
– De acuerdo. Entonces te veo en…
Pagó la carrera en silencio y se bajó del taxi. Luego fue hacia la puerta del edificio de Hope con una caja de dulces navideños.
– … dos minutos.