Despertarse junto a Sam era demasiado bonito para describirlo con palabras. Pero aquella fría madrugada de invierno se despertaron pronto, cuando aún no había amanecido. Hope pensó que quizá debería mencionar a Maybelle que buscara unas cortinas para el dormitorio por si acaso… Sam seguía con ella cuando llegara la primavera.
– ¿Qué hora es? -preguntó él, bostezando.
– Las cinco.
– Hay que ponerse en pie con energía.
– Conque nos pongamos en pie, ya será bastante.
Él se dio la vuelta y abrazó su cuerpo desnudo. Le acarició la espalda y luego hundió la cara en su nuca.
– Y ahora tengo que irme a mi casa -dijo él, apartándose y poniéndose en pie.
– ¿No quieres tomarte un café antes de irte?
– Me encantaría. ¿Te importa si me ducho aquí?
– Como si estuvieras en tu casa -contestó ella, sonriendo.
Diez minutos después, se reunió con ella en el salón. Iba vestido con la misma ropa del día anterior, mientras que ella llevaba una bata blanca.
Hope le sirvió el café y había un bollo de canela para cada uno.
– ¿Te parece que coordinemos nuestros horarios? -preguntó él, sentándose a la mesa y sacando su agenda electrónica-. Esta noche no hay fiestas, ¿verdad?
Ella fue a buscar su propia agenda.
– No. Yo tengo cita a las siete con Maybelle.
– ¿La decoradora?
– Sí, Maybelle Ewing.
Él anotó su nombre en la agenda.
– Pues dile de mi parte que me gusta mucho cómo está quedando el apartamento.
– Lo haré.
– Especialmente esta fuente, que por otra parte, estoy seguro de que a ti también te encanta. Al fin y al cabo, tiene cañerías en su interior -bromeó él.
– No tiene gracia.
– De acuerdo. ¿Y mañana por la noche?
– Palmer da una fiesta para todos sus clientes. ¿Podrás venir?
– Por supuesto -contestó él, anotándolo en su agenda-. En cuanto al jueves, Cap da una fiesta en su casa de New Jersey.
– ¡Ah, qué bien, así conoceré a su mujer!
– Sí, y de paso yo podré dar esquinazo a su hermana, que siempre está persiguiéndome.
– Muy bien. ¿Y el viernes? -Hope consultó su agenda-. Ah, sí, el viernes tengo una reunión con las personas a las que yo llamo «mis amigos».
Él la miró extrañado.
– Sí, digo que los llamo «mis amigos», porque solo tengo tiempo para verlos dos veces al año.
– Entiendo -contestó Sam-. Pues con esto, ya está todo por esta semana, ¿no? Y de aquí en siete días es Navidad.
– ¿Tan pronto?
– ¿Cuándo sales para tu casa?
– El sábado, ¿y tú?
– El domingo.
Se miraron el uno al otro en silencio.
– No creo que… -dijeron los dos al mismo tiempo.
– … te apetezca acompañarme -terminó la frase Sam, sonriendo.
– Si vinieras conmigo -dijo ella-, mamá y mis hermanas me dejarían al fin tranquila.
– Lo mismo estaba pensando yo.
– Pero no podemos estar en los dos sitios a la vez -comentó Hope.
– No.
Una vez acabaron de desayunar, Sam se levantó y la ayudó a recoger la mesa. Luego le dio un beso de despedida y, como era normal en él, salió a toda velocidad.
Hope fue entonces a su despacho y consultó el correo en su ordenador. Había un correo para Benton. El remitente era Cap Waldstrum.
Después de dudar unos instantes, decidió abrirlo.
– Confirmado. En el mismo sitio y a la misma hora. No te retrases.
En esa ocasión, no borró el mensaje. Si Benton lo abría desde su casa, no notaría nada. Sin embargo, si lo abría desde su despacho sí sabría que alguien lo había leído. Pero decidió que pasaría lo que tuviera que pasar.
Cuando Hope salió del metro, se encontró frente a los edificios de Magnolia Heights. Al acercarse a uno de ellos, descubrió que había portero automático. Después de tomar aliento, eligió un botón al azar.
Como no contestó nadie, eligió otro. Tampoco contestó nadie. Al quinto intento, contestó una voz de mujer. El llanto de un bebé se oía al fondo.
– ¿Hola? -dijo-. Siento molestarla. Soy Sally Sue Summer, una… asistente social. Estoy aquí para determinar los riesgos para la salud de los escapes de agua. ¿Podría atenderme usted un momento?
La mujer pareció pensárselo unos instantes.
– Está bien -contestó finalmente-, suba.
El ascensor era sencillo, pero limpio, y Hope subió al séptimo piso, donde, según la placa del portero automático, vivía la familia Hotchkiss.
La señora Hotchkiss era joven y bastante guapa. Llevaba a una niña pequeña en brazos, que parecía haber dejado de llorar y que empezaba a quedarse dormida.
– Es que está echando los dientes -dijo la mujer, haciendo un gesto hacia la pequeña.
Hope asintió.
– Gracias por recibirme.
– ¿Podría usted identificarse?
– Claro -dijo Hope, metiendo la mano en su bolso y haciendo como que buscaba algo. Entonces levantó la cabeza, buscando inspiración divina-. ¡Oh, Dios! -exclamó al ver la humedad en el techo.
Debajo de la enorme mancha, no había nada. Todos los muebles estaban apiñados alrededor.
– Y ahora que ha dejado de gotear agua, está mucho mejor -dijo la señora Hotchkiss.
– Estoy segura de ello -dijo Hope-. ¡Qué horror! ¿Hasta cuándo tendrán ustedes que soportar esto?
Hope entró en la casa y siguió soltando exclamaciones mientras miraba la mancha de humedad.
– ¿Conoce usted a algún vecino?
– Sí, a algunos. Especialmente a los que tienen hijos pequeños. A veces, voy a pasear a la niña con alguna otra madre.
– ¿Podría usted presentarme a alguna de ellas?
– Claro -contestó la señora Hotchkiss, acercándose al teléfono.
Cuando Hope salió del edificio, estaba conmovida por el estado de las viviendas. El moho, los suelos levantados, las alfombras echadas a perder…
En la esquina de uno de los apartamentos, estaban creciendo champiñones. Cuando las mujeres le preguntaron a Hope qué debían hacer, lo primero que le vino a la mente fue aconsejarles que no se los comieran.
Luego, después de prometerles que las ayudaría, se marchó de allí. Pero era una promesa vacía. ¿Qué podía hacer ella? Porque estaba segura de que no eran las cañerías. No podían serlo.
Salió por la puerta principal y se ciñó el viejo abrigo al notar el viento helado del invierno. De repente, se quedó inmóvil al ver uno de los nombres de los buzones: Hchiridski.
No podía haber muchas personas con ese apellido. Ó por lo menos, no allí. ¿Sería familia de Slidell? ¿La madre quizá? ¿Tendría la gente como Slidell madre?
En cualquier caso, el que un familiar de Slidell viviera en Magnolia Heights aclaraba ciertas cosas. Hope sintió que comenzaba a dolerle la cabeza y, de repente, vio algo que la dejó helada. Sam salía de un taxi y con él iba Cap Waldstrum.
Hope se dio la vuelta rápidamente, se tapó con la bufanda, dejó caer los hombros y se alejó de allí.
Mientras Cap pagaba la tarifa del viaje y pedía al taxista el recibo, Sam observó a la figura que se alejaba en dirección opuesta y pensó que aquella mujer le recordaba a Hope.
Temía el momento en que tuviera que vivir de los recuerdos de ella. Porque cuanto más se metía en el asunto, más seguro estaba de que el problema de Magnolia Heights estaba directamente relacionado con Cañerías Palmer. Y atacar a Cañerías Palmer era igual que atacar a Hope.
También tendría que asumir que jamás llegaría a formar parte de Brinkley Meyers. Nunca podría ser socio si desarmaba la cuidadosa trama tejida contra Stockwell, descubriendo que su cliente había estado mintiendo.
Ese día iba a reunirse con un ingeniero de Magnolia Heights porque tenía que saber la verdad, aunque luego tomara la decisión de no actuar.
Miró a Cap. Este estaba metiendo cuidadosamente el recibo en su cartera y era imposible que pudiera saber lo que él estaba pensando. Sam había aceptado la oferta de Cap y lo había aceptado en su equipo. Era el mejor modo de poder vigilarlo.
Porque en Cap también había algo raro y Sam quería descubrir qué era.
No lo llamaban «el Tiburón» por nada.
Pero Sam no era una máquina y odiaba lo que estaba haciendo. Y lo que más le dolía era no poder hablar de todo aquello con Hope.
A las cinco y media de aquella misma tarde, Hope estaba en su despacho, hablando por teléfono.
– Benton, me alegro mucho de haberte localizado. ¿Tienes un minuto?
– Un minuto, sí, pero no más -contestó el hombre.
No parecía muy entusiasmado y eso le hizo pensar a Hope que iba por el buen camino.
– Enseguida estoy allí -aseguró.
Dejó el papel que tenía en la mano, su plan de acción, en el cajón inferior y buscó el anuncio de la cañería 12867, que pensaba colocar en una revista de ingeniería.
Era su excusa para ir a visitar a Benton. Pero la verdadera razón era que quería descubrir si Benton acudiría esa tarde a la reunión secreta que se mencionaba en el correo electrónico. También quería averiguar si él había descubierto que alguien lo había leído. Así, lo que fuera a ocurrir, sucedería lo antes posible. Hope estaba preparada para asumirlo y seguir con su vida.
– ¿Entonces qué piensas de esto? -le preguntó minutos después-. ¿Te parece demasiado agresivo poner en grande la palabra «invencible»?
Benton, con expresión preocupada, parecía tener dificultades para concentrarse.
– No, no. No creo… quiero decir que creo que está bien.
– Es para American Engineer -explicó Hope-. Creo que a los ingenieros no hay que distraerlos con demasiadas palabras. «Cañerías Palmer es invencible» yo creo que está bien.
Hope quería hacer tiempo para ver si descubría en él síntomas de impaciencia. Síntomas que finalmente aparecieron.
– Discute las posibilidades con la agencia mañana -le ordenó-. Siento no poder darte más tiempo, pero tengo una reunión importante a las seis.
– Lo siento. Es que estas cosas me gusta siempre hablarlas contigo. Pero tienes razón, hablaré con la agencia. Y… que te vaya bien en la reunión -añadió ya desde la puerta.
Bajó las escaleras y en el vestíbulo se colgó su bolso, donde había metido la bufanda y el viejo abrigo con los que había ido por la mañana a Magnolia Heights. No iba a tener tiempo de cambiarse del todo, pero podía utilizar de nuevo la misma bufanda y el abrigo para seguir a Benton a la misteriosa reunión. Tenía el tiempo justo de averiguar dónde iba antes de irse a casa a reunirse con Maybelle.
Salió del edificio diez pasos detrás de Benton, que parecía tan concentrado en sus pensamientos, que ni siquiera la vio. Su excitación aumentó cuando él se puso a caminar, en vez de subirse al coche oficial de Palmer.
Hope, mientras lo seguía, se puso la bufanda. En un momento en que Benton tuvo que detenerse ante un semáforo en rojo, ella se metió en la entrada de una zapatería, sacó su viejo abrigo del bolso y se lo puso rápidamente.
Sin detenerse, metió su otro abrigo en el bolso y cerró la cremallera. ¿Lo harían así los verdaderos espías?, se dijo mientras seguía a Benton en dirección sur. Poco después, en la calle 53, este se detuvo frente a una biblioteca y, para su asombro, entró en ella. Hope se quedó un rato mirando el escaparate y finalmente entró también.
Lo encontró en una mesa en la sección de referencias. Estaba solo y eran las seis menos cinco. Un minuto o dos después, un hombre se sentó en una mesa cercana sin decirle nada. Hope reconoció al hombre. Era un ejecutivo de Stockwell.
Hope, que había desarrollado un repentino interés por el arte y la arquitectura, se escondió entre las estanterías con el corazón latiéndole a toda velocidad. Se interesó por la arquitectura rusa y la gótica. Cuando se disponía a empezar con Frank Lloyd Wright, la escena llegó a su punto cumbre.
Cap Waldstrum acababa de salir del ascensor y miró hacia la sala.
Hope se escondió detrás de un libro dedicado al edificio de Johnson y Johnson, una de las obras más importantes de Wright. Cuando se atrevió a mirar de nuevo, Cap había elegido un libro y se había sentado justo enfrente del trabajador de Stockwell.
Afortunadamente, Frank Lloyd había construido un montón de edificios famosos, algunos descritos en libros menos pesados que el de Johnson y Johnson. Hope eligió uno de ellos y cuando miró por encima del borde, Cap estaba recibiendo un libro, del que extrajo un sobre que metió en su maletín.
Hope contuvo la respiración, consciente de lo que iba a suceder a continuación. El hombre dejó el libro en la estantería, agarró otro y se sentó enfrente de Benton.
Hope se asustó, cosa que era extraña. No podía recordar cuándo era la última vez que había sentido miedo.
¿Quizá el día del funeral de sus padres, mientras escuchaba cómo su abuela y sus tías planeaban distribuirlas a ella y sus hermanas? Sabía que su madre habría querido que escaparan… que corrieran a los brazos de su amiga Maggie Summer, que querría quedarse con las tres. Y sabía que era tarea suya llegar hasta ella.
Volvió al presente justo a tiempo de ver cómo Benton le daba otro sobre a Cap. Hope, creyendo que no iba a poder soportarlo más, dejó el libro en la estantería, salió del edificio y se dirigió al metro.
Maybelle llegó puntual.
– El otro día, cuando entré con la fuente y vi el árbol todo decorado, no me lo podía creer. Menuda sorpresa.
– No lo hice yo sola -afirmó Hope-. Tómate una taza de café.
Hope se dio cuenta entonces de que ya se había servido también ella una taza, a pesar de que no era descafeinado. Además, se la pensaba beber hasta la última gota. Incluso tal vez se tomara una segunda taza, pensó. Aunque seguramente no iba a dormir nada, tampoco lo haría sin el café, de lo preocupada que estaba.
– ¡Qué café más bueno! -exclamó Maybelle-. ¿Qué te pasa, cielo?
La pregunta fue tan brusca, que Hope se sintió como si le hubieran lanzado una pelota y no tuviera más remedio que devolverla.
– ¿Por qué Hadley y tú no os llevabais bien?
No era lo que había pensado decir. Hope habría querido preguntar a Maybelle cosas profundas sobre ética y moral. Preguntarle cuándo había que hablar y cuándo permanecer en silencio. Y habrían sido unas preguntas inteligentes porque era evidente que Maybelle tenía intención de hablar.
Y ella, en vez de eso, en lo único que podía pensar era en Sam y en las probabilidades de que su relación fuera duradera. Porque si lo suyo no tenía futuro, no importaba lo que ella hiciera en el caso Magnolia Heights. Sin embargo, si tenían un futuro juntos, ella podría verse metida en un problema a corto plazo.
Porque, por lo que había visto en la biblioteca, parecía como si Cap estuviera chantajeando a Benton y al hombre de Stockwell. Y solo podía haber un motivo para ello, que existiera un problema en la cañería 12867. Seguramente, Benton y Stockwell ya lo sabían de antes, pero Cap lo había descubierto y tenían que pagarle para que guardara silencio. Y si Sam defendía a Palmer sin conocer los hechos, sería su ruina.
– Intuyo que te has quedado en las nubes -dijo de repente Maybelle.
– Lo siento. Te había preguntado por tu relación con Hadley.
– Oh, cariño, Hadley y yo somos de otra generación. Cuando nos conocimos, yo solía participar en rodeos…
– ¿De verdad? -Hope respiró, olvidándose por fin de sus problemas-. ¿Quieres decir que montabas potros, toros y todo eso…?
– No, yo era una de las chicas que estaba allí sobre un caballo, como parte del decorado.
– Ah.
– Así que nos conocimos y nos enamoramos… nos atraíamos el uno al otro, como decís los jóvenes, y nos casamos. Pero él no quería que su mujer fuera una chica de rodeo.
– Quería…
– Una señorita que le gustara a su mamá -contestó Maybelle, que pareció arrepentida por primera vez-. Una esposa, una madre y una buena enlatadora.
– ¿Qué?
– Sí, una persona que sabe enlatar su propia comida.
– ¡Oh, Dios mío!
Hope ni siquiera sabía cocinar. No sabía hacer sopa, ni hacer las recetas que salían en la televisión. Nunca podría vivir si no tuviera Zabars tan cerca, un microondas en casa y el número de teléfono de un servicio de catering excelente.
– Sin embargo, yo no era una buena ama de casa, ni tampoco una buena cocinera -confesó Maybelle. Su voz se suavizó-. Ni tampoco quería ser madre. Pero me imagino que lo que me pasaba era que no podía, y eso fue antes de que se hablara tanto de la fertilidad y todas esas cosas.
– Lo siento.
– Así que las cosas fueron mal desde el principio y nunca estuvimos unidos.
– Y entonces un toro atacó a Hadley y murió, ¿no?
– No exactamente, cielo. El toro iba por mí y Hadley se puso en medio. Nunca supo qué lo golpeó -se quedó unos segundos pensativa-. Ahora ya debe saberlo.
– Así que te amaba, a pesar de todo.
– Si hubiéramos hablado y hubiéramos sido sinceros el uno con el otro, todo hubiera salido bien. El feng shui hubiera hecho posible que habláramos más. ¿Y a ti qué tal te va con tu amigo?
Hope se vio sorprendida por la pregunta y contestó sin pensar.
– Tengo que decidir si voy a ser sincera con él. Porque nuestro trabajo puede interferir en nuestra relación.
– Lo has expresado muy bien -aseguró Maybelle, que para disgusto de Hope, se levantó-. Gracias otra vez, cariño, por el café y la conversación. Y me encanta tu árbol de Navidad. ¿De qué está hecha la estrella? ¡Es fantástica!
– Maybelle.
La mujer se detuvo y se dio la vuelta.
– ¿A quién debo ser leal? ¿A Palmer? ¿A Sam? ¿O a la gente de Magnolia Heights?
Maybelle pareció confundida.
– A ti misma, por supuesto. No hace falta pensar mucho.
Y luego se marchó.
Leal a sí misma. ¿Qué demonios significaría eso?
Ahora sí que sabía que no iba a pegar ojo.