Sam había cumplido su promesa y se había pasado toda una semana sin ver a Hope, pero en lugar de tranquilizarlo, aquello le había dejado demasiado tiempo para pensar en ella.
Principalmente, había estado pensando en el modo de explicarle su actual situación hormonal en los términos normales de un hombre que en esos momentos estaba atado a un simple trato, pero cuyos lazos deseaba expandir.
Porque estaba decidido a tratar de convencerla de que deberían incluir el sexo en su trato. El sexo sería una cosa sensata entre ellos porque ambos conocían las reglas. Harían el amor y se sentirían mejor y más relajados. Luego sus vidas seguirían igual que siempre.
Pero lo cierto era que no tenía que pensar mucho para darse cuenta de que era una tontería y Hope llegaría enseguida a la misma conclusión.
A menos que… a menos que ella también estuviera buscando una excusa. Una disculpa que la permitiera a ella dejarse llevar por las necesidades que toda mujer tenía. Y estaba seguro de que ella las tenía. Lo que él había sentido al besarla no podía ser algo unilateral; ella también tenía que haberlo sentido.
Iba pensando eso mientras se dirigía al apartamento de Hope, con el aspecto de un guerrero dispuesto a conseguir su premio. O por lo menos, a intentarlo.
Hope abrió la puerta y el impacto al verlo fue más dramático de lo que se había imaginado. Pero nada más verlo estuvo segura de que algo había cambiado. Por primera vez desde que se veían, notó a Sam nervioso.
– Estoy tomando una copa de vino tinto. Tenemos tiempo.
– De acuerdo -contestó él con una voz rara.
A Hope le costó un gran esfuerzo irse a la cocina a servir el vino.
– ¿Qué tal el día? -le preguntó desde allí, luchando contra el deseo de tumbarlo en el sofá y seducirlo.
Lo cierto era que no sabía cómo seducir a un hombre o siquiera cómo parecerle seductora, pero desde luego no le importaría aprender.
– Ha sido un día interesante. De hecho, toda la semana ha sido interesante. Pero…
Hope volvió y le ofreció la copa de vino. Sam bebió un trago.
– ¡Cómo lo necesitaba! Es exquisito. ¿Dónde lo has comprado?
– Por Internet: Burgundy dot com.
– Lo recordaré.
– ¿Te pasa algo? -preguntó ella, viendo que él seguía bastante tenso.
– Nada malo exactamente.
– Será mejor que lo hablemos. Si llegamos a la fiesta raros, la gente pensará que nos hemos peleado y empezarán a tratarnos como si fuéramos otra vez solteros.
«Eso es, no me importa si no quieres salir conmigo, solo la imagen», se dijo Hope.
– No, no es nada de eso. Justo lo contrario.
Hope esperó a que él se explicara. Estaban en la puerta de la cocina y Sam apartó una planta para dejar la copa en una pequeña mesa que había contra la pared.
El espejo reflejó el rostro de Sam. Sus ojos ocultos por las espesas pestañas.
– ¿Te acuerdas que te pregunté lo que opinabas del sexo? Entonces no me respondiste, pero, bueno…
Sam agarró a Hope por los hombros y esta sintió el poder de sus manos.
– Hace mucho tiempo que…
«Para mí también», pensó Hope. «De hecho, sería la primera vez». Sintió que sus labios se abrían a la vez que el deseo se encendía en su interior.
– Últimamente no puedo pensar en otra cosa. Por eso te lo pregunto otra vez. ¿Crees que podemos hacer algo más sin…? Ya sabes.
– ¿Sin que nuestros sentimientos se interpongan? También yo lo he pensado, claro, y me he dado cuenta de que habíamos omitido ese punto en la agenda…
«¡Oh, Dios santo, no puedo hablar de sexo sin utilizar las palabras que se utilizan en el trabajo!».
– Creo que podríamos conseguirlo -susurró ella-. Si tenemos cuidado de mantenerlo como algo terapéutico, sin darle mucha importancia.
Sintió su proximidad y se volvió. El beso que sin duda iba a darle Sam en la mejilla, fue a parar a su boca. Los labios de Sam estaban calientes.
– Yo quiero que tú también lo disfrutes. No sería justo si no fuera así. Esto es algo mutuo.
– Oh, no te preocupes…
Sam puso las manos a ambos lados de su cabeza y enterró los dedos en su cabello.
– Calla, no hables de preocupaciones.
– ¿Cuándo? -preguntó Hope, en medio de un silencio total.
– Cuanto antes mejor.
– Hoy terminaremos tarde. Las fiestas de Max son muy largas, pero mañana… ¿qué te parece? Prefiero que vengas aquí, me sentiría más cómoda. Creo.
Sam asintió.
– Gracias. Eres una persona muy amable.
Por extraño que parezca, Sam miró su reloj.
– Vamos a retrasarnos más de los diez minutos de cortesía. ¿Estás lista para salir?
O sea, que iba a ser eso: sexo terapéutico. Y al parecer, la idea no lo ponía a Sam muy nervioso. Hope, en defensa propia, también consultó su reloj.
– ¿Te importa si hago una llamada antes de salir?
– Adelante. Yo apuntaré mientras tanto, la dirección del vino. A lo mejor pido una caja.
A Hope le entraron ganas de dar un portazo al entrar en el dormitorio. Cuando cerró la puerta, suavemente, apretó los dientes y tomó el teléfono. Dejó un mensaje en voz baja.
– Maybelle, te necesito rápidamente. Quiero tener el dormitorio acabado para mañana. No me importa que sea sábado. Es una emergencia -hizo una pausa-. Soy Hope. Llámame mañana a primera hora.
¿Podría aguantar ir a aquella fiesta con todo lo que tenía en la cabeza? Y encima tendría que poner buena cara durante toda la noche.
Sí, eso era justamente lo que iba a hacer.
Encontró a Sam en el sofá, como si se hubiera derrumbado en él. Aunque, por supuesto, enseguida se puso el abrigo y todo volvió a la normalidad. Como si no hubieran tenido la conversación más extraña que se podía dar entre dos personas.
¡Lo había hecho! No sabía cómo, pero así había sido.
La noche fue extraña, sabiendo que al día siguiente el suave cuerpo de Hope se deslizaría contra el suyo. Que se enterraría en ella, junto con sus frustraciones y ansiedades. Y eso hacía que cada mirada, cada gesto y cada roce, fueran como dardos cargados de tensión. Aquella noche, cuando Hope estaba a su lado y sus senos rozaron su brazo, lo tomó como una promesa, no como un accidente.
No se atrevió a besarla al despedirse. Las veinticuatro horas que faltaban le habrían parecido aún más largas. La había deseado desde el primer momento y, finalmente, iba a ser suya.
Movió la cabeza y se sonrió. Se acostaría con ella, o mejor dicho, haría el amor con ella, pero sería solo sexo. Solo algo carnal que lo haría sentirse satisfecho.
De repente, su sonrisa se apagó. ¿Pero no era eso lo que quería?
Una vez más, se recreó en su recuerdo. En su imagen, su cuerpo fuerte, en su risa y su cortina de pelo…
Era Hope en lo que pensaba, no simplemente en el sexo. Al descubrirlo, supo que estaba en un grave aprieto.
– No me diga nada del tráfico, amigo -dijo en ese momento el taxista-. Es viernes noche, ¿me entiende? Estamos en vacaciones. ¡Así es Nueva York! Yo estoy haciendo lo que puedo. Ustedes siempre tienen prisa, siempre se quejan…
– Dijiste que a primera hora de la mañana, así que te llamo a primera hora.
– ¡Pero no a las seis de la mañana!
– Me alegro de haberte despertado. Tenemos mucho trabajo, cielo. ¿A qué hora quieres que la energía fluya en tu dormitorio?
– A las siete de la tarde.
– Bueno, pues descansa un poco y espérame hacia las nueve.
– ¿Por qué vas a tardar tanto? -preguntó Hope con impaciencia.
– Porque tengo que hacer unas cuantas llamadas e ir a recoger algunos muebles. Bueno, cielo, y tómate un café, y me refiero a un buen café, antes de que vaya, porque no podré hacer nada por ti si tu humor no mejora.
– No necesito que nadie haga nada por mí. Solo necesito que me ayudes con el dormitorio…
Pero Maybelle había colgado.
Hope se levantó del sofá y se llevó la sábana y la manta a su habitación. No quería que Maybelle supiera que había dormido en el sofá. Tampoco que supiera el porqué no había podido dormir nada. Quizá pudiera dormir un poco más tarde. Después de… después de…
Café. Definitivamente iba a necesitar mucho café.
– Hemos venido a cambiar la cama.
El que hablaba era el hombre más guapo que Hope había tenido el placer de recibir en su casa un gélido sábado por la mañana, a excepción del hombre que lo acompañaba. A pesar de que ninguno de los dos la atraía tanto como Sam, seguro que cualquier otra mujer sí los encontraría muy atractivos. Porque desde luego eran irresistibles. Pensó en sus hermanas solteras y decidió que tenía que conseguir que le dieran sus tarjetas antes de irse.
Pero su instinto de alcahueta tendría que esperar.
– ¿Qué quiere decir con cambiar la cama? ¿Dónde está Maybelle?
– Está en el camión, vigilando hasta que vayamos -contestó el adonis «número uno» con una sonrisa perfecta.
Entonces los dos hombres fueron al dormitorio y se quitaron las chaquetas de cuero. Hope corrió tras ellos.
– ¿Pero cómo saben dónde… quiero decir que cuál es el motivo para mover la…?
El adonis «número dos» se sacó un destornillador del cinturón y empezó a desarmar la cama. Mientras tanto, adonis «número uno» abrió una gran caja y sacó de ella lo necesario para fabricar un armazón de acero liso, que puso frente a las puertas del cuarto de baño y el armario. Luego sacaron la cama y el colchón antiguos al salón sin ningún esfuerzo.
Volvieron al dormitorio y terminaron de montar y colocar la cama. Mientras lo hacían, sonó el móvil de uno de ellos.
– Sí, va todo bien. Bajaremos enseguida.
– ¿Es Maybelle?
Dickie asintió y Hope le quitó el teléfono sin más preámbulos.
– ¿Qué está pasando aquí? Me han destrozado el dormitorio… ¿y adonde se llevan mi cama?
Fue detrás de los hombres, con el teléfono en la oreja, pero ellos eran mucho más rápidos que ella.
– Tuve una suerte increíble de encontrar a estos muchachos tan pronto. ¿No son guapísimos? -le dijo Maybelle a través del móvil-. ¿Has visto alguna vez unos músculos así?
– Sí, tienen buenos músculos.
La puerta del apartamento vecino se abrió y su vecino la miró con el ceño fruncido. Hope no se había dado cuenta de que estaba en el descansillo de la escalera hablando de hombres musculosos. Así que se metió en casa y cerró la puerta.
– Pues diles que utilicen sus músculos para devolverme la cama.
– Oh, cielo, pero si no vas a necesitar esa cama para nada. Ya te explicaré todo cuando tengamos tiempo. Adiós.
Hope no tuvo tiempo para calmarse. Maybelle, en vaqueros azul claro y camisa blanca reluciente, apareció entonces entre los dos muchachos, que llevaban una enorme caja con ellos.
– No te preocupes, no pesa mucho -afirmó la decoradora, a pesar de que Hope no se había ofrecido a ayudarlos.
Cuando los dos hombres se metieron en el dormitorio y empezaron a dar golpes, Hope se fue hacia la mesa de café de cristal, se agachó y al ir a sentarse, se cayó al suelo.
– ¿Dónde está mi mesa de café?
– Está… -empezó Dickie, uno de los chicos.
En ese momento, Hope vio que el cristal estaba apoyado contra la pared y la base de mármol detrás.
– ¿Qué hace ahí?
– Dickie la bajará enseguida al camión -contestó Maybelle, desapareciendo en el dormitorio.
– Pero, ¿por qué?
Oyó voces en el dormitorio y Maybelle asomó en la entrada.
– Cielo, tenemos que eliminar todas las esquinas.
– Maybelle -empezó a decir Hope-, has venido a trabajar en mi dormitorio, no en mi personalidad.
Los ojos de Maybelle, de un azul vivo y llenos de energía, se abrieron de par en par.
– Oh, tú no eres la que tiene esquinas. Tú eres dulce como un merengue. Tu mobiliario es lo que resulta cortante.
La mujer miró nerviosa hacia el dormitorio.
– Escucha, cariño, no tenemos tiempo para teorizar sobre el feng shui, pero estoy preparando todo para que te sientas cómoda en tu casa. Y ahora tendrás cosas que planear para cuando venga tu amigo esta noche. Ponte a pensar en la cena y déjame el resto a mí.
– ¿Cómo sabes que va a venir un amigo y no una amiga?
– No soy una niña -le contestó Maybelle.
En ese momento, se oyó una exclamación que provenía del dormitorio y Maybelle fue hacia allá. Hope hizo un gesto de impotencia, agarró su abrigo y su bolso, y se dispuso a salir a hacer la compra.
Casi aturdida, Hope caminó entre las suaves sillas y la mesa de madera de forma redondeada que llenaban su salón. Tenía que admitir que le daban un aspecto mucho más acogedor. Otra nueva adquisición era una pequeña mesa redonda con cuatro sillas tapizadas. Hope se sintió tranquila, tanto como para negarse a hacer un cálculo mental de lo que le costaría.
– Creo que ya puedes ver lo que hemos hecho aquí dentro.
Hope fue hacia el dormitorio sin dejar de oír la verborrea de Maybelle.
– Nos hemos deshecho de esa cama. Además, rechinaba. Este somier no hará ruido.
La idea de que el somier hiciera ruido hizo que Hope se quedara inmóvil durante unos breves instantes.
– ¡Oh, Cielo santo!
La cama estaba separada del armario y de la puerta del cuarto de baño, pero tenía alrededor una especie de material acolchado que lo rodeaba como unos brazos. A ambos lados, había dos mesillas redondas, y la colcha tenía un dibujo de flores de color apagado, que hacía juego con la cómoda. Había una lamparilla en cada una de las mesillas de noche. Eran altas, elegantes y con pantallas de color rosa.
– Es muy bonito… Aunque creo que esperaba algo más… sencillo.
– Quería que te sintieras como si estuvieras en un jardín -le explicó Maybelle-. Parece que te gustan las flores y las plantas, por eso he escogido esta tapicería.
Hubo un silencio antes de que Hope contestara nada.
– ¿De dónde les llega la electricidad a las lámparas?
Maybelle se cruzó de brazos.
– Kevin sacó un cable que pasa por debajo de la cama.
Hope asintió.
– Por otra parte -continuó diciendo Maybelle-. ¿Quieres de verdad tumbarte en esta cama… mientras tu familia te está mirando desde la cómoda?
Hope se imaginó a ella y a Sam en aquella cama de flores, mientras sus padres los miraban con dulzura y sus hermanas lo hacían con sonrisas traviesas.
– Bien, será mejor poner velas.
Maybelle abrió un paquete y sacó cinco velas, cada una de diferente color, y las puso en una bandeja sobre la mesilla.
– Quedaos aquí mientras pongo otras cuantas en el salón.
La mujer salió y Dickie miró las fotografías. Luego se las dio a Hope y limpió enérgicamente el polvo de la cómoda con un paño que llevaba colgado en su musculoso brazo.
Después se retiró para admirar lo que había hecho.
– Hemos puesto un móvil en la cocina para dar un toque romántico al espacio. Esa era la idea -explicó, bajando modestamente la cabeza.
– Me gustan los móviles. Sobre todo los de cobre. Me recuerdan a las cañerías -observó la fotografía de sus hermanas-. Me encanta esta foto de mis hermanas -dijo, mostrándosela a ellos.
– Son guapas.
– Sí, ¿verdad? -Hope hizo una pausa-. ¿Estáis casados?
– Todavía no. Nos casaremos cuando las leyes cambien. Yo quería irme a Vermont, donde podemos casarnos, pero Kevin prefiere quedarse en Nueva York. Está seguro de que pronto empezaremos a trabajar en el mundo del espectáculo.
– Oh. Entonces me imagino que no os interesaría… No, claro.
Maybelle volvió y añadió una sexta vela, de color rosa, a las otras.
– Necesitas más fuego en tu vida -aseguró, mirándola fijamente a los ojos-. Dickie, ve al camión y trae las flautas de bambú. Tenemos que hacer algo con esas vigas de madera que hay ahí -se volvió hacia Hope-. Las vigas pueden hacerte sentir que tienes un peso encima. Si ponemos flautas, disminuirá ese peso.
Después de que se marcharan todos, Hope contempló la cama y se sentó sobre ella. Luego se relajó y se tumbó.
Se sentía como si estuviera en brazos de una planta gigante y viva.
Hope estaba muy nerviosa y, al oír el telefonillo y al portero anunciándole que Sam había llegado, sintió un intenso calor por todo el cuerpo. Sobre todo en aquellas partes que más deseaban a Sam. Porque lo cierto era que ya no solo fantaseaba con él en sueños, sino que no había podido sacárselo de la cabeza en todo el día.
Sam no podía enterarse, claro, porque dejaría de confiar en la promesa que le había hecho de no dejar que los sentimientos entraran a formar parte de todo aquello.
De acuerdo, no le pediría nada. Se lo suplicaría.
Se dio mentalmente un golpe en la cabeza para parar esos pensamientos. No estaba así de nerviosa ni cuando la presentación del material 12867, ni cuando terminó la carrera. Estaba casi así, pero no tanto, el día en que sus padres las habían dejado solas y Charity se había subido al tejado del garaje diciendo que era Peter Pan y quería volar. Pero de eso hacía mucho tiempo.
El truco sería comportarse de manera alegre, como si lo que iba a ocurrir esa noche entre ellos fuera normal. En resumen, tenía que disfrazar su nerviosismo, tratando de mostrarse más tranquila de lo normal. Lo que era bastante difícil cuando estabas temblando por dentro.
– Que suba -contestó al portero.
Había tenido tiempo suficiente de mirarse al espejo. Llevaba un mono de terciopelo negro, sin casi nada debajo, y unas zapatillas planas. Como estaba en casa, tenía que tener un aspecto natural. Ni provocativo, ni de monja. Nada de joyas, ni de maquillaje. Quizá podía ponerse algo que fuera más fácil de quitar, se dijo. Pero en ese momento sonó el timbre de la puerta.
Miró por última vez a la ventana, diciéndose que si no hiciera tanto frío saltaría por ella. Luego abrió la puerta.
Como siempre que lo veía, la dejó sin aliento. Llevaba un jersey blanco, unos pantalones negros y un abrigo gris. En una mano, tenía un ramo de rosas blancas y rojas, mientras que en la otra llevaba una planta blanca.
– Hola, felices fiestas -fue el saludo de Sam-. Adivina cuál es mi regalo.
– No sé, me da un poco de miedo inclinarme por uno. Son tan diferentes… y al mismo tiempo los dos son preciosos -añadió rápidamente.
Sam dejó su maletín en el suelo e hizo un gesto hacia la planta.
– El ramo de flores estaba abajo y me he ofrecido a subírtelo -le explicó-. ¿Dónde pongo la planta? -preguntó.
– Déjame que piense -se dirigió hacia su nueva mesa de café y luego miró a la habitación-. Vamos a ponerlo allí, bajo la ventana. Es preciosa, Sam.
– ¿Quieres que me vaya para que leas la tarjeta a solas?
– ¿La del ramo? ¡No!
Parecía que el ramo, que no sabía quién podía habérselo mandado, iba a estropearles la noche.
Sacó la tarjeta del sobre casi con rabia y empezó a leer. Cielo… Hope sonrió.
– Es de mi decoradora. Ha estado haciendo algunas cosas en el apartamento. Es una persona… especial. Le pega mandar flores.
– Sí, veo algunos cambios aquí y allá -dijo Sam, también más tranquilo.
Hope siguió leyendo la tarjeta:
Cielo, que tengas un buen fin de semana.
Hope se detuvo y deseó no haber empezado, pero ya tenía que continuar.
Le dije al hombre que pusiera algunas flores de la pasión. Me dijo que no durarían, pero le dije que daba igual. Maybelle y los chicos.
– ¿Quiénes son los chicos?
Hope se quedó mirando al hombre que estaba allí, llenando el salón con su poder y virilidad. De repente, sintió que todo iba a salir bien.
– Los dos hombres guapísimos que he tenido el gusto de conocer esta mañana -dijo, suspirando dramáticamente-. Se pasaron todo el día en mi habitación y ni siquiera me rozaron.
Hope fue hacia él y ladeó la cabeza.
– Por otro lado, si te hubieran visto, hubiera sido peligroso para la relación que tenían entre ellos.
Sam la miró en silencio.
– Empecemos otra vez -dijo con brusquedad.
Agarró la planta y fue hacia la puerta.
– ¡Sam, no…! -gritó Hope, viendo que salía del apartamento y cerraba la puerta-. ¡Sam!
Hope sintió frío.
Pero en ese momento, se oyó el timbre y Hope abrió la puerta con cautela.
– Feliz Navidad -dijo Sam con voz grave.
Entró, la agarró por la barbilla y le dio un beso breve en los labios.
– Sam, no deberías haberlo hecho -susurró ella.
Entonces Sam dejó la planta en el suelo y tomó a Hope entre sus brazos y la apretó contra sí.
Los besos de él volaron suavemente desde un extremo de su boca al otro. Un calor repentino caldeó todo su cuerpo. Notó el placer que anticipaban sus muslos, sus senos, y que salía por sus manos temblorosas.
La boca de Sam era también cálida e increíblemente suave mientras se deslizaba desde su mejilla a su oreja. Hope se estremeció cuando la lengua de él rozó el lóbulo de su oreja.
– ¿Quieres que salgamos a cenar a algún lugar cercano?
– Quedémonos aquí -susurró Hope-. Tengo comida…
La boca de él volvió a atrapar la de ella, haciendo desaparecer todo lo que no fuera el deseo desesperado que sentía por aquel hombre.